martes, 23 de abril de 2013

FRANCISCO: Homilía (Abril 21); Discursos (Abril 12 y 11) y Carta a la CE Argentina (Marzo 25)


 
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

 
Basílica Vaticana
IV Domingo de Pascua, 
21 de Abril de 2013



La homilía pronunciada por el Santo Padre corresponde sustancialmente a la «Homilía ritual» prevista en el Pontifical Romano para la ordenación de presbíteros, a la cual el Papa ha aportado algunas modificaciones personales.
Queridos hermanos y hermanas


Ahora que estos hermanos e hijos nuestros van a ser ordenados presbíteros, conviene considerar a qué ministerio acceden en la Iglesia.


Aunque, en verdad, todo el pueblo santo de Dios es sacerdocio real en Cristo, sin embargo, nuestro sumo Sacerdote, Jesucristo, eligió algunos discípulos que en la Iglesia desempeñaran, en nombre suyo, el oficio sacerdotal para el bien de los hombres. No obstante, el Señor Jesús quiso elegir entre sus discípulos a algunos en particular, para que, ejerciendo públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de maestro, sacerdote y pastor. Él mismo, enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles por el mundo, para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores. Y los presbíteros son colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio, son llamados al servicio del Pueblo de Dios.


Después de una profunda reflexión y oración, ahora estos estos hermanos van a ser ordenados para el sacerdocio en el Orden de los presbíteros, a fin de hacer las veces de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como Pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo.


Al configurarlos con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y unirlos al sacerdocio de los Obispos, la Ordenación los convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento para anunciar el Evangelio, apacentar al Pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor.


A vosotros, queridos hermanos e hijos, que vais a ser ordenados presbíteros, os incumbe, en la parte que os corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Transmitid a todos la palabra de Dios que habéis recibido con alegría. Recordad a vuestras madres, a vuestras abuelas, a vuestros catequistas, que os han dado la Palabra de Dios, la fe... ¡el don de la fe! Os han trasmitido este don de la fe. Y al leer y meditar asiduamente la Ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis. Recordad también que la Palabra de Dios no es de vuestra propiedad, es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios.


Que vuestra enseñanza sea alimento para el Pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que, con vuestra palabra y vuestro ejemplo, se vaya edificando la casa de Dios, que es la Iglesia.


Os corresponde también la función de santificar en nombre de Cristo. Por medio de vuestro ministerio alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar con él en una vida nueva.


Introduciréis a los hombres en el Pueblo de Dios por el Bautismo. Perdonaréis los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia. Y hoy os pido en nombre de Cristo y de la Iglesia: Por favor, no os canséis de ser misericordiosos. A los enfermos les daréis el alivio del óleo santo, y también a los ancianos: no sintáis vergüenza de mostrar ternura con los ancianos. Al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la oración de alabanza y de súplica, os haréis voz del Pueblo de Dios y de toda la humanidad.


Conscientes de haber sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios, ejerced con alegría perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando el propio interés, sino el de Jesucristo. Sois Pastores, no funcionarios. Sois mediadores, no intermediarios.


Finalmente, al participar en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos a vuestro Obispo, esforzaos por reunir a los fieles en una sola familia para conducirlos a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Tened siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir, y buscar y salvar lo que estaba perdido.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala de los Papas
Viernes 12 de Abril de 2013


Eminencia,
venerados hermanos,
queridos miembros de la Pontificia Comisión Bíblica:


Con alegría os recibo al final de vuestra asamblea plenaria anual. Doy las gracias al presidente, arzobispo Gerhard Ludwig Müller, por sus palabras de saludo y la concisa exposición del tema que ha sido objeto de atenta reflexión en el curso de vuestros trabajos. Os habéis reunido nuevamente para profundizar un tema muy importante: la inspiración y la verdad de la Biblia. Se trata de un tema que concierne no sólo a cada creyente, sino a toda la Iglesia, porque la vida y la misión de la Iglesia se fundan en la Palabra de Dios, la cual es alma de la teología y, a la vez, inspiradora de toda la existencia cristiana.

Las Sagradas Escrituras, como sabemos, son el testimonio escrito de la Palabra divina, el memorial canónico que atestigua el acontecimiento de la Revelación. La Palabra de Dios, por lo tanto, precede y excede a la Biblia. Es por ello que nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y sobre todo a una Persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne. Precisamente porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, para comprenderla adecuadamente es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que «guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 13). Es preciso situarse en la corriente de la gran Tradición que, bajo la asistencia del Espíritu Santo y la guía del Magisterio, reconoció los escritos canónicos como Palabra dirigida por Dios a su pueblo y nunca dejó de meditarlos y descubrir en ellos las riquezas inagotables. El Concilio Vaticano II lo ratificó con gran claridad en la constitución dogmática Dei Verbum: «Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la Palabra de Dios» (n. 12).

Como se recuerda también en la mencionada constitución conciliar, existe una unidad inseparable entre Sagrada Escritura y Tradición, porque ambas provienen de una misma fuente: «La Tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas; manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición recibe la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso la Iglesia no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción» (ibid., 9).

Por lo tanto, se deduce que el exegeta debe estar atento a percibir la Palabra de Dios presente en los textos bíblicos situándolos en el seno de la fe misma de la Iglesia. La interpretación de las Sagradas Escrituras no puede ser sólo un esfuerzo científico individual, sino que debe ser siempre confrontada, integrada y autenticada por la tradición viva de la Iglesia. Esta norma es decisiva para precisar la relación correcta y recíproca entre la exégesis y el Magisterio de la Iglesia. Los textos inspirados por Dios fueron confiados a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia de Cristo, para alimentar la fe y guiar la vida de caridad. El respeto de esta naturaleza profunda de las Escrituras condiciona la propia validez y eficacia de la hermenéutica bíblica. Esto comporta la insuficiencia de toda interpretación subjetiva o simplemente limitada a un análisis incapaz de acoger en sí el sentido global que a lo largo de los siglos ha constituido la Tradición de todo el Pueblo de Dios, que «in credendo falli nequit» (Conc. Ecum. Vat. II, constitución dogmática Lumen gentium, 12).

Queridos hermanos, deseo concluir mi intervención formulando a todos vosotros mi agradecimiento y alentándolos en vuestro valioso trabajo. El Señor Jesucristo, Verbo de Dios encarnado y divino Maestro que abrió la mente y el corazón de sus discípulos a la inteligencia de las Escrituras (cf. Lc 24, 45), guíe y sostenga siempre vuestra actividad. Que la Virgen María, modelo de docilidad y obediencia a la Palabra de Dios, os enseñe a acoger plenamente la riqueza inagotable de la Sagrada Escritura no sólo a través de la investigación intelectual, sino en la oración y en toda vuestra vida de creyentes, sobre todo en este Año de la fe, a fin de que vuestro trabajo contribuya a hacer resplandecer la luz de la Sagrada Escritura en el corazón de los fieles. Y deseándoos una fructífera continuación de vuestras actividades, invoco sobre vosotros la luz del Espíritu Santo e imparto a todos vosotros mi bendición.

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA "PAPAL FOUNDATION"


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 11 de Abril de 2013

Queridos amigos:

Me es grato encontrar a los miembros de la Papal Foundation durante su peregrinación a Roma, y agradezco al cardenal Wuerl sus amables palabras. Aprecio mucho vuestro recuerdo ante el Señor en la oración, en estos días que inicio mi ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. En los veinticinco años transcurridos desde la creación de la Fundación, vosotros y vuestros asociados habéis ayudado al Sucesor de Pedro sosteniendo muchas obras de apostolado y de caridad especialmente cercanas a su corazón. En estos años, habéis contribuido de modo significativo al crecimiento de muchas Iglesias particulares en países en vías de desarrollo apoyando, entre otras cosas, la formación permanente del clero y de los religiosos, ofreciendo ayuda, asistencia médica y atención a los pobres y necesitados, y creando oportunidades de formación y de trabajo especialmente necesarias.

Os estoy muy agradecido por todo esto. Las necesidades del pueblo de Dios en el mundo son grandes, y vuestros esfuerzos orientados al progreso de la misión de la Iglesia están ayudando a combatir muchas formas de pobreza material y espiritual presentes en la familia humana, contribuyendo al crecimiento de la fraternidad y de la paz. Que el quincuagésimo aniversario de la encíclica Pacem in terris, del beato Juan XXIII —que se celebra precisamente hoy— sirva de estímulo para comprometerse siempre en la promoción de la reconciliación y la paz en todos los niveles. Durante este tiempo pascual, en el que la Iglesia nos invita a dar gracias por la misericordia de Dios y por la nueva vida que hemos recibido de Cristo resucitado, rezo a fin de que experimentéis la alegría que nace de la gratitud por los numerosos dones del Señor y le sirváis en los últimos de sus hermanos y hermanas.

La obra de la Papal Foundation es sobre todo una solidaridad espiritual con el Sucesor de Pedro. Os pido, por lo tanto, que sigáis rezando por mi ministerio, por las necesidades de la Iglesia, y especialmente para que la mente y el corazón se conviertan a la belleza, a la bondad y a la verdad del Evangelio. Con gran afecto os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y de corazón imparto la bendición apostólica, como prenda de alegría y paz en el Señor resucitado.

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CARTA DEL PAPA FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA 105 ASAMBLEA PLENARIA
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA

Queridos Hermanos:

Van estas líneas de saludo y también para excusarme por no poder asistir debido a «compromisos asumidos hace poco» (¿suena bien?) Estoy espiritualmente junto a ustedes y pido al Señor que los acompañe mucho en estos días.
Les expreso un deseo: me gustaría que los trabajos de la Asamblea tengan como marco referencial el Documento de Aparecida y Navega mar adentro. Allí están las orientaciones que necesitamos para este momento de la historia. Sobre todo les pido que tengan una especial preocupación por crecer en la misión continental en sus dos aspectos: misión programática y misión paradigmática. Que toda la pastoral sea en clave misionera. Debemos salir de nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales y crecer en parresia.

Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar «la dulce y confortadora alegría de evangelizar».

Les deseo a todos ustedes esta alegría, que tantas veces va unida a la Cruz, pero que nos salva del resentimiento, de la tristeza y de la solteronería clerical. Esta alegría nos ayuda a ser cada día más fecundos, gastándonos y deshilachándonos en el servicio al santo pueblo fiel de Dios; esta alegría crecerá más y más en la medida en que tomemos en serio la conversión pastoral que nos pide la Iglesia.

Gracias por todo lo que hacen y por todo lo que van a hacer. Que el Señor nos libre de maquillar nuestro episcopado con los oropeles de la mundanidad, del dinero y del «clericalismo de mercado». La Virgen nos enseñará el camino de la humildad y ese trabajo silencioso y valiente que lleva adelante el celo apostólico.

Les pido, por favor, que recen por mí, para que no me la crea y sepa escuchar lo que Dios quiere y no lo que yo quiero. Rezo por ustedes.

Un abrazo de hermano y un especial saludo al pueblo fiel de Dios que tienen a su cuidado. Les deseo un santo y feliz tiempo pascual.
Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente.



FRANCISCO



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