miércoles, 3 de julio de 2013

FRANCISCO: Mensajes (Junio 11 y 8) y (Mayo 30)

AUDIOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO A UN GRUPO DE INVIDENTES



Queridos amigos:


Os saludo con afecto. Sé que estáis reunidos en Tirrenia en un tiempo de estancia, y que algunos de vosotros habríais querido venir a Roma. Gracias a las técnicas modernas ¡puedo ir yo a vosotros! Os agradezco vuestra estima, vuestro afecto y sobre todo vuestras oraciones.


El Evangelio nos dice que Jesús tuvo una atención particular por los ciegos. Curó a muchos de ellos, junto a tantos otros enfermos. Pero la curación de la persona privada de la vista tiene un especial significado simbólico: representa el don de la fe. Y es un signo que se refiere a todos, porque todos tenemos necesidad de la luz de la fe para andar en el camino de la vida. Por eso el Bautismo, que es el primer sacramento de la fe, antiguamente era llamado también «iluminación».


Pido al Señor que renueve en cada uno de vosotros el don de la fe, a fin de que en vuestro espíritu esté siempre la luz de Dios, la luz del amor, que da sentido a nuestra vida, la ilumina, nos da esperanza y nos hace ser buenos y disponibles hacia nuestros hermanos.
Deseo todo bien para vuestra asociación, la Unione italiana dei ciechi e degli ipovedenti. Difundid siempre la cultura del encuentro, de la solidaridad, de la acogida a las personas con discapacidad, no sólo pidiendo las justas previsiones, sino favoreciendo su participación activa en la vida de la sociedad.


Os encomiendo a todos a la protección de María Santísima, Nuestra Madre. Os pido que oréis por mí y por mi servicio a la Iglesia, y os bendigo de corazón, junto a vuestros seres queridos.

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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA INICIATIVA
«DIEZ PLAZAS PARA DIEZ MANDAMIENTOS»



Sábado 8 de junio de 2013


¡Buenas tardes a todos!


Me complace unirme a vosotros que participáis, en las plazas principales de Italia, en esta relectura de los diez Mandamientos. Un proyecto denominado «Cuando el amor da sentido a tu vida...», sobre el arte de vivir a través de los diez Mandamientos que Dios dio no sólo a Moisés, sino también a nosotros, a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Gracias a los responsables de la Renovación en el Espíritu Santo —son buenos estos de la Renovación en el Espíritu Santo, ¡felicidades!— que han organizado esta admirable iniciativa en colaboración con el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización y con la Conferencia episcopal italiana. Gracias a todos aquellos que con generosidad contribuyen a la realización de este proyecto especial en el Año de la fe


Preguntémonos entonces: ¿Qué sentido tienen para nosotros estas diez palabras? ¿Qué dicen a nuestro tiempo inquieto y confundido que parece querer prescindir de Dios?
Los diez Mandamientos son un don de Dios. La palabra: «Mandamiento» no está de moda; al hombre de hoy le recuerda algo negativo, la voluntad de alguien que impone límites, que pone obstáculos en la vida. Lamentablemente la historia, incluso reciente, está marcada por tiranías, por ideologías, por lógicas que han impuesto y oprimido, que no han buscado el bien del hombre, sino el poder, el éxito, el beneficio. Pero los diez Mandamientos vienen de un Dios que nos ha creado por amor, de un Dios que ha establecido una alianza con la humanidad, un Dios que quiere sólo el bien del hombre. ¡Confiemos en Dios! ¡Fiémonos de Él! Los diez Mandamientos nos indican un camino a seguir, y constituyen también una especie de «código ético» para la construcción de sociedades justas, a medida del hombre. ¡Cuánta desigualdad en el mundo! ¡Cuánta hambre de comida y de verdad! ¡Cuánta pobreza moral y material se deriva del rechazo de Dios y de poner en su lugar a tantos ídolos! Dejémonos guiar por estas diez Palabras que iluminan y orientan a quien busca paz, justicia y dignidad.


Los diez Mandamientos indican un camino de libertad, que encuentra plenitud en la ley del Espíritu escrita no en tablas de piedra, sino en el corazón (cf. 2 Co 3, 3): ¡Aquí están escritos los diez Mandamientos! Es fundamental recordar cuando Dios da al pueblo de Israel, por medio de Moisés, los diez Mandamientos. En el mar Rojo el pueblo había experimentado la gran liberación; había tocado con su mano el poder y la fidelidad de Dios, del Dios que hace libres. Ahora, Dios mismo, en el Monte Sinaí indica a su pueblo y a todos nosotros el itinerario para permanecer libres, un camino que está grabado en el corazón del hombre, como una ley moral universal (cf. Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-22). No debemos ver los diez Mandamientos como limitaciones a la libertad, no, no es esto, sino que debemos verlos como indicaciones para la libertad. No son limitaciones, sino ¡indicaciones para la libertad! Ellos nos enseñan a evitar la esclavitud a la que nos reducen tantos ídolos que construimos nosotros mismos —lo hemos experimentado muchas veces en la historia y lo experimentamos también hoy—. Ellos nos enseñan a abrirnos a una dimensión más amplia que la material, a vivir el respeto por las personas, venciendo la codicia de poder, de posesión, de dinero, a ser honestos y sinceros en nuestras relaciones, a custodiar toda la creación y nutrir nuestro planeta de ideales altos, nobles, espirituales. Seguir los diez Mandamientos significa ser fieles a nosotros mismos, a nuestra naturaleza más auténtica y caminar hacia la libertad auténtica que Cristo enseñó en las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-12.17; Lc 6, 20-23).


Los diez Mandamientos son una ley de amor. Moisés subió al monte para recibir de Dios las tablas de la Ley. Jesús realiza el camino opuesto: el Hijo de Dios se abaja, desciende en nuestra humanidad para indicarnos el sentido profundo de estas diez Palabras: Ama al Señor con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y al prójimo como a ti mismo (cf. Lc 10, 27). Este es el sentido más profundo de los diez Mandamientos: el mandamiento de Jesús que lleva consigo todos los mandamientos, el Mandamiento del amor. Por ello digo que los diez Mandamientos son Mandamientos de amor. Aquí está el corazón de los diez Mandamientos: el Amor que viene de Dios y que da sentido a la vida, amor que nos hace vivir no como esclavos, sino como verdaderos hijos, amor que anima todas las relaciones: con Dios, con nosotros mismos —a menudo lo olvidamos— y con los demás. La verdadera libertad no es seguir nuestro egoísmo, nuestras ciegas pasiones, sino la de amar, escoger aquello que es un bien en cada situación. Los diez Mandamientos no son un himno al «no», se refieren al «sí». Un «sí» a Dios, el «sí» al Amor, y puesto que digo «sí» al Amor, digo «no» al no Amor, pero el «no» es una consecuencia de ese «sí» que viene de Dios y nos hace amar.


¡Redescubramos y vivamos las diez Palabras de Dios! Digamos «sí» a estos «diez caminos de amor» perfeccionados por Cristo, para defender al hombre y guiarle a la ¡verdadera libertad! Que la Virgen María nos acompañe en este camino. De corazón imparto mi Bendición a vosotros, a vuestros seres queridos y a vuestras ciudades. ¡Gracias a todos!


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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL DE ALEMANIA
[COLONIA, 5-9 DE JUNIO DE 2013]


A los queridos hermanos
el Cardenal Joachim Meisner
Arzobispo de Colonia;
Monseñor Robert Zollitsch
Presidente de la Conferencia Episcopal Alemana



Bajo el lema «Señor, ¿a quién iremos?» (Jn 6, 68) se reúnen en estos días los católicos de Alemania, así como los fieles provenientes de países vecinos con ocasión del Congreso eucarístico nacional en Colonia. El acontecimiento se integra dentro de una larga tradición de veneración de la Eucaristía presente en esta ciudad, una de las primeras en celebrar, a partir del siglo XIII, la fiesta de Corpus Christi con la procesión del Santísimo Sacramento, y sede de un Congreso eucarístico mundial en 1909. De modo que envío gustosamente desde Roma al cardenal Paul Josef Cordes como mi enviado especial para manifestar mi viva comunión espiritual con los católicos alemanes, y para expresar la comunión universal de la Iglesia. Que el Padre celestial done a todos los participantes abundantes frutos de gracia de la adoración al Cristo eucarístico.


«Señor, ¿a quién iremos?». Con tal pregunta, ante la incomprensión de muchos oyentes de Cristo, que querrían aprovecharse de forma egoísta de Él, san Pedro se hace portavoz de los seguidores fieles. Los discípulos no se detienen en la complacencia mundana de aquellos que se han saciado (cf. Jn 6, 26) y que sin embargo, se afanan por el alimento que no dura (cf. Jn 6, 27). Pedro, ciertamente, también conoce el hambre; durante mucho tiempo no había encontrado el alimento que pudiera saciarle. Después entró en relación con el hombre de Nazaret. Le siguió. Ahora él conoce a su Maestro no sólo porque oyó hablar de Él. En las relaciones cotidianas con Él fue creciendo una confianza sin reservas. Ésta es la fe en Jesús; y no sin razón Pedro espera del Señor la deseada vida en abundancia (cf. Jn 10, 10).


«Señor, ¿a quién iremos?». También nosotros, miembros de la Iglesia de hoy, nos hacemos esta pregunta. Aunque ésta es quizás más titubeante en nuestra boca que en labios de Pedro, nuestra respuesta, como la del Apóstol, sólo puede ser la persona de Jesús. Ciertamente Él vivió hace dos mil años. Sin embargo nosotros le podemos encontrar en nuestro tiempo cuando escuchamos su Palabra y estamos cerca de Él, de un modo único, en la Eucaristía. El Concilio Vaticano II la llama «acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia» (Sacrosantum Concilium, 7). ¡Que en nosotros la santa misa no caiga en una routine superficial! ¡Que alcancemos cada vez más su profundidad! Es precisamente ella la que nos introduce en la inmensa obra de salvación de Cristo, la que afina nuestra vida espiritual para alcanzar su amor: su «profecía en acto» con la cual, en el Cenáculo dio inicio al don de Sí mismo en la cruz; su victoria irrevocable sobre el pecado y sobre la muerte, que anunciamos con orgullo y de un modo alegre. «Es necesario aprender a vivir la santa misa», dijo un día el beato Juan Pablo II en un seminario romano, a los jóvenes que le preguntaron por el recogimiento profundo con el que celebraba (Visita al Colegio pontificio germánico húngaro, 18 de octubre de 1981). «¡Aprender a vivir la santa misa!». A esto nos ayuda, nos introduce, estar en adoración delante del Señor eucarístico en el sagrario y recibir el sacramento de la reconciliación.


«Señor, ¿a quién iremos?». Esta pregunta la plantean, en definitiva, algunos contemporáneos, que —lúcidamente o con una idea todavía oscura— van en busca del Padre de Jesucristo. A ellos el Redentor les quiere salir al encuentro a través de nosotros, quienes, gracias al bautismo, llegamos a ser sus hermanos y hermanas, y que, en la Eucaristía, recibimos la fuerza para llevar junto a Él su misión de salvación. Debemos anunciarles con nuestra vida y con nuestras palabras aquello que hemos reconocido junto a Pedro y los demás apóstoles: «Señor, tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Nuestro testimonio les inflamará así como nosotros hemos sido inflamados por Cristo. Todos nosotros, obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos, tenemos la tarea de llevar a Dios al mundo y el mundo a Dios.


Encontrar a Cristo, confiarse a Cristo, anunciar a Cristo —son los pilares de nuestra fe, que se centran, siempre de nuevo, en el punto focal de la Eucaristía. La celebración del Congreso eucarístico, durante este Año de la fe, anuncia con renovada alegría y certeza: el Señor de la Iglesia vive en ella. Con mi cordial saludo imparto de corazón a todos vosotros la bendición apostólica.


Vaticano, 30 de Mayo de 2013, Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo



Franciscus PP



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