sábado, 7 de abril de 2012

BENEDICTO XVI: Viernes Santo (Abril 6-2012)


PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
VIERNES SANTO 2012

MEDITACIONES DE
Danilo y Anna María Zanzucchi
Movimiento de los Focolares
Iniciadores del Movimiento «Familias Nuevas»

INTRODUCCIÓN

Jesús dice: «Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga». Es una invitación que vale para todos, casados o solteros, jóvenes, adultos y ancianos, ricos y pobres, de una u otra nacionalidad. Vale también para cada familia, para cada uno de sus miembros o para la pequeña comunidad en su totalidad.
Antes de entrar en su Pasión final, Jesús, en el Huerto de los Olivos, abandonado por los apóstoles adormecidos, tuvo miedo de lo que le esperaba y, dirigiéndose al Padre, suplicó: «Si es posible, que pase de mí este cáliz». Pero añadiendo de inmediato: «No se haga mi voluntad sino la tuya».
En aquel momento dramático y solemne se percibe una profunda enseñanza para todos los que se han puesto a seguirle. Como todo cristiano, cada familia tiene también su via crucis: enfermedades, muertes, apuros económicos, pobreza, traiciones, comportamientos inmorales de uno u otro, discordias con los familiares, calamidades naturales.
Pero, en este camino de dolor, todo cristiano, toda familia puede fijar la mirada en Jesús, Hombre-Dios.
Revivamos juntos la última experiencia de Jesús en la tierra, acogida por las manos del Padre: una experiencia dolorosa y sublime, en la que Jesús ha condensado el ejemplo y la enseñanza más preciosa para vivir nuestra vida en plenitud, según el modelo de su vida.

ORACIÓN INICIAL

El Santo Padre:
 
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

R/. Amén.

El lector:
 
Oremos.

Breve pausa de silencio.

Jesús,
en la hora en la que recordamos tu muerte,
queremos fijar nuestra mirada de amor
en los indecibles tormentos que has padecido.
Tormentos condensados en aquel grito misterioso
lanzado en la cruz antes de expirar:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Jesús, pareces un Dios eclipsado en el horizonte:
el Hijo sin Padre,
el Padre privado del Hijo.
Aquel grito humano-divino tuyo,
que desgarró el aire en el Gólgota,
nos interroga y asombra todavía hoy,
nos muestra que algo inaudito ha ocurrido.
Algo salvífico:
de la muerte ha brotado la vida,
de las tinieblas, la luz,
de la extrema división, la unidad.
La sed de configurarnos contigo
nos lleva a reconocerte abandonado,
donde quiera que sea, de cualquier modo:
en los dolores personales y en los colectivos,
en las miserias de tu Iglesia y en las noches de la humanidad,
para injertar tu vida siempre y en todo lugar,
para propagar tu luz, establecer tu unidad.
Hoy, como entonces,
sin tu abandono,
no habría Pascua.
R/. Amén. 

 
PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL VÍA CRUCIS EN EL COLISEO
 
Palatino
Viernes Santo 6 de Abril de 2012
 
Queridos hermanos y hermanas

Hemos recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de Jesús en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos nuevos y la tierra nueva» (cf. Ap 21,1). Especialmente en este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza.
La experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia; cuántas veces el camino se hace fatigoso y difícil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica. El camino del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una invitación para todos nosotros, y especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado para tener la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la prueba, cuando nuestras familias deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37).
En la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia. El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la  vivimos con Cristo, con fe en él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra.
En aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte misma adquiere un nuevo significado y orientación, es rescatada y vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Encomendémonos a la Madre de Cristo. A ella, que ha acompañado a su Hijo por la vía dolorosa. Que ella, que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija nuestros corazones, los corazones de todas las familias a través del inmenso mysterium passionis hacia el mysterium paschale, hacia aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, la muerte. Amén.
 
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