MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL II CONGRESO NACIONAL DE LA FAMILIA
EN EL ECUADOR (9-12 NOVIEMBRE 2011)
CON OCASIÓN DEL II CONGRESO NACIONAL DE LA FAMILIA
EN EL ECUADOR (9-12 NOVIEMBRE 2011)
Al venerado hermano
Antonio Arregui Yarza
Arzobispo metropolitano de Guayaquil
Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana
Antonio Arregui Yarza
Arzobispo metropolitano de Guayaquil
Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana
 Con ocasión del Segundo Congreso Nacional de la Familia, saludo  con afecto a los pastores y fieles de la Iglesia en Ecuador que, dentro del  contexto de la Misión Continental auspiciada en Aparecida por el Episcopado  Latinoamericano y del Caribe y en preparación al VII Encuentro Mundial de las  Familias, que tendrá lugar en Milán, se proponen llevar a cabo un proceso de  reflexión del Evangelio que permita a los matrimonios y hogares cristianos  responder a su identidad, vocación y misión. 
 El tema del Congreso, «La familia ecuatoriana en misión: el trabajo  y la fiesta al servicio de la persona y del bien común», reconoce que la  familia, nacida del pacto de amor y de la entrega total y sincera de un hombre y  una mujer en el matrimonio, no es una realidad privada, encerrada en sí misma.  Ella por vocación propia presta un servicio maravilloso y decisivo al bien común  de la sociedad y a la misión de la Iglesia. En efecto, la sociedad no es una  mera suma de individuos, sino el resultado de relaciones entre las personas,  hombre-mujer, padres-hijos, entre hermanos, que tienen su base en la vida  familiar y en los vínculos de afecto que de ella se derivan. Cada familia  entrega a la sociedad, a través de sus hijos, la riqueza humana que ha vivido.  Con razón se puede afirmar que de la salud y calidad de la relaciones familiares  depende la salud y calidad de las mismas relaciones sociales.
 En este sentido, el trabajo y la fiesta atañen particularmente y están  hondamente vinculados a la vida de las familias: condicionan sus elecciones,  influyen en las relaciones entre los cónyuges y entre los padres e hijos, e  inciden en los vínculos de la familia con la sociedad y con la Iglesia. 
 A través del trabajo, el hombre se experimenta a sí mismo como sujeto,  partícipe del proyecto creador de Dios. De ahí que la falta de trabajo y la  precariedad del mismo atenten contra la dignidad del hombre, creando no sólo  situaciones de injusticia y de pobreza, que frecuentemente degeneran en  desesperación, criminalidad y violencia, sino también crisis de identidad en las  personas. Es urgente, pues, que surjan por doquier medidas eficaces,  planteamientos serios y atinados, así como una voluntad inquebrantable y franca  que lleve a encontrar caminos para que todos tengan acceso a un trabajo digno,  estable y bien remunerado, mediante el cual se santifiquen y participen  activamente en el desarrollo de la sociedad, conjugando una labor intensa y  responsable con tiempos adecuados para una rica, fructífera y armoniosa vida  familiar. Un ambiente hogareño sereno y constructivo, con sus obligaciones  domésticas y con sus afectos, es la primera escuela del trabajo y el espacio más  indicado para que la persona descubra sus potencialidades, acreciente sus ansias  de superación y dé curso a sus más nobles aspiraciones. Además, la vida familiar  enseña a vencer el egoísmo, a nutrir la solidaridad, a no desdeñar el sacrificio  por la felicidad del otro, a valorar lo bueno y recto, y a aplicarse con  convicción y generosidad en aras del bienestar común y el bien recíproco, siendo  responsables de cara a sí mismos, a los demás y al medio ambiente.
 La fiesta, por su parte, humaniza el tiempo abriéndolo al encuentro con  Dios, con los demás y con la naturaleza. De ahí que las familias necesiten  recuperar el genuino sentido de la fiesta, especialmente del domingo, día del  Señor y del hombre. En la celebración eucarística dominical, la familia  experimenta aquí y ahora la presencia real del Señor Resucitado, recibe la vida  nueva, acoge el don del Espíritu, incrementa su amor a la Iglesia, escucha la  divina Palabra, comparte el Pan eucarístico y se abre al amor fraterno.
 Con estos sentimientos, a la vez que reitero mi cercanía y cordialidad  a los queridísimos hijos e hijas de esa Nación, confío los frutos de este  Congreso a la poderosa intercesión de Nuestra Señora de la Presentación del  Quinche, celestial patrona del Ecuador, y, como prenda de abundantes favores  divinos, imparto complacido a todos los presentes la implorada Bendición  Apostólica.
Vaticano, 1 de Noviembre de 2011
BENEDICTUS PP. XVI
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