DISCURSO DEL SANTO
PADRE BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO ESPAÑOL DE ROMA
Palacio Apostólico Vaticano
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO ESPAÑOL DE ROMA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 10 de Mayo de 2012
Jueves 10 de Mayo de 2012
Señores cardenales,
Venerados hermanos en el episcopado,
Querido señor rector, superiores, religiosas,
alumnos del Pontificio Colegio Español de San José de Roma.
Venerados hermanos en el episcopado,
Querido señor rector, superiores, religiosas,
alumnos del Pontificio Colegio Español de San José de Roma.
Es para mí un motivo de alegría recibiros en la conmemoración de los cincuenta
años de la sede actual del Pontificio Colegio Español de San José, y
precisamente en la memoria litúrgica de san Juan de Ávila, patrono del clero
secular español, y al que próximamente declararé Doctor de la Iglesia universal.
Saludo al señor cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y
presidente de la Conferencia Episcopal Española, al que agradezco sus amables
palabras, así como a los señores arzobispos miembros del Patronato, al señor
rector, a los formadores, religiosas y a vosotros, queridos alumnos.
Esta efeméride marca una relevante etapa del ya dilatado itinerario de este convictorio, que
comenzó a finales del siglo diecinueve, cuando el beato Manuel Domingo y Sol,
fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, se lanzó a la
aventura de crear un colegio en Roma, con la bendición de mi venerado
predecesor, León XIII, y el interés del episcopado español.
Por vuestro colegio han pasado miles de seminaristas y sacerdotes que han
servido a la Iglesia en España con amor entrañable y fidelidad a su misión. La
formación específica de los sacerdotes es siempre una de las mayores prioridades
de la Iglesia. Al ser enviados a Roma para profundizar en vuestros estudios
sacerdotales debéis pensar sobre todo, no tanto en vuestro bien particular,
cuanto en el servicio al pueblo santo de Dios, que necesita pastores que se
entreguen al hermoso servicio de la santificación de los fieles con alta
preparación y competencia.
Pero recordad que el sacerdote renueva su vida y saca fuerzas para su
ministerio
de la contemplación de la divina Palabra y del diálogo intenso con el
Señor. Es
consciente de que no podrá llevar a Cristo a sus hermanos ni
encontrarlo en los
pobres y en los enfermos, si no lo descubre antes en la oración
ferviente y
constante. Es necesario fomentar el trato personal con Aquel al que
después se anuncia,
celebra y comunica. Aquí está el fundamento de la espiritualidad
sacerdotal,
hasta llegar a ser signo transparente y testimonio vivo del Buen Pastor.
El itinerario de la formación sacerdotal es, también, una escuela de
comunión
misionera: con el Sucesor de Pedro, con el propio obispo, en el propio
presbiterio, y siempre al servicio de la Iglesia particular y universal.
Queridos sacerdotes, que la vida y doctrina del Santo Maestro Juan de
Ávila
iluminen y sostengan vuestra estancia en el Pontificio Colegio Español
de San
José. Su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, de los santos
padres, de
los concilios, de las fuentes litúrgicas y de la sana teología, junto
con su
amor fiel y filial a la Iglesia, hizo de él un auténtico renovador, en
una época
difícil de la historia de la Iglesia. Precisamente por ello, fue «un
espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la
sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa
espiritualidad» (Pablo VI,
Homilía durante la canonización de san Juan de
Ávila, 31 mayo 1970).
La enseñanza central del Apóstol de Andalucía es el misterio de Cristo,
Sacerdote y Buen Pastor, vivido en sintonía con los sentimientos del Señor, a
imitación de san Pablo (cf. Flp 2,5). «En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los
deseos y oración con Él» (Tratado sobre el sacerdocio,10). El sacerdocio
requiere esencialmente su ayuda y amistad: «Esta comunicación del Señor con el sacerdote… es trato de amigos», dice el
Santo (ibíd., 9).
Animados por las virtudes y el ejemplo de san Juan de Ávila, os invito, pues, a
ejercer vuestro ministerio presbiteral con el mismo celo apostólico que lo
caracterizaba, con su misma austeridad de vida, así como con el mismo afecto
filial que tenía a la santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes.
Bajo la entrañable advocación de «Mater clementissima», han sido innumerables los alumnos que han confiado a ella su vocación, sus
estudios, sus afanes y proyectos más nobles, como también sus tristezas y
preocupaciones. No dejéis de invocarla cada día, ni os canséis de repetir su
nombre con devoción. Escuchad a san Juan de Ávila, cuando exhortaba a los
sacerdotes a imitarla: «Mirémonos, padres, de pies a cabeza, alma y cuerpo, y nos veremos hechos
semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su
vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración» (Plática
1ª a los sacerdotes). La Madre de Cristo es modelo de aquel amor que lleva a
dar la vida por el Reino de Dios, sin esperar nada a cambio.
Que, bajo el amparo de Nuestra Señora, la comunidad del Pontificio Colegio
Español de Roma pueda seguir cumpliendo sus objetivos de profundización y
actualización de los estudios eclesiásticos, en el clima de honda comunión
presbiteral y alto rigor científico que lo distingue, con vistas a realizar, ya
desde ahora, la íntima fraternidad pedida por el concilio Vaticano II «en virtud
de la común ordenación sagrada y de la común misión» (Lumen gentium, 28).
Así se formarán pastores que, como reflejo de la vida de Dios Amor, uno y trino,
sirvan a sus hermanos con rectitud de intención y total dedicación, promoviendo
la unidad de la Iglesia y el bien de toda la sociedad humana.
Con estos sentimientos, os imparto una especial Bendición Apostólica, que
complacido hago extensiva a vuestros familiares, comunidades de origen y a
cuantos colaboran en vuestro itinerario formativo durante vuestra estancia en
Roma. Muchas gracias.
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SALUDO DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
UNA DELEGACIÓN DEL CONGRESO JUDÍO LATINOAMERICANO
UNA DELEGACIÓN DEL CONGRESO JUDÍO LATINOAMERICANO
Palacio Apostólico Vaticano
Sala de los Papas
Jueves 10 de Mayo de 2012
Jueves 10 de Mayo de 2012
Queridos amigos judíos:
Mucho me complace dar la bienvenida a esta delegación del Congreso
Judío Latinoamericano. Nuestro encuentro es particularmente significativo,
pues ustedes son el primer grupo que representa a organizaciones y comunidades
judías en América Latina con el que me he encontrado aquí en el Vaticano. En
toda Latinoamérica hay comunidades judías dinámicas, especialmente en Argentina
y Brasil, que viven junto a una gran mayoría de católicos. A partir de los años
del Concilio Vaticano II, las relaciones entre judíos y católicos se han
fortalecido también en su región, y hay diversas iniciativas que siguen
profundizando la mutua amistad.
Como ustedes saben, el próximo mes de octubre se celebra el
cincuentenario del comienzo del Concilio Vaticano II, cuya Declaración
Nostra
Aetate sigue siendo la base y guía en nuestros esfuerzos por promover mayor
comprensión, respeto y cooperación entre nuestras dos comunidades. Esta
Declaración no sólo asumió una neta posición contra toda forma de antisemitismo,
sino que sentó también las bases para una nueva valoración teológica de la
relación de la Iglesia con el judaísmo, y manifestó su confianza en que el
aprecio de la herencia espiritual compartida por judíos y cristianos llevaría a
una comprensión y estima mutua cada vez mayor (n. 4)
Al considerar el progreso adquirido en los últimos cincuenta años de
relaciones judeo-católicas en todo el mundo, no podemos por menos que dar
gracias al Todopoderoso por este signo evidente de su bondad y providencia. Con
el crecimiento de la confianza, el respeto y la buena voluntad, grupos que
inicialmente se relacionaban con cierta desconfianza, se han convertido paso a
paso en socios de confianza y amigos, buenos amigos incluso, capaces de hacer
frente juntos a la crisis y superar los conflictos de manera positiva.
Ciertamente, aún queda mucho por hacer en la superación de los lastres del
pasado, en el fomento de mejores relaciones entre nuestras dos comunidades, y en
la respuesta a los desafíos que afrontan cada vez más los creyentes en el mundo
actual. Sin embargo, es un motivo para dar gracias el que estemos comprometidos
a recorrer juntos el camino del diálogo, la reconciliación y la cooperación.
Queridos amigos, en un mundo cada vez más amenazado por la pérdida de
los valores espirituales y morales, que son los que pueden garantizar el respeto
de la dignidad humana y la paz duradera, un diálogo sincero y respetuoso entre
religiones y culturas es crucial para el futuro de nuestra familia humana. Tengo
la esperanza de que esta visita de hoy sea una fuente de aliento y confianza
renovada a la hora de afrontar el reto de construir lazos cada vez más fuertes
de amistad y colaboración, y de dar testimonio profético de la fuerza de la
verdad de Dios, la justicia y el amor reconciliador, para el bien de toda la
humanidad.
Con estos sentimientos, queridos amigos, pido al tres veces Santo que
les bendiga a ustedes y a sus familias con abundantes dones espirituales, y que
guíe sus pasos por el camino de la paz.
Shalom elichém.
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