HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Sábado 22 de febrero de 2014
Sábado 22 de febrero de 2014
«Y Jesús iba delante de ellos...» (Mc 10,32)
También en este momento Jesús camina delante de nosotros. Él siempre
está por delante de nosotros. Él nos precede y nos abre el camino... Y esta es
nuestra confianza y nuestra alegría: ser discípulos suyos, estar con él, caminar
tras él, seguirlo...
Cuando con los Cardenales hemos concelebrado juntos la primera
Misa en la Capilla Sixtina, «caminar» ha sido la primera palabra que el Señor
nos ha propuesto: caminar, y después construir y confesar.
Hoy vuelve esta palabra, pero como un acto, como una acción de Jesús
que continúa: «Jesús caminaba...». Nos llama la atención esto en los evangelios:
Jesús camina mucho e instruye a los suyos a lo largo del camino. Esto es
importante. Jesús no ha venido a enseñar una filosofía, una ideología..., sino
una «vía», una senda para recorrerla con él, y la senda se aprende haciéndola,
caminando. Sí, queridos hermanos, esta es nuestra alegría: caminar con Jesús.
Y esto no es fácil, no es cómodo, porque la vía escogida por
Jesús es la vía de la cruz. Mientras van de camino, él habla a sus discípulos de
lo que le sucederá en Jerusalén: anuncia su pasión, muerte y resurrección. Y
ellos se quedan «sorprendidos» y «asustados». Sorprendidos, cierto, porque para
ellos subir a Jerusalén significaba participar en el triunfo del Mesías, en su
victoria, como se ve luego en la petición de Santiago y Juan; y asustados por lo
que Jesús habría tenido que sufrir, y que también ellos corrían el riesgo de
padecer.
A diferencia de los discípulos de entonces, nosotros sabemos que Jesús
ha vencido, y no deberíamos tener miedo de la cruz, sino que, más bien, en la
Cruz tenemos nuestra esperanza. No obstante, también nosotros somos humanos,
pecadores, y estamos expuestos a la tentación de pensar según el modo de los
hombres y no de Dios.
Y cuando se piensa de modo mundano, ¿cuál es la consecuencia? Dice
el Evangelio: «Los otros diez se indignaron contra Santiago y Juan»
(v. 41). Ellos se indignaron. Si prevalece la mentalidad del mundo, surgen las
rivalidades, las envidias, los bandos...
Así, pues, esta palabra que hoy nos dirige el Señor es muy saludable.
Nos purifica interiormente, proyecta luz en nuestra conciencia y nos ayuda a
ponernos en plena sintonía con Jesús, y a hacerlo juntos, en el momento en que
el Colegio de Cardenales se incrementa con el ingreso de nuevos miembros.
«Llamándolos Jesús a sí...» (Mc 10,42). He aquí el otro gesto
del Señor. Durante el camino, se da cuenta de que necesita hablar a los Doce, se
para y los llama a sí. Hermanos, dejemos que el Señor Jesús nos llame a sí.
Dejémonos con-vocar por él. Y escuchémosle con la alegría de acoger juntos su
palabra, de dejarnos enseñar por ella y por el Espíritu Santo, para ser cada vez
más un solo corazón y una sola alma en torno a él.
Y mientras estamos así, convocados, «llamados a sí» por nuestro único
Maestro, os digo lo que la Iglesia necesita: tiene necesidad de vosotros, de
vuestra colaboración y, antes de nada, de vuestra comunión, conmigo y entre
vosotros. La Iglesia necesita vuestro valor para anunciar el evangelio en toda
ocasión, oportuna e inoportunamente, y para dar testimonio de la verdad. La
Iglesia necesita vuestras oraciones, para apacentar bien la grey de Cristo, la
oración – no lo olvidemos - que, con el anuncio de la Palabra, es el
primer deber del Obispo. La Iglesia necesita vuestra compasión sobre todo en
estos momentos de dolor y sufrimiento en tantos países del mundo. Expresemos
juntos nuestra cercanía espiritual a las comunidades eclesiales, a
todos los cristianos que sufren discriminación y persecución. ¡Debemos luchar
contra cualquier discriminación! La Iglesia necesita que recemos por ellos,
para que sean fuertes en la fe y sepan responder el mal con bien. Y que esta
oración se haga extensiva a todos los hombres y mujeres que padecen injusticia a
causa de sus convicciones religiosas.
La Iglesia también necesita de nosotros para que seamos hombres de paz y
construyamos la paz con nuestras obras, nuestros deseos, nuestras oraciones.
¡Construir la paz! ¡Artesanos de la paz! Por ello imploramos la paz y la
reconciliación para los pueblos que en estos tiempos sufren la prueba de la
violencia, de la exclusión y de la guerra.
Gracias, queridos hermanos. Gracias. Caminemos juntos tras el Señor, y
dejémonos convocar cada vez más por él, en medio del Pueblo fiel, del santo
Pueblo fiel de Dios, de la Santa Madre Iglesia. Gracias.
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