lunes, 27 de mayo de 2019

El Papa elogia la historia del Hospital de los Inocentes de Florencia

CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 24 de mayo de 2019).- El Santo Padre FRANCISCO ha recibido esta mañana en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico a los dirigentes, trabajadores y niños y niñas del Hospital de los Inocentes de Florencia con motivo del seiscientos aniversario del nacimiento de la institución italiana dedicada a la acogida y la protección de los niños. La misión del Instituto, adaptándose a las nuevas exigencias de los niños y de las familias sigue siendo un punto de referencia en materia de defensa y promoción de los derechos de la infancia y la adolescencia, en ámbito nacional e internacional.


Durante la audiencia el Papa ha improvisado un discurso que publicamos a continuación, así como el texto del que tenía preparado para esa ocasión.


ENCUENTRO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON LOS MIEMBROS DEL INSTITUTO DE LOS INOCENTES DE F
LORENCIA

Sala del Consistorio
Viernes, 24 de mayo de 2019


Saludo improvisado por el Santo Padre
Discurso entregado por el Santo Padre


Saludo improvisado por el Santo Padre


Queridos hermanos y hermanas:


Había preparado un discurso para vosotros, pero es un poco aburrido leer... Prefiero decir dos palabras y, sobre todo, saludaros un a uno.


Usted [la Presidente del Instituto] dijo una expresión que es conmovedora: la “cultura del niño”. Hoy tenemos que retomarla. La cultura de los niños. Hay una cultura de sorpresa al ver crecer, ver cómo se sorprenden con la vida, cómo entran en contacto con la vida. Y debemos aprender a hacer lo mismo. Esa senda, ese camino que todos hemos hecho como niños, debemos reanudarlo. Usted citó el Evangelio de Marcos: «Dejad que los niños...»; pero también hay otros pasajes del Evangelio en los que Jesús va aún más lejos: no dice solamente que se acoja a los niños y que quien les acoge le recibe a Él, sino que va más allá: «Si no os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos». Y esto es lo que la cultura del niño debe enseñarnos. De alguna manera debemos volver a la sencillez de un niño y sobre todo a la capacidad de sorprendernos. ¡Las sorpresas! Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, y debemos aprender esto.


Y todavía tengo que decir otra cosa, que me gustaría retomar: esas medallas rotas ... [la mitad para el niño y la otra mitad para la madre que lo dejaba en el Instituto]. Hoy en día en el mundo hay muchos niños que idealmente tienen la mitad de la medalla. Están solos. Las víctimas de la guerra, las víctimas de la migración, los niños no acompañados, las víctimas del hambre. Niños con media medalla. ¿Y quién tiene la otra mitad? La Madre Iglesia. Tenemos la otra mitad. Necesitamos reflexionar y hacer que la gente entienda que somos responsables de esta otra mitad y ayudar a hacer de hoy otra “casa de los inocentes”, más global, con la actitud de adopción. Muchas veces hay personas que quieren adoptar niños, pero hay una burocracia tan grande: cuando no está de por medio la corrupción, pagas y ... Pero ayudadme en esto: a sembrar conciencia de que tenemos la otra mitad de la medalla de ese niño. Muchas, muchas familias que no tienen hijos y ciertamente tendrían el deseo de tener uno con la adopción: seguir adelante, crear una cultura de adopción porque los niños abandonados, solos, víctimas de la guerra, etc., son tantos; que la gente aprenda a mirar esa mitad y diga: “Yo también tengo otra”. Os pido que trabajéis en esto. Y gracias.



Discurso entregado por el Santo Padre


Queridos hermanos y hermanas:


Os doy la bienvenida a todos vosotros, dirigentes y operadores del Instituto de los Inocentes, y a vosotros, niños y niñas, que sois los protagonistas de esta institución que desde hace seiscientos años acoge, asiste y promueve a la infancia de los niños durante. Cuando fui a Florencia, en 2015, para la V Conferencia Eclesial Nacional, hablando de la belleza de la ciudad, no pude evitar recordar que gran parte de esa belleza se puso al servicio de la caridad, y mencioné el “Hospital de los Inocentes”, como ejemplo. Recordé que «una de las primeras arquitecturas renacentistas fue creada para el servicio de los niños abandonados y de las madres desesperadas» (Discurso a la V Conferencia Eclesial Nacional, 10 de noviembre de 2015).


El Instituto de los Inocentes, con sus seis siglos de historia ―una historia que no ha terminado, sino que mira hacia el futuro―, nos habla de una ciudad que se ha esforzado por dar la bienvenida a los niños, para que ya no pudieran llamarse “abandonados” sino bienvenidos, confiados al amor y al cuidado de la comunidad. La de los Inocentes es una historia que tiene mucho que enseñarnos. En su origen está la generosidad de un rico banquero, Francesco Datini, que donó la cantidad con la que fue posible iniciar las obras. También hoy, la responsabilidad social y ética del mundo de las finanzas es un valor indispensable para construir una sociedad más justa y solidaria. El otro elemento sorprendente de esta historia es que el proyecto fue confiado a Filippo Brunelleschi, el arquitecto más importante de la época, que en ese momento estaba trabajando en una obra maestra que aún hoy asombra al mundo: la cúpula de la Catedral de Santa María del Fiore. Para que la misma belleza que se dedica a la casa del Señor se dedicase también a la casa de los niños menos afortunados. Porque a los niños necesitados de acogida no bastaba con darles la leche de las nodrizas, se deseaba además que crecieran en un ambiente lo más hermoso posible.


Desde hace seiscientos años, el Instituto de los Inocentes se ha preocupado de ofrecer a sus niños y niñas todo lo necesario para crecer de manera digna. Esta es una verdad que hoy se debe decir con fuerza: a los pobres, a las criaturas frágiles, a los que viven en las periferias, debemos ofrecer lo mejor que tenemos. Y entre las personas más frágiles que tenemos que cuidar, ciertamente hay muchos niños rechazados, privados de su infancia y de su futuro; menores que se enfrentan a viajes desesperados para escapar del hambre o la guerra. Niños que no ven la luz porque sus madres sufren condicionamientos económicos, sociales, culturales que los empujan a renunciar a ese maravilloso regalo que es el nacimiento de un niño. ¡Cuánto necesitamos una cultura que reconozca el valor de la vida, especialmente la débil, la amenazada, la ofendida y, en lugar de pensar en dejarla de lado, en excluirlo con muros y cierres, se preocupe por ofrecer cuidado y belleza! Y una cultura que reconozca en todos los rostros, incluso el más pequeño, el rostro de Jesús: «Quien recibe a un niño en mi nombre, me recibe a mí» (Mt 18, 5).


El Instituto de los Inocentes es un lugar de historia, pero también de historias: historias más pequeñas, pero igualmente fascinantes. Son las historias de los cientos de miles de niños que han pasado entre esas paredes. Siempre hablando en la Conferencia de Florencia, también me referí a un aspecto particular: el hecho de que las madres a menudo dejaban, junto con los recién nacidos, una medalla rota por la mitad, con la que esperaban, al presentar la otra mitad, poder reconocer a sus hijos en tiempos mejores. «Entonces —dije—, debemos imaginar que nuestros pobres tienen una medalla partida por la mitad, y nosotros tenemos la otra mitad. Porque la Iglesia madre tiene en Italia la mitad de la medalla de todos y reconoce a todos sus hijos abandonados, oprimidos, cansados».


Hoy el objetivo que debemos establecer, a diversos niveles de responsabilidad, es que ninguna madre se vea en la condición de abandonar a su hijo. Pero también debemos asegurarnos de que, ante cualquier evento, incluso trágico, que pueda separar a un niño o una niña de sus padres, existan estructuras e itinerarios de acogida en los que la infancia siempre esté protegida y cuidada, de la única manera digna: dar a los niños lo mejor que podemos ofrecerles Recordando las palabras de Jesús que nos invita a todos a ser como vosotros, como niños, para poder entrar en el Reino de los Cielos.


Esto es lo que el Instituto de los Inocentes nos enseña con su historia centenaria con las miles de historias que ha recibido, y con las historias que también vosotros, niños y niñas de hoy, contáis con vuestros rostros sonrientes y alegres. Y esto es lo que agradezco a los dirigentes, los operadores y a todos aquellos que contribuyen a llevar a cabo las diversas actividades del Instituto de los Inocentes. Os lo agradezco y os invito a continuar vuestro servicio con competencia y ternura, profesionalismo y dedicación. Rezo por esto y os bendigo. Y os pido que por favor recéis por mí.













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