CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com - Agosto 5 de 2015). A las 18:00 horas de ayer martes, el Papa FRANCISCO se encontró en la Plaza de San Pedro con miles de Monaguillos provenientes de una veintena de Países como Austria, Alemania, Francia, Portugal, Suiza, Hungría, Serbia e Italia, participantes en la Peregrinación Internacional a Roma que tiene lugar esta semana y cuyo lema es “Aquí estoy, mándame” (3-6 de agosto de 2015).
Después del saludo del Obispo de Zrenjanin (Serbia), Monseñor Ladislav Nemet,
Presidente de la Unión Internacional de Monaguillos, a las 18:30 horas se rezaron las Vísperas y el Santo Padre les dirigió el siguiente discurso:
Queridos monaguillos
Agradezco vuestra presencia tan numerosa,
que ha desafiado el sol romano de agosto. Agradezco al Obispo Nemet,
vuestro Presidente, las palabras con las que ha introducido este
encuentro. Os habéis puesto en camino desde diversos países para
peregrinar a Roma, el lugar del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo.
Es importante ver que la proximidad y la familiaridad con Jesús en la
Eucaristía sirviendo el altar se convierte también en una oportunidad
para abrirse a los demás, para caminar juntos, para marcarse metas
comprometidas y encontrar la fuerza para alcanzarlas. Es fuente de
verdadera alegría reconocerse pequeño y débil, pero saber que, con la
ayuda de Jesús, podemos ser revestidos de fuerza y emprender un gran
viaje en la vida a su lado.
También el profeta Isaías descubre
esta verdad, a saber, que Dios purifica sus intenciones, perdona sus
pecados, sana su corazón y lo hace idóneo para llevar a cabo una tarea
importante, la de llevar al pueblo la palabra de Dios, convirtiéndose en
un instrumento de la presencia y de la misericordia divina. Isaías
descubre que, poniéndose confiadamente en manos del Señor, toda su vida
se transformará.
El pasaje bíblico que hemos escuchado nos habla
precisamente de esto. Isaías tiene una visión que le permite percibir la
majestad del Señor, pero, al mismo tiempo, le revela que él, aun
revelándose, sigue estando muy distante.
Isaías descubre con
asombro que Dios es quien da el primer paso, el primero en acercarse; se
da cuenta de que la acción divina no se ve obstaculizada por sus
imperfecciones, que únicamente la benevolencia divina es lo que le hace
idóneo para la misión, transformándole en una persona totalmente nueva
y, por tanto, capaz de responder a su llamada y decir: «Aquí estoy,
mándame» (Is 6,8).
Hoy, vosotros sois más afortunados que
el Profeta Isaías. En la Eucaristía y en los demás sacramentos
experimentáis la íntima cercanía de Jesús, la dulzura y la eficacia de
su presencia. No encontráis a Jesús en un inalcanzable trono alto y
elevado, sino en el pan y el vino eucarísticos, y su palabra no hace
vibrar las paredes, sino las fibras del corazón. Al igual que Isaías,
cada uno de vosotros descubre también que Dios, aunque en Jesús se hace
cercano y se inclina sobre vosotros con amor, sigue siendo siempre
inmensamente más grande y permanece más allá de nuestra capacidad de
comprender su íntima esencia.
Como Isaías, también vosotros tenéis la
experiencia de que la iniciativa es siempre de Dios, porque es él quien
os ha creado y querido. Es él quien, en el bautismo, os ha hecho
criaturas nuevas, y es siempre él quien espera pacientemente la
respuesta a su iniciativa y el que ofrece el perdón a todo el que se lo
pida con humildad.
Si no ponemos resistencia a su acción, él
tocará nuestros labios con la llama de su amor misericordioso, como lo
hizo con el profeta Isaías, y esto nos hará aptos para acogerlo y
llevarlo a nuestros hermanos. Como Isaías, también a nosotros se nos
invita a no permanecer cerrados en nosotros mismos, custodiando nuestra
fe en un depósito subterráneo en el que nos retiramos en los momentos
difíciles. Estamos llamados más bien a compartir la alegría de
reconocerse elegidos y salvados por la misericordia de Dios, a ser
testigos de que la fe es capaz de dar un nuevo rumbo a nuestros pasos,
que ella nos hace libres y fuertes para estar disponibles y aptos para
la misión.
Qué bello es descubrir que la fe nos hace salir de
nosotros mismos, de nuestro aislamiento y que, precisamente rebosantes
de la alegría de ser amigos de Cristo, el Señor, nos mueve hacia los
demás, convirtiéndonos naturalmente en misioneros.
Vosotros,
queridos monaguillos, cuanto más cerca estéis del altar, tanto más os
recordaréis de dialogar con Jesús en la oración cotidiana, más os
alimentaréis de la Palabra y del Cuerpo del Señor y seréis más capaces
de ir hacia el prójimo llevándole el don que habéis recibido, dándole a
su vez con entusiasmo la alegría que se os ha dado.
Gracias por
vuestra disponibilidad de servir en el altar del Señor, haciendo de este
servicio una cancha de educación en la fe y en el amor al prójimo.
Gracias por haber iniciado también vosotros a responder al Señor como el
profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8).
(Fuente: http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2015/08/04/0599/01289.html)