sábado, 23 de noviembre de 2013

Preside el Papa FRANCISCO el Rito de admisión al Catecumenado





Foto: NPG / Globovisión/EFE

CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.com – Noviembre 23 de 2013). A las 16:30 horas de este sábado, en la Basílica Vaticana, el Santo Padre FRANCISCO ha presidido el Rito de admisión al Catecumenado, iniciado en el contexto de las celebraciones del Año de la fe.

 

Estuvieron presentes cerca de 500 catecúmenos, provenientes de 47 nacionalidades diversas y de los cinco continentes, acompañados de sus catequistas. Desde las 16:00, antes del arribo del Papa, han sido propuestos a los presentes algunos testimonios de adultos que se han estado preparando para recibir la iniciación cristiana y de un par catequistas.

 

A las 16:30 horas inició la Liturgia, con e Rito de introducción que se celebró en el atrio de la Basílica de San Pedro, donde el Pontífice recibió una representación de los candidatos con sus patrocinadores, y los invitó a entrar a la iglesia.


 
Este es el texto íntegro de la Homilía Papal:




"Queridos catecúmenos,


Este momento conclusivo del Año de la Fe, los encuentra aquí reunidos, con vuestros catequistas y familiares, en representación también de tantos otros hombres y mujeres que están cumpliendo, en diversas partes del mundo, su mismo camino de fe. Espiritualmente estamos todos unidos en este momento. Vienen de muchos Países diversos, de tradiciones culturales y experiencias diferentes. Y sin embargo, esta tarde sentimos de tener entre nosotros tantas cosas en común. Sobretodo tenemos una: el deseo de Dios. Este deseo es evocado por las palabras del salmista: «Como la cierva anhela corrientes de agua, así mi alma te anhela a ti, mi Dios. El alma mía tiene sed de Dios, del Dios viviente: ¿cuándo vendré y veré el rostro de Dios?» (Sal 42,2-3). ¡Cuan importante es mantener vivo este deseo, este anhelo de encontrar al Señor y hacer experiencia de Él, hacer experiencia de su amor, hacer experiencia de su misericordia! Si viene a faltar la sed del Dios viviente, la fe corre el riesgo de convertirse en rutinaria, corre el riesgo de apagarse, como un fuego que no es reavivado. Corre el riesgo de volverse “rancia”, sin sentido.


El pasaje del Evangelio ( cfr Jn 1,35-42), nos ha mostrado a Juan Bautista que indica a sus discípulos a Jesús como el Cordero de Dios. Dos de ellos siguen al Maestro, y posteriormente, a su vez, se convierten en “mediadores” que permiten a los otros encontrar al Señor, conocerlo y seguirlo. Son tres momentos en este pasaje que llaman a la experiencia del catecumenado. En primer lugar, está la escucha. Los dos discípulos han escuchado el testimonio del Bautista. También vosotros, queridos catecúmenos, habéis escuchado a quienes les han hablado de Jesús y les han propuesto seguirlo, convirtiéndose en sus discípulos a través del Bautismo. En el tumulto de tantas voces que resuenan alrededor de nosotros y dentro de nosotros, vosotros habéis escuchado y acogido la voz que les indicaba a Jesús como el único que puede dar pleno sentido a nuestra vida.



El segundo momento es el encuentro. Los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él. Después de haberlo encontrado, advierten inmediatamente algo nuevo en su corazón: la exigencia de transmitir su alegría también a los otros, para que también ellos lo puedan encontrar. Andrés, en efecto, encuentra a su hermano Simón y lo conduce a Jesús. ¡Cuánto bien nos hace contemplar esta escena! Nos recuerda que Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para poder encontrarlo a Él y para abrirnos al encuentro con los otros. Dios en primer lugar viene hacia cada uno de nosotros; ¡y esto es maravilloso. Él viene a nuestro encuentro! En el Biblia Dios aparece siempre como aquel que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es Él quien busca al hombre, y por lo general, lo busca justamente mientras el hombre hace la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y huir de Él. Dios no espera a buscarlo: lo busca enseguida. ¡Es un buscador paciente nuestro Padre! Él nos precede y nos espera siempre. No se cansa de esperarnos, no se aleja de nosotros, sino que tiene la paciencia de esperar el momento favorable para el encuentro con cada uno de nosotros. Y cuando ocurre el encuentro, no es nunca un encuentro apresurado, porque Dios desea permanecer por mucho tiempo con nosotros para sostenernos, para consolarnos, para donarnos su alegría. Dios se apresura para encontrarnos, pero nunca se apresura para dejarnos. Se queda con nosotros. Como nosotros lo anhelamos a Él y lo deseamos, así también Él desea estar con nosotros, porque nosotros le pertenecemos a Él, somos “cosa” suya, somos sus criaturas. También Él, podemos decir, tiene sed de nosotros, de encontrarnos. Nuestro Dios es un Dios sediento por nosotros. Este es el corazón de Dios… ¡es bello sentir esto!


La última parte del pasaje es caminar. Los dos discípulos caminan hacia Jesús y luego hacen un trecho de camino junto a Él. Es una enseñanza importante para todos nosotros. La fe es un camino con Jesús. Recuerden siempre esto: la fe es caminar con Jesús; es un camino que dura toda la vida. Al final será el encuentro definitivo. Cierto, en algunos momentos de este camino nos sentimos cansados y confundidos. Pero la fe nos da la certeza de la presencia constante de Jesús en cada situación, también la más dolorosa o difícil de entender. Estamos llamados a caminar para entrar siempre más adentro del misterio del amor de Dios, que nos sobrepasa y nos permite vivir con serenidad y esperanza.


Queridos catecúmenos, hoy vosotros iniciaiís el camino del catecumenado. Les deseo recorrerlo con alegría, seguros del sostén de toda la Iglesia, que los mira con mucha confianza. María, la discípula perfecta, los acompaña: ¡es bello sentirla como nuestra Madre en la fe! Los invito a custodiar el entusiasmo del primer momento que les ha hecho abrir los ojos a la luz de la fe; a recordar, como el discípulo amado, el día, la hora en la cual por primera vez permanecieron con Jesús, sintieron su mirada sobre vosotros. No se olviden nunca esta mirada de Jesús, sobre ti, sobre ti, sobre ti... ¡No se olviden nunca esa mirada! Es una mirada de amor. Y así estarán siempre ciertos del amor fiel del Señor. Él es fiel. Estén ciertos: ¡Él no los traicionará jamás!".


(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.com)