DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
MAYO 2014
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MÉXICO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Queridos hermanos en el episcopado:
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AL MUNDO DE LA ESCUELA ITALIANA
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A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO POR
LA CONFERENCIA ITALIANA DE LOS INSTITUTOS SECULARES
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A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL ANUAL
ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MÉXICO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 19 de mayo de 2014
Lunes 19 de mayo de 2014
Queridos hermanos en el episcopado:
Reciban mi más cordial bienvenida con motivo de la visita ad limina Apostolorum.
Agradezco las amables palabras que el Cardenal José Francisco Robles,
Arzobispo de Guadalajara y Presidente de la Conferencia del Episcopado
Mexicano, me ha dirigido en nombre de todos, como testimonio de la
comunión que nos une en el auténtico anuncio del Evangelio.
En estos últimos años, la celebración del Bicentenario de
la Independencia de México y del Centenario de la Revolución Mexicana
ha constituido una ocasión propicia para unir esfuerzos en favor de la
paz social y de una convivencia justa, libre y democrática. A esto mismo
los animó mi predecesor Benedicto XVI invitándolos a “no dejarse
amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valientes y trabajar para que
la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su
futuro” (Despedida en el Aeropuerto de Guanajuato, 26 marzo 2012).
Como en muchos otros países latinoamericanos, la historia
de México no puede entenderse sin los valores cristianos que sustentan
el espíritu de su pueblo. No es ajena a esto Santa María de Guadalupe,
Patrona de toda América, que en más de una oportunidad, con ternura de
Madre, ha contribuido a la reconciliación y a la liberación integral del
pueblo mexicano, no con la espada y a la fuerza, sino con el amor y la
fe. Ya desde el principio, la “Madre del verdaderísimo Dios por quien se
vive” pidió a San Juan Diego que le construyera “una Casita” en la que
pudiera acoger maternalmente tanto a los que “están cerca” como a los
que “están lejos” (Nican Mopohua, n. 26).
En la actualidad, las múltiples violencias que afligen a
la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, constituyen un
renovado llamamiento a promover este espíritu de concordia a través de
la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz. A los Pastores no
compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas
políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral; sin embargo, no pueden
dejar de anunciar a todos la Buena Noticia: que Dios, en su
misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre (cf. 2 Co 8,
9), y ha querido sufrir con quienes sufren, para salvarnos. La
fidelidad a Jesucristo no puede vivirse sino como solidaridad
comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo
desde dentro los valores del Evangelio.
Conozco vuestros desvelos por los más necesitados, por
quienes carecen de recursos, los desempleados, los que trabajan en
condiciones infrahumanas, los que no tienen acceso a los servicios
sociales, los migrantes en busca de mejores condiciones de vida, los
campesinos… Sé de vuestra preocupación por las víctimas del narcotráfico
y por los grupos sociales más vulnerables, y del compromiso por la
defensa de los derechos humanos y el desarrollo integral de la persona.
Todo esto, que es expresión de la “íntima conexión” que existe entre el
anuncio del Evangelio y la búsqueda del bien de los demás (cf. Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 178), coopera, sin duda, a dar credibilidad a la Iglesia y relevancia a la voz de sus Pastores.
No tengan reparo en destacar el inestimable aporte de la
fe a “la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común” (Carta
enc. Lumen fidei,
54). En este contexto, la tarea de los fieles laicos es insustituible.
Su apreciada colaboración intraeclesial no debería implicar merma alguna
en el cumplimiento de su vocación específica: transformar el mundo
según Cristo. La misión de la Iglesia no puede prescindir de laicos,
que, sacando fuerzas de la Palabra de Dios, de los sacramentos y de la
oración, vivan la fe en el corazón de la familia, de la escuela, de la
empresa, del movimiento popular, del sindicato, del partido y aun del
gobierno, dando testimonio de la alegría del Evangelio. Los invito a que
promuevan su responsabilidad secular y les ofrezcan una adecuada
capacitación para hacer visible la dimensión pública de la fe. Para eso,
la Doctrina social de la Iglesia es un valioso instrumento que puede
ayudar a los cristianos en su diario afán por edificar un mundo más
justo y solidario.
De esta forma también se superarán las dificultades que
surgen en la transmisión generacional de la fe cristiana. Los jóvenes
verán con sus propios ojos testigos vivos de la fe, que encarnan
realmente en su vida lo que profesan sus labios (cf. Carta enc. Lumen fidei,
38). Y, además, se irán generando espontáneamente nuevos procesos de
evangelización de la cultura, que, a la vez que contribuyen a regenerar
la vida social, hacen que la fe sea más resistente a los embates del
secularismo (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 68, 122).
En este sentido, el potencial de la piedad popular, que
es “el modo en que la fe recibida se encarnó en la cultura y se sigue
transmitiendo” (íbid., 123), constituye “un imprescindible punto
de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más
profunda” (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, n. 64).
La familia, célula básica de la sociedad y “primer centro
de evangelización” (III Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, Documento de Puebla, n. 617), es un medio
privilegiado para que el tesoro de la fe pase de padres a hijos. Los
momentos de diálogo frecuentes en el seno de las familias y la oración
en común permiten a los niños experimentar la fe como parte integrante
de la vida diaria. Los animo, pues, a intensificar la pastoral de la
familia –seguramente, el valor más querido en nuestros pueblos– para
que, frente a la cultura deshumanizadora de la muerte, se convierta en
promotora de la cultura del respeto a la vida en todas sus fases, desde
su concepción hasta su ocaso natural.
En la hora presente, en la que las mediaciones de la fe
son cada vez más escasas, la pastoral de la iniciación cristiana
adquiere un relieve especial para facilitar la experiencia de Dios. Para
ello es necesario que cuenten con catequistas apasionados por Cristo,
que, habiéndose encontrado personalmente con Él, sean capaces de
cultivar una fe sincera, libre y gozosa en los niños y en los jóvenes.
No quiero dejar de destacar la importancia que tiene la
parroquia para vivir la fe con coherencia y sin complejos en la sociedad
actual. Ella es “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos
y de sus hijas” (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici,
438), el ámbito eclesial que asegura el anuncio del Evangelio, la
caridad generosa y la celebración litúrgica. En esta tarea, los
sacerdotes son sus primeros y más preciosos colaboradores para llevar a
Dios a los hombres y los hombres a Dios. Además de promover espacios de
formación y capacitación permanente, no olviden el encuentro personal
con cada uno de ellos, para interesarse por su situación, alentar sus
trabajos pastorales y proponerles una y otra vez como modelo, de palabra
y con el ejemplo, a Jesucristo Sacerdote, que nos invita a despojarnos
de los oropeles de la mundanidad, del dinero y del poder.
No se cansen de sostener y acompañar en su camino a los
consagrados y consagradas. Ellos, con la riqueza de su espiritualidad
específica y desde la común tensión a la perfecta caridad, pertenecen
“indiscutiblemente a la vida y santidad” de la Iglesia (Lumen Gentium,
44). Por tanto, su integración en la pastoral diocesana es también
incuestionable, como ‘centinelas’ que mantienen vivo en el mundo el
deseo de Dios y lo despiertan en el corazón de tantas personas con sed
de infinito.
Finalmente, pienso con esperanza en los jóvenes que
sienten el llamado de Cristo. Cuiden especialmente la promoción,
selección y formación de las vocaciones al sacerdocio y la vida
consagrada. Son expresión de la fecundidad de la Iglesia y de su
capacidad de generar discípulos y misioneros que siembren en el mundo
entero la buena simiente del Reino de Dios.
Queridos hermanos, me alegra ver que, en sus planes
pastorales, han asumido las indicaciones de Aparecida, de la que en
estos días se cumple el 7º aniversario, destacando la importancia de la
Misión continental permanente, que pone toda la pastoral de la Iglesia
en clave misionera y nos pide a cada uno de nosotros crecer en parresía.
Así podremos dar testimonio de Cristo con la vida también entre los más
alejados, y salir de nosotros mismos a trabajar con entusiasmo en la
labor que nos ha sido confiada, manteniendo a la vez los brazos
levantados en oración, ya que la fuerza del Evangelio no es algo
meramente humano, sino prolongación de la iniciativa del Padre que ha
enviado a su Hijo para la salvación del mundo.
Antes de despedirme, les ruego que lleven mi saludo al
pueblo mexicano. Pidan a sus fieles que recen por mí, pues lo necesito. Y
también les pido que le lleven un saludo mío, saludo de hijo, a la
Madre de Guadalupe. Que Ella, Estrella de la nueva evangelización, los
cuide y los guíe a todos hacia su divino Hijo. Con el deseo de que la
alegría de Cristo Resucitado ilumine sus corazones, les imparto la
Bendición Apostólica.
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DIÁLOGO CON LOS ESTUDIANTES DE LOS COLEGIOS PONTIFICIOS
Y RESIDENCIAS SACERDOTALES DE ROMA
Y RESIDENCIAS SACERDOTALES DE ROMA
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Lunes 12 de mayo de 2014
Lunes 12 de mayo de 2014
Buenos días, y os agradezco mucho esta presencia. Doy las
gracias al cardenal Stella por sus palabras, y pido disculpas por el
retraso. Sí, porque están los obispos mexicanos en visita ad limina... y cuando uno está con los mexicanos, se está muy bien, tan bien, que el tiempo pasa y uno no se da cuenta.
A los 146 de vosotros que sois de los países de Oriente
Medio, también algunos de vosotros de Ucrania, quiero deciros que os
estoy muy cercano en este momento de sufrimiento: de verdad, muy
cercano, y en la oración. En la Iglesia se sufre mucho; la Iglesia sufre
mucho, y la Iglesia que sufre es también la Iglesia perseguida en
algunas partes, y os estoy cercano. Gracias. Y ahora quisiera que...
había preguntas, yo las he visto, pero si queréis cambiarlas o hacerlas
un poco más espontáneas, no hay problema, con toda libertad.
Buenos días Santo Padre. Me llamo Daniel, vengo de los
Estados Unidos, soy diácono y soy del Colegio Norteamericano. Nosotros
venimos a Roma sobre todo para una formación académica y para respetar
este compromiso. ¿Cómo hacer para no descuidar una formación sacerdotal
integral, tanto a nivel personal como comunitario? Gracias.
Gracias por la pregunta. Es verdad: vuestro objetivo
principal, aquí, es la formación académica: graduarse en esto, en
aquello... Pero existe el peligro del academicismo. Sí, los obispos os
envían aquí para que tengáis un grado académico, pero también para
regresar a la diócesis; y en la diócesis debéis trabajar en el
presbiterio, como presbíteros, presbíteros con doctorado. Y si
uno cae en este peligro del academicismo, regresa no el padre, sino el
«doctor». Y esto es peligroso. Hay cuatro pilares en la formación
sacerdotal: esto lo he dicho muchas veces, quizás vosotros lo habéis
escuchado. Cuatro pilares: la formación espiritual, la formación
académica, la formación comunitaria y la formación apostólica. Es verdad
que aquí, en Roma, se enfatiza —porque para esto fuisteis enviados— la
formación intelectual; pero los otros pilares se deben cultivar, y los
cuatro interactúan entre sí, y yo no entendería a un sacerdote que viene
a hacer una especialización aquí, a Roma, y que no tenga una vida
comunitaria, esto no funciona; o que no cuide la vida espiritual —la
misa cotidiana, la oración cotidiana, la lectio divina, la
oración personal con el Señor— o la vida apostólica: el fin de semana
hacer algo, cambiar un poco de aire, pero también aire apostólico, hacer
algo allí... Es verdad que el estudio es una dimensión apostólica; pero
es importante que también los otros tres pilares sean atendidos. El
purismo académico no hace bien, no hace bien. Y por esto me ha gustado
tu pregunta, porque me ha dado la oportunidad de deciros estas cosas. El
Señor os ha llamado a ser sacerdotes, a ser presbíteros: esta es la
regla fundamental. Y hay otra cosa que quisiera subrayar: si sólo se ve
la parte académica, está el peligro de caer en las ideologías, y esto
hace enfermar. Hace enfermar también la concepción de Iglesia. Para
comprender a la Iglesia es necesario entenderla por el estudio pero
también por la oración, la vida comunitaria y la vida apostólica. Cuando
caemos en una ideología, y vamos por ese camino, tendremos una
hermenéutica no cristiana, una hermenéutica de la Iglesia ideológica. Y
esto hace mal, esta es una enfermedad. La hermenéutica de la Iglesia
debe ser la Este es el texto del discurso preparado y entregado por el Pontífice.hermenéutica que la Iglesia misma nos ofrece, que la Iglesia
misma nos da. Comprender a la Iglesia con ojos de cristiano; entender a
la Iglesia con mente de cristiano; entender a la Iglesia con corazón de
cristiano; entender a la Iglesia desde la actividad cristiana. De lo
contrario, la Iglesia no se entiende, o se entiende mal. Por esto es
importante destacar, sí, el trabajo académico porque para esto fuisteis
enviados; pero no descuidar los otros tres pilares: la vida espiritual,
la vida comunitaria y la vida apostólica. No sé si esto responde a tu
pregunta... Gracias.
Buenos días, Santo Padre. Soy Tomás, de China. Soy un
seminarista del Colegio Urbano. A veces, vivir en comunidad no es fácil:
¿qué nos aconseja partiendo incluso de su experiencia, para hacer de
nuestra comunidad un lugar de crecimiento humano y espiritual y de
ejercicio de caridad sacerdotal?
Una vez, un viejo obispo de América Latina decía: «Es
mucho mejor el peor seminario que el no-seminario». Si uno se prepara al
sacerdocio solo, sin comunidad, esto hace mal. La vida del seminario, o
sea, la vida comunitaria, es muy importante. Es muy importante porque
existe la fraternidad entre los hermanos, que caminan hacia el
sacerdocio; pero también existen los problemas, las luchas: luchas de
poder, luchas de ideas, incluso luchas ocultas; y vienen los vicios
capitales: la envidia, los celos... Y vienen también las cosas buenas:
las amistades, el intercambio de ideas, y esto es lo importante de la
vida comunitaria. La vida comunitaria no es el paraíso, es el purgatorio
al menos —no, no es eso... [ríen]— ¡pero no es el paraíso! Un santo de
los jesuitas decía que la mayor penitencia, para él, era la vida
comunitaria. Es verdad, ¿no? Por ello creo que debemos seguir adelante,
en la vida comunitaria. Pero, ¿cómo? Hay cuatro o cinco cosas que nos
ayudarán mucho. Nunca, nunca hablar mal de los demás. Si tengo algo
contra otro, o que no estoy de acuerdo: ¡en la cara! Pero nosotros
clérigos tenemos la tentación de no hablar en la cara, de ser demasiados
diplomáticos, ese lenguaje clerical... Pero, nos hace mal, ¡nos hace
mal! Recuerdo una vez, hace 22 años: había sido apenas nombrado obispo, y
tenía como secretario en esa vicaría —Buenos Aires está dividida en
cuatro vicarías—, en esa vicaría tenía como secretario a un sacerdote
joven, recién ordenado. Y yo, en los primeros meses, hice algo, y tomé
una decisión un poco diplomática —demasiado diplomática—, con las
consecuencias que vienen de esas decisiones que no se toman en el Señor,
¿no? Y al final, le dije: «Pero mira qué problema este, no sé cómo
arreglarlo...». Y él me miró en la cara —¡un joven!— y me dijo: «Porque
ha hecho mal. Usted no ha tomado una decisión paterna», y me dijo tres o
cuatro cosas de esas fuertes. Muy respetuoso, pero me las dijo. Y
luego, cuando se marchó, pensé: «A este no lo alejaré nunca del cargo de
secretario: ¡este es un verdadero hermano!». En cambio, los que te
dicen las cosas bonitas delante y luego por detrás no tan bonitas...
Esto es importante... Las habladurías son la peste de una comunidad; se
habla en la cara, siempre. Y si no tienes el valor de hablar en la cara,
habla al superior o al director, y él te ayudará. ¡Pero no ir por las
habitaciones de los compañeros a hablar mal! Se dice que criticar es
cosa de mujeres, pero también de hombres, incluso nuestra. ¡Nosotros
criticamos bastante! Y esto destruye a la comunidad. También, otra cosa
es oír, escuchar las diversas opiniones y discutir las opiniones, pero
bien, buscando la verdad, buscando la unidad: esto ayuda a la comunidad:
mi padre espiritual una vez —yo era estudiante de filosofía, él era un
filósofo, un metafísico, pero era un buen padre espiritual—, fui a él y
salió el problema de que estaba enfadado con uno: «Pero, contra este,
porque esto, esto, esto...»; le dije al padre espiritual todo lo que
tenía dentro. Y él me hizo sólo una pregunta: «Dime, ¿tú has orado por
él?». Nada más. Y yo le dije: «No». Y él permaneció callado. «Hemos
terminado», me dijo. Rezar, rezar por todos los miembros de la
comunidad, pero rezar principalmente por esos con los que tengo
problemas o por esos que no quiero, porque no querer a una persona
algunas veces es algo natural, instintivo. Rezar, y el Señor hará lo
demás, pero rezar siempre. La oración comunitaria. Estas dos cosas —no
quisiera hablar mucho—, pero os aseguro que si hacéis estas dos cosas,
la comunidad va adelante, se puede vivir bien, se puede discutir bien,
se puede rezar bien juntos. Dos cosas pequeñas: no hablar mal de los
demás y rezar por aquellos con quienes tengo problemas. Puedo decir más,
pero creo que esto es suficiente.
Buenos días Santo Padre.
Buenos días.
Me llamo Charbel, soy un seminarista de Líbano y me
estoy formando en el Colegio «Sedes Sapientiae». Antes de hacerle la
pregunta quiero agradecerle su cercanía a nuestro pueblo en Líbano y a
todo Oriente Medio. Mi pregunta es ésta: el año pasado, usted dejó su
tierra y su patria. ¿Qué nos recomienda para aprovechar mejor nuestra
llegada y estancia en Roma?
Pero, es diferente... Vuestra llegada a Roma, respecto al
traslado de la diócesis que me han hecho a mí, es un poco diferente,
pero está bien... Recuerdo la primera vez que dejé [mi tierra] para
venir a estudiar aquí... Primero está la novedad, es la novedad de las
cosas, y debemos ser pacientes con nosotros mismos. Los primeros tiempos
es como un tiempo de noviazgo: todo es hermoso, ah, las novedades, las
cosas...; pero esto no se debe reprochar, ¡es así! A todos sucede esto, a
todos sucede que las cosas sean así. Y luego, volviendo a uno de los
pilares, ante todo la integración en la vida de comunidad y en la vida
de estudio, directamente. Vine para esto, a hacer esto. Y después,
buscar un trabajo para el fin de semana, un trabajo apostólico, es
importante. No permanecer cerrados y no estar dispersos. Pero los
primeros tiempos es el período de las novedades: «Quisiera hacer esto,
ir a ese museo, o esta película, o esto, aquello...». Pero adelante, no
os preocupéis, es normal que esto suceda. Pero luego, proceder con
determinación. ¿Qué vine a hacer? Estudiar. ¡Estudia en serio! Y
aprovechar las muchas oportunidades que nos da esta permanencia. La
novedad de la universalidad: conocer gente de tantos sitios diversos, de
tantos países diversos, de tantas culturas diversas; la oportunidad del
diálogo entre vosotros: «Pero ¿cómo es esto en tu patria? Y, ¿cómo es
aquello? Y en la mía es...». Este intercambio hace mucho bien, mucho
bien. Creo que sencillamente no diría más. Pero no espantarse por esa
alegría de las novedades: es la alegría del primer noviazgo, antes de
que comiencen los problemas. Y adelante. Después, actuar con
determinación.
Buenos días, Santo Padre. Soy Daniel Ortiz, y soy
mexicano. Aquí en Roma vivo en el colegio «Maria Mater Ecclesiae». Su
Santidad, en la fidelidad a nuestra vocación necesitamos un constante
discernimiento, vigilancia y disciplina personal. Usted ¿cómo hizo,
cuando fue seminarista, cuando fue sacerdote, cuando fue obispo y ahora
que es Pontífice? ¿Y qué nos aconseja al respecto? Gracias.
Gracias. Tú has dicho la palabra vigilancia. Esta
es una actitud cristiana: la vigilancia. La vigilancia sobre uno mismo:
¿qué ocurre en mi corazón? Porque donde está mi corazón está mi tesoro.
¿Qué ocurre ahí? Dicen los padres orientales que se debe conocer bien si
mi corazón está turbado o si mi corazón está tranquilo. Primera
pregunta: vigilancia de tu corazón: ¿está en turbulencia? Si está en
turbulencia, no se puede ver qué hay dentro. Como el mar, ¿no? No se ven
los peces cuando el mar está así... El primer consejo, cuando el
corazón está en turbulencia, es el consejo de los padres rusos: ir bajo
el manto de la Santa Madre de Dios. Recordaos que la primera antífona
latina es precisamente esta: en los momentos de turbulencia, buscar
refugio bajo el manto de la Santa Madre de Dios. Es la antífona «Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix»:
es la primera antífona latina de la Virgen. Es curioso, ¿no? Vigilar.
¿Hay turbulencia? Ante todo ir allí, y allí esperar a que haya un poco
de calma: con la oración, con la confianza en la Virgen...
Alguno me
dirá: «Pero, padre, en este tiempo de tanta modernidad buena, de la
psiquiatría, de la psicología, en estos momentos de turbulencia creo que
sería mejor ir al psiquiatra para que me ayude...». No descarto esto,
pero ante todo ir a la Madre: porque un sacerdote que se olvida de la
Madre, y sobre todo en los momentos de turbulencia, le falta algo. Es un
sacerdote huérfano: ¡se ha olvidado de su mamá! Y en los momentos
difíciles, es cuando el niño va con la mamá, siempre. Y nosotros somos
niños en la vida espiritual, ¡esto no olvidarlo nunca! Vigilar cómo está
mi corazón. Tiempo de turbulencia, ir a buscar refugio bajo el manto de
la Santa Madre de Dios. Así dicen los monjes rusos, y en verdad es así.
Después, ¿qué hago? Busco entender lo que sucede, pero siempre con paz.
Entender con paz. Luego, vuelve la paz y puedo hacer la discussio conscientiae. Cuando estoy en paz, no hay turbulencia: «¿Qué ocurrió hoy en mi corazón?». Y esto es vigilar. Vigilar no es ir a la sala de tortura, ¡no! Es mirar el corazón. Debemos ser dueños
de nuestro corazón. ¿Qué siente mi corazón, qué busca? ¿Qué me ha hecho
feliz hoy y qué no me ha hecho feliz? No terminar la jornada sin hacer
esto. Una pregunta que yo hacía, como obispo, a los sacerdotes es:
«Dime, ¿cómo vas a la cama?». Y ellos no entendían. «¿Pero qué quiere
decir?». «Sí, ¿cómo terminas la jornada?». «Oh, destruido, padre, porque
hay mucho trabajo, la parroquia, tanto... Luego ceno un poco, como algo
y me voy a la cama, miro la tv y me distiendo un poco...». «¿Y no pasas
antes por el sagrario?». Hay cosas que nos hacen ver dónde está nuestro
corazón. Nunca, nunca —y esta es la vigilancia—, nunca terminar la
jornada sin ir un poco allí, ante el Señor; mirar y preguntar: «¿Qué
sucedió en mi corazón?».
En momentos tristes, en momentos felices: ¿cómo
era esa tristeza?, ¿cómo era esa alegría? Esta es la vigilancia.
Vigilar también las depresiones y los entusiasmos. «Hoy me siento
decaído, no sé qué sucede». Vigilar: ¿por qué estoy decaído? ¿Deberías
tal vez ir a alguien que te ayude?... Esto es vigilancia. «Oh, ¡estoy
alegre!». Pero ¿por qué hoy estoy alegre? ¿Qué sucedió en mi corazón?
Esto no es una introspección estéril, no, no. Esto es conocer el estado
de mi corazón, mi vida, cómo camino en la senda del Señor. Porque, si no
hay vigilancia, el corazón va a cualquier lado; y la imaginación viene
detrás: «ve, ve...»; y luego se puede acabar mal. Me gusta la pregunta
sobre la vigilancia. No son cosas antiguas, no son cosas superadas. Son
cosas humanas, y como todas las cosas humanas son eternas. Las
llevaremos siempre con nosotros. Vigilar el corazón era precisamente la
sabiduría de los primeros monjes cristianos, enseñaban esto, a vigilar
el corazón.
¿Puedo hacer un paréntesis? ¿Por qué he hablado de la
Virgen? Os aconsejaré esto que dije antes, buscar refugio... Una hermosa
relación con la Virgen; la relación con la Virgen nos ayuda a tener una
hermosa relación con la Iglesia: las dos son Madres... Vosotros
conocéis el hermoso pasaje de san Isaac, el abad de la estrella: lo que
se puede decir de María se puede decir de la Iglesia y también de
nuestra alma. Las tres son femeninas, las tres son Madres, las tres dan
vida. La relación con la Virgen es una relación de hijo... Vigilad sobre
esto: si no se tiene una buena relación con la Virgen, hay algo de
huérfano en mi corazón. Yo recuerdo, una vez, hace 30 años, estaba en el
Norte de Europa: tenía que ir allí por la educación de la Universidad
de Córdoba, en la que yo era en ese momento vicecanciller. Y me invitó
una familia de católicos practicantes; un país demasiado secularizado
era ese. Y en la cena había muchos niños, eran católicos practicantes,
los dos profesores universitarios, los dos también catequistas. A un
cierto punto, hablando de Jesucristo —¡entusiasmados de Jesucristo!,
hablo de hace 30 años— dijeron: «Sí, gracias a Dios hemos superado la
etapa de la Virgen...». ¿Y cómo es esto?, dije. «Sí, porque hemos
conocido a Jesucristo, y no tenemos más necesidad de ella». Yo quedé un
poco dolido, no entendí bien. Y hablamos un poco de esto. Y esto ¡no es
madurez! No es madurez. Olvidar a la madre es una cosa fea... Y, para
decirlo de otra manera: si tú no quieres a la Virgen como Madre, ¡seguro
que la tendrás como suegra! Y esto no es bueno. Gracias.
¡Viva Jesús, viva María! Gracias, Santo Padre, por tus
palabras sobre la Virgen. Me llamo don Ignacio y vengo de Manila,
Filipinas. Estoy realizando mi doctorado en mariología en la Pontificia
Facultad Teológica «Marianum», y resido en el Pontificio Colegio
Filipino. Santo Padre, mi pregunta es: la Iglesia tiene necesidad de
pastores capaces de guiar, gobernar, comunicar como nos exige el mundo
de hoy. ¿Cómo se aprende y se ejerce el liderazgo en la vida sacerdotal,
asumiendo el modelo de Cristo que se abajó asumiendo la cruz, la muerte
de cruz, y asumiendo la condición de siervo hasta la muerte de cruz?
Gracias.
¡Pero tu obispo es un gran comunicador!
Es el cardenal Tagle...
El liderazgo... este es el centro de la pregunta... Hay un solo camino —luego hablaré de los pastores— pero para el liderazgo hay un solo camino: el servicio. No hay otro. Si tú tienes muchas cualidades —comunicar, etc.— pero no eres un servidor, tu liderazgo
caerá, no sirve, no es capaz de convocar. Solamente el servicio: estar
al servicio... Recuerdo a un padre espiritual muy bueno, la gente iba a
él, tanto que algunas veces no podía rezar todo el breviario. Y por la
noche, iba al Señor y le decía: «Señor, mira, no he hecho tu voluntad,
¡pero tampoco la mía! ¡He hecho la voluntad de los demás!». Así, los dos
—el Señor y él— se consolaban. El servicio es hacer, muchas veces, la
voluntad de los demás. Un sacerdote que trabajaba en un barrio muy
humilde —¡muy humilde!—, una villa miseria, una favela, dijo: «Yo
necesitaría cerrar las ventanas, las puertas, todas, porque a un cierto
punto es mucho, mucho, lo que me vienen a pedir: esta cosa espiritual,
esta cosa material, que al final quisiera cerrar todo. Pero esto no es
del Señor», decía. Es verdad: cuando no existe el servicio, tú no puedes
guiar a un pueblo. El servicio del pastor. El pastor debe estar siempre
a disposición de su pueblo. El pastor debe ayudar al pueblo a crecer, a
caminar. Ayer, en la lectura me llamó la atención que en el Evangelio
se decía el verbo «sacar»: el pastor saca a las ovejas para que
vayan a buscar la hierba. Me llamó la atención: las hace salir, ¡las
hace salir con fuerza! El original tiene un cierto tono de esto: hace salir, pero con fuerza. Es como expulsar:
«ve, ¡ve!». El pastor que hace crecer a su pueblo y que va siempre con
su pueblo.
Algunas veces, el pastor debe ir delante, para indicar el
camino; otras veces, en medio, para conocer qué sucede; muchas veces,
detrás, para ayudar a los últimos y también para seguir el olfato de las
ovejas que saben dónde está la hierba buena. El pastor... San Agustín,
retomando a Ezequiel, dice que debe estar al servicio de las ovejas y
destaca dos peligros: el pastor que explota a las ovejas para comer,
para enriquecerse, por intereses económicos, material, y el pastor que
explota a las ovejas para vestirse bien. La carne y la lana. Dice san
Agustín. Leed ese bello sermón De pastoribus. Es necesario leerlo
y releerlo. Sí, son los dos pecados de los pastores: el dinero, que
llegan a ser ricos y hacen las cosas por dinero —pastores
especuladores—; y la vanidad, son los pastores que se creen en un nivel
superior al de su pueblo, indiferentes... pensemos, los
pastores-príncipes. El pastor-especulador y el pastor-príncipe. Estas
son las dos tentaciones que san Agustín, retomando el pasaje de
Ezequiel, menciona en su sermón. Es verdad, un pastor que se busca a sí
mismo, ya sea por el camino del dinero, ya sea por el camino de la
vanidad, no es un servidor, no tiene un verdadero liderazgo. La humildad debe ser el arma del pastor: humilde, siempre al servicio. Debe buscar
el servicio. Y no es fácil ser humilde, no, ¡no es fácil! Dicen los
monjes del desierto que la vanidad es como la cebolla. Cuando tomas una
cebolla y comienzas a deshojar, y te sientes vanidoso y comienzas a
deshojar la vanidad. Sigues y sigues, y otra capa, y otra, y otra, y
otra... al final, llegas a... nada. «Ah, gracias a Dios, he deshojado la
cebolla, he deshojado la vanidad». Haz así, y ¡tienes el olor de la
cebolla! Así dicen los padres del desierto. La vanidad es así. Una vez
escuché a un jesuita, bueno, un buen hombre, pero era muy vanidoso, muy
vanidoso… Y todos nosotros le decíamos: «¡Tú eres vanidoso!», pero era
tan bueno que le perdonábamos todo. Y se fue a hacer los ejercicios
espirituales, y cuando regresó nos dijo, a nosotros, en la comunidad:
«¡Qué hermosos ejercicios! He hecho ocho días de cielo, y he encontrado
que era muy vanidoso. Pero gracias a Dios, ¡he vencido todas las
pasiones!». La vanidad es así. Es tan difícil quitar la vanidad de un
sacerdote. Pero el pueblo de Dios te perdona muchas cosas: te perdona si
has tenido una caída, afectiva, te lo perdona. Te perdona si has tenido
un caída con un poco de vino, te lo perdona. Pero no te perdona si eres
un pastor apegado al dinero, si eres un pastor vanidoso que no trata
bien a la gente. Porque el vanidoso no trata bien a la gente. Dinero,
vanidad y orgullo. Los tres escalones que nos llevan a todos los
pecados. El pueblo de Dios entiende nuestras debilidades, y las perdona;
pero estas dos, ¡no las perdona! El apego al dinero no lo perdona en el
pastor. Y no tratarles bien a ellos, no lo perdonan. Es curioso, ¿no?
Estos dos defectos, debemos luchar para no tenerlos. Luego, el liderazgo
debe ir con el servicio, pero con un amor personal a la gente. De un
párroco, una vez oí esto: «Este hombre conocía el nombre de toda la
gente de su barrio, ¡incluso el nombre de los perros!». Es hermoso. Era
cercano, conocía a cada uno, sabía la historia de todas las familias,
sabía todo. Y ayudaba. Era muy cercano... Cercanía, servicio, humildad,
pobreza y sacrificio. Recuerdo a los antiguos párrocos de Buenos Aires,
cuando no existía el celular, la secretaría telefónica, dormían con el
teléfono al lado. Nadie moría sin los Sacramentos. Les llamaban a
cualquier hora, se levantaban e iban. Servicio, servicio. Y como obispo,
sufría cuando llamaba a una parroquia y me respondía la secretaría
telefónica... ¡Así no hay liderazgo! ¿Cómo puedes conducir un
pueblo si no lo escuchas, si no estás al servicio? Estas son las cosas
que me surgen así, un poco... no en orden, pero para responder a tu
pregunta...
Buenos días, Santo Padre.
Buenos días.
Me llamo don Sèrge, vengo de Camerún. Mi formación se
lleva a cabo en el Colegio San Pablo Apóstol. He aquí la pregunta:
cuando volvamos a nuestras diócesis y comunidades, seremos llamados a
nuevas responsabilidades ministeriales y a nuevas tareas formativas.
¿Cómo podemos hacer convivir de modo equilibrado todas las dimensiones
de la vida ministerial: la oración, los compromisos y las tareas
formativas sin descuidar ninguna de ellas? Gracias.
Hay una cuestión a la que no he respondido: se fue tal
vez —¡el inconsciente deshonesto!— y quiero unirla a esta. Me
preguntaban: «¿Cómo hace usted, como Papa, estas cosas?». También la
tuya... Yo responderé a la tuya, contando, con toda sencillez, qué hago
para no descuidar las cosas. La oración. Yo, por la mañana, trato de
rezar laudes y también hacer un poco de oración, la lectio divina,
con el Señor. Cuando me levanto. Primero leo los «cifrados», y luego
hago esto. Y después, celebro la misa. Luego, comienza el trabajo: el
trabajo que un día es de una manera, otro día de otra manera... trato de
hacerlo con orden. A mediodía como, luego un poco de siesta; después de
la siesta, a las tres —disculpadme— rezo Vísperas, a las tres... Si no
se rezan a esa hora, ya no se rezarán. Sí, y también la lectura, el
Oficio de lectura del día siguiente. Luego el trabajo de la tarde, las
cosas que debo hacer... Más tarde, hago un rato de adoración y rezo el
rosario; cena, y se acaba. Este es el esquema. Pero algunas veces no se
puede hacer todo, porque me dejo llevar por exigencias no prudentes:
demasiado trabajo, o creer que si no hago esto hoy, no lo hago mañana...
cae la adoración, cae la siesta, cae esto... Y también aquí la
vigilancia: vosotros volveréis a la diócesis y os sucederá esto que me
pasa a mí: es normal. El trabajo, la oración, un poco de espacio para
descansar, salir de casa, caminar un poco, todo esto es importante...
pero debéis ajustarlo con la vigilancia y también con los consejos... Lo
ideal es terminar el día cansados: esto es lo ideal. No tener necesidad
de tomar pastillas: acabar cansado. Pero con un buen cansancio, no con
un cansancio imprudente, porque eso hace mal a la salud y a la larga se
paga caro. Miro la cara de Sandro, que ríe y dice: «Pero usted no hace
esto». Es verdad. Esto es lo ideal, pero no siempre lo hago, porque
también yo soy pecador, y no siempre soy tan ordenado. Pero esto debes
hacer...
¡Buenos días Santo Padre! Soy Fernando Rodríguez, un
sacerdote recién ordenado de México. Recibí la ordenación hace un mes y
vivo en el Colegio mexicano. Santo Padre, usted nos ha recordado que la
Iglesia necesita una nueva evangelización. En efecto, en la Evangelii
gaudium, usted se detuvo en la preparación de la predicación, en la
homilía y en el anuncio como forma de un diálogo apasionado entre un
pastor y su pueblo. ¿Podría volver sobre este tema de la nueva
evangelización? Y también, Santidad, nos preguntamos cómo debería ser un
sacerdote para la nueva evangelización. ¿Cuál o cuáles deberían ser sus
rasgos característicos? Gracias.
Cuando san Juan Pablo II habló sobre la nueva
evangelización —yo creía que era la primera vez, pero luego me dijeron
que no era la primera vez—, fue en Santo Domingo en 1992. Y él dijo que
debe ser nueva en la metodología, en el ardor, en el celo apostólico, y
la tercera no la recuerdo... ¿Quién la recuerda? ¡La expresión! Buscar
una expresión que se adapte a la unicidad de los tiempos. Y, para mí, en
el Documento de Aparecida está muy claro. Este Documento de Aparecida
desarrolla bien esto. Para mí la evangelización requiere salir de sí
mismo; requiere la dimensión del trascendente: el trascendente en la
adoración de Dios, en la contemplación, y el trascendente hacia los
hermanos, hacia la gente. ¡Salir de, salir de! Para mí esto es como el
núcleo de la evangelización. Y salir significa llegar a, es decir
cercanía. Si tú no sales de ti mismo, jamás tendrás cercanía. Cercanía.
Ser cercano a la gente, ser cercano a todos, a todos aquellos a quienes
debemos ser cercanos. Toda la gente. Salir. Cercanía. No se puede
evangelizar sin cercanía. Cercanía, pero cordial; cercanía de amor,
incluso cercanía física; ser cercano-a. Y tú has relacionado la homilía
allí. El problema de las homilías aburridas —por decirlo así—, el
problema de las homilías aburridas es que no hay cercanía. Precisamente
en la homilía se mide la cercanía del pastor con su pueblo. Si tú hablas
en la homilía, pensemos en 20, 25 ó 30, 40 minutos —esto no es una
fantasía, ¡esto sucede!—, y hablas de cosas abstractas, de verdades de
la fe, tú no haces una homilía, das clases. Es otra cosa. Tú no eres
cercano a la gente. Por esto es importante la homilía: para medir, para
conocer bien la cercanía del sacerdote. Creo que en general nuestras
homilías no son buenas, no son precisamente del género literario
homilético: son conferencias, o son lecciones, o son reflexiones. Pero
la homilía —y esto preguntadlo a los profesores de teología—, la homilía
en la misa, la Palabra es Dios fuerte, es un sacramental. Para Lutero
era casi un sacramento: era ex opere operato, la Palabra predicada; para otros es sólo ex opere operantis.
Pero creo que está en el centro, un poco de ambas. La teología de la
homilía es un poco casi un sacramental. Es distinto del decir palabras
sobre un tema. Es otra cosa. Supone oración, supone estudio, supone
conocer a las personas a las cuales tú hablarás, supone cercanía. Acerca
de la homilía, para ir bien en la evangelización, debemos ir bastante
adelante, estamos con cierto retraso. Es uno de los puntos de la
conversión que la Iglesia necesita hoy: adecuar bien las homilías, para
que la gente comprenda. Y, luego, después de ocho minutos, la atención
desaparece. Una homilía de más de ocho minutos, diez minutos no es
bueno. Debe ser breve, debe ser fuerte. Os aconsejo dos libros, de mis
tiempos, pero son buenos, para este aspecto de la homilía, porque os
ayudarán mucho. Primero, «La teología de la predicación», de Hugo
Rahner. No de Karl, de Hugo. Se puede leer bien Hugo, Karl es difícil de
leer. Esta es una joya: «Teología de la predicación». Y el otro es el
del padre Domenico Grasso, que nos introduce en lo que es la homilía.
Creo que tiene el mismo título: «Teología de la predicación». Os ayudará
bastante esto. La cercanía, la homilía… Hay otra cosa que quiero decir…
Salir, cercanía, la homilía como medida de cómo soy cercano al pueblo
de Dios. Y otra categoría que me gusta usar es la de las periferias.
Cuando uno sale no debe ir sólo hasta la mitad de un camino, sino llegar
al final. Algunos dicen que se debe comenzar la evangelización desde
los más lejanos, como hacía el Señor. Esto es lo que se me ocurre decir
acerca de tu pregunta. Pero esto de la homilía es verdad: para mí es uno
de los problemas que la Iglesia debe estudiar y convertirse. Las
homilías, las homilías: no se trata de dar clases, no son conferencias,
son otra cosa. A mí me gusta cuando los sacerdotes se reúnen dos horas
para preparar la homilía del próximo domingo, porque se da un clima de
oración, de estudio, de intercambio de opiniones. Esto es bueno, hace
bien. Prepararla con otro, esto funciona muy bien.
¡Alabado sea Jesucristo! Me llamo Voicek, vivo en el
Pontificio Colegio Polaco y estudio teología moral. Santo Padre, el
ministerio presbiteral al servicio de nuestro pueblo siguiendo el
ejemplo de Cristo y de su misión, ¿qué nos recomienda para permanecer
dispuestos y alegres en el servicio del pueblo de Dios? ¿Qué cualidades
humanas nos aconseja y nos recomienda cultivar para ser imagen del Buen
Pastor y vivir lo que usted ha llamado «la mística del encuentro»?
He hablado de algunas cosas que se deben hacer en la
oración, principalmente. Pero tomo tu última palabra para hablar de una
cosa, que se ha de sumar a todas las que he dicho, que se han dicho y
que conducen precisamente a tu pregunta. «La mística del encuentro», has
dicho. El encuentro. La capacidad de encontrarse. La capacidad de
escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar
juntos el camino, el método, muchas cosas. Este encuentro. Y significa
también no asustarse, no asustarse de las cosas. El buen pastor no debe
asustarse. Tal vez tiene temor dentro, pero no se asusta jamás. Sabe que
el Señor le ayuda. El encuentro con las personas por las que tú debes
tener atención pastoral; el encuentro con tu obispo. Es importante el
encuentro con el obispo. Es importante también que el obispo deje
espacio para el encuentro. Es importante… porque, sí, algunas veces se
escucha: «¿Has dicho esto a tu obispo? Sí, he pedido audiencia, pero
hace cuatro meses que he pedido audiencia. ¡Estoy esperando!». Esto no
es bueno, no. Ir al encuentro del obispo y que el obispo se deje
encontrar. El diálogo. Pero sobre todo quisiera hablar de una cosa: el
encuentro entre los sacerdotes, entre vosotros. La amistad sacerdotal:
esto es un tesoro, un tesoro que se debe cultivar entre vosotros. La
amistad sacerdotal. No todos pueden ser amigos íntimos. Pero qué hermosa
es una amistad sacerdotal. Cuando los sacerdotes, como dos hermanos,
tres hermanos, cuatro hermanos se conocen, hablan de sus problemas, de
sus alegrías, de sus expectativas, tantas cosas… Amistad sacerdotal.
Buscad esto, es importante. Ser amigos. Creo que esto ayuda mucho a
vivir la vida sacerdotal, a vivir la vida espiritual, la vida
apostólica, la vida comunitaria y también la vida intelectual: la
amistad sacerdotal. Si me encontrase a un sacerdote que me dice: «Yo
jamás he tenido un amigo», pensaría que este sacerdote no ha tenido una
de las alegrías más hermosas de la vida sacerdotal, la amistad
sacerdotal. Es lo que os deseo a vosotros. Os deseo que seáis amigos de
quienes el Señor te pone delante para la amistad. Deseo esto en la vida.
La amistad sacerdotal es una fuerza de perseverancia, de alegría
apostólica, de valentía, también de sentido del humor. Es hermoso,
hermosísimo. Esto es lo que pienso.
Os agradezco la paciencia. Y ahora podemos dirigirnos a la Virgen, pedir la bendición…
Regina caeli…
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AL MUNDO DE LA ESCUELA ITALIANA
Plaza de San Pedro
Sábado 10 de mayo de 2014
Sábado 10 de mayo de 2014
Queridos amigos, ¡buenas tardes!
Ante todo os doy las gracias porque habéis realizado una
cosa ¡verdaderamente hermosa! Este encuentro es muy bueno: un gran
encuentro de la escuela italiana, toda la escuela: chicos y grandes;
maestros, personal no docente, alumnos y padres de familia; escuela
estatal y no estatal… Doy las gracias al cardenal Bagnasco, al ministro
Giannini y a todos los que han colaborado; y estos testimonios,
verdaderamente hermosos e importantes. He escuchado muchas cosas bellas,
que me han hecho bien. Se ve que esta manifestación no es «contra», es
«a favor de». No es una protesta, ¡es una fiesta! Una fiesta por la
escuela. Sabemos bien que hay problemas y cosas que no funcionan, lo
sabemos. Pero vosotros estáis aquí, nosotros estamos aquí porque amamos
la escuela. Digo «nosotros» porque yo amo la escuela, la he amado como
alumno, como estudiante y como maestro. Y luego como obispo. En la
diócesis de Buenos Aires encontraba a menudo al mundo de la escuela, y
hoy os agradezco por haber preparado este encuentro, que sin embargo, no
es de Roma sino de toda Italia. Os agradezco mucho por esto. ¡Gracias!
¿Por qué amo la escuela? Voy a probar a decíroslo. Tengo
una imagen. He escuchado aquí que no se crece solos y que siempre hay
una mirada que te ayuda a crecer. Y tengo la imagen de mi primera
maestra, esa mujer, esa maestra que me recibió a los seis años, en el
primer grado de la escuela. Nunca la he olvidado. Ella me hizo amar la
escuela. Y después fui a visitarla durante toda su vida hasta el momento
en que falleció, a los 98 años. Y esta imagen me hace bien. Amo la
escuela porque esa mujer me enseñó a amarla. Este es el primer motivo
por el que amo la escuela.
Este es el texto del discurso preparado y entregado por el Pontífice.
Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la
realidad. ¡Al menos así debería ser! Pero no siempre logra serlo, y
entonces quiere decir que es necesario cambiar un poco el enfoque. Ir a
la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la
riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. Y nosotros no tenemos
derecho a tener miedo de la realidad. La escuela nos enseña a comprender
la realidad. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la
realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. ¡Y esto es
bellísimo! En los primeros años se aprende a 360 grados, luego poco a
poco se profundiza un aspecto y finalmente se especializa. Pero si uno
ha aprendido a aprender —este es el secreto ¡aprender a aprender!— esto
le queda para siempre, permanece una persona abierta a la realidad. Esto
lo enseñaba también un gran educador italiano, que era un sacerdote:
don Lorenzo Milani.
Los maestros son los primeros que deben permanecer
abiertos a la realidad —he escuchado los testimonios de vuestros
maestros; me ha gustado oírlos tan abiertos a la realidad— con la mente
siempre abierta a aprender. Porque si un maestro no está abierto a
aprender, no es un buen maestro, y ni siquiera es interesante; los
muchachos lo perciben, tienen «olfato», y son atraídos por los
profesores que tienen un pensamiento abierto, «inconcluso», que buscan
«algo más», y así contagian esta actitud a los estudiantes. Este es uno
de los motivos por el que amo la escuela.
Otro motivo es que la escuela es un lugar de encuentro.
Porque todos nosotros estamos en camino, poniendo en marcha un proceso,
realizando un camino. Y he escuchado que la escuela —todos lo hemos
escuchado hoy— no es un estacionamiento. Es un lugar de encuentro en el
camino. Se encuentra a los compañeros; se encuentra a los maestros; se
encuentra al personal asistente. Los padres encuentran a los profesores;
el director encuentra a las familias, etcétera. Es un lugar de
encuentro. Y nosotros hoy tenemos necesidad de esta cultura del
encuentro para conocernos, para amarnos, para caminar juntos. Y esto es
fundamental precisamente en la edad del crecimiento, como un complemento
a la familia. La familia es el primer núcleo de relaciones: la relación
con el padre, la madre y los hermanos es la base, y nos acompaña
siempre en la vida. Pero en la escuela nosotros «socializamos»:
encontramos personas diferentes a nosotros, diferentes por edad, por
cultura, por origen, por capacidades… La escuela es la primera sociedad
que integra a la familia. La familia y la escuela jamás van
contrapuestas. Son complementarias, y, por lo tanto, es importante que
colaboren, en el respeto recíproco. Y las familias de los muchachos de
una clase pueden hacer mucho colaborando juntas entre ellas y con los
maestros. Esto hace pensar en un proverbio africano muy hermoso: «Para
educar a un hijo se necesita a todo un pueblo». Para educar a un
muchacho se necesita a mucha gente: familia, maestros, personal no
docente, profesores, ¡todos! ¿Os agrada este proverbio africano? ¿Os
gusta? Digámoslo juntos: para educar a un hijo se necesita a todo un
pueblo, ¡juntos! Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo. Y
pensad en esto.
Y además amo la escuela porque nos educa en lo verdadero,
en el bien y en lo bello. Los tres van juntos. La educación no puede
ser neutra. O es positiva o es negativa; o enriquece o empobrece; o hace
crecer a la persona o la deprime, incluso puede corromperla. Y en la
educación es muy importante lo que también hemos escuchado hoy: siempre,
es mejor una derrota limpia que una victoria sucia ¡Recordadlo! Esto
nos hará bien para la vida.
Digámoslo juntos: siempre es mejor una
derrota limpia que una victoria sucia. ¡Todos juntos! Siempre es mejor
una derrota limpia que una victoria sucia.
La misión de la escuela es desarrollar el sentido de lo
verdadero, el sentido del bien y el sentido de lo bello. Y esto ocurre a
través de un camino rico, hecho de muchos «ingredientes». He aquí por
qué existen tantas disciplinas. Porque el desarrollo es fruto de
diversos elementos que actúan juntos y estimulan la inteligencia, la
conciencia, la afectividad, el cuerpo, etcétera. Por ejemplo, si estudio
esta plaza, la plaza de San Pedro, aprendo cosas de arquitectura, de
historia, de religión, incluso de astronomía. El obelisco recuerda al
sol, pero pocos saben que esta plaza es también una gran meridiana.
De esta manera cultivamos en nosotros lo verdadero, el
bien y lo bello; y aprendemos que estas tres dimensiones no están jamás
separadas, sino siempre entrelazadas. Si una cosa es verdadera, es buena
y es bella; si es bella, es buena y es verdadera; y si es buena, es
verdadera y es bella. Y estos elementos juntos nos hacen crecer y nos
ayudan a amar la vida, incluso cuando estamos mal, también en medio de
los problemas. La verdadera educación nos hace amar la vida y nos abre a
la plenitud de la vida.
Y, por último, quisiera decir que en la escuela no
aprendemos solamente conocimientos, contenidos, sino que aprendemos
también hábitos y valores. Se educa para conocer muchas cosas, o sea,
muchos contenidos importantes, para tener ciertos hábitos y también para
asumir los valores. Y esto es muy importante. Os deseo a todos
vosotros, padres, maestros, personas que trabajáis en la escuela y
estudiantes, un hermoso camino en la escuela, un camino que haga crecer
las tres lenguas que una persona madura debe saber hablar: la lengua de
la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos. Pero con
armonía, es decir, pensar lo que tú sientes y lo que tú haces; sentir
bien lo que tú piensas y lo que tú haces; y hacer bien lo que tú piensas
y lo que tú sientes. Las tres lenguas, armoniosas y juntas. Gracias una
vez más a los organizadores de esta jornada y a todos vosotros que
habéis venido. Y por favor... por favor, ¡no nos dejemos robar el amor
por la escuela! ¡Gracias!
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A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO POR
LA CONFERENCIA ITALIANA DE LOS INSTITUTOS SECULARES
Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Sábado 10 de mayo de 2014
Sábado 10 de mayo de 2014
El Pontífice, dejando a un lado el texto preparado para la ocasión, pronunció espontáneamente el siguiente discurso.
He escrito un discurso para vosotros, pero hoy ha
sucedido algo. Es mi culpa porque he dado dos audiencias no digo al
mismo tiempo, pero casi. Por eso he preferido entregaros el discurso,
porque leerlo es aburrido, y deciros dos o tres cosas que tal vez os
ayudarán.
Desde el momento en que Pío XII pensó esto, y luego la Provida Mater Ecclesia,
fue un gesto revolucionario en la Iglesia. Los institutos seculares son
precisamente un gesto de valentía que realizó la Iglesia en ese
momento; dar estructura, dar institucionalidad a los institutos
seculares. Y desde ese momento hasta ahora es tan grande el bien que
vosotros realizáis en la Iglesia, con valor porque hay necesidad de
valentía para vivir en el mundo.
Muchos de vosotros, solos, en vuestro
apartamento van, vienen; algunos en pequeñas comunidades. Todos los
días, hacer la vida de una persona que vive en el mundo, y, al mismo
tiempo, custodiar la contemplación, esta dimensión contemplativa hacia
el Señor y también en relación con el mundo; contemplar la realidad,
como contemplar las bellezas del mundo, y también los pecados graves de
la sociedad, las desviaciones, todas estas cosas, y siempre en tensión
espiritual… Por eso vuestra vocación es fascinante, porque es una
vocación que está justo ahí, donde se juega la salvación no sólo de las
personas, sino también de las instituciones. Y de muchas instituciones
laicas necesarias en el mundo. Por eso pienso así, que con la Provida Mater Ecclesia, la Iglesia ha realizado un gesto verdaderamente revolucionario.
Deseo que conservéis siempre esta actitud de ir más allá,
no sólo más allá, sino más allá y en medio, allí donde se juega todo:
la política, la economía, la educación, la familia… allí. Es posible
quizás que tengáis la tentación de pensar: «¿Pero yo qué puedo hacer?».
Cuando viene esta tentación recordad que el Señor nos ha hablado de la
semilla de trigo. Y vuestra vida es como la semilla de trigo… allí, es
como levadura… allí. Es hacer todo lo posible para que el Reino llegue,
crezca y sea grande; y custodie también a mucha gente, como el árbol de
mostaza. Pensad en esto. Pequeña vida, pequeño gesto; vida normal, pero
fermento, semilla, que hace crecer. Y esto os da la consolación. Los
resultados de este balance sobre el Reino de Dios no se ven. Solamente
el Señor nos hace percibir algo… Veremos los resultados allá arriba.
Y por eso es importante que vosotros tengáis mucha
esperanza. Es una gracia que debéis pedir al Señor, siempre: la
esperanza que nunca defrauda. ¡Nunca defrauda! Una esperanza que va
adelante. Yo os aconsejaría leer muy a menudo el capítulo 11 de la Carta
a los Hebreos, el capítulo de la esperanza. Y aprender que muchos
padres nuestros han realizado este camino y no han visto los resultados,
pero los han saludado desde lejos. La esperanza… Es esto lo que os
deseo. Muchas gracias por lo que hacéis en la Iglesia; muchas gracias
por la oración y las obras. Gracias por la esperanza. Y no lo olvidéis:
¡sed revolucionarios!
* * *
Este es el texto del discurso preparado y entregado por el Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas:
Os acogo con ocasión de vuestra Asamblea y os saludo
diciéndoos: conozco y aprecio vuestra vocación. Ella es una de las
formas más recientes de vida consagrada reconocidas y aprobadas por la
Iglesia, y tal vez por eso no es todavía comprendida plenamente. No os
desalentéis: vosotros formáis parte de esa Iglesia pobre y en salida que yo sueño.
Por vocación sois laicos y sacerdotes como los demás y en
medio de los demás, lleváis una vida ordinaria, sin signos exteriores,
sin el apoyo de una vida comunitaria, sin la visibilidad de un
apostolado organizado o de obras específicas. Sois ricos sólo de la
experiencia totalizadora del amor de Dios y por eso sois capaces de
conocer y compartir la fatiga de la vida en sus múltiples expresiones,
fermentándolas con la luz y la fuerza del Evangelio.
Sois signo de esa Iglesia dialogante de la que habla Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam:
«Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios que se ha
hecho hombre, hace falta hasta cierto punto hacerse una misma cosa con
las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de
Cristo; hace falta compartir —sin que medie distancia de privilegios o
diafragma de lenguaje incomprensible— las costumbres comunes, con tal
que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, si
queremos ser escuchados y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar,
escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y
respetarlo en la medida de lo posible y, donde lo merezca, secundarlo.
Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el mismo hecho con el que
queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la
amistad. Más todavía, el servicio». (n. 33).
El tema de vuestra Asamblea, «En el corazón de los
acontecimientos humanos: los desafíos de una sociedad compleja», indica
el campo de vuestra misión y de vuestra profecía. Estáis en el mundo
pero no sois del mundo, llevando dentro de vosotros lo esencial del
mensaje cristiano: el amor del Padre que salva. Estáis en el corazón del
mundo con el corazón de Dios.
Vuestra vocación os hace interesados en cada
hombre y en sus necesidades más profundas, que a menudo quedan
inexpresadas o disfrazadas. En virtud del amor de Dios que habéis
encontrado y conocido, sois capaces de cercanía y ternura. De este modo
sois tan cercanos que tocáis al otro, sus heridas y expectativas,
sus preguntas y necesidades, con esa ternura que es expresión de un
cuidado que elimina toda distancia. Como el Samaritano que pasó a su lado, vio y tuvo compasión.
Es este el movimiento al que os compromete vuestra vocación: pasar
junto a todo hombre y haceros cercanos a cada persona que encontráis;
porque vuestro permanecer en el mundo no es sencillamente una condición
sociológica, sino una realidad teologal que os llama a estar consciente, atento, que sabe distinguir, ver y tocar la carne del hermano.
Si esto no sucede, si os habéis distraído, o peor aún, si
no conocéis este mundo contemporáneo, sino que conocéis y frecuentáis
sólo el mundo que os es más cómodo o que os fascina más, entonces es
urgente una conversión. La vuestra es una vocación, por su naturaleza, en salida, no sólo porque os lleva hacia el otro, sino también y sobre todo porque os exige vivir allí donde vive todo hombre.
Italia es la nación con el mayor número de Institutos
seculares y de miembros. Sois una levadura que puede producir un pan
bueno para muchos, ese pan del que hay tanta hambre: la escucha de las
necesidades, los deseos, las desilusiones, la esperanza. Como quien os
ha precedido en vuestra vocación, podéis devolver la esperanza a los
jóvenes, ayudar a los ancianos, abrir caminos hacia el futuro, difundir
el amor en todo lugar y en toda situación. Si no sucede esto, si a
vuestra vida ordinaria le falta el testimonio y la profecía, entonces os
repito otra vez, es urgente una conversión.
No perdáis jamás el impulso de caminar por los senderos del mundo,
la conciencia de que caminar, ir incluso con paso incierto o
renqueando, es siempre mejor que estar parados, cerrados en los propios
interrogantes o en las propias seguridades. La pasión misionera, la
alegría del encuentro con Cristo que os impulsa a compartir con los
demás la belleza de la fe, aleja del riesgo de quedar bloqueados en el
individualismo. La idea que propone al hombre como artífice de sí mismo,
guiado sólo por las propias decisiones y los propios deseos, a menudo
revestidos con el hábito aparentemente bello de la libertad y del
respeto, corre el riesgo de minar los fundamentos de la vida consagrada,
especialmente de la secular. Es urgente revalorizar el sentido de pertenencia a vuestra comunidad vocacional
que, precisamente porque no se funda en una vida común, encuentra sus
puntos fuertes en el carisma. Por eso, si cada uno de vosotros es para
los demás una posibilidad preciosa de encuentro con Dios, se trata de
redescubrir la responsabilidad de ser profecía como comunidad, de buscar
juntos, con humildad y con paciencia, una palabra de sentido que puede
ser un don para el país y para la Iglesia, y testimoniarla con
sencillez. Vosotros sois como antenas dispuestas a acoger los
brotes de novedad suscitados por el Espíritu Santo, y podéis ayudar a la
comunidad eclesial a asumir esta mirada de bien y encontrar sendas
nuevas y valientes para llegar a todos.
Pobres entre los pobres, pero con el corazón ardiente. Nunca parados, siempre en camino. Juntos y enviados,
incluso cuando estáis solos, porque la consagración hace de vosotros
una chispa viva de la Iglesia. Siempre en camino, con esa virtud que es
una virtud peregrina: ¡la alegría!
Gracias, queridísimos, por lo que sois. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja. ¡Y rezad por mí!
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A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL ANUAL
ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN CENTESIMUS ANNUS PRO PONTIFICE
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 10 de mayo de 2014
Sábado 10 de mayo de 2014
Queridos amigos:
Doy la bienvenida a todos vosotros, miembros de la
Fundación Centesimus annus pro Pontifice y a los participantes en el
congreso internacional. Agradezco al presidente sus palabras de
introducción a este encuentro, que es una etapa del camino que estáis
realizando, tratando de dar respuesta a algunos desafíos del mundo
actual a la luz de la doctrina social de la Iglesia.
Os doy las gracias porque habéis acogido la sugerencia de
trabajar en el valor de la solidaridad. De este modo llevamos adelante
un tema de reflexión y de compromiso que es intrínseco a la doctrina
social y que lo armoniza siempre con la subsidiariedad. Este tema en
particular, ha sobresalido con gran relieve en el magisterio de san Juan
Pablo II y después ha sido cultivado y actualizado por el Papa
Benedicto XVI en Caritas in veritate.
En el sistema económico actual —y en la mentalidad que
ello genera— la palabra «solidaridad» ha llegado a ser molesta, incluso
fastidiosa. El año pasado os dije que parecía una mala palabra para este
mundo. La crisis de estos años, que tiene profundas causas de carácter
ético, ha aumentado esta «alergia» a palabras como solidaridad, justa
distribución de los bienes, prioridad del trabajo... Y la razón es que
no se logra —o no se quiere— estudiar verdaderamente de qué modo estos
valores éticos pueden convertirse concretamente en valores económicos,
es decir, provocar dinámicas virtuosas en la producción, en el trabajo,
en el comercio, en la finanza misma.
Esto es precisamente lo que vosotros tratáis de hacer,
manteniendo juntos el aspecto teórico y el práctico, las ideas y las
experiencias en este campo.
La conciencia del empresario es el lugar existencial
donde se lleva a cabo esa búsqueda. En particular, el empresario
cristiano está llamado a confrontar siempre el Evangelio con la realidad
en la que trabaja; y el Evangelio le pide que ponga en primer lugar a
la persona humana y el bien común, que ponga lo que esté de su parte
para que existan oportunidades de trabajo, de trabajo digno.
Naturalmente esta «empresa» no se puede realizar aisladamente, sino
colaborando con otros que comparten la base ética y tratando de ampliar
la red lo más posible.
La comunidad cristiana —la parroquia, la diócesis, las
asociaciones— es el sitio donde el empresario, pero también el político,
el profesional, el sindicalista, extrae la savia para alimentar su
compromiso y confrontarse con los hermanos. Esto es indispensable,
porque el ambiente laboral llega a ser a veces árido, hostil, inhumano.
La crisis pone a dura prueba la esperanza de los empresarios; no hay que
dejar solos a los que tienen más dificultad.
Queridos amigos de la «Centesimus annus», ¡este es
vuestro campo de testimonio! El Concilio Vaticano II ha insistido en el
hecho de que los fieles laicos están llamados a realizar su misión en
los ámbitos de la vida social, económica y política. Vosotros, con la
ayuda de Dios y de la Iglesia, podéis dar un testimonio eficaz en
vuestro campo, porque no lleváis sólo palabras, discursos, sino que
lleváis la experiencia de personas y empresas que buscan aplicar
concretamente los principios éticos cristianos a la situación actual del
mundo del trabajo. Este testimonio es importantísimo y os aliento a
llevarlo adelante con fe, dedicando también el tiempo necesario a la
oración, porque también el laico, incluso el empresario, tiene necesidad
de orar, y de orar mucho cuando los desafíos son más duros. El
miércoles pasado tuve la catequesis sobre el don de consejo, uno de los
siete dones del Espíritu Santo. También vosotros tenéis mucha necesidad
de pedir a Dios este don, el don de consejo, para actuar y realizar
vuestras decisiones según el bien mayor. Que os asista la Virgen María, Mater boni consilii, y os acompañe también mi bendición.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO
DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 9 de mayo de 2014
Viernes 9 de mayo de 2014
Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
Doy la bienvenida a los directores nacionales de las
Obras misionales pontificias y a los colaboradores de la Congregación
para la evangelización de los pueblos. Doy las gracias al cardenal
Fernando Filoni y a todos vosotros, que trabajáis al servicio de la
misión de la Iglesia para llevar el Evangelio a las gentes en todas las
partes de la tierra.
Con la exhortación apostólica Evangelii gaudium he querido invitar a todos los fieles a una nueva etapa evangelizadora; y también en nuestra época lamissio ad gentes
es la fuerza pujante de este dinamismo fundamental de la Iglesia. El
anhelo de evangelizar hasta los «confines», testimoniado por misioneros
santos y generosos, ayuda a todas las comunidades a realizar una
pastoral extrovertida y eficaz, una renovación de las estructuras y de
las obras. La acción misionera es paradigma de toda obra de la Iglesia
(cf.Evangelii gaudium, 15).
Evangelizar, en este tiempo de grandes transformaciones
sociales, requiere una Iglesia misionera toda en salida, capaz de
realizar un discernimiento para confrontarse con las distintas culturas y
visiones del hombre. Para un mundo en transformación es necesaria una
Iglesia renovada y transformada por la contemplación y por el contacto
personal con Cristo, por la fuerza del Espíritu. El Espíritu de Cristo
es la fuente de la renovación, que nos hace encontrar nuevos caminos,
nuevos métodos creativos, diversas formas de expresión para la
evangelización del mundo actual. Es Él quien nos da la fuerza para
emprender el camino misionero y la alegría del anuncio, para que la luz
de Cristo ilumine a cuantos todavía no lo conocen o lo han rechazado.
Por eso se nos pide el valor de «llegar a todas las periferias que
necesitan la luz del Evangelio» (Evangelii gaudium,
20). No nos pueden detener ni nuestras debilidades, ni nuestros
pecados, ni tantos impedimentos que se oponen al testimonio y a la
proclamación del Evangelio. Es la experiencia del encuentro con el Señor
lo que nos empuja y nos da la alegría de anunciarlo a todas las gentes.
La Iglesia, misionera por su naturaleza, tiene como
prerrogativa fundamental el servicio de la caridad a todos. La
fraternidad y la solidaridad universal son connaturales a su vida y a su
misión en el mundo y por el mundo. La evangelización, que debe llegar a
todos, está llamada, sin embargo, a partir de los últimos, de los
pobres, de los que tienen las espaldas dobladas bajo el peso y la fatiga
de la vida. Actuando así, la Iglesia prolonga la misión de Cristo
mismo, quien ha «venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn
10, 10). La Iglesia es el pueblo de las bienaventuranzas, la casa de
los pobres, de los afligidos, de los excluidos y perseguidos, de quienes
tienen hambre y sed de justicia. A vosotros se os pide trabajar a fin
de que las comunidades eclesiales sepan acoger con amor preferencial a
los pobres, teniendo las puertas de la Iglesia abiertas para que todos
puedan entrar y encontrar refugio.
Las Obras misionales pontificias son el instrumento privilegiado que llama y se ocupa con generosidad de la missio ad gentes.
Por esto me dirijo a vosotros como animadores y formadores de la
conciencia misionera de las Iglesias locales: promoved la
corresponsabilidad misionera con paciente perseverancia. Hay tanta
necesidad de sacerdotes, de personas consagradas y fieles laicos que,
aferrados por el amor de Cristo, estén marcados con el fuego de la
pasión por el Reino de Dios y disponibles a encaminarse por la senda de
la evangelización.
Os agradezco vuestro valioso servicio, dedicado a la
difusión del reino de Dios, a hacer llegar el amor y la luz de Cristo a
todos los rincones de la tierra. Que María, la madre del Evangelio
viviente, os acompañe siempre en este camino vuestro de apoyo a la
evangelización. Que os acompañe también mi bendición, para vosotros y
vuestros colaboradores. Gracias.
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A LOS PARTICIPANTES EN LA REUNIÓN DE LA JUNTA DE LOS
JEFES EJECUTIVOS
DEL SISTEMA DE LAS NACIONES UNIDAS
DEL SISTEMA DE LAS NACIONES UNIDAS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Viernes 9 de mayo de 2014
Viernes 9 de mayo de 2014
Señor Secretario General,
Señoras y Señores:
Tengo el agrado de recibirles, Señor Secretario General y altos ejecutivos de los organismos, fondos y programas de las Naciones Unidas y de las Organizaciones especializadas, reunidos en Roma para el encuentro semestral de coordinación estratégica
de la Junta de los jefes ejecutivos del sistema de las Naciones Unidas.
No deja de ser significativo que este encuentro se realice pocos días después de la solemne canonización de mis predecesores, los Papas santos Juan XXIII y Juan Pablo II. Ellos nos inspiran con su pasión por el desarrollo integral de la persona humana y por el entendimiento entre los pueblos, concretado también en las muchas visitas de Juan Pablo II a las Organizaciones de Roma y en sus viajes a Nueva York, Ginebra, Viena, Nairobi y La Haya.
Gracias, Señor Secretario General, por sus cordiales palabras de presentación. Gracias a todos ustedes, que son los principales responsables del sistema internacional, por los grandes esfuerzos realizados por la paz mundial y por el respeto de la dignidad humana, por la protección de las personas, especialmente de los más pobres o débiles, y por el desarrollo económico y social armonioso.
Los resultados de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, especialmente en términos de educación y disminución de la pobreza extrema, son también una confirmación de la validez del trabajo de coordinación de esta Junta de jefes ejecutivos, pero no se debe perder de vista, en el mismo tiempo, que los pueblos merecen y esperan frutos aún mayores.
Es propio de la función directiva no conformarse nunca con los resultados obtenidos sino empeñarse cada vez más, porque lo conseguido solo se asegura buscando obtener lo que aún falta. Y, en el caso de la organización política y económica mundial, lo que falta es mucho, ya que una parte importante de la humanidad continúa excluida de los beneficios del progreso y relegada, de hecho, a seres de segunda categoría. Los futuros Objetivos de Desarrollo Sostenible, por tanto, deben ser formulados y ejecutados con magnanimidad y valentía, de modo que efectivamente lleguen a incidir sobre las causas estructurales de la pobreza y del hambre, consigan mejoras sustanciales en materia de preservación del ambiente, garanticen un trabajo decente y útil para todos y den una protección adecuada a la familia, elemento esencial de cualquier desarrollo económico y social sostenibles. Se trata, en particular, de desafiar todas las formas de injusticia, oponiéndose a la “economía de la exclusión”, a la “cultura del descarte” y a la “cultura de la muerte”, que, por desgracia, podrían llegar a convertirse en una mentalidad pasivamente aceptada.
Por esta razón, a ustedes, que representan las más altas instancias de cooperación mundial, quisiera recordarles un episodio de hace 2000 años contado por el Evangelio de san Lucas (19,1-10): el encuentro de Jesucristo con el rico publicano Zaqueo, que tomó una decisión radical de condivisión y de justicia cuando su conciencia fue despertada por la mirada de Jesús. Este es el espíritu que debería estar en el origen y en el fin de toda acción política y económica. La mirada, muchas veces sin voz, de esa parte de la humanidad descartada, dejada atrás, tiene que remover la conciencia de los operadores políticos y económicos y llevarles a decisiones magnánimas y valientes, que tengan resultados inmediatos, como aquella decisión de Zaqueo. Guía este espíritu de solidaridad y condivisión todos nuestros pensamientos y acciones? Me pregunto.
Hoy, en concreto, la conciencia de la dignidad de cada hermano, cuya vida es sagrada e inviolable desde su concepción hasta el fin natural, debe llevarnos a compartir, con gratuidad total, los bienes que la providencia divina ha puesto en nuestras manos, tanto las riquezas materiales como las de la inteligencia y del espíritu, y a restituir con generosidad y abundancia lo que injustamente podemos haber antes negado a los demás.
El episodio de Jesucristo y de Zaqueo nos enseña que por encima de los sistemas y teorías económicas y sociales, se debe promover siempre una apertura generosa, eficaz y concreta a las necesidades de los demás. Jesús no pide a Zaqueo que cambie de trabajo ni denuncia su actividad comercial, solo lo mueve a poner todo, libremente, pero inmediatamente y sin discusiones, al servicio de los hombres. Por eso, me atrevo a afirmar, siguiendo a mis predecesores (cf. Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 42-43; Enc. Centesimus annus, 43; Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 6; 24-40), que el progreso económico y social equitativo solo se puede obtener uniendo las capacidades científicas y técnicas con un empeño solidario constante, acompañado de una gratuidad generosa y desinteresada a todos los niveles. A este desarrollo equitativo contribuirán así tanto la acción internacional encaminada a conseguir un desarrollo humano integral en favor de todos los habitantes del planeta, como la legítima redistribución de los beneficios económicos por parte del Estado y la también indispensable colaboración de la actividad económica privada y de la sociedad civil.
Por eso, mientras les aliento a continuar en este trabajo de coordinación de la actividad de los Organismos internacionales, que es un servicio a todos los hombres, les invito a promover juntos una verdadera movilización ética mundial que, más allá de cualquier diferencia de credo o de opiniones políticas, difunda y aplique un ideal común de fraternidad y solidaridad, especialmente con los más pobres y excluidos.
Invocando la guía divina sobre los trabajos de vuestra Junta, pido también una especial bendición de Dios para Usted, Señor Secretario General, para todos los Presidentes, Directores y Secretarios Generales aquí reunidos, y para todo el personal de las Naciones Unidas y demás Agencias y Organismos internacionales y sus respectivas familias. Muchas gracias.
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A SU SANTIDAD KAREKIN II,
PATRIARCA SUPREMO Y CATHOLICÓS
DE TODOS LOS ARMENIOS
A SU SANTIDAD KAREKIN II,
PATRIARCA SUPREMO Y CATHOLICÓS
DE TODOS LOS ARMENIOS
Jueves 8 de mayo de 2014
Consolidación de los vínculos entre Roma y la Iglesia apostólica armenia
El Papa Francisco recibió el jueves 8 de mayo, por la
mañana, a Su Santidad Karekin ii, Patriarca supremo y Catholicós de
todos los armenios, con quien tuvo también un momento de oración en
común. Durante el encuentro el Pontífice pronunció el siguiente
discurso.
Santidad, hermano querido, queridos hermanos en Cristo:
Me es muy grato darle a Usted, Santidad, y a la
distinguida delegación que le acompaña, mi más cordial bienvenida. En la
persona de Vuestra Santidad extiendo un respetuoso y afectuoso recuerdo
a los miembros de la familia del Catholicosado de todos los armenios,
esparcidos por el mundo. Es una gracia especial podernos encontrar en
esta casa, cerca de la tumba del apóstol Pedro, y compartir un momento
de fraternidad y de oración.
Bendigo con vosotros al Señor, porque los vínculos de la
Iglesia apostólica armenia con la Iglesia de Roma se han consolidado en
los últimos años, gracias también a los acontecimientos que permanecen
grabados en nuestra memoria, como el viaje de mi santo predecesor Juan
Pablo II a Armenia, en 2001, y la grata presencia de Vuestra Santidad en
el Vaticano en numerosas ocasiones de especial relevancia, entre ellas,
la visita oficial al Papa Benedicto XVI en 2008, y la celebración de
inicio de mi ministerio como obispo de Roma, el año pasado.
Pero aquí quisiera recordar otra celebración, llena de
significado, en la que Vuestra Santidad tomó parte: la Conmemoración de
los testigos de la fe del siglo XX, que tuvo lugar durante el Gran
Jubileo del año 2000. En verdad, el número de los discípulos que
derramaron su sangre por Cristo en los trágicos acontecimientos del
siglo pasado es ciertamente superior al de los mártires de los primeros
siglos, y en este martirologio los hijos de la nación armenia ocupan un
puesto de honor. El misterio de la cruz, Santidad, tan apreciado por la
memoria de vuestro pueblo, representado en las espléndidas cruces de
piedra que adornan cada rincón de vuestra tierra, ha sido vivido por
innumerables hijos vuestros como participación directa en el cáliz de la
Pasión. Su testimonio, trágico y elevado a la vez, no debe olvidarse.
Santidad, queridos hermanos, los sufrimientos padecidos
por los cristianos en los últimos decenios también han traído una
contribución única e inestimable a la causa de la unidad entre los
discípulos de Cristo. Como en la Iglesia antigua la sangre de los
mártires se convirtió en semilla de nuevos cristianos, así en nuestros
días la sangre de muchos cristianos se ha convertido en semilla de la
unidad. El ecumenismo del sufrimiento, el ecumenismo del martirio, el
ecumenismo de la sangre es un fuerte reclamo a caminar por la senda de
la reconciliación entre las Iglesias, con decisión y confiado abandono
en la acción del Espíritu. Sentimos el deber de recorrer este camino de
fraternidad también por la deuda de gratitud que tenemos hacia los
sufrimientos de tantos hermanos nuestros, hecha salvífica porque está
unida a la pasión de Cristo.
A este propósito, deseo agradecer a Vuestra Santidad el
apoyo efectivo dado al diálogo ecuménico, en particular, a los trabajos
de la Comisión conjunta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales,
y por la cualificada contribución teológica ofrecida en esa sede por
los representantes del Catholicosado de todos los armenios.
«¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en
todas nuestras tribulaciones hasta el punto de poder consolar a los
demás con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por
Dios!» (2 Cor 1, 3-4). Corramos con confianza en la carrera que está ante nosotros, sostenidos por un tan grande número de testigos (cf. Heb 12, 1) e imploremos del Padre esa unidad por la cual Jesucristo mismo rezó en la última Cena (cf. Jn 17, 21).
Recemos unos por otros: que el Espíritu Santo nos ilumine
y nos guíe hacia el día tan deseado en el que podamos compartir la mesa
eucarística. Alabemos al Señor con las palabras de san Gregorio de
Narek: «Acoge el canto de bendición de nuestros labios y dígnate
conceder a esta Iglesia los dones y las gracias de Sion y Belén, para
que seamos dignos de participar en la salvación». Que la toda Santa
Madre de Dios interceda por el pueblo armenio, ahora y por siempre.
Amén.
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BURUNDI
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
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A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BURUNDI
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Lunes 5 de mayo de 2014
Queridos hermanos en el episcopado:
Sed bienvenidos con ocasión de vuestra peregrinación a Roma para la visita ad limina.
Agradezco a monseñor Gervais Banshimiyubusa, presidente de vuestra
Conferencia episcopal, las palabras que me ha dirigido en vuestro
nombre. A través de vosotros, saludo a todos los fieles de vuestras
Iglesias diocesanas, en particular, a los sacerdotes, religiosos y
religiosas, y también a los fieles laicos comprometidos en el servicio
pastoral, y a todos los burundeses. Deseo que los apóstoles Pedro y
Pablo os sostengan y os fortalezcan en el ejercicio de vuestro
ministerio apostólico. En el seguimiento de Jesús, derramaron su sangre
por el servicio al Evangelio; imitando su ejemplo, estamos llamados a
vivir hasta las últimas consecuencias nuestra entrega al pueblo que se
nos ha encomendado. Quiero recordar aquí a monseñor Michael A. Courtney,
nuncio apostólico, que fue fiel, hasta el sacrificio de su vida, a la
misión que se le había confiado al servicio de Burundi.
Me alegra destacar el espíritu de comunión que deseáis
mantener con la Sede de Pedro. En efecto, la unidad es una condición
indispensable para la fecundidad del anuncio del Evangelio. Deseo que se
refuerce aún más, en un clima de confianza y de colaboración fraterna.
Por lo demás, esta colaboración también es necesaria para las relaciones
que la Iglesia quiere mantener con el Estado. Fruto excelente de ellas
es el acuerdo-marco entre la Santa Sede y la República de Burundi,
firmado en noviembre de 2012 y que entró en vigor en febrero pasado con
el intercambio de los instrumentos de ratificación, con buenas
perspectivas para el anuncio del Evangelio. No puedo menos de alentaros a
ocupar todo vuestro espacio —y ya lo estáis haciendo— en el diálogo
social y político, y a encontraros sin titubeos con los poderes
políticos. Las personas que ejercen la autoridad son las primeras que
necesitan vuestro testimonio de fe y vuestro anuncio valiente de los
valores cristianos para conocer mejor la doctrina social de la Iglesia,
apreciando su valor e inspirándose en ella para la gestión de los
asuntos públicos.
En efecto, vuestro país ha conocido, en un pasado aún
reciente, terribles conflictos; el pueblo burundés está muy a menudo
dividido y sus heridas profundas todavía no han cicatrizado. Sólo una
conversión auténtica de los corazones al Evangelio puede inducir a los
hombres al amor fraterno y al perdón, puesto que «en la medida en que Él
logre reinar entre nosotros, la vida social será ámbito de fraternidad,
de justicia, de paz, de dignidad para todos» (Evangelii gaudium,
180). La evangelización profunda de vuestro pueblo sigue siendo con
razón vuestra principal preocupación, ya que «para alcanzar una
verdadera reconciliación (…), la Iglesia necesita testigos que estén
profundamente arraigados en Cristo» (Africae munus, 34), testigos que sintonicen su vida con su fe.
Y los primeros testigos llamados a vivir esta
autenticidad de la conversión son, naturalmente, los sacerdotes. Los
saludo con afecto y los invito a vivir de verdad y con alegría sus
compromisos sacerdotales, que expresan su entrega total a Cristo, a la
Iglesia y al reino de Dios (cf. Africae munus,
111). Por otro lado, no puedo dejar de alentaros a cuidar la formación
de los seminaristas, a los que el Señor llama en gran número en vuestro
país, y me alegro de la reciente apertura del cuarto seminario mayor.
Además de la indispensable formación intelectual, los futuros sacerdotes
también deben recibir una sólida formación espiritual, humana y
pastoral. ¡Son los cuatro pilares de la formación! En efecto, durante
toda su vida, en la cotidianidad de sus relaciones humanas, llevarán el
Evangelio a todos; en el ministerio sacerdotal no debe haber «un
predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como tampoco una
sacramentalización sin otras formas de evangelización» (Evangelii gaudium,
63). El diálogo personal que el seminarista mantiene con el Señor es el
fundamento de todo itinerario vocacional. De esta fuente deberá brotar
el impulso misionero del sacerdote, llamado a «salir» decididamente de
sí mismo para anunciar el Evangelio (cf. Evangelii gaudium,
24). Hoy las vocaciones son frágiles, y los jóvenes tienen necesidad de
ser acompañados atentamente en su camino. Deben contar con formadores
sacerdotes que sean verdaderos ejemplos de alegría y de perfección
sacerdotal, que estén cerca de ellos, compartan su vida y los escuchen
verdaderamente para conocerlos bien y guiarlos mejor. Sólo de este modo
se puede realizar un discernimiento correcto y evitar errores
desagradables.
Por su parte, las personas consagradas dan testimonio de
su fe en Jesús con toda su vida. «Son una ayuda necesaria y preciosa
para la actividad pastoral, pero también una manifestación de la
naturaleza íntima de la vocación cristiana» (Africae munus,
118). Me alegro por el admirable trabajo que las congregaciones
religiosas realizan con sus obras sociales de educación y de asistencia
sanitaria, y también de ayuda a los refugiados presentes en gran número
en vuestro país. Manifiestan la «inseparable conexión entre la recepción
del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno» (Evangelii gaudium,
179). Os invito a acompañar con mucha atención la vida religiosa,
desarrollada profundamente en vuestras Iglesias locales. Las numerosas
comunidades nuevas que se están formando necesitan vuestro
discernimiento atento y prudente para garantizar una sólida formación a
sus miembros y acompañar los cambios que están llamadas a vivir con
vistas al bien de toda la Iglesia.
Numerosos laicos, a través de múltiples movimientos y
asociaciones, colaboran con generosidad en las obras sociales. Es
oportuno reforzar continuamente esta fructuosa e indispensable
colaboración entre las diferentes fuerzas eclesiales, con espíritu de
solidaridad y de comunión, de modo que el pueblo cristiano en su
conjunto sea misionero en Burundi.
La formación, tanto humana como cristiana de los jóvenes,
es clave para el futuro del país, en el que la población se renueva
rápidamente; sé que es una de vuestras prioridades. En un mundo en vías
de secularización es necesario dar a las nuevas generaciones una visión
auténtica de la existencia, de la sociedad y de la familia. Os exhorto a
perseverar aún en la obra educativa que ya realizáis de modo
apreciable: el número de escuelas católicas es notable y la enseñanza
impartida, cualificada. Haced todo lo posible para que, en todos los
niveles, los mismos formadores estén firmemente arraigados en la fe y en
la práctica del Evangelio. No dudéis en trabajar para que el mayor
número posible de jóvenes se beneficie del anuncio de la fe, incluso en
las escuelas públicas; que la Iglesia también esté presente en la
enseñanza superior y en las universidades, para sensibilizar sobre los
valores cristianos a los responsables de la sociedad futura, a fin de
que esta sea más humana y más justa.
Queridos hermanos, vuestro país ha vivido una historia
reciente difícil, marcada por la división y la violencia, en un contexto
de gran pobreza que, por desgracia, persiste. A pesar de ello, los
esfuerzos valientes de evangelización realizados mediante vuestro
ministerio pastoral dan abundantes frutos de conversión y
reconciliación. Os invito a no perder la esperanza y a ir adelante
valientemente, con renovado espíritu misionero, para llevar la buena
nueva a todos los que aún la esperan o tienen más necesidad de ella, a
fin de que conozcan finalmente la misericordia de Dios.
Os encomiendo a todos vosotros, así como a vuestros
sacerdotes, a las personas consagradas, a los catequistas y a los fieles
laicos de vuestras diócesis, a la protección de la Virgen María, Madre
de la Iglesia, y os imparto de todo corazón la bendición apostólica.
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A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 5 de mayo de 2014
Lunes 5 de mayo de 2014
Señor comandante,
queridos Guardias,
queridos familiares y amigos de la Guardia Suiza pontificia:
Con alegría os recibo en este día importante para vosotros, ¡un día de fiesta! Os saludo a todos con afecto y gratitud. El 6 de mayo es una fecha que permanecerá grabada en vuestra mente y os permitirá, a lo largo de vuestra vida, revivir con alegría un momento significativo de vuestra permanencia en el Cuerpo de la Guardia Suiza. Es un día especial, porque conmemoramos el Saqueo de Roma y el acto heroico de vuestros predecesores que, en 1527, entregaron la propia vida para defender a la Iglesia y al Papa. Vuestra entrega es la confirmación de que su valentía y su fidelidad han dado fruto, como dice el Evangelio: la semilla arrojada a la tierra y muerta ha dado fruto (cf. Jn 12, 24).
El contexto social y eclesial ha cambiado mucho desde entonces: la sociedad es distinta respecto a aquellos tiempos. Pero el corazón del hombre, su capacidad de ser fiel y valeroso —acriter et fideliter, dice vuestro lema— sigue siendo el mismo. Vuestro servicio es, por lo tanto, un auténtico testimonio, porque expresa concretamente el deseo de entregarse a una tarea importante y de gran responsabilidad. A esta opción habéis llegado con la ayuda de vuestras familias y de las comunidades que os han educado. También a ellas dirijo mi sincero agradecimiento.
Prestar servicio en la Guardia Suiza pontificia significa vivir una experiencia que contempla el encuentro del tiempo y del espacio de modo particular: Roma cuenta con la riqueza de innumerables monumentos y lugares históricos y artísticos que manifiestan la grandeza de su cultura y su historia. Sin embargo, esta ciudad no es sólo un gran museo, sino una encrucijada de turistas y peregrinos que provienen de todo el mundo: personas de diversas lenguas, tradiciones, religiones y culturas llegan aquí con motivaciones diferentes. En este movimiento de historia y de historias personales está también cada uno de vosotros. Con vuestro peculiar servicio, estáis llamados a dar un sereno y gozoso testimonio cristiano a cuantos llegan al Vaticano para visitar la basílica de San Pedro y para encontrar al Papa. Vivid intensamente vuestras jornadas. Manteneos firmes en vuestra fe y generosos en la caridad hacia las personas que encontráis.
El uniforme que lleváis, este año cumple cien años. Sus colores y su estilo son conocidos en todo el mundo: recuerdan entrega, seriedad, seguridad. Identifican un servicio singular y un pasado glorioso. Sin embargo, detrás de cada uniforme hay una persona concreta: con una familia y una tierra de proveniencia, con una personalidad y una sensibilidad, con deseos y proyectos de vida. Vuestra divisa es un sugestivo rasgo característico de la Guardia Suiza y atrae la atención de la gente. Pero recordad que no es el uniforme sino el que lo lleva puesto quien debe impresionar a los demás por su amabilidad, por el espíritu de acogida, por la actitud de caridad hacia todos. Tened presente esto también en las relaciones entre vosotros, dando importancia, incluso en vuestra vida comunitaria, al compartir los momentos alegres y aquellos más difíciles, sin ignorar a quien entre vosotros se encuentra en dificultad y a veces tiene necesidad de una sonrisa y de un gesto de aliento y de amistad; evitando una distancia negativa que divide a los compañeros y que, en la vida de todas las personas del mundo, puede generar desprecio, marginación o racismo.
Queridos guardias suizos, cada día experimento de cerca vuestra entrega y vuestra diligencia: por ello os estoy muy agradecido. Sed fieles a lo que habéis cultivado en el corazón y tened la certeza de que el Señor está siempre a vuestro lado y sostiene vuestro camino, especialmente cuando se siente el cansancio y la incertidumbre al caminar. Él no abandona jamás. También yo deseo expresaros mi cercanía y, mientras os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la maternal protección de la Bienaventurada Virgen María y a la intercesión de vuestros santos patronos Nicolás, Sebastián y Martín, os bendigo de corazón.
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE SRI LANKA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE SRI LANKA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Sábado 3 de mayo de 2014
Queridos hermanos obispos:
Es para mí una gran alegría acogeros aquí, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum,
que sirve para renovar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y
ofrece una oportunidad para reflexionar sobre la vida de la Iglesia en
Sri Lanka. Agradezco al cardenal Ranjith sus cordiales palabras de
saludo de vuestra parte y de todos los fieles de vuestras Iglesias
locales. Os pido que les transmitáis mi saludo y mi amor, y les
expreséis mi solidaridad y mi atención. Recuerdo con afecto mi reciente
encuentro con algunos miembros de la comunidad de Sri Lanka en la
basílica de San Pedro, durante su peregrinación a Roma para celebrar el
septuagésimo quinto aniversario de la consagración de vuestro país a la
bienaventurada Madre. Queridos hermanos: espero que estos días de
reflexión y oración os confirmen en la fe y en el conocimiento de los
numerosos dones que vosotros, los sacerdotes, los hombres y las mujeres
consagrados y los fieles laicos habéis recibido en Cristo.
Ahora deseo compartir con vosotros algunas reflexiones
sobre este tesoro, que está en el centro de nuestra vida en la Iglesia y
de nuestra misión en la sociedad, cuya belleza y riqueza hemos visto
tan claramente en el Año de la fe. Nuestra fe y los dones que hemos
recibido no pueden dejarse a un lado, sino que están destinados a ser
compartidos libremente y manifestarse en nuestra vida diaria. De hecho,
nuestra vocación es «ser el fermento de Dios en medio de la humanidad,
(…) anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro que a
menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den
esperanza, que den nuevo vigor en el camino» (Evangelii gaudium,
114). Sri Lanka tiene especial necesidad de este fermento. Después de
tantos años de combates y derramamiento de sangre, finalmente la guerra
en vuestro país ha terminado. De hecho, ha surgido una nueva aurora de
esperanza, puesto que ahora la gente piensa en reconstruir su vida y sus
comunidades. En respuesta a esto, a través de vuestra reciente Carta
pastoral Towards Reconciliation and Rebuilding of our Nation
(Hacia la reconciliación y la reconstrucción de nuestra nación) habéis
tratado de salir al encuentro de todos los ciudadanos de Sri Lanka con
un mensaje profético inspirado en el Evangelio, que quiere acompañarlos
en sus pruebas. Aunque la guerra haya terminado, observáis con razón que
hay mucho por hacer para promover la reconciliación, respetar los
derechos humanos de todas las personas y superar las tensiones étnicas
que perduran. Deseo unirme a vosotros al ofrecer una particular palabra
de consuelo a todos los que han perdido a sus seres queridos durante la
guerra y tienen incertidumbre por su futuro. Quiera Dios que vuestras
comunidades enraizadas en la fe, recordando la exhortación de san Pablo a
ayudarse mutuamente a llevar las cargas (cf. Ga 6, 2), permanezcan cerca de cuantos todavía lloran y sufren las consecuencias duraderas de la guerra.
Como habéis observado, los católicos en Sri Lanka desean
contribuir, junto con los diversos miembros de la sociedad, a la obra de
reconciliación y reconstrucción. Una de esas contribuciones es la
promoción de la unidad. De hecho, mientras el país trata de reunirse y
sanar, la Iglesia se encuentra en una posición única para ofrecer una
imagen viva de unidad en la fe, puesto que tiene la bendición de contar
en sus filas tanto cingaleses como tamiles. En las parroquias y en las
escuelas, cingaleses y tamiles tienen la oportunidad de vivir juntos,
estudiar, trabajar y rendir culto. A través de esas mismas entidades,
especialmente las parroquias y las misiones, vosotros conocéis también
íntimamente las preocupaciones y los miedos de las personas, en
particular el modo en que pueden ser marginadas y desconfiar unas de
otras. Los fieles, conscientes de las cuestiones que han suscitado
tensiones entre cingaleses y tamiles, pueden favorecer un clima de
diálogo que busque construir una sociedad más justa y equitativa.
Otra contribución importante de la Iglesia al nuevo
desarrollo es su trabajo caritativo, que muestra el rostro
misericordioso de Cristo. Hay que elogiar a Caritas Sri Lanka por
su compromiso después del tsunami de 2004 y sus esfuerzos en favor de
la reconciliación y la reconstrucción postbélica, especialmente en las
regiones más afectadas. La Iglesia en Sri Lanka presta también un
generoso servicio en los ámbitos de la educación, la asistencia
sanitaria y la ayuda a los pobres. Mientras el país goza de un creciente
desarrollo económico, este testimonio profético de servicio y de
compasión es más importante aún: muestra que no hay que olvidarse de los
pobres ni permitir que aumente la desigualdad. Al contrario, vuestro
ministerio y vuestro compromiso deben favorecer la inclusión de todos en
la sociedad, ya que «hasta que no se reviertan la exclusión y la
inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será
imposible erradicar la violencia» (Evangelii gaudium, 59).
Sri Lanka no sólo es un país de rica diversidad étnica,
sino también de múltiples tradiciones religiosas; esto evidencia la
importancia del diálogo interreligioso y ecuménico para promover el
conocimiento y el enriquecimiento recíprocos. A este respecto, vuestros
esfuerzos son dignos de alabanza y están dando fruto. Permiten a la
Iglesia colaborar más fácilmente con los demás para garantizar una paz
duradera y le aseguran la libertad en la prosecución de sus propios
fines, especialmente educando a los jóvenes en la fe y testimoniando
libremente la vida cristiana. Pero Sri Lanka también ha asistido al
crecimiento de los extremismos religiosos que, promoviendo un falso
sentido de unidad nacional basada en una única identidad religiosa, han
creado tensiones a través de varios actos de intimidación y violencia.
Aunque estas tensiones puedan amenazar las relaciones interreligiosas y
ecuménicas, la Iglesia en Sri Lanka debe seguir buscando firmemente
colaboradores en la paz e interlocutores en el diálogo. Los actos
intimidatorios también afectan a la comunidad católica y, por tanto, es
más necesario aún confirmar a la gente en la fe. Las iniciativas de la
Iglesia para desarrollar pequeñas comunidades centradas en la Palabra de
Dios y promover la piedad popular son modos ejemplares de asegurar a
los fieles la cercanía de Cristo y de su Iglesia.
En la importante tarea de transmitir la fe y promover la
reconciliación y el diálogo os ayudan, en primer lugar, vuestros
sacerdotes. Me uno a vosotros en dar gracias a Dios por las numerosas
vocaciones sacerdotales que ha suscitado entre los fieles de Sri Lanka.
De hecho, los numerosos sacerdotes locales que sirven al pueblo de Dios
son una gran bendición y fruto directo de las semillas misioneras
plantadas hace mucho tiempo. Para que vuestros sacerdotes puedan prestar
un servicio digno y ser pastores auténticos, os exhorto a dedicar
atención a su formación humana, intelectual, espiritual y pastoral, no
sólo durante los años de formación en el seminario sino también durante
toda su vida de generoso servicio. Sed para ellos verdaderos padres,
atentos a sus necesidades y presentes en su vida, reconociendo que a
menudo trabajan en situaciones difíciles y con recursos limitados. Junto
con vosotros, les agradezco su fidelidad y su testimonio, y los invito a
una santidad cada vez mayor a través de la oración y la conversión
diaria.
También me uno a vosotros para dar gracias a Dios
omnipotente por el ministerio y el testimonio de los hombres y las
mujeres consagrados y de todos los laicos que sostienen y sirven a los
apostolados de la Iglesia y viven fielmente su vida cristiana. Junto con
el clero, y en comunión con vosotros como pastores de las Iglesias
locales, muestran la fuerza santificadora del Espíritu Santo, que
transforma a la Iglesia y hace que todos seamos fermento para el mundo.
Su vocación es fundamental para la difusión del Evangelio y es cada vez
más importante, especialmente en las vastas comunidades rurales y en el
campo de la educación, donde a menudo faltan catequistas preparados.
Dado que el ministerio del obispo jamás se realiza de manera aislada,
sino en sintonía con todos los bautizados, os animo a seguir ayudando a
los fieles a reconocer sus dones y a ponerlos al servicio de la Iglesia.
En fin, aprecio vuestros esfuerzos por servir a la
familia, la «célula básica de la sociedad, (…) donde se aprende a
convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres
transmiten la fe a sus hijos» (Evangelii gaudium,
66). La próxima Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos hablará de
la familia y buscará modos siempre nuevos y creativos mediante los
cuales la Iglesia pueda sostener a esas iglesias domésticas. En Sri
Lanka la guerra ha dejado a muchas familias dispersas y de luto por la
muerte de personas queridas. Muchos han perdido su empleo, por lo cual
las familias se han separado, ya que los esposos dejan su hogar en busca
de trabajo. También existe el gran desafío y la creciente realidad de
los matrimonios mixtos, que requieren mayor atención a la preparación y a
la asistencia de las parejas al ofrecer una formación religiosa a sus
hijos. Cuando nos mostramos atentos a nuestras familias y a sus
necesidades, cuando comprendemos sus dificultades y sus esperanzas,
fortalecemos el testimonio de la Iglesia y su anuncio del Evangelio. De
manera especial, sosteniendo el amor y la fidelidad conyugal, ayudamos a
los fieles a vivir su vocación libremente y con alegría, y abrimos a
las nuevas generaciones a la vida de Cristo y de su Iglesia. Vuestro
compromiso en apoyo de las familias no ayuda sólo a la Iglesia, sino
también a la sociedad de Sri Lanka en su conjunto, en particular, en sus
esfuerzos de reconciliación y de unidad. OsSábado 3 de mayo de 2014 exhorto, pues, a estar
siempre vigilantes y a trabajar con las autoridades gubernativas y los
demás líderes religiosos para asegurar que la dignidad y el primado de
la familia se sostengan.
Con estos sentimientos, queridos hermanos, os encomiendo a
la intercesión de Nuestra Señora de Lanka, y os imparto de buen grado
mi bendición apostólica a vosotros y a todos los amados sacerdotes, a
los hombres y las mujeres consagrados y al pueblo laico de Sri Lanka.
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A LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 3 de mayo de 2014
Sábado 3 de mayo de 2014
Queridos amigos de la Acción católica:
Os doy la bienvenida a todos vosotros, que representáis a esta hermosa realidad eclesial. Saludo a los participantes en la Asamblea nacional, a los presidentes parroquiales, a los sacerdotes consiliarios y a los amigos de la Acción católica de otros países. Saludo al presidente Franco Miano, a quien agradezco la presentación que ha hecho, y al nuevo consiliario general, monseñor Mansueto Bianchi, a quien deseo todo bien en esta nueva misión, y a su predecesor monseñor Domenico Sigalini, que tanto ha trabajado: le doy las gracias por la entrega con la que sirvió durante muchos años a la Acción católica. Dirijo un saludo especial al cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, y al secretario general, monseñor Nunzio Galantino.
El tema de vuestra Asamblea, «Personas nuevas en Cristo Jesús, corresponsables de la alegría de vivir», se inserta bien en el tiempo pascual, que es un tiempo de alegría. Es la alegría de los discípulos en el encuentro con Cristo resucitado, y requiere ser interiorizada dentro de un estilo evangelizador capaz de incidir en la vida. En el actual contexto social y eclesial, vosotros laicos de la Acción católica estáis llamados a renovar la opción misionera, abierta a los horizontes que el Espíritu indica a la Iglesia y expresión de una nueva juventud del apostolado laical. Esta es la opción misionera: todo en clave misionera, todo. Es el paradigma de la Acción católica: el paradigma misionero. Esta es la opción que hoy hace la Acción católica. Sobre todo las parroquias, especialmente las marcadas por el cansancio y la cerrazón —y son muchas. Parroquias cansadas, parroquias cerradas... ¡existen! Cuando saludo a las secretarias parroquiales, les pregunto: ¿Pero usted es secretaria de esas que abren las puertas o de las que cierran la puerta? Estas parroquias necesitan vuestro entusiasmo apostólico, vuestra total disponibilidad y vuestro servicio creativo. Se trata de asumir el dinamismo misionero para llegar a todos, privilegiando a quien se siente alejado y a los grupos más débiles y olvidados de la población. Se trata de abrir las puertas y dejar que Jesús pueda salir fuera. Muchas veces tenemos a Jesús encerrado en las parroquias con nosotros, no salimos fuera y no dejamos que Él salga fuera. Abrir las puertas para que Él salga, al menos Él. Se trata de una Iglesia «que sale»: siempre Iglesia que sale.
Este estilo de evangelización, animado por una fuerte pasión por la vida de la gente, es especialmente adecuado a la Acción católica, formada por el laicado diocesano que vive en estrecha corresponsabilidad con los Pastores. En esto os ayuda la popularidad de vuestra asociación, que a los compromisos intraeclesiales sabe unir el compromiso de contribuir a la transformación de la sociedad para orientarla al bien. He pensado entregaros tres verbos que pueden constituir para todos vosotros una guía de camino.
El primero es: permanecer. Pero no permanecer encerrados, no. ¿Permanecer en qué sentido? Permanecer con Jesús, permanecer gozando de su compañía. Para ser anunciadores y testigos de Cristo es necesario permanecer ante todo cercanos a Él. Es en el encuentro con Aquél que es nuestra vida y nuestra alegría, que nuestro testimonio adquiere cada día nuevo significado y nueva fuerza. Permanecer en Jesús, permanecer con Jesús.
Segundo verbo: ir. Jamás una Acción católica estática, ¡por favor! No detenerse: ¡ir! Ir por las calles de vuestras ciudades y vuestros pueblos, y anunciar que Dios es Padre y que Jesucristo os lo ha dado a conocer, y que por ello vuestra vida ha cambiado: se puede vivir como hermanos, llevando dentro una esperanza que no defrauda. Que viva en vosotros el deseo de hacer circular la Palabra de Dios hasta los confines, renovando así vuestro compromiso de encontrar al hombre donde quiera que se encuentre, allí donde sufre, allí donde espera, allí donde ama y cree, allí donde están sus sueños más profundos, los interrogantes más auténticos, los deseos de su corazón. Allí os espera Jesús. Esto significa: salir fuera. Esto significa: salir, ir saliendo.
Y, por último, gozar. Gozar y alegrarse siempre en el Señor. Ser personas que cantan la vida, que cantan la fe. Esto es importante: no sólo recitar el Credo, recitar la fe, conocer la fe, sino cantar la fe. Esto es. Decir la fe, vivir la fe con alegría, y a esto se llama «cantar la fe». Y no lo digo yo, lo dijo san Agustín hace 1600 años: «¡cantar la fe!». Personas capaces de reconocer los propios talentos y los propios límites, que saben ver en sus jornadas, incluso en las más sombrías, los signos de la presencia del Señor. Alegrarse porque el Señor os ha llamado a ser corresponsables de la misión de su Iglesia. Alegrarse porque en este camino no estáis solos: está el Señor que os acompaña, están vuestros obispos y sacerdotes que os sostienen, están vuestras comunidades parroquiales, vuestras comunidades diocesanas con las que compartís el camino. ¡No estáis solos!
Con estas tres actitudes: permanecer en Jesús, ir hasta los confines y vivir la alegría de la pertenencia cristiana, podréis llevar adelante vuestra vocación, y evitar la tentación de la «quiete», que nada tiene que ver con el permanecer en Jesús; evitar la tentación de la cerrazón y del intimismo, tan edulcorada, disgustosa por cuanto es dulce, la del intimismo... Si vosotros salís, no caeréis en esta tentación. Y evitar también la tentación de la seriedad formal. Con este permanecer en Jesús —ir hasta los confines, vivir la alegría evitando estas tentaciones—, evitaréis llevar adelante una vida más parecida a estatuas de museo que a personas llamadas por Jesús a vivir y difundir la alegría del Evangelio. Si queréis escuchar el consejo de vuestro consiliario general —es muy pacífico, porque lleva un nombre apacible, él, es Mansueto—, si queréis acoger su consejo, convertíos en burritos, pero jamás en estatuas de museo, por favor, jamás.
Pidamos al Señor, para cada uno de nosotros, ojos que sepan ver más allá de la apariencia; oídos que sepan escuchar gritos, susurros y también silencios; manos que sepan sostener, abrazar y curar. Pidamos, sobre todo, un corazón grande y misericordioso, que desee el bien y la salvación de todos. Que os acompañe en el camino María Inmaculada, y también mi bendición. Y os doy las gracias porque sé que rezáis por mí.
Ahora os invito a rezar a la Virgen, que es nuestra Madre, que nos acompañará en este camino. La Virgen siempre iba detrás de Jesús, hasta el final, lo acompañaba. Pidámosle que nos acompañe siempre en nuestro camino, este camino de la alegría, este camino del salir, este camino del permanecer con Jesús.
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A LOS MIEMBROS DE LA "PAPAL FOUNDATION"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 2 de mayo de2014
Viernes 2 de mayo de2014
Señor cardenal,
queridos amigos:
Dirijo mi cordial bienvenida a vosotros, miembros de la Papal Foundation, con ocasión de vuestra peregrinación anual a Roma. Durante el período pascual todos los cristianos del mundo se unen para celebrar la victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte, el alba de la nueva creación y la efusión del Espíritu Santo. Que la alegría de la resurrección colme vuestros corazones de esa paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 27), y vuestra oración junto a las tumbas de los apóstoles y mártires os renueve en la fidelidad al Señor y a su Iglesia.
Desde su constitución, la Papal Foundation ha tratado de promover la misión de la Iglesia, con el apoyo a una amplia serie de obras de caridad especialmente queridas por el sucesor de Pedro. Estoy muy agradecido por la asistencia que la Fundación ha dado a la Iglesia en los países en vías de desarrollo a través de donaciones para sostener proyectos educativos, caritativos y apostólicos, pero también por las becas de estudios que pone a disposición de laicos, sacerdotes y religiosos para sus estudios aquí en Roma. De este modo, vosotros contribuís a asegurar la formación de una nueva generación de guías de la comunidad, los cuales, en la mente y en el corazón están forjados por la verdad del Evangelio, la sabiduría de la doctrina social católica y el profundo sentido de comunión con la Iglesia universal en su servicio a toda la familia humana.
En estas jornadas de gran importancia, marcadas por la canonización de dos extraordinarios Papas de nuestro tiempo, Juan XXIII y Juan Pablo II, oro para que seáis confirmados en la gracia de vuestro Bautismo y en el compromiso de ser discípulos misioneros llenos de la alegría que brota del encuentro personal con Jesús Resucitado (cf. Evangelii gaudium, 119). Confío a vosotros y a vuestras familias a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y cordialmente os imparto mi bendición apostólica como prenda de alegría y de paz en el Señor.
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A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO DE ASUNTOS ECONÓMICOS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala de los Papas
Viernes 2 de mayo de 2014
Viernes 2 de mayo de 2014
Os doy las gracias por esta reunión y por el trabajo que realizaréis. Muchas gracias! Lo necesitamos, vosotros lo sabéis, para llevar adelante este trabajo en el sentido que el cardenal Marx ha explicado. El Consejo de asuntos económicos ha sido instituido con el Motu proprio Fidelis dispensator et prudens, el pasado 24 de febrero, juntamente con la Secretaría de asuntos económicos y la Oficina del auditor general. El Motu proprio subraya la misión tan relevante de este acto: la consciencia que tiene la Iglesia de su responsabilidad de tutelar y gestionar con atención los propios bienes a la luz de su misión de evangelización, con especial atención hacia los necesitados. El cardenal lo destacó bien, y no debemos salir de este camino. Todo, transparencia, eficiencia, todo para este fin. Todo es para esto.
La Santa Sede se siente llamada a poner en práctica esa misión, teniendo en cuenta especialmente su responsabilidad hacia la Iglesia universal. Además, estos cambios reflejan el deseo de poner en práctica la necesaria reforma de la Curia romana para servir mejor a la Iglesia y a la misión de Pedro. Este es un desafío importante, que requiere fidelidad y prudencia: «fidelis dispensator et prudens». El itinerario no será sencillo y requiere valor y determinación. Una nueva mentalidad de servicio evangélico debería establecerse en las diversas administraciones de la Santa Sede. El Consejo de asuntos económicos desempeña un papel significativo en este proceso de reforma; tiene la tarea de vigilar la gestión económica y controlar las estructuras y actividades administrativas y financieras de estas administraciones; desempeña su actividad en estrecha relación con la Secretaría de asuntos económicos. Aprovecho para dar las gracias también al cardenal Pell por su esfuerzo, su trabajo; también por su tenacidad de «rugbyer» australiano... ¡Gracias, eminencia!
El Consejo representa a la Iglesia universal: ocho cardenales de diversas Iglesias particulares, siete laicos que representan varias partes del mundo y que contribuyen con su experiencia al bien de la Iglesia y a su especial misión. Los laicos son miembros a pleno título del nuevo Consejo: no son miembros de segunda clase, ¡no! Todos al mismo nivel. El trabajo del Consejo es de gran peso y de gran importancia, y ofrecerá una aportación fundamental al servicio realizado por la Curia romana y las diversas administraciones de la Santa Sede.
Os deseo un buen trabajo y os agradezco mucho lo que hacéis y lo que haréis. ¡Muchas gracias! Y rezad por mí, que lo necesito.
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