domingo, 7 de diciembre de 2014

FRANCISCO: Ángelus de noviembre 2014 (2 y 1°.)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
NOVIEMBRE 2014 


Plaza de San Pedro
Domingo 23 de noviembre de 2014



Queridos hermanos y hermanas,


Al terminar de esta celebración, deseo saludar a todos ustedes que han venido a rendir homenaje a los nuevos Santos, de modo particular a las Delegaciones Oficiales de Italia y de la India.


El ejemplo de cuatro Santos italianos, nacidos en las Provincias de Vicenza, Nápoles, Cosenza, y Rímini, ayudan al querido pueblo italiano a reavivar el espíritu de colaboración y de concordia por el bien común y a ver con esperanza hacia el futuro, en unidad, confiando en la cercanía de Dios que jamás nos abandona, incluso en los momentos difíciles.


Por la intercesión de los dos Santos indianos, provenientes de Kerala, gran tierra de fe y de vocaciones sacerdotales y religiosas, el Señor conceda un nuevo impulso misionero a la Iglesia que está en India – ¡que es tan buena! – para que, inspirándose en sus ejemplos de concordia y de reconciliación, los cristianos de la India prosigan en el camino de la solidaridad y de la convivencia fraterna.


Saludo con afecto a los Cardenales, a los Obispos, a los Sacerdotes, como también a las familias, a los grupos parroquiales, a las Asociaciones y las escuelas presentes. Con amor filial nos dirigimos ahora a la Virgen María, Madre de la Iglesia, Reina de los Santos y modelo de todos los cristianos.


Les deseo un buen domingo, en paz, con la alegría de estos nuevos Santos. Les pido, por favor, recen por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!


(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.com)
 


Plaza de San Pedro
Domingo 16 de noviembre de 2014



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25, 14-30). Relata acerca de un hombre que, antes de partir para un viaje, convocó a sus siervos y les confió su patrimonio en talentos, monedas antiguas de grandísimo valor. Ese patrón dejó al primer siervo cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del patrón, los tres siervos tenían que hacer fructificar ese patrimonio. El primer y el segundo siervo duplicaron cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, sepultó el talento recibido en un hoyo. Al regresar el patrón, los dos primeros recibieron la alabanza y la recompensa, mientras que el tercero, que restituyó sólo la moneda recibida, fue reprendido y castigado.


Es claro el significado de esto. El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón... en definitiva, muchas cosas, sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que Él nos confía. No sólo para custodiar, sino para fructificar. Mientras que en el uso común el término «talento» indica una destacada cualidad individual —por ejemplo el talento en la música, en el deporte, etc.—, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El hoyo cavado en la tierra por el «siervo negligente y holgazán» (v. 26) indica el miedo a arriesgar que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo a los riesgos del amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesús no nos pide esto, sino más bien quiere que la usemos en beneficio de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijera: «Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y haz amplio uso de ello». Y nosotros, ¿qué hemos hecho con ello? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien plantearnos. Cualquier ambiente, incluso el más lejano e inaccesible, puede convertirse en lugar donde fructifiquen los talentos. No existen situaciones o sitios que sean obstáculo para la presencia y el testimonio cristiano. El testimonio que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.


Esta parábola nos alienta a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica y renueva. Así también el perdón que el Señor nos da especialmente en el sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos cerrado en nosotros mismos, sino dejemos que irradie su fuerza, que haga caer los muros que levantó nuestro egoísmo, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde ya no hay comunicación... Y así sucesivamente. Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos dio, sean para los demás, crezcan, produzcan fruto, con nuestro testimonio.


Creo que hoy sería un hermoso gesto que cada uno de vosotros tomara el Evangelio en casa, el Evangelio de san Mateo, capítulo 25, versículos del 14 al 30, Mateo 25, 14-30, y leyera esto, y meditara un poco: «Los talentos, las riquezas, todo lo que Dios me ha dado de espiritual, de bondad, la Palabra de Dios, ¿cómo hago para que crezcan en los demás? ¿O sólo los cuido en la caja fuerte?».


Además, el Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma forma: nos conoce personalmente y nos confía lo que es justo para nosotros; pero en todos, en todos hay algo igual: la misma e inmensa confianza. Dios se fía de nosotros, Dios tiene esperanza en nosotros. Y esto es lo mismo para todos. No lo decepcionemos. No nos dejemos engañar por el miedo, sino devolvamos confianza con confianza. La Virgen María encarna esta actitud de la forma más hermosa y más plena. Ella recibió y acogió el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ofreció a la humanidad con corazón generoso. A ella le pedimos que nos ayude a ser «siervos buenos y fieles», para participar «en el gozo de nuestro Señor».


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


En estos días en Roma hubo tensiones bastante fuertes entre residentes e inmigrantes. Son hechos que tienen lugar en diversas ciudades europeas, especialmente en barrios periféricos marcados por otras necesidades. Invito a las instituciones, de todos los niveles, a asumir como prioridad lo que ya constituye una emergencia social y que, sino se afronta lo antes posible y de modo adecuado, corre el riesgo de degenerar cada vez más. La comunidad cristiana se compromete de modo concreto para que no tenga lugar el enfrentamiento, sino el encuentro. Ciudadanos e inmigrantes, con los representantes de las instituciones, pueden encontrarse, incluso en una sala de la parroquia, y hablar juntos acerca de la situación. Lo importante es no ceder a la tentación del enfrentamiento, rechazar toda violencia. Es posible dialogar, escucharse, proyectar juntos, y de este modo superar la sospecha y el prejuicio y construir una convivencia cada vez más segura, pacífica e inclusiva.


Hoy se conmemora la «Jornada mundial de las víctimas de la carretera». Recordamos en la oración a quienes han perdido la vida, deseando el compromiso constante en la prevención de los accidentes de carretera, así como un comportamiento prudente y respetuoso de las normas por parte de los automovilistas.


Saludo a todos vosotros, familias, parroquias, asociaciones y fieles, que habéis venido de Italia y de muchas partes del mundo.


Y no olvidar hoy, en casa, de buscar el Evangelio de Mateo, capítulo 25, versículo 14, y leerlo, y plantearse las preguntas que surgen.


A todos deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo 9 de noviembre de 2014



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy la liturgia recuerda la Dedicación de la basílica lateranense, que es la catedral de Roma y que la tradición define «madre de todas las iglesias de la ciudad y del mundo». Con el término «madre» nos referimos no tanto al edificio sagrado de la basílica, sino a la obra del Espíritu Santo que se manifiesta en este edificio, fructificando mediante el ministerio del obispo de Roma en todas las comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que él preside.


Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se nos recuerda una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es un signo de la Iglesia viva y operante en la historia, esto es, de ese «templo espiritual», como dice el apóstol Pedro, del cual Cristo mismo es «piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios» (1 P 2, 4-8). Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, al hablar del templo revela una verdad sorprendente: que el templo de Dios no es solamente el edificio hecho con ladrillos, sino que es su Cuerpo, hecho de piedras vivas. En virtud del Bautismo, cada cristiano forma parte del «edificio de Dios» (1 Cor 3, 9), es más, se convierte en la Iglesia de Dios. El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre de Cristo y por el Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de nosotros ser coherentes con el don de la fe y realizar un camino de testimonio cristiano. Y no es fácil, lo sabemos todos, la coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio; pero nosotros debemos seguir adelante y buscar cada día en nuestra vida esta coherencia. «¡Esto es un cristiano!», no tanto por lo que dice, sino por lo que hace, por el modo en que se comporta. Esta coherencia que nos da vida es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir. La Iglesia, en el origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido más que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra por medio de la caridad. ¡Van juntas! También hoy la Iglesia está llamada a ser en el mundo la comunidad que, arraigada en Cristo por medio del bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, testimoniándola en la caridad.


A esta finalidad esencial deben orientarse también los elementos institucionales, las estructuras y los organismos pastorales; a esta finalidad esencial: testimoniar la fe en la caridad. La caridad es precisamente la expresión de la fe y también la fe es la explicación y el fundamento de la caridad. La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, de esta comunidad cristiana. Por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, para construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer de todo el mundo una familia de pueblos reconciliados entre sí, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad la Iglesia misma es signo y anticipación cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y reconciliación para todos los hombres.


Invoquemos la intercesión de María santísima, a fin de que nos ayude a llegar a ser, como ella, «casa de Dios», templo vivo de su amor.


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Hace 25 años, el 9 de noviembre de 1989, caía el Muro de Berlín, que durante mucho tiempo dividió la ciudad en dos y fue un símbolo de la división ideológica de Europa y del mundo entero. La caída ocurrió de improviso, pero fue posible por el largo y fatigoso compromiso de muchas personas que lucharon, rezaron y sufrieron, algunos hasta el sacrificio de la vida. Entre ellas, un papel de protagonista tuvo el santo Papa Juan Pablo II. 
Recemos para que, con la ayuda del Señor y la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se difunda cada vez más una cultura del encuentro, capaz de hacer caer todos los muros que todavía dividen el mundo, y que no vuelva a suceder que personas inocentes sean perseguidas e incluso asesinadas a causa de su credo y de su religión. 
Donde hay un muro hay cerrazón del corazón. ¡Se necesitan puentes, no muros!
Hoy, en Italia, se celebra la Jornada de acción de gracias, que este año tiene como tema 


«Nutrir el planeta. Energía para la vida», haciendo referencia a la ya próxima Expo Milán 2015. Me uno a los obispos al desear un compromiso renovado para que a nadie falte el alimento de cada día, que Dios da para todos. Estoy cercano al mundo de la agricultura, y aliento a cultivar la tierra de modo sostenible y solidario.


En este contexto se realiza en Roma la Jornada diocesana para la custodia de la creación, un acontecimiento que quiere promover estilos de vida basados en el respeto del ambiente, reafirmando la alianza entre el hombre, custodio de la creación, y su Creador.


Saludo a todos los peregrinos, llegados de diversos países, a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones, en este día tan bonito que el Señor nos da hoy.


En especial saludo a los representantes de la comunidad venezolana en Italia —veo allí la bandera—.


En este hermoso día, deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta la vista!


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CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS
 

Plaza de San Pedro
Domingo 2 de noviembre de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Ayer celebramos la solemnidad de Todos los santos, y hoy la liturgia nos invita a conmemorar a los fieles difuntos. Estas dos celebraciones están íntimamente unidas entre sí, como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. En efecto, por una parte la Iglesia, peregrina en la historia, se alegra por la intercesión de los santos y los beatos que la sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; por otra, ella, como Jesús, comparte el llanto de quien sufre la separación de sus seres queridos, y como Él y gracias a Él, hace resonar su acción de gracias al Padre que nos ha liberado del dominio del pecado y de la muerte.


Entre ayer y hoy muchos visitan el cementerio, que, como dice esta misma palabra, es el «lugar del descanso» en espera del despertar final. Es hermoso pensar que será Jesús mismo quien nos despierte. Jesús mismo reveló que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta. Con esta fe nos detenemos —también espiritualmente— ante las tumbas de nuestros seres queridos, de cuantos nos quisieron y nos hicieron bien. Pero hoy estamos llamados a recordar a todos, incluso a aquellos a quien nadie recuerda. Recordamos a las víctimas de las guerras y de la violencia; a tantos «pequeños» del mundo abrumados por el hambre y la miseria; recordamos a los anónimos, que descansan en el osario común. Recordamos a los hermanos y a las hermanas asesinados por ser cristianos; y a cuantos sacrificaron su vida para servir a los demás. Encomendamos especialmente al Señor a cuantos nos dejaron durante este último año.


La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos, en particular ofreciendo por ellos la celebración eucarística: es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a las más abandonadas. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo místico. Como afirma el Concilio Vaticano ii, «la Iglesia de los viadores, teniendo perfecta conciencia de la comunión que reina en todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ya desde los primeros tiempos de la religión cristiana guardó con gran piedad la memoria de los difuntos» (Lumen gentium, 50).


El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios. A Dios le dirigimos esta oración: «Dios de infinita misericordia, encomendamos a tu inmensa bondad a cuantos dejaron este mundo por la eternidad, en la que tú esperas a toda la humanidad redimida por la sangre preciosa de Cristo, tu Hijo, muerto en rescate por nuestros pecados. No tengas en cuenta, Señor, las numerosas pobrezas, miserias y debilidades humanas cuando nos presentemos ante tu tribunal a fin de ser juzgados para la felicidad o para la condena. Dirige a nosotros tu mirada piadosa, que nace de la ternura de tu corazón, y ayúdanos a caminar por la senda de una completa purificación. Que no se pierda ninguno de tus hijos en el fuego eterno del infierno, en donde no puede haber arrepentimiento. Te encomendamos, Señor, las almas de nuestros seres queridos, de las personas que murieron sin el consuelo sacramental o no tuvieron ocasión de arrepentirse ni siquiera al final de su vida. Que nadie tema encontrarse contigo después de la peregrinación terrena, con la esperanza de ser acogido en los brazos de tu infinita misericordia. Que la hermana muerte corporal nos encuentre vigilantes en la oración y cargados con todo el bien que hicimos durante nuestra breve o larga existencia. Señor, que nada nos aleje de ti en esta tierra, sino que todo y todos nos sostengan en el ardiente deseo de descansar serena y eternamente en ti. Amén» (Padre Antonio Rungi, pasionista, Oración por los difuntos).


Con esta fe en el destino supremo del hombre, nos dirigimos ahora a la Virgen, que padeció al pie de la cruz el drama de la muerte de Cristo y después participó en la alegría de su resurrección. Que ella, Puerta del cielo, nos ayude a comprender cada vez más el valor de la oración de sufragio por los difuntos. Ellos están cerca de nosotros. Que nos sostenga en la peregrinación diaria en la tierra y nos ayude a no perder jamás de vista la meta última de la vida, que es el paraíso. Y nosotros, con esta esperanza que nunca defrauda, sigamos adelante.
 


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Saludo a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y a todos los peregrinos que han venido de Roma, de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Sevilla (España), a los de Case Finali, de Cesena, y a los voluntarios de Oppeano y Granzette, que practican la terapia de payaso en los hospitales. Los veo allí: seguid haciendo esto, que procura tanto bien a los enfermos. Saludemos a estas valiosas personas.


Os deseo a todos un feliz domingo, en el recuerdo cristiano de nuestros queridos difuntos. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


Buen almuerzo, y ¡hasta la vista!


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Plaza de San Pedro Sábado 1° de noviembre de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Los dos primeros días del mes de noviembre constituyen para todos nosotros un intenso momento de fe, de oración y reflexión sobre las «cosas últimas» de la vida. En efecto, celebrando a Todos los santos y conmemorando a Todos los fieles difuntos, la Iglesia peregrina en la tierra vive y expresa en la liturgia el vínculo espiritual que la une a la Iglesia del cielo. Hoy alabamos a Dios por la multitud innumerable de santos y santas de todos los tiempos: hombres y mujeres comunes, sencillos, a veces «últimos» para el mundo, pero «primeros» para Dios. Al mismo tiempo, recordamos a nuestros queridos difuntos visitando los cementerios: es motivo de gran consuelo pensar que ellos están en compañía de la Virgen María, de los Apóstoles, de los mártires y de todos los santos y santas del paraíso.


Así, la solemnidad de hoy nos ayuda a considerar una verdad fundamental de la fe cristiana, que profesamos en el «Credo»: la comunión de los santos. ¿Qué significa esto: la comunión de los santos? Es la comunión que nace de la fe y une a todos los que pertenecen a Cristo, en virtud del Bautismo. Se trata de una unión espiritual —¡todos estamos unidos!— que la muerte no rompe, sino que prosigue en la otra vida. En efecto, subsiste un vínculo indestructible entre nosotros, los que vivimos en este mundo, y cuantos cruzaron el umbral de la muerte. Nosotros, aquí abajo en la tierra, junto con aquellos que entraron en la eternidad, formamos una sola y gran familia. Se mantiene esta familiaridad.


Esta maravillosa comunión, esta maravillosa unión común entre tierra y cielo se realiza del modo más elevado e intenso en la liturgia y, sobre todo, en la celebración de la Eucaristía, que expresa y realiza la más profunda unión entre los miembros de la Iglesia. En efecto, en la Eucaristía encontramos a Jesús vivo y su fuerza, y a través de Él entramos en comunión con nuestros hermanos en la fe: los que viven con nosotros aquí en la tierra y los que nos precedieron en la otra vida, la vida sin fin. Esta realidad nos colma de alegría: es hermoso tener tantos hermanos y hermanas en la fe que caminan a nuestro lado, nos sostienen con su ayuda y junto a nosotros recorren el mismo camino hacia el cielo. Y es consolador saber que hay otros hermanos que ya llegaron al cielo, que nos esperan y rezan por nosotros, para que juntos podamos contemplar eternamente el rostro glorioso y misericordioso del Padre.


En la gran asamblea de los santos, Dios ha querido reservar el primer lugar a la Madre de Jesús. María está en el centro de la comunión de los santos, como protectora especial del vínculo de la Iglesia universal con Cristo, del vínculo de la familia. Ella es la Madre, es Madre nuestra, nuestra Madre. Es la guía segura de quien quiera seguir a Jesús por el camino del Evangelio, porque es la primera discípula. Ella es la Madre solícita y atenta, a quien confiar todos los deseos y dificultades.


Invoquemos juntos a la Reina de Todos los santos, para que nos ayude a responder con generosidad y fidelidad a Dios, que nos llama a ser santos como Él es santo (cf. Lv 19, 2; Mt 5, 48).



Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


La liturgia de hoy habla de la alegría de la Jerusalén del cielo, la Jerusalén celestial. Os invito a rezar para que la Ciudad Santa, tan querida por judíos, cristianos y musulmanes, que en estos días fue testigo de diversas tensiones, sea cada vez más signo y anticipación de la paz que Dios desea para toda la familia humana.


Hoy, en Vitoria (España), será proclamado beato el mártir Pedro Asúa Mendía. Sacerdote humilde y austero, que predicó el Evangelio con la santidad de vida, la catequesis y la entrega a los pobres y necesitados. Arrestado, torturado y asesinado por haber manifestado su voluntad de permanecer fiel al Señor y a la Iglesia, representa para todos nosotros un admirable ejemplo de fortaleza en la fe y de testimonio de la caridad.


Saludo a todos los peregrinos provenientes de Italia y de muchos países. En particular, saludo a los participantes en la «Carrera de los santos» y en la «Marcha de los santos», organizadas respectivamente por la Fundación don Bosco en el mundo y por la Asociación Familia pequeña Iglesia. Me alegro por estas iniciativas que unen el deporte, el testimonio cristiano y el compromiso humanitario. Saludo, además, a los muchachos de Módena, que han recibido la Confirmación, con sus padres y sus catequistas, así como a los voluntarios de la ciudad de Sciacca y al grupo deportivo de la parroquia de Castegnato (Brescia).
 

Esta tarde iré al cementerio del Verano y celebraré la santa misa en sufragio de los difuntos. Al visitar el principal cementerio de Roma, me uniré espiritualmente a cuantos van en estos días a las tumbas de sus muertos, en los cementerios de todo el mundo.


Os deseo a todos una feliz fiesta de los santos, con la alegría de formar parte de la gran familia de los santos. No olvidéis, por favor, de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.


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