A su llegada, el Papa fue recibido por el Arzobispo de Panamá, S.E. Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, O.S.A., que lo acompañó en el papamóvil en su recorrido entre los fieles.
A las 8.00 hora local (14 horas en Roma), el Santo Padre presidió la celebración eucarística del III domingo del Tiempo Ordinario. Tras las palabras de agradecimiento del arzobispo de Panamá y la proclamación del Evangelio, el Santo Padre pronunció la homilía.
Al final de la celebración eucarística, el Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, S.E. el Cardenal Kevin Joseph Farrell, después de dirigirse al Papa con un breve saludo, anunció que la próxima JMJ se celebrará en Lisboa, en Portugal, en 2022.
Antes de la bendición final, el Santo Padre dirigió unas palabras de saludo a los jóvenes y a los peregrinos presentes. Luego, tras saludar a 40 benefactores locales, se desplazó en automóvil a la Casa Hogar El Buen Samaritano Juan Díaz.
Texto de la homilía y el saludo final que el Papa pronunció durante la Santa Misa:
(23-28 ENERO 2019)
Domingo, 27 de enero de 2019
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO
A PANAMÁ CON OCASIÓN DE LA
XXXIV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
(23-28 DE ENERO DE 2019)
A PANAMÁ CON OCASIÓN DE LA
XXXIV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
(23-28 DE ENERO DE 2019)
SANTA MISA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Campo San Juan Pablo II – Metro Park
Domingo, 27 de enero de 2019
Domingo, 27 de enero de 2019
«Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a
decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de
oír» (Lc 4,20-21).
Así el evangelio nos presenta el comienzo de la misión pública de
Jesús. Lo hace en la sinagoga que lo vio crecer, rodeado de conocidos y
vecinos y hasta quizá de alguna de sus “catequistas” de la infancia que
le enseñó la ley. Momento importante en la vida del Maestro por el cual,
el niño que se formó y creció en el seno de esa comunidad, se ponía de
pie, tomaba la palabra para anunciar y poner en acto el sueño de Dios.
Una palabra proclamada hasta entonces solo como promesa de futuro, pero
que en boca de Jesús solo podía decirse en presente, haciéndose
realidad: «Hoy se ha cumplido».
Jesús revela el ahora de Dios que sale a nuestro encuentro para convocarnos también a tomar parte en su ahora de
«llevar la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos y
la vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar un año
de gracia en el Señor» (cf. Lc 4,18-19). Es el ahora de Dios
que con Jesús se hace presente, se hace rostro, carne, amor de
misericordia que no espera situaciones ideales, situaciones perfectas
para su manifestación, ni acepta excusas para su realización. Él es el
tiempo de Dios que hace justa y oportuna cada situación y cada espacio.
En Jesús se inicia y se hace vida el futuro prometido.
¿Cuándo? Ahora. Pero no todos los que allí lo escucharon se sentían
sintieron invitados o convocados. No todos los vecinos de Nazaret
estaban preparados para creer en alguien que conocían y habían visto
crecer y que los invitaba a poner en acto un sueño tan esperado. Es más,
decían: “¿ Pero este no es el hijo de José?” (cf. Lc 4,22).
También a nosotros nos puede pasar lo mismo. No siempre creemos que
Dios pueda ser tan concreto, tan cotidiano, tan cercano y tan real, y
menos aún que se haga tan presente y actúe a través de alguien conocido
como puede ser un vecino, un amigo, un familiar. No siempre creemos que
el Señor nos pueda invitar a trabajar y a embarrarnos las manos junto a
Él en su Reino de forma tan simple pero contundente. Cuesta aceptar que
«el amor divino se haga concreto y casi experimentable en la historia
con todas sus vicisitudes dolorosas y gloriosas» (Benedicto XVI, Audiencia general, 28 septiembre 2005).
Y no son pocas las veces que actuamos como los vecinos de Nazaret, que preferimos un Dios a la distancia:
lindo, bueno, generoso, bien dibujadito pero distante y, sobre todo, un
Dios que no incomode, un Dios “domesticado”. Porque un Dios cercano y
cotidiano, un Dios amigo y hermano nos pide aprender de cercanías, de
cotidianeidad y sobre todo de fraternidad. Él no quiso tener una
manifestación angelical o espectacular, sino quiso regalarnos un rostro
hermano y amigo, concreto, familiar. Dios es real porque el amor es
real, Dios es concreto porque el amor es concreto. Y es precisamente
esta «concreción del amor lo que constituye uno de los elementos
esenciales de la vida de los cristianos» (cf. Benedicto XVI, Homilía, 1° marzo 2006).
Nosotros también podemos correr los mismos riesgos que los vecinos de
Nazaret, cuando en nuestras comunidades el Evangelio se quiere hacer
vida concreta y comenzamos a decir: “pero estos chicos, ¿no son hijos de
María, José, no son hermanos de... son parientes de...? Estos, ¿no son
los jovencitos que nosotros ayudamos a crecer…? Que se calle la boca,
¿cómo le vamos a creer? Ese de allá, ¿no era el que siempre rompía los
vidrios con su pelota?”. Y lo que nació para ser profecía y anuncio del
Reino de Dios termina domesticado y empobrecido. Querer domesticar la
Palabra de Dios es tentación de todos los días.
E incluso a ustedes, queridos jóvenes, les puede pasar lo mismo cada
vez que piensan que su misión, su vocación, que hasta su vida es una
promesa pero solo para el futuro y nada tiene que ver con el presente.
Como si ser joven fuera sinónimo de sala de espera de quien aguarda el
turno de su hora. Y en el “mientras tanto” de esa hora, les inventamos o
se inventan un futuro higiénicamente bien empaquetado y sin
consecuencias, bien armado y garantizado y con todo “bien asegurado”. No
queremos ofrecerles a ustedes un futuro de laboratorio. Es la “ficción”
de alegría, no la alegría del hoy, del concreto, del amor. Y así con
esta ficción de la alegría los “tranquilizamos”, los adormecemos para
que no hagan ruido, para que no molesten mucho, para que no se pregunten
ni nos pregunten, para que no se cuestionen ni nos cuestionen; y en ese
“mientras tanto” sus sueños pierden vuelo, se vuelven rastreros,
comienzan a dormirse y son “ensoñamientos” pequeños y tristes (cf. Homilía del Domingo de Ramos, 25 marzo 2018), tan solo porque consideramos o consideran que todavía no es su ahora;
que son demasiado jóvenes para involucrarse en soñar y trabajar el
mañana. Y así los seguimos procrastinando… Y ¿saben una cosa?, que a
muchos jóvenes esto les gusta. Por favor, ayudémosle a que no les guste,
a que se rebelen, a que quieran vivir el ahora de Dios.
Uno de los frutos del pasado Sínodo fue la riqueza de poder
encontrarnos y, sobre todo, escucharnos. La riqueza de la escucha entre
generaciones, la riqueza del intercambio y el valor de reconocer que nos
necesitamos, que tenemos que esforzarnos en propiciar canales y
espacios en los que involucrarse en soñar y trabajar el mañana ya desde
hoy. Pero no aisladamente, sino juntos, creando un espacio en común. Un
espacio que no se regala ni lo ganamos en la lotería, sino un espacio
por el que también ustedes deben pelear. Ustedes jóvenes deben pelear
por su espacio hoy, porque la vida es hoy. Nadie te puede prometer un
día del mañana. Tu vida hoy, es hoy. Tu jugarte es hoy. Tu espacio es
hoy. ¿Cómo estás respondiendo a esto?
Ustedes, queridos jóvenes, no son el futuro. Nos gusta decir:
“Ustedes son el futuro…”. No, son el presente. No son el futuro de Dios,
ustedes jóvenes son el ahora de Dios. Él los convoca, los llama
en sus comunidades, los llama en sus ciudades para ir en búsqueda de sus
abuelos, de sus mayores; a ponerse de pie junto a ellos, tomar la
palabra y poner en acto el sueño con el que el Señor los soñó.
No mañana, ahora, porque allí , ahora, donde está tu tesoro está también tu corazón (cf. Mt
6,21); y aquello que los enamore conquistará no solo vuestra
imaginación, sino que lo afectará todo. Será lo que los haga levantarse
por la mañana y los impulse en las horas de cansancio, lo que les rompa
el corazón y lo que les haga llenarse de asombro, de alegría y de
gratitud. Sientan que tienen una misión y enamórense, que eso lo
decidirá todo (cf. Pedro Arrupe, S.J., Nada es más práctico).
Podremos tener todo, pero, queridos jóvenes, si falta la pasión del
amor, faltará todo. ¡La pasión del amor hoy! ¡Dejemos que el Señor nos
enamore y nos lleve hasta el mañana!
Para Jesús no hay un “mientras tanto” sino amor de misericordia que
quiere anidar y conquistar el corazón. Él quiere ser nuestro tesoro,
porque Jesús no es un “mientras tanto” en la vida o una moda pasajera,
es amor de entrega que invita a entregarse.
Es amor concreto, de hoy, cercano, real; es alegría festiva que nace
al optar y participar en la pesca milagrosa de la esperanza y la
caridad, la solidaridad y la fraternidad frente a tanta mirada
paralizada y paralizante por los miedos y la exclusión, la especulación y
la manipulación.
Hermanos: El Señor y su misión no son un “mientras tanto” en nuestra
vida, un algo pasajero, no son solo una Jornada Mundial de la Juventud,
¡son nuestra vida de hoy y caminando!
Todos estos días de forma especial ha susurrado como música de fondo el hágase
de María. Ella no solo creyó en Dios y en sus promesas como algo
posible, le creyó a Dios, se animó a decir “sí” para participar en este ahora
del Señor. Sintió que tenía una misión, se enamoró y eso lo decidió
todo. Que ustedes sientan que tienen una misión, se dejen enamorar y el
Señor decidirá todo.
Y como sucedió en la sinagoga de Nazaret, el Señor, en medio nuestro,
sus amigos y conocidos, vuelve a ponerse de pie, a tomar el libro y
decirnos: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de
oír» (Lc 4,21).
Queridos jóvenes, ¿quieren vivir la concreción de su amor? Que
vuestro “sí” siga siendo la puerta de ingreso para que el Espíritu Santo
nos regale un nuevo Pentecostés, a la Iglesia y al mundo. Que así sea.
* * *
Al final de esta celebración, doy gracias a Dios por habernos dado la
posibilidad de compartir estos días y vivir nuevamente esta Jornada
Mundial de la Juventud.
De modo particular quiero agradecer la presencia en esta celebración
del señor Presidente de Panamá, Juan Carlos Varela Rodríguez, como
también la de Presidentes de otras naciones y la de las demás
autoridades políticas y civiles.
Agradezco a Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, arzobispo de Panamá,
su disponibilidad y su buen hacer al acoger en su Diócesis esta Jornada,
así como a los demás obispos de este país y de los países vecinos, por
todo lo que han realizado en sus comunidades para dar cobijo y ayuda a
tantos jóvenes.
Gracias a todas aquellas personas que nos han sostenido con su
oración, y que han colaborado con su esfuerzo y trabajo para hacer
realidad este sueño de la Jornada Mundial de la Juventud en este país.
Y a ustedes, queridos jóvenes, un grande «gracias». Su fe y su
alegría han hecho vibrar a Panamá, a América y al mundo entero. Como
tantas veces escuchamos durante estos días en el Himno de esta jornada:
“Somos peregrinos que venimos hoy aquí desde continentes y ciudades”.
Estamos en camino, sigan caminando, sigan viviendo la fe compartan la
fe. Y no se olviden que no son el mañana, no son el “mientras tanto”
sino el ahora de Dios.
Ya se ha anunciado la sede de la próxima Jornada Mundial de la
Juventud. Les pido que no dejen enfriar lo que han vivido durante estos
días. Vuelvan a su parroquias y comunidades, a sus familias y a sus
amigos, transmitan lo que han vivido, para que otros puedan vibrar con
esa fuerza y con esa ilusión concreta que ustedes tienen. Y con María
sigan diciendo “sí” al sueño que Dios sembró en ustedes.
Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.











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