ENTREGA DEL
"PREMIO RATZINGER" 2013
DISCURSO DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado de 26 de Octubre de 2013
Sábado de 26 de Octubre de 2013
Queridos hermanos y
hermanas:
Os doy las gracias y me
alegra encontrarme con
vosotros, sobre todo como
signo de nuestro
reconocimiento y de nuestro
gran afecto hacia el Papa Emérito Benedicto XVI.
Desearía compartir con
vosotros una reflexión que
me surge espontánea cuando
pienso en el don
verdaderamente singular que
él hizo a la Iglesia con los
libros sobre Jesús de
Nazaret.
Recuerdo que cuando salió
el primer tomo, algunos
decían: pero, ¿qué es esto?
Un Papa no escribe libros de
teología, escribe
encíclicas... Ciertamente el
Papa Benedicto se había
planteado esta cuestión,
pero también en ese caso,
como siempre, él siguió la
voz del Señor en su
conciencia iluminada. Con
esos libros él no hizo
magisterio en sentido
propio, y no hizo un estudio
académico. Él hizo un regalo
a la Iglesia, y a todos los
hombres, de lo más valioso
que tenía: su conocimiento
de Jesús, fruto de años y
años de estudio, de
confrontación teológica y de
oración. Porque Benedicto XVI
hacía teología de rodillas,
y todos lo sabemos. Y ésta
la puso a disposición de la
forma más accesible.
Nadie puede medir cuánto
bien ha hecho con este don.
¡Sólo el Señor lo sabe! Pero
todos nosotros tenemos una
cierta percepción de ello,
por haber escuchado a muchas
personas que gracias a los
libros sobre Jesús de
Nazaret alimentaron su fe,
la profundizaron o, incluso,
se acercaron por primera vez
a Cristo de forma adulta,
conjugando las exigencias de
la razón con la búsqueda del
rostro de Dios.
Al mismo tiempo, la obra
de Benedicto XVI ha
estimulado una nueva época
de estudios sobre los
Evangelios entre historia y
cristología, y en este
ámbito se sitúa también
vuestro Simposio, por el
cual me congratulo con los
organizadores y relatores.
Felicitaciones especiales
dirijo al reverendo profesor
Richard Burridge y al
profesor Christian Schaller,
a quienes ha sido asignado
este año el Premio
Ratzinger. En nombre también
de mi amado Predecesor —con
quien he estado hace tres o
cuatro días— os expreso
vivas felicitaciones: que el
Señor os bendiga siempre a
vosotros y vuestro trabajo
al servicio de su Reino.
Que os bendiga a todos
vosotros, queridos amigos, y
a vuestros seres queridos.
¡Gracias!
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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS FAMILIAS DEL MUNDO CON OCASIÓN
DE SU PEREGRINACIÓN A ROMA EN EL AÑO DE LA FE
Plaza de San Pedro
Sábado 26 de Octubre de 2013
Queridas familias:
Buenas tardes y bienvenidas a Roma.
Han llegado en peregrinación de muchas partes del mundo para profesar su fe ante
el sepulcro de San Pedro. Esta plaza les acoge y les abraza: formamos un solo
pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor que nos ama y no nos
abandona. Saludo también a todas las familias que nos siguen por televisión e
internet: una plaza que se ensancha sin fronteras.
Han querido llamar a este momento: “Familia, vive la alegría de la fe”.
Me gusta este título. He escuchado sus experiencias, las historias que han
contado. He visto a muchos niños, muchos abuelos… He sentido el dolor de las
familias que viven en medio de la pobreza y de la guerra. He escuchado a los
jóvenes que quieren casarse, aunque se encuentran con mil dificultades. Y, en
medio de todo esto, nos preguntamos: ¿cómo es posible vivir hoy la alegría de la
fe en familia? Pero además les pregunto: “¿Es posible vivir esta alegría o no es
posible?”.
1. Hay unas palabras de Jesús, en el Evangelio de Mateo, que vienen en nuestra
ayuda: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les
aliviaré” (Mt 11,28). La vida a menudo es pesada, muchas veces
incluso trágica. Lo hemos oído recientemente… Trabajar cansa; buscar trabajo es
duro. Y encontrar trabajo hoy requiere mucho esfuerzo. Pero lo que más pesa en
la vida no es esto: lo que más cuesta de todas estas cosas es la falta de amor.
Pesa no recibir una sonrisa, no ser querido. Algunos silencios pesan, a veces
incluso en la familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre
hermanos. Sin amor las dificultades son más duras, inaguantables. Pienso en los
ancianos solos, en las familias que lo pasan mal porque no reciben ayuda para
atender a quien necesita cuidados especiales en la casa. “Vengan a mí todos
los que están cansados y agobiados”, dice Jesús.
Queridas familias, el Señor conoce nuestras dificultades: ¡las conoce! Y conoce
los pesos de nuestra vida. Pero el Señor sabe también que dentro de nosotros hay
un profundo anhelo de encontrar la alegría del consuelo. ¿Recuerdan? Jesús dijo:
“Su alegría llegue a plenitud” (Jn 15,11). Jesús quiere que
nuestra alegría sea plena. Se lo dijo a los apóstoles y nos lo repite a nosotros
hoy. Esto es lo primero que quería compartir con ustedes esta tarde, y son unas
palabras de Jesús: Vengan a mí, familias de todo el mundo –dice Jesús–, y yo les
aliviaré, para que su alegría llegue a plenitud. Y estas palabras de Jesús
llévenlas a casa, llévenlas en el corazón, compártanlas en familia. Nos invita a
ir a Él para darnos, para dar a todos la alegría.
2. Las siguientes palabras, las tomo del rito del Matrimonio. Quien se casa dice
en el Sacramento: “Prometo serte siempre fiel, en la prosperidad y en la
adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los
días de mi vida”. Los esposos en ese momento no saben lo que sucederá, no saben
la prosperidad o adversidad que les espera. Se ponen en marcha, como Abrahán; se
ponen en camino juntos. ¡Y esto es el matrimonio! Ponerse en marcha, caminar
juntos, mano con mano, confiando en la gran mano del Señor. ¡Mano con mano,
siempre y para toda la vida! Y sin dejarse llevar por esta cultura de la
provisionalidad, que nos hace trizas la vida.
Con esta confianza en la fidelidad de Dios se afronta todo, sin miedo, con
responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y
peligros de la vida. Pero no tienen miedo a asumir su responsabilidad, ante Dios
y ante la sociedad. Sin huir, sin aislarse, sin renunciar a la misión de formar
una familia y traer al mundo hijos. –Pero, Padre, hoy es difícil… -Ciertamente
es difícil. Por eso se necesita la gracia, la gracia que nos da el Sacramento.
Los Sacramentos no son un adorno en la vida. “Pero qué hermoso matrimonio, qué
bonita ceremonia, qué gran fiesta!”. Eso no es el Sacramento; no es ésa la
gracia del Sacramento. Eso es un adorno. Y la gracia no es para decorar la vida,
es para darnos fuerza en la vida, para darnos valor, para poder caminar adelante.
Sin aislarse, siempre juntos. Los cristianos se casan mediante el Sacramento
porque saben que lo necesitan. Les hace falta para estar unidos entre sí y para
cumplir su misión como padres: “En la prosperidad y en la adversidad, en la
salud y en la enfermedad”. Así dicen los esposos en el Sacramento y en la
celebración de su Matrimonio rezan juntos y con la comunidad. ¿Por qué? ¿Porque
así se suele hacer? No. Lo hacen porque tienen necesidad, para el largo viaje
que han de hacer juntos: un largo viaje que no es a tramos, ¡dura toda la vida!
Y necesitan la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para quererse
el uno al otro día a día, y perdonarse cada día. Y esto es importante. Saber
perdonarse en las familias, porque todos tenemos defectos, ¡todos! A veces
hacemos cosas que no son buenas y hacen daño a los demás. Tener el valor de
pedir perdón cuando nos equivocamos en la familia… Hace unas semanas dije en
esta plaza que para sacar adelante una familia es necesario usar tres palabras.
Quisiera repetirlo. Tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras
clave! Pedimos permiso para ser respetuosos en la familia. “¿Puedo hacer esto?
¿Te gustaría que hiciese eso?”.
Con el lenguaje de pedir permiso. ¡Digamos
gracias, gracias por el amor! Pero dime, ¿cuántas veces al día dices gracias a
tu mujer, y tú a tu marido? ¡Cuántos días pasan sin pronunciar esta palabra:
Gracias! Y la última: perdón: Todos nos equivocamos y a veces alguno se ofende
en la familia y en el matrimonio, y algunas veces –digo yo- vuelan los platos,
se dicen palabras fuertes, per escuchen este consejo: no acaben la jornada sin
hacer las paces. ¡La paz se renueva cada día en la familia! “¡Perdóname!”. Y así
se empieza de nuevo. Permiso, gracias, perdón. ¿Lo decimos juntos? (Responden:
Sí). ¡Permiso, gracias, perdón! Usemos estas tres palabras en la familia.
¡Perdonarse cada día!
En la vida de una familia hay muchos momentos hermosos: el descanso, la comida
juntos, la salida al parque o al campo, la visita a los abuelos, la visita a una
persona enferma… Pero si falta el amor, falta la alegría, falta la fiesta, y el
amor nos lo da siempre Jesús: Él es la fuente inagotable. Allí Él, en el
Sacramento, nos da su Palabra y nos da el Pan de vida, para que nuestra alegría
llegue a plenitud.
3. Y para concluir, aquí adelante se encuentra el icono de la Presentación de
Jesús en el Templo. Es un icono realmente hermoso e importante.
Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes, también
los protagonistas de esta escena han hecho su camino: María y José se han puesto
en marcha, como peregrinos a Jerusalén, para cumplir la ley del Señor; del mismo
modo el viejo Simeón y la profetisa Ana, también ella muy anciana, han llegado
al Templo llevados por el Espíritu Santo. La escena nos muestra este encuentro
de tres generaciones, el encuentro de tres generaciones: Simeón tiene en brazos
al Niño Jesús, en el cual reconoce al Mesías, y Ana aparece alabando a Dios y
anunciando la salvación a quien espera la redención de Israel. Estos dos
ancianos representan la fe como memoria. Y yo les pregunto: “¿Ustedes escuchan a
los abuelos? ¿Abren su corazón a la memoria que nos transmiten los abuelos? Los
abuelos son la sabiduría de la familia, son la sabiduría de un pueblo. Y un
pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. ¡Escuchar a los
abuelos! María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús, que
es el cumplimiento de todas las promesas. Toda familia, como la de Nazaret,
forma parte de la historia de un pueblo y no podría existir sin las generaciones
precedentes. Y por eso hoy tenemos aquí a los abuelos y a los niños. Los niños
aprenden de los abuelos, de la generación precedente.
Queridas familias, también ustedes son parte del pueblo de Dios. Caminen con
alegría junto a este pueblo. Permanezcan siempre unidas a Jesús y den testimonio
de Él a todos. Les agradezco que hayan venido. Juntos, hagamos nuestras las
palabras de San Pedro, que nos dan y nos seguirán dando fuerza en los momentos
difíciles: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna” (Jn 6,68). Con la gracia de Cristo, vivan la alegría de fe.
El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les proteja y les acompañe. Gracias.
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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
EN EL ENCUENTRO CON EXALUMNOS JESUITAS DE URUGUAY
Palacio Apostólico Vaticano
Sala de los Papa
26 de Octubre de 2013
Nuevamente les quiero agradecer la visita y el saludo. ¡Me traen tantos
recuerdos de allá! Lo único que me extraña es que no haya ninguno con el mate.
¿No se animaron? Ahí les faltó la veta uruguaya. Porque cuando vino el Presidente
de ustedes estábamos con el mate. Bueno, gracias en serio.
Veo que hay muchos chicos; es una promesa y una esperanza. A mí esto me trae
muchos recuerdos de los compañeros que han organizado esto, y cosas lindas.
No sé cuándo está planeado ir allá, antes del dieciséis no, seguro. Pero lo que
sí es seguro es que si visito Argentina, tengo que visitar Chile y Uruguay, los
tres juntos. Así que estaremos allí.
Bueno, les agradezco todo de nuevo, y les pido un favor, que recen por mí, ¿eh?
Porque acá la gente es muy buena, son buenos compañeros y todos trabajan juntos,
pero el trabajo es mucho, y no se da abasto. Recen por mí, por los
colaboradores, para que podamos seguir adelante. ¿Eh? Gracias, muchas gracias.
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DISCURSO DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL
CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL
CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 25 de Octubre de 2013
Viernes 25 de Octubre de 2013
Señores Cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida con
ocasión de la XXI Asamblea
plenaria y doy las gracias
al presidente, monseñor
Vincenzo Paglia, por las
palabras con las que ha
introducido nuestro
encuentro. Gracias.
El primer punto sobre el
que desearía detenerme es
éste: la familia es una
comunidad de vida que tiene
una consistencia autónoma
propia. Como escribió el
beato Juan Pablo II en la
exhortación apostólica
Familiaris consortio, la
familia no es la suma de las
personas que la constituyen,
sino una «comunidad de
personas» (cf. nn. 17-18). Y
una comunidad es más que la
suma de las personas. Es el
lugar donde se aprende a
amar, el centro natural de
la vida humana. Está hecha
de rostros, de personas que
aman, dialogan, se
sacrifican por los demás y
defienden la vida, sobre
todo la más frágil, más
débil. Se podría decir, sin
exagerar, que la familia es
el motor del mundo y de la
historia. Cada uno de
nosotros construye la propia
personalidad en la familia,
creciendo con la mamá y el
papá, los hermanos y las
hermanas, respirando el
calor de la casa. La familia
es el lugar donde recibimos
el nombre, es el lugar de
los afectos, el espacio de
la intimidad, donde se
aprende el arte del diálogo
y de la comunicación
interpersonal. En la familia
la persona toma conciencia
de la propia dignidad y,
especialmente si la
educación es cristiana,
reconoce la dignidad de cada
persona, de modo particular
de la enferma, débil,
marginada.
Todo esto es la
comunidad-familia, que pide
ser reconocida como tal, más
aún hoy, cuando prevalece la
tutela de los derechos
individuales. Y debemos
defender el derecho de esta
comunidad: la familia. Por
esto habéis hecho bien en
poner una atención
particular en la
Carta de
los derechos de la familia,
presentada justamente hace
treinta años, el 22 de
octubre del '83.
Vamos al segundo punto
—se dice que los jesuitas
hablamos siempre en tres
puntos: uno, dos, tres.
Segundo punto: la familia
se funda en el matrimonio.
A través de un acto de amor
libre y fiel, los esposos
cristianos testimonian que
el matrimonio, en cuanto
sacramento, es la base sobre
la que se funda la familia y
hace más sólida la unión de
los cónyuges y su donación
recíproca. El matrimonio es
como si fuera un primer
sacramento del humano, donde
la persona se descubre a sí
misma, se auto-comprende en
relación con los demás y en
relación con el amor que es
capaz de recibir y de dar.
El amor esponsal y familiar
revela también claramente la
vocación de la persona a
amar de modo único y para
siempre, y que las pruebas,
los sacrificios y las crisis
de la pareja como de la
propia familia representan
pasos para crecer en el
bien, en la verdad y en la
belleza. En el matrimonio la
donación es completa, sin
cálculos ni reservas,
compartiendo todo, dones y
renuncias, confiando en la
Providencia de Dios. Es ésta
la experiencia que los
jóvenes pueden aprender de
los padres y de los abuelos.
Es una experiencia de fe en
Dios y de confianza
recíproca, de libertad
profunda, de santidad,
porque la santidad supone
donarse con fidelidad y
sacrificio cada día de la
vida. Pero hay problemas en
el matrimonio. Siempre
distintos puntos de vistas,
celos, se pelea. Pero hay
que decir a los jóvenes
esposos que jamás acaben la
jornada sin hacer las paces
entre ellos. El Sacramento
del matrimonio se renueva en
este acto de paz tras una
discusión, un malentendido,
unos celos escondidos,
también un pecado. Hacer la
paz que da unidad a la
familia; y esto decirlo a
los jóvenes, a las jóvenes
parejas, que no es fácil ir
por este camino, pero es muy
bello este camino, muy
bello. Hay que decirlo.
Quisiera ahora hacer al
menos una alusión a dos
fases de la vida familiar:
la infancia y la vejez.
Niños y ancianos representan
los dos polos de la vida y
también los más vulnerables,
frecuentemente los más
olvidados. Cuando yo
confieso a un hombre o a una
mujer casados, jóvenes, y en
la confesión sale algo
referido al hijo o a la
hija, yo pregunto: ¿pero
cuántos hijos tiene usted? Y
me dicen, tal vez esperan
otra pregunta después de
ésta. Pero yo siempre hago
esta segunda pregunta: Y
dígame, señor o señora,
¿usted juega con sus hijos?
—¿Cómo, padre?— ¿Usted
pierde tiempo con sus hijos?
¿Usted juega con sus hijos?
—Pues no, ya sabe usted,
cuando salgo de casa por la
mañana —me dice el hombre—
todavía duermen y cuando
regreso están en la cama.
También la gratuidad, esa
gratuidad del papá y de la
mamá con los hijos, es muy
importante: «perder tiempo»
con los hijos, jugar con los
hijos. Una sociedad que
abandona a los niños y que
margina a los ancianos corta
sus raíces y oscurece su
futuro. Y vosotros hacéis la
valoración sobre qué hace
esta cultura nuestra hoy,
¿no? Con esto. Cada vez que
un niño es abandonado y un
anciano marginado, se
realiza no sólo un acto de
injusticia, sino que se
ratifica también el fracaso
de esa sociedad. Ocuparse de
los pequeños y de los
ancianos es una elección de
civilización. Y es también
el futuro, porque los
pequeños, los niños, los
jóvenes llevarán adelante
esa sociedad con su fuerza,
su juventud, y los ancianos
la llevarán adelante con su
sabiduría, su memoria, que
nos deben dar a todos
nosotros.
Y me da alegría que el
Consejo pontificio para la
familia haya ideado esta
nueva imagen de la familia,
que retoma la escena de la
Presentación de Jesús en el
templo, con María y José que
llevan al Niño, para cumplir
la Ley, y a los dos ancianos
Simeón y Ana, que, movidos
por el Espíritu, le acogen
como el Salvador. Es
significativo el título del
icono: «De generación en
generación se extiende su
misericordia». La
Iglesia que atiende a los
niños y a los ancianos se
convierte en la madre de las
generaciones de los
creyentes y, al mismo
tiempo, sirve a la sociedad
humana para que un espíritu
de amor, de familiaridad y
de solidaridad ayude a todos
a redescubrir la paternidad
y la maternidad de Dios. Y
me gusta, cuando leo este
pasaje del Evangelio, pensar
en que los jóvenes, José y
María, también el Niño,
hacen todo lo que la Ley
dice. Cuatro veces lo dice
san Lucas: para cumplir la
Ley. Son obedientes a la
Ley, ¡los jóvenes! Y los dos
ancianos, hacen ruido.
Simeón inventa en aquel
momento una liturgia propia
y alaba, las alabanzas a
Dios. Y la ancianita va y
charla, predica con las
charlas: «¡Miradle!». ¡Qué
libres son! Y tres veces de
los ancianos se dice que son
conducidos por el Espíritu
Santo. Los jóvenes por la
Ley, estos por el Espíritu
Santo. Mirar a los ancianos
que tienen este espíritu
dentro, ¡escucharles!
La «buena noticia» de la
familia es una parte muy
importante de la
evangelización, que los
cristianos pueden comunicar
a todos, con el testimonio
de la vida; y ya lo hacen,
esto es evidente en las
sociedades secularizadas:
las familias verdaderamente
cristianas se reconocen por
la fidelidad, por la
paciencia, por la apertura a
la vida, por el respeto a
los ancianos... El secreto
de todo esto es la presencia
de Jesús en la familia.
Propongamos por lo tanto a
todos, con respeto y
valentía, la belleza del
matrimonio y de la familia
iluminados por el Evangelio.
Y por esto nos acercamos con
atención y afecto a las
familias en dificultades, a
las que están obligadas a
dejar su tierra, que están
partidas, que no tienen casa
o trabajo, o por muchos
motivos están sufriendo; a
los cónyuges en crisis y a
los ya separados. A todos
queremos estarles cerca con
el anuncio de este Evangelio
de la familia, de esta
belleza de la familia.
Queridos amigos, los
trabajos de vuestra Plenaria
pueden ser una contribución
preciosa en vista del
próximo Sínodo
extraordinario de los
obispos, que estará dedicado
a la familia. También por
esto os doy las gracias. Os
encomiendo a la Sagrada
Familia de Nazaret y de
corazón os doy mi bendición.
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DISCURSO DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DEL "SIMON WIESENTHAL CENTER"
A UNA DELEGACIÓN DEL "SIMON WIESENTHAL CENTER"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 24 de Octubre de 2013
Jueves 24 de Octubre de 2013
Queridos amigos:
Doy la bienvenida a la
delegación del Simon
Wiesenthal Center,
organización internacional
judía para la defensa de los
derechos humanos. Sé que
esta cita había sido
acordada hace ya tiempo por
mi amado Predecesor
Benedicto XVI, a quien
habíais pedido visitarle y a
quien se dirige siempre
nuestro afectuoso recuerdo y
nuestra oración.
Estos encuentros, por
vuestra parte, son un signo
de respeto y de estima hacia
los Obispos de Roma, por lo
que estoy agradecido y a lo
cual corresponde la
consideración del Papa por
la obra a la que os
dedicáis: combatir toda
forma de racismo,
intolerancia y
antisemitismo, preservando
la memoria de la Shoah
y promoviendo la comprensión
mutua mediante la formación
y el compromiso social.
He tenido ocasión de
reafirmar otras veces, en
estas últimas semanas, la
condena de la Iglesia hacia
toda forma de antisemitismo.
Hoy desearía destacar cómo
el problema de la
intolerancia debe ser
afrontado en su conjunto:
allí donde se persigue y se
margina a una minoría por
causa de sus convicciones
religiosas o étnicas está en
peligro el bien de toda una
sociedad y todos debemos
sentirnos implicados. Pienso
con especial dolor en los
sufrimientos, la marginación
y las auténticas
persecuciones que no pocos
cristianos están sufriendo
en diversos países del
mundo. Unamos nuestras
fuerzas para favorecer una
cultura del encuentro, del
respeto, de la comprensión y
del perdón mutuos.
Para la construcción de
una cultura así desearía
destacar, en particular, la
importancia de la formación:
una formación que no es sólo
transmisión de
conocimientos, sino paso de
un testimonio vivido, que
presupone el establecimiento
de una comunión de vida, de
una «alianza» con las
jóvenes generaciones,
siempre abierta a la verdad.
A ellas, en efecto, debemos
saber transmitir no sólo
conocimientos sobre la
historia del diálogo
judeo-católico, las
dificultades afrontadas y
los progresos realizados en
las últimas décadas: sobre
todo debemos ser capaces de
transmitir la pasión por el
encuentro y el conocimiento
del otro, promoviendo una
implicación activa y
responsable de nuestros
jóvenes. En esto, es de gran
importancia el compromiso
compartido al servicio de la
sociedad y de los más
débiles. Os aliento a seguir
transmitiendo a los jóvenes
el valor del esfuerzo común
para rechazar los muros y
construir puentes entre
nuestras culturas y
tradiciones de fe. Sigamos
adelante con confianza,
valor y esperanza. Shalom!
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DISCURSO DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL
DE LOS CAPELLANES DE LAS CÁRCELES ITALIANAS
Palacio Apostólico Vaticano
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL
DE LOS CAPELLANES DE LAS CÁRCELES ITALIANAS
Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Miércoles 23 de Octubre de 2013
Miércoles 23 de Octubre de 2013
Queridos hermanos:
Os doy las gracias, y
desearía aprovechar este
encuentro con vosotros, que
trabajáis en las cárceles de
toda Italia, para hacer
llegar un saludo a todos los
detenidos. Por favor,
decidles que rezo por ellos,
les tengo en el corazón,
ruego al Señor y a la Virgen
para que puedan superar
positivamente este período
difícil de sus vidas. Que no
se desalienten, que no se
cierren. Vosotros sabéis que
un día todo va bien, pero
otro día están abatidos, y
esa oleada es difícil. El
Señor está cercano, pero
decid con los gestos, con
las palabras, con el corazón
que el Señor no se queda
fuera, no se queda fuera de
sus celdas, no se queda
fuera de las cárceles, sino
que está dentro, está allí.
Podéis decir esto: el Señor
está dentro con ellos;
también Él es un
encarcelado, todavía hoy,
prisionero de nuestros
egoísmos, de nuestros
sistemas, de muchas
injusticias, porque es fácil
castigar a los más débiles,
pero los peces grandes nadan
libremente en las aguas.
Ninguna celda está tan
aislada como para excluir al
Señor, ninguna; Él está
allí, llora con ellos,
trabaja con ellos, espera
con ellos; su amor paterno y
materno llega por todas
partes. Ruego para que cada
uno abra el corazón a este
amor. Cuando yo recibía una
carta de uno de ellos en
Buenos Aires les visitaba,
mientras que ahora cuando
todavía me escriben los de
Buenos Aires, alguna vez les
llamo, especialmente el
domingo, conversamos.
Después, cuando acabo,
pienso: ¿por qué él está
allí y no yo que tengo
tantos y más motivos para
estar allí? Pensar en esto
me hace bien: puesto que las
debilidades que tenemos son
las mismas, ¿por qué él ha
caído y no he caído yo? Para
mí esto es un misterio que
me hace orar y me hace
acercarme a los
encarcelados.
Y ruego también por
vosotros, capellanes, por
vuestro ministerio, que no
es fácil, es muy arduo y muy
importante, pues expresa una
de las obras de
misericordia; hace visible
la presencia del Señor en la
cárcel, en la celda.
Vosotros sois signo de la
cercanía de Cristo a estos
hermanos que tienen
necesidad de esperanza.
Recientemente habéis hablado
de una justicia de
reconciliación, pero también
de una justicia de
esperanza, de puertas
abiertas, de horizontes.
Esta no es una utopía, se
puede hacer. No es fácil,
porque nuestras debilidades
están por todas partes,
también el diablo está por
todas partes, las
tentaciones están por todas
partes, pero es necesario
siempre intentarlo.
Os deseo que el Señor
esté siempre con vosotros,
que os bendiga y que la
Virgen os proteja; siempre
en las manos de la Virgen,
porque ella es la madre de
todos vosotros y de todos
ellos en la cárcel. Os deseo
esto, ¡gracias! Y pidamos al
Señor que os bendiga a
vosotros y a vuestros amigos
y amigas de las cárceles;
pero antes roguemos a la
Virgen que nos lleve siempre
hacia Jesús: Ave María...
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DISCURSO DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DE LA FEDERACIÓN LUTERANA MUNDIAL
Y A ALGUNOS REPRESENTANTES
DE LA COMISIÓN PARA LA UNIDAD LUTERANO-CATÓLICA
A UNA DELEGACIÓN DE LA FEDERACIÓN LUTERANA MUNDIAL
Y A ALGUNOS REPRESENTANTES
DE LA COMISIÓN PARA LA UNIDAD LUTERANO-CATÓLICA
Lunes 21 de Octubre de
2013
Queridos hermanos y
hermanas luteranos,
y queridos hermanos católicos:
y queridos hermanos católicos:
De buen grado os doy la
bienvenida a todos vosotros,
delegación de la Federación
luterana mundial y
representantes de la
Comisión para la unidad
luterano-católica. Este
encuentro es una respuesta
al encuentro, muy cordial y
agradable, que mantuve con
usted, estimado obispo
Younan, y con el secretario
de la Federación luterana
mundial, reverendo Junge,
con ocasión de la
celebración de inicio de mi
ministerio como Obispo de
Roma.
Contemplo con sentido de
profunda gratitud al Señor
Jesucristo los numerosos
pasos que las relaciones
entre luteranos y católicos
han dado en las últimas
décadas, y no sólo a través
del diálogo teológico, sino
también mediante la
colaboración fraterna en
múltiples ámbitos pastorales
y, sobre todo, en el
compromiso de avanzar en el
ecumenismo espiritual. Este
último constituye, en cierto
sentido, el alma de nuestro
camino hacia la plena
comunión, y nos permite
pregustar de él ya desde
ahora algún fruto, si bien
imperfecto: en la medida en
que nos acercamos con
humildad de espíritu a
Nuestro Señor Jesucristo,
estamos seguros de
acercarnos también entre
nosotros; y en la medida en
que invocamos del Señor el
don de la unidad, tenemos la
certeza de que Él nos tomará
de la mano y Él será nuestro
guía. Es necesario dejarse
tomar de la mano por el
Señor Jesucristo.
Este año, como resultado
del diálogo teológico, que
ya cumple cincuenta años, y
en vista de la conmemoración
del quinto centenario de la
Reforma, se publicó el texto
de la Comisión para la
unidad luterano-católica,
con el significativo título:
«Del conflicto a la
comunión. La interpretación
luterano-católica de la
Reforma en 2017». Me parece
realmente importante para
todos el esfuerzo de
confrontarse en diálogo
sobre la realidad histórica
de la Reforma, sobre sus
consecuencias y las
respuestas que a ella se
dieron. Católicos y
luteranos pueden pedir
perdón por el mal causado
unos a otros y por las
culpas cometidas ante Dios,
y juntos gozar por la
nostalgia de unidad que el
Señor ha despertado en
nuestro corazón, y que nos
hace mirar adelante con una
mirada de esperanza.
A la luz del camino de
estos decenios, y de los
numerosos ejemplos de
comunión fraterna entre
luteranos y católicos, de lo
cual somos testigos,
confortados por la confianza
en la gracia que se nos da
en el Señor Jesucristo,
estoy seguro de que sabremos
llevar adelante nuestro
camino de diálogo y de
comunión, afrontando incluso
las cuestiones
fundamentales, como también
las divergencias que surgen
en el ámbito antropológico y
ético. Cierto, las
dificultades no faltan y no
faltarán, requerirán aún de
paciencia, diálogo,
comprensión recíproca, pero
no nos asustemos. Sabemos
bien —como muchas veces nos
recordó Benedicto XVI— que
la unidad no es
primariamente fruto de
nuestro esfuerzo, sino de la
acción del Espíritu Santo a
quien es necesario abrir
nuestro corazón con
confianza para que nos
conduzca por las vías de la
reconciliación y la
comunión.
El beato Juan Pablo II se
preguntaba: «¿Cómo anunciar
el Evangelio de la
reconciliación sin
comprometerse al mismo
tiempo en la obra de la
reconciliación de los
cristianos?» (Carta
encíclica
Ut unum sint,
98). Que la oración fiel y
constante en nuestras
comunidades sostenga el
diálogo teológico, la
renovación de la vida y la
conversión del corazón, a
fin de que, con la ayuda del
Dios uno y trino, podamos
caminar hacia la realización
del deseo del Hijo,
Jesucristo, que todos sean
uno. Gracias.
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DISCURSO
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS «PATRONS OF THE ARTS» DE LOS MUSEOS VATICANOS
A LOS «PATRONS OF THE ARTS» DE LOS MUSEOS VATICANOS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 19 de Octubre de 2013
Sábado 19 de Octubre de 2013
Queridos amigos, ¡buenos
días!
Doy la bienvenida a los
Patrons of the Arts
de los Museos vaticanos con
ocasión de esta
peregrinación a Roma, que
marca el trigésimo
aniversario de vuestra
fundación. A lo largo de los
últimos tres decenios, los
Patrons han dado una
considerable aportación para
la restauración de numerosos
tesoros de arte conservados
en las colecciones vaticanas
y, más en general, para la
realización de la función
religiosa, artística y
cultural de los Museos. Os
agradezco de corazón por
esto.
El nacimiento de los
Patrons of the Arts de
los Museos vaticanos fue
inspirado no sólo por un
encomiable sentido de
corresponsabilidad hacia la
herencia de arte sacro que
posee la Iglesia, sino
también por el deseo de dar
continuidad a los ideales
espirituales y religiosos
que condujeron a la creación
de las colecciones
pontificias. En cada época
la Iglesia recurrió a las
artes para expresar la
belleza de la propia fe y
proclamar el mensaje
evangélico de la grandeza de
la creación de Dios, de la
dignidad del hombre creado a
su imagen y semejanza, y del
poder de la muerte y
resurrección de Cristo que
trajo redención y
renacimiento a un mundo
marcado por la tragedia del
pecado y de la muerte. Los
Museos vaticanos, con su
única y rica historia,
ofrecen a innumerables
peregrinos y visitantes que
llegan a Roma la posibilidad
de encontrar este mensaje
mediante obras de arte que
dan testimonio de las
aspiraciones espirituales de
la humanidad, de los
sublimes misterios de la fe
cristiana y de la búsqueda
de esa belleza suprema que
encuentra su origen y su
realización en Dios.
Queridos amigos, que
vuestro apoyo a las obras de
arte de los Museos vaticanos
sea siempre un signo de
vuestra participación
interior en la vida y misión
de la Iglesia. Que sea
también expresión de nuestra
esperanza en la venida del
Reino cuya belleza, armonía
y paz son la expectativa de
cada corazón humano y la
inspiración de las más
elevadas aspiraciones
artísticas del género
humano. Sobre vosotros,
sobre vuestras familias y
sobre todos vuestros
afiliados, imparto de
corazón la bendición
apostólica como prenda de
constante alegría y paz en
el Señor.
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DISCURSO DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN INTERNACIONAL
PARA LAS TRADUCCIONES DEL MISAL EN INGLÉS
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN INTERNACIONAL
PARA LAS TRADUCCIONES DEL MISAL EN INGLÉS
Palacio Apostólico Vaticano
Sala de
los Papas
Viernes 18 de Octubre de 2013
Viernes 18 de Octubre de 2013
Queridos hermanos en el
episcopado,
queridos amigos:
queridos amigos:
Doy la bienvenida a los
miembros y a los oficiales
de la International
Commission on English in the
Liturgy, en el contexto
de vuestro encuentro en Roma
para celebrar el 50°
aniversario de la creación
de la Comisión. Doy las
gracias al arzobispo
monseñor Arthur Roche,
secretario de la
Congregación para el culto
divino y la disciplina de
los sacramentos y
ex presidente del ICEL, por
las palabras que me ha
dirigido al presentaros a
todos vosotros. A través de
vosotros, deseo enviar mi
saludo y la expresión de mi
gratitud a las Conferencias
episcopales que representáis
y a los consultores y al
personal que trabaja en la
Comisión.
Fundada para contribuir a
la puesta en práctica de la
gran renovación litúrgica
deseada por la Constitución
sobre la sagrada liturgia
del Concilio Vaticano II, el
ICEL
fue también uno de los
signos del espíritu de
colegialidad episcopal que
encuentra expresión en la
Constitución dogmática sobre
la Iglesia del Concilio (cf.
Lumen gentium, nn.
22-25). El presente
aniversario es una ocasión
para dar gracias por el
inmenso trabajo que la
Comisión ha realizado a lo
largo de los cincuenta años
transcurridos, no sólo para
preparar las traducciones en
lengua inglesa de los textos
de la liturgia, sino también
para progresar en el
estudio, la comprensión y la
apropiación de la rica
tradición eucológica y
sacramental de la Iglesia.
El trabajo de la Comisión ha
contribuido también de modo
significativo a una
consciente, activa y devota
participación en la liturgia
pedida por el Concilio,
participación que, como
Benedicto XVI nos ha
justamente recordado,
necesita ser comprendida de
modo aún más profundo
«partiendo de una mayor toma
de conciencia del misterio
que se celebra y de su
relación con la vida
cotidiana» (Exhort. ap.
Sacramentum caritatis,
52). Los frutos de vuestro
trabajo han servido para dar
forma a la oración de un
gran número de católicos y
han contribuido también a la
comprensión de la fe, al
ejercicio del sacerdocio
común de los fieles y a la
renovación del dinamismo
evangelizador de la Iglesia,
todos temas centrales en la
enseñanza conciliar. En
verdad, como destacó el
beato Juan Pablo II, «para
muchos el mensaje del
Concilio Vaticano II ha sido
percibido ante todo mediante
la reforma litúrgica» (Carta
ap.
Vicesimus quintus
annus, n. 12).
Queridos amigos, ayer por
la tarde habéis celebrado
una solemne misa de acción
de gracias junto a la tumba
del Apóstol Pedro, bajo la
gran inscripción que dice: «Hinc
una fides mundo refulget;
hinc unitas sacerdotii
exoritur». Al hacer
posible a un gran número de
fieles diseminados por el
mundo rezar con un lenguaje
común, vuestra Comisión dio
su aportación para el
fortalecimiento de la unidad
de la Iglesia en la fe y en
la comunión sacramental.
Esta unidad y comunión, que
encuentra su propio origen
en la Santísima Trinidad,
constantemente reconcilia y
aumenta la riqueza de la
diversidad. Que vuestro
continuo esfuerzo ayude a
realizar aún más plenamente
la esperanza expresada por
el Papa Pablo VI al
promulgar el misal romano:
que «en la gran diversidad
de las lenguas, una única
oración se eleve como
ofrenda agradable al Padre
nuestro del cielo, mediante
nuestro Sumo Sacerdote
Jesucristo, en el Espíritu
Santo».
A vosotros y a todos los
que colaboran en el trabajo
de la Comisión imparto de
corazón la bendición
apostólica, como signo de
abundante paz y alegría en
el Señor.
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Editrice Vaticana
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