lunes, 1 de diciembre de 2014

FRANCISCO: Viaje Apostólico a Turquía (Nov. 28-30 de 2014)


(28-30 DE NOVIEMBRE DE 2014)



ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Ankara
Viernes 28 de noviembre de 2014





Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades,
Señoras y Señores



Me alegra visitar su país, rico en bellezas naturales y en historia, plagado de huellas de antiguas civilizaciones y puente natural entre dos continentes y entre diferentes expresiones culturales. Esta tierra es bien querida por todos los cristianos por haber sido cuna de san Pablo, que fundó aquí diferentes comunidades cristianas; por haberse celebrado en esta tierra los siete primeros concilios de la Iglesia, y por la presencia, cerca de Éfeso, de lo que una venerable tradición considera la «Casa de María», el lugar donde la Madre de Jesús vivió durante unos años, y que es meta de la devoción de tantos peregrinos de todas las partes del mundo, no sólo cristianos, sino también musulmanes.


Pero las razones de la consideración y el aprecio por Turquía no se deben sólo a su pasado, a sus antiguos monumentos, sino también a la vitalidad de su presente, la laboriosidad y generosidad de su pueblo, el papel que desempeña en el concierto de las naciones.


Es para mí un motivo de alegría tener la oportunidad de continuar con ustedes un diálogo de amistad, estima y respeto, en la línea emprendida por mis predecesores, el beato Papa Pablo VI, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, diálogo preparado y favorecido a su vez por la actuación del entonces Delegado Apostólico, Mons. Angelo Giuseppe Roncalli, después San Juan XXIII, y por el Concilio Vaticano II.


Necesitamos un diálogo que profundice el conocimiento y valore con discernimiento tantas cosas que nos acomunan, permitiéndonos al mismo tiempo considerar con ánimo lúcido y sereno las diferencias, con el fin de aprender también de ellas.


Es preciso llevar adelante con paciencia el compromiso de construir una paz sólida, basada en el respeto de los derechos fundamentales y en los deberes que comporta la dignidad del hombre. Por esta vía se pueden superar prejuicios y falsos temores, dejando a su vez espacio para la estima, el encuentro, el desarrollo de las mejores energías en beneficio de todos.


Para ello, es fundamental que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos, gocen – tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva – de los mismos derechos y respeten las mismas obligaciones. De este modo, se reconocerán más fácilmente como hermanos y compañeros de camino, alejándose cada vez más de las incomprensiones y fomentando la colaboración y el entendimiento. La libertad religiosa y la libertad de expresión, efectivamente garantizadas para todos, impulsará el florecimiento de la amistad, convirtiéndose en un signo elocuente de paz.


El Medio Oriente, Europa, el mundo, esperan este florecer. El Medio Oriente, en particular, es teatro de guerras fratricidas desde hace demasiados años, que parecen nacer una de otra, como si la única respuesta posible a la guerra y la violencia debiera ser siempre otra guerra y otras de violencias.


¿Por cuánto tiempo deberá sufrir aún el Medio Oriente por la falta de paz? No podemos resignarnos a los continuos conflictos, como si no fuera posible cambiar y mejorar la situación. Con la ayuda de Dios, podemos y debemos renovar siempre la audacia de la paz. 

Esta actitud lleva a utilizar con lealtad, paciencia y determinación todos los medios de negociación, y lograr así los objetivos concretos de la paz y el desarrollo sostenible.
Señor Presidente, para llegar a una meta tan alta y urgente, una aportación importante puede provenir del diálogo interreligioso e intercultural, con el fin de apartar toda forma de fundamentalismo y de terrorismo, que humilla gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentaliza la religión.


Es preciso contraponer al fanatismo y al fundamentalismo, a las fobias irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad de todos los creyentes, que tenga como pilares el respeto de la vida humana, de la libertad religiosa – que es libertad de culto y libertad de vivir según la ética religiosa –, el esfuerzo para asegurar todo lo necesario para una vida digna, y el cuidado del medio ambiente natural. De esto tienen necesidad con especial urgencia los pueblos y los Estados del Medio Oriente, para poder «invertir el rumbo» finalmente y llevar adelante un proceso de paz exitoso, mediante el rechazo de la guerra y la violencia, y la búsqueda del diálogo, el derecho y la justicia.


En efecto, hasta ahora estamos siendo todavía testigos de graves conflictos. En Siria y en Irak, en particular, la violencia terrorista no da indicios de aplacarse. Se constata la violación de las leyes humanitarias más básicas contra presos y grupos étnicos enteros; ha habido, y sigue habiendo, graves persecuciones contra grupos minoritarios, especialmente – aunque no sólo – los cristianos y los yazidíes: cientos de miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y su patria para poder salvar su vida y permanecer fieles a sus creencias.


Turquía, acogiendo generosamente a un gran número de refugiados, está directamente afectada por los efectos de esta dramática situación en sus confines, y la comunidad internacional tiene la obligación moral de ayudarla en la atención a los refugiados. Además de la ayuda humanitaria necesaria, no se puede permanecer en la indiferencia ante lo que ha provocado estas tragedias. Reiterando que es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre el derecho internacional, quiero recordar también que no podemos confiar la resolución del problema a la mera respuesta militar.


Es necesario un gran esfuerzo común, fundado en la confianza mutua, que haga posible una paz duradera y consienta destinar los recursos, finalmente, no a las armas sino a las verdaderas luchas dignas del hombre: la lucha contra el hambre y la enfermedad, la lucha en favor del desarrollo sostenible y la salvaguardia de la creación, del rescate de tantas formas de pobreza y marginación, que tampoco faltan en el mundo moderno.


Turquía, por su historia, por su posición geográfica y por la importancia en la región, tiene una gran responsabilidad: sus decisiones y su ejemplo tienen un significado especial y pueden ser de gran ayuda para favorecer un encuentro de civilizaciones e identificar vías factibles de paz y de auténtico progreso.


Que el Altísimo bendiga y proteja Turquía, y la ayude a ser un válido y convencido artífice de la paz. Gracias


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VISITA AL PRESIDENTE DE ASUNTOS RELIGIOSOS DE TURQUÍA (DIYANET)

DISCURSO DEL SANTO PADRE


Ankara
Viernes 28 de noviembre de 2014



Señor Presidente,
Autoridades religiosas y civiles,
Señoras y señores



Es para mí un motivo de alegría encontrarles hoy, durante mi visita a su país. Agradezco al señor Presidente de este importante Organismo por la cordial invitación, que me ofrece la ocasión estar con los dirigentes políticos y religiosos, musulmanes y cristianos.


Es tradición que los Papas, cuando viajan a otros países como parte de su misión, se encuentren también con las autoridades y las comunidades de otras religiones. Sin esta apertura al encuentro y al diálogo, una visita papal no respondería plenamente a su finalidad, como yo la entiendo, en la línea de mis venerados predecesores. En esta perspectiva, me complace recordar de manera especial el encuentro que tuvo el Papa  Benedicto XVI, en este mismo lugar, en noviembre de 2006.


En efecto, las buenas relaciones y el diálogo entre los dirigentes religiosos tiene gran importancia. Representa un claro mensaje dirigido a las respectivas comunidades para expresar que el respeto mutuo y la amistad son posibles, no obstante las diferencias. Esta amistad, además de ser un valor en sí misma, adquiere especial significado y mayor importancia en tiempos de crisis, como el nuestro, crisis que en algunas zonas del mundo se convierten en auténticos dramas para poblaciones enteras.


Hay efectivamente guerras que siembran víctimas y destrucción; tensiones y conflictos interétnicos e interreligiosos; hambre y pobreza que afligen a cientos de millones de personas; daños al ambiente natural, al aire, al agua, a la tierra.


La situación en el Medio Oriente es verdaderamente trágica, especialmente en Irak y Siria. Todos sufren las consecuencias de los conflictos y la situación humanitaria es angustiosa. Pienso en tantos niños, en el sufrimiento de muchas madres, en los ancianos, los desplazados y refugiados, en la violencia de todo tipo. Es particularmente preocupante que, sobre todo a causa de un grupo extremista y fundamentalista, enteras comunidades, especialmente – aunque no sólo – cristianas y yazidíes, hayan sufrido y sigan sufriendo violencia inhumana a causa de su identidad étnica y religiosa. Se los ha sacado a la fuerza de sus hogares, tuvieron que abandonar todo para salvar sus vidas y no renegar de la fe. La violencia ha llegado también a edificios sagrados, monumentos, símbolos religiosos y al patrimonio cultural, como queriendo borrar toda huella, toda memoria del otro.


Como dirigentes religiosos, tenemos la obligación de denunciar todas las violaciones de la dignidad y de los derechos humanos. La vida humana, don de Dios Creador, tiene un carácter sagrado. Por tanto, la violencia que busca una justificación religiosa merece la más enérgica condena, porque el Todopoderoso es Dios de la vida y de la paz. El mundo espera de todos aquellos que dicen adorarlo, que sean hombres y mujeres de paz, capaces de vivir como hermanos y hermanas, no obstante la diversidad étnica, religiosa, cultural o ideológica.


A la denuncia debe seguir el trabajo común para encontrar soluciones adecuadas. Esto requiere la colaboración de todas las partes: gobiernos, dirigentes políticos y religiosos, representantes de la sociedad civil y todos los hombres y mujeres de buena voluntad. En particular, los responsables de las comunidades religiosas pueden ofrecer la valiosa contribución de los valores que hay en sus respectivas tradiciones. Nosotros, los musulmanes y los cristianos, somos depositarios de inestimables riquezas espirituales, entre las cuales reconocemos elementos de coincidencia, aunque vividos según las propias tradiciones: la adoración de Dios misericordioso, la referencia al Patriarca Abraham, la oración, la limosna, el ayuno... elementos que, vividos de modo sincero, pueden transformar la vida y dar una base segura a la dignidad y la fraternidad de los hombres. Reconocer y desarrollar esto que nos acomuna espiritualmente – mediante el diálogo interreligioso – nos ayuda también a promover y defender en la sociedad los valores morales, la paz y la libertad (cf. Juan Pablo II, A la comunidad católica de Ankara, 29 noviembre 1979). El común reconocimiento de la sacralidad de la persona humana sustenta la compasión, la solidaridad y la ayuda efectiva a los que más sufren. A este propósito, quisiera expresar mi aprecio por todo lo que el pueblo turco, los musulmanes y los cristianos, están haciendo en favor de los cientos de miles de personas que huyen de sus países a causa de los conflictos. Hay dos millones. Y esto es un ejemplo concreto de cómo trabajar juntos para servir a los demás, un ejemplo que se ha de alentar y apoyar.


He sabido con satisfacción de las buenas relaciones y de la colaboración entre la Diyanet y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Espero que continúen y se consoliden, por el bien de todos, porque toda iniciativa de diálogo auténtico es signo de esperanza para un mundo tan necesitado de paz, seguridad y prosperidad. Y también después del diálogo con el Señor Presidente, espero que este diálogo interreligioso se haga creativo de nuevas formas.


Señor Presidente, expreso nuevamente gratitud a usted y a sus colaboradores por este encuentro, que llena de gozo mi corazón. Agradezco también a todos ustedes su presencia y las oraciones que tendrán la bondad que ofrecer por mi servicio. Por mi parte, les aseguro que yo rogaré igualmente por ustedes. Que el Señor nos bendiga a todos. 


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SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE

Catedral católica del Espíritu Santo, Estambul
Sábado 29 de noviembre de 2014

En el Evangelio, Jesús se presenta al hombre sediento de salvación como la fuente a la que acudir, la roca de la que el Padre hace surgir ríos de agua viva para todos los que creen en él (cf. Jn 7,38). Con esta profecía, proclamada públicamente en Jerusalén, Jesús anuncia el don del Espíritu Santo que recibirán sus discípulos después de su glorificación, es decir, su muerte y resurrección (cf. v. 39).


El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Él da la vida, suscita los diferentes carismas que enriquecen al Pueblo de Dios y, sobre todo, crea la unidad entre los creyentes: de muchos, hace un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Toda la vida y la misión de la Iglesia dependen del Espíritu Santo; él realiza todas las cosas.


La misma profesión de fe, como nos recuerda san Pablo en la primera Lectura de hoy, sólo es posible porque es sugerida por el Espíritu Santo: «Nadie puede decir: “¡Jesús es el Señor!”, sino por el Espíritu Santo» (1 Co 12,3b). Cuando rezamos, es porque el Espíritu Santo inspira en nosotros la oración en el corazón. Cuando rompemos el cerco de nuestro egoísmo, salimos de nosotros mismos y nos acercamos a los demás para encontrarlos, escucharlos, ayudarlos, es el Espíritu de Dios que nos ha impulsado. Cuando descubrimos en nosotros una extraña capacidad de perdonar, de amar a quien no nos quiere, es el Espíritu el que nos ha impregnado. Cuando vamos más allá de las palabras de conveniencia y nos dirigimos a los hermanos con esa ternura que hace arder el corazón, hemos sido sin duda tocados por el Espíritu Santo.


Es verdad, el Espíritu Santo suscita los diferentes carismas en la Iglesia; en apariencia, esto parece crear desorden, pero en realidad, bajo su guía, es una inmensa riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad. Sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. Cuando somos nosotros quienes deseamos crear la diversidad, y nos encerramos en nuestros particularismos y exclusivismos, provocamos la división; y cuando queremos hacer la unidad según nuestros planes humanos, terminamos implantando la uniformidad y la homogeneidad. Por el contrario, si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca crean conflicto, porque él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia.


Los diversos miembros y carismas tienen su principio armonizador en el Espíritu de Cristo, que el Padre ha enviado y sigue enviando, para edificar la unidad entre los creyentes. El Espíritu Santo hace la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior. La Iglesia y las Iglesias están llamadas a dejarse guiar por el Espíritu Santo, adoptando una actitud de apertura, docilidad y obediencia. Es él el que armoniza la Iglesia. Me viene a la mente aquella bella palabra de san Basilio, el Grande: «Ipse harmonia est», él mismo es la armonia.


Es una visión de esperanza, pero al mismo tiempo fatigosa, pues siempre tenemos la tentación de poner resistencia al Espíritu Santo, porque trastorna, porque remueve, hace caminar, impulsa a la Iglesia a seguir adelante. Y siempre es más fácil y cómodo instalarse en las propias posiciones estáticas e inamovibles. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo. Y también la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo cuando deja de lado la tentación de mirarse a sí misma.


Y nosotros, los cristianos, nos convertimos en auténticos discípulos misioneros, capaces de interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo defensivo para dejarnos conducir por el Espíritu. Él es frescura, fantasía, novedad.


Nuestras defensas pueden manifestarse en una confianza excesiva en nuestras ideas, nuestras fuerzas – pero así se deriva hacia el pelagianismo –, o en una actitud de ambición y vanidad. Estos mecanismos de defensa nos impiden comprender verdaderamente a los demás y estar abiertos a un diálogo sincero con ellos. Pero la Iglesia que surge en Pentecostés recibe en custodia el fuego del Espíritu Santo, que no llena tanto la mente de ideas, sino que hace arder el corazón; es investida por el viento del Espíritu que no transmite un poder, sino que dispone para un servicio de amor, un lenguaje que todos pueden entender.


En nuestro camino de fe y de vida fraterna, cuanto más nos dejemos guiar con humildad por el Espíritu del Señor, tanto mejor superaremos las incomprensiones, las divisiones y las controversias, y seremos signo creíble de unidad y de paz. Signo creíble de que Nuestro Señor ha resucitado, está vivo.


Con esta gozosa certeza, los abrazo a todos ustedes, queridos hermanos y hermanas: al Patriarca Siro-Católico, al Presidente de la Conferencia Episcopal, el Vicario Apostólico, Mons. Pelâtre, a los demás obispos y Exarcas, a los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas y fieles laicos pertenecientes a las diferentes comunidades y a los diversos ritos de la Iglesia Católica. Deseo saludar con afecto fraterno al Patriarca de Constantinopla, Su Santidad Bartolomé I, al Metropolita Siro-Ortodoxo, al Vicario Patriarcal Armenio Apostólico y a los representantes de las comunidades protestantes, que han querido rezar con nosotros durante esta celebración. Les expreso mi reconocimiento por este gesto fraterno. Envío un saludo afectuoso al Patriarca Armenio Apostólico, Mesrob II, asegurándole mis oraciones.


Hermanos y hermanas, dirijámonos a la Virgen María, la Santa Madre de Dios. Junto a ella, que oraba en el cenáculo con los Apóstoles en espera de Pentecostés, roguemos al Señor para que envíe su Santo Espíritu a nuestros corazones y nos haga testigos de su Evangelio en todo el mundo. Amén. 


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ORACIÓN ECUMÉNICA
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Iglesia Patriarcal de San Jorge, Estambul 
Sábado 29 de noviembre de 2014


Santidad, querido Hermano


El atardecer trae siempre un doble sentimiento, el de gratitud por el día vivido y el de la ansiada confianza ante el caer de la noche. Esta tarde mí corazón está colmado de gratitud a Dios, que me ha concedido estar aquí para rezar junto con Vuestra Santidad y con esta Iglesia hermana, al término de una intensa jornada de visita apostólica; y, al mismo tiempo, mi corazón está a la espera del día que litúrgicamente hemos comenzado: la fiesta de San Andrés Apóstol, que es el Patrono y Fundador de esta Iglesia.


En esta oración vespertina, a través de las palabras del profeta Zacarías, el Señor nos ha dado una vez más el fundamento que está a la base de nuestro avanzar entre un hoy y un mañana, la roca firme sobre la que podemos mover juntos nuestros pasos con alegría y esperanza; este fundamento rocoso es la promesa del Señor: «Aquí estoy yo para salvar a mi pueblo de Oriente a Occidente... en fidelidad y justicia» (8,7.8).


Sí, venerado y querido Hermano Bartolomé, mientras expreso mi sentido «gracias» por su acogida fraterna, siento que nuestra alegría es más grande porque la fuente está más allá; no está en nosotros, no en nuestro compromiso y en nuestros esfuerzos, que también deben hacerse, sino en la común confianza en la fidelidad de Dios, que pone el fundamento para la reconstrucción de su templo que es la Iglesia (cf. Za 8,9). «¡He aquí la semilla de la paz!» (Za 8,12); ¡he aquí la semilla de la alegría! Esa paz y esa alegría que el mundo no puede dar, pero que el Señor Jesús ha prometido a sus discípulos, y se la ha entregado como Resucitado, en el poder del Espíritu Santo.


Andrés y Pedro han escuchado esta promesa, han recibido este don. Eran hermanos de sangre, pero el encuentro con Cristo los ha transformado en hermanos en la fe y en la caridad. Y en esta tarde gozosa, en esta vigilia de oración, quisiera decir sobre todo: hermanos en la esperanza, y la esperanza no defrauda. Qué gracia, Santidad, poder ser hermanos en la esperanza del Señor Resucitado. Qué gracia – y qué responsabilidad – poder caminar juntos en esta esperanza, sostenidos por la intercesión de los santos hermanos, los Apóstoles Andrés y Pedro. Y saber que esta esperanza común no defrauda, porque no se funda en nosotros y nuestras pobres fuerzas, sino en la fidelidad de Dios.


Con esta esperanza gozosa, llena de gratitud y anhelante espera, expreso a Vuestra Santidad, a todos los presentes y a la Iglesia de Constantinopla mis mejores deseos, cordiales y fraternos, en la fiesta del santo Patrón. Y le pido un favor: Me bendiga y bendiga la Iglesia de Roma.


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DIVINA LITURGIA

PALABRAS DEL SANTO PADRE

Iglesia patriarcal de San Jorge, Estambul  
Domingo 30 de noviembre de 2014


 Santidad, querido hermano Bartolomeo


Como arzobispo de Buenos Aires, he participado muchas veces en la Divina Liturgia de las comunidades ortodoxas de aquella ciudad; pero encontrarme hoy en esta Iglesia Patriarcal de San Jorge para la celebración del santo Apóstol Andrés, el primero de los llamados, Patrón del Patriarcado Ecuménico y hermano de san Pedro, es realmente una gracia singular que el Señor me concede.


Encontrarnos, mirar el rostro el uno del otro, intercambiar el abrazo de paz, orar unos por otros, son dimensiones esenciales de ese camino hacia el restablecimiento de la plena comunión a la que tendemos. Todo esto precede y acompaña constantemente esa otra dimensión esencial de dicho camino, que es el diálogo teológico. Un verdadero diálogo es siempre un encuentro entre personas con un nombre, un rostro, una historia, y no sólo un intercambio de ideas.


Esto vale sobre todo para los cristianos, porque para nosotros la verdad es la persona de Jesucristo. El ejemplo de san Andrés que, junto con otro discípulo, aceptó la invitación del Divino Maestro: «Venid y veréis», y «se quedaron con él aquel día» (Jn 1,39), nos muestra claramente que la vida cristiana es una experiencia personal, un encuentro transformador con Aquel que nos ama y que nos quiere salvar. También el anuncio cristiano se propaga gracias a personas que, enamoradas de Cristo, no pueden dejar de transmitir la alegría de ser amadas y salvadas. Una vez más, el ejemplo del Apóstol Andrés es esclarecedor. Él, después de seguir a Jesús hasta donde habitaba y haberse quedado con él, «encontró primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús» (Jn 1,40-42). Por tanto, está claro que tampoco el diálogo entre cristianos puede sustraerse a esta lógica del encuentro personal.


Así pues, no es casualidad que el camino de la reconciliación y de paz entre católicos y ortodoxos haya sido de alguna manera inaugurado por un encuentro, por un abrazo entre nuestros venerados predecesores, el Patriarca Ecuménico Atenágoras y el Papa Pablo VI, hace cincuenta años en Jerusalén, un acontecimiento que Vuestra Santidad y yo hemos querido conmemorar encontrándonos de nuevo en la ciudad donde el Señor Jesucristo murió y resucitó.


Por una feliz coincidencia, esta visita tiene lugar unos días después de la celebración del quincuagésimo aniversario de la promulgación del Decreto del Concilio Vaticano II sobre la búsqueda de la unidad de todos los cristianos, Unitatis redintegratio. Es un documento fundamental con el que se ha abierto un nuevo camino para el encuentro entre los católicos y los hermanos de otras Iglesias y Comunidades eclesiales.


Con aquel Decreto, la Iglesia Católica reconoce en particular que las Iglesias ortodoxas «tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún con nosotros con vínculo estrechísimo» (n. 15). En consecuencia, se afirma que, para preservar fielmente la plenitud de la tradición cristiana, y para llevar a término la reconciliación de los cristianos de Oriente y de Occidente, es de suma importancia conservar y sostener el riquísimo patrimonio de las Iglesias de Oriente, no sólo por lo que se refiere a las tradiciones litúrgicas y espirituales, sino también a las disciplinas canónicas, sancionadas por los Santos Padres y los concilios, que regulan la vida de estas Iglesias (cf., nn. 15-16).


Considero importante reiterar el respeto de este principio como condición esencial y recíproca para el restablecimiento de la plena comunión, que no significa ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo. Quiero asegurar a cada uno de vosotros que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia Católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos, a la luz de la enseñanza de la Escritura y la experiencia del primer milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias: lo único que la Iglesia Católica desea, y que yo busco como Obispo de Roma, «la Iglesia que preside en la caridad», es la comunión con las Iglesias ortodoxas. 
Dicha comunión será siempre fruto del amor «que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado» (Rm 5,5), amor fraterno que muestra el lazo trascendente y espiritual que nos une como discípulos del Señor.


En el mundo de hoy se alzan con ímpetu voces que no podemos dejar de oír, y que piden a nuestras Iglesias vivir plenamente el ser discípulos del Señor Jesucristo.


La primera de estas voces es la de los pobres. En el mundo hay demasiadas mujeres y demasiados hombres que sufren por grave malnutrición, por el creciente desempleo, por el alto porcentaje de jóvenes sin trabajo y por el aumento de la exclusión social, que puede conducir a comportamientos delictivos e incluso al reclutamiento de terroristas. No podemos permanecer indiferentes ante las voces de estos hermanos y hermanas. Ellos no sólo nos piden que les demos ayuda material, necesaria en muchas circunstancias, sino, sobre todo, que les apoyemos para defender su propia dignidad de seres humanos, para que puedan encontrar las energías espirituales para recuperarse y volver a ser protagonistas de su historia. Nos piden también que luchemos, a la luz del Evangelio, contra las causas estructurales de la pobreza: la desigualdad, la falta de un trabajo digno, de tierra y de casa, la negación de los derechos sociales y laborales. Como cristianos, estamos llamados a vencer juntos a la globalización de la indiferencia, que hoy parece tener la supremacía, y a construir una nueva civilización del amor y de la solidaridad.


Una segunda voz que clama con vehemencia es la de las víctimas de los conflictos en muchas partes del mundo. Esta voz la oímos resonar muy bien desde aquí, porque algunos países vecinos están sufriendo una guerra atroz e inhumana. Pienso con profundo dolor en las tantas víctimas del inhumano e insensato atentado que en estos días han sufrido los fieles musulmanes que rezaban en la mezquita de Kano, en Nigeria. Turbar la paz de un pueblo, cometer o consentir cualquier tipo de violencia, especialmente sobre los más débiles e indefensos, es un grave pecado contra Dios, porque significa no respetar la imagen de Dios que hay en el hombre. La voz de las víctimas de los conflictos nos impulsa a avanzar diligentemente por el camino de reconciliación y comunión entre católicos y ortodoxos. Por lo demás, ¿cómo podemos anunciar de modo creíble el Evangelio de paz que viene de Cristo, si entre nosotros continúa habiendo rivalidades y contiendas? (Pablo VI, Exhort. Ap., Evangelii nuntiandi, 77).


Una tercera voz que nos interpela es la de los jóvenes. Hoy, por desgracia, hay muchos jóvenes que viven sin esperanza, vencidos por la desconfianza y la resignación. Muchos jóvenes, además, influenciados por la cultura dominante, buscan la felicidad sólo en poseer bienes materiales y en la satisfacción de las emociones del momento. Las nuevas generaciones nunca podrán alcanzar la verdadera sabiduría y mantener viva la esperanza, si nosotros no somos capaces de valorar y transmitir el auténtico humanismo, que brota del Evangelio y la experiencia milenaria de la Iglesia. Son precisamente los jóvenes – pienso por ejemplo en la multitud de jóvenes ortodoxos, católicos y protestantes que se reúnen en los encuentros internacionales organizados por la Comunidad de Taizé – son ellos los que hoy nos instan a avanzar hacia la plena comunión. Y esto, no porque ignoren el significado de las diferencias que aún nos separan, sino porque saben ver más allá, son capaces de percibir lo esencial que ya nos une.


Querido hermano, muy querido hermano, estamos ya en camino, en camino hacia la plena comunión y podemos vivir ya signos elocuentes de una unidad real, aunque todavía parcial. Esto nos reconforta y nos impulsa a proseguir por esta senda. Estamos seguros de que a lo largo de este camino contaremos con el apoyo de la intercesión del Apóstol Andrés y de su hermano Pedro, considerados por la tradición como fundadores de las Iglesias de Constantinopla y de Roma. Pidamos a Dios el gran don de la plena unidad y la capacidad de acogerlo en nuestras vidas. Y nunca olvidemos de rezar unos por otros.


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BENDICIÓN ECUMÉNICA Y FIRMA DE UNA DECLARACIÓN CONJUNTA


Estambul
 

Domingo 30 de noviembre de 2014 



DECLARACIÓN COMÚN


Nosotros, el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, expresamos nuestra profunda gratitud a Dios por el don de este nuevo encuentro que, en presencia de los miembros del Santo Sínodo, del clero y de los fieles del Patriarcado Ecuménico, nos permite celebrar juntos la fiesta de san Andrés, el primer llamado y hermano del Apóstol Pedro. Nuestro recuerdo de los Apóstoles, que proclamaron la buena nueva del Evangelio al mundo mediante su predicación y el testimonio del martirio, refuerza en nosotros el deseo de seguir caminando juntos, con el fin de superar, en el amor y en la verdad, los obstáculos que nos dividen.


Durante nuestro encuentro en Jerusalén del mayo pasado, en el que recordamos el histórico abrazo de nuestros venerados predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, firmamos una declaración conjunta. Hoy, en la feliz ocasión de este nuevo encuentro fraterno, deseamos reafirmar juntos nuestras comunes intenciones y preocupaciones.


Expresamos nuestra resolución sincera y firme, en obediencia a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, de intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos. Además, queremos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Mixta Internacional que, instituida hace exactamente treinta y cinco años por el Patriarca Ecuménico Dimitrios y el Papa Juan Pablo II aquí, en el Fanar, está actualmente tratando las cuestiones más difíciles que han marcado la historia de nuestra división, y que requieren un estudio cuidadoso y detallado. Para ello, aseguramos nuestra ferviente oración como Pastores de la Iglesia, pidiendo a nuestros fieles que se unan a nosotros en la común invocación de que «todos sean uno,... para que el mundo crea» (Jn 17,21).


Expresamos nuestra preocupación común por la situación actual en Irak, Siria y todo el Medio Oriente. Estamos unidos en el deseo de paz y estabilidad, y en la voluntad de promover la resolución de los conflictos mediante el diálogo y la reconciliación. Si bien reconocemos los esfuerzos realizados para ofrecer ayuda a la región, hacemos al mismo tiempo un llamamiento a todos los que tienen responsabilidad en el destino de los pueblos para que intensifiquen su compromiso con las comunidades que sufren, y puedan, incluidas las cristianas, permanecer en su tierra nativa. No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años. Muchos de nuestros hermanos y hermanas están siendo perseguidos y se han visto forzados con violencia a dejar sus hogares. Parece que se haya perdido hasta el valor de la vida humana, y que la persona humana ya no tenga importancia y pueda ser sacrificada a otros intereses. Y, por desgracia, todo esto acaece por la indiferencia de muchos. Como nos recuerda san Pablo: «Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Esta es la ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que también hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre de los mártires ha sido siempre la semilla de la fuerza y la fecundidad de la Iglesia, así también el compartir los sufrimientos cotidianos puede ser un instrumento eficaz para la unidad. La terrible situación de los cristianos y de todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no sólo requiere nuestra oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional.


Los retos que afronta el mundo en la situación actual, necesitan la solidaridad de todas las personas de buena voluntad, por lo que también reconocemos la importancia de promover un diálogo constructivo con el Islam, basado en el respeto mutuo y la amistad. Inspirado por valores comunes y fortalecido por auténticos sentimientos fraternos, musulmanes y cristianos están llamados a trabajar juntos por el amor a la justicia, la paz y el respeto de la dignidad y los derechos de todas las personas, especialmente en aquellas regiones en las que un tiempo vivieron durante siglos en convivencia pacífica, y ahora sufren juntos trágicamente por los horrores de la guerra. Además, como líderes cristianos, exhortamos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el diálogo interreligioso y de hacer todo lo posible para construir una cultura de paz y la solidaridad entre las personas y entre los pueblos. También recordamos a todas las personas que experimentan el sufrimiento de la guerra. En particular, oramos por la paz en Ucrania, un país con una antigua tradición cristiana, y hacemos un llamamiento a todas las partes implicadas a que continúen el camino del diálogo y del respeto al derecho internacional, con el fin de poner fin al conflicto y permitir a todos los ucranianos vivir en armonía.


Tenemos presentes a todos los fieles de nuestras Iglesias en el todo el mundo, a los que saludamos, encomendándoles a Cristo, nuestro Salvador, para que sean testigos incansables del amor de Dios. Elevamos nuestra ferviente oración para que el Señor conceda el don de la paz en el amor y la unidad a toda la familia humana.


«Que el mismo Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros» (2 Ts 3,16).
 
El Fanar, 30 de noviembre de 2014.

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SALUDO A LOS JÓVENES ASISTIDOS POR LOS SALESIANOS


DISCURSO DEL SANTO PADRE


Catedral del Espíritu Santo, Estambul
Domingo 30 de noviembre de 2014



Queridos jóvenes


He deseado mucho este encuentro con ustedes. Hubiera querido encontrarme también con otros refugiados, pero no ha sido posible hacer de otra manera. Ustedes vienen de Turquía, Siria, Irak, y de otros países del Medio Oriente y de África. Están aquí en representación de cientos de otros jóvenes, muchos de ellos refugiados y desplazados, asistidos cotidianamente por los Salesianos. Quiero expresar mi participación en su sufrimiento y espero que mi visita, con la gracia del Señor, pueda darles un poco de consuelo en su difícil situación. Esta es la triste consecuencia de conflictos exasperados y de la guerra, que siempre es un mal y nunca es la solución de los problemas, sino que más bien crea otros.


Los refugiados, como ustedes, se encuentran a menudo carentes, a veces durante mucho tiempo, de los bienes primarios: vivienda digna, asistencia sanitaria, educación, trabajo. Tuvieron que abandonar no sólo bienes materiales, sino, principalmente, la libertad, la cercanía de los familiares, su entorno de vida y las tradiciones culturales. Las condiciones degradantes en las que muchos refugiados tienen que vivir son intolerables. Por eso es preciso hacer todo esfuerzo para eliminar las causas de esta realidad. Hago un llamamiento para una mayor convergencia internacional para resolver los conflictos que ensangrientan sus tierras de origen, para contrarrestar las otras causas que obligan a las personas a abandonar su patria y promover las condiciones que les permitan quedarse o retornar. Aliento a todos los que están trabajando generosa y lealmente por la justicia y la paz a no desanimarse. Me dirijo a los líderes políticos para que tengan en cuenta que la gran mayoría de sus poblaciones aspiran a la paz, aunque a veces ya no tienen la fuerza ni la voz para pedirla.


Muchas organizaciones están haciendo mucho por los refugiados; me alegra particularmente la obra eficaz de los numerosos grupos católicos, que ofrecen ayuda generosa a tantas personas necesitadas sin discriminación alguna. Deseo expresar vivo reconocimiento a las autoridades turcas por el gran esfuerzo realizado en la asistencia a los desplazados, especialmente los refugiados sirios e iraquíes, y por el compromiso real de intentar satisfacer sus exigencias. Espero también que no falte el apoyo necesario de la comunidad internacional.


Queridos jóvenes, no se desanimen. Es fácil decirlo... pero hagan un esfuerzo para no desanimarse. Con la ayuda de Dios, sigan esperando en un futuro mejor, a pesar de las dificultades y obstáculos que ahora están afrontando. La Iglesia Católica, a través de la valiosa labor de los Salesianos, les es cercana y, además de otras ayudas, les ofrece la oportunidad de cuidar su educación y su formación. Recuerden siempre que Dios no olvida a ninguno de sus hijos, y que los niños y los enfermos están más cerca del corazón del Padre.


Por mi parte, junto con toda la Iglesia, voy a seguir dirigiéndome con confianza al Señor, pidiéndole que inspire a los que ocupan puestos de responsabilidad, para que promuevan la justicia, la seguridad y la paz sin vacilación y de manera verdaderamente concreta. A través de sus organizaciones sociales y caritativas, la Iglesia permanecerá a su lado y seguirá apoyando su causa ante el mundo.


Que Dios los bendiga a todos ustedes. Recen por mí. Gracias.


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CONFERENCIA DE PRENSA DEL SANTO PADRE DURANTE EL VUELO DE REGRESO A ROMA


Domingo 30 de noviembre de 2014


(Padre Lombardi)

Santidad, muchas gracias por estar con nosotros, muchas gracias por este saludo tan cordial y amable que usted ha querido dirigirnos a todos, a cada uno de nosotros. Ahora pasamos a la segunda parte, cultural, esa con preguntas. Tenemos algunas personas que se han apuntado en lista y, en primer lugar ponemos a las dos colegas turcas, que están naturalmente interesadas, porque esperamos que las preguntas sean sobre el viaje. Es un viaje en el que se han hecho muchas cosas, por tanto, podemos profundizar sobre numerosos aspectos. Así que invito a Yasemin para que se acerque y haga la primera pregunta. Yasemin es de la televisión turca, ya ha hecho el viaje aquí con el Papa Benedicto, y se ha hecho experta en viajes de los Papas en Turquía.


(Yasemin Taskin)


Buenas noches, Santidad. Mi pregunta es ciertamente sobre el viaje. El Presidente Erdogan ha hablado de «islamofobia». Usted, naturalmente, se ha centrado más en una actual cristianofobia en Medio Oriente, en lo que sucede a los cristianos, a las minorías. Considerando también la llamada al diálogo interreligioso, ¿qué más se puede hacer? ¿Basta el diálogo interreligioso? ¿Se puede ir más allá? Y, en su opinión, ¿qué deben hacer los líderes mundiales? Se lo pregunto porque usted no es sólo el líder espiritual de los católicos, sino que se ha convertido ya en un líder moral global y, por tanto, también en este sentido me gustaría saber concretamente lo que se puede hacer, si se puede ir más lejos...


(Papa Francisco)


Me ha hecho preguntas que dan para escribir un libro... Quisiera decir algo sobre el diálogo interreligioso, la islamofobia y la cristianofobia: estas tres cosas.


Sobre la Islamofobia, es cierto que ante estos actos terroristas, no sólo en esta zona sino también en África, hay una reacción y se dice: «Si este es el Islam, me enfado con él». Y muchos, muchos musulmanes se sienten ofendidos, y dicen: «No, nosotros no somos así. El Corán es un libro de la paz, es un libro profético de paz. Esto no es el Islam». Yo entiendo esto, y creo que – al menos yo lo creo, sinceramente – no podemos decir que todos los musulmanes son terroristas: no se puede decir. Como no se puede decir que todos los cristianos son fundamentalistas, porque también nosotros los tenemos, en todas las religiones existen estos pequeños grupos. Yo le dije al presidente [Erdogan]: «Sería bueno que todos los líderes islámicos – sean líderes políticos, religiosos o académicos – hablaran claramente y condenasen esos actos, porque esto ayudaría a la mayoría del pueblo islámico a decir “no”; pero que lo oyera verdaderamente de la boca de sus líderes: el líder religioso, tantos intelectuales y líderes políticos». Esta fue mi respuesta. Porque todos necesitamos una condena mundial, también por parte de los islámicos, que tienen esa identidad, y que digan: «Nosotros no somos esos. El Corán no es esto». Este es el primer punto.


Cristianofobia: Es cierto. No quiero usar palabras un poco endulzadas, no. A los cristianos nos echan del Medio Oriente. A veces, como hemos visto en Irak, en la zona de Mosul, deben marcharse y dejarlo todo, o pagar una tasa, que luego no sirve... Y otras veces nos expulsan con guante blanco. Por ejemplo, una pareja en un Estado, el marido vive aquí, ella vive allí... No, que el marido venga a vivir con la mujer. No, no, que la mujer salga y deje libre la casa. Esto sucede en algunos países. Es como si quisieran que ya no haya cristianos, que no quede nada de cristiano. En esa zona sucede así. Es cierto, es un efecto del terrorismo, en el primer caso, pero cuando se hace diplomáticamente, con guante blanco, es porque hay algo más detrás, y esto no es bueno.


Y, en tercer lugar, el diálogo interreligioso. He tenido quizás la conversación más hermosa, la más hermosa en este sentido, con el Presidente de Asuntos Religiosos y su equipo. Ya cuando llegó el nuevo embajador de Turquía, hace un mes y medio, para entregar las Cartas Credenciales, vi a un hombre excepcional, un hombre de profunda religiosidad. Y también el Presidente de esta oficina era de la misma escuela. Y ellos dijeron algo hermoso: «Parece que ahora el diálogo interreligioso ha llegado a su fin. Hemos de dar un salto cualitativo, para que el diálogo interreligioso no se limite a cosas del tipo: ¿Cómo piensan ustedes esto?... Nosotros, esto... Tenemos que dar un salto cualitativo, tenemos que dialogar entre personas religiosas de diferentes pertenencias». Y esto es hermoso, porque son el hombre y la mujer que se encuentran con un hombre y una mujer e intercambian sus experiencias: no se habla sólo de teología, se habla de experiencia religiosa. Y esto sería un buen paso adelante. Me ha gustado mucho este encuentro. Es de alta calidad.


Volviendo a los dos primeros aspectos, sobre todo al de la islamofobia, siempre hay que distinguir entre lo que es la propuesta de una religión y el uso concreto que hace de ella un determinado gobierno. Tal vez dice: «Soy musulmán, soy judío, soy cristiano». Pero usted no gobierna su país como musulmán, ni como judío, ni como cristiano. Hay un abismo. Es preciso hacer esta distinción, pues muchas veces se utiliza el nombre, pero la realidad no es esa de la religión. No sé si he contestado.


(Yasemin Taskin)


Gracias, Santidad.


(Padre Lombardi)


Ha respondido muy ampliamente. Ahora, Esma [Cakir] quiere venir, es la segunda señora turca en este viaje. Es de la Agencia de información.


(Esma Cakir)


Buenas tardes, Santidad. ¿Cuál es el significado de aquel momento de oración tan intenso que ha tenido en la mezquita? ¿Ha sido para usted, Santo Padre, una manera de dirigirse a Dios? ¿Qué desea, en particular, compartir con nosotros?


(Papa Francisco)


He ido allí, a Turquía, he ido como peregrino, no como turista. Y he ido precisamente con el motivo principal de la fiesta de hoy: he ido justamente para compartirla con el Patriarca Bartolomé, un motivo religioso. Pero luego, cuando fui a la mezquita, no podía decir: «No, ahora soy un turista». No, todo era religioso. Y vi aquella maravilla. El muftí me explicaba bien las cosas, con tanta dulzura, y también con el Corán, donde se habla de María y Juan el Bautista, me explicaba todo... En aquel momento sentí la necesidad de orar. Y le dije: «¿Rezamos un poco?». «Sí, sí», dijo él». Y oré por Turquía, por la paz, por el muftí... por todos..., por mí, que lo necesito... Recé de verdad. Y recé sobre todo por la paz. Dije: «Señor, terminemos con la guerra». Así, fue un momento de oración sincera.


(Padre Lombardi)


Ahora pedimos a nuestro ortodoxo del equipo, Alexey Bukalov, uno de nuestros veteranos, que ha hecho tantos viajes: es ruso y ortodoxo. Y ha pedido hacer una pregunta, dado que ha sido una visita en la que han sido fundamentales las relaciones con los ortodoxos.


(Alexey Bukalov)
Gracias. Gracias, Padre Lombardi. Santidad, agradeciéndole todo lo que hace por el mundo ortodoxo, quisiera saber: Después de esta visita y de este extraordinario encuentro con el Patriarca de Constantinopla, ¿qué prospectivas hay de contactos con el Patriarcado de Moscú? Gracias.


(Papa Francisco)


El mes pasado, con motivo del Sínodo, vino como delegado del Patriarca Kirill, Hilarión. Quiso hablar conmigo, no como delegado al Sínodo, sino como Presidente de la Comisión para el diálogo ortodoxo-católico. Hablamos un poco.


Primero me referiré a toda la Ortodoxia, y luego «llegaré» a Moscú. Creo que con la Ortodoxia estamos en camino. Ellos tienen los sacramentos, la sucesión apostólica... estamos en camino. ¿Qué debemos esperar? ¿Que los teólogos se pongan de acuerdo? Nunca llegará ese día, se lo aseguro, soy escéptico. Los teólogos trabajan bien, pero me acuerdo de lo que se contaba sobre lo que Atenágoras había dicho a Pablo VI: «Nosotros vamos adelante solos y metamos a todos los teólogos en una isla, ¡que piensen! Creía que esto no era cierto, pero Bartolomé me ha dicho: «No, es verdad, lo dijo así». No se puede esperar: la unidad es un camino, un camino que se debe hacer, que se debe hacer juntos. Y este es el ecumenismo espiritual: orar juntos, trabajar juntos, tantas obras de caridad, tanto trabajo como hay... Enseñar juntos. Ir adelante juntos. Este es el ecumenismo espiritual. Luego está el ecumenismo de la sangre, cuando matan a los cristianos; tenemos tantos mártires, empezando por los de Uganda, canonizados hace 50 años: la mitad eran anglicanos, otra mitad católicos; pero aquellos [que los mataron] no decían: «Tú eres católico... Tú eres anglicano...». No: «Tú eres cristiano», y la sangre se mezcla. Este es el ecumenismo de la sangre. Nuestros mártires nos están gritando: «¡Somos uno! Ya tenemos la unidad, en el espíritu y también en la sangre». No sé si he contado aquí aquella anécdota de Hamburgo, el párroco de Hamburgo... ¿La he contado? Cuando yo estaba en Alemania tuve que ir a Hamburgo para hacer un bautismo. Y el párroco llevaba la causa de canonización de un sacerdote que había sido guillotinado por los nazis porque daba catequesis a los niños. A un cierto punto, al hacer ese estudio, descubrió que detrás de él, había un ministro luterano en la lista detrás de él, condenado a la guillotina por la misma razón. La sangre de los dos se había mezclado. Y este párroco fue al obispo y le dijo: «Yo no sigo con esta causa sólo para el sacerdote: o por los dos o por ninguno». Este es el ecumenismo de la sangre, que nos ayuda mucho, nos dice mucho. Y creo que debemos ir con valentía por este camino. Sí, compartir cátedras universitarias, ya se hace, pero adelante, vamos...


Voy a decir una cosa que tal vez alguno no puede entender, pero ... Las Iglesias orientales católicas tienen derecho a existir, es cierto. Pero uniatismo es una palabra de otra época. Hoy no se puede hablar así. Se debe encontrar otra vía.


Ahora, «aterricemos» en Moscú. Con el Patriarca Kirill... le he hecho saber, y él también está de acuerdo, el deseo de encontrarnos. Le dije: «Yo voy donde quiera. Usted me llama y yo voy»; y también él tenía el mismo deseo. Pero en los últimos tiempos, con el problema de la guerra, el pobre hombre tiene tantos problemas allí, que el viaje y el encuentro con el Papa han pasado a segundo plano. Pero ambos queremos encontrarnos y queremos seguir adelante. Hilarión ha propuesto, para una reunión de estudio que tiene esta Comisión, en la que preside la delegación de la Iglesia ortodoxa rusa, profundizar la cuestión del Primado, porque hay que seguir adelante con aquella pregunta de Juan Pablo II: «Ayúdenme a encontrar una forma de Primado en la que podamos estar de acuerdo». Esto es lo que puedo decirle. 


(Alexey Bukalov)


Gracias, Santidad.


(Papa Francisco)


Gracias a usted.


(Padre Lombardi)


Muchas gracias. Ahora llamamos a Mimmo Muolo, por el grupo italiano, periodista de «Avvenire».


(Mimmo Muolo)


Buenas tardes, Santidad.


(Papa Francisco)


¿Estás bien?


(Mimmo Muolo)


Bien, gracias. Santidad, me siento honrado de hacerle esta pregunta en nombre de los periodistas italianos. Me llamó la atención una frase que dijo esta mañana durante la Divina Liturgia: «Quiero asegurar a cada uno de ustedes que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia Católica no pretende imponer ninguna exigencia». Quisiera que explicase más esta frase, si es posible, y si se refería precisamente al problema del Primado, al que acaba aludir.


(Papa Francisco)


Esa no es una exigencia: es un acuerdo, porque también lo quieren ellos; es un acuerdo para encontrar una forma que sea más conforme con la de los primeros siglos. Una vez leí algo que me hizo pensar. Entre paréntesis, lo que siento más profundamente en este camino de la unidad es la homilía de ayer, sobre el Espíritu Santo. Sólo el camino del Espíritu Santo es el correcto, porque él es sorpresa, él nos hará ver dónde está el punto; es creativo... El problema – esto es tal vez una autocrítica, pero es más o menos lo que he dicho en las congregaciones generales antes del Cónclave – es que la Iglesia tiene el defecto, el hábito pecaminoso, de mirarse demasiado a sí misma, como si creyera tener su propia luz. Pero mira: la Iglesia no tiene luz propia. Debe mirar a Jesucristo. Los primeros Padres llamaban a la Iglesia «mysterium lunae», el misterio de la luna, ¿por qué? Porque da luz, pero no la propia, sino la que viene del sol. Y cuando la Iglesia se mira demasiado a sí misma, surgen las divisiones. Y esto es lo que ha pasado después del primer milenio. 
Hoy hablábamos en la mesa de un momento, de un lugar – no recuerdo cuál –, donde fue un cardenal a dar la excomunión del Papa al Patriarca: en aquel momento, la Iglesia se miró a sí misma. No ha mirado a Jesucristo. Y creo que todos estos problemas que surgen entre nosotros, entre los cristianos – hablo al menos de nuestra Iglesia Católica – se producen cuando se mira a sí misma, se convierte en autorreferencial. Hoy Bartolomé ha utilizado una palabra que no es «autorreferencial», pero se asemejaba bastante, muy bella. No la recuerdo ahora, pero muy hermosa, muy hermosa [el término, traducido al español, era «introversión»]. Ellos aceptan el Primado: en la Letanía de hoy han rezado por el «Pastor y Primado». ¿Cómo decían? «Ποιμένα καί Πρόεδρον», «El que preside...». Lo reconocen, lo han dicho hoy delante de mí. Pero, para la forma del Primado, tenemos que ir un poco al primer milenio para inspirarnos. No digo que la Iglesia se haya equivocado, no. Ha hecho su camino histórico. Pero ahora, el camino histórico de la Iglesia es el que pidió san Juan Pablo II: «Ayúdenme a encontrar un punto de acuerdo a la luz del primer milenio». El punto clave es este. Cuando se refleja en sí misma, la Iglesia renuncia a ser Iglesia para convertirse en una «ONG teológica».


(Padre Lombardi)


Gracias, Santidad. Ahora invitamos a nuestra amiga Irene Hernández Velasco, que es de «El Mundo», y que está en su último viaje, porque después se transfiere a París. A ella, pues, la palabra.


(Irene Hernández Velasco)


Gracias Santidad. Yo quería preguntarle sobre la histórica inclinación de ayer ante el Patriarca de Constantinopla. Me gustaría saber sobre todo cómo piensa hacer frente a las críticas de los que tal vez no entienden estos gestos de apertura, especialmente aquellos del ámbito un poco ultraconservador, que siempre miran con cierta sospecha estos gestos suyos de apertura.


(Papa Francisco)


Me atrevo a decir que esto no es sólo un problema nuestro, sino que también es un problema de ellos [los ortodoxos]. Tienen el problema de algunos monjes, algunos monasterios, que van por ese camino. Por ejemplo, un problema que se discute desde el tiempo del beato Pablo VI es la fecha de la Pascua. Y no nos ponemos de acuerdo. Porque hacerla en la fecha de la primera luna después del 14 de Nisán corre el peligro de que, con los años, va hacia adelante, hacia delante, y tendríamos el riesgo – nuestros nietos – de celebrarla en agosto. Y debemos buscar. El beato Pablo VI propuso una fecha fija, concordada: un domingo de abril. Bartolomé ha sido valiente, por ejemplo, en dos casos; recuerdo uno, pero hay otro. En Finlandia, dijo a la pequeña comunidad ortodoxa: «Celebren la Pascua con los luteranos, en la fecha de los luteranos», para que en un país de minoría cristiana no haya dos Pascuas. Pero también los católicos orientales. Una vez los escuché en la mesa, en la Via della Scrofa. Se preparaba la Pascua en la Iglesia Católica, y había un católico oriental que decía: «¡Oh, no, nuestro Cristo resucita un mes más tarde! Tu Cristo ¿resucita hoy?». Y el otro: «Tu Cristo es mi Cristo». La fecha de la Pascua es importante. Hay resistencia a esto, por su parte y por la nuestra. Estos grupos conservadores... Debemos ser respetuosos con ellos y no cansarnos de explicar, de catequizar, de dialogar, sin insultar, sin afearlos, sin denigrar. Porque no se puede descartar a una persona diciendo: «Este es un conservador». No. Este es un hijo de Dios como yo. Pero venga usted, hablemos. Si él no quiere hablar es problema suyo, pero yo tengo respeto. Paciencia, mansedumbre y diálogo.


(Padre Lombardi)


Gracias, Santidad. E invitamos a Patricia Thomas, de la AP, que pregunta en nombre del grupo americano. Es una gran viajera con el Papa, representa al pool de las televisiones americanas.


(Patricia Thomas)


¡Hola! Si me permite, quisiera hacerle una pregunta sobre el Sínodo. Durante el Sínodo ha habido un poco de polémica sobre el lenguaje, sobre cómo debería tratar la Iglesia a los homosexuales. El primer documento hablaba de acoger a los gay, y se expresó muy positivamente sobre ellos. ¿Está de acuerdo con este lenguaje?


(Papa Francisco)


En primer lugar voy a decir una cosa: Me gustaría que el tema principal de sus noticias fuera este viaje. Pero responderé, responderé, esté tranquila. Pero que esto no sea tal vez lo más éclatant: la gente necesita estar informada sobre el viaje. Pero responderé. El Sínodo es un camino, es un recorrido. Primero. Segundo: el Sínodo no es un parlamento. Es un espacio protegido para que pueda hablar el Espíritu Santo. Todos los días se tenía aquel briefing con el padre Lombardi y otros padres sinodales, que informaban sobre lo que se había dicho aquel día. Había algunas cosas contrastantes. Después, al final de estas intervenciones se hizo aquel borrador, que es la primera relatio. Esta fue luego el documento de trabajo para los grupos lingüísticos que han trabajado sobre ella, y sucesivamente dieron sus aportaciones, que se han hecho públicas: estaban en manos de todos los periodistas. Es decir, cómo este grupo lingüístico – inglés, español, francés, italiano – veía cada una de las diferentes partes de ella [primera relación]. Entre ellas, aquel pasaje que usted dice. Finalmente, todo volvió a la comisión redactora y esta comisión ha tratado de incluir todas las enmiendas. Permanece lo que es sustancial, pero todo tiene que reducirse, todo, todo. Y todo lo que quedó de sustancial está en la relación final. Pero la cosa no acaba ahí: también esta es una redacción provisional, porque se ha convertido en los «Lineamenta» para el próximo Sínodo. Este documento se ha enviado a las Conferencias Episcopales, que deberán discutirlo, enviar sus enmiendas; luego se hace otro «Instrumentum laboris» y, más tarde, otro Sínodo hará las suyas. Es un camino. Por eso no se puede tomar una opinión de una persona o un borrador. Debemos ver el Sínodo en su totalidad. Tampoco estoy de acuerdo – pero esta es una opinión mía, no quiero imponerla –, no estoy de acuerdo en que se diga: «Hoy este padre ha dicho esto, hoy este padre ha dicho aquello». No, se informe sobre lo que se ha dicho, pero no sobre quién lo ha dicho, porque – repito – no es un parlamento; el Sínodo, es un espacio eclesial protegido, y esta protección es para que el Espíritu Santo pueda actuar. Esta es mi respuesta.


(Padre Lombardi)


Gracias, Santidad. Ahora pasamos la palabra a Antoine-Marie Izoard, del grupo francés.


(Antoine-Marie Izoard)


Santidad, quisiera decir en primer lugar que las familias de Francia, los fieles, le están esperando con tanta alegría.


Usted ha conseguido pasar poco tiempo con los refugiados, esta tarde. Entonces, ¿por qué no ha sido posible durante este viaje visitar un campamento? Y también, ¿piensa que puede decirnos gentilmente si espera poder ir pronto a Irak?


(Papa Francisco)


Sí. Yo quería ir a un campamento, y el Dr. Gasbarri hizo todos los cálculos, hizo de todo, pero hacía falta un día más, y no era posible. No era posible por muchas razones, no sólo personales. Pedí entonces a los Salesianos que trabajan con los niños refugiados, que los trajeran. Y he estado con ellos antes de ir a visitar al Arzobispo armenio, enfermo en el hospital y luego, al final, al aeropuerto. Y he tenido un diálogo con ellos. Y aquí aprovecho la oportunidad para dar las gracias al gobierno turco: es generoso, es generoso. He olvidado el número de refugiados que tiene...


(Alberto Gasbarri)


Hay alrededor de un millón en todo el país.


(Papa Francisco)


¡Un millón! Pero usted sabe lo que significa un millón de personas que te vienen y hay que pensar en su salud, su alimentación, en dar una cama, una casa... Ha sido generoso. Y quiero agradecérselo públicamente. Y, ¿la otra pregunta?


(Antoine-Marie Izoard)


Irak.


(Papa Francisco)


Sí. Quiero ir a Irak. He hablado con el Patriarca Sako, he enviado al Cardenal Filoni, y por el momento no es posible. No es que yo no quiera ir. Es que, si en este momento fuera allí, esto crearía un problema bastante serio para las autoridades, de seguridad... Me gustaría mucho y lo quiero. Gracias.


(Padre Lombardi)


Todavía tenemos dos preguntas para terminar el giro que habíamos previsto. Thomas Jansen, por el grupo alemán, e Hiroshi Isida, el japonés. Invito a Thomas a venir.


(Thomas Jansen)


Santo Padre, hace unos días visitó el Parlamento Europeo en Estrasburgo, ¿habló también con el presidente Erdogan sobre la Unión Europea y la entrada de Turquía?


(Papa Francisco)


No, de este tema no hemos hablado con Erdogan. Es curioso: hablamos de muchas cosas, pero de esto no hemos hablado.


(Padre Lombardi)


Entonces, Hiroshi Ishida; vamos así a Asia.


(Hiroshi Ishida)


Santidad, tengo el placer de hacer la pregunta en nombre de los periodistas japoneses. Para mí, este viaje será el último en que podré seguirle, porque en enero volveré a Japón. Pero le esperaré con alegría el próximo año en Nagasaki con los fieles. Así que le preguntaré acerca de la «tercera guerra mundial» y las armas nucleares. Usted, durante la ceremonia que tuvo lugar en septiembre en Redipuglia, dijo que la tercera guerra mundial probablemente ya se combate «por partes» en todo el mundo. El próximo año será el 70 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, así como de la tragedia de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. En el mundo hay todavía muchas armas nucleares. ¿Qué piensa de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki, y cómo cree que nosotros, los seres humanos, deberíamos comportarnos con este tipo de armas nucleares y con la amenaza de la radiación? Gracias.


(Papa Francisco)


Debo decir dos cosas.


Primero: es una opinión personal, pero estoy convencido de que estamos viviendo una tercera guerra mundial por partes, por capítulos, por doquier. Detrás de esto hay enemistades, problemas políticos, problemas económicos – no sólo, sino que hay muchos, para salvar este sistema en el que el dios dinero está en el centro, y no la persona humana – y comerciales. El tráfico de armas es terrible, es uno de los negocios más fuertes en este momento. Y por eso creo que se multiplica esta realidad, porque se dan las armas. Pienso al año pasado, en septiembre, cuando se dijo que Siria tenía armas químicas. No creo que Siria fuera capaz de producir armas químicas. ¿Quién se las ha vendido? ¿Tal vez algunos de los mismos que la acusaban de tenerlas? No lo sé. Pero en este negocio de las armas hay mucho misterio.


Segundo: La energía atómica. Es cierto: el ejemplo de Hiroshima y Nagasaki... La humanidad no ha aprendido, no ha aprendido. Es incapaz de aprender lo elemental en este tema. Dios nos ha dado el mundo creado para que nosotros hiciéramos de esta «in-cultura» primordial una «cultura». Podemos llevarla adelante. Y el hombre lo ha hecho, y ha llegado también a la energía nuclear, que puede servir para muchas cosas, pero la utiliza también para destruir la creación, la humanidad. Y esto se convierte en una segunda forma de «in-cultura»: aquella in-cultura primordial que el hombre tenía que transformar en cultura se convierte en otra in-cultura, la segunda. Y esta es una in-cultura – no quiero decir el fin del mundo –, pero una in-cultura terminal. Entonces se deberá recomenzar de nuevo, y es terrible cómo esas dos ciudades han tenido que recomenzar de la nada.


(Padre Lombardi)


Vamos a hacer una última pregunta con Giansoldati, que se había inscrito por el grupo italiano y después concluimos.


(Franca Giansoldati)


Santidad, acaba de terminar este viaje a Turquía. No he oído nada sobre los armenios. El próximo año será el centenario del genocidio de los armenios y el gobierno turco tiene una posición negacionista. Quisiera saber qué piensa de esto. Y ha hablado antes del martirio de sangre, que recuerda directamente lo que ocurrió aquí y que ha costado la vida a un millón y medio de personas.


(Papa Francisco)


Gracias. Hoy fui al hospital a visitar al arzobispo armenio que está allí, enfermo desde hace tiempo, mucho tiempo. En este viaje he tenido contactos con los armenios. El año pasado el gobierno turco ha tenido un gesto: el entonces primer ministro Erdogan escribió una carta sobre el recuerdo de este episodio; una carta que algunos consideraron demasiado débil, pero que era – a mi juicio – un gesto, no sé si grande o pequeño, de tender una mano. Y esto es siempre positivo. Y puedo tender una mano, extendiéndola más o menos, esperando a ver qué me dice el otro para no meterme en apuros. Esto fue lo que hizo entonces el primer ministro. Una cosa que me preocupa mucho es la frontera turco-armenia: si se pudiera abrir esa frontera, sería algo muy hermoso. Sé que hay problemas geopolíticos en la zona que no facilitan la apertura de esa frontera. Pero debemos orar por la reconciliación de los pueblos. También sé que hay buena voluntad por ambas partes – así lo creo –, y tenemos que ayudar para que esto se consiga. Para el próximo año se han previsto muchos actos conmemorativos de este centenario, pero esperamos que se llegue por un camino de pequeños gestos, de pequeños pasos de acercamiento. Esto es lo que yo diría en este momento. Gracias.


(Padre Lombardi)


Muchas gracias, Santidad. Gracias por esta amplia conferencia, por esta conversación sumamente serena, que, debo decir, nos ha dado a todos una gran alegría y una gran paz. Para concluir, quisiera preguntarle sólo si dice unas palabras de saludo para la KTO, que es la televisión católica francesa, que celebra sus 15 años de vida.


(Papa Francisco)


La KTO... Un cordial saludo, un afectuoso saludo y mis mejores deseos de que vaya adelante para ayudar a entender bien lo que sucede en el mundo. Felicidades, y que el Señor los bendiga.


Y les agradezco su amabilidad, y por favor, no se olviden de rezar por mí. Lo necesito. Gracias.


(Padre Lombardi)


Muchas gracias a usted, Santidad, de verdad, por este regalo.


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