sábado, 15 de agosto de 2015

FRANCISCO: Ángelus en la Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María

CIUDAD DEL VATICANO ( - Agosto 15 de 2015).  A las 12.00 horas de este sábado, Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, el Papa FRANCISCO desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano ha rezado el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

Este es el texto íntegro de la oración mariana:


Queridos hermanos y hermanas, buenos días y ¡buena fiesta de la Virgen!


Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más importantes dedicadas a la Bienaventurada Virgen María: la fiesta de su Asunción. Al término de su vida terrena, la Madre de Cristo subió en alma y cuerpo al Cielo, es decir, en la gloria de la vida eterna, en la plena comunión con Dios.

La página del Evangelio de hoy (Lc 1,39-56) nos presenta a María que, inmediatamente después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, se dirige a ver a la anciana pariente Isabel, ella también milagrosamente espera un hijo. En este encuentro lleno del Espíritu Santo, María expresa su alegría con el cántico del Magnificat, poque ha tomado plena conciencia de las grande cosas que se están realizando en su vida: por medio de ella llega al cumplimiento toda la espera de su pueblo.

Pero el Evangelio nos muestra cual es el motivo más verdadero de la grandeza de María y de su beatitud: el motivo y la fe. De hecho Isabel la saluda con estas palabras: «Feliz de tí que has creído en lo que el Señor te ha dicho» (Lc 1,45). La fe es el corazón de toda la historia de María: ella sabe – y lo dice – que en la historia pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios. Pero, María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con misericordia, con premura, derribando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en la tramas de sus corazones. Esta es la fe de nuestra Madre, esta es la fe de María! 

El Cántico de Virgen nos permite intuir el sentido cumplido de la vivencia de María: si la misericordia del Señor es el motor de la historia, ahora no puede «conocer la corrupción del sepulcro aquella que ha generado el Señor de la vida» (Prefacio). Todo esto no se relaciona solo con María. Las “grandes cosas” hechas en ella por el Omnipotente nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje en la vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre. Nuestra vida, vista a la luz de María asunta en el Cielo, no es un deambular sin sentido, sino un peregrinaje que, aún con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene una meta secura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor. Es bello pensare esto: que nosotros tenemos un Padre que nos espera con amor, y que nuestra Madre María está allá arriba y nos espera con amor.

En tanto, mientras transcurre la vida, Dios hace resplandecer «para su pueblo, peregrino en la tierra, un signo de consolación y de segura esperanza» (ibid.). Aquel signo tiene un rostro, y aquel signo tiene un nombre: el rostro luminoso de la Madre del Señor, el nombre bendito de María, la llena de gracia, porque ha creído en la palabra del Señor: ¡la gran creyente! Come miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la alegría de la nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo sobre la cruz y, mediante el Bautismo, somos insertados en tal misterio de salvación. 

Hoy todos juntos rezamos, para que, mientras se desnuda nuestra camino sobre esta tierra, ella dirija a nosotros sus ojos misericordiosos, nos esclarezca la entrada, nos indique la meta, y nos muestre después de este exilio a Jesús, el fruto bendito de su vientre. Y decimos juntos: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

Después del Ángelus  

Queridos hermanos y hermanas,

Mi pensamiento va, en este momento, a la población de la ciudad de Tianjin, en China septentrional, donde algunas explosiones en el área industrial han causado numerosos muertos y heridos y grandes daños. Aseguro mi oración para cuantos han perdido la vida y para todas las personas afectadas por este desastre; que el Señor les de alivio y apoyo a cuantos están comprometidos para aliviar su sufrimiento.

¡Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de diversos Países! Le confío al maternal cuidad de nuestra Madre, que vive en la gloria di Dio y siempre acompaña nuestro camino.

Y como sería bello que hoy vosotros pudiérais ir a visitar a la Virgen, la Salus Populi Romani, a Santa María la Mayor: sería un bello gesto.

Les agradezco ha hayan venido y les deseo una buena fiesta de la Virgen. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!



(Traducción del original italiano: )