lunes, 4 de noviembre de 2013

FRANCISCO: Discursos segunda quincena de Octubre (26 [3], 25, 24, 23, 21, 19 y 18)

ENTREGA DEL "PREMIO RATZINGER" 2013
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado de 26 de Octubre de 2013



Queridos hermanos y hermanas:


Os doy las gracias y me alegra encontrarme con vosotros, sobre todo como signo de nuestro reconocimiento y de nuestro gran afecto hacia el Papa Emérito Benedicto XVI.


Desearía compartir con vosotros una reflexión que me surge espontánea cuando pienso en el don verdaderamente singular que él hizo a la Iglesia con los libros sobre Jesús de Nazaret.


Recuerdo que cuando salió el primer tomo, algunos decían: pero, ¿qué es esto? Un Papa no escribe libros de teología, escribe encíclicas... Ciertamente el Papa Benedicto se había planteado esta cuestión, pero también en ese caso, como siempre, él siguió la voz del Señor en su conciencia iluminada. Con esos libros él no hizo magisterio en sentido propio, y no hizo un estudio académico. Él hizo un regalo a la Iglesia, y a todos los hombres, de lo más valioso que tenía: su conocimiento de Jesús, fruto de años y años de estudio, de confrontación teológica y de oración. Porque Benedicto XVI hacía teología de rodillas, y todos lo sabemos. Y ésta la puso a disposición de la forma más accesible.


Nadie puede medir cuánto bien ha hecho con este don. ¡Sólo el Señor lo sabe! Pero todos nosotros tenemos una cierta percepción de ello, por haber escuchado a muchas personas que gracias a los libros sobre Jesús de Nazaret alimentaron su fe, la profundizaron o, incluso, se acercaron por primera vez a Cristo de forma adulta, conjugando las exigencias de la razón con la búsqueda del rostro de Dios.


Al mismo tiempo, la obra de Benedicto XVI ha estimulado una nueva época de estudios sobre los Evangelios entre historia y cristología, y en este ámbito se sitúa también vuestro Simposio, por el cual me congratulo con los organizadores y relatores.


Felicitaciones especiales dirijo al reverendo profesor Richard Burridge y al profesor Christian Schaller, a quienes ha sido asignado este año el Premio Ratzinger. En nombre también de mi amado Predecesor —con quien he estado hace tres o cuatro días— os expreso vivas felicitaciones: que el Señor os bendiga siempre a vosotros y vuestro trabajo al servicio de su Reino.


Que os bendiga a todos vosotros, queridos amigos, y a vuestros seres queridos. ¡Gracias!


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS FAMILIAS DEL MUNDO CON OCASIÓN
DE SU PEREGRINACIÓN A ROMA EN EL AÑO DE LA FE


Plaza de San Pedro
Sábado 26 de Octubre de 2013



Queridas familias: 

Buenas tardes y bienvenidas a Roma.


Han llegado en peregrinación de muchas partes del mundo para profesar su fe ante el sepulcro de San Pedro. Esta plaza les acoge y les abraza: formamos un solo pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor que nos ama y no nos abandona. Saludo también a todas las familias que nos siguen por televisión e internet: una plaza que se ensancha sin fronteras.


Han querido llamar a este momento: “Familia, vive la alegría de la fe”. Me gusta este título. He escuchado sus experiencias, las historias que han contado. He visto a muchos niños, muchos abuelos… He sentido el dolor de las familias que viven en medio de la pobreza y de la guerra. He escuchado a los jóvenes que quieren casarse, aunque se encuentran con mil dificultades. Y, en medio de todo esto, nos preguntamos: ¿cómo es posible vivir hoy la alegría de la fe en familia? Pero además les pregunto: “¿Es posible vivir esta alegría o no es posible?”.


1. Hay unas palabras de Jesús, en el Evangelio de Mateo, que vienen en nuestra ayuda: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les aliviaré” (Mt 11,28). La vida a menudo es pesada, muchas veces incluso trágica. Lo hemos oído recientemente… Trabajar cansa; buscar trabajo es duro. Y encontrar trabajo hoy requiere mucho esfuerzo. Pero lo que más pesa en la vida no es esto: lo que más cuesta de todas estas cosas es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser querido. Algunos silencios pesan, a veces incluso en la familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor las dificultades son más duras, inaguantables. Pienso en los ancianos solos, en las familias que lo pasan mal porque no reciben ayuda para atender a quien necesita cuidados especiales en la casa. “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados”, dice Jesús.


Queridas familias, el Señor conoce nuestras dificultades: ¡las conoce! Y conoce los pesos de nuestra vida. Pero el Señor sabe también que dentro de nosotros hay un profundo anhelo de encontrar la alegría del consuelo. ¿Recuerdan? Jesús dijo: “Su alegría llegue a plenitud” (Jn 15,11). Jesús quiere que nuestra alegría sea plena. Se lo dijo a los apóstoles y nos lo repite a nosotros hoy. Esto es lo primero que quería compartir con ustedes esta tarde, y son unas palabras de Jesús: Vengan a mí, familias de todo el mundo –dice Jesús–, y yo les aliviaré, para que su alegría llegue a plenitud. Y estas palabras de Jesús llévenlas a casa, llévenlas en el corazón, compártanlas en familia. Nos invita a ir a Él para darnos, para dar a todos la alegría.


2. Las siguientes palabras, las tomo del rito del Matrimonio. Quien se casa dice en el Sacramento: “Prometo serte siempre fiel, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Los esposos en ese momento no saben lo que sucederá, no saben la prosperidad o adversidad que les espera. Se ponen en marcha, como Abrahán; se ponen en camino juntos. ¡Y esto es el matrimonio! Ponerse en marcha, caminar juntos, mano con mano, confiando en la gran mano del Señor. ¡Mano con mano, siempre y para toda la vida! Y sin dejarse llevar por esta cultura de la provisionalidad, que nos hace trizas la vida.


Con esta confianza en la fidelidad de Dios se afronta todo, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y peligros de la vida. Pero no tienen miedo a asumir su responsabilidad, ante Dios y ante la sociedad. Sin huir, sin aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo hijos. –Pero, Padre, hoy es difícil… -Ciertamente es difícil. Por eso se necesita la gracia, la gracia que nos da el Sacramento. Los Sacramentos no son un adorno en la vida. “Pero qué hermoso matrimonio, qué bonita ceremonia, qué gran fiesta!”. Eso no es el Sacramento; no es ésa la gracia del Sacramento. Eso es un adorno. Y la gracia no es para decorar la vida, es para darnos fuerza en la vida, para darnos valor, para poder caminar adelante. Sin aislarse, siempre juntos. Los cristianos se casan mediante el Sacramento porque saben que lo necesitan. Les hace falta para estar unidos entre sí y para cumplir su misión como padres: “En la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad”. Así dicen los esposos en el Sacramento y en la celebración de su Matrimonio rezan juntos y con la comunidad. ¿Por qué? ¿Porque así se suele hacer? No. Lo hacen porque tienen necesidad, para el largo viaje que han de hacer juntos: un largo viaje que no es a tramos, ¡dura toda la vida! Y necesitan la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para quererse el uno al otro día a día, y perdonarse cada día. Y esto es importante. Saber perdonarse en las familias, porque todos tenemos defectos, ¡todos! A veces hacemos cosas que no son buenas y hacen daño a los demás. Tener el valor de pedir perdón cuando nos equivocamos en la familia… Hace unas semanas dije en esta plaza que para sacar adelante una familia es necesario usar tres palabras. Quisiera repetirlo. Tres palabras: permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave! Pedimos permiso para ser respetuosos en la familia. “¿Puedo hacer esto? ¿Te gustaría que hiciese eso?”. 
 Con el lenguaje de pedir permiso. ¡Digamos gracias, gracias por el amor! Pero dime, ¿cuántas veces al día dices gracias a tu mujer, y tú a tu marido? ¡Cuántos días pasan sin pronunciar esta palabra: Gracias! Y la última: perdón: Todos nos equivocamos y a veces alguno se ofende en la familia y en el matrimonio, y algunas veces –digo yo- vuelan los platos, se dicen palabras fuertes, per escuchen este consejo: no acaben la jornada sin hacer las paces. ¡La paz se renueva cada día en la familia! “¡Perdóname!”. Y así se empieza de nuevo. Permiso, gracias, perdón. ¿Lo decimos juntos? (Responden: Sí). ¡Permiso, gracias, perdón! Usemos estas tres palabras en la familia. ¡Perdonarse cada día!


En la vida de una familia hay muchos momentos hermosos: el descanso, la comida juntos, la salida al parque o al campo, la visita a los abuelos, la visita a una persona enferma… Pero si falta el amor, falta la alegría, falta la fiesta, y el amor nos lo da siempre Jesús: Él es la fuente inagotable. Allí Él, en el Sacramento, nos da su Palabra y nos da el Pan de vida, para que nuestra alegría llegue a plenitud.


3. Y para concluir, aquí adelante se encuentra el icono de la Presentación de Jesús en el Templo. Es un icono realmente hermoso e importante. Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de esta escena han hecho su camino: María y José se han puesto en marcha, como peregrinos a Jerusalén, para cumplir la ley del Señor; del mismo modo el viejo Simeón y la profetisa Ana, también ella muy anciana, han llegado al Templo llevados por el Espíritu Santo. La escena nos muestra este encuentro de tres generaciones, el encuentro de tres generaciones: Simeón tiene en brazos al Niño Jesús, en el cual reconoce al Mesías, y Ana aparece alabando a Dios y anunciando la salvación a quien espera la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como memoria. Y yo les pregunto: “¿Ustedes escuchan a los abuelos? ¿Abren su corazón a la memoria que nos transmiten los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, son la sabiduría de un pueblo. Y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. ¡Escuchar a los abuelos! María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús, que es el cumplimiento de todas las promesas. Toda familia, como la de Nazaret, forma parte de la historia de un pueblo y no podría existir sin las generaciones precedentes. Y por eso hoy tenemos aquí a los abuelos y a los niños. Los niños aprenden de los abuelos, de la generación precedente.


Queridas familias, también ustedes son parte del pueblo de Dios. Caminen con alegría junto a este pueblo. Permanezcan siempre unidas a Jesús y den testimonio de Él a todos. Les agradezco que hayan venido. Juntos, hagamos nuestras las palabras de San Pedro, que nos dan y nos seguirán dando fuerza en los momentos difíciles: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Con la gracia de Cristo, vivan la alegría de fe. El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les proteja y les acompañe. Gracias.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
 EN EL ENCUENTRO CON EXALUMNOS JESUITAS DE URUGUAY


Palacio Apostólico Vaticano
Sala de los Papa
26 de Octubre de 2013



Nuevamente les quiero agradecer la visita y el saludo. ¡Me traen tantos recuerdos de allá! Lo único que me extraña es que no haya ninguno con el mate. ¿No se animaron? Ahí les faltó la veta uruguaya. Porque cuando vino el Presidente de ustedes estábamos con el mate. Bueno, gracias en serio.


Veo que hay muchos chicos; es una promesa y una esperanza. A mí esto me trae muchos recuerdos de los compañeros que han organizado esto, y cosas lindas.


No sé cuándo está planeado ir allá, antes del dieciséis no, seguro. Pero lo que sí es seguro es que si visito Argentina, tengo que visitar Chile y Uruguay, los tres juntos. Así que estaremos allí.


Bueno, les agradezco todo de nuevo, y les pido un favor, que recen por mí, ¿eh? Porque acá la gente es muy buena, son buenos compañeros y todos trabajan juntos, pero el trabajo es mucho, y no se da abasto. Recen por mí, por los colaboradores, para que podamos seguir adelante. ¿Eh? Gracias, muchas gracias.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL
CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA
 

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 25 de Octubre de 2013

 

Señores Cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:


Os doy la bienvenida con ocasión de la XXI Asamblea plenaria y doy las gracias al presidente, monseñor Vincenzo Paglia, por las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. Gracias.


El primer punto sobre el que desearía detenerme es éste: la familia es una comunidad de vida que tiene una consistencia autónoma propia. Como escribió el beato Juan Pablo II en la exhortación apostólica Familiaris consortio, la familia no es la suma de las personas que la constituyen, sino una «comunidad de personas» (cf. nn. 17-18). Y una comunidad es más que la suma de las personas. Es el lugar donde se aprende a amar, el centro natural de la vida humana. Está hecha de rostros, de personas que aman, dialogan, se sacrifican por los demás y defienden la vida, sobre todo la más frágil, más débil. Se podría decir, sin exagerar, que la familia es el motor del mundo y de la historia. Cada uno de nosotros construye la propia personalidad en la familia, creciendo con la mamá y el papá, los hermanos y las hermanas, respirando el calor de la casa. La familia es el lugar donde recibimos el nombre, es el lugar de los afectos, el espacio de la intimidad, donde se aprende el arte del diálogo y de la comunicación interpersonal. En la familia la persona toma conciencia de la propia dignidad y, especialmente si la educación es cristiana, reconoce la dignidad de cada persona, de modo particular de la enferma, débil, marginada.


Todo esto es la comunidad-familia, que pide ser reconocida como tal, más aún hoy, cuando prevalece la tutela de los derechos individuales. Y debemos defender el derecho de esta comunidad: la familia. Por esto habéis hecho bien en poner una atención particular en la Carta de los derechos de la familia, presentada justamente hace treinta años, el 22 de octubre del '83.


Vamos al segundo punto —se dice que los jesuitas hablamos siempre en tres puntos: uno, dos, tres. Segundo punto: la familia se funda en el matrimonio. A través de un acto de amor libre y fiel, los esposos cristianos testimonian que el matrimonio, en cuanto sacramento, es la base sobre la que se funda la familia y hace más sólida la unión de los cónyuges y su donación recíproca. El matrimonio es como si fuera un primer sacramento del humano, donde la persona se descubre a sí misma, se auto-comprende en relación con los demás y en relación con el amor que es capaz de recibir y de dar. El amor esponsal y familiar revela también claramente la vocación de la persona a amar de modo único y para siempre, y que las pruebas, los sacrificios y las crisis de la pareja como de la propia familia representan pasos para crecer en el bien, en la verdad y en la belleza. En el matrimonio la donación es completa, sin cálculos ni reservas, compartiendo todo, dones y renuncias, confiando en la Providencia de Dios. Es ésta la experiencia que los jóvenes pueden aprender de los padres y de los abuelos. Es una experiencia de fe en Dios y de confianza recíproca, de libertad profunda, de santidad, porque la santidad supone donarse con fidelidad y sacrificio cada día de la vida. Pero hay problemas en el matrimonio. Siempre distintos puntos de vistas, celos, se pelea. Pero hay que decir a los jóvenes esposos que jamás acaben la jornada sin hacer las paces entre ellos. El Sacramento del matrimonio se renueva en este acto de paz tras una discusión, un malentendido, unos celos escondidos, también un pecado. Hacer la paz que da unidad a la familia; y esto decirlo a los jóvenes, a las jóvenes parejas, que no es fácil ir por este camino, pero es muy bello este camino, muy bello. Hay que decirlo.


Quisiera ahora hacer al menos una alusión a dos fases de la vida familiar: la infancia y la vejez. Niños y ancianos representan los dos polos de la vida y también los más vulnerables, frecuentemente los más olvidados. Cuando yo confieso a un hombre o a una mujer casados, jóvenes, y en la confesión sale algo referido al hijo o a la hija, yo pregunto: ¿pero cuántos hijos tiene usted? Y me dicen, tal vez esperan otra pregunta después de ésta. Pero yo siempre hago esta segunda pregunta: Y dígame, señor o señora, ¿usted juega con sus hijos? —¿Cómo, padre?— ¿Usted pierde tiempo con sus hijos? ¿Usted juega con sus hijos? —Pues no, ya sabe usted, cuando salgo de casa por la mañana —me dice el hombre— todavía duermen y cuando regreso están en la cama. También la gratuidad, esa gratuidad del papá y de la mamá con los hijos, es muy importante: «perder tiempo» con los hijos, jugar con los hijos. Una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro. Y vosotros hacéis la valoración sobre qué hace esta cultura nuestra hoy, ¿no? Con esto. Cada vez que un niño es abandonado y un anciano marginado, se realiza no sólo un acto de injusticia, sino que se ratifica también el fracaso de esa sociedad. Ocuparse de los pequeños y de los ancianos es una elección de civilización. Y es también el futuro, porque los pequeños, los niños, los jóvenes llevarán adelante esa sociedad con su fuerza, su juventud, y los ancianos la llevarán adelante con su sabiduría, su memoria, que nos deben dar a todos nosotros.


Y me da alegría que el Consejo pontificio para la familia haya ideado esta nueva imagen de la familia, que retoma la escena de la Presentación de Jesús en el templo, con María y José que llevan al Niño, para cumplir la Ley, y a los dos ancianos Simeón y Ana, que, movidos por el Espíritu, le acogen como el Salvador. Es significativo el título del icono: «De generación en generación se extiende su misericordia». La Iglesia que atiende a los niños y a los ancianos se convierte en la madre de las generaciones de los creyentes y, al mismo tiempo, sirve a la sociedad humana para que un espíritu de amor, de familiaridad y de solidaridad ayude a todos a redescubrir la paternidad y la maternidad de Dios. Y me gusta, cuando leo este pasaje del Evangelio, pensar en que los jóvenes, José y María, también el Niño, hacen todo lo que la Ley dice. Cuatro veces lo dice san Lucas: para cumplir la Ley. Son obedientes a la Ley, ¡los jóvenes! Y los dos ancianos, hacen ruido. Simeón inventa en aquel momento una liturgia propia y alaba, las alabanzas a Dios. Y la ancianita va y charla, predica con las charlas: «¡Miradle!». ¡Qué libres son! Y tres veces de los ancianos se dice que son conducidos por el Espíritu Santo. Los jóvenes por la Ley, estos por el Espíritu Santo. Mirar a los ancianos que tienen este espíritu dentro, ¡escucharles!


La «buena noticia» de la familia es una parte muy importante de la evangelización, que los cristianos pueden comunicar a todos, con el testimonio de la vida; y ya lo hacen, esto es evidente en las sociedades secularizadas: las familias verdaderamente cristianas se reconocen por la fidelidad, por la paciencia, por la apertura a la vida, por el respeto a los ancianos... El secreto de todo esto es la presencia de Jesús en la familia. Propongamos por lo tanto a todos, con respeto y valentía, la belleza del matrimonio y de la familia iluminados por el Evangelio. Y por esto nos acercamos con atención y afecto a las familias en dificultades, a las que están obligadas a dejar su tierra, que están partidas, que no tienen casa o trabajo, o por muchos motivos están sufriendo; a los cónyuges en crisis y a los ya separados. A todos queremos estarles cerca con el anuncio de este Evangelio de la familia, de esta belleza de la familia.


Queridos amigos, los trabajos de vuestra Plenaria pueden ser una contribución preciosa en vista del próximo Sínodo extraordinario de los obispos, que estará dedicado a la familia. También por esto os doy las gracias. Os encomiendo a la Sagrada Familia de Nazaret y de corazón os doy mi bendición.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DEL "SIMON WIESENTHAL CENTER"
 

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 24 de Octubre de 2013



Queridos amigos:


Doy la bienvenida a la delegación del Simon Wiesenthal Center, organización internacional judía para la defensa de los derechos humanos. Sé que esta cita había sido acordada hace ya tiempo por mi amado Predecesor Benedicto XVI, a quien habíais pedido visitarle y a quien se dirige siempre nuestro afectuoso recuerdo y nuestra oración.


Estos encuentros, por vuestra parte, son un signo de respeto y de estima hacia los Obispos de Roma, por lo que estoy agradecido y a lo cual corresponde la consideración del Papa por la obra a la que os dedicáis: combatir toda forma de racismo, intolerancia y antisemitismo, preservando la memoria de la Shoah y promoviendo la comprensión mutua mediante la formación y el compromiso social.


He tenido ocasión de reafirmar otras veces, en estas últimas semanas, la condena de la Iglesia hacia toda forma de antisemitismo. Hoy desearía destacar cómo el problema de la intolerancia debe ser afrontado en su conjunto: allí donde se persigue y se margina a una minoría por causa de sus convicciones religiosas o étnicas está en peligro el bien de toda una sociedad y todos debemos sentirnos implicados. Pienso con especial dolor en los sufrimientos, la marginación y las auténticas persecuciones que no pocos cristianos están sufriendo en diversos países del mundo. Unamos nuestras fuerzas para favorecer una cultura del encuentro, del respeto, de la comprensión y del perdón mutuos.


Para la construcción de una cultura así desearía destacar, en particular, la importancia de la formación: una formación que no es sólo transmisión de conocimientos, sino paso de un testimonio vivido, que presupone el establecimiento de una comunión de vida, de una «alianza» con las jóvenes generaciones, siempre abierta a la verdad. A ellas, en efecto, debemos saber transmitir no sólo conocimientos sobre la historia del diálogo judeo-católico, las dificultades afrontadas y los progresos realizados en las últimas décadas: sobre todo debemos ser capaces de transmitir la pasión por el encuentro y el conocimiento del otro, promoviendo una implicación activa y responsable de nuestros jóvenes. En esto, es de gran importancia el compromiso compartido al servicio de la sociedad y de los más débiles. Os aliento a seguir transmitiendo a los jóvenes el valor del esfuerzo común para rechazar los muros y construir puentes entre nuestras culturas y tradiciones de fe. Sigamos adelante con confianza, valor y esperanza. Shalom!


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL
DE LOS CAPELLANES DE LAS CÁRCELES ITALIAN
AS

Palacio Apostólico Vaticano
 Aula Pablo VI
Miércoles 23 de Octubre de 2013


Queridos hermanos:


Os doy las gracias, y desearía aprovechar este encuentro con vosotros, que trabajáis en las cárceles de toda Italia, para hacer llegar un saludo a todos los detenidos. Por favor, decidles que rezo por ellos, les tengo en el corazón, ruego al Señor y a la Virgen para que puedan superar positivamente este período difícil de sus vidas. Que no se desalienten, que no se cierren. Vosotros sabéis que un día todo va bien, pero otro día están abatidos, y esa oleada es difícil. El Señor está cercano, pero decid con los gestos, con las palabras, con el corazón que el Señor no se queda fuera, no se queda fuera de sus celdas, no se queda fuera de las cárceles, sino que está dentro, está allí. Podéis decir esto: el Señor está dentro con ellos; también Él es un encarcelado, todavía hoy, prisionero de nuestros egoísmos, de nuestros sistemas, de muchas injusticias, porque es fácil castigar a los más débiles, pero los peces grandes nadan libremente en las aguas. Ninguna celda está tan aislada como para excluir al Señor, ninguna; Él está allí, llora con ellos, trabaja con ellos, espera con ellos; su amor paterno y materno llega por todas partes. Ruego para que cada uno abra el corazón a este amor. Cuando yo recibía una carta de uno de ellos en Buenos Aires les visitaba, mientras que ahora cuando todavía me escriben los de Buenos Aires, alguna vez les llamo, especialmente el domingo, conversamos. Después, cuando acabo, pienso: ¿por qué él está allí y no yo que tengo tantos y más motivos para estar allí? Pensar en esto me hace bien: puesto que las debilidades que tenemos son las mismas, ¿por qué él ha caído y no he caído yo? Para mí esto es un misterio que me hace orar y me hace acercarme a los encarcelados.


Y ruego también por vosotros, capellanes, por vuestro ministerio, que no es fácil, es muy arduo y muy importante, pues expresa una de las obras de misericordia; hace visible la presencia del Señor en la cárcel, en la celda. Vosotros sois signo de la cercanía de Cristo a estos hermanos que tienen necesidad de esperanza. Recientemente habéis hablado de una justicia de reconciliación, pero también de una justicia de esperanza, de puertas abiertas, de horizontes. Esta no es una utopía, se puede hacer. No es fácil, porque nuestras debilidades están por todas partes, también el diablo está por todas partes, las tentaciones están por todas partes, pero es necesario siempre intentarlo.


Os deseo que el Señor esté siempre con vosotros, que os bendiga y que la Virgen os proteja; siempre en las manos de la Virgen, porque ella es la madre de todos vosotros y de todos ellos en la cárcel. Os deseo esto, ¡gracias! Y pidamos al Señor que os bendiga a vosotros y a vuestros amigos y amigas de las cárceles; pero antes roguemos a la Virgen que nos lleve siempre hacia Jesús: Ave María...


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DE LA FEDERACIÓN LUTERANA MUNDIAL
Y A ALGUNOS REPRESENTANTES
DE LA COMISIÓN PARA LA UNIDAD LUTERANO-CATÓLICA

 
Lunes 21 de Octubre de 2013



Queridos hermanos y hermanas luteranos,
y queridos hermanos católicos:


De buen grado os doy la bienvenida a todos vosotros, delegación de la Federación luterana mundial y representantes de la Comisión para la unidad luterano-católica. Este encuentro es una respuesta al encuentro, muy cordial y agradable, que mantuve con usted, estimado obispo Younan, y con el secretario de la Federación luterana mundial, reverendo Junge, con ocasión de la celebración de inicio de mi ministerio como Obispo de Roma.


Contemplo con sentido de profunda gratitud al Señor Jesucristo los numerosos pasos que las relaciones entre luteranos y católicos han dado en las últimas décadas, y no sólo a través del diálogo teológico, sino también mediante la colaboración fraterna en múltiples ámbitos pastorales y, sobre todo, en el compromiso de avanzar en el ecumenismo espiritual. Este último constituye, en cierto sentido, el alma de nuestro camino hacia la plena comunión, y nos permite pregustar de él ya desde ahora algún fruto, si bien imperfecto: en la medida en que nos acercamos con humildad de espíritu a Nuestro Señor Jesucristo, estamos seguros de acercarnos también entre nosotros; y en la medida en que invocamos del Señor el don de la unidad, tenemos la certeza de que Él nos tomará de la mano y Él será nuestro guía. Es necesario dejarse tomar de la mano por el Señor Jesucristo.


Este año, como resultado del diálogo teológico, que ya cumple cincuenta años, y en vista de la conmemoración del quinto centenario de la Reforma, se publicó el texto de la Comisión para la unidad luterano-católica, con el significativo título: «Del conflicto a la comunión. La interpretación luterano-católica de la Reforma en 2017». Me parece realmente importante para todos el esfuerzo de confrontarse en diálogo sobre la realidad histórica de la Reforma, sobre sus consecuencias y las respuestas que a ella se dieron. Católicos y luteranos pueden pedir perdón por el mal causado unos a otros y por las culpas cometidas ante Dios, y juntos gozar por la nostalgia de unidad que el Señor ha despertado en nuestro corazón, y que nos hace mirar adelante con una mirada de esperanza.


A la luz del camino de estos decenios, y de los numerosos ejemplos de comunión fraterna entre luteranos y católicos, de lo cual somos testigos, confortados por la confianza en la gracia que se nos da en el Señor Jesucristo, estoy seguro de que sabremos llevar adelante nuestro camino de diálogo y de comunión, afrontando incluso las cuestiones fundamentales, como también las divergencias que surgen en el ámbito antropológico y ético. Cierto, las dificultades no faltan y no faltarán, requerirán aún de paciencia, diálogo, comprensión recíproca, pero no nos asustemos. Sabemos bien —como muchas veces nos recordó Benedicto XVI— que la unidad no es primariamente fruto de nuestro esfuerzo, sino de la acción del Espíritu Santo a quien es necesario abrir nuestro corazón con confianza para que nos conduzca por las vías de la reconciliación y la comunión.


El beato Juan Pablo II se preguntaba: «¿Cómo anunciar el Evangelio de la reconciliación sin comprometerse al mismo tiempo en la obra de la reconciliación de los cristianos?» (Carta encíclica Ut unum sint, 98). Que la oración fiel y constante en nuestras comunidades sostenga el diálogo teológico, la renovación de la vida y la conversión del corazón, a fin de que, con la ayuda del Dios uno y trino, podamos caminar hacia la realización del deseo del Hijo, Jesucristo, que todos sean uno. Gracias.
 

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS «PATRONS OF THE ARTS» DE LOS MUSEOS VATICANOS

 
Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Sábado 19 de Octubre de 2013
 


Queridos amigos, ¡buenos días!


Doy la bienvenida a los Patrons of the Arts de los Museos vaticanos con ocasión de esta peregrinación a Roma, que marca el trigésimo aniversario de vuestra fundación. A lo largo de los últimos tres decenios, los Patrons han dado una considerable aportación para la restauración de numerosos tesoros de arte conservados en las colecciones vaticanas y, más en general, para la realización de la función religiosa, artística y cultural de los Museos. Os agradezco de corazón por esto.


El nacimiento de los Patrons of the Arts de los Museos vaticanos fue inspirado no sólo por un encomiable sentido de corresponsabilidad hacia la herencia de arte sacro que posee la Iglesia, sino también por el deseo de dar continuidad a los ideales espirituales y religiosos que condujeron a la creación de las colecciones pontificias. En cada época la Iglesia recurrió a las artes para expresar la belleza de la propia fe y proclamar el mensaje evangélico de la grandeza de la creación de Dios, de la dignidad del hombre creado a su imagen y semejanza, y del poder de la muerte y resurrección de Cristo que trajo redención y renacimiento a un mundo marcado por la tragedia del pecado y de la muerte. Los Museos vaticanos, con su única y rica historia, ofrecen a innumerables peregrinos y visitantes que llegan a Roma la posibilidad de encontrar este mensaje mediante obras de arte que dan testimonio de las aspiraciones espirituales de la humanidad, de los sublimes misterios de la fe cristiana y de la búsqueda de esa belleza suprema que encuentra su origen y su realización en Dios.


Queridos amigos, que vuestro apoyo a las obras de arte de los Museos vaticanos sea siempre un signo de vuestra participación interior en la vida y misión de la Iglesia. Que sea también expresión de nuestra esperanza en la venida del Reino cuya belleza, armonía y paz son la expectativa de cada corazón humano y la inspiración de las más elevadas aspiraciones artísticas del género humano. Sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todos vuestros afiliados, imparto de corazón la bendición apostólica como prenda de constante alegría y paz en el Señor.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN INTERNACIONAL
PARA LAS TRADUCCIONES DEL MISAL EN INGLÉS


Palacio Apostólico Vaticano
Sala de los Papas
Viernes 18 de Octubre de 2013



Queridos hermanos en el episcopado,
queridos amigos:


Doy la bienvenida a los miembros y a los oficiales de la International Commission on English in the Liturgy, en el contexto de vuestro encuentro en Roma para celebrar el 50° aniversario de la creación de la Comisión. Doy las gracias al arzobispo monseñor Arthur Roche, secretario de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos y ex presidente del ICEL, por las palabras que me ha dirigido al presentaros a todos vosotros. A través de vosotros, deseo enviar mi saludo y la expresión de mi gratitud a las Conferencias episcopales que representáis y a los consultores y al personal que trabaja en la Comisión.


Fundada para contribuir a la puesta en práctica de la gran renovación litúrgica deseada por la Constitución sobre la sagrada liturgia del Concilio Vaticano II, el ICEL fue también uno de los signos del espíritu de colegialidad episcopal que encuentra expresión en la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio (cf. Lumen gentium, nn. 22-25). El presente aniversario es una ocasión para dar gracias por el inmenso trabajo que la Comisión ha realizado a lo largo de los cincuenta años transcurridos, no sólo para preparar las traducciones en lengua inglesa de los textos de la liturgia, sino también para progresar en el estudio, la comprensión y la apropiación de la rica tradición eucológica y sacramental de la Iglesia. El trabajo de la Comisión ha contribuido también de modo significativo a una consciente, activa y devota participación en la liturgia pedida por el Concilio, participación que, como Benedicto XVI nos ha justamente recordado, necesita ser comprendida de modo aún más profundo «partiendo de una mayor toma de conciencia del misterio que se celebra y de su relación con la vida cotidiana» (Exhort. ap. Sacramentum caritatis, 52). Los frutos de vuestro trabajo han servido para dar forma a la oración de un gran número de católicos y han contribuido también a la comprensión de la fe, al ejercicio del sacerdocio común de los fieles y a la renovación del dinamismo evangelizador de la Iglesia, todos temas centrales en la enseñanza conciliar. En verdad, como destacó el beato Juan Pablo II, «para muchos el mensaje del Concilio Vaticano II ha sido percibido ante todo mediante la reforma litúrgica» (Carta ap. Vicesimus quintus annus, n. 12).


Queridos amigos, ayer por la tarde habéis celebrado una solemne misa de acción de gracias junto a la tumba del Apóstol Pedro, bajo la gran inscripción que dice: «Hinc una fides mundo refulget; hinc unitas sacerdotii exoritur». Al hacer posible a un gran número de fieles diseminados por el mundo rezar con un lenguaje común, vuestra Comisión dio su aportación para el fortalecimiento de la unidad de la Iglesia en la fe y en la comunión sacramental. Esta unidad y comunión, que encuentra su propio origen en la Santísima Trinidad, constantemente reconcilia y aumenta la riqueza de la diversidad. Que vuestro continuo esfuerzo ayude a realizar aún más plenamente la esperanza expresada por el Papa Pablo VI al promulgar el misal romano: que «en la gran diversidad de las lenguas, una única oración se eleve como ofrenda agradable al Padre nuestro del cielo, mediante nuestro Sumo Sacerdote Jesucristo, en el Espíritu Santo».


A vosotros y a todos los que colaboran en el trabajo de la Comisión imparto de corazón la bendición apostólica, como signo de abundante paz y alegría en el Señor.



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