PANAMÁ (http://press.vatican.va
- 25 de enero de 2019).- Esta tarde, el Santo Padre FRANCISCO dejó la Nunciatura Apostólica y
se trasladó en automóvil al Campo Santa María La Antigua (Cinta Costera)
para el Vía Crucis con los jóvenes.
A las 17.30 hora local (23.30 horas en Roma) comenzó el rito con la entrada del Papa y con la cruz, símbolo de la JMJ.
Después de concluir la Vía Crucis con la bendición, el Santo Padre regresó a la Nunciatura Apostólica.
A las 17.30 hora local (23.30 horas en Roma) comenzó el rito con la entrada del Papa y con la cruz, símbolo de la JMJ.
Después de concluir la Vía Crucis con la bendición, el Santo Padre regresó a la Nunciatura Apostólica.
Texto de las palabras pronunciadas por el Papa al comienzo del Vía Crucis y el discurso que pronunció al final
del rito:
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(23-28 ENERO 2019)
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Viernes, 25 de enero de 2019
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A PANAMÁ CON OCASIÓN DE LA
XXXIV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
(23-28 DE ENERO DE 2019)
A PANAMÁ CON OCASIÓN DE LA
XXXIV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
(23-28 DE ENERO DE 2019)
Palabras del Santo Padre al comienzo de la Vía Crucis
Queridos jóvenes del mundo:
Caminar con Jesús será siempre una gracia y un riesgo.
Es gracia, porque nos compromete a vivir en la fe y a
conocerlo, entrando en lo más hondo de su corazón, comprendiendo la
fuerza de su palabra.
Es riesgo, porque en Jesús, sus palabras, sus gestos, sus
acciones, contrastan con el espíritu del mundo, con la ambición humana,
con las propuestas de una cultura del descarte y del desamor.
Hay una certeza que llena de esperanza este Camino de la
Cruz: Jesús lo recorrió con amor. Y también lo vivió la Virgen Gloriosa,
la que desde el comienzo de la Iglesia ha querido sostener con su
ternura el camino de la evangelización.
Discurso del Santo Padre
Señor, Padre de misericordia, en esta Cinta Costera, junto a tantos
jóvenes venidos de todo el mundo, hemos acompañado a tu Hijo en el
camino de la cruz; ese camino que quiso recorrer para nosotros, para
mostrarnos cuánto nos amas y cuán comprometido estás con nuestras vidas.
El camino de Jesús hacia el Calvario es un camino de sufrimiento y
soledad que continúa en nuestros días. Él camina, padece en tantos
rostros que sufren la indiferencia satisfecha y anestesiante de nuestra
sociedad, sociedad que consume y que se consume, que ignora y se ignora
en el dolor de sus hermanos.
También nosotros, tus amigos Señor, nos dejamos llevar por la apatía,
y la inmovilidad. No son pocas las veces que el conformismo nos ha
ganado y paralizado. Ha sido difícil reconocerte en el hermano
sufriente: hemos desviado la mirada, para no ver; nos hemos refugiado en
el ruido, para no oír; nos hemos tapado la boca, para no gritar.
Siempre la misma tentación. Es más fácil y “pagador” ser amigos en
las victorias y en la gloria, en el éxito y en el aplauso; es más fácil
estar cerca del que es considerado popular y ganador.
Qué fácil es caer en la cultura del bullying, del acoso, de la intimidación, del encarnizamiento con el débil.
Para ti no es así Señor, en la cruz te identificaste con todo sufrimiento, con todo aquel que se siente olvidado.
Para ti no es así Señor, pues quisiste abrazar a todos aquellos que
muchas veces consideramos no dignos de un abrazo, de una caricia, de una
bendición; o, peor aún, ni nos damos cuenta de que lo necesitan, los
ignoramos.
Para
ti no es así Señor, en la cruz te unes al vía crucis de cada joven, de
cada situación para transformarla en camino de resurrección.
Padre, hoy el vía crucis de tu Hijo se prolonga:
se prolonga en el grito sofocado de los niños a quienes se les impide
nacer y de tantos otros a los que se les niega el derecho a tener
infancia, familia, educación; en los niños que no pueden jugar, cantar,
soñar...
se prolonga en las mujeres maltratadas, explotadas y abandonadas, despojadas y ninguneadas en su dignidad;
y en los ojos tristes de los jóvenes que ven arrebatadas sus esperanzas de futuro por la falta de educación y trabajo digno;
se prolonga en la angustia de rostros jóvenes, amigos nuestros que
caen en las redes de gente sin escrúpulos ―entre ellas también se
encuentran personas que dicen servirte, Señor―, redes de explotación, de
criminalidad y de abuso, que se alimentan de sus vidas.
El vía crucis de tu Hijo se prolonga en tantos jóvenes y
familias que, absorbidos en una espiral de muerte a causa de la droga,
el alcohol, la prostitución y la trata, quedan privados no sólo de
futuro, sino de presente. Y así como repartieron tus vestiduras, Señor,
queda repartida y maltratada su dignidad.
El vía crucis de tu Hijo se prolonga en jóvenes con rostros
fruncidos que perdieron la capacidad de soñar, de crear, inventar el
mañana y se “jubilan” con el sinsabor de la resignación y el
conformismo, una de las drogas más consumidas en nuestro tiempo.
Se prolonga en el dolor oculto e indignante de quienes, en vez de
solidaridad por parte de una sociedad repleta de abundancia, encuentran
rechazo, dolor y miseria, y además son señalados y tratados como los
portadores y responsables de todo el mal social.
La pasión de tu Hijo se prolonga en la resignada soledad de los ancianos, que dejamos abandonados y descartados.
Se prolonga en los pueblos originarios, a quienes se despoja de sus
tierras, sus raíces y cultura, silenciando y apagando toda la sabiduría
que tienen y nos pueden aportar.
Padre, el vía crucis de tu Hijo se prolonga en el grito de
nuestra madre tierra, que está herida en sus entrañas por la
contaminación de sus cielos, por la esterilidad en sus campos, por la
suciedad de sus aguas, y que se ve pisoteada por el desprecio y el
consumo enloquecido que supera toda razón.
Se prolonga en una sociedad que perdió la capacidad de llorar y conmoverse ante el dolor.
Sí, Padre, Jesús sigue caminando, cargando y padeciendo en todos
estos rostros mientras el mundo, indiferente, y en un confortable
cinismo consume el drama de su propia frivolidad.
Y nosotros, Señor, ¿qué hacemos?
¿Cómo reaccionamos ante Jesús que sufre, camina, emigra en el rostro
de tantos amigos nuestros, de tantos desconocidos que hemos aprendido a
invisibilizar?
Y nosotros, Padre de misericordia,
¿Consolamos y acompañamos al Señor, desamparado y sufriente, en los más pequeños y abandonados?
¿Lo ayudamos a cargar el peso de la cruz, como el Cireneo, siendo
operadores de paz, creadores de alianzas, fermentos de fraternidad?
¿Nos animamos a permanecer al pie de la cruz como María?
Contemplamos a María, mujer fuerte. De ella queremos aprender a estar
de pie al lado de la cruz. Con su misma decisión y valentía, sin
evasiones ni espejismos. Ella supo acompañar el dolor de su Hijo, tu
Hijo, Padre, sostenerlo en la mirada, cobijarlo con el corazón. Dolor
que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que
sostiene y acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la
esperanza.
Nosotros también, Padre, queremos ser una Iglesia que sostiene y
acompaña, que sabe decir: ¡Aquí estoy! en la vida y en las cruces de
tantos cristos que caminan a nuestro lado.
De María aprendemos a decir “sí” al aguante recio y constante de
tantas madres, padres, abuelos que no dejan de sostener y acompañar a
sus hijos y nietos cuando “están en la mala”.
De ella aprendemos a decir “sí” a la testaruda paciencia y
creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar en
situaciones que parecen que todo está perdido, buscando crear espacios,
hogares, centros de atención que sean mano tendida en la dificultad.
En María aprendemos la fortaleza para decir “sí” a quienes no se han
callado y no se callan ante una cultura del maltrato y del abuso, del
desprestigio y la agresión y trabajan para brindar oportunidades y
condiciones de seguridad y protección.
En María aprendemos a recibir y hospedar a todos aquellos que han
sufrido el abandono, que han tenido que dejar o perder su tierra, sus
raíces, sus familias, su trabajo.
Padre, como María queremos ser Iglesia, la Iglesia que propicie una
cultura que sepa acoger, proteger, promover e integrar; que no
estigmatice y menos generalice en la más absurda e irresponsable condena
de identificar a todo emigrante como portador del mal social.
De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz, pero no
con un corazón blindado y cerrado, sino con un corazón que sepa
acompañar, que conozca de ternura y devoción; que entienda de piedad al
tratar con reverencia, delicadeza y comprensión. Queremos ser una
Iglesia de la memoria que respete y valorice a los ancianos y
reivindique el lugar que tienen como custodios de nuestras raíces.
Padre, como María queremos aprender a estar.
Enséñanos Señor a estar al pie de la cruz, al pie de las cruces;
despierta esta noche nuestros ojos, nuestro corazón; rescátanos de la
parálisis y de la confusión, del miedo y de la desesperación. Padre,
enséñanos a decir: Aquí estoy junto a tu Hijo, junto a María y junto a
tantos discípulos amados que quieren hospedar tu Reino en el corazón.
Amén.
***
Y después de haber vivido la Pasión del Señor junto a María al pie de
la cruz, nos vamos con el corazón silencioso y en paz, alegre y con
muchas ganas de seguir a Jesús. que Jesús los acompañe y que la Virgen
los cuide. ¡Adiós!







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