domingo, 9 de febrero de 2014

FRANCISCO: Discursos de Enero 2014 (31, 30, 25, 24, 20, 18, 17 [2], 16, 13, 11 y 10 [2])

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
ENERO 2014



A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA
DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE


Palacio Apostólico Vaticano

Sala Clementina
Viernes 31 de enero de 2014

 


Queridos hermanos y hermanas:


Me reúno con vosotros al término de los trabajos de vuestra sesión plenaria; os saludo a todos cordialmente, y doy las gracias a monseñor Müller por sus palabras.


Las tareas de la Congregación para la doctrina de la fe están relacionadas a la misión del Sucesor de Pedro de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22, 32). En ese sentido, vuestro papel de «promover y tutelar la doctrina sobre la fe y las costumbres en todo el orbe católico» (Const. ap. Pastor bonus, 48) es un auténtico servicio ofrecido al Magisterio del Papa y a toda la Iglesia. Por ello, el dicasterio se prodiga a fin de que prevalezcan siempre los criterios de la fe en las palabras y la praxis de la Iglesia. Cuando la fe resplandece en su sencillez y pureza originaria también la vivencia eclesial se convierte en el lugar donde la vida de Dios emerge con todo su atractivo y da fruto. La fe en Jesucristo, en efecto, abre de par en par los corazones a Dios, abre los espacios de la existencia humana a la verdad, al bien y a la belleza que proceden de Él.


Desde los primeros tiempos de la Iglesia existe la tentación de comprender la doctrina en un sentido ideológico o de reducirla a un conjunto de teorías abstractas y cristalizadas (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 39-42). En realidad, la doctrina tiene el único fin de servir a la vida del Pueblo de Dios y quiere asegurar un fundamento firme a nuestra fe. En efecto, es grande la tentación de apropiarnos de los dones de la salvación que vienen de Dios, para acomodarlos —tal vez incluso con buena intención— a los puntos de vista y al espíritu del mundo. Y ésta es una tentación que se repite continuamente.


Cuidar la integridad de la fe es una tarea muy delicada que se os ha encomendado, siempre en colaboración con los Pastores locales y con las Comisiones doctrinales de las Conferencias episcopales. Esto es necesario para salvaguardar el derecho de todo el Pueblo de Dios a recibir el depósito de la fe en su pureza y en su totalidad. Vuestro trabajo busca tener siempre presente también las exigencias del diálogo constructivo, respetuoso y paciente con los autores. Si la verdad exige la fidelidad, ésta crece siempre en la caridad y en la ayuda fraterna para quien está llamado a madurar o clarificar sus propias convicciones.


En relación, luego, a vuestro método de trabajo, sé que vuestro dicasterio se distingue por la praxis de la colegialidad y del diálogo. La Iglesia, en efecto, es el lugar de la comunión y, en cada nivel, todos estamos llamados a cultivar y promover la comunión, cada uno en la responsabilidad que el Señor le ha asignado. Estoy seguro de que cuanto más sea la colegialidad un rasgo efectivo de nuestro obrar, tanto más brillará ante el mundo la luz de nuestra fe (cf. Mt 5, 16).


Que en todo vuestro servicio podáis conservar siempre un profundo sentido de alegría, la alegría de la fe, que tiene su fuente inagotable en el Señor Jesús. Que la gracia de ser sus discípulos, de participar en la misión evangelizadora de la Iglesia, nos llena de santa alegría.


En la sesión plenaria que acaba de concluir habéis tratado también la relación entre fe y sacramento del matrimonio. Se trata de una reflexión de gran relevancia. La misma se pone en la estela de la invitación que ya Benedicto XVI había formulado acerca de la necesidad de interrogarse más a fondo sobre la relación entre fe personal y celebración del sacramento del matrimonio, sobre todo en el mutable contexto cultural (cf. Discurso al Tribunal de la Rota romana, 26 de enero de 2013).


En esta ocasión quisiera agradeceros también vuestra dedicación al tratar las delicadas problemáticas sobre los así llamados delitos más graves, en particular los casos de abuso sexual de menores por parte de clérigos. Pensáis en el bien de los niños y de los jóvenes, que en la comunidad cristiana deben estar siempre protegidos y apoyados en su crecimiento humano y espiritual. En tal sentido se estudia la posibilidad de vincular con vuestro dicasterio la específica Comisión para la protección de los niños, que instituí y que quisiera que sea modelo para todos aquellos que quieren promover el bien de los niños.


Queridos hermanos y hermanas, os aseguro mi recuerdo en la oración y confío en el vuestro por mí y por mi ministerio. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL AUSTRIACA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 30 de enero de 2014
 


Queridos hermanos:


Me alegra este intenso encuentro con vosotros, en el contexto de vuestra visita ad limina, porque me regala algunos frutos de la Iglesia en Austria y me permite también a mí regalar algo a esta Iglesia. Agradezco a vuestro presidente, el cardenal Schönborn, las amables palabras que me aseguran que estamos continuando juntos el camino del anuncio de la salvación de Cristo. Cada uno de nosotros representa a Cristo, el único mediador de la salvación, y hace accesible y perceptible a la comunidad su acción sacerdotal, ayudando de este modo a hacer siempre presente el amor de Dios en el mundo.


Hace ocho años, la Conferencia episcopal austríaca, con ocasión de su visita ad limina, vino en peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y se reunió con la Curia romana para asesorarse. En aquella circunstancia, la mayor parte de vosotros también se encontró con mi venerado predecesor Benedicto XVI, que en aquel tiempo estaba en el cargo desde hacía pocos meses. Los años inmediatamente sucesivos se caracterizaron por la simpatía de los austríacos por la Iglesia y el Sucesor de Pedro. Esto se vio, por ejemplo, en la cordial acogida de la población, a pesar de la inclemencia del tiempo, durante la visita papal con ocasión del 850º aniversario del santuario de Mariazell, en 2007. Después siguió una fase difícil para la Iglesia, cuyo síntoma, entre otras cosas, es la tendencia a la disminución del número de católicos con respecto a la población total de Austria, que tiene varias causas y que continúa desde hace algunos decenios. Dicha evolución no debe encontrarnos inertes, sino que más bien debe incentivar nuestros esfuerzos con vistas a la nueva evangelización que siempre es necesaria. Por otra parte, se nota un aumento de la disponibilidad a la solidaridad: Cáritas y las otras organizaciones de ayuda reciben generosos donativos. También la contribución de las instituciones eclesiásticas en el campo de la educación y la salud es muy apreciada por todos y constituye una parte imprescindible de la sociedad austríaca.


Podemos dar gracias a Dios por todo lo que la Iglesia en Austria hace por la salvación de los fieles y por el bien de muchas personas, y yo mismo quiero expresar mi gratitud a cada uno de vosotros y, a través de vosotros, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos comprometidos que trabajan con disponibilidad y generosidad en la viña del Señor. Pero no sólo debemos administrar lo que hemos obtenido y está a disposición, sino que también tenemos que trabajar y cultivar continuamente el campo de Dios para que produzca frutos incluso en el futuro. Ser Iglesia no significa administrar, sino salir, ser misioneros, llevar a los hombres la luz de la fe y la alegría del Evangelio. No olvidemos que el impulso de nuestro compromiso de cristianos en el mundo no es una idea filantrópica, un vago humanismo, sino un don de Dios, es decir, un regalo de la filiación divina que hemos recibido en el Bautismo. Y este don es al mismo tiempo una tarea. Los hijos de Dios no se esconden, sino que más bien llevan la alegría de su filiación divina al mundo. Y esto también significa comprometerse a vivir una vida santa. Además, es una obligación para nosotros con respecto a la Iglesia, que es santa, como la profesamos en el Credo. Ciertamente, «la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores», como afirmó el Concilio Vaticano II (Lumen gentium, 8). Pero el Concilio dice, en este mismo pasaje, que no tenemos que resignarnos al pecado, es decir, «Ecclesia sancta simul et semper purificanda» —la santa Iglesia siempre tiene necesidad de purificación—. Esto significa que debemos comprometernos siempre en nuestra purificación, en el sacramento de la Reconciliación. La Confesión es el acto donde experimentamos el amor misericordioso de Dios y encontramos a Cristo, quien nos da la fuerza de la conversión y de la vida nueva. Y como pastores de la Iglesia queremos ayudar a los fieles, con ternura y comprensión, a redescubrir este maravilloso sacramento y hacerles experimentar precisamente en este don el amor del buen Pastor. Os ruego, pues, que no os canséis de invitar a los hombres al encuentro con Cristo en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación.


Un campo importante de nuestra actividad de pastores es la familia, que se sitúa en el corazón de la Iglesia evangelizadora. «En efecto, la familia cristiana es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona humana en desarrollo y a conducirla a la plena madurez humana y cristiana, mediante una progresiva educación y catequesis» (Familiaris consortio, 2). El fundamento para que se desarrolle una vida familiar armoniosa es, sobre todo, la fidelidad matrimonial. Por desgracia, en nuestro tiempo vemos que la familia y el matrimonio, en los países del mundo occidental, sufren una profunda crisis interior. «En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos» (Evangelii gaudium, 66). La globalización y el individualismo postmoderno favorecen un estilo de vida que hace mucho más difícil el desarrollo y la estabilidad de las relaciones entre las personas y no es conveniente para la promoción de una cultura de la familia. Aquí se abre un nuevo campo misionero para la Iglesia, por ejemplo, en los grupos de familias donde se crea un espacio para las relaciones interpersonales y con Dios, donde crece una comunión auténtica que acoge a cada uno del mismo modo y no se cierra en grupos de élite, que sana las heridas, construye puentes, sale a buscar a los alejados y ayuda a llevar «los unos las cargas de los otros» (Ga 6, 2).


La familia es, por tanto, un lugar privilegiado para la evangelización y para la transmisión vital de la fe. Hagamos todo lo posible para que se rece en nuestras familias y se experimente y transmita la fe como parte integrante de la vida diaria. La solicitud de la Iglesia por la familia comienza con una buena preparación y un acompañamiento adecuado de los esposos, así como con una exposición fiel y clara de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. El matrimonio como sacramento es don de Dios y, al mismo tiempo, compromiso. El amor de dos esposos está santificado por Cristo, y los cónyuges están llamados a testimoniar y cultivar esa santidad mediante su fidelidad recíproca.


De la familia, iglesia doméstica, pasamos brevemente a la parroquia, el gran campo que el Señor nos ha confiado para hacerlo fecundo con el trabajo pastoral. Los sacerdotes, los párrocos, deberían ser cada vez más conscientes de que su tarea de gobernar es un servicio profundamente espiritual. Es siempre el párroco quien guía a la comunidad parroquial, contando al mismo tiempo con la ayuda y la aportación valiosa de sus diferentes colaboradores y de todos los fieles laicos. No debemos correr el riesgo de ofuscar el ministerio sacramental del sacerdote. En nuestras ciudades y en nuestros pueblos hay hombres valientes y otros tímidos, hay cristianos misioneros y otros adormecidos. Y hay muchos que están buscando, aunque no lo admitan. Cada uno está llamado, cada uno es enviado. Pero no está dicho que el lugar de la llamada sea sólo el centro parroquial; no está dicho que el momento sea necesariamente un agradable acontecimiento parroquial, sino que la llamada de Dios puede alcanzarnos en la cadena de montaje o en la oficina, en el supermercado o en el ojo de una escalera, es decir, en los lugares de la vida diaria.


Hablar de Dios, llevar a los hombres el mensaje del amor de Dios y de la salvación en Jesucristo, es tarea de todo bautizado. Y esta tarea no sólo comporta expresarse con palabras, sino también actuar y hacer. Todo nuestro ser debe hablar de Dios, incluso en las cosas ordinarias. Así nuestro testimonio será auténtico, así será siempre nuevo y lozano con la fuerza del Espíritu Santo. Para que esto resulte, hablar de Dios debe ser, ante todo, hablar con Dios, un encuentro con el Dios vivo en la oración y en los sacramentos. Dios no sólo se deja encontrar, sino que también se pone en movimiento en su amor para ir al encuentro de quien lo busca. Quien se encomienda al amor de Dios, sabe abrir el corazón de los demás al amor divino para mostrarles que la vida sólo se realiza plenamente en comunión con Dios. Precisamente en nuestro tiempo, en el que parece que nos estamos convirtiendo en el «pequeño rebaño» (Lc 12, 32), como discípulos del Señor estamos llamados a vivir como una comunidad que es sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16).


Que la santísima Virgen María, nuestra madre, a la que veneráis de modo particular como Magna Mater Austriae, nos ayude a abrirnos totalmente al Señor, como ella, y así seamos capaces de mostrar a los demás el camino hacia el Dios vivo que da la vida.


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 A LAS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL
DEL CENTRO ITALIANO FEME
NINO



Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 25 de enero de 2014




Queridas amigas del Centro italiano femenino:


Con ocasión del Congreso de vuestra asociación os doy mi bienvenida y os saludo cordialmente. Doy las gracias a vuestra presidenta por las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro.


Doy gracias con vosotras al Señor por todo el bien que el Centro italiano femenino ha realizado durante sus casi setenta años de vida, por las obras que ha llevado a cabo en el campo de la formación y promoción humana, y por el testimonio que ha dado sobre el papel de la mujer en la sociedad y en la comunidad eclesial. En efecto, en el curso de estos últimos decenios, junto a otras transformaciones culturales y sociales, también la identidad y el papel de la mujer, en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, ha conocido notables cambios y, en general, la participación y la responsabilidad de las mujeres ha ido creciendo.


En este proceso ha sido y es importante también el discernimiento por parte del Magisterio de los Papas. De modo especial se debe mencionar la carta apostólica Mulieris dignitatem de 1988, del beato Juan Pablo II, sobre la dignidad y vocación de la mujer, documento que, en línea con la enseñanza del Vaticano II, ha reconocido la fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual (cf. n. 30); y recordamos también el mensaje para la jornada mundial de la paz de 1995 sobre el tema «La mujer: educadora para la paz».


He recordado la indispensable aportación de la mujer en la sociedad, en particular con su sensibilidad e intuición hacia el otro, el débil y el indefenso. Me alegra ver cómo muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales con los sacerdotes, en el acompañamiento de personas, familias y grupos, así como en la reflexión teológica; y desea que se amplíen los espacios para una presencia femenina más amplia e incisiva en la Iglesia (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 103).


Estos nuevos espacios y responsabilidades que se han abierto, y que deseo vivamente se puedan extender ulteriormente a la presencia y a la actividad de las mujeres, tanto en el ámbito eclesial como en el civil y profesional, no pueden hacer olvidar el papel insustituible de la mujer en la familia. Los dotes de delicadeza, peculiar sensibilidad y ternura, que abundantemente tiene el alma femenina, representan no sólo una genuina fuerza para la vida de las familias, para la irradiación de un clima de serenidad y de armonía, sino una realidad sin la cual la vocación humana sería irrealizable. Esto es importante. Sin estas actitudes, sin estos dotes de la mujer, la vocación humana no puede realizarse.


Si en el mundo del trabajo y en la esfera pública es importante la aportación más incisiva del genio femenino, tal aportación permanece imprescindible en el ámbito de la familia, que para nosotros cristianos no es sencillamente un lugar privado, sino la «Iglesia doméstica», cuya salud y prosperidad es condición para la salud y prosperidad de la Iglesia y de la sociedad misma. Pensemos en la Virgen: la Virgen en la Iglesia crea algo que no pueden crear los sacerdotes, los obispos y los Papas. Es ella el auténtico genio femenino. Y pensemos en la Virgen en las familias. ¿Qué hace la Virgen en una familia? Por lo tanto la presencia de la mujer en el ámbito doméstico se revela como nunca necesaria para la transmisión a las generaciones futuras de sólidos principios morales y para la transmisión misma de la fe.


En este punto surge espontáneamente preguntarse: ¿cómo es posible crecer en la presencia eficaz en tantos ámbitos de la esfera pública, en el mundo del trabajo y en los lugares donde se toman las decisiones más importantes y, al mismo tiempo, mantener una presencia y una atención preferencial y del todo especial en y para la familia? Y aquí está el ámbito del discernimiento que, además de la reflexión sobre la realidad de la mujer en la sociedad, presupone la oración asidua y perseverante.


Es en el diálogo con Dios, iluminado por su Palabra, regado por la gracia de los Sacramentos, donde la mujer cristiana busca siempre responder nuevamente a la llamada del Señor, en lo concreto de su condición.


La presencia maternal de María sostiene siempre esta oración. Ella, que cuidó a su Hijo divino, que propició su primer milagro en las bodas de Caná, que estaba presente en el Calvario y en Pentecostés, os indique el camino que hay que recorrer para profundizar el significado y el papel de la mujer en la sociedad y para ser plenamente fieles al Señor Jesucristo y a vuestra misión en el mundo. Gracias.


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A LOS OFICIALES DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA,
CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DEL AÑO JUDICIAL



Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 24 de enero de 2014

Queridos prelados auditores,
oficiales y colaboradores del Tribunal apostólico de la Rota romana:


Os recibo por primera vez, con ocasión de la inauguración del año judicial. Saludo cordialmente al colegio de los prelados auditores, comenzando por el decano, monseñor Pio Vito Pinto, a quien agradezco las palabras que me dirigió en nombre de los presentes. Saludo además a los oficiales, a los abogados y demás colaboradores, así como a los miembros del estudio rotal. Este encuentro me ofrece la ocasión de agradeceros vuestro precioso servicio eclesial. Mi reconocimiento se dirige en especial a vosotros, jueces rotales, que estáis llamados a desempeñar vuestro delicado trabajo en nombre y por mandato del Sucesor de Pedro.


La dimensión jurídica y la dimensión pastoral del ministerio eclesial no se contraponen, porque ambas están orientadas a la realización de las finalidades y de la unidad de acción propias de la Iglesia. La actividad judicial eclesiástica, que se configura como servicio a la verdad en la justicia, tiene, en efecto, una connotación profundamente pastoral, porque pretende perseguir el bien de los fieles y la edificación de la comunidad cristiana. Tal actividad constituye un peculiar desarrollo de la potestad de gobierno, orientado a la atención espiritual del pueblo de Dios, y está, por lo tanto, insertada plenamente en el camino de la misión de la Iglesia. Se deriva de ello que la función judicial es una auténtica diaconía, es decir, un servicio al pueblo de Dios en vista de la consolidación de la plena comunión entre los fieles, y entre ellos y la coordinación eclesial. Además, queridos jueces, a través de vuestro ministerio específico ofrecéis una aportación competente para afrontar las temáticas pastorales emergentes.


Desearía trazar ahora un breve perfil del juez eclesiástico. Ante todo el perfil humano: al juez se le pide una madurez humana que se expresa en la serenidad de juicio y en la distancia de los puntos de vista personales. Forma parte también de la madurez humana la capacidad de penetrar en la mentalidad y legítimas aspiraciones de la comunidad donde se realiza el servicio. De este modo, él se hará intérprete del animus communitatis que caracteriza la porción de pueblo de Dios destinataria de su acción y podrá practicar una justicia no legalista y abstracta, sino adecuada a las exigencias de la realidad concreta. En consecuencia, no se contentará con un conocimiento superficial de la realidad de las personas que esperan su juicio, sino que advertirá la necesidad de entrar en profundidad en la situación de las partes en causa, estudiando a fondo los actos y todos los elementos útiles para el juicio.


El segundo aspecto es el judicial. Además de los requisitos de doctrina jurídica y teológica, en el ejercicio de su ministerio el juez se caracteriza por la pericia en el derecho, la objetividad de juicio y la equidad, juzgando con imperturbable e imparcial equidistancia. Además, en su actividad le guía la intención de tutelar la verdad, en el respeto de la ley, sin descuidar la delicadeza y la humanidad propias del pastor de almas.


El tercer aspecto es el pastoral. En cuanto expresión de la solicitud pastoral del Papa y de los obispos, al juez se le pide no sólo comprobada competencia, sino también genuino espíritu de servicio. Él es el servidor de la justicia, llamado a tratar y juzgar la situación de los fieles que con confianza se dirigen a él, imitando al buen Pastor que se interesa por la oveja herida. Por ello está animado por la caridad pastoral; la caridad de Dios que derramó en nuestro corazón mediante «el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5, 5). La caridad —escribe san Pablo— «es el vínculo de la unidad perfecta» (Col 3, 14), y constituye también el alma de la función del juez eclesiástico.


Vuestro ministerio, queridos jueces y agentes del Tribunal de la Rota romana, vivido en la alegría y en la serenidad que proceden del trabajar allí donde el Señor nos puso, es un servicio peculiar a Dios Amor, que está cerca de cada persona. Sois esencialmente pastores. Mientras desempeñáis el trabajo judicial, no olvidéis que sois pastores. Detrás de cada expediente, cada posición, cada causa, hay personas que esperan justicia.
Queridos hermanos, os agradezco y os aliento a proseguir vuestro munus con escrupulosidad y mansedumbre. Rezad por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja.


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A LOS DIRIGENTES Y AGENTES DE LA COMISARÍA DE SEGURIDAD PÚBLICA
JUNTO AL VATICANO



Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 20 de enero de 2014



Señor jefe de la Policía,
ilustres señores,
queridos funcionarios y agentes:


Os doy la bienvenida y dirijo a cada uno mi saludo cordial, que extiendo a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos. Agradezco al dirigente general las corteses expresiones que me dirigió en nombre de los presentes y de quienes forman parte de la Comisaría de seguridad pública junto al Vaticano. Este tradicional encuentro, que para mí es el primero, me ofrece la ocasión de expresaros mi gratitud por vuestro servicio, especialmente el que desempeñáis en la plaza de San Pedro: con frío, con calor, con lluvia, con viento, siempre... ¡Esto cuenta mucho! Todos somos conscientes de la necesidad de trabajar siempre a fin de que se tutele la peculiaridad de este lugar especial, preservando en él el carácter de espacio sagrado y universal. Y para esto es necesaria una vigilancia discreta pero atenta. En efecto, en la plaza de San Pedro la gente está serena, se mueve tranquila, experimenta un sentido de paz. Y esto también gracias a vosotros, que vigiláis el orden público.


Pienso también en vuestro compromiso durante los momentos de mayor afluencia de fieles, que llegan de todo el mundo para encontrar al Papa, para rezar junto a la tumba de san Pedro y a la de sus Sucesores, especialmente la de Juan XXIII y Juan Pablo II.
Vuestro trabajo requiere preparación técnica y profesional, junto a una vigilancia atenta, amabilidad y entrega. Los peregrinos y turistas, así como quienes trabajan en las diversas oficinas de la Santa Sede, saben que pueden contar con vuestra cordial asistencia.


Os doy especialmente las gracias por vuestra eficaz actividad desempeñada durante los días que precedieron el Cónclave, tras la renuncia del Papa Benedicto. Aprovecho este encuentro para renovar el gracias más sincero, mío y de mis colaboradores, a todos aquellos que en esas circunstancias ofrecieron su aportación para que todo se realizara con orden y tranquilidad.


Deseo que el período de servicio transcurrido junto al Vaticano sea para cada uno de vosotros una ocasión para crecer en la fe. La fe es el más valioso tesoro que vuestras familias os han confiado y que vosotros estáis llamados a transmitir a vuestros hijos. Es importante redescubrir el mensaje del Evangelio y acogerlo en profundidad en la propia conciencia y en la vida cotidiana concreta, testimoniando con valentía el amor de Dios en cada ambiente, incluso en el ambiente de trabajo.
Os encomiendo a todos a la Virgen María, para que, como Madre atenta, proteja a cada uno de vosotros, a vuestras familias y vuestro trabajo. Os pido por favor que recéis por mí —lo necesito—, y de corazón os bendigo.


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AL PERSONAL DE LA RAI, RADIO TELEVISIÓN ITALIANA



Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Pablo VI
Sábado 18 de enero de 2014



Amable señora presidenta,
queridos dirigentes y empleados de la RAI:


Os doy la bienvenida a todos vosotros. Gracias por haber venido en gran número; esta es una familia numerosa. Y gracias a la presidenta por sus palabras, que he apreciado mucho.
Este encuentro se sitúa en el marco del 90º aniversario del comienzo de las transmisiones radiofónicas de la RAI y en el 60º de las televisivas; y es significativo que también estén presentes representantes de algunas emisoras radiotelevisivas públicas y de asociaciones de este sector de otros países. Los dos aniversarios ofrecen la ocasión de reflexionar sobre la relación existente durante estos decenios entre la RAI y la Santa Sede, y sobre el valor y las exigencias del servicio público.


La palabra clave que inmediatamente querría poner de relieve es colaboración. Ya sea en el ámbito de la radio, ya sea en el de la televisión, el pueblo italiano ha podido acceder siempre a las palabras y, sucesivamente, a las imágenes del Papa y de los acontecimientos de la Iglesia, en Italia, mediante el servicio público de la RAI. Esta colaboración se realiza con dos entes vaticanos: la Radio Vaticano y el Centro televisivo vaticano.


De este modo, la RAI ha ofrecido y ofrece aún hoy a los usuarios de su servicio público la posibilidad de seguir tanto los acontecimientos extraordinarios como los ordinarios. Pensemos en el Concilio Vaticano II, en la elección de los Pontífices, o en el funeral del beato Juan Pablo II; pero pensemos también en los numerosos acontecimientos del Jubileo del año 2000, en las diversas celebraciones, así como en las visitas pastorales del Papa en Italia.


Los años cincuenta y sesenta fueron un período de gran desarrollo y crecimiento para la RAI. Es bueno recordar algunas etapas: desde aquellos decenios las transmisiones de la RAI cubren todo el país; además, la empresa estatal se compromete en la formación de sus propios dirigentes, incluso en el extranjero; en fin, aumenta sus producciones, en las que figuran también las de carácter religioso; recordemos, por ejemplo, el film Francesco, de Liliana Cavani, de 1966, y Hechos de los apóstoles, de Roberto Rosselini, de 1969, este último con la colaboración del padre Carlo Maria Martini.


La RAI, pues, también con muchas otras iniciativas, ha sido testigo de los procesos de cambio de la sociedad italiana en sus rápidas transformaciones, y ha contribuido de manera especial al proceso de unificación lingüístico-cultural de Italia.


Por lo tanto, demos gracias al Señor por todo esto y llevemos adelante este estilo de colaboración. Pero recordar un pasado rico de conquistas nos llama a un renovado sentido de responsabilidad, hoy y en el futuro. El pasado es la raíz, la historia se convierte en raíz de nuevas iniciativas, raíz de los desafíos presentes, y raíz de un futuro, de un ir adelante. 

Que el futuro no nos encuentre sin la responsabilidad de nuestra identidad. Que nos encuentre con la raíz de nuestra historia y yendo siempre adelante. A todos vosotros que estáis presentes aquí, y a quienes por diversos motivos no han podido participar en nuestro encuentro, os recuerdo que vuestra profesión, además de informativa, es formativa, es un servicio público, es decir, un servicio al bien común. Un servicio a la verdad, un servicio a la bondad y un servicio a la belleza. Todos los profesionales que forman parte de la RAI, dirigentes, periodistas, artistas, empleados, técnicos y oficiales saben que pertenecen a una empresa que produce cultura y educación, que ofrece información y espectáculo, llegando en todos los momentos de la jornada a una gran parte de italianos. Es una responsabilidad que no puede declinar por ningún motivo quien dirige el servicio público.


La calidad ética de la comunicación es fruto, en resumidas cuentas, de conciencias atentas, no superficiales, siempre respetuosas de las personas, tanto de las que son objeto de información como de las destinatarias del mensaje. Cada uno, en su propia función y con su propia responsabilidad, está llamado a vigilar para mantener alto el nivel ético de la comunicación y evitar las cosas que hacen mucho mal: la desinformación, la difamación y la calumnia. Mantener el nivel ético.


A vosotros, dirigentes y empleados de la RAI, y a vuestras familias, así como a los gratos huéspedes de este encuentro, os expreso mis más cordial felicitación por el año recién iniciado. Os deseo que trabajéis bien y tengáis confianza y esperanza en vuestro trabajo, para que también podáis transmitirla: hay mucha necesidad de ella.


A la RAI, y a las demás redes y asociaciones aquí representadas, les expreso el deseo de que, prosiguiendo con determinación y constancia su finalidad, se pongan siempre al servicio del crecimiento humano, cultural y civil de la sociedad. Gracias.


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AL PERSONAL DE LA FLORERÍA APOSTÓLICA Y A SUS FAMILIARES


Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Viernes 17 de enero de 2014


 
Dirijo un cordial saludo a vosotros y a vuestros familiares, queridos amigos:
En estos meses me he dado cuenta de cuán valioso es vuestro trabajo. Ello concierne principalmente la preparación logística de las audiencias y las celebraciones en la basílica vaticana, en la plaza de San Pedro, en el aula Pablo VI, en el palacio apostólico y en las demás basílicas papales. La organización de los ambientes para los diversos encuentros del Papa con los peregrinos, como también para las diversas actividades de la Santa Sede, es una obra indispensable, para lograr sitios acogedores e instrumentos funcionales.


Vuestra actividad, que incluye también el mantenimiento ordinario de los apartamentos vaticanos, es ardua e implica espíritu de sacrificio y mucha paciencia. Pienso, por ejemplo, en el trabajo de organizar cada semana los miles de sillas para los peregrinos que vienen a las audiencias generales; como también la labor en vuestros diversos talleres. Os agradezco de corazón la atención, la profesionalidad y la disponibilidad con la que desempeñáis vuestro trabajo. Os animo a perseverar en la fidelidad a vuestros deberes y a mantener entre vosotros un clima de serenidad, de mutua confianza y benevolencia. Este estilo de vida y trabajo redundará en beneficio de toda la comunidad laboral del Vaticano.


Con estos deseos, invoco sobre vosotros y vuestras familias la protección de san José obrero, que custodiaba a la Sagrada Familia, a Jesús; y con afecto os doy mi bendición. Y primero invocamos a la Virgen, rezamos a la Virgen, para que también ella nos proteja. Avemaría...


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PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FINLANDIA,
CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE SAN ENRI
QUE



Viernes 17 de enero de 2014


Queridos hermanos y amigos de Finlandia:


«Gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Rm 1, 7). Os dirijo mi más calurosa bienvenida, como lo hicieron por más de 25 años mis Predecesores, el beato Juan Pablo II y Benedicto XVI, acogiendo la visita de vuestras delegaciones ecuménicas con ocasión de la fiesta de san Enrique, patrono de Finlandia.


A los miembros de la comunidad de Corinto, marcada por divisiones, el apóstol pregunta: «¿Es que Cristo está dividido?» (1 Cor 1, 13). Esta pregunta fue elegida como tema de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que iniciaremos mañana. Hoy, se dirige a nosotros la misma pregunta. Ante algunas voces que ya no reconocen como objetivo alcanzable la plena y visible unidad de la Iglesia, estamos invitados a no desistir en nuestro esfuerzo ecuménico, fieles a lo que el Señor Jesús mismo invocó del Padre: «que todos sean uno» (Jn 17, 21).


En la época actual, también el camino ecuménico y las relaciones entre los cristianos están atravesando cambios significativos, debido en primer lugar al hecho de que profesamos nuestra fe en el contexto de una sociedad y culturas donde está cada vez menos presente la referencia a Dios y a todo lo que remite a la dimensión trascendente de la vida. Lo notamos sobre todo en Europa, pero no sólo.


Precisamente por este motivo, es necesario que nuestro testimonio se concentre en el centro de nuestra fe, en el anuncio del amor de Dios que se manifestó en Cristo, su Hijo. Encontramos aquí espacio para crecer en la comunión y en la unidad entre nosotros, promoviendo el ecumenismo espiritual, que nace directamente del mandamiento del amor que Jesús dejó a sus discípulos. A tal dimensión hacía referencia también el Concilio Vaticano II: «Esta conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual» (Decr. Unitatis redintegratio, 8). El ecumenismo, en efecto, es un proceso espiritual, que se realiza en la obediencia fiel al Padre, en la realización de la voluntad de Cristo y bajo la guía del Espíritu Santo.


Invoquemos, por lo tanto, sin cansarnos la ayuda de la gracia de Dios y la iluminación del Espíritu Santo, que nos introduce en la verdad completa, portadora de reconciliación y de comunión.


Al renovar mi calurosa bienvenida, invoco de corazón sobre vosotros, sobre todos los cristianos en Finlandia y sobre vuestro país, la bendición de Dios.


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A LOS ENCARGADOS DE LA ANTECÁMARA PONTIFICIA Y A SUS FAMILIARES



Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Jueves 16 de enero de 2014



Queridos amigos:


Os encuentro muy complacido y extiendo a vosotros y a vuestras familias los mejores deseos por el año iniciado hace poco.


Vosotros aquí sois de casa, y yo os estoy agradecido por el servicio que prestáis en las audiencias, las ceremonias y recibimientos oficiales. Aprecio mucho la atención y cordialidad con la que desempeñáis vuestro trabajo, con espíritu de acogida, animados por el amor a la Iglesia y al Papa.


Preguntémonos: ¿de quién es la Casa pontificia? ¿Quién es el dueño de esta casa? La Casa pontificia es de todos los miembros de la Iglesia católica, que aquí experimentan hospitalidad, calor familiar y apoyo para su fe. Y el verdadero dueño de casa es el Señor, de quien todos nosotros somos discípulos, servidores de su Evangelio. Esto requiere que cultivemos un diálogo constante con Él en la oración, que crezcamos en su amistad e intimidad, y demos testimonio de su amor misericordioso hacia todos. Realizado con este espíritu, vuestro trabajo puede llegar a ser una ocasión para comunicar la alegría de formar parte de la Iglesia.


La liturgia de ayer nos presentó la figura del joven Samuel que, habitando en el templo de Jerusalén, reconoció la voz del Señor y respondió a su llamado (cf. 1 Sam 3, 9). Que también estos ambientes sean para vosotros lugar donde escuchar a Dios que os habla, que os llama a servirle de modo cada vez más maduro y generoso.
Queridos amigos, que el Señor bendiga a vuestras familias y la Virgen les proteja siempre. Por favor, rezad por mí. Gracias.


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A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO
ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE





Palacio Apostólico Vaticano

Sala Regia
Lunes 13 de enero de 2014




Excelencias,
Señoras y Señores


Es ya una larga y consolidada tradición que el Papa encuentre, al comienzo de cada año, al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, para manifestar los mejores deseos e intercambiar algunas reflexiones, que brotan sobre todo de su corazón de pastor, que se interesa por las alegrías y dolores de la humanidad. Por eso, el encuentro de hoy es un motivo de gran alegría. Y me permite formularos a vosotros personalmente, a vuestras familias, a las autoridades y pueblos que representáis mis mejores deseos de un 2014 lleno de bendiciones y de paz.

Agradezco, en primer lugar, al Decano Jean-Claude Michel, quien en nombre de todos ha dado voz a las manifestaciones de afecto y estima que unen vuestras naciones con la Sede Apostólica. Me alegra veros aquí, en tan gran número, después de haberos encontrado la primera vez pocos días después de mi elección. Desde entonces se han acreditado muchos nuevos embajadores, a los que renuevo la bienvenida, a la vez que no puedo dejar de mencionar, entre los que nos han dejado, al difunto embajador Alejandro Valladares Lanza, durante varios años Decano del Cuerpo diplomático, y al que el Señor llamó a su presencia hace algunos meses.

El año que acaba de terminar ha estado especialmente cargado de acontecimientos no sólo en la vida de la Iglesia, sino también en el ámbito de las relaciones que la Santa Sede mantiene con los Estados y las Organizaciones internacionales. Recuerdo, en concreto, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Sudán del Sur, la firma de acuerdos, de base o específicos, con Cabo Verde, Hungría y Chad, y la ratificación del que se suscribió con Guinea Ecuatorial en el 2012. También en el ámbito regional ha crecido la presencia de la Santa Sede, tanto en América central, donde se ha convertido en Observador Extra-Regional ante el Sistema de la Integración Centroamericana, como en África, con la acreditación del primer Observador permanente ante la Comunidad Económica de los Estados del África Occidental.

En el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, dedicado a la fraternidad como fundamento y camino para la paz, he subrayado que «la fraternidad se empieza a aprender en el seno de la familia»,[1] que «por vocación, debería contagiar al mundo con su amor»[2] y contribuir a que madure ese espíritu de servicio y participación que construye la paz.[3] Nos lo señala el pesebre, donde no vemos a la Sagrada Familia sola y aislada del mundo, sino rodeada de los pastores y los magos, es decir de una comunidad abierta, en la que hay lugar para todos, pobres y ricos, cercanos y lejanos. Se entienden así las palabras de mi amado predecesor Benedicto XVI, quien subrayaba cómo «la gramática familiar es una gramática de paz».[4]

Por desgracia, esto no sucede con frecuencia, porque aumenta el número de las familias divididas y desgarradas, no sólo por la frágil conciencia de pertenencia que caracteriza el mundo actual, sino también por las difíciles condiciones en las que muchas de ellas se ven obligadas a vivir, hasta el punto de faltarles los mismos medios de subsistencia. Se necesitan, por tanto, políticas adecuadas que sostengan, favorezcan y consoliden la familia.
Sucede, además, que los ancianos son considerados como un peso, mientras que los jóvenes no ven ante ellos perspectivas ciertas para su vida. Ancianos y jóvenes, por el contrario, son la esperanza de la humanidad. Los primeros aportan la sabiduría de la experiencia; los segundos nos abren al futuro, evitando que nos encerremos en nosotros mismos.[5] Es sabio no marginar a los ancianos en la vida social para mantener viva la memoria de un pueblo. Igualmente, es bueno invertir en los jóvenes, con iniciativas adecuadas que les ayuden a encontrar trabajo y a fundar un hogar. ¡No hay que apagar su entusiasmo! Conservo viva en mi mente la experiencia de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. ¡Cuántos jóvenes contentos pude encontrar! ¡Cuánta esperanza y expectación en sus ojos y en sus oraciones! ¡Cuánta sed de vida y deseo de abrirse a los demás! La clausura y el aislamiento crean siempre una atmósfera asfixiante y pesada, que tarde o temprano acaba por entristecer y ahogar. Se necesita, en cambio, un compromiso común por parte de todos para favorecer una cultura del encuentro, porque sólo quien es capaz de ir hacia los otros puede dar fruto, crear vínculos de comunión, irradiar alegría, edificar la paz.

Por si fuera necesario, lo confirman las imágenes de destrucción y de muerte que hemos tenido ante los ojos en el año apenas terminado. Cuánto dolor, cuánta desesperación provoca la clausura en sí mismos, que adquiere poco a poco el rostro de la envidia, del egoísmo, de la rivalidad, de la sed de poder y de dinero. A veces, parece que esas realidades estén destinadas a dominar. La Navidad, en cambio, infunde en nosotros, cristianos, la certeza de que la última y definitiva palabra pertenece al Príncipe de la Paz, que cambia «las espadas en arados y las lanzas en podaderas» (cf. Is 2,4) y transforma el egoísmo en don de sí y la venganza en perdón.

Con esta confianza, deseo mirar al año que nos espera. No dejo, por tanto, de esperar que se acabe finalmente el conflicto en Siria. La solicitud por esa querida población y el deseo de que no se agravara la violencia me llevaron en el mes de septiembre pasado a convocar una jornada de ayuno y oración. Por vuestro medio, agradezco de corazón a las autoridades públicas y a las personas de buena voluntad que en vuestros países se asociaron a esa iniciativa. Se necesita una renovada voluntad política de todos para poner fin al conflicto. En esa perspectiva, confío en que la Conferencia «Ginebra 2», convocada para el próximo 22 de enero, marque el comienzo del deseado camino de pacificación. Al mismo tiempo, es imprescindible que se respete plenamente el derecho humanitario. No se puede aceptar que se golpee a la población civil inerme, sobre todo a los niños. Animo, además, a todos a facilitar y garantizar, de la mejor manera posible, la necesaria y urgente asistencia a gran parte de la población, sin olvidar el encomiable esfuerzo de aquellos países, sobre todo el Líbano y Jordania, que con generosidad han acogido en sus territorios a numerosos prófugos sirios.

Permaneciendo en Oriente Medio, advierto con preocupación las tensiones que de diversos modos afectan a la Región. Me preocupa especialmente que continúen las dificultades políticas en Líbano, donde un clima de renovada colaboración entre las diversas partes de la sociedad civil y las fuerzas políticas es más que nunca indispensable, para evitar que se intensifiquen los contrastes que pueden minar la estabilidad del país. Pienso también en Egipto, que necesita encontrar de nuevo una concordia social, como también en Irak, que le cuesta llegar a la deseada paz y estabilidad. Al mismo tiempo, veo con satisfacción los significativos progresos realizados en el diálogo entre Irán y el «Grupo 5+1» sobre la cuestión nuclear.

En cualquier lugar, el camino para resolver los problemas abiertos ha de ser la diplomacia del diálogo. Se trata de la vía maestra ya indicada con lucidez por el papa Benedicto XV cuando invitaba a los responsables de las naciones europeas a hacer prevalecer «la fuerza moral del derecho» sobre la «material de las armas» para poner fin a aquella «inútil carnicería»[6] que fue la Primera Guerra Mundial, de la que en este año celebramos el centenario. Es necesario animarse «a ir más allá de la superficie conflictiva»[7] y mirar a los demás en su dignidad más profunda, para que la unidad prevalezca sobre el conflicto y sea «posible desarrollar una comunión en las diferencias».[8] En este sentido, es positivo que se hayan retomado las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos, y deseo que las partes asuman con determinación, con la ayuda de la Comunidad internacional, decisiones valientes para encontrar una solución justa y duradera a un conflicto cuyo fin se muestra cada vez más necesario y urgente. No deja de suscitar preocupación el éxodo de los cristianos de Oriente Medio y del Norte de África. Ellos desean seguir siendo parte del conjunto social, político y cultural de los países que han ayudado a edificar, y aspiran a contribuir al bien común de las sociedades en las que desean estar plenamente incorporados, como artífices de paz y reconciliación.

También en otras partes de África, los cristianos están llamados a dar testimonio del amor y la misericordia de Dios. No hay que dejar nunca de hacer el bien, aún cuando resulte arduo y se sufran actos de intolerancia, por no decir de verdadera y propia persecución. En grandes áreas de Nigeria no se detiene la violencia y se sigue derramando mucha sangre inocente. Mi pensamiento se dirige especialmente a la República Centroafricana, donde la población sufre a causa de las tensiones que el país atraviesa y que repetidamente han sembrado destrucción y muerte. Aseguro mi oración por las víctimas y los numerosos desplazados, obligados a vivir en condiciones de pobreza, y espero que la implicación de la Comunidad internacional contribuya al cese de la violencia, al restablecimiento del estado de derecho y a garantizar el acceso de la ayuda humanitaria también a las zonas más remotas del país. La Iglesia católica por su parte seguirá asegurando su propia presencia y colaboración, esforzándose con generosidad para procurar toda ayuda posible a la población y, sobre todo, para reconstruir un clima de reconciliación y de paz entre todas las partes de la sociedad. Reconciliación y paz son una prioridad fundamental también en otras partes del continente africano. Me refiero especialmente a Malí, donde incluso se observa el positivo restablecimiento de las estructuras democráticas del país, como también a Sudán del Sur, donde, por el contrario, la inestabilidad política del último período ha provocado ya muchos muertos y una nueva emergencia humanitaria.

La Santa Sede sigue con especial atención los acontecimientos de Asia, donde la Iglesia desea compartir los gozos y esperanzas de todos los pueblos que componen aquel vasto y noble continente. Con ocasión del 50 aniversario de las relaciones diplomáticas con la República de Corea, quisiera implorar de Dios el don de la reconciliación en la península, con el deseo de que, por el bien de todo el pueblo coreano, las partes interesadas no se cansen de buscar puntos de encuentro y posibles soluciones. Asia, en efecto, tiene una larga historia de pacífica convivencia entre sus diversas partes civiles, étnicas y religiosas. Hay que alentar ese recíproco respeto, sobre todo frente a algunas señales preocupantes de su debilitamiento, en particular frente a crecientes actitudes de clausura que, apoyándose en motivos religiosos, tienden a privar a los cristianos de su libertad y a poner en peligro la convivencia civil. La Santa Sede, en cambio, mira con gran esperanza las señales de apertura que provienen de países de gran tradición religiosa y cultural, con los que desea colaborar en la edificación del bien común.

La paz además se ve herida por cualquier negación de la dignidad humana, sobre todo por la imposibilidad de alimentarse de modo suficiente. No nos pueden dejar indiferentes los rostros de cuantos sufren el hambre, sobre todo los niños, si pensamos a la cantidad de alimento que se desperdicia cada día en muchas partes del mundo, inmersas en la que he definido en varias ocasiones como la «cultura del descarte». Por desgracia, objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos, que vienen «descartados» como si fueran «cosas no necesarias». Por ejemplo, suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto, o en los que son utilizados como soldados, violentados o asesinados en los conflictos armados, o hechos objeto de mercadeo en esa tremenda forma de esclavitud moderna que es la trata de seres humanos, y que es un delito contra la humanidad.

No podemos ser insensibles al drama de las multitudes obligadas a huir por la carestía, la violencia o los abusos, especialmente en el Cuerno de África y en la Región de los Grandes Lagos. Muchos de ellos viven como prófugos o refugiados en campos donde no vienen considerados como personas sino como cifras anónimas. Otros, con la esperanza de una vida mejor, emprenden viajes aventurados, que a menudo terminan trágicamente. Pienso de modo particular en los numerosos emigrantes que de América Latina se dirigen a los Estados Unidos, pero sobre todo en los que de África o el Oriente Medio buscan refugio en Europa.

Permanece todavía viva en mi memoria la breve visita que realicé a Lampedusa, en julio pasado, para rezar por los numerosos náufragos en el Mediterráneo. Por desgracia hay una indiferencia generalizada frente a semejantes tragedias, que es una señal dramática de la pérdida de ese «sentido de la responsabilidad fraterna»,[9] sobre el que se basa toda sociedad civil. En aquella circunstancia, sin embargo, pude constatar también la acogida y dedicación de tantas personas. Deseo al pueblo italiano, al que miro con afecto, también por las raíces comunes que nos unen, que renueve su encomiable compromiso de solidaridad hacia los más débiles e indefensos y, con el esfuerzo sincero y unánime de ciudadanos e instituciones, venza las dificultades actuales, encontrando el clima de constructiva creatividad social que lo ha caracterizado ampliamente.

En fin, deseo mencionar otra herida a la paz, que surge de la ávida explotación de los recursos ambientales. Si bien «la naturaleza está a nuestra disposición»,[10] con frecuencia «no la respetamos, no la consideramos un don gratuito que tenemos que cuidar y poner al servicio de los hermanos, también de las generaciones futuras».[11] También en este caso hay que apelar a la responsabilidad de cada uno para que, con espíritu fraterno, se persigan políticas respetuosas de nuestra tierra, que es la casa de todos nosotros. Recuerdo un dicho popular que dice: «Dios perdona siempre, nosotros perdonamos algunas veces, la naturaleza -la creación-, cuando viene maltratada, no perdona nunca». Por otra parte, hemos visto con nuestros ojos los efectos devastadores de algunas recientes catástrofes naturales. En particular, deseo recordar una vez más a las numerosas víctimas y las grandes devastaciones en Filipinas y en otros países del sureste asiático, provocadas por el tifón Haiyan.

Excelencias, Señoras y Señores:

El Papa Pablo VI afirmaba que la paz «no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres».[12] Éste es el espíritu que anima la actividad de la Iglesia en cualquier parte del mundo, mediante los sacerdotes, los misioneros, los fieles laicos, que con gran espíritu de dedicación se prodigan entre otras cosas en múltiples obras de carácter educativo, sanitario y asistencial, al servicio de los pobres, los enfermos, los huérfanos y de quienquiera que esté necesitado de ayuda y consuelo. A partir de esta «atención amante»,[13] la Iglesia coopera con todas las instituciones que se interesan tanto del bien de los individuos como del común.

Al comienzo de este nuevo año, deseo renovar la disponibilidad de la Santa Sede, y en particular de la Secretaría de Estado, a colaborar con vuestros países para favorecer esos vínculos de fraternidad, que son reverberación del amor de Dios, y fundamento de la concordia y la paz. Que la bendición del Señor descienda copiosa sobre vosotros, vuestras familias y vuestros pueblos. Gracias.
 


[1] Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz (8 diciembre 2013), 1.[2] Ibíd.
[3] Cf. Ibíd., 10.
[4] Benedicto XVI, Mensaje para la XLI Jornada Mundial de la Paz (8 diciembre 2007), 3: AAS 100 (2008), 39.
[5] Cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 108.
[6] Cf. Benedicto XV, Carta a los Jefes de los pueblos beligerantes (1 agosto 1917): AAS 9 (1917), 421-423.
[7] Exh. ap. Evangelii gaudium, 228.
[8] Ibíd.
[9] Homilía en la S. Misa en Lampedusa, 8 julio 2013.
[10] Mensaje para la XLVII Jornada Mundial de la Paz (8 diciembre 2013), 9.
[11] Ibíd.
[12] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 76: AAS 59 (1967), 294-295.
[13] Exh. ap. Evangelii gaudium, 199. 



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A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ CATÓLICO PARA LA COLABORACIÓN CULTURAL
CON LAS IGLESIAS ORTODOXAS Y LAS IGLESIAS ORTODOXAS ORIENTAL
ES



Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 11 de enero de 2014





Señor cardenal,
queridos hermanos en el episcopado,
queridos hermanos y hermanas:



Os encuentro al inicio de este año, en el que se celebra el 50º aniversario de la institución del Comité católico para la colaboración cultural con las Iglesias ortodoxas y las Iglesias ortodoxas orientales. Saludo en particular al cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, responsable directo del trabajo del Comité, y le doy las gracias también por sus palabras, al igual que a monseñor Johan Bonny, obispo de Anversa, presidente del Comité.


El Concilio Vaticano II no había aún concluido cuando Pablo VI instituyó el Comité católico para la colaboración cultural. El camino de reconciliación y de renovada fraternidad entre las Iglesias, admirablemente marcado por el primer histórico encuentro entre el Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras, necesitaba también de experiencias de amistad y compartir que nacieran del mutuo conocimiento entre exponentes de las diversas Iglesias, y en particular entre los jóvenes iniciados en el ministerio sagrado. Nació así este Comité, por iniciativa de la sección oriental del entonces secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos. Éste, hoy como entonces, con el apoyo de bienhechores generosos, distribuye becas de estudio a clérigos y laicos provenientes de las Iglesias ortodoxas y de las Iglesias ortodoxas orientales que desean completar sus estudios teológicos en instituciones académicas de la Iglesia católica, y sostiene otros proyectos de colaboración ecuménica.


Expreso mi profundo agradecimiento a todos los bienhechores que han sostenido y sostienen el Comité. Con gratitud saludo a los miembros del Consejo de administración, presentes en Roma para la reunión anual. Sin vuestra valiosa aportación esta obra no sería posible. Por ello os aliento a continuar en la acción que desempeñáis. Que Dios os bendiga y haga proficua vuestra apreciada colaboración.


Dirijo un saludo especial a vosotros, queridos estudiantes, que estáis completando vuestros estudios teológicos en Roma. Vuestra permanencia en medio de nosotros es importante para el diálogo entre las Iglesias de hoy y sobre todo de mañana. Doy gracias a Dios porque me ofrece esta hermosa ocasión para encontraros y deciros que el Obispo de Roma os quiere mucho. Deseo que cada uno de vosotros pueda tener una gozosa experiencia de la Iglesia y de la ciudad de Roma, enriquecedora bajo el perfil espiritual y cultural, y que os podáis sentir no huéspedes, sino hermanos entre hermanos. Estoy seguro, por otra parte, que con vuestra presencia vosotros sois una riqueza para las comunidades de estudio que frecuentáis.


Queridos hermanos y hermanas, os aseguro mi recuerdo en la oración, y confío también en la vuestra por mí y por mi ministerio. Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja.



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A LOS SEDIARIOS PONTIFICIOS CON SUS FAMILIARES



Palacio Apostólico Vaticano
 Sala del Consistorio
Viernes 10 de enero de 2014


Estoy contento y alegre de acogeros para este intercambio de felicitaciones junto con vuestras familias. Estamos al inicio de un nuevo año y vivimos aún el tiempo litúrgico de Navidad, que concluirá el domingo próximo con la celebración del Bautismo del Señor. El misterio del nacimiento de Jesús nos llama a testimoniar en nuestra vida la humildad, la sencillez y el espíritu de servicio que Él nos enseñó. También en vuestro trabajo cotidiano tenéis la posibilidad de imitar estas características del Hijo de Dios, que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). Vivido con esta actitud interior, el trabajo puede llegar a ser apostolado, una valiosa ocasión para transmitir a quienes encontráis la alegría de ser cristianos. Esto es posible si mantenemos vivo el diálogo con el Señor en la oración, para crecer en su amistad y aprender de Él la disponibilidad y la acogida.

En estos meses me he dado cuenta de los ideales que animan vuestro trabajo. El amor a la Iglesia y a la Santa Sede, la cordialidad acogedora, la paciencia, la calma y la serenidad del comportamiento constituyen una buena tarjeta de visita para quienes acceden al palacio apostólico para encontrar al Papa. Por todo esto os doy las gracias cordialmente —¡de verdad os agradezco cordialmente!— y me siento en deuda con vosotros. Agradezco también la ternura con la que tomáis a los niños al acercármelos en las audiencias públicas. He preguntado a uno de vosotros: «pero ¿cuántos hijos tienes? Porque los sabes sostener, ¡se ve!».

Os renuevo mis deseos de paz y de todo bien; os aseguro mi oración por vosotros, y cuento también con las vuestras. Gracias.


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A LOS GENTILHOMBRES DE SU SANTIDAD, CON SUS FAMILIARES



Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 10 de enero de 2014



Queridos amigos:

Os saludo y os agradezco vuestro servicio, que consiste en acoger y acompañar a las diversas personalidades que vienen a encontrar al Sucesor de Pedro; así como también en presenciar las ceremonias y recibimientos oficiales. A través de vosotros, queridos gentilhombres, las diversas autoridades y personalidades que llegan en visita a la Sede de Pedro, tienen el primer contacto con esta Casa y reciben así las primeras impresiones. Como dice vuestro nombre, sirven a este fin las cualidades de la gentileza y cordialidad útiles para hacer sentir a gusto a las personas. Estas cualidades humanas encuentran su más auténtica raíz en una vida animada por la fe, que da testimonio de coherencia evangélica sin ensuciarla con alguna actitud mundana.

Estamos ya al final del tiempo de Navidad y todos hemos sido tocados por la maravilla del Dios hecho niño en la gruta de Belén, por el estupor del Hijo de Dios que llega a ser por amor a nosotros Hijo de María y se hace pequeño y frágil. Estemos atentos y recemos para que esta luz interior no se disuelva y podamos llevar a nuestra vida cotidiana, familiar y profesional, la alegría de la fe, que se expresa en la caridad, en la benevolencia y en la ternura.

Confío a María, Madre de Dios y Madre nuestra, a todos vosotros y a vuestras familias, para que os acompañe y sostenga. Os bendigo y os deseo un año sereno y proficuo. Y recemos los unos por los otros.


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