sábado, 2 de noviembre de 2013

FRANCISCO: Homilía de la Misa celebrada en el Cementerio del Verano (Nov. 1°)




Foto: EPA (European pressphoto agency)

CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com – Noviembre 2 de 2013). Ayer a las 16.00 horas, en la Solemnidad de Todos lo Santos, el Santo Padre FRANCISCO celebró la Santa Misa en el ingreso del Cementerio Monumental del Verano, a la cual siguió una oración por los difuntos y la bendición de las tumbas. Concelebraron el el Papa el Cardenal Vicario Agostino Vallini, el Arzobispo Filippo Iannone, Vicegerente de la diócesis de Roma, los Obispos Auxiliares y el Párroco de San Lorenzo extra Muros, Padre Armando Ambrosi.


Este es el texto íntegro de la Homilía Papal:



A esta hora, antes del ocaso, en este cementerio nos recogemos y pensamos en nuestro futuro, pensamos en todos aquellos que se nos fueron, que nos han precedido en la vida y están en el Señor.


 
Es tan bella aquella visión del Cielo que hemos escuchado en la primera lectura: el Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno. Nos espera eso. Aquellos que nos han precedido y han muerto en el Señor están allá. Proclaman que fueron salvados no por sus obras – han hecho obras buenas – pero fueron salvados por el Señor: «La salvación pertenece a nuestro Dios, sentado en el trono, y al Cordero»(Ap 7, 10). Y Él es quien nos salva, es Él que al final de nuestra vida nos lleva de la mano como un papá, justamente a aquél Cielo, donde están nuestros antepasados. Uno de los ancianos hace una pregunta: «¿Quiénes son estos vestidos de blanco, quienes son y de donde vienen?» (v.13). ¿Quienes son estos justos, estos santos que están en el Cielo?. La respuesta: «Son aquellos que vienen de las grandes tribulaciones y han lavado sus ropas, haciéndolas cándidas en la sangre del Cordero » (v.14).



Podemos entrar en el cielo, sólo gracias a la sangre del Cordero, gracias al sangre de Cristo. Y justamente la Sangre de Cristo es la que nos ha justificado,que nos ha abierto la puerta del Cielo. Y si hoy recordamos a estos nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la vida y que están en el Cielo, es porque fueron lavados en la sangre de Cristo. Esta es nuestra esperanza: ¡la esperanza de la sangre de Cristo!. Una esperanza que no desilusiona. Si caminamos por la vida con el Señor, ¡Él no desilusiona nunca!.





Escuchamos en la segunda Lectura que el Apóstol Juan decía a sus discípulos: «Vean cuan grande amor nos ha dado el Padre para ser llamados hijos de Dios, ¡y lo somos realmente!. Por eso el mundo no nos conoce... Somos hijos de Dios, pero lo que seremos aún no ha sido revelado. Pero sabemos que cuando Él se haya manifestado, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (1 Gv 3,1-2). Ver a Dios, ser similares a Dios: ésta es nuestra esperanza. Y hoy, justamente en el día de los Santos, y antes del día de los Muertos, es necesario pensar un poco en la esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos pintaban la esperanza con un ancla, como si la vida fuese el ancla allá arriba en la orilla de Cielo y todos nosotros caminando hacia esa orilla, aferrándonos a la cuerda del ancla. Esta es una bella imagen de la esperanza: tener el corazón anclado allá, donde están nuestros antepasados, donde están los santos, donde está Jesús, donde está Dios. Esta es la esperanza que no desilusiona; hoy y mañana son días de esperanza.





La esperanza es como la levadura, que te hace crecer el alma; hay momentos difíciles en la vida, pero con la esperanza, el alma va adelante, y aguarda lo que le espera. Hoy es un día de esperanza. Nuestros hermanos y hermanas están en la presencia de Dios como también nosotros estaremos allí, por pura gracia del Señor, si caminamos en la vía de Jesús. Concluye el apóstol Juan: «Todo el que tenga esperanza en Él, se purifica a sí mismo» (v.3). También la Esperanza nos purifica, nos aligera; esta purificación en la esperanza en Jesucristo nos hace andar rápidamente. En este pre-atardecer de hoy, cada uno de nosotros puede pensar en el atardecer de su vida: “¿Cómo será mi atardecer?” ¡Todos nosotros tendremos un atardecer, todos! ¿Lo aguardo con esperanza? ¡Lo aguardo con aquella alegría de ser recibido por el Señor?. Esto es lo cristiano, que nos da paz. Hoy es un día de alegría, pero de una alegría serena, tranquila, de la alegría de la paz. Pensemos en el atardecer de tantos hermanos y hermanas que nos han precedido, pensemos en nuestro atardecer cuando vendrá. Y pensemos en nuestro corazón y preguntémonos: “¿Dónde está anclado mi corazón? Si no está bien anclado, anclémoslo allá, en aquella orilla, sabiendo que la esperanza no desilusiona, porque el Señor Jesús no desilusiona.





Al final de la Santa Mida y después de la bendición de las tumbas el Pontífice pronunció las siguientes palabras:




También quisiera orar de forma especial por estos hermanos y hermanas nuestros que en estos días han muerto al intentar una liberación, una vida más digna. Hemos visto las fotografías, la crueldad del desierto, vimos el mar donde muchos se ahogaron. Oremos por ellos. Y oremos también por los que se han salvado, y en estos momentos están en muchos sitios de acogida, amontonados, esperando que los trámites legales se den prisa para que puedan irse a otros lugares, más cómodos, en otros centros de acogida”.


(Traducción del original italiano:  http://catolicidad.blogspot.com)