martes, 22 de enero de 2013

BENEDICTO XVI: Discursos (Enero 14 y 11); Videomensaje (Enero 7)

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS FUNCIONARIOS Y AGENTES
DE LA COMISARÍA DE SEGURIDAD PÚBLICA JUNTO AL VATICANO


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Lunes 14 de Enero de 2013

Ilustres señores,
queridos funcionarios y agentes:


Me alegra mucho renovar este encuentro ya tradicional, para el intercambio recíproco de felicitaciones al comienzo del año nuevo. Mi saludo y mis felicitaciones van ante todo al doctor Enrico Avola, recién nombrado dirigente general, a quien agradezco las palabras que me acaba de dirigir, así como al prefecto Salvatore Festa. Con igual afecto saludo a los demás componentes y colaboradores de la Comisaría de seguridad pública junto al Vaticano.
Deseo ante todo expresar mi sentimiento de gratitud por el servicio que prestáis con dedicación y reconocida profesionalidad en la plaza de San Pedro y en la zona adyacente al Vaticano para la salvaguardia necesaria del orden público. En particular, pienso en vuestra obra durante las manifestaciones de los fieles y peregrinos, que llegan de todo el mundo para encontrarse con el Sucesor de Pedro y para visitar la tumba del Príncipe de los Apóstoles, así como para rezar ante las tumbas de mis venerados predecesores, en particular la del beato Juan Pablo II.
Vuestro compromiso se extiende también con ocasión de mis visitas pastorales en Roma y en mis viajes apostólicos en Italia. En esta circunstancia quiero manifestar una vez más mi estima y destacar mi sentido aprecio por el modo y el espíritu que animan vuestro servicio, vigilante y cualificado. Un estilo que, mientras honra vuestra identidad de funcionarios del Estado italiano y miembros de la Iglesia, testimonia también las buenas relaciones que existen entre Italia y la Sede apostólica.
He escuchado con interés las palabras de vuestro dirigente, quien, en nombre de todos vosotros, ha querido hacerse intérprete de los sentimientos, ideales y propósitos que inspiran vuestra vida y vuestro comportamiento en el compromiso diario. Deseo de corazón que vuestro esfuerzo, realizado a menudo con sacrificio y riesgos, esté siempre animado por una sólida fe cristiana, que es indudablemente el más precioso tesoro y valor espiritual que vuestras familias os han confiado y que estáis llamados a transmitir a vuestros hijos. El Año de la fe, que toda la Iglesia está viviendo, es también para vosotros una oportunidad de volver al mensaje del Evangelio y hacerlo entrar de modo más profundo en vuestras conciencias y en la vida diaria, testimoniando valientemente el amor de Dios en todo ambiente, también en el de vuestro trabajo.
En el Mensaje con ocasión de la reciente Jornada mundial de la paz, remarqué cómo «las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada persona, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda» (n. 1). Que vuestra presencia, queridos amigos, sea una garantía cada vez más válida del buen orden y de la tranquilidad, que son fundamentales para construir una vida social pacífica y armoniosa, y que, además de que nos los enseña el mensaje evangélico, son signo de auténtica civilización.
Con estos sentimientos, deseo expresar mis felicitaciones por el nuevo año también a vuestros familiares, a quienes encomiendo a la protección materna de la Virgen santísima, a fin de que interceda ante su Hijo divino para que os obtenga prosperidad, paz y concordia, y os proteja de todo peligro. Os acompañe también la bendición apostólica que de corazón os imparto a todos vosotros.

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CUERPO DE LA GENDARMERÍA Y A LOS BOMBEROS
DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 11 de Enero de 2013

Señor comandante,
queridos dirigentes, comisarios e inspectores,
queridos gendarmes y bomberos:


Me alegra mucho acogeros hoy en el palacio apostólico y dedicar este momento a todos vosotros, que diariamente estáis al servicio del Sucesor de Pedro, ofreciendo con encomiable disponibilidad vuestra valiosa labor diurna y nocturna en el Estado de la Ciudad del Vaticano. Os saludo con viva cordialidad, empezando por el comandante doctor Domenico Giani, a quien agradezco las palabras con las que ha interpretado vuestros sentimientos, delineando los propósitos que orientan vuestro compromiso. Dirijo mi saludo agradecido al cardenal Giuseppe Bertello y al obispo monseñor Giuseppe Sciacca, respectivamente presidente y secretario general de la Gobernación, que no dejan que falte al Cuerpo de la Gendarmería y al de Bomberos el apoyo necesario. Saludo cordialmente al cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado, agradeciéndole su presencia en este encuentro. Una palabra de aprecio dirijo también al padre Gioele Schiavella y a don Sergio Pellini, por su ministerio en favor del crecimiento espiritual de todo el Cuerpo de la Gendarmería.
Un saludo muy afectuoso a cada uno de vosotros, queridos gendarmes. Esta circunstancia me ofrece la oportunidad de expresaros con intensidad mis sentimientos de estima, mi vivo aliento y sobre todo mi profunda gratitud por el generoso trabajo que realizáis con discreción, competencia y eficiencia, y no sin sacrificio. Casi todos los días tengo la oportunidad de encontrar a alguno de vosotros en los varios lugares de servicio y constatar personalmente vuestra profesionalidad en la colaboración para garantizar la vigilancia del Papa, así como el orden necesario y la seguridad de cuantos residen en el Estado o de quienes participan en las celebraciones y encuentros que tienen lugar en el Vaticano.
El Cuerpo de la Gendarmería está llamado a desempeñar, entre sus diversas tareas, la función de acoger con cortesía y gentileza a los peregrinos y visitantes del Vaticano, que llegan de Roma, de Italia y de todas las partes del mundo. Esta obra de vigilancia y control, que lleváis a cabo con diligencia y solicitud, es ciertamente considerable y delicada: requiere a veces no poca paciencia, perseverancia y disponibilidad a la escucha. Se trata de un servicio muy útil para el desarrollo tranquilo y seguro de la vida diaria y de las manifestaciones religiosas en la Ciudad del Vaticano.
En cada peregrino o visitante sabed ver el rostro de un hermano que Dios pone en vuestro camino; por tanto, acogedle con gentileza y ayudadle, sintiéndole parte de la gran familia humana. Como escribí en el Mensaje para la reciente celebración de la Jornada mundial de la paz: «La realización de la paz depende en gran medida del reconocimiento de que, en Dios, somos una sola familia humana. Como enseña la encíclica Pacem in terris, se estructura mediante relaciones interpersonales e instituciones apoyadas y animadas por un “nosotros” comunitario. (…) La paz es un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades y las exigencias del prójimo» (n. 3).
Vuestra actividad será tanto más eficaz para la Santa Sede y enriquecedora para vosotros cuanto más se pueda realizar en un contexto de serenidad y armonía. A este propósito, es necesario que los gendarmes que garantizan desde hace mucho tiempo su servicio en el seno del Cuerpo y los responsables del comando favorezcan cada vez más relaciones de confianza capaces de sostener y alentar a todos los miembros de la Gendarmería vaticana, también en los momentos difíciles.
Queridos amigos gendarmes y bomberos, que vuestra peculiar presencia en el corazón de la cristiandad, donde multitudes de fieles llegan sin pausa para encontrarse con el Sucesor de Pedro y visitar las tumbas de los Apóstoles, suscite cada vez más en cada uno de vosotros el propósito de intensificar la dimensión espiritual de la vida, así como el compromiso de profundizar vuestra fe cristiana, testimoniándola valientemente en cada ambiente con una coherente conducta de vida. Con este fin os ayuda el Año de la fe que estamos celebrando: constituye una ocasión privilegiada para redescubrir cuánta alegría hay en creer y en comunicar a los demás que el encuentro salvífico y liberador con Dios realiza las aspiraciones más profundas del hombre, sus anhelos de paz, de fraternidad y amor.
En los días pasados la liturgia nos ha invitado a contemplar a Jesús que se hizo hombre y vino entre nosotros. Él es la luz que ilumina y da sentido a nuestra existencia; es el Redentor que trae al mundo la paz. Contemplemos a la Virgen santísima mientras lo tiene en brazos, como madre amorosa, para darlo a todos los hombres, y acojámoslo con confianza y alegría. Como María, miremos también nosotros con atención y guardemos en el corazón las maravillas que Dios realiza cada día en la historia. Aprenderemos así a reconocer, en la trama de la vida diaria, la intervención constante de la divina Providencia, que guía todo con sabiduría y amor.
Queridos amigos, os renuevo a todos mi agradecimiento más sincero y afectuoso por vuestra colaboración; que vuestro generoso y apreciado servicio sea recompensado abundantemente por el Señor. A Él le dirijo mi oración, para que os ayude a desempeñar vuestra profesión, siempre fieles a los ideales que ella requiere. Cuanto más firmes sean los principios morales que os inspiran, tanto más autorizadas serán vuestras intervenciones. Seguid actuando siempre con este espíritu. Que vuestros patrones celestiales, el arcángel san Miguel y santa Bárbara, os protejan y sostengan en las justas aspiraciones que alimentáis; que os consuele y aliente mi constante benevolencia; y os acompañe la especial bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros y a vuestras familias.

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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS FIELES DE CAMBOYA
CON OCASIÓN DEL CONGRESO NACIONAL
SOBRE EL CONCILIO VATICANO II
[PHNOM PENH, 5-7 GENNAIO 2013]

Queridos hermanos y hermanas de Camboya:

Es una gran alegría para mí unirme a vosotros con la oración y con el corazón y enviaros mi cordial saludo mientras os reunís alrededor de vuestros pastores para celebrar el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el vigésimo aniversario del Catecismo de la Iglesia católica. Deseo que la traducción en lengua camboyana de los documentos conciliares y del Catecismo, que recibiréis en esta ocasión, os permita conocer mejor la enseñanza de la Iglesia y crecer en la fe.
En este Año de la fe os invito a mantener vuestra mirada fija en la persona de Jesucristo, el que inició y completa nuestra fe (cf. Hb 12, 2), y a reafirmar que Él es la Buena Nueva para el mundo de hoy. Es en Él donde los ejemplos de fe que han señalado nuestra historia hallan su luz plena. Así, recordando el período de trastornos que precipitaron a vuestro país en las tinieblas, desearía subrayar cuánto la fe, la valentía y la perseverancia de vuestros pastores y de tantos cristianos hermanos y hermanas vuestros —muchos de los cuales encontraron la muerte— es un noble testimonio de la verdad del Evangelio. Y este testimonio se ha convertido en una inestimable fuerza espiritual para reconstruir la comunidad eclesial en vuestro país. Actualmente los numerosos catecúmenos y los bautizados adultos muestran vuestro dinamismo y son un feliz signo de la presencia de Dios que actúa en vosotros.
Queridos hermanos y hermanas: en el ejemplo del apóstol Pablo, os exhorto a «mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4, 3). ¡Estad seguros de la oración de vuestros hermanos y hermanas cuya sangre se derramó en los arrozales! Sed levadura en la masa de vuestra sociedad, testimoniando la caridad de Cristo hacia todos, tejiendo lazos de fraternidad con los miembros de las demás tradiciones religiosas y caminando por los senderos de la justicia y de la misericordia.
Queridos jóvenes, amigos míos, que habéis sido bautizados en estos últimos años: no olvidéis que la Iglesia es vuestra familia; ella cuenta con vosotros para testimoniar la vida y el amor que habéis descubierto en Jesús. Rezo por vosotros y os invito a ser discípulos generosos de Cristo.
Y vosotros, seminaristas y sacerdotes camboyanos: sed signo de los brotes de la Iglesia que se construye. Vuestra vida donada y vuestra oración son fuentes de esperanza; que sean también una invitación para que otros jóvenes donen la propia vida como sacerdotes según el corazón de Dios.
Misioneros, religiosos, religiosas, laicos consagrados llegados de los cinco continentes: sed la buena señal de la comunión eclesial en torno a vuestros pastores a fin de que vuestra fraternidad, en la diversidad de los respectivos carismas, lleve a muchos de quienes servís y amáis con celo a encontrar a Jesucristo.
Y a todos vosotros, que buscáis a Dios: perseverad y estad seguros de que Cristo os ama y os ofrece la paz.
Amados hermanos y hermanas, pastores y fieles de Camboya: que la Virgen María, Nuestra Señora del Mekong, en su humildad y fidelidad a la voluntad del Señor, os ilumine durante este Año de la fe. Sabed que os recuerdo en mi oración y de todo corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica.

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