lunes, 30 de septiembre de 2013

FRANCISCO: VISITA PASTORAL A CAGLIARI, ITALIA

 

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Largo Carlo Felice, Cagliari
Domingo 22 de Septiembre de 2013


Queridos jóvenes de Cerdeña:


Parece que hay algunos jóvenes, ¿no? Algunos. ¿Algunos o muchos? ¡Son muchos!
Gracias por haber venido tan numerosos a este encuentro. Y gracias a los «portavoces». Veros me hace pensar en la Jornada mundial de la juventud de Río de Janeiro: algunos de vosotros estabais allí, pero muchos seguramente la siguieron por televisión e internet. Fue una experiencia muy bonita, una fiesta de la fe y de la fraternidad, que llena de alegría. La misma alegría que sentimos hoy. Damos gracias al Señor y a la Virgen María, Nuestra Señora de Bonaria: es ella quien nos ha hecho encontrarnos aquí. Invocadla con frecuencia, es una mamá buena, ¡os lo aseguro! Algunas de vuestras «preguntas», los interrogantes... pero, también yo hablo aquí un dialecto. Algunas de vuestras preguntas van en la misma dirección. Pienso en el Evangelio en la orilla del lago de Galilea, donde vivían y trabajaban Simón —a quien luego Jesús llamará Pedro— y su hermano Andrés, junto a Santiago y Juan, también ellos hermanos, todos pescadores. Jesús estaba rodeado por la multitud que quería escuchar su palabra; vio a aquellos pescadores junto a las barcas mientras limpiaban las redes. Subió a la barca de Simón y le pidió alejarse un poco de la orilla, y así, estando sentado en la barca, hablaba a la gente. Jesús, en la barca, hablaba a la gente. Cuando terminó, pidió a Simón remar mar adentro y echar las redes. Esta petición era una prueba para Simón —escuchad bien la palabra: una «prueba»— porque Él y los demás acababan de regresar después de una noche de pesca fallida. Simón es un hombre práctico y sincero, y dice inmediatamente a Jesús: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada».


Este es el primer punto: la experiencia del fracaso. En vuestras preguntas estaba esta experiencia: el Sacramento de la Confirmación —¿cómo se llama este Sacramento? La Confirmación... ¡no! Ha cambiado el nombre: «Sacramento del adiós». Lo reciben y se marchan de la Iglesia: ¿es verdad o no? Esta es una experiencia de fracaso. La otra experiencia de fracaso: los jóvenes que no están en la parroquia, vosotros habéis hablado de esto. Esta experiencia del fracaso, algo que marcha mal, una desilusión. En la juventud se proyecta hacia adelante, pero algunas veces sucede que se vive un fracaso, una frustración: es una prueba, y es importante. Ahora yo quiero hacer una pregunta a vosotros, pero no respondáis en voz alta, sino en silencio. Que cada uno piense en su corazón, pensad en las experiencias de fracaso que habéis tenido, pensad. Es verdad: todos nosotros las tenemos, todos nosotros las tenemos.


En la Iglesia experimentamos esto muchas veces: los sacerdotes, los catequistas, los animadores luchan mucho, gastan muchas energías, se entregan totalmente, y al final no ven resultados que correspondan con sus esfuerzos. Lo han dicho también vuestros «portavoces» en las dos primeras preguntas. Hacían referencia a las comunidades donde la fe se presenta un poco desabrida, no participan activamente muchos fieles en la vida de la Iglesia, se ven cristianos a veces cansados y tristes, y muchos jóvenes, tras haber recibido la Confirmación, se van. El Sacramento de la despedida, del adiós, como he dicho. Es una experiencia de fracaso, una experiencia que nos deja vacíos, nos desalienta. ¿Es verdad o no? [Sí, responden los jóvenes] ¿Es verdad o no? [Sí, responden una vez más].


Ante esta realidad, justamente os preguntáis: ¿qué podemos hacer? Ciertamente una cosa que no se debe hacer es dejarse vencer por el pesimismo y por la desconfianza. Cristianos pesimistas: ¡esto no es bueno! Vosotros, jóvenes, no podéis y no debéis estar sin esperanza, la esperanza forma parte de vuestro ser. Un joven sin esperanza no es joven, ha envejecido demasiado pronto. La esperanza forma parte de vuestra juventud. Si vosotros no tenéis esperanza, pensad seriamente, pensad seriamente... Un joven sin alegría y sin esperanza es preocupante: no es un joven. Y cuando un joven no tiene alegría, cuando un joven siente la desconfianza de la vida, cuando un joven pierde la esperanza, ¿dónde va a encontrar un poco de tranquilidad, un poco de paz, sin confianza, sin esperanza, sin alegría? Vosotros lo sabéis, estos mercaderes de muerte, quienes venden muerte te ofrecen un camino para cuando estáis tristes, sin esperanza, sin confianza, sin valor. Por favor, no vendas tu juventud a estos que venden muerte. Vosotros me entendéis de qué estoy hablando. Todos vosotros lo comprendéis: ¡no vendáis!


Volvamos a la escena del Evangelio: Pedro, en ese momento crítico, se juega a sí mismo. ¿Qué habría podido hacer? Podría haber dejado lugar al cansancio y a la desconfianza, pensando que es inútil y que es mejor retirarse e ir a casa. En cambio, ¿qué hace? Con valor, sale de sí mismo y elige fiarse de Jesús. Dice: «Bah, está bien: Por tu palabra, echaré las redes». ¡Atención! No dice: con mis fuerzas, con mis cálculos, con mi experiencia de experto pescador, sino «por tu palabra», por la palabra de Jesús. Y el resultado es una pesca increíble, las redes se llenaron, en tal medida que casi se rompieron.


Este es el segundo punto: fiarse de Jesús, fiarse de Jesús. Cuando digo esto quiero ser sincero y deciros: yo no vengo aquí a venderos un espejismo. Vengo aquí a decir: existe una Persona que puede llevaros adelante: ¡fíate de Él! ¡Es Jesús! ¡Fíate de Jesús! Jesús no es un espejismo. Fiarse de Jesús. El Señor está siempre con nosotros. Viene a la orilla del mar de nuestra vida, se hace cercano a nuestros fracasos, a nuestra fragilidad, a nuestros pecados, para transformarlos. No dejéis nunca de volver a poneros en juego, como buenos deportistas —algunos de vosotros lo saben bien por experiencia— que saben afrontar el cansancio del entrenamiento para alcanzar los resultados. Las dificultades no deben asustaros, sino impulsaros a ir más allá. Sentid dirigidas a vosotros las palabras de Jesús: ¡Remad mar adentro y echad las redes, jóvenes de Cerdeña! ¡Remad mar adentro! Sed cada vez más dóciles a la Palabra del Señor: es Él, es su Palabra, es el seguimiento lo que hace fructuoso vuestro compromiso de testimonio. Cuando los esfuerzos para despertar la fe entre vuestros amigos parecen inútiles, como la fatiga nocturna de los pescadores, recordad que con Jesús todo cambia. La Palabra del Señor llenó las redes, y la Palabra del Señor hace eficaz el trabajo misionero de los discípulos. Seguir a Jesús es comprometedor, quiere decir no contentarse con pequeñas metas, con pequeño cabotaje, sino apuntar alto con valentía.


No es bueno —no es bueno— detenerse en el «no hemos recogido nada», sino ir más allá, ir al «rema mar adentro y echa las redes» de nuevo, sin cansarnos. Jesús lo repite a cada uno de vosotros. Y es Él quien dará la fuerza. Existe la amenaza del lamento, de la resignación. Esto lo dejamos para aquellos que siguen a la «diosa lamentación». Vosotros, ¿seguís a la «diosa lamentación»? ¿Os lamentáis continuamente, como en una velada fúnebre? No, los jóvenes no pueden hacer eso. La «diosa lamentación» es un engaño: te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido. El camino es Jesús: hacerle subir a nuestra «barca» y remar mar adentro con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la perspectiva de la vida. La fe en Jesús conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada no sólo en nuestras cualidades y habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de Él. Sin hacer demasiados cálculos humanos ni preocuparse por verificar si la realidad que os rodea coincide con vuestras seguridades. Remad mar adentro, salid de vosotros mismos; salir de nuestro pequeño mundo y abrirnos a Dios, para abrirnos cada vez más también a los hermanos. Abrirnos a Dios nos abre a los demás. Abrirse a Dios y abrirse a los demás. 
Dar algún paso más allá de nosotros mismos; pequeños pasos, pero dadlos. Pequeños pasos, saliendo de vosotros mismos hacia Dios y hacia los demás, abriendo el corazón a la fraternidad, a la amistad, a la solidaridad.


Tercero —y concluyo: es un poco largo—: «Echad vuestras redes para la pesca» (v. 4). Queridos jóvenes sardos, la tercera cosa que quiero deciros, y así respondo a las otras dos preguntas, es que también vosotros estáis llamados a llegar a ser «pescadores de hombres». No dudéis en entregar vuestra propia vida para testimoniar el Evangelio con alegría, especialmente a vuestros coetáneos. Quiero contaros una experiencia personal. Ayer cumplí el sexagésimo aniversario del día en que sentí la voz de Jesús en mi corazón. Pero esto lo digo no para que hagáis un pastel, aquí, no, no lo digo por eso. Pero es un recuerdo: sesenta años desde aquel día. No lo olvido nunca. El Señor me hizo sentir con fuerza que debía ir por ese camino. Tenía diecisiete años. Pasaron algunos años antes de que esta decisión, esta invitación, llegase a ser concreta y definitiva. Después pasaron muchos años con algunos acontecimientos, de alegría, pero muchos años de fracasos, de fragilidad, de pecado... sesenta años por el camino del Señor, siguiéndole a Él, junto a Él, siempre con Él. Sólo os digo esto: ¡no me he arrepentido! ¡No me he arrepentido! ¿Por qué? ¿Porque me siento Tarzán y soy fuerte para seguir adelante? No, no me he arrepentido porque siempre, incluso en los momentos más oscuros, en los momentos del pecado, en los momentos de la fragilidad, en los momentos del fracaso, he mirado a Jesús y me fié de Él, y Él no me ha dejado solo. Fiaos de Jesús: Él siempre va adelante, Él va con nosotros. Pero, escuchad, Él no desilusiona nunca. Él es fiel, es un compañero fiel. Pensad, este es mi testimonio: estoy feliz por estos sesenta años con el Señor. Una cosa más: seguid adelante.
¿He hablado demasiado largo? [No, responden los jóvenes] Permanezcamos unidos en la oración. Ir por esta vida con Jesús: lo hicieron los santos.


Los santos son así: no nacen ya perfectos, ya santos. Llegan a serlo porque, como Simón Pedro, se fían de la Palabras del Señor y «reman mar adentro». Vuestra tierra dio muchos testimonios, incluso recientes: las beatas Antonia Mesina, Gabriella Sagheddu, Giuseppina Nicoli; los siervos de Dios Edvige Carboni, Simonetta Tronci y don Antonio Loi. Son personas comunes, que en lugar de lamentarse «echaron las redes para la pesca». Imitad su ejemplo, encomendáos a su intercesión, y sed siempre hombres y mujeres de esperanza. ¡Ningún lamento! ¡Ningún desaliento! Nada de abatirse, nada de ir a comprar consolación de muerte: ¡nada! ¡Seguir adelante con Jesús! Él no falla nunca, Él no desilusiona, Él es leal.


Rezad por mí. Que la Virgen os acompañe.


[Una firme condena por la masacre de cristianos en Pakistán expresó el Papa el domingo 22 de Septiembre, por la tarde, como conclusión del encuentro con los jóvenes de Cerdeña.]


Queridos jóvenes:


Antes de dar la bendición quería deciros otra cosa. Cuando os decía que sigáis adelante con Jesús, es para construir, para hacer cosas buenas, para llevar adelante la vida, ayudar a los demás, para construir un mundo mejor y de paz. Pero hay opciones equivocadas, elecciones erróneas, porque existen opciones de destrucción. Hoy, en Pakistán, por una opción equivocada, de odio, de guerra, tuvo lugar un atentado y murieron 70 personas. Este camino no funciona, no sirve. Sólo la senda de la paz, que construye un mundo mejor. Pero si no lo hacéis vosotros, si no lo hacéis vosotros, no lo hará otro. Este es el problema, y esta es la pregunta que os dejo: «¿Estoy dispuesto, estoy dispuesta a seguir este camino para construir un mundo mejor?». Sólo esto. Recemos un Padrenuestro por todas estas personas que murieron en este atentado en Pakistán.


Que la Virgen nos ayude siempre a trabajar por un mundo mejor, a seguir el camino de la construcción, la senda de la paz, y nunca el camino de la destrucción y el camino de la guerra.


Os bendiga Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Por favor, rezad por mí. ¡Hasta la vista!


----- 0 -----


ENCUENTRO CON EL MUNDO DE LA CULTURA



DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO



Aula Magna de la Pontificia Facultad de Teología de Cerdeña, Cagliari
Domingo 22 de Septiembre de 2013




Queridos amigos, ¡buenas tardes!


Dirijo a todos mi saludo cordial. Doy las gracias al padre decano y a los rectores magníficos por sus palabras de acogida, y deseo todo bien para el trabajo de las tres instituciones. Me gusta haber oído que trabajan juntas, como amigos: ¡y esto es bueno! Doy las gracias y aliento a la Pontificia facultad teológica, que nos acoge, en particular a los padres jesuitas, que en ella desarrollan con generosidad su precioso servicio, y a todo el cuerpo académico. La preparación de los candidatos al sacerdocio permanece como un objetivo primario, pero también la formación de los laicos es muy importante.


No quiero dar una lección académica, aunque el contexto y vosotros que sois un grupo cualificado tal vez lo requerirían. Prefiero ofrecer algunas reflexiones en voz alta que parten de mi experiencia de hombre y de Pastor de la Iglesia. Y por esto me dejo guiar por un pasaje del Evangelio, haciendo una lectura «existencial» de él, el de los discípulos de Emaús: dos discípulos de Jesús que, tras su muerte, se van de Jerusalén y vuelven a su lugar. He elegido tres palabras clave: desilusión, resignación, esperanza.


Estos dos discípulos llevan en el corazón el sufrimiento y la desorientación por la muerte de Jesús, están desilusionados por cómo han acabado las cosas. Un sentimiento análogo lo hallamos también en nuestra situación actual, la decepción, la desilusión, a causa de una crisis económico-financiera, pero también ecológica, educativa, moral, humana. Es una crisis que se refiere al presente y al futuro histórico, existencial del hombre en esta civilización occidental nuestra, y que acaba además por afectar al mundo entero. Y cuando digo crisis no pienso en una tragedia. Los chinos, cuando quieren escribir la palabra crisis, la escriben con dos caracteres: el carácter del peligro y el carácter de la oportunidad. Cuando hablamos de crisis, hablamos de peligros, pero también de oportunidades. Este es el sentido en que utilizo la palabra. Cierto, cada época de la historia lleva en sí elementos críticos, pero, al menos en los últimos cuatro siglos, no se han visto tan sacudidas las certezas fundamentales que constituyen la vida de los seres humanos como en nuestra época. Pienso en el deterioro del medio ambiente: esto es peligroso, pensemos un poco adelante, en la guerra del agua, que viene; en los desequilibrios sociales; en el terrible poder de las armas —hemos hablado de ello tanto en estos días; en el sistema económico-financiero, que tiene en el centro no al hombre, sino el dinero, el dios dinero; en el desarrollo y en el peso de los medios de información, con toda su positividad de comunicación, de transporte. Es un cambio que se refiere al modo mismo en que la humanidad lleva adelante su existencia en el mundo.


Frente a esta realidad, ¿cuáles son las reacciones? Volvamos a los dos discípulos de Emaús: desilusionados ante la muerte de Jesús, se muestran resignados y buscan huir de la realidad, dejan Jerusalén. Las mismas actitudes las podemos leer también en este momento histórico. Frente a la crisis puede haber resignación, pesimismo hacia toda posibilidad de eficaz intervención. En cierto sentido es un «lavarse las manos» de la dinámica misma del actual recodo histórico, denunciando sus aspectos más negativos con una mentalidad semejante a aquel movimiento espiritual y teológico del siglo ii después de Cristo que se denominó «apocalíptico». Nosotros tenemos la tentación, pensar en clave apocalíptica. Esta concepción pesimista de la libertad humana y de los procesos históricos lleva a una especie de parálisis de la inteligencia y de la voluntad. La desilusión lleva también a una especie de fuga, a buscar «islas» o momentos de tregua. Es algo parecido a la actitud de Pilato, el «lavarse las manos». Una actitud que se presenta «pragmática», pero que de hecho ignora el grito de justicia, de humanidad y de responsabilidad social y lleva al individualismo, a la hipocresía, si no a una especie de cinismo. Esta es la tentación que nosotros tenemos delante, si vamos por este camino de la desilusión o de la decepción.


En este punto nos preguntamos: ¿hay un camino a recorrer en esta situación nuestra? ¿Debemos resignarnos? ¿Debemos dejarnos oscurecer la esperanza? ¿Debemos huir de la realidad? ¿Debemos «lavarnos las manos» y encerrarnos en nosotros mismos? Pienso no sólo que existe un camino a recorrer, sino que precisamente el momento histórico que vivimos nos impulsa a buscar y hallar caminos de esperanza, que abran horizontes nuevos a nuestra sociedad. Y aquí es precioso el papel de la Universidad. La Universidad como lugar de elaboración y transmisión del saber, de formación a la «sabiduría» en el sentido más profundo del término, de educación integral de la persona. En esta dirección desearía ofrecer algunos breves puntos sobre los cuales reflexionar.


La Universidad como lugar del discernimiento. Es importante leer la realidad, mirándola a la cara. Las lecturas ideológicas o parciales no sirven, alimentan solamente la ilusión y la desilusión. Leer la realidad, pero también vivir esta realidad, sin miedos, sin fugas y sin catastrofismos. Cada crisis, también la actual, es un paso, un trabajo de parto que comporta fatiga, dificultad, sufrimiento, pero que lleva en sí el horizonte de la vida, de una renovación, lleva la fuerza de la esperanza. Y ésta no es una crisis de «cambio»: es una crisis de «cambio de época». Es una época, la que cambia. No son cambios de época superficiales. 
 La crisis puede transformarse en momento de purificación y de replanteamiento de nuestros modelos económico-sociales y de una cierta concepción del progreso que ha alimentado ilusiones, para recuperar lo humano en todas sus dimensiones. El discernimiento no es ciego, ni improvisado: se realiza sobre la base de criterios éticos y espirituales, implica interrogarse sobre lo que es bueno, la referencia a los valores propios de una visión del hombre y del mundo, una visión de la persona en todas sus dimensiones, sobre todo en la espiritual, trascendente; no se puede considerar jamás a la persona como «material humano». Ésta es tal vez la propuesta oculta del funcionalismo. La Universidad como lugar de «sabiduría» tiene una función muy importante en formar al discernimiento para alimentar la esperanza. Cuando el caminante desconocido, que es Jesús Resucitado, se acerca a los dos discípulos de Emaús, tristes y desconsolados, no busca ocultar la realidad de la Crucifixión, de la aparente derrota que ha provocado su crisis; al contrario, les invita a leer la realidad para guiarles a la luz de su Resurrección: «Qué necios y torpes sois... ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?» (Lc 24, 25-26). Hacer discernimiento significa no huir, sino leer seriamente, sin prejuicios, la realidad.


Otro elemento: la Universidad como lugar en el que se elabora la cultura de la proximidad, cultura de la proximidad. Esta es una propuesta: cultura de la cercanía. El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; cercanía, sí. Cultura del enfrentamiento, no; cultura del encuentro, sí. La Universidad es el lugar privilegiado en el que se promueve, se enseña, se vive esta cultura del diálogo, que no nivela indiscriminadamente diferencias y pluralismos —uno de los riesgos de la globalización es éste—, ni tampoco los lleva al extremo haciéndoles ser motivo de enfrentamiento, sino que abre a la confrontación constructiva. Esto significa comprender y valorar las riquezas del otro, considerándolo no con indiferencia o con temor, sino como factor de crecimiento. Las dinámicas que regulan las relaciones entre personas, entre grupos, entre naciones frecuentemente no son de cercanía, de encuentro, sino de enfrentamiento. Me remito de nuevo al pasaje evangélico. Cuando Jesús se acerca a los dos discípulos de Emaús, comparte su camino, escucha su lectura de la realidad, su desilusión, y dialoga con ellos; precisamente de este modo reenciende en su corazón la esperanza, abre nuevos horizontes que estaban ya presentes, pero que sólo el encuentro con el Resucitado permite reconocer. Nunca tengáis miedo del encuentro, del diálogo, de la confrontación, también entre universidades. A todos los niveles. Aquí estamos en la sede de la Facultad teológica. Permitidme deciros: no tengáis temor a abriros también a los horizontes de la trascendencia, al encuentro con Cristo y a profundizar en la relación con Él. La fe no reduce jamás el espacio de la razón, sino que lo abre a una visión integral del hombre y de la realidad, y defiende del peligro de reducir el hombre a «material humano».


Un último elemento: la Universidad como lugar de formación a la solidaridad. La palabra solidaridad no pertenece sólo al vocabulario cristiano, es una palabra fundamental del vocabulario humano. Como dije hoy, es una palabra que en esta crisis corre el riesgo de ser suprimida del diccionario. El discernimiento de la realidad, asumiendo el momento de crisis, la promoción de una cultura del encuentro y del diálogo, orientan hacia la solidaridad, como elemento fundamental para una renovación de nuestras sociedades. El encuentro, el diálogo entre Jesús y los dos discípulos de Emaús, que reenciende la esperanza y renueva el camino de su vida, lleva a compartir: le reconocieron al partir el pan. Es el signo de la Eucaristía, de Dios que se hace tan cercano en Cristo que se hace presencia constante, para compartir su propia vida. Y esto dice a todos, también a quien no cree, que es precisamente en una solidaridad no dicha, sino vivida, como las relaciones pasan de considerar al otro como «material humano» o como «número» a considerarle como persona. No hay futuro para ningún país, para ninguna sociedad, para nuestro mundo, si no sabemos ser todos más solidarios. Solidaridad por lo tanto como modo de hacer la historia, como ámbito vital en el que los conflictos, las tensiones, también los opuestos alcanzan una armonía que genera vida. En esto, pensando en esta realidad del encuentro en la crisis, he hallado en los políticos jóvenes otra manera de pensar la política. No digo mejor o no mejor, sino otra manera. Hablan de forma distinta, están buscando... su música es distinta de la nuestra. No tengamos miedo. Oigámosles, hablemos con ellos. Ellos tienen una intuición: abrámonos a su intuición. Es la intuición de la vida joven. Digo los políticos jóvenes porque es lo que he oído, pero los jóvenes en general buscan esta clave distinta. Para ayudarnos al encuentro, nos ayudará oír la música de estos políticos, «científicos», pensadores jóvenes.


Antes de concluir, permitidme subrayar que a nosotros cristianos la fe misma nos da una esperanza sólida que impulsa a discernir la realidad, a vivir la cercanía y la solidaridad, porque Dios mismo ha entrado en nuestra historia, haciéndose hombre en Jesús, se ha sumergido en nuestra debilidad, haciéndose cercano a todos, mostrando solidaridad concreta, especialmente a los más pobres y necesitados, abriéndonos un horizonte infinito y seguro de esperanza.


Queridos amigos, gracias por este encuentro y por vuestra atención; que la esperanza sea la luz que ilumina siempre vuestro estudio y vuestro compromiso. Y que el valor sea el tiempo musical para ir adelante. Que el Señor os bendiga.


----- 0 -----


ENCUENTRO CON LAS MONJAS DE CLAUSURA

 
BREVE SALUDO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

 
Domingo, 22 Septiembre 2013



A las monjas de clausura un saludo especial, porque vosotros sois quienes sostenéis a la Iglesia, sois el apoyo espiritual de la Iglesia. Seguid adelante con esta certeza. El Señor os ha llamado para apoyar a la Iglesia, con la oración, con la gran oración. Os bendigo a todas: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Orad por mí y muchas gracias.


----- 0 -----


ENCUENTRO CON POBRES Y PRESOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Catedral de Cagliari
Domingo 22 de Septiembre de 2013

 

Queridos hermanos y hermanas:


Gracias a todos por estar aquí, hoy. En vuestros rostros veo fatiga, pero veo también esperanza. Sentíos amados por el Señor, y también por tantas personas buenas, con cuyas oraciones y obras ayudan a aliviar los sufrimientos del prójimo. Yo me siento en casa, aquí. Y también espero que vosotros os sintáis en casa en esta Catedral: como se dice en América Latina, «esta casa es vuestra casa», es vuestra casa.


Aquí sentimos de modo fuerte y concreto que somos todos hermanos. Aquí el único Padre es el Padre nuestro celestial, y el único Maestro es Jesucristo. Entonces lo primero que quería compartir con vosotros es precisamente esta alegría de tener a Jesús como Maestro, como modelo de vida. Miremos hacia Él. Esto nos da mucha fuerza, mucha consolación en nuestras fragilidades, en nuestras miserias y en nuestras dificultades. Todos nosotros tenemos dificultades, todos. Todos nosotros que estamos aquí tenemos dificultades. Todos nosotros que estamos aquí —todos— tenemos miserias y todos nosotros que estamos aquí tenemos fragilidades. Nadie aquí es mejor que el otro. Todos somos iguales ante el Padre, todos.


Y mirando a Jesús nosotros vemos que Él ha elegido el camino de la humildad y del servicio. Es más, Él mismo en persona es este camino. Jesús no fue indeciso, no fue un «indiferente»: hizo una elección y la llevó adelante hasta el fondo. Eligió hacerse hombre, y como hombre hacerse siervo, hasta la muerte de cruz. Este es el camino del amor: no hay otro. Por ello vemos que la caridad no es un simple asistencialismo, y menos un asistencialismo para tranquilizar las conciencias. No, eso no es amor, eso es negocio, eso es comercio. El amor es gratuito. La caridad, el amor es una opción de vida, es un modo de ser, de vivir, es el camino de la humildad y de la solidaridad. No hay otro camino para este amor: ser humildes y solidarios. Esta palabra, solidaridad, en esta cultura del descarte —lo que no sirve, se tira— para que queden sólo los que se sienten justos, los que se sienten puros, los que se sienten limpios. Pobrecitos. Esta palabra, solidaridad, corre el riesgo de que sea suprimida del diccionario, porque es una palabra que molesta, molesta. ¿Por qué? Porque te obliga a mirar al otro y a darte al otro con amor. Es mejor suprimirla del diccionario, porque molesta. Y nosotros, no, nosotros decimos: éste es el camino, la humildad y la solidaridad. ¿Por qué? ¿Lo hemos inventado nosotros, sacerdotes? ¡No! Es de Jesús: Él lo ha dicho. Y queremos ir por este camino. La humildad de Cristo no es un moralismo, un sentimiento. La humildad de Cristo es real, es la elección de ser pequeño, de estar con los pequeños, con los excluidos, de estar entre nosotros, pecadores todos. Atención, ¡no es una ideología! Es un modo de ser y de vivir que parte del amor, parte del corazón de Dios.


Esto es lo primero, y me gusta mucho hablar de ello con vosotros. Miremos a Jesús: Él es nuestra alegría, pero también nuestra fuerza, nuestra certeza, porque es el camino seguro: humildad, solidaridad, servicio. No hay otro camino. En la imagen de Nuestra Señora de Bonaria, Cristo aparece entre los brazos de María. Ella, como buena madre, nos lo indica, nos dice que tengamos confianza en Él.


Pero no basta con mirar, hay que seguir. Y este es el segundo aspecto. Jesús no ha venido al mundo a hacer un desfile, a hacerse ver. No ha venido para esto. Jesús es el camino, y un camino sirve para caminar, para recorrerlo. Entonces yo quiero ante todo dar las gracias al Señor por vuestro empeño en seguirle, también en la fatiga, en el sufrimiento, entre los muros de una cárcel. Sigamos teniendo confianza en Él, dará a vuestro corazón esperanza y alegría. Quiero darle las gracias por todos vosotros que os dedicáis generosamente, aquí en Cágliari y en toda Cerdeña, a las obras de misericordia. Deseo alentaros a seguir por este camino, a ir adelante juntos, buscando conservar ante todo la caridad entre vosotros. 
Esto es muy importante. No podemos seguir a Jesús por el camino de la caridad si no nos queremos antes que nada entre nosotros, si no nos esforzamos en colaborar, en comprendernos recíprocamente y en perdonarnos, reconociendo cada uno sus propias limitaciones y sus propios errores. Debemos hacer las obras de misericordia, pero con misericordia. Con el corazón ahí. Las obras de caridad con caridad, con ternura, y siempre con humildad. ¿Sabéis? A veces se encuentra también la arrogancia en el servicio a los pobres. Estoy seguro de que vosotros lo habéis visto. Esa arrogancia en el servicio a los que necesitan de nuestro servicio. Algunos presumen, se llenan la boca con los pobres; algunos instrumentalizan a los pobres por intereses personales o del propio grupo. Lo sé, esto es humano, pero no va bien. No es de Jesús, esto. Y digo más: esto es pecado. Es pecado grave, porque es utilizar a los necesitados, a aquellos que tienen necesidad, que son la carne de Jesús, para mi vanidad. Uso a Jesús para mi vanidad, y esto es pecado grave. Sería mejor que estas personas se quedaran en casa.


Así pues: seguir a Jesús por el camino de la caridad, ir con Él a las periferias existenciales: «La caridad de Jesús es una urgencia», decía Pablo (cf. 2 Co 5, 14). Para el buen Pastor, lo que está lejos, periférico, lo que está perdido y despreciado es objeto de una atención mayor, y la Iglesia no puede sino hacer suya esta predilección y esta atención. En la Iglesia, los primeros son quienes tienen mayor necesidad, humana, espiritual, material, más necesidad.


Y siguiendo a Cristo por el camino de la caridad, nosotros sembramos esperanza. Sembrar esperanza: ésta es la tercera convicción que me gusta compartir con vosotros. La sociedad italiana hoy tiene mucha necesidad de esperanza, y Cerdeña de modo particular. Quien tiene responsabilidades políticas y civiles tiene la propia tarea, que como ciudadanos hay que sostener de modo activo. Algunos miembros de la comunidad cristiana están llamados a comprometerse en este campo de la política, que es una forma alta de caridad, como decía Pablo VI. Pero como Iglesia tenemos todos una responsabilidad fuerte que es la de sembrar la esperanza con obras de solidaridad, siempre buscando colaborar en el modo mejor con las instituciones públicas, en el respeto de las respectivas competencias. La Caritas es expresión de la comunidad, y la fuerza de la comunidad cristiana es hacer crecer la sociedad desde el interior, como la levadura. Pienso en vuestras iniciativas con los detenidos en las cárceles, pienso en el voluntariado de muchas asociaciones, en la solidaridad con las familias que sufren más a causa de la falta de trabajo. En esto os digo: ¡ánimo! No os dejéis robar la esperanza e id adelante. Que no os la roben. Al contrario: ¡sembrad esperanza! Gracias, queridos amigos. Os bendigo a todos, junto a vuestras familias. Y gracias a todos vosotros.


Después de rezar el Padre Nuestro, el Papa concluyó así:


Que el Señor os bendiga a todos: a vuestras familias, vuestros problemas, vuestras alegrías, vuestras esperanzas. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y por favor, os pido que oréis por mí: lo necesito.


----- 0 ----- 



PAPA FRANCISCO


ÁNGELUS

Plaza del Santuario de Nuestra Señora de Bonaria, Cagliari  
Domingo 22 de Septiembre de 2013




Queridos hermanos y hermanas:


 Antes de concluir esta celebración, os saludo con afecto, en especial a mis hermanos obispos de Cerdeña, a quienes doy las gracias. Aquí, a los pies de la Virgen, desearía agradecer a todos y cada uno de vosotros, queridos fieles, sacerdotes, religiosos y religiosas, autoridades y, de modo especial, a quienes han colaborado para organizar esta visita. Sobre todo quiero encomendaros a María, Nuestra Señora de Bonaria. Pero en este momento pienso en los numerosos santuarios marianos de Cerdeña: vuestra tierra tiene un fuerte vínculo con María, una relación que expresáis en vuestra devoción y en vuestra cultura. Sed siempre auténticos hijos de María y de la Iglesia, y demostradlo con vuestra vida, siguiendo el ejemplo de los santos.


Al respecto, recordamos que ayer, en Bérgamo, fue proclamado beato Tomás Acerbis de Olera, fraile capuchino, que vivió entre los siglos XVI y XVII. Damos gracias por este testigo de la humildad y de la caridad de Cristo.


Ahora recitemos juntos la oración del Ángelus.

 
----- 0 -----


SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE BONARIA
 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
 

Plaza del Santuario de Nuestra Señora de Bonaria, Cagliari 
Domingo 22 de Septiembre de 2013

 

Que la paz de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre con vosotros.


Hoy se realiza el deseo que anuncié en la Plaza de San Pedro, antes del verano, de visitar el santuario de Nuestra Señora de Bonaria.


He venido para compartir con vosotros alegrías y esperanzas, fatigas y ocupaciones, ideales y aspiraciones de vuestra isla, y para confirmaros en la fe. También aquí en Cágliari, como en toda Cerdeña, no faltan dificultades —y son muchas—, problemas y preocupaciones: pienso, en especial, en la falta de trabajo y en su precariedad, y, por lo tanto, en la incertidumbre para el futuro. Cerdeña, vuestra bella región, sufre desde hace largo tiempo muchas situaciones de pobreza, acentuadas también por su condición insular. Es necesaria la colaboración leal por parte de todos, con el compromiso de los responsables de las instituciones —también de la Iglesia— para asegurar a las personas y a las familias los derechos fundamentales, y hacer crecer una sociedad más fraterna y solidaria. Asegurar el derecho al trabajo, el derecho a llevar el pan a casa, pan ganado con el trabajo. ¡Os soy cercano! Os soy cercano, os recuerdo en la oración, y os aliento a perseverar en el testimonio de los valores humanos y cristianos tan profundamente radicados en la fe y en la historia de este territorio y de su población. ¡Mantened siempre encendida la luz de la esperanza!


He venido en medio de vosotros para ponerme con vosotros a los pies de la Virgen que nos da a su Hijo. Sé bien que María, nuestra Madre, está en vuestro corazón, como testimonia este Santuario, al que han subido muchas generaciones de sardos —¡y seguirán subiendo!— para invocar la protección de la Virgen de Bonaria, patrona máxima de la isla. Vosotros traéis aquí las alegrías y los sufrimientos de esta tierra, de sus familias, y también de los hijos que viven lejos, que muchas veces partieron con gran dolor y nostalgia para buscar un trabajo y un futuro para sí y para sus seres queridos. Hoy, todos nosotros aquí reunidos, queremos dar las gracias a María porque está siempre cerca de nosotros, queremos renovar a Ella nuestra confianza y nuestro amor.


La primera Lectura que hemos escuchado nos presenta a María en oración, en el Cenáculo, junto a los Apóstoles. María reza, ora junto a la comunidad de los discípulos, y nos enseña a tener plena confianza en Dios, en su misericordia. ¡Este es el poder de la oración! No nos cansemos de llamar a la puerta de Dios. Llevemos al corazón de Dios, a través de María, toda nuestra vida, cada día. Llamar a la puerta del corazón de Dios.


En el Evangelio, en cambio, percibimos sobre todo la última mirada de Jesús hacia su Madre (cf. Jn 19, 25-27). Desde la cruz Jesús mira a su Madre y le confía el apóstol Juan, diciendo: éste es tu hijo. En Juan estamos todos, también nosotros, y la mirada de amor de Jesús nos confía a la custodia maternal de la Madre. María habrá recordado otra mirada de amor, cuando era una muchacha: la mirada de Dios Padre, que había mirado su humildad, su pequeñez. María nos enseña que Dios no nos abandona, puede hacer cosas grandes incluso con nuestra debilidad. ¡Tengamos confianza en Él! ¡Llamemos a la puerta de su corazón!


Y la tercera reflexión: hoy he venido en medio de vosotros, es más, hemos venido todos juntos para encontrar la mirada de María, porque allí está como reflejo la mirada del Padre, que la hizo Madre de Dios, y la mirada del Hijo desde la cruz, que la hizo Madre nuestra. María nos contempla hoy con esa mirada. Tenemos necesidad de su mirada de ternura, de su mirada maternal que nos conoce mejor que cualquier otro, de su mirada llena de compasión y de atención. María, hoy queremos decirte: Madre, danos tu mirada. Tu mirada nos lleva a Dios, tu mirada es un regalo del Padre bueno, que nos espera en cada giro de nuestro camino, es un don de Jesucristo en la cruz, que carga sobre sí nuestros sufrimientos, nuestras fatigas, nuestro pecado. Y para encontrar a este Padre lleno de amor, hoy le decimos: ¡Madre, danos tu mirada! Lo decimos todos juntos: «¡Madre, danos tu mirada!». «¡Madre, danos tu mirada!».


En el camino, a menudo difícil, no estamos solos, somos muchos, somos un pueblo, y la mirada de la Virgen nos ayuda a mirarnos de modo fraterno entre nosotros. ¡Mirémonos de modo más fraterno! María nos enseña a tener esa mirada que busca acoger, acompañar, proteger. Aprendamos a mirarnos unos a otros bajo la mirada maternal de María. Hay personas a quienes instintivamente consideramos menos y que en cambio tienen más necesidad: los más abandonados, los enfermos, quienes no tienen de qué vivir, quienes no conocen a Jesús, los jóvenes que atraviesan dificultades, los jóvenes que no encuentran trabajo. No tengamos miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen, Ella nos invita a ser auténticos hermanos. Y no permitamos que algo o alguien se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen. ¡Madre, danos tu mirada! ¡Que nadie nos la esconda! Que nuestro corazón de hijos sepa defenderla de tantos discursos vacíos que prometen ilusiones; de quienes tienen una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. Que no nos roben la mirada de María, que está llena de ternura, nos da fuerza, nos hace solidarios entre nosotros. Digamos todos: ¡Madre, danos tu mirada! ¡Madre, danos tu mirada! ¡Madre, danos tu mirada!


Nuestra Señora de Bonaria, acompáñanos siempre en nuestra vida.


----- 0 -----



ENCUENTRO CON EL MUNDO LABORAL

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Largo Carlo Felice, Cagliari
Domingo 22 de Septiembre de 2013



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Os saludo cordialmente: trabajadores, empresarios, autoridades, familias presentes, en particular al arzobispo, monseñor Arrigo Miglio, y a los tres de vosotros que han manifestado vuestros problemas, vuestras expectativas, también vuestras esperanzas. Esta visita —como decíais— empieza precisamente con vosotros, que formáis el mundo del trabajo. 
Con este encuentro deseo sobre todo expresaros mi cercanía, especialmente a las situaciones de sufrimiento: a muchos jóvenes desempleados, a las personas con subsidio o precarias, a los empresarios y comerciantes a los que les cuesta salir adelante. Es una realidad que conozco bien por la experiencia tenida en Argentina. Yo no la he conocido, pero mi familia sí: mi papá, joven, fue a Argentina lleno de ilusiones a «hacer las Américas». 

Y sufrió la terrible crisis de los años treinta. ¡Lo perdieron todo! No había trabajo. Y he oído, en mi infancia, hablar de este tiempo, en casa... Yo no lo vi, no había nacido todavía, pero oí en casa este sufrimiento, hablar de este sufrimiento. Conozco bien esto. Pero debo deciros: «¡Ánimo!». Pero también soy consciente de que debo hacer todo lo posible por mi parte, para que esta palabra «ánimo» no sea una bella palabra de paso. Que no sea sólo una sonrisa de empleado cordial, un empleado de la Iglesia que viene y os dice: «¡Ánimo!». ¡No! No quiero esto. Querría que este ánimo venga de dentro y me impulse a hacer todo lo posible como Pastor, como hombre. Debemos afrontar con solidaridad, entre vosotros —también entre nosotros—, todos con solidaridad e inteligencia este desafío histórico.
Esta es la segunda ciudad que visito en Italia. Es curioso: las dos —la primera y ésta— son islas. En la primera vi el sufrimiento de mucha gente que busca, arriesgando la vida, dignidad, pan, salud: el mundo de los refugiados. Y vi la respuesta de esa ciudad, que —siendo isla— no ha querido aislarse y recibe aquello, lo hace suyo; nos da un ejemplo de acogida: sufrimiento y respuesta positiva. Aquí, en esta segunda ciudad, isla que visito, también aquí encuentro sufrimiento. Un sufrimiento que uno de vosotros ha dicho que «te debilita y acaba por robarte la esperanza». Un sufrimiento —la falta de trabajo— que te lleva —perdonadme si soy un poco fuerte, pero digo la verdad— a sentirte sin dignidad. Donde no hay trabajo, falta la dignidad. Y esto no es un problema sólo de Cerdeña —pero es fuerte aquí—, no es un problema sólo de Italia o de algunos países de Europa, es la consecuencia de una elección mundial, de un sistema económico que lleva a esta tragedia; un sistema económico que tiene en el centro un ídolo, que se llama dinero.


Dios ha querido que en el centro del mundo no haya un ídolo, sino que esté el hombre, el hombre y la mujer, que saquen adelante, con su propio trabajo, el mundo. Pero ahora, en este sistema sin ética, en el centro hay un ídolo y el mundo se ha vuelto idólatra de este «dios-dinero». Manda el dinero. Manda el dinero. Mandan todas estas cosas que le sirven a él, a este ídolo. ¿Y qué ocurre? Para defender a este ídolo se amontonan todos en el centro y caen los extremos, caen los ancianos porque en este mundo no hay sitio para ellos. Algunos hablan de esta costumbre de «eutanasia oculta», de no atenderles, de no tenerles en cuenta... «Sí, dejémoslo...». Y caen los jóvenes que no encuentran el trabajo y su dignidad. Pero piensa, en un mundo donde los jóvenes —dos generaciones de jóvenes— no tienen trabajo. No tiene futuro este mundo. ¿Por qué? Porque ellos no tienen dignidad. Es difícil tener dignidad sin trabajar. Este es vuestro sufrimiento aquí. Esta es la oración que vosotros de ahí gritabais: «Trabajo», «trabajo», «trabajo». Es una oración necesaria. Trabajo quiere decir dignidad, trabajo quiere decir llevar el pan a casa, trabajo quiere decir amar. Para defender este sistema económico idolátrico se instaura la «cultura del descarte»: se descarta a los abuelos y se descarta a los jóvenes. Y nosotros debemos decir «no» a esta «cultura del descarte». Debemos decir: «¡Queremos un sistema justo! un sistema que nos haga salir a todos adelante». Debemos decir: «Nosotros no queremos este sistema económico globalizado, que nos daña tanto». En el centro debe estar el hombre y la mujer, como Dios quiere, y no el dinero.


Yo había escrito algunas cosas para vosotros, pero viéndoos me han salido estas palabras. Entregaré al obispo estas palabras escritas como si hubieran sido dichas. Pero he preferido deciros lo que me sale del corazón contemplándoos en este momento. Mirad, es fácil decir que no perdáis la esperanza. Pero a todos, a todos vosotros, a quienes tenéis trabajo y a quienes no tenéis trabajo, digo: «¡No os dejéis robar la esperanza! ¡No os dejéis robar la esperanza!». Tal vez la esperanza es como las brasas bajo las cenizas; ayudémonos con la solidaridad, soplando en las cenizas, para que el fuego salga otra vez. Pero la esperanza nos lleva adelante. Eso no es optimismo, es otra cosa. Pero la esperanza no es de uno, la esperanza la hacemos todos. La esperanza debemos sostenerla entre todos, todos vosotros y todos nosotros que estamos lejos. La esperanza es algo vuestro y nuestro. Es cosa de todos. Por eso os digo: «¡No os dejéis robar la esperanza!». Sino que seamos listos, porque el Señor nos dice que los ídolos son más listos que nosotros. El Señor nos invita a tener la astucia de la serpiente, con la bondad de la paloma. Tengamos esta astucia y llamemos a las cosas por su propio nombre. En este momento, en nuestro sistema económico, en nuestro sistema propuesto globalizado de vida, en el centro hay un ídolo y esto no se puede hacer. Luchemos todos juntos para que en el centro, al menos de nuestra vida, esté el hombre y la mujer, la familia, todos nosotros, para que la esperanza pueda ir adelante... «¡No os dejéis robar la esperanza!».


Ahora desearía acabar orando con todos vosotros, en silencio, en silencio, orando con todos vosotros. Yo diré lo que me sale del corazón, y vosotros, en silencio, orad conmigo.


«Señor Dios, míranos. Mira esta ciudad, esta isla. Mira a nuestras familias.

Señor, a Ti no te faltó el trabajo, fuiste carpintero, eras feliz.

Señor, nos falta el trabajo.

Los ídolos quieren robarnos la dignidad. Los sistemas injustos quieren robarnos la esperanza.

Señor, no nos dejes solos. Ayúdanos a ayudarnos entre nosotros; que olvidemos un poco el egoísmo y sintamos en el corazón el “nosotros”, nosotros pueblo que quiere ir adelante.

Señor Jesús, a Ti no te faltó el trabajo, danos trabajo y enséñanos a luchar por el trabajo y bendícenos a todos nosotros. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».

Muchas gracias y rezad por mí.


* * *


[A continuación las palabras que el Papa FRANCISCO había preparado y que entregó al Arzobispo de Cágliari dándolas por leídas.]


Desearía compartir con vosotros tres puntos sencillos, pero decisivos.


El primero: volver a poner en el centro a la persona y el trabajo. La crisis económica tiene una dimensión europea y global; pero la crisis no es sólo económica, es también ética, espiritual y humana. En la raíz hay una traición al bien común, tanto por parte de los individuos como de los grupos de poder. Así que es necesario quitar centralidad a la ley del beneficio y del rédito y volver a situar en el centro a la persona y el bien común. Y un factor muy importante para la dignidad de la persona es precisamente el trabajo; para que haya una auténtica promoción de la persona hay que garantizar el trabajo. Esta es una tarea que pertenece a la sociedad entera; por eso hay que reconocer un gran mérito a los empresarios que, a pesar de todo, no han dejado de comprometerse, de invertir y de arriesgarse para garantizar ocupación. La cultura del trabajo, frente a la del asistencialismo, implica educación al trabajo desde jóvenes, acompañamiento en el trabajo, dignidad para cada actividad laboral, compartir el trabajo, eliminación de cualquier trabajo negro. Que en esta fase, toda la sociedad, en todos sus componentes, realice todo esfuerzo posible para que el trabajo, que es fuente de dignidad, sea preocupación central. Vuestra condición insular además hace aún más urgente este empeño por parte de todos, sobre todo de las instancias políticas y económicas.


Segundo elemento: el Evangelio de la esperanza. Cerdeña es una tierra bendecida por Dios con muchos recursos humanos y ambientales, pero como en el resto de Italia se necesita un nuevo impulso para recomenzar. Y los cristianos pueden y deben hacer su parte, llevando su contribución específica: la visión evangélica de la vida. Recuerdo las palabras del Papa Benedicto XVI en su visita a Cágliari en 2008: hay que «evangelizar al mundo del trabajo, de la economía, de la política, que necesita de una nueva generación de laicos cristianos comprometidos, capaces de buscar con competencia y rigor moral soluciones de desarrollo sostenible» (Homilía, 7 de Septiembre de 2008). Los obispos de Cerdeña son particularmente sensibles a estas realidades, especialmente a la del trabajo. Vosotros, queridos obispos, indicáis la necesidad de un discernimiento serio, realista, pero orientáis también hacia un camino de esperanza, como habéis escrito en el Mensaje de preparación de esta visita. Esto es importante, ¡ésta es la respuesta justa! Mirar a la cara la realidad, conocerla bien, comprenderla, y buscar juntos caminos, con el método de la colaboración y del diálogo, viviendo la cercanía para llevar esperanza. Jamás ofuscar la esperanza. No confundirla con el optimismo —que habla sencillamente de una actitud psicológica— o con otras cosas. La esperanza es creativa, es capaz de crear futuro.


Tercero: un trabajo digno para todos. Una sociedad abierta a la esperanza no se cierra en sí misma, en la defensa de los intereses de pocos, sino que mira adelante en la perspectiva del bien común. Y ello requiere de parte de todos un fuerte sentido de responsabilidad. No hay esperanza social sin un trabajo digno para todos. Por esto hay que «buscar como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o que lo mantengan» (Benedicto XVI, Encíclica Caritas in veritate, 32).


He dicho trabajo «digno» y lo subrayo, porque lamentablemente, especialmente cuando hay crisis y la necesidad es fuerte, aumenta el trabajo inhumano, el trabajo-esclavo, el trabajo sin la seguridad justa, o bien sin el respeto a la creación, o sin respeto al descanso, a la fiesta y a la familia, trabajar el domingo cuando no es necesario. El trabajo debe conjugarse con la custodia de la creación, para que ésta sea preservada con responsabilidad para las generaciones futuras. La creación no es mercadería para explotar, sino don para custodiar. El compromiso ecológico mismo es ocasión de nueva ocupación en los sectores a él vinculados, como la energía, la prevención y la supresión de diversas formas de contaminación, la vigilancia contra incendios del patrimonio forestal, y así sucesivamente. ¡Que custodiar la creación, custodiar al hombre con un trabajo digno sea compromiso de todos! Ecología... y también «ecología humana».


Queridos amigos, os estoy particularmente cerca, poniendo en las manos del Señor y de Nuestra Señora de Bonaria todas vuestras ansias y preocupaciones. El beato Juan Pablo II subrayaba que Jesús «trabajó con las propias manos. Más aún, su trabajo, que fue un auténtico trabajo físico, ocupó la mayor parte de su vida en esta tierra, y así entró en la obra de la redención del hombre y del mundo» (Discurso a los trabajadores, Terni, 19 de marzo de 1981). Es importante dedicarse al propio trabajo con asiduidad, dedicación y competencia, es importante tener el hábito de trabajo.


Deseo que, en la lógica de la gratuidad y de la solidaridad, se pueda salir juntos de esta fase negativa, a fin de que se asegure un trabajo seguro, digno y estable.


Llevad mi saludo a vuestras familias, a los niños, a los jóvenes, a los ancianos. También yo os llevo conmigo, especialmente en mi oración. E imparto de corazón mi bendición sobre vosotros, sobre vuestro trabajo y sobre vuestro compromiso social.


© Copyright - Libreria Editrice Vaticana