martes, 22 de enero de 2013

BENEDICTO XVI: Ángelus (Enero 13, 6 y 1°)

ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo 13 de Enero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

Con este domingo después de la Epifanía concluye el Tiempo litúrgico de Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido en el horizonte de la humanidad, dispersa las tinieblas del mal y de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, a quien hemos contemplado en el misterio de su nacimiento, le vemos hoy adulto entrar en las aguas del río Jordán y santificar así todas las aguas y el cosmos entero —como evidencia la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue a que Juan le bautizara? ¿Por qué quiso realizar ese gesto de penitencia y conversión junto a tantas personas que querían de esta forma prepararse a la venida del Mesías? Ese gesto —que marca el inicio de la vida pública de Cristo— se sitúa en la misma línea de la Encarnación, del descendimiento de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe el apóstol Juan: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de Él», y le envió «como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn4, 9-10). He aquí por qué el primer acto público de Jesús fue recibir el bautismo de Juan, quien, al verle llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
Narra el evangelista Lucas que mientras Jesús, recibido el bautismo, «oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”» (3, 21-22). Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente sumergido en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es aquél que morirá en la cruz y resucitará por el poder del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y le consagra. Este Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, o sea, en el amor; el hombre que, frente al mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, elige no salvarse a sí mismo, sino ofrecer la propia vida por la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero este tipo de vida comporta un renacimiento: renacer de lo alto, de Dios, de la Gracia, Este renacimiento es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia para regenerar a los hombres a una vida nueva. Afirma un antiguo texto atribuido a san Hipólito: «Quien entra con fe en este baño de regeneración, renuncia al diablo y se alinea con Cristo, reniega del enemigo y reconoce que Cristo es Dios, se despoja de la esclavitud y se reviste de la adopción filial» (Discurso sobre la Epifanía, 10: pg 10, 862).
Según la tradición, esta mañana he tenido la alegría de bautizar a un nutrido grupo de niños nacidos en los últimos tres o cuatro meses. En este momento desearía extender mi oración y mi bendición a todos los neonatos; pero sobre todo invitar a todos a hacer memoria del propio Bautismo, de aquel renacimiento espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. Que cada cristiano, en este Año de la fe, redescubra la belleza de haber renacido de lo alto, del amor de Dios, y viva como hijo de Dios.

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la Jornada mundial del emigrante y del refugiado. En el mensaje de este año he comparado la emigración con una «peregrinación de fe y de esperanza». Quien deja la propia tierra lo hace porque espera en un futuro mejor, pero lo hace también porque se fía de Dios que guía los pasos del hombre, como Abrahán. Y así los emigrantes son portadores de fe y de esperanza en el mundo. A cada uno de ellos dirijo hoy mi saludo, con una especial oración y bendición.

(En español)

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, especialmente a los provenientes de Badajoz. En este domingo del Bautismo de Nuestro Señor, con el que concluye el tiempo de Navidad, exhorto a todos a contemplar a Jesucristo, el Hijo amado de Dios, su predilecto. Siguiendo su ejemplo y con la ayuda de su gracia, seamos para los demás fuente de consuelo y esperanza, no teniendo otro deseo que ofrecer un testimonio sencillo y elocuente de generoso servicio, sin buscar jamás ser servidos. Así dejaremos a nuestro paso un luminoso rastro de bondad y misericordia. Muchas gracias.

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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo 6 de Enero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

Disculpad el retraso. He ordenado a cuatro nuevos obispos en la basílica de San Pedro y el rito ha durado un poco más. Pero celebramos hoy sobre todo la Epifanía del Señor, su manifestación a las gentes, mientras numerosas Iglesias orientales, según el calendario juliano, celebran la Navidad. Esta ligera diferencia que superpone los dos momentos evidencia el hecho de que ese Niño, nacido en la humildad de la gruta de Belén, es la luz del mundo, que orienta el camino de todos los pueblos. Es una aproximación que hace reflexionar también desde el punto de vista de la fe: por un lado, en Navidad, ante Jesús, vemos la fe de María, de José y de los pastores; hoy, en la Epifanía, la fe de los tres Magos, llegados de Oriente para adorar al rey de los judíos.
La Virgen María, junto a su esposo, representa el «tronco» de Israel, el «resto» preanunciado por los profetas, del que debía germinar el Mesías. Los Magos representan, en cambio, a los pueblos, y podemos decir también las civilizaciones, las culturas, las religiones que están, por así expresarlo, en camino hacia Dios, en busca de su reino de paz, de justicia, de verdad y de libertad. Existe primero un núcleo personificado sobre todo por María, la «hija de Sión»: un núcleo de Israel, el pueblo que conoce y tiene fe en el Dios que se ha revelado a los Patriarcas y en el camino de la historia. Esta fe llega a su cumplimiento en María, en la plenitud de los tiempos; en ella, «bienaventurada porque ha creído», el Verbo se ha hecho carne, Dios ha «aparecido» en el mundo. La fe de María se convierte en la primicia y el modelo de la fe de la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza. Pero este pueblo es desde el inicio universal, y esto lo vemos hoy en las figuras de los Magos, que llegan a Belén siguiendo la luz de una estrella y las indicaciones de las Sagradas Escrituras.
San León Magno afirma: «En un tiempo le fue prometida a Abrahán una innumerable descendencia que sería generada no según la carne, sino en la fecundidad de la fe» (Discurso 3 para la Epifanía, 1: PL 54, 240). La fe de María puede situarse junto a la de Abrahán: es el nuevo inicio de la misma promesa, del mismo proyecto inmutable de Dios, que halla ahora su pleno cumplimiento en Jesucristo. Y la luz de Cristo es tan límpida y fuerte que hace inteligible tanto el lenguaje del cosmos como el de las Escrituras, de manera que todos cuantos, como los Magos, estén abiertos a la verdad puedan reconocerla y llegar a contemplar al Salvador del mundo. Dice también san León: «Que entre, que entre así en la familia de los patriarcas la gran masa de las gentes... Que todos los pueblos... adoren al Creador del universo, y que Dios sea conocido no sólo en Judea, sino en toda la tierra» (ib). En esta perspectiva podemos ver también las Ordenaciones episcopales que he tenido la alegría de conferir esta mañana en la basílica de San Pedro: dos de los nuevos obispos permanecerán al servicio de la Santa Sede y los otros dos partirán para ser representantes pontificios en dos naciones. Oremos por cada uno de ellos, por su ministerio y para que la luz de Cristo resplandezca en el mundo entero.

Después del Ángelus

Saludo a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. En esta solemnidad de la Epifanía del Señor, a ejemplo de los Magos de oriente, invito a todos a buscar a Dios con sencillez de espíritu, sin sucumbir ante el desaliento o la crítica. Él se revela a los humildes y a los pobres de espíritu. Él no se cansa de llamar a la puerta de nuestro corazón. Encontrar a Dios es lo mejor que le puede ocurrir a un hombre. Abramos, pues, nuestra vida a la luz de su gracia y descubriremos la fuerza necesaria para edificar una sociedad cada vez más reconciliada y solidaria. Feliz domingo.

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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XLVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

BENEDICTO XVI
ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Martes 1° de Enero de 2013


Queridos hermanos y hermanas:

¡Feliz año para todos! En este primer día de 2013 deseo hacer llegar la bendición de Dios a todo hombre y a toda mujer del mundo. Lo hago con la antigua fórmula contenida en la Sagrada Escritura: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26).
Igual que la luz y el calor del sol son una bendición para la tierra, del mismo modo la luz de Dios lo es para la humanidad cuando Él hace brillar su rostro sobre ella. Esto es lo que sucedió con el nacimiento de Jesucristo. Dios ha hecho resplandecer su rostro para nosotros: al inicio de modo muy humilde, oculto —en Belén sólo María y José y algunos pastores fueron testigos de esta revelación—; pero poco a poco, como el sol que desde el alba llega al mediodía, la luz de Cristo creció y se extendió por todas partes. Ya en el breve tiempo de su vida terrena, Jesús de Nazaret hizo resplandecer el rostro de Dios sobre la Tierra Santa; y luego, a través de la Iglesia animada por su Espíritu, extendió el Evangelio de la paz a todas las gentes. «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2, 14). Este es el canto de los ángeles en Navidad, y es el canto de los cristianos bajo el cielo; un canto que, del corazón y los labios, pasa a los gestos concretos, en las acciones del amor que construyen diálogo, comprensión y reconciliación.
Por ello, ocho días después de la Navidad, cuando la Iglesia, como la Virgen Madre María, muestra al mundo al recién nacido Jesús, Príncipe de la Paz, celebramos la Jornada mundial de la paz. Sí, aquel Niño, que es el Verbo de Dios hecho carne, ha venido a traer a los hombres una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 14, 27). Su misión es derribar el «muro de la enemistad» (cf. Ef 2, 14). Y cuando en las orillas del lago de Galilea Él proclama sus «Bienaventuranzas», entre ellas está también «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). ¿Quiénes son los que trabajan por la paz? Son todos aquellos que, día a día, tratan de vencer el mal con el bien, con la fuerza de la verdad, con las armas de la oración y del perdón, con el trabajo honesto y bien hecho, con la investigación científica al servicio de la vida, con las obras de misericordia corporales y espirituales. Los que trabajan por la paz son muchos, pero no hacen ruido. Como la levadura en la masa, hacen crecer la humanidad según el designio de Dios.
En este primer Ángelus del nuevo año, pidamos a María Santísima, Madre de Dios, que nos bendiga, como la mamá bendice a sus hijos que deben partir de viaje. Un nuevo año es como un viaje: con la luz y la gracia de Dios, que sea un camino de paz para todo hombre y toda familia, para cada país y para todo el mundo.


Después del Ángelus

Saludo a los fieles de lengua española aquí presentes y a cuantos participan en el rezo del Ángelus a través de los medios de comunicación social. En esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios, deseo hacer llegar mi cercanía espiritual y mi sincero afecto a todos los que, inspirados en la Palabra de Jesucristo, Luz de los pueblos, se esfuerzan por construir un mundo más justo y fraterno, cada vez más digno del hombre, y en el que no haya espacio para la guerra, las enemistades y las discordias. Encomiendo esta noble causa a las manos amorosas de la Virgen Santísima, Reina de la Paz. ¡Feliz año nuevo!

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