jueves, 12 de abril de 2012

BENEDICTO XVI: Ángelus, Homilía, Carta (Abril 1º)



ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo de Ramos, 1 de Abril de 2012


Queridos hermanos y hermanas


Al final de esta celebración, quiero dirigir un cordial saludo a todos los presentes: a los señores cardenales, a los hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, y a todos los fieles. Un saludo especial al comité organizador de la pasada Jornada mundial de la juventud de Madrid y al que está organizando la próxima, de Río de Janeiro; así como a los delegados en el encuentro internacional sobre las Jornadas mundiales de la juventud, organizado por el Consejo pontificio para los laicos, aquí representado por su presidente, el cardenal Ryłko, y el secretario, monseñor Clemens.


Saludo cordialmente a los jóvenes y demás peregrinos de lengua española, que participan en la liturgia del domingo de Ramos y en la Jornada mundial de la juventud de este año. En particular, a los jóvenes madrileños acompañados por su pastor, el cardenal Antonio María Rouco Varela. En el comienzo de la Semana Santa os invito a todos a participar con fe y devoción en la celebración anual de los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo y experimentar la grandeza de su amor, que nos libra del pecado y de la muerte, y nos abre las puertas a la auténtica alegría. ¡Feliz domingo! ¡Feliz Semana Santa!


Quiero dirigir ahora mi saludo afectuoso a los jóvenes y demás peregrinos de lengua portuguesa que participan en esta celebración del domingo de Ramos. De modo particular, saludo al arzobispo don Orani Tempesta, al gobernador y al prefecto de Río de Janeiro y demás autoridades y miembros del comité responsable de la organización de la próxima Jornada mundial de la juventud, el año que viene. En los trabajos preparatorios de la misma, procurad vivir según la invitación que se nos hace hoy: «Alegraos siempre en el Señor». De este modo, el espíritu alegre y acogedor, connatural a los brasileños, será sublimado por la alegría que nace de la unión con Cristo, el único Redentor. Así podréis recibir con los brazos abiertos —como la estatua de Cristo que domina el paisaje carioca— a los jóvenes que irán de todos los rincones del mundo a vuestra ciudad. A todos deseo una feliz y santa Pascua.


(Francés) Chers amis francophones, je suis heureux de vous accueillir en ce dimanche des Rameaux et de la Passion. En ce jour, nous célébrons également la Journée Mondiale de la Jeunesse, je vous invite à ouvrir toutes grandes les portes de vos cœurs au Christ. En cette Semaine Sainte nous allons contempler le Christ dans sa Passion, offrons Lui les souffrances de notre monde et confions Lui plus particulièrement les jeunes qui connaissent la maladie, le handicap, la détresse morale, la désespérance, les incertitudes face à l’avenir. Que la Vierge Marie, accompagne chacun de vous, tout au long de votre vie, afin que vous puissiez trouver en Dieu une source de confiance et de réconfort !


(Inglés) Dear brothers and sisters, today is Palm Sunday: as we remember Our Lord’s welcome into Jerusalem, I am pleased to greet all of you, especially the many young people who have come here to pray with me.  This Holy Week, may we be moved again by Christ’s passion and death, put our sins behind us and, with God’s grace, choose a life of love and service to our brethren.  God’s blessings upon you!


(Alemán) Ganz herzlich grüße ich alle Pilger und Besucher deutscher Sprache, besonders die Jugendlichen anläßlich des 27. Weltjugendtags. Dieser Tag steht unter dem Leitwort aus dem Philipperbrief: „Freut euch im Herrn zu jeder Zeit!“ (4,4). Der Wunsch nach Freude und nach einem erfüllten Leben ist tief in jedes Menschenherz eingeschrieben. Christus will uns mit seiner Gegenwart wahre und echte Freude schenken. In den kommenden Kartagen schauen wir auf ihn, unseren Herrn und König. Durch sein Leiden und Kreuz hat er uns vom Tod befreit, damit wir in ihm Leben haben. Euch allen wünsche ich eine gesegnete Karwoche!
Pozdravljam maturante Škofijske klasične gimnazije v Šentvidu in njihove profesorje! Naj Gospod poživi vašo vero, upanje in ljubezen in naj bo z vami moj blagoslov!


(Italiano) [Saluto i maturandi del Liceo Classico Diocesano di Šentvid e i loro professori! Il Signore ravvivi la vostra fede, speranza e carità. Vi accompagno con la mia Benedizione!]


(Polaco) Pozdrawiam Polaków, szczególnie młodych tu obecnych oraz zebranych w rodzimych diecezjach i parafiach. Mottem dzisiejszego Dnia Młodzieży jest wezwanie św. Pawła: „Radujcie się zawsze w Panu!” (Flp 4,4). Radość płynąca ze świadomości, że Bóg nas kocha, jest centralnym elementem doświadczenia chrześcijańskiego. W świecie często naznaczonym smutkiem i niepewnością jest ona ważnym świadectwem piękna i pewności wiary. Bądźcie radosnymi świadkami Chrystusa! Niech Bóg wam błogosławi!


(Traducción al italiano) [Saluto i polacchi, in particolare i giovani qui presenti e radunati nelle loro diocesi e parrocchie. Il motto dell’odierna Giornata della Gioventù è l’appello di San Paolo: «Siate sempre lieti nel Signore!». La gioia, che scaturisce dalla consapevolezza che Dio ci ama, è un elemento centrale dell’esperienza cristiana. In un mondo spesso segnato da tristezza e inquietudini, è una testimonianza importante della bellezza e dell’affidabilità della fede. Siate lieti testimoni di Cristo! Dio vi benedica!]


(Italiano) Saluto infine con grande affetto i pellegrini italiani, specialmente i giovani, tra i quali è presente un numeroso gruppo della Diocesi di Brescia. Cari amici, prego perché nel vostro cuore abiti la vera gioia, quella che deriva dall’amore e che non viene meno nell’ora del sacrificio. A tutti auguro una buona Settimana Santa e una buona Pasqua! Grazie.


                                                    ------------------------------------------------------




HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Plaza de San Pedro
XXVII Jornada Mundial de la Juventud
Domingo 1 de Abril de 2012


¡Queridos hermanos y hermanas!


El Domingo de Ramos es el gran pórtico que nos lleva a la Semana Santa, la semana en la que el Señor Jesús se dirige hacia la culminación de su vida terrena. Él va a Jerusalén para cumplir las Escrituras y para ser colgado en la cruz, el trono desde el cual reinará por los siglos, atrayendo a sí a la humanidad de todos los tiempos y ofrecer a todos el don de la redención. Sabemos por los evangelios que Jesús se había encaminado hacia Jerusalén con los doce, y que poco a poco se había ido sumando a ellos una multitud creciente de peregrinos. San Marcos nos dice que ya al salir de Jericó había una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (cf. 10,46).
En la última parte del trayecto se produce un acontecimiento particular, que aumenta la expectativa sobre lo que está por suceder y hace que la atención se centre todavía más en Jesús. A lo largo del camino, al salir de Jericó, está sentado un mendigo ciego, llamado Bartimeo. Apenas oye decir que Jesús de Nazaret está llegando, comienza a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47). Tratan de acallarlo, pero en vano, hasta que Jesús lo manda llamar y le invita a acercarse. «¿Qué quieres que te haga?», le pregunta. Y él contesta: «Rabbuní, que vea» (v. 51). Jesús le dice: «Anda, tu fe te ha salvado». Bartimeo recobró la vista y se puso a seguir a Jesús en el camino (cf. v. 52). Y he aquí que, tras este signo prodigioso, acompañado por aquella invocación: «Hijo de David», un estremecimiento de esperanza atraviesa la multitud, suscitando en muchos una pregunta: ¿Este Jesús que marchaba delante de ellos a Jerusalén, no sería quizás el Mesías, el nuevo David? Y, con su ya inminente entrada en la ciudad santa, ¿no habría llegado tal vez el momento en el que Dios restauraría finalmente el reino de David?
También la preparación del ingreso de Jesús con sus discípulos contribuye a aumentar esta esperanza. Como hemos escuchado en el Evangelio de hoy (cf. Mc 11,1-10), Jesús llegó a Jerusalén desde Betfagé y el monte de los Olivos, es decir, la vía por la que había de venir el Mesías. Desde allí, envía por delante a dos discípulos, mandándoles que le trajeran un pollino de asna que encontrarían a lo largo del camino. Encuentran efectivamente el pollino, lo desatan y lo llevan a Jesús. A este punto, el ánimo de los discípulos y los otros peregrinos se deja ganar por el entusiasmo: toman sus mantos y los echan encima del pollino; otros alfombran con ellos el camino de Jesús a medida que avanza a grupas del asno. Después cortan ramas de los árboles y comienzan a gritar las palabras del Salmo 118, las antiguas palabras de bendición de los peregrinos que, en este contexto, se convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna!, bendito el que viene en el nombre del Señor. ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (vv. 9-10). Esta alegría festiva, transmitida por los cuatro evangelistas, es un grito de bendición, un himno de júbilo: expresa la convicción unánime de que, en Jesús, Dios ha visitado su pueblo y ha llegado por fin el Mesías deseado. Y todo el mundo está allí, con creciente expectación por lo que Cristo hará una vez que entre en su ciudad.
Pero, ¿cuál es el contenido, la resonancia más profunda de este grito de júbilo? La respuesta está en toda la Escritura, que nos recuerda cómo el Mesías lleva a cumplimiento la promesa de la bendición de Dios, la promesa originaria que Dios había hecho a Abraham, el padre de todos los creyentes: «Haré de ti una gran nación, te bendeciré… y en ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gn 12,2-3). Es la promesa que Israel siempre había tenido presente en la oración, especialmente en la oración de los Salmos. Por eso, el que es aclamado por la muchedumbre como bendito es al mismo tiempo aquel en el cual será bendecida toda la humanidad. Así, a la luz de Cristo, la humanidad se reconoce profundamente unida y cubierta por el manto de la bendición divina, una bendición que todo lo penetra, todo lo sostiene, lo redime, lo santifica.
Podemos descubrir aquí un primer gran mensaje que nos trae la festividad de hoy: la invitación a mirar de manera justa a la humanidad entera, a cuantos conforman el mundo, a sus diversas culturas y civilizaciones. La mirada que el creyente recibe de Cristo es una mirada de bendición: una mirada sabia y amorosa, capaz de acoger la belleza del mundo y de compartir su fragilidad. En esta mirada se transparenta la mirada misma de Dios sobre los hombres que él ama y sobre la creación, obra de sus manos. En el Libro de la Sabiduría, leemos: «Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste;… Tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida» (Sb 11,23-24.26).
Volvamos al texto del Evangelio de hoy y preguntémonos: ¿Qué late realmente en el corazón de los que aclaman a Cristo como Rey de Israel? Ciertamente tenían su idea del Mesías, una idea de cómo debía actuar el Rey prometido por los profetas y esperado por tanto tiempo. No es de extrañar que, pocos días después, la muchedumbre de Jerusalén, en vez de aclamar a Jesús, gritaran a Pilato: «¡Crucifícalo!». Y que los mismos discípulos, como también otros que le habían visto y oído, permanecieran mudos y desconcertados. En efecto, la mayor parte estaban desilusionados por el modo en que Jesús había decidido presentarse como Mesías y Rey de Israel. Este es precisamente el núcleo de la fiesta de hoy también para nosotros. ¿Quién es para nosotros Jesús de Nazaret? ¿Qué idea tenemos del Mesías, qué idea tenemos de Dios? Esta es una cuestión crucial que no podemos eludir, sobre todo en esta semana en la que estamos llamados a seguir a nuestro Rey, que elige como trono la cruz; estamos llamados a seguir a un Mesías que no nos asegura una felicidad terrena fácil, sino la felicidad del cielo, la eterna bienaventuranza de Dios. Ahora, hemos de preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras verdaderas expectativas? ¿Cuáles son los deseos más profundos que nos han traído hoy aquí para celebrar el Domingo de Ramos e iniciar la Semana Santa?
Queridos jóvenes que os habéis reunido aquí. Esta es de modo particular vuestra Jornada en todo lugar del mundo donde la Iglesia está presente. Por eso os saludo con gran afecto. Que el Domingo de Ramos sea para vosotros el día de la decisión, la decisión de acoger al Señor y de seguirlo hasta el final, la decisión de hacer de su Pascua de muerte y resurrección el sentido mismo de vuestra vida de cristianos. Como he querido recordar en el Mensaje a los jóvenes para esta Jornada – «alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4) –, esta es la decisión que conduce a la verdadera alegría, como sucedió con santa Clara de Asís que, hace ochocientos años, fascinada por el ejemplo de san Francisco y de sus primeros compañeros, dejó la casa paterna precisamente el Domingo de Ramos para consagrarse totalmente al Señor: tenía 18 años, y tuvo el valor de la fe y del amor de optar por Cristo, encontrando en él la alegría y la paz.
Queridos hermanos y hermanas, que reinen particularmente en este día dos sentimientos: la alabanza, como hicieron aquellos que acogieron a Jesús en Jerusalén con su «hosanna»; y el agradecimiento, porque en esta Semana Santa el Señor Jesús renovará el don más grande que se puede imaginar, nos entregará su vida, su cuerpo y su sangre, su amor. Pero a un don tan grande debemos corresponder de modo adecuado, o sea, con el don de nosotros mismos, de nuestro tiempo, de nuestra oración, de nuestro estar en comunión profunda de amor con Cristo que sufre, muere y resucita por nosotros. Los antiguos Padres de la Iglesia han visto un símbolo de todo esto en el gesto de la gente que seguía a Jesús en su ingreso a Jerusalén, el gesto de tender los mantos delante del Señor. Ante Cristo – decían los Padres –, debemos deponer nuestra vida, nuestra persona, en actitud de gratitud y adoración. En conclusión, escuchemos de nuevo la voz de uno de estos antiguos Padres, la de san Andrés, obispo de Creta: «Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo... Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas... Ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria. Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: “Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor”» (PG 97, 994). Amén.


                                                             -------------------------------------




MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL VIII CENTENARIO
DE LA CONVERSIÓN Y CONSAGRACIÓN DE SANTA CLARA

Al venerado hermano
Domenico Sorrentino
Obispo de Asís - Nocera Umbra - Gualdo Tadino



He sabido con alegría que, en esa diócesis, al igual que entre los franciscanos y las clarisas de todo el mundo, se está recordando a santa Clara con un «Año clariano», con ocasión del VIII centenario de su «conversión» y consagración. Ese acontecimiento, cuya datación oscila entre 1211 y 1212, completaba, por así decirlo, «en femenino» la gracia que había alcanzado pocos años antes la comunidad de Asís con la conversión del hijo de Pietro Bernardone. Y, tal como le había ocurrido a Francisco, también en la decisión de Clara se escondía el germen de una nueva fraternidad, la Orden clarisa que, convertida en árbol robusto, en el silencio fecundo de los claustros continúa esparciendo la buena semilla del Evangelio y sirviendo a la causa del reino de Dios.
Esta alegre circunstancia me impulsa a volver idealmente a Asís, para reflexionar con usted, venerado hermano, y con la comunidad a usted confiada, e, igualmente, con los hijos de san Francisco y las hijas de santa Clara, sobre el sentido de aquel acontecimiento, que de hecho también interesa a nuestra generación, y es atractivo sobre todo para los jóvenes, a los cuales se dirige mi afectuoso pensamiento con ocasión de la Jornada mundial de la juventud, que este año, según la costumbre, se celebra en las Iglesias particulares precisamente en este día del domingo de Ramos.
La santa misma, en su Testamento, habla de su elección radical de Cristo en términos de «conversión» (cf. FF 2825). De este aspecto quiero partir, como retomando el hilo del discurso desarrollado en referencia a la conversión de Francisco el 17 de junio de 2007, cuando tuve la alegría de visitar esa diócesis. La historia de la conversión de Clara gira en torno a la fiesta litúrgica del domingo de Ramos. En efecto, su biógrafo escribe: «Estaba cerca el día solemne de Ramos, cuando la joven acudió al hombre de Dios para preguntarle sobre su conversión, cuándo y de qué manera debía actuar. El padre Francisco le ordenó que el día de la fiesta, elegante y adornada, fuera a la misa de Ramos en medio de la multitud del pueblo y después, la noche siguiente, saliendo fuera de la ciudad, convirtiera la alegría mundana en el luto del domingo de Pasión. Así, cuando llegó el día de domingo, en medio de las otras damas, la joven, resplandeciente de luz festiva, entró en la iglesia con las demás. Allí, con digno presentimiento, ocurrió que, mientras los demás corrían a recibir los ramos, Clara, por vergüenza, permaneció inmóvil y entonces el obispo, bajando los escalones, llegó hasta ella y le puso el ramo en sus manos» (Legenda Sanctae Clarae virginis, 7: FF 3168).
Habían pasado alrededor de seis años desde que el joven Francisco había emprendido el camino de la santidad. En las palabras del Crucifijo de san Damián —«Ve, Francisco, repara mi casa»—, y en el abrazo a los leprosos, rostro doliente de Cristo, había encontrado su vocación. De allí había surgido el gesto liberador del «despojo de sus vestidos» ante la presencia del obispo Guido. Entre el ídolo del dinero que le propuso su padre terreno, y el amor de Dios que prometía llenarle el corazón, no había tenido dudas, y con impulso había exclamado: «De ahora en adelante podré decir libremente: Padre nuestro, que estás en los cielos, y no padre Pietro Bernardone» (Vida segunda, 12: FF 597). La decisión de Francisco había desconcertado a la ciudad. Los primeros años de su nueva vida estuvieron marcados por dificultades, amarguras e incomprensiones. Pero muchos comenzaron a reflexionar. También la joven Clara, entonces adolescente, fue tocada por aquel testimonio. Dotada de un notable sentido religioso, fue conquistada por el «cambio» existencial de aquel que había sido el «rey de las fiestas». Halló el modo de encontrarse con él y se dejó implicar por su celo por Cristo. El biógrafo describe al joven convertido mientras instruye a la nueva discípula: «El padre Francisco la exhortaba al desprecio del mundo, demostrándole, con palabras vivas, que la esperanza en este mundo es árida y decepciona, y le infundía en los oídos la dulce unión de Cristo» (Vita Sanctae Clarae Virginis, 5: FF 3164).
Según el Testamento de santa Clara, antes incluso de recibir a otros compañeros, Francisco había profetizado el camino de su primera hija espiritual y de sus hermanas. De hecho, mientras trabajaba para la restauración de la iglesia de San Damián, donde el Crucifijo le había hablado, había anunciado que aquel lugar sería habitado por mujeres que glorificarían a Dios con su santo estilo de vida (cf. FF 2826; Tomás de Celano, Vida segunda, 13: FF 599). El Crucifijo original se encuentra ahora en la basílica de Santa Clara. Aquellos grandes ojos de Cristo que habían fascinado a Francisco, se transformaron en el «espejo» de Clara. No por casualidad el tema del espejo le resultará muy querido y, en la iv carta a Inés de Praga, escribirá: «Mira cada día este espejo, oh reina esposa de Jesucristo, y escruta en él continuamente tu rostro» (FF 2902). En los años en que se encontraba con Francisco para aprender de él el camino de Dios, Clara era una chica atractiva. El Poverello de Asís le mostró una belleza superior, que no se mide con el espejo de la vanidad, sino que se desarrolla en una vida de amor auténtico, tras las huellas de Cristo crucificado. ¡Dios es la verdadera belleza! El corazón de Clara se iluminó con este esplendor, y esto le dio la valentía para dejarse cortar la cabellera y comenzar una vida penitente. Para ella, al igual que para Francisco, esta decisión estuvo marcada por muchas dificultades. Aunque algunos familiares no tardaron en comprenderla, e incluso su madre Ortolana y dos hermanas la siguieron en su elección de vida, otros reaccionaron de manera violenta. Su huida de casa, en la noche del domingo de Ramos al Lunes Santo, fue una aventura. En los días siguientes la buscaron en los lugares donde Francisco le había preparado un refugio y en vano intentaron, incluso a la fuerza, hacerla desistir de su propósito.
Clara se había preparado para esta lucha. Y si Francisco era su guía, un apoyo paterno le venía también del obispo Guido, como sugiere más de un indicio. Así se explica el gesto del prelado que se acercó a ella para ofrecerle el ramo, como para bendecir su valiente elección. Sin el apoyo del obispo, difícilmente se habría podido realizar el proyecto ideado por Francisco y realizado por Clara, tanto en la consagración que esta hizo de sí misma en la iglesia de la Porciúncula en presencia de Francisco y de sus hermanos, como en la hospitalidad que recibió en los días sucesivos en el monasterio de San Pablo de las Abadesas y en la comunidad de San Ángel en Panzo, antes de la llegada definitiva a San Damián. Así, la historia de Clara, como la de Francisco, muestra un rasgo eclesial particular. En ella se encuentran un pastor iluminado y dos hijos de la Iglesia que se confían a su discernimiento. Institución y carisma interactúan estupendamente. El amor y la obediencia a la Iglesia, tan remarcados en la espiritualidad franciscano-clarisa, hunden sus raíces en esta bella experiencia de la comunidad cristiana de Asís, que no sólo engendró en la fe a Francisco y a su «plantita», sino que también los acompañó de la mano por el camino de la santidad.
Francisco había visto bien la razón para sugerir a Clara la huida de casa al inicio de la Semana Santa. Toda la vida cristiana, y por tanto también la vida de especial consagración, son un fruto del Misterio pascual y una participación en la muerte y en la resurrección de Cristo. En la liturgia del domingo de Ramos dolor y gloria se entrelazan, como un tema que se irá desarrollando después en los días sucesivos a través de la oscuridad de la Pasión hasta la luz de la Pascua. Clara, con su elección, revive este Misterio. El día de Ramos recibe, por decirlo así, su programa. Después entra en el drama de la Pasión, despojándose de su cabellera, y con ella renunciando por completo a sí misma para ser esposa de Cristo en la humildad y en la pobreza. Francisco y sus compañeros ya son su familia. Pronto llegarán hermanas también desde lejos, pero los primeros brotes, como en el caso de Francisco, despuntarán precisamente en Asís. Y la santa permanecerá siempre vinculada a su ciudad, mostrándolo especialmente en algunas circunstancias difíciles, cuando su oración ahorró a la ciudad de Asís violencia y devastación. Dijo entonces a las hermanas: «De esta ciudad, queridísimas hijas, hemos recibido cada día muchos bienes; sería muy injusto que no le prestáramos auxilio como podemos en el tiempo oportuno» (Legenda Sanctae Clarae Virginis 23: FF 3203).
En su significado profundo, la «conversión» de Clara es una conversión al amor. Ella ya no llevará nunca los vestidos refinados de la nobleza de Asís, sino la elegancia de un alma que se entrega totalmente a la alabanza de Dios. En el pequeño espacio del monasterio de San Damián, contemplado con afecto conyugal en la escuela de Jesús Eucaristía, se irán desarrollando día tras día los rasgos de una fraternidad regulada por el amor a Dios y por la oración, por la solicitud y por el servicio. En este contexto de fe profunda y de gran humanidad Clara se convierte en fiel intérprete del ideal franciscano, implorando el «privilegio» de la pobreza, o sea, la renuncia a poseer bienes incluso sólo comunitariamente, que desconcertó durante largo tiempo al mismo Sumo Pontífice, el cual al final se rindió al heroísmo de su santidad.
¿Cómo no proponer a Clara, junto a Francisco, a la atención de los jóvenes de hoy? El tiempo que nos separa de la época de estos dos santos no ha disminuido su atractivo. Al contrario, se puede ver su actualidad si se compara con las ilusiones y las desilusiones que a menudo marcan la actual condición juvenil. Nunca un tiempo hizo soñar tanto a los jóvenes, con los miles de atractivos de una vida en la que todo parece posible y lícito. Y, sin embargo, ¡cuánta insatisfacción existe!, ¡cuántas veces la búsqueda de felicidad, de realización, termina por desembocar en caminos que llevan a paraísos artificiales, como los de la droga y de la sensualidad desenfrenada! También la situación actual con la dificultad para encontrar un trabajo digno y formar una familia unida y feliz, añade nubes al horizonte. No faltan, sin embargo, jóvenes que, incluso en nuestros días, recogen la invitación a fiarse de Cristo y a afrontar con valentía, responsabilidad y esperanza el camino de la vida, también realizando la elección de dejarlo todo para seguirlo en el servicio total a él y a los hermanos. La historia de Clara, junto a la de Francisco, es una invitación a reflexionar sobre el sentido de la existencia y a buscar en Dios el secreto de la verdadera alegría. Es una prueba concreta de que quien cumple la voluntad del Señor y confía en él no sólo no pierde nada, sino que encuentra el verdadero tesoro capaz de dar sentido a todo.
A usted, venerado hermano, a esa Iglesia que tiene el honor de haber dado origen a Francisco y a Clara, a las clarisas, que muestran diariamente la belleza y la fecundidad de la vida contemplativa, en apoyo del camino de todo el pueblo de Dios, y a los franciscanos de todo el mundo, a tantos jóvenes que andan buscando y necesitan luz, entrego esta breve reflexión. Espero que contribuya a hacer redescubrir cada vez más estas dos figuras luminosas del firmamento de la Iglesia. Con un saludo especial a las hijas de Santa Clara del Protomonasterio, de los demás monasterios de Asís y del mundo entero, imparto de corazón a todos mi bendición apostólica.
Vaticano, 1 de Abril de 2012, domingo de Ramos.

BENEDICTUS PP. XVI

© Copyright 2012 - Libreria Editrice Vaticana