viernes, 18 de mayo de 2012

BENEDICTO XVI: Visita pastoral a Arezzo, La Verna y Sansepolcro


ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Plaza Torre di Berta, Sansepolcro
Domingo 13 de Mayo de 2012


Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontrarme en Sansepolcro y unirme a vuestra acción de gracias a Dios por el milenario de fundación de la ciudad, por los prodigios de gracia y todos los beneficios que, en diez siglos, la Providencia ha otorgado. En esta histórica plaza, repitamos las palabras del Salmo responsorial de hoy: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas… Aclama al Señor tierra entera; gritad, vitoread, tocad» (Sal 97).
Queridos amigos de Sansepolcro, os saludo a todos con afecto, comenzando por el arzobispo monseñor Riccardo Fontana; con él saludo a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los fieles laicos que se dedican activamente al apostolado. Un deferente saludo dirijo a las autoridades civiles y militares, en particular a la alcaldesa, doctora Daniela Frullani, a la que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido.
Hace mil años, los santos peregrinos Arcano y Egidio, ante las grandes transformaciones de la época, se pusieron a buscar la verdad y el sentido de la vida, dirigiéndose a Tierra Santa. Al volver, trajeron consigo no sólo las piedras que recogieron en el monte Sión, sino también la especial idea que habían elaborado en la tierra de Jesús: construir en el alto valle del Tíber la civitas hominis a imagen de Jerusalén, que en su mismo nombre evoca la justicia y la paz. Un proyecto que recuerda la gran visión de la historia de san Agustín en la obra «La ciudad de Dios». Cuando los godos de Alarico entraron en Roma y el mundo pagano acusó al Dios de los cristianos de no haber salvado la ciudad caput mundi, el santo obispo de Hipona aclaró lo que debemos esperar de Dios, la justa relación entre esfera política y esfera religiosa. Él ve en la historia la presencia de dos amores: «amor a sí», que lleva a la indiferencia respecto de Dios, y «amor a Dios», que lleva a la plena libertad para los demás y a construir una ciudad del hombre regida por la justicia y por la paz (cf.La ciudad de Dios, XIV, 28).
Ciertamente, esta visión no fue extraña a los fundadores de Sansepolcro. Ellos idearon un modelo de ciudad articulado y lleno de esperanza para el futuro, en el que los discípulos de Cristo estaban llamados a ser el motor de la sociedad en la promoción de la paz, a través de la práctica de la justicia. Su valiente desafío se convirtió en realidad, con la perseverancia de un camino que, primero gracias al apoyo del carisma benedictino, y después de los monjes camaldulenses, ha proseguido durante generaciones. Fue necesario un fuerte compromiso para fundar una comunidad monástica y luego, en torno a la iglesia abacial, vuestra ciudad. No fue sólo un proyecto que marca el plan urbanístico del «Borgo» de Sansepolcro, porque la misma colocación de la catedral tiene un fuerte valor simbólico: es el punto de referencia a partir del cual cada uno puede orientarse en el camino, y sobre todo en la vida; constituye una fuerte llamada a mirar hacia las alturas, a elevarse de la cotidianidad para dirigir los ojos al cielo, en una continua tensión hacia los valores espirituales y hacia la comunión con Dios, que no aliena de lo cotidiano, sino que lo orienta y lo hace vivir de un modo aún más intenso. Esta perspectiva es válida también hoy para recuperar el gusto de la búsqueda de la «verdad», para percibir la vida como un camino que acerca a la «verdad» y a la «justicia».
Queridos amigos, el ideal de vuestros fundadores ha llegado hasta nuestros días y constituye no sólo el eje de la identidad de Sansepolcro y de la Iglesia diocesana, sino también un desafío a conservar y promover el pensamiento cristiano, que está en el origen de esta ciudad. El milenario es la ocasión para hacer una reflexión que es, al mismo tiempo, camino interior por las sendas de la fe y esfuerzo por redescubrir las raíces cristianas, a fin de que los valores evangélicos sigan fecundando las conciencias y la historia diaria de la población. Hoy es especialmente necesario que el servicio de la Iglesia al mundo se exprese con fieles laicos iluminados, capaces de actuar dentro de la ciudad del hombre, con la voluntad de servir más allá del interés privado, más allá de las visiones parciales. El bien común cuenta más que el bien del individuo, y toca también a los cristianos contribuir al nacimiento de una nueva ética pública. Nos lo recuerda la espléndida figura del nuevo beato Giuseppe Toniolo. A la desconfianza hacia el compromiso en el ámbito político y social, los cristianos, especialmente los jóvenes, están llamados a contraponer el compromiso y el amor a la responsabilidad, animados por la caridad evangélica, que pide no encerrarse en sí mismos, sino de interesarse por los demás. A los jóvenes dirijo la invitación a saber pensar en grande: ¡tened la valentía de osar! Estad dispuestos a dar un nuevo sabor a toda la sociedad civil, con la sal de la honradez y del altruismo desinteresado. Es necesario recuperar sólidas motivaciones para servir al bien de los ciudadanos.
El desafío que afronta este antiguo «Borgo» es armonizar el redescubrimiento de su propia identidad milenaria con la acogida y la incorporación de culturas y sensibilidades diversas. San Pablo nos enseña que la Iglesia, pero también toda la sociedad, son como el cuerpo humano, donde cada parte es diferente de las demás, pero todas concurren al bien del organismo (cf. 1 Co12, 12-26). Demos gracias a Dios porque vuestra comunidad diocesana ha madurado en los siglos una ardiente apertura misionera, como lo atestigua el hermanamiento con el Patriarcado latino de Jerusalén. Me ha complacido saber que ese hermanamiento ha producido frutos de colaboración y obras de caridad en favor de los hermanos más necesitados en Tierra Santa. Los antiguos vínculos indujeron a vuestros antepasados a construir aquí una copia en piedra del Santo Sepulcro de Jerusalén, para hacer sólida la identidad de los habitantes y para mantener viva la devoción y la oración hacia la ciudad santa. Este vínculo continúa y hace que vosotros percibáis todo lo que atañe a Tierra Santa como realidad que os implica; como, por lo demás, en Jerusalén, vuestro nombre y la presencia de peregrinos de la diócesis, hacen activas las relaciones fraternas. Al respecto, estoy seguro de que os abriréis a nuevas perspectivas de solidaridad, imprimiendo un renovado impulso apostólico al servicio del Evangelio. Y este será uno de los resultados más significativos de las celebraciones jubilares de vuestra ciudad.
Quiero hacer también una alusión a la catedral, donde he contemplado la belleza del «Santo Rostro». Esta basílica es el lugar de la alabanza de toda la ciudad a Dios, la sede de la recuperada armonía entre los momentos de culto y de la vida cívica, el punto de referencia para la pacificación de los ánimos. Y como vuestros padres supieron construir el espléndido templo de piedra, para que fuera signo y llamada a la comunión de vida, a vosotros corresponde hacer visible y creíble el significado del edificio sacro, viviendo en paz en la comunidad eclesial y civil. En pleno Renacimiento, los habitantes de Sansepolcro pidieron al pintor Durante Alberti que representara a Belén en la iglesia madre, para que nadie olvidara que Dios está con nosotros en la pobreza del pesebre. Recordando el pasado y atentos al presente, pero también proyectados hacia el futuro, los cristianos de la diócesis de Arezzo-Cortona-Sansepolcro sabéis que el progreso espiritual de vuestras comunidades eclesiales e incluso la promoción del bien común de las comunidades civiles exigen el compromiso con vistas a una inserción cada vez más vital de vuestras parroquias y asociaciones en el territorio. Que el camino recorrido y la fe que os anima os infundan valor e impulso para continuar. Mirando vuestro rico patrimonio espiritual, sed una Iglesia viva al servicio del Evangelio. Una Iglesia hospitalaria y generosa, que con su testimonio haga presente el amor de Dios a todo ser humano, especialmente a los que sufren y a los necesitados.
Que la Virgen santísima, venerada de modo especial en este mes de mayo, vele por cada uno de vosotros y sostenga los esfuerzos por un futuro mejor. ¡Oh María, Reina de la paz, escucha nuestra oración: haznos testigos de tu Hijo Jesús y artífices incansables de justicia y de paz! Amén. Gracias.

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VISITA AL SANTUARIO DE LA VERNA
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Domingo 13 de Mayo de 2012

La etapa prevista en La Verna, que el Papa pensaba visitar el domingo 13 de mayo por la tarde, se anuló a causa del mal tiempo. Sin embargo, publicamos el discurso que había preparado el Pontífice para la ocasión.

Queridos frailes menores, 
queridas hijas de la santa madre Clara, 
queridos hermanos y hermanas: ¡Que el Señor os dé paz!
¡Contemplar la cruz de Cristo! Hemos subido como peregrinos al Sasso Spicco de La Verna donde «dos años antes de su muerte» (Celano, Vida primera, III, 94: FF, 484) san Francisco recibió en su cuerpo los estigmas de la gloriosa pasión de Cristo. Su camino de discípulo lo había llevado a una unión tan profunda con el Señor que compartía incluso sus señales exteriores del acto supremo de amor de la cruz. Un camino iniciado en San Damián ante Cristo crucificado contemplado con la mente y con el corazón. La continua meditación de la cruz, en este lugar santo, ha sido camino de santificación para numerosos cristianos que, a lo largo de ocho siglos, se han arrodillado aquí para orar, en el silencio y en el recogimiento.
La cruz gloriosa de Cristo resume el sufrimiento del mundo, pero es sobre todo señal tangible del amor, medida de la bondad de Dios hacia el hombre. En este lugar también nosotros estamos llamados a recuperar la dimensión sobrenatural de la vida, a levantar los ojos de lo que es contingente, para volver a abandonarnos totalmente al Señor, con corazón libre y en perfecta alegría, contemplando al Crucificado para que nos hiera con su amor.
«Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición» (Cántico del hermano sol: FF, 263). Sólo dejándose iluminar por la luz del amor de Dios, el hombre y la naturaleza entera pueden ser rescatados; sólo así la belleza puede finalmente reflejar el esplendor del rostro de Cristo, como la luna refleja el sol. Brotando de la cruz gloriosa, la Sangre de Cristo crucificado vuelve a vivificar los huesos secos del Adán que está en nosotros, para que cada uno vuelva a encontrar la alegría de encaminarse hacia la santidad, de subir hacia las alturas, hacia Dios. Desde este lugar bendito, me uno a la oración de todos los franciscanos y las franciscanas de la tierra: «Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos aquí y en todas las iglesias que hay en el mundo, porque con tu santa cruz redimiste al mundo».
¡Arrebatados por el amor de Cristo! No se sube a La Verna sin dejarse guiar por la oración de san Francisco del absorbeat, que reza: «Te suplico, Señor, que la fuerza abrasadora y meliflua de tu amor absorba de tal modo mi mente que la separe de todas las cosas que hay debajo del cielo, para que yo muera por amor de tu amor, ya que por amor de mi amor tú te dignaste morir» (Oración «absorbeat», 1: FF, 277). La contemplación de Cristo crucificado es obra de la mente, pero no logra elevarse hacia lo alto sin el apoyo, sin la fuerza del amor. En este mismo lugar, fray Buenaventura de Bagnoregio, insigne hijo de san Francisco, proyectó su Itinerarium mentis in Deum indicándonos el camino que es preciso recorrer para elevarnos a las cimas donde podemos encontrar a Dios. Este gran Doctor de la Iglesia nos comunica su misma experiencia, invitándonos a la oración. Ante todo, es necesario dirigir la mente a la Pasión del Señor, porque el sacrificio de la cruz es el que borra nuestro pecado, una falta que sólo puede ser colmada por el amor de Dios: «Exhorto al lector —escribe—, ante todo al gemido de la oración a Cristo crucificado, cuya sangre lava las manchas de nuestras culpas» (Itinerarium mentis in Deum, Prol. 4). Pero, para tener eficacia, nuestra oración necesita las lágrimas, es decir, la participación interior, nuestro amor que responda al amor de Dios. Además, es necesaria la admiratio, que san Buenaventura ve en los humildes del Evangelio, capaces de asombro ante la obra salvífica de Cristo. Y precisamente la humildad es la puerta de todas las virtudes. De hecho, no es posible alcanzar a Dios con el orgullo intelectual de la búsqueda encerrada en sí misma, sino con la humildad, según una célebre expresión de san Buenaventura: «[el hombre] no crea que le baste la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la búsqueda sin la admiración, la consideración sin el júbilo, la diligencia sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada» (ib.).
La contemplación de Cristo crucificado tiene una eficacia extraordinaria, porque nos hace pasar del orden de las cosas pensadas a la experiencia vivida; de la salvación esperada, a la patria feliz. San Buenaventura afirma: «Aquel que lo mira atentamente [a Cristo crucificado]... realiza con él la Pascua, es decir, el paso» (ib., VII, 2). Este es el corazón de la experiencia de La Verna, de la experiencia que hizo aquí el Poverello de Asís. En este Sacro Monte, san Francisco vive en sí mismo la profunda unidad entre sequela, imitatio y conformatio Christi. Y así nos dice también a nosotros que no basta declararse cristianos para ser cristianos, y tampoco tratar de realizar obras buenas. Hace falta configurarse con Jesús, con un lento, progresivo esfuerzo de transformación del propio ser, a imagen del Señor, para que, por gracia divina, todo miembro de su Cuerpo, que es la Iglesia, muestre la necesaria semejanza con la Cabeza, Cristo Señor. Y también en este camino se parte —como nos enseñan los maestros medievales siguiendo al gran Agustín— del conocimiento de sí mismos, de la humildad de mirar con sinceridad a lo más íntimo de sí mismos.
¡Llevar el amor de Cristo! ¡Cuántos peregrinos han subido y suben a este Sacro Monte a contemplar el Amor de Dios crucificado y dejarse arrebatar por él! ¡Cuántos peregrinos han subido buscando a Dios, que es la verdadera razón por la que la Iglesia existe: hacer de puente entre Dios y el hombre! Y aquí os encuentran también a vosotros, hijos e hijas de san Francisco. Recordad siempre que la vida consagrada tiene la misión específica de testimoniar, con la palabra y con el ejemplo de una vida según los consejos evangélicos, la fascinante historia de amor entre Dios y la humanidad, que atraviesa la historia.
El medievo franciscano dejó una huella indeleble en vuestra Iglesia de Arezzo. Los repetidos pasos del Poverello de Asís y sus estancias en vuestro territorio son un tesoro precioso. Único y fundamental fue el episodio de La Verna, por la singularidad de los estigmas impresos en el cuerpo del seráfico padre Francisco, pero también la historia colectiva de sus frailes y de vuestra gente, que redescubre aún, en el Sasso Spicco, la centralidad de Cristo en la vida del creyente. Montauto de Anghiari, Las Celdas de Cortona y el Eremitorio de Montecasale, y el de Cerbaiolo, pero también otros lugares menores del franciscanismo toscano, siguen marcando la identidad de las comunidades de Arezzo, Cortona y Sansepolcro.
Muchas luces han iluminado estas tierras, como santa Margarita de Cortona, figura poco conocida de penitente franciscana, capaz de revivir en sí misma con extraordinaria vivacidad el carisma delPoverello de Asís, uniendo la contemplación de Cristo crucificado con la caridad hacia los últimos. El amor a Dios y al prójimo sigue animando la valiosa obra de los franciscanos en vuestra comunidad eclesial. La profesión de los consejos evangélicos es un camino real para vivir la caridad de Cristo. En este lugar bendito, pido al Señor que siga enviando obreros a su viña y sobre todo a los jóvenes dirijo la apremiante invitación, para que quien sea llamado por Dios responda con generosidad y tenga la valentía de entregarse en la vida consagrada y en el sacerdocio ministerial.
Me he hecho peregrino en La Verna, como Sucesor de Pedro, y quisiera que cada uno de nosotros volviera a escuchar la pregunta de Jesús a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?... Apacienta mis corderos» (Jn 21, 15). El amor a Cristo está en la base de la vida del Pastor, así como de la del consagrado; un amor que no tiene miedo al compromiso y al esfuerzo. Llevad este amor al hombre de nuestro tiempo, a menudo cerrado en su propio individualismo; sed signo de la inmensa misericordia de Dios. La piedad sacerdotal enseña a los sacerdotes a vivir lo que se celebra, a partir la propia vida para aquellos con quienes nos encontramos: compartiendo el dolor, prestando atención a los problemas, acompañando el camino de fe.
Gracias al ministro general José Carballo por sus palabras, a toda la Familia franciscana y a todos vosotros. Perseverad, como vuestro santo padre, en la imitación de Cristo, para que quien se encuentre con vosotros se encuentre con san Francisco y, encontrándose con san Francisco, se encuentre con el Señor.

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SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 
DESDE LA VENTANA DE LA CURIA DIOCESANA DE AREZZO


Domingo 13 de Mayo de 2012

Gracias de corazón por esta hermosísima presentación de vuestra gran cultura renacentista, que me ha tocado el corazón. Quien es capaz de hacer presente de un modo tan perfecto la cultura del pasado también es capaz de abrir cultura para el futuro, porque conoce al hombre, ama al hombre, que tiene su grandísima dignidad de ser no sólo hombre, sino imagen de Dios. Y esta dignidad del hombre nos obliga, pero también nos consuela y nos estimula: si somos realmente imagen de Dios, también somos capaces de salir adelante y de superar los problemas del presente y de abrir caminos al nuevo futuro. Gracias de corazón por todo esto. El Señor os bendiga.

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REGINA CÆLI DEL PAPA BENEDICTO XVI

Parque "Il Prato", Arezzo
Domingo 13 de Mayo de 2012


Queridos hermanos y hermanas:

Al concluir esta celebración litúrgica, la hora de la plegaria mariana nos invita a dirigirnos todos espiritualmente ante la imagen de la Virgen del Consuelo, custodiada en la catedral.
Como Madre de la Iglesia, María santísima siempre quiere consolar a sus hijos en los momentos de mayor dificultad y sufrimiento. Y esta ciudad ha experimentado muchas veces su maternal ayuda. Por tanto, también hoy, encomendemos a su intercesión a todas las personas y las familias de vuestra comunidad que se encuentran en situaciones de mayor necesidad.
Al mismo tiempo, por intercesión de María, pidamos a Dios el consuelo moral, para que la comunidad de Arezzo, y toda Italia, reaccionen ante la tentación del desaliento y, también con la fuerza de la gran tradición humanística, retomen con decisión la senda de la renovación espiritual y ética, que es la única que puede llevar a una auténtica mejora de la vida social y civil. Cada uno, en esto, puede y debe dar su contribución.
¡Oh María, Virgen del Consuelo, ruega por nosotros!

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CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Parque "Il Prato", Arezzo 
Domingo 13 de Mayo de 2012


Queridos hermanos y hermanas:

Es grande mi alegría por poder partir con vosotros el pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Os saludo cordialmente a todos y os agradezco la calurosa acogida. Saludo a vuestro pastor, monseñor Riccardo Fontana, al que agradezco las amables palabras de bienvenida; a los demás obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los representantes de las asociaciones y los movimientos eclesiales. Un deferente saludo al alcalde, abogado Giuseppe Fanfani, al que agradezco sus palabras de saludo; al senador Mario Monti, presidente del Consejo de ministros, y a las demás autoridades civiles y militares. Expreso mi agradecimiento de modo especial a quienes han colaborado generosamente para esta visita pastoral.
Hoy me acoge una Iglesia antigua, experta en relaciones y benemérita por su compromiso durante siglos para construir la ciudad del hombre a imagen de la ciudad de Dios. Efectivamente, en tierra de Toscana, la comunidad de Arezzo se ha distinguido muchas veces en la historia por el sentido de libertad y la capacidad de diálogo entre componentes sociales diversos. Al venir por primera vez entre vosotros, mi deseo es que la ciudad sepa siempre hacer fructificar esta valiosa herencia.
En los siglos pasados la Iglesia que está en Arezzo se enriqueció y animó con múltiples expresiones de la fe cristiana, entre las cuales la más alta es la de los santos. Pienso, en particular, en san Donato, vuestro patrono, cuyo testimonio de vida, que fascinó a la cristiandad del Medievo, sigue siendo actual. Fue un evangelizador intrépido, para que todos se libraran de las costumbres paganas y encontraran en la Palabra de Dios la fuerza para afirmar la dignidad de toda persona y el verdadero sentido de la libertad. A través de su predicación llevó a la unidad, con la oración y la Eucaristía, a los pueblos de los que fue obispo. El cáliz roto y recompuesto por san Donato, del que habla san Gregorio Magno (cf. Diálogos I, 7, 3), es imagen de la obra pacificadora llevada a cabo por la Iglesia en el seno de la sociedad, para el bien común. Así lo atestigua en favor vuestro san Pedro Damián y con él la gran tradición camaldulense que desde hace miles de años, partiendo del Casentino, ofrece su riqueza espiritual a esta Iglesia diocesana y a la Iglesia universal.
En vuestra catedral está sepultado el beato Gregorio X, Papa, como para mostrar, en la diversidad de los tiempos y de las culturas, la continuidad del servicio que la Iglesia de Cristo quiere prestar al mundo. Sostenido por la luz que venía de las nacientes Órdenes mendicantes, de teólogos y santos, entre los cuales santo Tomás de Aquino y san Buenaventura de Bagnoregio, afrontó los grandes problemas de su tiempo: la reforma de la Iglesia; la recomposición del cisma con el Oriente cristiano, que intentó realizar con el concilio de Lyon; la atención a Tierra Santa; la paz y las relaciones entre los pueblos: él fue el primero en Occidente en tener un intercambio de embajadores con el Kublai Kan de China.
Queridos amigos, la primera lectura nos ha presentado un momento importante en el que se manifiesta precisamente la universalidad del mensaje cristiano y de la Iglesia: san Pedro, en la casa de Cornelio, bautizó a los primeros paganos. En el Antiguo Testamento Dios había querido que la bendición del pueblo judío no fuera exclusiva, sino que se extendiera a todas las naciones. Desde la llamada de Abrahán había dicho: «En ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gn 12, 3). Y así Pedro, inspirado desde lo alto, comprende que «Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea» (Hch 10, 34-35). El gesto realizado por Pedro se convierte en imagen de la Iglesia abierta a toda la humanidad. Siguiendo la gran tradición de vuestra Iglesia y de vuestras comunidades, sed testigos auténticos del amor de Dios hacia todos.
Pero, ¿cómo podemos nosotros, con nuestra debilidad, llevar este amor? San Juan, en la segunda lectura, nos ha dicho con fuerza que la liberación del pecado y de sus consecuencias no es iniciativa nuestra, sino de Dios. No hemos sido nosotros quienes lo hemos amado a él, sino que es él quien nos ha amado a nosotros y ha tomado sobre sí nuestro pecado y lo ha lavado con la sangre de Cristo. Dios nos ha amado primero y quiere que entremos en su comunión de amor, para colaborar en su obra redentora.
En el pasaje del Evangelio ha resonado la invitación del Señor: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16). Son palabras dirigidas de modo específico a los Apóstoles, pero, en sentido amplio, conciernen a todos los discípulos de Jesús. Toda la Iglesia, todos nosotros hemos sido enviados al mundo para llevar el Evangelio y la salvación. Pero la iniciativa siempre es de Dios, que llama a los múltiples ministerios, para que cada uno realice su propia parte para el bien común. Llamados al sacerdocio ministerial, a la vida consagrada, a la vida conyugal, al compromiso en el mundo, a todos se les pide que respondan con generosidad al Señor, sostenidos por su Palabra, que nos tranquiliza: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (ib.).
Queridos amigos, conozco el compromiso de vuestra Iglesia para promover la vida cristiana. Sed fermento en la sociedad, sed cristianos presentes, emprendedores y coherentes. La ciudad de Arezzo resume, en su historia plurimilenaria, expresiones significativas de culturas y de valores. Entre los tesoros de vuestra tradición está el orgullo de una identidad cristiana, testimoniada por tantos signos y por devociones arraigadas, como la que tributáis a la Virgen del Consuelo. Esta tierra, donde nacieron grandes personalidades del Renacimiento, desde Petrarca hasta Vasari, ha desempeñado un papel activo en la consolidación de la concepción del hombre que ha influido en la historia de Europa, poniendo énfasis en los valores cristianos. Incluso en tiempos recientes, pertenece al patrimonio ideal de la ciudad lo que algunos entre sus mejores hijos, en la investigación universitaria y en las sedes institucionales, han sabido elaborar sobre el concepto mismo de civitas,declinando el ideal cristiano de la edad comunal en las categorías de nuestro tiempo. En el contexto de la Iglesia en Italia, comprometida en este decenio en el tema de la educación, debemos preguntarnos, sobre todo en la región que es patria del Renacimiento, qué visión del hombre somos capaces de proponer a las nuevas generaciones. La Palabra de Dios que hemos escuchado es una fuerte invitación a vivir el amor de Dios a todos, y la cultura de estas tierras, entre sus valores distintivos, la solidaridad, la atención a los más débiles, el respeto de la dignidad de cada uno. Es muy conocida la acogida, que también en tiempos recientes habéis sabido dar a quienes han venido en busca de libertad y de trabajo. Ser solidarios con los pobres es reconocer el proyecto de Dios Creador, que ha hecho de todos una sola familia.
Ciertamente, también vuestra provincia está fuertemente probada por la crisis económica. La complejidad de los problemas hace difícil encontrar las soluciones más rápidas y eficaces para salir de la situación actual, que afecta de modo especial a los estratos más débiles y preocupa mucho a los jóvenes. La atención a los demás, desde siglos remotos, ha impulsado a la Iglesia a hacerse solidaria concretamente con quienes sufren necesidad, compartiendo recursos, promoviendo estilos de vida más esenciales, contrastando la cultura de lo efímero, que ha engañado a muchos, produciendo una profunda crisis espiritual. Esta Iglesia diocesana, enriquecida por el testimonio luminoso del Poverello de Asís, debe seguir siendo atenta y solidaria con quienes sufren necesidad, pero debe saber también educar para superar lógicas puramente materialistas, que a menudo caracterizan a nuestro tiempo, y acaban por anublar precisamente el sentido de la solidaridad y de la caridad.
Testimoniar el amor de Dios en la atención a los últimos se conjuga también con la defensa de la vida, desde su primer instante hasta su término natural. En vuestra región asegurar a todos dignidad, salud y derechos fundamentales se siente con razón como un bien irrenunciable. La defensa de la familia, a través de leyes justas y capaces de tutelar también a los más débiles, ha de constituir siempre un punto importante para mantener un tejido social sólido y ofrecer perspectivas de esperanza para el futuro. Como en el Medievo los estatutos de vuestras ciudades fueron instrumento para asegurar a muchos los derechos inalienables, así también hoy ha de proseguir el esfuerzo por promover una ciudad de rostro cada vez más humano. En esto la Iglesia ofrece su contribución para que el amor a Dios vaya siempre acompañado por el amor al prójimo.
Queridos hermanos y hermanas, proseguid el servicio a Dios y al hombre según la enseñanza de Jesús, el luminoso ejemplo de vuestros santos y la tradición de vuestro pueblo. Que en este compromiso os acompañe y sostenga siempre la materna protección de la Virgen del Consuelo, a la que tanto amáis y veneráis. Amén.

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