PAPA FRANCISCO
(24-26 DE MAYO DE 2014)
HOMILÍA EN LA SANTA MISA CON LOS ORDINARIOS DE TIERRA SANTA
Y CON EL SÉQUITO PAPAL
Sala del Cenáculo, Jerusalén
Lunes 26 de mayo de 2014
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Le agradezco, Señor Presidente, sus palabras y su acogida. Y, con mi imaginación y fantasía, me gustaría inventar una nueva bienaventuranza, que me aplico a mí mismo en este momento: “Dichoso aquel que entra en la casa de un hombre sabio y bueno”. Y yo me siento dichoso. Gracias de todo corazón.
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Lunes 26 de mayo de 2014
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HOMILÍA EN LA SANTA MISA CON LOS ORDINARIOS DE TIERRA SANTA
Y CON EL SÉQUITO PAPAL
Sala del Cenáculo, Jerusalén
Lunes 26 de mayo de 2014
Es un gran don del Señor estar aquí reunidos, en el
Cenáculo, para celebrar la Eucaristía.
Al saludarles a ustedes con
fraterna alegría, quisiera mencionar con afecto a los Patriarcas
Orientales Católicos que han participado, durante estos días, en mi
peregrinación. Les agradezco su significativa presencia, que tanto valor
tiene para mí, y les aseguro que tienen un puesto especial en mi
corazón y en mi oración. Aquí, donde Jesús consumó la Última Cena con
los Apóstoles; donde, resucitado, se apareció en medio de ellos; donde
el Espíritu Santo descendió abundantemente sobre María y los discípulos.
Aquí nació la Iglesia, y nació en salida. Desde aquí salió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos, y el Espíritu de amor en el corazón.
En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre,
comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con su fuerza los envió a
renovar la faz de la tierra (cf. Sal 104,30).
Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí; el Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido.
El Cenáculo nos recuerda el servicio, el lavatorio
de los pies, que Jesús realizó, como ejemplo para sus discípulos.
Lavarse los pies los unos a los otros significa acogerse, aceptarse,
amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo,
al excluido, a aquel que me resulta antipático, al que me molesta.
El Cenáculo nos recuerda, con la Eucaristía, el sacrificio.
En cada celebración eucarística, Jesús se ofrece por nosotros al Padre,
para que también nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios
nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas…,
ofrecer todo en sacrificio espiritual.
Y el Cenáculo nos recuerda también la amistad. “Ya no les llamo siervos –dijo Jesús a los Doce–… a ustedes les llamo amigos” (Jn
15,15). El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y
se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y
especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús, y descubrir
en su corazón que Él es su amigo.
El Cenáculo nos recuerda la despedida del Maestro y la promesa
de volver a encontrarse con sus amigos. “Cuando vaya…, volveré y les
llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes” (Jn 14,3). Jesús no nos deja, no nos abandona nunca, nos precede en la casa del Padre y allá nos quiere llevar con Él.
Pero el Cenáculo recuerda también la mezquindad, la curiosidad –“¿quién es el traidor?”–, la traición.
Y cualquiera de nosotros, y no sólo siempre los demás, puede encarnar
estas actitudes, cuando miramos con suficiencia al hermano, lo juzgamos;
cuando traicionamos a Jesús con nuestros pecados.
El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz
entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo!
¡Cuánta caridad ha salido de aquí, como un río de su fuente, que al
principio es un arroyo y después crece y se hace grande… Todos los
santos han bebido de aquí; el gran río de la santidad de la Iglesia
siempre encuentra su origen aquí, siempre de nuevo, del Corazón de
Cristo, de la Eucaristía, de su Espíritu Santo.
El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia,
la Iglesia, nuestra santa madre Iglesia jerárquica, constituida por
Cristo resucitado. Una familia que tiene una Madre, la Virgen María. Las
familias cristianas pertenecen a esta gran familia, y en ella
encuentran luz y fuerza para caminar y renovarse, mediante las fatigas y
las pruebas de la vida. A esta gran familia están invitados y llamados
todos los hijos de Dios de cualquier pueblo y lengua, todos hermanos e
hijos de un único Padre que está en los cielos.
Éste es el horizonte del Cenáculo: el horizonte del Cenáculo, el horizonte del Resucitado y de la Iglesia.
De aquí parte la Iglesia en salida, animada por el soplo
del Espíritu. Recogida en oración con la Madre de Jesús, revive siempre
la esperanza de una renovada efusión del Espíritu Santo: Envía, Señor,
tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104,30).
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DISCURSO EN EL ENCUENTRO CON SACERDOTES, RELIGIOSOS,
RELIGIOSAS Y SEMINARISTAS
Iglesia de Getsemaní, Jerusalén
Lunes 26 de mayo de 2014
Lunes 26 de mayo de 2014
“Salió… al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos” (Lc 22,39).
Cuando llegó la hora señalada por Dios para salvar a la
humanidad de la esclavitud del pecado, Jesús se retiró aquí, a
Getsemaní, a los pies del monte de los Olivos. Nos encontramos en este
lugar santo, santificado por la oración de Jesús, por su angustia, por
su sudor de sangre; santificado sobre todo por su “sí” a la voluntad de
amor del Padre.
Sentimos casi temor de acercarnos a los sentimientos que
Jesús experimentó en aquella hora; entramos de puntillas en aquel
espacio interior donde se decidió el drama del mundo.
En aquella hora, Jesús sintió la necesidad de rezar y de
tener junto a sí a sus discípulos, a sus amigos, que lo habían seguido y
habían compartido más de cerca su misión. Pero aquí, en Getsemaní, el
seguimiento se hace difícil e incierto; se hace sentir la duda, el
cansancio y el terror. En el frenético desarrollo de la pasión de Jesús,
los discípulos tomarán diversas actitudes en relación a su Maestro:
actitudes de acercamiento, de alejamiento, de incertidumbre.
Nos hará bien a todos nosotros, obispos, sacerdotes,
personas consagradas, seminaristas, preguntarnos en este lugar: ¿quién
soy yo ante mi Señor que sufre?
¿Soy de los que, invitados por Jesús a velar con él, se
duermen y, en lugar de rezar, tratan de evadirse cerrando los ojos a la
realidad?
¿O me identifico con aquellos que huyeron por miedo, abandonando al Maestro en la hora más trágica de su vida terrena?
¿Descubro en mí la doblez, la falsedad de aquel que lo
vendió por treinta monedas, que, habiendo sido llamado amigo, traicionó a
Jesús?
¿Me identifico con los que fueron débiles y lo negaron,
como Pedro? Poco antes, había prometido a Jesús que lo seguiría hasta la
muerte (cf. Lc 22,33); después, acorralado y presa del pánico, jura que no lo conoce.
¿Me parezco a aquellos que ya estaban organizando su vida
sin Él, como los dos discípulos de Emaús, necios y torpes de corazón
para creer en las palabras de los profetas (cf. Lc 24,25)?
O bien, gracias a Dios, ¿me encuentro entre aquellos que
fueron fieles hasta el final, como la Virgen María y el apóstol Juan?
Cuando sobre el Gólgota todo se hace oscuridad y toda esperanza parece
apagarse, sólo el amor es más fuerte que la muerte. El amor de la Madre y
del discípulo amado los lleva a permanecer a los pies de la cruz, para
compartir hasta el final el dolor de Jesús.
¿Me identifico con aquellos que han imitado a su Maestro
hasta el martirio, dando testimonio de hasta qué punto Él lo era todo
para ellos, la fuerza incomparable de su misión y el horizonte último de
su vida?
La amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su
misericordia son el don inestimable que nos anima a continuar con
confianza en el seguimiento a pesar de nuestras caídas, nuestros
errores, incluso nuestras traiciones.
Pero esta bondad del Señor no nos exime de la vigilancia
frente al tentador, al pecado, al mal y a la traición que pueden
atravesar también la vida sacerdotal y religiosa. Todos estamos
expuestos al pecado, al mal, a la traición. Advertimos la desproporción
entre la grandeza de la llamada de Jesús y nuestra pequeñez, entre la
sublimidad de la misión y nuestra fragilidad humana. Pero el Señor, en
su gran bondad y en su infinita misericordia, nos toma siempre de la
mano, para que no perezcamos en el mar de la aflicción. Él está siempre a
nuestro lado, no nos deja nunca solos. Por tanto, no nos dejemos vencer
por el miedo y la desesperanza, sino que con entusiasmo y confianza
vayamos adelante en nuestro camino y en nuestra misión.
Ustedes, queridos hermanos y hermanas, están llamados a
seguir al Señor con alegría en esta Tierra bendita. Es un don y también
es una responsabilidad. Su presencia aquí es muy importante; toda la
Iglesia se lo agradece y los apoya con la oración. Desde este lugar
santo, deseo dirigir un afectuoso saludo a todos los cristianos de
Jerusalén: quisiera asegurarles que los recuerdo con afecto y que rezo
por ellos, conociendo bien la dificultad de su vida en la ciudad. Los
animo a ser testigos valientes de la pasión del Señor, pero también de
su Resurrección, con alegría y esperanza.
Imitemos a la Virgen María y a San Juan, y permanezcamos
junto a las muchas cruces en las que Jesús está todavía crucificado.
Éste es el camino en el que el Redentor nos llama a seguirlo. ¡No hay
otro, es éste!
“El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí estará mi servidor” (Jn 12,26).
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DISCURSO EN LA VISITA DE CORTESÍA AL
PRESIDENTE DEL ESTADO DE ISRAEL
PRESIDENTE DEL ESTADO DE ISRAEL
Palacio Presidencial, Jerusalén
Lunes 26 de mayo de 2014
Lunes 26 de mayo de 2014
Le agradezco, Señor Presidente, sus palabras y su acogida. Y, con mi imaginación y fantasía, me gustaría inventar una nueva bienaventuranza, que me aplico a mí mismo en este momento: “Dichoso aquel que entra en la casa de un hombre sabio y bueno”. Y yo me siento dichoso. Gracias de todo corazón.
* * *
Señor Presidente,
Excelencias,
Señoras y Señores:
Excelencias,
Señoras y Señores:
Le agradezco, Señor Presidente, la acogida que me ha
dispensado y sus amables y sabias palabras de saludo, y me complace
poder encontrarme con Usted nuevamente en Jerusalén, ciudad que custodia
los Lugares Santos apreciados por las tres religiones que adoran al
Dios que llamó a Abrahán. Los Lugares Santos no son museos o monumentos
para turistas, sino lugares donde las comunidades de creyentes viven su
fe, su cultura, sus obras de caridad. Por eso, se deben salvaguardar
para siempre en su sacralidad, tutelando así no sólo el legado del
pasado, sino también a las personas que los visitan hoy y que los
visitarán en el futuro. Que Jerusalén sea verdaderamente la Ciudad de la
paz. Que resplandezca plenamente su identidad y su carácter sagrado, su
valor universal religioso y cultural, como tesoro para toda la
humanidad. Qué bello que los peregrinos y los residentes puedan acudir
libremente a los Lugares Santos y participar en las celebraciones.
Señor Presidente, Usted es conocido como un hombre de paz
y artífice de paz. Le manifiesto mi reconocimiento y mi admiración por
esta actitud. La construcción de la paz exige sobre todo el respeto a la
libertad y a la dignidad de la persona humana, que judíos, cristianos y
musulmanes consideran igualmente creada por Dios y destinada a la vida
eterna. A partir de este punto de referencia que tenemos en común, es
posible proseguir en el empeño por una solución pacífica de las
controversias y los conflictos. A este respecto, renuevo el deseo de que
se eviten, por parte de todos, las iniciativas y los actos que
contradicen la declarada voluntad de alcanzar un verdadero acuerdo y de
que no nos cansemos de perseguir la paz con determinación y coherencia.
Se debe rechazar firmemente todo lo que se opone al logro
de la paz y de una respetuosa convivencia entre judíos, cristianos y
musulmanes: el recurso a la violencia y al terrorismo, cualquier tipo de
discriminación por motivos raciales o religiosos, la pretensión de
imponer el propio punto de vista en perjuicio de los derechos del otro,
el antisemitismo en todas sus formas posibles, así como la violencia o
las manifestaciones de intolerancia contra personas o lugares de culto
judíos, cristianos y musulmanes.
En el Estado de Israel viven y actúan diversas
comunidades cristianas. Son parte integrante de la sociedad y participan
como los demás en la vida civil, política y cultural. Los fieles
cristianos desean ofrecer, desde su propia identidad, su aportación al
bien común y a la construcción de la paz, como ciudadanos de pleno
derecho que, rechazando todo extremismo, se esfuerzan por ser artífices
de reconciliación y de concordia.
Su presencia y el respeto de sus derechos –como del resto
de los derechos de cualquier otra denominación religiosa o minoría– son
garantía de un sano pluralismo y prueba de la vitalidad de los valores
democráticos, de su arraigo en la praxis y en la vida concreta del
Estado.
Señor Presidente, Usted sabe que yo rezo por Usted y yo
sé que Usted reza por mí, y le aseguro oraciones incesantes por las
Instituciones y por todos los ciudadanos de Israel. Cuente especialmente
con mi constante súplica a Dios por la consecución de la paz y con ella
de los bienes inestimables que la acompañan, como la seguridad, la
tranquilidad de vida, la prosperidad, y –lo que es más hermoso– la
fraternidad. Dirijo finalmente mi pensamiento a todos aquellos que
sufren las consecuencias de las crisis aún abiertas en la región
medio-oriental, para que lo antes posible sean aliviadas sus penalidades
mediante la honrosa resolución de los conflictos. Paz a Israel y a todo
Oriente Medio. ¡Shalom!
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DISCURSO EN LA VISITA DE CORTESÍA A LOS DOS GRANDES RABINOS DE ISRAEL
Centro Heichal Shlomo, cerca de la Gran Sinagoga de Jerusalén
Lunes 26 de mayo de 2014
Lunes 26 de mayo de 2014
Estimados Grandes Rabinos de Israel,
Queridos hermanos y hermanas:
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra enormemente poder estar hoy con Ustedes: les
agradezco su calurosa acogida y las atentas palabras de bienvenida que
me han dirigido.
Como saben, desde que era Arzobispo de Buenos Aires, he
podido contar con la amistad de muchos hermanos judíos. Hoy están aquí
dos Rabinos amigos. Juntos organizamos provechosas iniciativas de
encuentro y diálogo, y con ellos viví también momentos significativos de
intercambio en el plano espiritual. En los primeros meses de
pontificado tuve la ocasión de recibir a diversas organizaciones y
representantes del Judaísmo mundial. Estas peticiones de encuentro son
numerosas, como ya sucedía con mis predecesores. Y, sumadas a las
múltiples iniciativas que se desarrollan a escala nacional o local,
manifiestan el deseo recíproco de conocernos mejor, de escucharnos, de
construir lazos de auténtica fraternidad.
Este camino de amistad representa uno de los frutos del Concilio Vaticano II, en particular de la Declaración Nostra aetate,
que tanta importancia ha tenido y cuyo 50º aniversario recordaremos el
próximo año. En realidad, estoy convencido de que cuanto ha sucedido en
los últimos decenios en las relaciones entre judíos y católicos ha sido
un auténtico don de Dios, una de las maravillas que Él ha realizado, y
por las cuales estamos llamados a bendecir su nombre: “Den gracias al
Señor de los Señores, /porque es eterna su misericordia. / Sólo él hizo
grandes maravillas, / porque es eterna su misericordia” (Sal 136,3-4).
Un don de Dios, que, sin embargo, no hubiera podido
manifestarse sin el esfuerzo de muchísimas personas entusiastas y
generosas, tanto judíos como cristianos. En especial, quisiera hacer
mención aquí de la importancia que ha adquirido el diálogo entre el Gran
Rabinato de Israel y la Comisión de la Santa Sede para las relaciones
religiosas con el Judaísmo. Un diálogo que, inspirado por la visita del santo Papa Juan Pablo II a Tierra Santa, comenzó en 2002 y hoy ya lleva doce años de recorrido. Me gustaría pensar que, como el Bar Mitzvah de la tradición judía, está ya próximo a la edad adulta: confío en que pueda continuar y tenga un futuro luminoso por delante.
No se trata solamente de establecer, en un plano humano,
relaciones de respeto recíproco: estamos llamados, como cristianos y
como judíos, a profundizar en el significado espiritual del vínculo que
nos une. Se trata de un vínculo que viene de lo alto, que sobrepasa
nuestra voluntad y que mantiene su integridad, a pesar de las
dificultades en las relaciones experimentadas en la historia.
Por parte católica, ciertamente tenemos la intención de
valorar plenamente el sentido de las raíces judías de nuestra fe.
Confío, con su ayuda, que también por parte judía se mantenga y, si es
posible, aumente el interés por el conocimiento del cristianismo,
también en esta bendita tierra en la que reconoce sus orígenes y
especialmente entre las jóvenes generaciones.
El conocimiento recíproco de nuestro patrimonio
espiritual, la valoración de lo que tenemos en común y el respeto en lo
que nos separa, podrán marcar la pauta para el futuro desarrollo de
nuestras relaciones, que ponemos en las manos de Dios. Juntos podremos
dar un gran impulso a la causa de la paz; juntos podremos dar
testimonio, en un mundo en rápida transformación, del significado
perenne del plan divino de la creación; juntos podremos afrontar con
firmeza toda forma de antisemitismo y cualquier otra forma de
discriminación. El Señor nos ayude a avanzar con confianza y fortaleza
de ánimo en sus caminos. ¡Shalom!
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DISCURSO EN LA VISITA AL MEMORIAL DE YAD VASHEM EN JERUSALÉN
Lunes 26 de mayo de 2014
“Quisiera con mucha humildad, decir que el terrorismo, es
malo. Es malo en su origen y es malo en sus resultados. Es malo porque
nace del odio. Es malo en sus resultados porque no construye, destruye.
Que nuestros pueblos comprendan que el camino del terrorismo no ayuda.
El camino del terrorismo es fundamentalmente criminal. Rezo por todas
esas victimas, y por todas las victimas del terrorismo en el mundo, por
favor nunca más terrorismo, es una calle sin salida”.
* * *
“Adán, ¿dónde estás?” (cf. Gn 3,9).
¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido?
En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”.
Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo.
El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el
hijo podría perderse… pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar
una caída como ésta, un abismo tan grande.
Ese grito: “¿Dónde estás?”, aquí, ante la tragedia
inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un
abismo sin fondo…
Hombre, ¿quién eres? Ya no te reconozco.
¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido?
¿Cómo has sido capaz de este horror?
¿Qué te ha hecho caer tan bajo?
No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho. El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos.
No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno (cf. Gn 2,7).
No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón… ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado?
¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal?
¿Quién te ha convencido de que eres dios? No sólo has
torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en
sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios.
Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: “Adán, ¿dónde estás?”.
De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor.
A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza (cf. Ba 1,15).
Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el
cielo (cf. Ba 2,2). Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra
súplica, sálvanos por tu misericordia. Sálvanos de esta monstruosidad.
Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad.
Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre (cf. Ba 3,1-2).
Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia
de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer,
de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y
destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú
vivificaste con tu aliento de vida.
¡Nunca más, Señor, nunca más!
“Adán, ¿dónde estás?”. Aquí estoy, Señor, con la
vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido
capaz de hacer.
Acuérdate de nosotros en tu misericordia.
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DISCURSO EN LA VISITA AL GRAN MUFTÍ DE JERUSALÉN
Edificio del Gran Consejo en la Explanada de las Mezquitas, Jerusalén
Lunes 26 de mayo de 2014
Lunes 26 de mayo de 2014
Excelencia,
Fieles musulmanes,
Queridos amigos:
Fieles musulmanes,
Queridos amigos:
Me complace poder encontrarme con ustedes en este lugar
sagrado. Les agradezco de corazón la cortés invitación que me han
dirigido y, en particular, le doy las gracia a Usted, Excelencia, y al
Presidente del Consejo Supremo Musulmán.
Siguiendo las huellas de mis Predecesores y, sobre todo, la luminosa estela dejada por el viaje de Pablo VI,
hace ya cincuenta años –el primer viaje de un Papa a Tierra Santa–, he
tenido mucho interés en venir como peregrino a visitar los lugares que
han visto la presencia terrena de Jesucristo. Pero mi peregrinación no
sería completa si no incluyese también el encuentro con las personas y
comunidades que viven en esta Tierra, y por eso, me alegro de poder
estar con ustedes, fieles musulmanes, queridos hermanos.
En este momento me viene a la mente la figura de Abrahán,
que vivió como peregrino en estas tierras. Musulmanes, cristianos y
judíos reconocen a Abrahán, si bien cada uno de manera diferente, como
padre en la fe y un gran ejemplo a imitar. Él se hizo peregrino, dejando
a su gente, su casa, para emprender la aventura espiritual a la que
Dios lo llamaba.
Un peregrino es una persona que se hace pobre, que se
pone en camino, que persigue una meta grande apasionadamente, que vive
de la esperanza de una promesa recibida (cf. Hb 11,8-19). Así era
Abrahán, y ésa debería ser también nuestra actitud espiritual. Nunca
podemos considerarnos autosuficientes, dueños de nuestra vida; no
podemos limitarnos a quedarnos encerrados, seguros de nuestras
convicciones. Ante el misterio de Dios, todos somos pobres, sentimos que
tenemos que estar siempre dispuestos a salir de nosotros mismos,
dóciles a la llamada que Dios nos hace, abiertos al futuro que Él quiere
construir para nosotros.
En nuestra peregrinación terrena no estamos solos: nos
encontramos con otros fieles, a veces compartimos con ellos un tramo del
camino, otras veces hacemos juntos una pausa reparadora. Así es el
encuentro de hoy, y lo vivo con particular gratitud: se trata de un
agradable descanso juntos, que ha sido posible gracias a su
hospitalidad, en esa peregrinación que es nuestra vida y la de nuestras
comunidades. Vivimos una comunicación y un intercambio fraterno que
pueden reponernos y darnos nuevas fuerzas para afrontar los retos
comunes que se nos plantean.
De hecho, no podemos olvidar que la peregrinación de
Abrahán ha sido también una llamada a la justicia: Dios ha querido que
sea testigo de su actuación e imitador suyo. También nosotros
quisiéramos ser testigos de la acción de Dios en el mundo y por eso,
precisamente en este encuentro, oímos resonar intensamente la llamada a
ser agentes de paz y de justicia, a implorar en la oración estos dones y
a aprender de lo alto la misericordia, la grandeza de ánimo, la
compasión.
Queridos hermanos, queridos amigos, desde este lugar
santo lanzo un vehemente llamamiento a todas las personas y comunidades
que se reconocen en Abrahán:
Respetémonos y amémonos los unos a los otros como hermanos y hermanas.
Aprendamos a comprender el dolor del otro.
Que nadie instrumentalice el nombre de Dios para la violencia.
Trabajemos juntos por la justicia y por la paz.
¡Salam!
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DISCURSO EN LA CELEBRACIÓN ECUMÉNICA CON OCASIÓN DEL 50 ANIVERSARIO DEL ENCUENTRO EN JERUSALÉN ENTRE EL
PAPA PABLO VI Y EL PATRIARCA ATENÁGORAS EN JERUSALÉN
Basílica del Santo Sepulcro, Jerusalén
Domingo 25 de mayo de 2014
Domingo 25 de mayo de 2014
Santidad,
queridos hermanos Obispos,
queridos hermanos y hermanas:
queridos hermanos Obispos,
queridos hermanos y hermanas:
En esta Basílica, a la que todo cristiano mira con
profunda veneración, llega a su culmen la peregrinación que estoy
realizando junto con mi amado hermano en Cristo, Su Santidad Bartolomé.
Peregrinamos siguiendo las huellas de nuestros predecesores, el Papa
Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, que, con audacia y docilidad al
Espíritu Santo, hicieron posible, hace cincuenta años, en la Ciudad
santa de Jerusalén, el encuentro histórico entre el Obispo de Roma y el
Patriarca de Constantinopla. Saludo cordialmente a todos los presentes.
De modo particular, agradezco vivamente a Su Beatitud Teófilo, que ha
tenido a bien dirigirnos unas amables palabras de bienvenida, así como a
Su Beatitud Nourhan Manoogian y al Reverendo Padre Pierbattista
Pizzaballa, que hayan hecho posible este momento.
Es una gracia extraordinaria estar aquí reunidos en
oración. El Sepulcro vacío, ese sepulcro nuevo situado en un jardín,
donde José de Arimatea colocó devotamente el cuerpo de Jesús, es el
lugar de donde salió el anuncio de la resurrección: “No tengan miedo, ya
sé que buscan a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como
había dicho. Vengan a ver el sitio donde yacía y vayan aprisa a decir a
sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos’” (Mt
28,5-7). Este anuncio, confirmado por el testimonio de aquellos a
quienes se apareció el Señor Resucitado, es el corazón del mensaje
cristiano, trasmitido fielmente de generación en generación, como afirma
desde el principio el apóstol Pablo: “Lo primero que les transmití, tal
como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros
pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al
tercer día, según las Escrituras” (1 Co 15,3-4). Lo que nos une
es el fundamento de la fe, gracias a la cual profesamos juntos que
Jesucristo, unigénito Hijo del Padre y nuestro único Señor, “padeció
bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado muerto y sepultado,
descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos” (Símbolo de los Apóstoles).
Cada uno de nosotros, todo bautizado en Cristo, ha resucitado
espiritualmente en este sepulcro, porque todos en el Bautismo hemos sido
realmente incorporados al Primogénito de toda la creación, sepultados
con Él, para resucitar con Él y poder caminar en una vida nueva (cf. Rm 6,4).
Acojamos la gracia especial de este momento. Detengámonos
con devoto recogimiento ante el sepulcro vacío, para redescubrir la
grandeza de nuestra vocación cristiana: somos hombres y mujeres de
resurrección, no de muerte. Aprendamos, en este lugar, a vivir nuestra
vida, los afanes de la Iglesia y del mundo entero a la luz de la mañana
de Pascua. El Buen Pastor, cargando sobre sus hombros todas las heridas,
sufrimientos, dolores, se ofreció a sí mismo y con su sacrificio nos ha
abierto las puertas a la vida eterna. A través de sus llagas abiertas
se derrama en el mundo el torrente de su misericordia. No nos dejemos
robar el fundamento de nuestra esperanza, que es precisamente éste: Christós anesti.
No privemos al mundo del gozoso anuncio de la Resurrección. Y no
hagamos oídos sordos al fuerte llamamiento a la unidad que resuena
precisamente en este lugar, en las palabras de Aquel que, resucitado,
nos llama a todos nosotros “mis hermanos” (cf. Mt 28,10; Jn 20,17).
Ciertamente, no podemos negar las divisiones que todavía
hay entre nosotros, discípulos de Jesús: este lugar sagrado nos hace
sentir con mayor dolor el drama. Y, sin embargo, cincuenta años después
del abrazo de aquellos dos venerables Padres, hemos de reconocer con
gratitud y renovado estupor que ha sido posible, por impulso del
Espíritu Santo, dar pasos realmente importantes hacia la unidad. Somos
conscientes de que todavía queda camino por delante para alcanzar
aquella plenitud de comunión que pueda expresarse también compartiendo
la misma Mesa eucarística, como ardientemente deseamos; pero las
divergencias no deben intimidarnos ni paralizar nuestro camino.
Debemos
pensar que, igual que fue movida la piedra del sepulcro, así pueden ser
removidos todos los obstáculos que impiden aún la plena comunión entre
nosotros. Será una gracia de resurrección, que ya hoy podemos pregustar.
Siempre que nos pedimos perdón los unos a los otros por los pecados
cometidos en relación con otros cristianos y tenemos el valor de
conceder y de recibir este perdón, experimentamos la resurrección.
Siempre que, superados los antiguos prejuicios, nos atrevemos a promover
nuevas relaciones fraternas, confesamos que Cristo ha resucitado
verdaderamente. Siempre que pensamos el futuro de la Iglesia a partir de
su vocación a la unidad, brilla la luz de la mañana de Pascua. A este
respecto, deseo renovar la voluntad ya expresada por mis Predecesores,
de mantener un diálogo con todos los hermanos en Cristo para encontrar
una forma de ejercicio del ministerio propio del Obispo de Roma que, en
conformidad con su misión, se abra a una situación nueva y pueda ser, en
el contexto actual, un servicio de amor y de comunión reconocido por
todos (cf. Juan Pablo II, Enc. Ut unum sint, 95-96).
Peregrinando en estos santos Lugares, recordamos en
nuestra oración a toda la región de Oriente Medio, desgraciadamente
lacerada con frecuencia por la violencia y los conflictos armados. Y no
nos olvidamos en nuestras intenciones de tantos hombres y mujeres que,
en diversas partes del mundo, sufren a causa de la guerra, de la
pobreza, del hambre; así como de los numerosos cristianos perseguidos
por su fe en el Señor Resucitado. Cuando cristianos de diversas
confesiones sufren juntos, unos al lado de los otros, y se prestan los
unos a los otros ayuda con caridad fraterna, se realiza el ecumenismo
del sufrimiento, se realiza el ecumenismo de sangre, que posee una
particular eficacia no sólo en los lugares donde esto se produce, sino,
en virtud de la comunión de los santos, también para toda la Iglesia.
Aquellos que matan, que persiguen a los cristianos por odio a la fe, no
les preguntan si son ortodoxos o si son católicos: son cristianos. La
sangre cristiana es la misma.
Santidad, querido Hermano, queridos hermanos todos,
dejemos a un lado los recelos que hemos heredado del pasado y abramos
nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, el Espíritu del Amor
(cf. Rm 5,5), para caminar juntos hacia el día bendito en que
reencontremos nuestra plena comunión. En este camino nos sentimos
sostenidos por la oración que el mismo Jesús, en esta Ciudad, la vigilia
de su pasión, elevó al Padre por sus discípulos, y que no nos cansamos,
con humildad, de hacer nuestra: “Que sean una sola cosa… para que el
mundo crea” (Jn 17,21). Y cuando la desunión nos haga pesimistas,
poco animosos, desconfiados, vayamos todos bajo el mando de la Santa
Madre de Dios. Cuando en el alma cristiana hay turbulencias
espirituales, solamente bajo el manto de la Santa Madre de Dios
encontramos paz. Que Ella nos ayude en este camino.
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ENCUENTRO PRIVADO CON EL PATRIARCA ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA
FIRMA DE LA DECLARACIÓN CONJUNTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Y DEL PATRIARCA ECUMÉNICO PARTOLOMÉ I
Y DEL PATRIARCA ECUMÉNICO PARTOLOMÉ I
Delegación Apostólica en Jerusalén
Domingo 25 de mayo de 2014
Domingo 25 de mayo de 2014
1. Como nuestros venerables predecesores, el Papa Pablo
VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, que se encontraron aquí en
Jerusalén hace cincuenta años, también nosotros, el Papa Francisco y el
Patriarca Ecuménico Bartolomé, hemos querido reunirnos en Tierra Santa,
“donde nuestro común Redentor, Cristo nuestro Señor, vivió, enseñó,
murió, resucitó y ascendió a los cielos, desde donde envió el Espíritu
Santo sobre la Iglesia naciente” (Comunicado común del Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras,
publicado tras su encuentro del 6 de enero de 1964). Nuestra reunión
–un nuevo encuentro de los Obispos de las Iglesias de Roma y
Constantinopla, fundadas a su vez por dos hermanos, los Apóstoles Pedro y
Andrés– es fuente de profunda alegría espiritual para nosotros.
Representa una ocasión providencial para reflexionar sobre la
profundidad y la autenticidad de nuestros vínculos, fruto de un camino
lleno de gracia por el que el Señor nos ha llevado desde aquel día
bendito de hace cincuenta años.
2. Nuestro encuentro fraterno de hoy es un nuevo y
necesario paso en el camino hacia aquella unidad a la que sólo el
Espíritu Santo puede conducirnos, la de la comunión dentro de la
legítima diversidad. Recordamos con profunda gratitud los pasos que el
Señor nos ha permitido avanzar. El abrazo que se dieron el Papa Pablo VI
y el Patriarca Atenágoras aquí en Jerusalén, después de muchos siglos
de silencio, preparó el camino para un gesto de enorme importancia:
remover de la memoria y de la mente de las Iglesias las sentencias de
mutua excomunión de 1054. Este gesto dio paso a un intercambio de
visitas entre las respectivas Sedes de Roma y Constantinopla, a una
correspondencia continua y, más tarde, a la decisión tomada por el Papa
Juan Pablo II y el Patriarca Dimitrios, de feliz memoria, de iniciar un
diálogo teológico sobre la verdad entre Católicos y Ortodoxos. A lo
largo de estos años, Dios, fuente de toda paz y amor, nos ha enseñado a
considerarnos miembros de la misma familia cristiana, bajo un solo Señor
y Salvador, Jesucristo, y a amarnos mutuamente, de modo que podamos
confesar nuestra fe en el mismo Evangelio de Cristo, tal como lo
recibimos de los Apóstoles y fue expresado y transmitido hasta nosotros
por los Concilios Ecuménicos y los Padres de la Iglesia. Aun siendo
plenamente conscientes de no haber alcanzado la meta de la plena
comunión, confirmamos hoy nuestro compromiso de avanzar juntos hacia
aquella unidad por la que Cristo nuestro Señor oró al Padre para que
“todos sean uno” (Jn 17,21).
3. Con el convencimiento de que dicha unidad se pone de
manifiesto en el amor de Dios y en el amor al prójimo, esperamos con
impaciencia que llegue el día en el que finalmente participemos juntos
en el banquete Eucarístico. En cuanto cristianos, estamos llamados a
prepararnos para recibir este don de la comunión eucarística, como nos
enseña san Ireneo de Lyon (Adv. haer., IV,18,5: PG
7,1028), mediante la confesión de la única fe, la oración constante, la
conversión interior, la vida nueva y el diálogo fraterno. Hasta llegar a
esta esperada meta, manifestaremos al mundo el amor de Dios, que nos
identifica como verdaderos discípulos de Jesucristo (cf. Jn 13,35).
4. En este sentido, el diálogo teológico emprendido por
la Comisión Mixta Internacional ofrece una aportación fundamental en la
búsqueda de la plena comunión entre católicos y ortodoxos. En los
periodos sucesivos de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, y del
Patriarca Dimitrios, el progreso de nuestros encuentros teológicos ha
sido sustancial. Hoy expresamos nuestro sincero aprecio por los logros
alcanzados hasta la fecha, así como por los trabajos actuales. No se
trata de un mero ejercicio teórico, sino de un proceder en la verdad y
en el amor, que requiere un conocimiento cada vez más profundo de las
tradiciones del otro para llegar a comprenderlas y aprender de ellas.
Por tanto, afirmamos nuevamente que el diálogo teológico no pretende un
mínimo común denominador para alcanzar un acuerdo, sino más bien
profundizar en la visión que cada uno tiene de la verdad completa que
Cristo ha dado a su Iglesia, una verdad que se comprende cada vez más
cuando seguimos las inspiraciones del Espíritu santo. Por eso, afirmamos
conjuntamente que nuestra fidelidad al Señor nos exige encuentros
fraternos y diálogo sincero. Esta búsqueda común no nos aparta de la
verdad; sino que más bien, mediante el intercambio de dones, mediante la
guía del Espíritu Santo, nos lleva a la verdad completa (cf. Jn 16,13).
5. Y, mientras nos encontramos aún en camino hacia la
plena comunión, tenemos ya el deber de dar testimonio común del amor de
Dios a su pueblo colaborando en nuestro servicio a la humanidad,
especialmente en la defensa de la dignidad de la persona humana, en cada
estadio de su vida, y de la santidad de la familia basada en el
matrimonio, en la promoción de la paz y el bien común y en la respuesta
ante el sufrimiento que sigue afligiendo a nuestro mundo. Reconocemos
que el hambre, la pobreza, el analfabetismo, la injusta distribución de
los recursos son un desafío constante. Es nuestro deber intentar
construir juntos una sociedad justa y humana en la que nadie se sienta
excluido o marginado.
6. Estamos profundamente convencidos de que el futuro de
la familia humana depende también de cómo salvaguardemos –con prudencia y
compasión, a la vez que con justicia y rectitud– el don de la creación,
que nuestro Creador nos ha confiado. Por eso, constatamos con dolor el
ilícito maltrato de nuestro planeta, que constituye un pecado a los ojos
de Dios. Reafirmamos nuestra responsabilidad y obligación de cultivar
un espíritu de humildad y moderación de modo que todos puedan sentir la
necesidad de respetar y preservar la creación. Juntos, nos comprometemos
a crear una mayor conciencia del cuidado de la creación; hacemos un
llamamiento a todos los hombres de buena voluntad a buscar formas de
vida con menos derroche y más austeras, que no sean tanto expresión de
codicia cuanto de generosidad para la protección del mundo creado por
Dios y el bien de su pueblo.
7. Asimismo, necesitamos urgentemente una efectiva y
decidida cooperación de los cristianos para tutelar en todo el mundo el
derecho a expresar públicamente la propia fe y a ser tratados con
equidad en la promoción de lo que el Cristianismo sigue ofreciendo a la
sociedad y a la cultura contemporánea. A este respecto, invitamos a
todos los cristianos a promover un auténtico diálogo con el Judaísmo, el
Islam y otras tradiciones religiosas. La indiferencia y el
desconocimiento mutuo conducen únicamente a la desconfianza y, a veces,
desgraciadamente incluso al conflicto.
8. Desde esta santa ciudad de Jerusalén, expresamos
nuestra común preocupación profunda por la situación de los cristianos
en Medio Oriente y por su derecho a seguir siendo ciudadanos de pleno
derecho en sus patrias. Con confianza, dirigimos nuestra oración a Dios
omnipotente y misericordioso por la paz en Tierra Santa y en todo Medio
Oriente. Pedimos especialmente por las Iglesias en Egipto, Siria e Iraq,
que han sufrido mucho últimamente. Alentamos a todas las partes,
independientemente de sus convicciones religiosas, a seguir trabajando
por la reconciliación y por el justo reconocimiento de los derechos de
los pueblos. Estamos convencidos de que no son las armas, sino el
diálogo, el perdón y la reconciliación, los únicos medios posibles para
lograr la paz.
9. En un momento histórico marcado por la violencia, la
indiferencia y el egoísmo, muchos hombres y mujeres se sienten perdidos.
Mediante nuestro testimonio común de la Buena Nueva del Evangelio,
podemos ayudar a los hombres de nuestro tiempo a redescubrir el camino
que lleva a la verdad, a la justicia y a la paz. Unidos en nuestras
intenciones y recordando el ejemplo del Papa Pablo VI y el Patriarca
Atenágoras, de hace 50 años, pedimos que todos los cristianos, junto con
los creyentes de cualquier tradición religiosa y todos los hombres de
buena voluntad reconozcan la urgencia del momento, que nos obliga a
buscar la reconciliación y la unidad de la familia humana, respetando
absolutamente las legítimas diferencias, por el bien de toda la
humanidad y de las futuras generaciones.
10. Al emprender esta peregrinación en común al lugar
donde nuestro único Señor Jesucristo fue crucificado, sepultado y
resucitado, encomendamos humildemente a la intercesión de la Santísima
siempre Virgen María los pasos sucesivos en el camino hacia la plena
unidad, confiando a la entera familia humana al amor infinito de Dios.
“El Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz” (Nm 6,25-26)
Jerusalén, 25 de mayo de 2014.
FRANCISCO
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BARTOLOMÉ I
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DISCURSO EN LA CEREMONIA DE BIENVENIDA A TEL AVIV
Aeropuerto Internacional Ben Gurion (Tel Aviv)
Domingo 25 de mayo de 2014
Domingo 25 de mayo de 2014
Señor Presidente,
Señor Primer Ministro,
Eminencias, Excelencias, Señoras y Señores, Hermanos:
Señor Primer Ministro,
Eminencias, Excelencias, Señoras y Señores, Hermanos:
Les agradezco cordialmente la acogida en el Estado de
Israel, que me complace visitar en esta peregrinación que estoy
realizando. Agradezco al Presidente, Señor Shimon Peres, y al Primer
Ministro, Señor Benjamin Netanyahu, sus amables palabras, mientras
recuerdo con agrado nuestros encuentros en el Vaticano. Como saben,
vengo como peregrino 50 años después del histórico viaje del Papa Pablo
VI. Desde entonces han cambiado muchas cosas entre la Santa Sede y el
Estado de Israel: las relaciones diplomáticas, que desde hace 20 años se
han establecido entre nosotros, han favorecido cada vez más
intercambios buenos y cordiales, como atestiguan los dos Acuerdos ya
firmados y ratificados y el que se está fraguando en estos momentos. En
este espíritu, dirijo mi saludo a todo el pueblo de Israel y deseo que
se realicen sus aspiraciones de paz y prosperidad.
Tras las huellas de mis Predecesores, he llegado como
peregrino a Tierra Santa, escenario de una historia plurimilenaria y de
los principales acontecimientos relacionados con el nacimiento y el
desarrollo de las tres grandes religiones monoteístas, el Judaísmo, el
Cristianismo y el Islam; por eso, es un punto de referencia espiritual
para gran parte de la humanidad. Deseo que esta Tierra bendita sea un
lugar en el que no haya espacio alguno para quien, instrumentalizando y
exasperando el valor de su pertenencia religiosa, se vuelve intolerante o
violento con la ajena.
Durante esta peregrinación en Tierra Santa, visitaré
algunos de los lugares más significativos de Jerusalén, ciudad de valor
universal. Jerusalén significa “ciudad de la paz”. Así la quiere Dios y
así desean que sea todos los hombres de buena voluntad. Pero
desgraciadamente esta ciudad padece todavía las consecuencias de largos
conflictos. Todos sabemos que la necesidad de la paz es urgente, no sólo
para Israel, sino para toda la región. Que se redoblen, por tanto, los
esfuerzos y las energías para alcanzar una resolución justa y duradera
de los conflictos que han causado tantos sufrimientos. Junto a todos los
hombres de buena voluntad, suplico a cuantos están investidos de
responsabilidad que no dejen nada por intentar en la búsqueda de
soluciones justas a las complejas dificultades, de modo que israelíes y
palestinos puedan vivir en paz. Es necesario retomar siempre con audacia
y sin cansarse el camino del diálogo, de la reconciliación y de la
paz. No hay otro camino. Así pues, renuevo el llamamiento que Benedicto
XVI hizo en este lugar: que sea universalmente reconocido que el Estado
de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad dentro de
unas fronteras internacionalmente reconocidas. Que se reconozca
igualmente que el pueblo palestino tiene derecho a una patria soberana, a
vivir con dignidad y a desplazarse libremente. Que la “solución de los
dos Estados” se convierta en una realidad y no se quede en un sueño.
Un momento especialmente intenso de mi estancia en su país será la visita al Memorial de Yad Vashem, en recuerdo de los seis millones de judíos víctimas de la Shoah,
tragedia que se ha convertido en símbolo de hasta dónde puede llegar la
maldad del hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida
de la dignidad fundamental de la persona, que merece respeto absoluto
independientemente del pueblo al que pertenezca o la religión que
profese. Pido a Dios que no suceda nunca más un crimen semejante, del
que fueron víctimas en primer lugar los judíos, y también muchos
cristianos y otras personas. Sin olvidar nunca el pasado, promovamos una
educación en la que la exclusión y la confrontación dejen paso a la
inclusión y el encuentro, donde no haya lugar para el antisemitismo, en
cualquiera de sus formas, ni para manifestaciones de hostilidad,
discriminación o intolerancia hacia las personas o los pueblos.
Con el corazón profundamente apenado, pienso en cuantos
perdieron la vida en el atroz atentado de ayer en Bruselas. Lamentando
vivamente este acto criminal de odio antisemita, encomiendo las víctimas
a Dios misericordioso e imploro la curación de los heridos.
La brevedad del viaje limita inevitablemente las
posibilidades de encuentros. Desde aquí quisiera saludar a todos los
ciudadanos israelíes y manifestarles mi cercanía, especialmente a los
que viven en Nazaret y en Galilea, donde están presentes también muchas
comunidades cristianas.
A los Obispos y a los fieles laicos cristianos aquí
presentes dirijo mi saludo fraterno y cordial. Los animo a proseguir con
confianza y esperanza su sereno testimonio a favor de la reconciliación
y del perdón, siguiendo la enseñanza y el ejemplo del Señor Jesús, que
dio la vida por la paz entre los hombres y Dios, entre hermano y
hermano. Sean fermento de reconciliación, portadores de esperanza,
testigos de caridad. Sepan que están siempre en mis oraciones.
Señor Presidente, deseo invitarle a usted y al Señor
Presidente Mahmud Abbas, a que elevemos juntos una intensa oración
pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco la posibilidad de acoger este
encuentro de oración en mi casa, en el Vaticano. Todos deseamos la paz;
muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos
sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla; y
todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de sus
pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con
la oración. Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un
tormento. Los hombres y mujeres de esta Tierra y de todo el mundo nos
piden presentar a Dios sus anhelos de paz.
Señor Presidente, Señor Primer Ministro, Señoras y
Señores, les agradezco nuevamente su acogida. Que la paz y la
prosperidad desciendan abundantemente sobre Israel. Que Dios bendiga su
pueblo con la paz. ¡Shalom!
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Saludo a los niños de los campos de refugiados
de Dheisheh, Aida y Beit Jibrin en Belén
de Dheisheh, Aida y Beit Jibrin en Belén
Phoenix Center del campo de refugiados de Dheisheh - Belén
Domingo 25 de mayo de 2014
Domingo 25 de mayo de 2014
Santo Padre
Ante todo, un saludo para todos ustedes, les deseo que
estén bien de salud, que la familia esté bien y que ustedes estén bien.
Estoy muy contento de visitarlos y veo que ustedes en el corazón tienen
muchas cosas, y ojalá que el buen Dios conceda todo lo que están deseando. Me dijeron que quieren cantar. ¿Es verdad?
* * *
Caro Papa Francesco,
Siamo i figli della Palestina. Da 66 anni i nostri
genitori subiscono l’occupazione. Abbiamo aperto i nostri occhi sotto
questa occupazione e abbiamo visto la nakba negli occhi dei nostri
nonni, quando hanno lasciato questo mondo. Vogliamo dire al mondo: basta
sofferenze e umiliazioni!
* * *
Santo Padre
Agradezco los cantos, ¡muy bellos! Cantan muy bien. Y
agradezco tus palabras que dijiste en nombre de todos. Agradezco el
regalo, es muy significativo. Leí lo que tenían escrito allí en los
carteles, entendí los que estaban en inglés y el padre me tradujo los
que estaban en árabe. Comprendo lo que ustedes me están diciendo, el
mensaje que me están dando. No dejen nunca que el pasado les determine
la vida. Miren siempre adelante, trabajen y luchen por lograr las cosas
que ustedes quieren. Pero sepan una cosa, que la violencia no se vence
con la violencia, la violencia se vence con la paz, con la paz con el
trabajo, con la dignidad de llevar la patria adelante. Muchas gracias
por haberme recibido. Pido a Dios que los bendiga y a ustedes les pido
que recen por mi. Muchas gracias…
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REGINA COELI EN BELÉN
Domingo 25 de mayo de 2014
Todos deseamos la paz; muchas personas la construyen cada día con pequeños gestos; muchos sufren y soportan pacientemente la fatiga de intentar edificarla. Y todos tenemos el deber, especialmente los que están al servicio de sus pueblos, de ser instrumentos y constructores de la paz, sobre todo con la oración.
Construir la paz es difícil, pero vivir sin ella es un tormento. Los hombres y mujeres de esta tierra y del todo el mundo nos piden presentar a Dios sus anhelos de paz.
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HOMILÍA EN LA SANTA MISA EN LA PLAZA DEL PESEBRE (BELÉN)
Domingo 25 de mayo de 2014
«Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre » (Lc 2,12).
Es una gracia muy grande celebrar la Eucaristía en el lugar en que nació Jesús. Doy gracias a Dios y a vosotros que me habéis recibido en mi peregrinación: al Presidente Mahmoud Abbas y a las demás autoridades; al Patriarca Fouad Twal, a los demás Obispos y Ordinarios de Tierra Santa, a los sacerdotes, a los valerosos Franciscanos, las personas consagradas y a cuantos se esfuerzan por tener viva la fe, la esperanza y la caridad en esta tierra; a los representantes de los fieles provenientes de Gaza, Galilea y a los emigrantes de Asia y África. Gracias por vuestra acogida.
El Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio a los que esperaban la salvación, y permanece para siempre como signo de la ternura de Dios y de su presencia en el mundo. El ángel dijo a los pastores: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…».
También hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero también signo “diagnóstico” para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, de todo el mundo. Cuando los niños son recibidos, amados, custodiados, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es más humano. Recordemos la labor que realiza el Instituto Effetà Pablo VI en favor de los niños palestinos sordomudos: es un signo concreto de la bondad de Dios. Es un signo concreto de que la sociedad mejora.
Dios hoy nos repite también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: «Y aquí tenéis la señal», buscad al niño…
El Niño de Belén es frágil, como todos los recién nacidos. No sabe hablar y, sin embargo, es la Palabra que se ha hecho carne, que ha venido a cambiar el corazón y la vida de los hombres. Este Niño, como todo niño, es débil y necesita ayuda y protección. También hoy los niños necesitan ser acogidos y defendidos desde el seno materno.
En este mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño.
Y nos preguntamos: ¿Quién somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quién somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de “perder tiempo” con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas?
Y aquí tenemos la señal: «encontraréis un niño…». Tal vez ese niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es acallado. ¡El llanto de estos niños es acallado! Deben combatir, deben trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy: lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas (cf. Mt2, 18).
«Y aquí tenéis la señal»: encontraréis un niño. El Niño Jesús nacido en Belén, todo niño que nace y crece en cualquier parte del mundo, es signo diagnóstico, que nos permite comprobar el estado de salud de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra nación. De este diagnóstico franco y honesto, puede brotar un estilo de vida nuevo, en el que las relaciones no sean ya de conflicto, abuso, consumismo, sino relaciones de fraternidad, de perdón y reconciliación, de participación y de amor.
Oh María, Madre de Jesús,
tú, que has acogido, enséñanos a acoger;
tú, que has adorado, enséñanos a adorar;
tú, que has seguido, enséñanos a seguir. Amén.
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DISCURSO PRONUNCIADO EN EL ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES PALESTINAS EN BELÉN
Domingo 25 de mayo de 2014
Señor Presidente,
Queridos amigos,
Queridos hermanos:
Agradezco al Señor Presidente Mahmoud Abbas su bienvenida y saludo cordialmente a los representantes del Gobierno y a todo el pueblo palestino. Doy gracias al Señor por estar hoy aquí con ustedes en este lugar donde nació Jesús, el Príncipe de la Paz, y les agradezco su calurosa acogida.
Desde hace decenios, Oriente Medio vive las dramáticas consecuencias de la duración de un conflicto que ha causado heridas difíciles de cerrar y que, incluso cuando afortunadamente no se desata la violencia, la incertidumbre de la situación y la incomprensión de las partes producen inseguridad, negación de derechos, aislamiento y éxodo de comunidades enteras, divisiones, carencias y sufrimientos de todo tipo.
Desde lo más profundo de mi corazón, y a la vez que manifiesto mi cercanía a cuantos sufren en mayor medida las consecuencias de este conflicto, deseo decir que, por el bien de todos, ya es hora de poner fin a esta situación, que se hace cada vez más inaceptable. Que se redoblen pues los esfuerzos y las iniciativas para crear las condiciones de una paz estable, basada en la justicia, en el reconocimiento de los derechos de cada uno y en la recíproca seguridad. Ha llegado el momento de que todos tengan la audacia de la generosidad y creatividad al servicio del bien, el valor de la paz, que se apoya en el reconocimiento, por parte de todos, del derecho de dos Estados a existir y a disfrutar de paz y seguridad dentro de unos confines reconocidos internacionalmente.
En este sentido, deseo que todos eviten iniciativas y actos que contradigan la voluntad expresa de llegar a un verdadero acuerdo y que no se deje de perseguir la paz con determinación y coherencia. La paz traerá consigo incontables beneficios para los pueblos de esta región y para todo el mundo. Es necesario pues encaminarse con resolución hacia ella, también mediante la renuncia de cada uno a algo.
Animo a los pueblos palestino e israelí, así como a sus respectivas autoridades, a emprender este feliz éxodo hacia la paz con la valentía y la firmeza necesaria para todo éxodo. La paz basada en la seguridad y la mutua confianza será el marco de referencia estable para afrontar y resolver los demás problemas y una ocasión para un desarrollo equilibrado, que sirva de modelo para otras áreas en crisis.
Deseo referirme con afecto a la activa comunidad cristiana, que ofrece su significativa contribución al bien común de la sociedad y que participa de las alegrías y sufrimientos de todo el pueblo. Los cristianos desean seguir desempeñando este papel como ciudadanos de pleno derecho, junto con los demás ciudadanos a los que consideran como hermanos.
Señor Presidente, Usted es conocido como un hombre de paz y artífice de paz. El reciente encuentro en el Vaticano con usted y mi presencia hoy en Palestina atestiguan las buenas relaciones entre la Santa Sede y el Estado de Palestina, y espero que crezcan para el bien de todos. En este sentido, expreso mi aprecio por el compromiso de elaborar un Acuerdo entre las partes, que contemple diversos aspectos de la vida de las comunidades católicas del País, con una atención especial a la libertad religiosa. En efecto, el respeto de este derecho humano fundamental es una de las condiciones irrenunciables de la paz, de la hermandad y de la armonía; proclama al mundo que es necesario y posible encontrar un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes; atestigua que las cosas que tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible encontrar un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único Dios.
Señor Presidente, queridos hermanos reunidos aquí en Belén, Dios omnipotente los bendiga, los proteja y les conceda la sabiduría y la fuerza necesaria para emprender el precioso camino de la paz, para que las espadas se transformen en arados y esta Tierra vuelva a florecer en la prosperidad y en la concordia. ¡Salam!
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DISCURSO EN EL ENCUENTRO CON LOS REFUGIADOS Y LOS JÓVENES DISCAPACITADOS EN JORDANIA
Iglesia latina de Betania ante el Jordán
Sábado 24 de mayo de 2014
Sábado 24 de mayo de 2014
Estimadas Autoridades, Eminencias, Excelencias,
Queridos hermanos y hermanas:
En mi peregrinación, he tenido mucho interés en encontrarme con ustedes que, a causa de sangrientos conflictos, han tenido que abandonar sus casas y su Patria y han encontrado refugio en la acogedora tierra de Jordania; y al mismo tiempo, con ustedes, queridos jóvenes, que experimentan el peso de alguna limitación física.
El lugar en que nos encontramos nos recuerda el bautismo de Jesús. Viniendo aquí, al Jordán, para ser bautizado por Juan, se mostró humilde, compartiendo la condición humana: se rebajó haciéndose igual a nosotros y con su amor nos restituyó la dignidad y nos dio la salvación. Nos sorprende siempre esta humildad de Jesús, cómo se abaja ante las heridas humanas para curarlas. ¡Este abajarse de Jesús ante todas las heridas humanas para curarlas! Y, por nuestra parte, nos sentimos profundamente afectados por los dramas y las heridas de nuestro tiempo, especialmente por las que son fruto de los conflictos todavía abiertos en Oriente Medio. Pienso, en primer lugar, en la amada Siria, lacerada por una lucha fratricida que dura ya tres años y que ha cosechado innumerables víctimas, obligando a millones de personas a convertirse en refugiados y a exilarse en otros países. Todos queremos la paz. Pero, viendo este drama de la guerra, viendo estas heridas, viendo tanta gente que ha dejado su patria, que se ha visto obligada a marcharse, me pregunto: ¿quién vende armas a esta gente para hacer la guerra? He aquí la raíz del mal. El odio y la codicia del dinero en la fabricación y en la venta de las armas. Esto nos debe hacer pensar en quién está detrás, el que da a todos aquellos que se encuentran en conflicto las armas para continuar el conflicto. Pensemos, y desde nuestro corazón digamos también una palabra para esta pobre gente criminal, para que se convierta.
Agradezco a las Autoridades y al pueblo jordano la generosa acogida de un número elevadísimo de refugiados provenientes de Siria y de Iraq, y extiendo mi agradecimiento a todos aquellos que les prestan asistencia y solidaridad. Pienso también en la obra de caridad que desarrollan instituciones de la Iglesia comoCaritas Jordania y otras que, asistiendo a los necesitados sin distinción de credo religioso, pertenencia étnica o ideológica, manifiestan el esplendor del rostro caritativo de Jesús, que es misericordioso. Que Dios omnipotente y clemente los bendiga a todos ustedes y todos sus esfuerzos por aliviar los sufrimientos causados por la guerra.
Me dirijo a la comunidad internacional para que no deje sola a Jordania, tan acogedora y valerosa, ante la emergencia humanitaria que se ha creado con la llegada de un número tan elevado de refugiados, sino que continúe e incremente su apoyo y ayuda. Renuevo mi vehemente llamamiento a la paz en Siria. Que cese la violencia y se respete el derecho humanitario, garantizando la necesaria asistencia a la población que sufre. Que nadie se empeñe en que las armas solucionen los problemas y todos vuelvan a la senda de las negociaciones. La solución, de hecho, sólo puede venir del diálogo y de la moderación, de la compasión por quien sufre, de la búsqueda de una solución política y del sentido de la responsabilidad hacia los hermanos.
A ustedes jóvenes, les pido que se unan a mi oración por la paz. Pueden hacerlo ofreciendo a Dios sus afanes cotidianos, y así su oración será particularmente valiosa y eficaz. Les animo a colaborar, con su esfuerzo y sensibilidad, en la construcción de una sociedad respetuosa de los más débiles, de los enfermos, de los niños, de los ancianos. A pesar de las dificultades de la vida, sean signo de esperanza. Ustedes están en el corazón de Dios, ustedes están en mis oraciones, y les agradezco su calurosa y alegre y numerosa presencia. Gracias.
Al final de este encuentro, renuevo mi deseo de que prevalezca la razón y la moderación y, con la ayuda de la comunidad internacional, Siria reencuentre el camino de la paz. Dios convierta a los violentos. Dios convierta a aquellos que tienen proyectos de guerra. Dios convierta a los que fabrican y venden las armas, y fortalezca los corazones y las mentes de los agentes de paz y los recompense con sus bendiciones. Que el Señor los bendiga a todos ustedes.
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HOMILÍA EN LA SANTA MISA EN EL ESTADIO INTERNACIONAL DE AMÁN
Sábado 24 de mayo de 2014
Aquí nos encontramos no muy lejos del lugar en el que el Espíritu Santo descendió con su fuerza sobre Jesús de Nazaret, después del bautismo de Juan en el Jordán (cf. Mt 3,16), donde hoy me acercaré. Así pues, el Evangelio de este domingo, y también este lugar, al que, gracias a Dios, he venido en peregrinación, nos invitan a meditar sobre el Espíritu Santo, sobre su obra en Cristo y en nosotros, y que podemos resumir de esta forma: el Espíritu realiza tres acciones: prepara, unge y envía.
En el momento del bautismo, el Espíritu se posa sobre Jesús para prepararlo a su misión de salvación, misión caracterizada por el estilo del Siervo manso y humilde, dispuesto a compartir y a entregarse totalmente. Pero el Espíritu Santo, presente desde el principio de la historia de la salvación, ya había obrado en Jesús en el momento de su concepción en el seno virginal de María de Nazaret, realizando la obra admirable de la Encarnación: “El Espíritu Santo te llenará, te cubrirá con su sombra –dice el Ángel a María- y tú darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús” (cf. Lc 1,35). Después, el Espíritu actuó en Simeón y Ana el día de la presentación de Jesús en el Templo (cf. Lc 2,22). Ambos a la espera del Mesías, ambos inspirados por el Espíritu Santo, Simeón y Ana, al ver al Niño, intuyen que Él es el Esperado por todo el pueblo. En la actitud profética de los dos videntes se expresa la alegría del encuentro con el Redentor y se realiza en cierto sentido una preparación del encuentro del Mesías con el pueblo.
Las diversas intervenciones del Espíritu Santo forman parte de una acción armónica, de un único proyecto divino de amor. La misión del Espíritu Santo consiste en generar armonía –Él mismo es armonía– y obrar la paz en situaciones diversas y entre individuos diferentes. La diversidad de personas y de ideas no debe provocar rechazo o crear obstáculos, porque la variedad es siempre una riqueza. Por tanto, hoy invocamos con corazón ardiente al Espíritu Santo pidiéndole que prepare el camino de la paz y de la unidad.
En segundo lugar, el Espíritu Santo unge. Ha ungido interiormente a Jesús, y unge a los discípulos, para que tengan los mismos sentimientos de Jesús y puedan así asumir en su vida las actitudes que favorecen la paz y la comunión. Con la unción del Espíritu, la santidad de Jesucristo se imprime en nuestra humanidad y nos hace capaces de amar a los hermanos con el mismo amor con que Dios nos ama. Por tanto, es necesario realizar gestos de humildad, de fraternidad, de perdón, de reconciliación. Estos gestos son premisa y condición para una paz auténtica, sólida y duradera. Pidamos al Padre que nos unja para que seamos plenamente hijos suyos, cada vez más conformados con Cristo, para sentirnos todos hermanos y así alejar de nosotros rencores y divisiones, ypoder amarnos fraternamente. Es lo que nos pide Jesús en el Evangelio: “Si me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16).
Y, finalmente, el Espíritu envía. Jesús es el Enviado, lleno del Espíritu del Padre. Ungidos por el mismo Espíritu, también nosotros somos enviados como mensajeros y testigos de paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de nosotros como mensajeros de paz, como testigos de paz! Es una necesidad que tiene el mundo. También el mundo nos pide hacer esto: llevar la paz, testimoniar la paz.
La paz no se puede comprar, no se vende. La paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana. El camino de la paz se consolida si reconocemos que todos tenemos la misma sangre y formamos parte del género humano; si no olvidamos que tenemos un único Padre en el cielo y que somos todos sus hijos, hechos a su imagen y semejanza.
Con este espíritu, abrazo a todos ustedes: al Patriarca, a los hermanos Obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, así como a los niños que hoy reciben la Primera Comunión y a sus familiares. Mi corazón se dirige también a los numerosos refugiados cristianos; también todos nosotros, con nuestro corazón, dirijámonos a ellos, a los numerosos refugiados cristianos provenientes de Palestina, de Siria y de Iraq: lleven a sus familias y comunidades mi saludo y mi cercanía.
Queridos amigos, queridos hermanos, el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en el Jordán y dio inicio a su obra de redención para librar al mundo del pecado y de la muerte. A Él le pedimos que prepare nuestros corazones al encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; que unja todo nuestro ser con el aceite de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias; la gracia de enviarnos, con humildad y mansedumbre, a los caminos, arriesgados pero fecundos, de la búsqueda de la paz. Amén.
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DISCURSO EN EL ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES DEL REINO DE JORDANIA
Amán
Sábado 24 de mayo 2014
Sábado 24 de mayo 2014
Majestades,
Excelencias,
Queridos hermanos Obispos,
Queridos amigos:
Doy gracias a Dios por permitirme visitar el Reino Hachemita de Jordania, siguiendo las huellas de mis predecesores Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, y agradezco a Su Majestad el Rey Abdullah II sus cordiales palabras de bienvenida, con el vivo recuerdo de nuestro reciente encuentro en el Vaticano. Extiendo mi saludo a los miembros de la Familia Real, al Gobierno y al Pueblo de Jordania, tierra rica en historia y de gran significado religioso para el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.
Este País acoge generosamente a una gran cantidad de refugiados palestinos, iraquíes y de otras zonas en crisis, en especial de la vecina Siria, destruida por un conflicto que está durando demasiado tiempo. Esta acogida, Majestad, merece el reconocimiento y la ayuda de la comunidad internacional. La Iglesia Católica, dentro de sus posibilidades, quiere comprometerse en la asistencia a los refugiados y a los necesitados, sobre todo mediante Caritas Jordania.
A la vez que constato con dolor que sigue habiendo fuertes tensiones en la región medio-oriental, agradezco a las Autoridades del Reino todo lo que hacen y les animo a seguir esforzándose por lograr la tan deseada paz duradera en toda la Región; para esto, es necesario y urgente encontrar una solución pacífica a la crisis siria, además de una justa solución al conflicto entre israelíes y palestinos.
Aprovecho la ocasión para renovar mi profundo respeto y consideración a la comunidad Musulmana, y expresar mi reconocimiento por el liderazgo que Su Majestad el Rey ha asumido para promover un más adecuada entendimiento de las virtudes proclamadas por el Islam y la serena convivencia entre los fieles de las diversas religiones. Usted es conocido como un hombre de paz, y artífice de la paz. ¡Gracias! Manifiesto mi gratitud a Jordania por haber animado diversas iniciativas importantes a favor del diálogo interreligioso para la promoción del entendimiento entre judíos, cristianos y musulmanes, como el “Mensaje Interreligioso de Amán”, y por haber promovido en el seno de la ONU la celebración anual de la “Semana de la Armonía entre las Religiones”.
Quisiera ahora dirigir un saludo lleno de afecto a las comunidades cristianas, cuidadas por este Reino, comunidades presentes en el País desde los tiempos apostólicos; ellas contribuyen al bien común de la sociedad en la que están plenamente insertadas. A pesar de ser hoy numéricamente minoritarias, tienen la posibilidad de desarrollar una cualificada y reconocida labor en el campo educativo y sanitario, mediante escuelas y hospitales, y pueden profesar con tranquilidad su fe, respetando la libertad religiosa, que es un derecho humano fundamental y que espero firmemente que sea tenido en gran consideración en todo Medio Oriente y en el mundo entero. Este derecho “abarca tanto la libertad individual como colectiva de seguir la propia conciencia en materia religiosa como la libertad de culto… la libertad de elegir la religión que se estima verdadera y de manifestar públicamente la propia creencia” (Benedicto XVI, Exhort. Ap. Ecclesia in Medio Oriente, 26). Los cristianos se sienten y son ciudadanos de pleno derecho y desean contribuir a la construcción de la sociedad junto a sus conciudadanos musulmanes, con su aportación específica.
Dirijo, finalmente, un deseo especial de paz y prosperidad al Reino de Jordania y a su pueblo, con la esperanza de que esta visita contribuya a incrementar y promover relaciones buenas y cordiales entre Cristianos y Musulmanes. Y que el Señor Dios nos defienda a todos de ese miedo al cambio, al que Su Majestad se ha referido.
Les agradezco su cálida acogida y amabilidad. Que Dios omnipotente y misericordioso conceda a Sus Majestades felicidad y larga vida, y colme a Jordania de sus bendiciones. ¡Salam!
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