ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
ENERO 2014
Imagen: EPA
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Plaza de San Pedro
Domingo 19 de enero de 2014
ENERO 2014
Plaza de San Pedro
Domingo 26 de enero de 2014
Domingo 26 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo relata los inicios de la vida pública de Jesús en
las ciudades y en los poblados de Galilea. Su misión no parte de Jerusalén, es decir, del centro religioso, centro incluso
social y político, sino que parte de una zona periférica, una zona despreciada
por los judíos más observantes, con motivo de la presencia en esa región de
diversas poblaciones extranjeras; por ello el profeta Isaías la indica como
«Galilea de los gentiles» (Is 8, 23).
Es una tierra de frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas
diversas por raza, cultura y religión. La Galilea se convierte así en el lugar
simbólico para la apertura del Evangelio a todos los pueblos. Desde este punto
de vista, Galilea se asemeja al mundo de hoy: presencia simultánea de diversas
culturas, necesidad de confrontación y necesidad de encuentro. También nosotros
estamos inmersos cada día en una «Galilea de los gentiles», y en este tipo de
contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para
estar más seguros, más protegidos. Pero Jesús nos enseña que la Buena Noticia,
que Él trae, no está reservada a una parte de la humanidad, sino que se ha de
comunicar a todos. Es un feliz anuncio destinado a quienes lo esperan, pero
también a quienes tal vez ya no esperan nada y no tienen ni siquiera la fuerza
de buscar y pedir.
Partiendo de Galilea, Jesús nos enseña que nadie está excluído de la salvación
de Dios, es más, que Dios prefiere partir de la periferia, de los últimos, para
alcanzar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa el contenido, es
decir, la misericordia del Padre. «Cada cristiano y cada comunidad discernirá
cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar
este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las
periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap.
Evangelii gaudium,
20).
Jesús comienza su misión no sólo desde un sitio descentrado, sino también con
hombres que se catalogarían, así se puede decir, «de bajo perfil». Para elegir a
sus primeros discípulos y futuros apóstoles, no se dirige a las escuelas de los
escribas y doctores de la Ley, sino a las personas humildes y a las personas
sencillas, que se preparan con diligencia para la venida del reino de Dios.
Jesús va a llamarles allí donde trabajan, a orillas del lago: son pescadores.
Les llama, y ellos le siguen, inmediatamente. Dejan las redes y van con Él: su
vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.
Queridos amigos y amigas, el Señor llama también hoy. El Señor pasa por los
caminos de nuestra vida cotidiana. Incluso hoy, en este momento, aquí, el Señor
pasa por la plaza. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el reino de
Dios, en las «Galileas» de nuestros tiempos. Cada uno de vosotros piense: el
Señor pasa hoy, el Señor me mira, me está mirando. ¿Qué me dice el Señor? Y si
alguno de vosotros percibe que el Señor le dice «sígueme» sea valiente, vaya con
el Señor. El Señor jamás decepciona. Escuchad en vuestro corazón si el Señor os
llama a seguirle. Dejémonos alcanzar por su mirada, por su voz, y sigámosle.
«Para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y
ninguna periferia se prive de su luz» (ibid., 288).
Después del Ángelus
Ahora veis que no estoy solo: estoy acompañado por dos de vosotros, que subieron
aquí. ¡Son buenos estos dos!
Se celebra hoy la jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad,
incluso estando en retroceso, lamentablemente afecta todavía a muchas personas
en condiciones de grave miseria. Es importante mantener viva la solidaridad con
estos hermanos y hermanas. A ellos les aseguramos nuestra oración; y rezamos
también por todos aquellos que les asisten y, de diferentes formas, se empeñan
por desafiar este morbo.
Soy cercano con la oración a Ucrania, en particular a cuantos perdieron la vida
en estos días y a sus familias. Deseo que se desarrolle un diálogo constructivo
entre las instituciones y la sociedad civil y, evitando todo recurso a la
violencia, prevalezca en el corazón de cada uno el espíritu de paz y la búsqueda
del bien común.
Hoy hay muchos niños en la plaza. ¡Muchos! También con ellos deseo dirigir un
recuerdo a
Cocò Campolongo, que a los tres años fue quemado en un coche en
Cassano all’ Jonio. Este ensañamiento sobre un niño tan pequeño parece no tener
precedentes en la historia de la criminalidad. Recemos con Cocò, que seguramente
está con Jesús en el cielo, por las personas que cometieron este crimen, para
que se arrepientan y se conviertan al Señor.
En los próximos días, millones de personas que viven en el Lejano Oriente o
diseminadas en varias partes del mundo, entre ellos chinos, coreanos y
vietnamitas, celebran el inicio del año nuevo lunar. A todos ellos deseo una
existencia llena de alegría y esperanza. Que el anhelo irreprimible de
fraternidad, que albergan en su corazón, encuentre en la intimidad de la familia
el lugar privilegiado donde ser descubierto, educado y realizado. Será ésta una
preciosa aportación a la construcción de un mundo más humano, donde reine la
paz.
Ayer, en Nápoles, fue proclamada beata María Cristina de Saboya, que vivió en la
primera mitad del siglo diecinueve, reina de las dos Sicilias. Mujer de profunda
espiritualidad y de gran humildad, supo hacerse cargo de los sufrimientos de su
pueblo, convirtiéndose en auténtica madre de los pobres. Su ejemplo
extraordinario de caridad testimonia que la vida buena del Evangelio es posible
en todo ambiente y condición social.
Me dirijo ahora a los muchachos y a las muchachas de la Acción Católica de la
diócesis de Roma. Queridos chavales, también este año, acompañados por el
cardenal vicario, habéis venido numerosos al término de vuestra «Caravana de la
paz». Os agradezco. Os agradezco mucho. Escuchemos ahora el mensaje que vuestros
amigos, aquí junto a mí, nos leerán.
[Lectura del mensaje]
Y ahora estos dos buenos muchachos lanzarán las palomas, símbolo de paz.
A todos deseo un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!
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Plaza de San Pedro
Domingo 19 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el domingo pasado,
hemos entrado en el tiempo litúrgico llamado «ordinario». En este
segundo domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro
entre Jesús y Juan el Bautista, a orillas del río Jordán. Quien lo
relata es el testigo ocular, Juan evangelista, quien antes de ser
discípulo de Jesús era discípulo del Bautista, junto a su hermano
Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos pescadores. El
Bautista, por lo tanto, ve a Jesús que avanza entre la multitud e,
inspirado desde lo alto, reconoce en Él al enviado de Dios, por ello
lo indica con estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
El verbo que se traduce con «quita» significa literalmente «aliviar»,
«tomar sobre sí». Jesús vino al mundo con una misión precisa:
liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre sí las culpas
de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer el
mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia
vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús
tiene los rasgos del Siervo del Señor, que «soportó nuestros
sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53, 4), hasta
morir en la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge
en el río de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que hace la fila con los
pecadores para hacerse bautizar, incluso sin tener necesidad. Un
hombre que Dios mandó al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo
Testamento el término «cordero» se le encuentra en más de una
ocasión, y siempre en relación a Jesús. Esta imagen del cordero
podría asombrar. En efecto, un animal que no se caracteriza
ciertamente por su fuerza y robustez si carga en sus propios hombros
un peso tan inaguantable. La masa enorme del mal es quitada y
llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia,
docilidad y amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí
mismo. El cordero no es un dominador, sino que es dócil; no es
agresivo, sino pacífico; no muestra las garras o los dientes ante
cualquier ataque, sino que soporta y es dócil. Y así es Jesús. Así
es Jesús, como un cordero.
¿Qué significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser
discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el sitio de
la malicia, la inocencia; en el lugar de la fuerza, el amor; en el
lugar de la soberbia, la humildad; en el lugar del prestigio, el
servicio. Es un buen trabajo. Nosotros, cristianos, debemos hacer
esto: poner en el lugar de la malicia, la inocencia, en el lugar de
la fuerza, el amor, en el lugar de la soberbia, la humildad, en el
lugar del prestigio el servicio. Ser discípulos del Cordero no
significa vivir como una «ciudadela asediada», sino como una ciudad
ubicada en el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no
asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos,
testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más
libres y más alegres.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy se celebra la Jornada mundial del emigrante y el refugiado, con el tema
«Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor», que desarrollé en el Mensaje
publicado hace ya un tiempo. Dirijo un saludo especial a las representaciones de
diversas comunidades étnicas aquí reunidas, en especial a las comunidades
católicas de Roma. Queridos amigos, vosotros estáis cerca del corazón de la
Iglesia, porque la Iglesia es un pueblo en camino hacia el Reino de
Dios, que Jesucristo trajo en medio de nosotros. No perdáis la
esperanza de un mundo mejor. Deseo que viváis en paz en los países
que os acogen, custodiando los valores de vuestras culturas de
origen. Quisiera agradecer a quienes trabajan con los inmigrantes
para acogerles y acompañarles en sus momentos difíciles, para
defenderles de aquello que el beato Scalabrini definía como «los
mercaderes de carne humana», que quieren esclavizar a los
inmigrantes. De modo particular, quiero dar las gracias a la
congregación de los Misioneros de San Carlos, los padres y las
hermanas scalabrinianos que tanto bien hacen a la Iglesia, y se
hacen inmigrantes con los inmigrantes.
En este momento pensamos en los numerosos inmigrantes y refugiados, en sus
sufrimientos, en su vida, muchas veces sin trabajo, sin documentos, en mucho
dolor; y podemos todos dirigir una oración por los inmigrantes y los refugiados
que viven situaciones más graves y más difíciles: Ave María.
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FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
Plaza
de San Pedro
Domingo 12 de enero de 2014
Domingo 12 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy es la fiesta del Bautismo del
Señor. Esta mañana he bautizado a
treinta y dos recién nacidos. Doy
gracias con vosotros al Señor por
estas criaturas y por cada nueva
vida. A mí me gusta bautizar a los
niños. ¡Me gusta mucho! Cada niño
que nace es un don de alegría y de
esperanza, y cada niño que es
bautizado es un prodigio de la fe y
una fiesta para la familia de Dios.
La página del Evangelio de hoy
subraya que, cuando Jesús recibió el
bautismo de Juan en el río Jordán,
«se abrieron los cielos» (Mt
3, 16). Esto realiza las profecías.
En efecto, hay una invocación que la
liturgia nos hace repetir en el
tiempo de Adviento: «Ojalá rasgases
el cielo y descendieses!» (Is
63, 19). Si el cielo permanece
cerrado, nuestro horizonte en esta
vida terrena es sombrío, sin
esperanza. En cambio, celebrando la
Navidad, la fe una vez más nos ha
dado la certeza de que el cielo se
rasgó con la venida de Jesús. Y en
el día del bautismo de Cristo
contemplamos aún el cielo abierto.
La manifestación del Hijo de Dios en
la tierra marca el inicio del gran
tiempo de la misericordia, después
de que el pecado había cerrado el
cielo, elevando como una barrera
entre el ser humano y su Creador.
Con el nacimiento de Jesús, el cielo
se abre. Dios nos da en Cristo la
garantía de un amor indestructible.
Desde que el Verbo se hizo carne es,
por lo tanto, posible ver el cielo
abierto. Fue posible para los
pastores de Belén, para los Magos de
Oriente, para el Bautista, para los
Apóstoles de Jesús, para san Esteban,
el primer mártir, que exclamó: «Veo
los cielos abiertos» (Hch 7,
56). Y es posible también para cada
uno de nosotros, si nos dejamos
invadir por el amor de Dios, que nos
es donado por primera vez en el
Bautismo. ¡Dejémonos invadir por el
amor de Dios! ¡Éste es el gran
tiempo de la misericordia! No lo
olvidéis: ¡éste es el gran tiempo de
la misericordia!
Cuando Jesús recibió el Bautismo
de penitencia de Juan el Bautista,
solidarizándose con el pueblo
penitente —Él sin pecado y sin
necesidad de conversión—, Dios Padre
hizo oír su voz desde el cielo: «Éste
es mi Hijo amado, en quien me
complazco» (v. 17). Jesús recibió la
aprobación del Padre celestial, que
lo envió precisamente para que
aceptara compartir nuestra condición,
nuestra pobreza. Compartir es el
auténtico modo de amar. Jesús no se
disocia de nosotros, nos considera
hermanos y comparte con nosotros.
Así, nos hace hijos, juntamente con
Él, de Dios Padre. Ésta es la
revelación y la fuente del amor
auténtico. Y, ¡este es el gran
tiempo de la misericordia!
¿No os parece que en nuestro
tiempo se necesita un suplemento de
fraternidad y de amor? ¿No os parece
que todos necesitamos un suplemento
de caridad? No esa caridad que se
conforma con la ayuda improvisada
que no nos involucra, no nos pone en
juego, sino la caridad que comparte,
que se hace cargo del malestar y del
sufrimiento del hermano. ¡Qué buen
sabor adquiere la vida cuando
dejamos que la inunde el amor de
Dios!
Pidamos a la Virgen Santa que nos
sostenga con su intercesión en
nuestro compromiso de seguir a
Cristo por el camino de la fe y de
la caridad, la senda trazada por
nuestro Bautismo.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y
hermanas:
Dirijo a todos vosotros mi saludo
cordial, en especial a las familias
y a los fieles llegados de diversas
parroquias de Italia y de otros
países, así como a las asociaciones
y a los diversos grupos.
Hoy deseo dirigir un pensamiento
especial a los padres que han traído
a sus hijos al Bautismo y a quienes
están preparando el Bautismo de un
hijo. Me uno a la alegría de estas
familias, doy gracias con ellos al
Señor, y rezo para que el Bautismo
de los niños ayude a los padres
mismos a redescubrir la belleza de
la fe y a volver de modo nuevo a los
Sacramentos y a la comunidad.
Como ya fue anunciado el próximo
22 de febrero, fiesta de la Cátedra
de San Pedro, tendré la alegría de
tener un Consistorio, durante el
cual nombraré a 16 nuevos cardenales,
que —pertenecientes a 12 naciones de
todas las partes del mundo—
representan la profunda relación
eclesial entre la Iglesia de Roma y
las demás Iglesias diseminadas por
el mundo.
Al día siguiente presidiré una
solemne concelebración con los
nuevos cardenales, mientras que el
20 y el 21 de febrero tendré un
Consistorio con todos los cardenales
para reflexionar sobre el tema de la
familia.
He aquí los nombres de los nuevos
cardenales:
1. Monseñor Pietro Parolin,
arzobispo titular de Acquapendente,
secretario de Estado.
2. Monseñor Lorenzo Baldisseri,
arzobispo titular de Diocleziana,
secretario general del Sínodo de los
obispos.
3. Monseñor Gerhard Ludwig Müller,
arzobispo-obispo emérito de
Ratisbona, prefecto de la
Congregación para la doctrina de la
fe.
4. Monseñor Beniamino Stella,
arzobispo titular de Midila,
prefecto de la Congregación para el
clero.
5. Monseñor Vincent Gerard Nichols,
arzobispo de Westminster (Gran
Bretaña).
6. Monseñor Leopoldo José Brenes Solórzano,
arzobispo de Managua (Nicaragua).
7. Monseñor Gérald Cyprien Lacroix,
arzobispo de Quebec (Canadá).
8. Monseñor Jean-Pierre Kutwa,
arzobispo de Abiyán (Costa de Marfil).
9. Monseñor Orani João Tempesta, o.cist.,
arzobispo de Río de Janeiro (Brasil).
10. Monseñor Gualtiero Bassetti,
arzobispo de Perugia-Città della
Pieve (Italia).
11. Monseñor Mario Aurelio Poli,
arzobispo de Buenos Aires
(Argentina).
12. Monseñor Andrew Yeom Soo jung,
arzobispo de Seúl (Corea).
13. Monseñor Ricardo Ezzati Andrello, s.d.b.,
arzobispo de Santiago de Chile
(Chile).
14. Monseñor Philippe Nakellentuba Ouédraogo,
arzobispo de Uagadugu (Burkina Faso).
15. Monseñor Orlando B. Quevedo, o.m.i.,
arzobispo de Cotabato (Filipinas).
16. Monseñor Chibly Langlois,
obispo de Les Cayes (Haití).
Junto a ellos, uniré a los
miembros del Colegio cardenalicio a
tres arzobispos eméritos que se han
distinguido por su servicio a la
Santa Sede y a la Iglesia:
Monseñor Loris Francesco
Capovilla, arzobispo titular de
Mesembria;
Monseñor Fernando Sebastián Aguilar,
arzobispo emérito de Pamplona;
Monseñor Kelvin Edward Felix,
arzobispo emérito de Castries,
Antillas.
Recemos por los nuevos cardenales,
a fin de que revestidos de las
virtudes y los sentimientos del
Señor Jesús, Buen Pastor, puedan
ayudar más eficazmente al Obispo de
Roma en su servicio a la Iglesia
universal.
Deseo a todos un feliz domingo y
buen almuerzo. ¡Hasta la vista!
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SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
Plaza de San Pedro
Lunes 6 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la
Epifanía, es decir la
«manifestación» del Señor.
Esta solemnidad está
vinculada al relato bíblico
de la llegada de los magos
de Oriente a Belén para
rendir homenaje al Rey de
los judíos: un episodio que
el Papa Benedicto comentó
magníficamente en su libro
sobre la infancia de Jesús.
Esa fue precisamente la
primera «manifestación» de
Cristo a las gentes. Por
ello la Epifanía destaca la
apertura universal de la
salvación traída por Jesús.
La Liturgia de este día
aclama: «Te adorarán,
Señor, todos los pueblos de
la tierra», porque Jesús
vino por todos nosotros, por
todos los pueblos, por
todos.
En efecto, esta fiesta
nos hace ver un doble
movimiento: por una
parte el movimiento de Dios
hacia el mundo, hacia la
humanidad —toda la historia
de la salvación, que culmina
en Jesús—; y por otra parte
el movimiento de los hombres
hacia Dios —pensemos en las
religiones, en la búsqueda
de la verdad, en el camino
de los pueblos hacia la paz,
la paz interior, la
justicia, la libertad—. Y a
este doble movimiento lo
mueve una recíproca
atracción. Por parte de
Dios, ¿qué es lo que lo
atrae? Es el amor por
nosotros: somos sus hijos,
nos ama, y quiere liberarnos
del mal, de las
enfermedades, de la muerte,
y llevarnos a su casa, a su
Reino. «Dios, por pura
gracia, nos atrae para
unirnos a sí» (Exhort. ap.
Evangelii gaudium,
112). Y también por parte
nuestra hay un amor, un
deseo: el bien siempre nos
atrae, la verdad nos atrae,
la vida, la felicidad, la
belleza nos atrae... Jesús
es es el punto de encuentro
de esta atracción mutua, y
de este doble movimiento. Es
Dios y hombre: Jesús. Dios y
hombre. ¿Pero quien toma la
iniciativa? ¡Siempre Dios!
El amor de Dios viene
siempre antes del nuestro.
Él siempre toma la
iniciativa. Él nos espera,
Él nos invita, la iniciativa
es siempre suya. Jesús es
Dios que se hizo hombre, se
encarnó, nació por nosotros.
La nueva estrella que
apareció a los magos era el
signo del nacimiento de
Cristo. Si no hubiesen visto
la estrella, esos hombres no
se hubiesen puesto en
camino. La luz nos precede,
la verdad nos precede, la
belleza nos precede. Dios
nos precede. El profeta
Isaías decía que Dios es
como la flor del almendro.
¿Por qué? Porque en esa
tierra el almendro es
primero en florecer. Y Dios
siempre precede, siempre nos
busca Él primero, Él da el
primer paso. Dios nos
precede siempre. Su gracia
nos precede; y esta gracia
apareció en Jesús. Él es
la epifanía. Él,
Jesucristo, es la
manifestación del amor de
Dios. Está con nosotros.
La Iglesia está
toda dentro de este
movimiento de Dios hacia
el mundo: su alegría es el
Evangelio, es reflejar la
luz de Cristo. La Iglesia es
el pueblo de aquellos que
experimentaron esta
atracción y la llevaron
dentro, en el corazón y en
la vida. «Me gustaría
—sinceramente—, me gustaría
decir a aquellos que se
sienten alejados de Dios y
de la Iglesia —decirlo
respetuosamente—, decir a
aquellos son temerosos e
indiferentes: el Señor te
llama también a ti, te llama
a formar parte de su pueblo
y lo hace con gran respeto y
amor» (ibid., 113).
El Señor te llama. El Señor
te busca. El Señor te
espera. El Señor no hace
proselitismo, da amor, y
este amor te busca, te
espera, a ti que en este
momento no crees o estás
alejado. Esto es el amor de
Dios.
Pidamos a Dios, para toda
la Iglesia, pidamos la
alegría de evangelizar,
porque ha sido «enviada por
Cristo para manifestar y
comunicar a todos los
hombres y a todos los
pueblos el amor de Dios»
(Ad gentes, 10). Que la
Virgen María nos ayude a ser
todos discípulos-misioneros,
pequeñas estrellas que
reflejen su luz. Y oremos
para que los corazones se
abran para acoger el
anuncio, y todos los hombres
lleguen a ser «partícipes de
la misma promesa en
Jesucristo, por el
Evangelio» (Ef 3, 6).
Después del Ángelus
Hermanos y hermanas:
Dirijo mi cordial
felicitación a los hermanos
y hermanas de las Iglesias
orientales que mañana
celebrarán la Santa Navidad.
Que la paz que Dios donó a
la humanidad con el
nacimiento de Jesús, Verbo
encarnado, refuerce en todos
la fe, la esperanza y la
caridad, y done consuelo a
las comunidades cristianas y
a las Iglesias que
atraviesan momentos de
prueba.
La Epifanía es la Jornada
de la infancia misionera,
propuesta por la Pontificia
Obra de la Santa Infancia.
Muchos niños, en las
parroquias, son
protagonistas de gestos de
solidaridad hacia sus
coetáneos, y así amplían los
horizontes de su
fraternidad. Queridos niños
y muchachos, con vuestra
oración y vuestro compromiso
colaboráis en la misión de
la Iglesia. Os doy las
gracias por esto y os
bendigo.
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Plaza de San Pedro
Domingo 5 de enero de 2014
Domingo 5 de enero de 2014
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este domingo nos
vuelve a proponer, en el Prólogo del
Evangelio de san Juan, el
significado más profundo del
Nacimiento de Jesús. Él es la
Palabra de Dios que se hizo hombre y
puso su «tienda», su morada entre
los hombres. Escribe el evangelista:
«El Verbo se hizo carne y habitó
entre nosotros» (Jn 1, 14).
En estas palabras, que no dejan de
asombrarnos, está todo el
cristianismo. Dios se hizo mortal,
frágil como nosotros, compartió
nuestra condición humana, excepto en
el pecado, pero cargó sobre sí mismo
los nuestros, como si fuesen
propios. Entró en nuestra historia,
llegó a ser plenamente
Dios-con-nosotros. El nacimiento de
Jesús, entonces, nos muestra que
Dios quiso unirse a cada hombre y a
cada mujer, a cada uno de nosotros,
para comunicarnos su vida y su
alegría.
Así Dios es Dios con nosotros,
Dios que nos ama, Dios que camina
con nosotros. Éste es el mensaje de
Navidad: el Verbo se hizo carne. De
este modo la Navidad nos revela el
amor inmenso de Dios por la
humanidad. De aquí se deriva también
el entusiasmo, nuestra esperanza de
cristianos, que en nuestra pobreza
sabemos que somos amados, visitados
y acompañados por Dios; y miramos al
mundo y a la historia como el lugar
donde caminar juntos con Él y entre
nosotros, hacia los cielos nuevos y
la tierra nueva. Con el nacimiento
de Jesús nació una promesa nueva,
nació un mundo nuevo, pero también
un mundo que puede ser siempre
renovado. Dios siempre está presente
para suscitar hombres nuevos, para
purificar el mundo del pecado que lo
envejece, del pecado que lo
corrompe. En lo que la historia
humana y la historia personal de
cada uno de nosotros pueda estar
marcada por dificultades y
debilidades, la fe en la Encarnación
nos dice que Dios es solidario con
el hombre y con su historia. Esta
proximidad de Dios al hombre, a cada
hombre, a cada uno de nosotros, es
un don que no se acaba jamás. ¡Él
está con nosotros! ¡Él es Dios con
nosotros! Y esta cercanía no termina
jamás. He aquí el gozoso anuncio de
la Navidad: la luz divina, que
inundó el corazón de la Virgen María
y de san José, y guio los pasos de
los pastores y de los magos, brilla
también hoy para nosotros.
En el misterio de la Encarnación
del Hijo de Dios hay también un
aspecto vinculado con la libertad
humana, con la libertad de cada uno
de nosotros. En efecto, el Verbo de
Dios pone su tienda entre nosotros,
pecadores y necesitados de
misericordia. Y todos nosotros
deberíamos apresurarnos a recibir la
gracia que Él nos ofrece. En cambio,
continúa el Evangelio de san Juan,
«los suyos no lo recibieron» (v.
11). Incluso nosotros muchas veces
lo rechazamos, preferimos permanecer
en la cerrazón de nuestros errores y
en la angustia de nuestros pecados.
Pero Jesús no desiste y no deja de
ofrecerse a sí mismo y ofrecer su
gracia que nos salva. Jesús es
paciente, Jesús sabe esperar, nos
espera siempre. Ésto es un mensaje
de esperanza, un mensaje de
salvación, antiguo y siempre nuevo.
Y nosotros estamos llamados a
testimoniar con alegría este mensaje
del Evangelio de la vida, del
Evangelio de la luz, de la esperanza
y del amor. Porque el mensaje de
Jesús es éste: vida, luz, esperanza
y amor.
Que María, Madre de Dios y
nuestra Madre de ternura, nos
sostenga siempre, para que
permanezcamos fieles a la vocación
cristiana y podamos realizar los
deseos de justicia y de paz que
llevamos en nosotros al incio de
este nuevo año.
Después del Ángelus
Hermanos y hermanas:
Las semanas pasadas me han
llegado de todas las partes del
mundo muchos mensajes de
felicitación por la Santa Navidad y
por el Año Nuevo. Me gustaría, pero
lamentablemente es imposible,
responder a todos. Por ello deseo
dar las gracias de corazón a los
niños, por sus hermosos dibujos. Son
hermosos de verdad. Los niños hacen
hermosos dibujos. Hermosos,
hermosos, hermosos. Agradezco a los
niños en primer lugar. Doy las
gracias a los jóvenes, a los
ancianos, a las familias, a las
comunidades parroquiales y
religiosas, a las asociaciones,
movimientos y a los diversos grupos
que han querido manifestar afecto y
cercanía. Os pido a todos que sigáis
rezando por mí, lo necesito, y por
este servicio a la Iglesia.
Y ahora os saludo con afecto a
vosotros, queridos peregrinos
presentes hoy, en especial a la
Asociación italiana de maestros
católicos: os aliento en vuestro
trabajo educativo, es muy
importante. Saludo a los fieles de
Arco di Trento y Bellona, a los
jóvenes de Induno Olona y a los
grupos de Crema y de Mantova que
trabajan con personas
discapacitadas. Saludo también al
numeroso grupo de marineros
brasileños.
A todos vosotros os deseo un
feliz domingo y buen almuerzo.
¡Hasta la vista!
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SOLEMNIDAD
DE MARÍA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS
XLVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
XLVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
Plaza
de San Pedro
Miércoles, 1° de enero de 2014
Miércoles, 1° de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos día y feliz año!
Al inicio del nuevo año dirijo a
todos vosotros los más cordiales
deseos de paz y de todo bien. Mi
deseo es el de la Iglesia, el deseo
cristiano. No está relacionado con
el sentido un poco mágico y un poco
fatalista de un nuevo ciclo que
inicia. Sabemos que la historia
tiene un centro: Jesucristo,
encarnado, muerto y resucitado, que
vive entre nosotros; tiene un fin:
el Reino de Dios, Reino de paz, de
justicia, de libertad en el amor; y
tiene una fuerza que la mueve hacia
ese fin: la fuerza es el Espíritu
Santo. Todos nosotros tenemos el
Espíritu Santo que hemos recibido en
el Bautismo, y Él nos impulsa a
seguir adelante por el camino de la
vida cristiana, por la senda de la
historia, hacia el Reino de Dios.
Este Espíritu es la potencia de
amor que fecundó el seno de la
Virgen María; y es el mismo que
anima los proyectos y las obras de
todos los constructores de paz.
Donde hay un hombre o una mujer
constructor de paz, es precisamente
el Espíritu Santo quien le ayuda, le
impulsa a construir la paz. Dos
caminos que se cruzan hoy: fiesta de
María santísima Madre de Dios y
Jornada mundial de la paz. Hace ocho
días resonaba el anuncio angelical:
«Gloria a Dios y paz a los hombres»;
hoy lo acogemos nuevamente de la
Madre de Jesús, que «conservaba
todas estas cosas, meditándolas en
su corazón» (Lc 2, 19), para
hacer de ello nuestro compromiso a
lo largo del año que comienza.
El tema de esta
Jornada mundial
de la paz es «La fraternidad,
fundamento y camino para la paz».
Fraternidad: siguiendo la estela de
mis Predecesores, a partir de Pablo VI, he desarrollado el tema en un
Mensaje, ya difundido y hoy
idealmente entrego a todos. En la
base está la convicción de que todos somos hijos del único Padre
celestial, formamos parte de la
misma familia humana y compartimos
un destino común. De aquí se deriva
para cada uno la responsabilidad de
obrar a fin de que el mundo llegue a
ser una comunidad de hermanos que se
respetan, se aceptan en su
diversidad y se cuidan unos a otros.
Estamos llamados también a darnos
cuenta de las violencias e
injusticias presentes en tantas
partes del mundo y que no pueden
dejarnos indiferentes e inmóviles:
se necesita del compromiso de todos
para construir una sociedad
verdaderamente más justa y
solidaria. Ayer recibí una carta de
un señor, tal vez uno de vosotros,
quien informándome sobre una
tragedia familiar, a continuación
enumeraba muchas tragedias y guerras
de hoy en el mundo, y me preguntaba:
¿qué sucede en el corazón del
hombre, que le lleva a hacer todo
esto? Y decía, al final: «Es hora de
detenerse». También yo creo que nos
hará bien detenernos en este camino
de violencia, y buscar la paz.
Hermanos y hermanas, hago mías las
palabras de este hombre: ¿qué sucede
en el corazón del hombre? ¿Qué
sucede en el corazón de la
humanidad? ¡Es hora de detenerse!
Desde todos los rincones de la
tierra, los creyentes elevan hoy la
oración para pedir al Señor el don
de la paz y la capacidad de llevarla
a cada ambiente. En este primer día
del año, que el Señor nos ayude a
encaminarnos todos con más firmeza
por las sendas de la justicia y de
la paz. Y comencemos en casa.
Justicia y paz en casa, entre
nosotros. Se comienza en casa y
luego se sigue adelante, a toda la
humanidad. Pero debemos comenzar en
casa. Que el Espíritu Santo actúe en
nuestro corazón, rompa las
cerrazones y las durezas y nos
conceda enternecernos ante la
debilidad del Niño Jesús. La paz, en
efecto, requiere la fuerza de la
mansedumbre, la fuerza no violenta
de la verdad y del amor.
En las manos de María, Madre del
Redentor, ponemos con confianza
filial nuestras esperanzas. A ella,
que extiende su maternidad a todos
los hombres, confiamos el grito de
paz de las poblaciones oprimidas por
la guerra y la violencia, para que
la valentía del diálogo y de la
reconciliación predomine sobre las
tentaciones de venganza, de
prepotencia y corrupción. A ella le
pedimos que el Evangelio de la
fraternidad, anunciado y
testimoniado por la Iglesia, pueda
hablar a cada conciencia y derribar
los muros que impiden a los enemigos
reconocerse hermanos.
Después del Ángelus
Hermanos y hermanas:
Deseo agradecer al presidente de
la República Italiana las
expresiones de felicitación que me
dirigió ayer por la tarde, durante
su Mensaje a la Nación. Correspondo
de corazón, invocando la bendición
del Señor sobre el pueblo italiano,
a fin de que, con la aportación
responsable y solidaria de todos,
pueda mirar al futuro con confianza
y esperanza.
Saludo con gratitud a las
numerosas iniciativas de oración y
compromiso por la paz que se
desarrollan en todas las partes del
mundo con ocasión de la Jornada
mundial de la paz. Recuerdo, en
especial, la Marcha nacional que
tuvo lugar ayer por la tarde en
Campobasso, organizada por la cei,
Caritas y Pax Christi.
Saludo a los participantes en la
manifestación «Paz en todas las
tierras», promovida en Roma y en
muchos otros países por la Comunidad
de San Egidio. Así como a las
familias del Movimiento del Amor
Familiar, que han pasado la noche en
la plaza de San Pedro. ¡Gracias!
Gracias por esta oración.
Dirijo un saludo cordial a todos
los peregrinos presentes, a las
familias, a los grupos de jóvenes.
Un pensamiento especial a los
«Cantori della Stella» –
Sternsinger –, es decir, a los
niños y muchachos que en Alemania y
en Austria llevan a las casas la
bendición de Jesús y recogen
donativos para los niños que no
tienen lo necesario. ¡Gracias por
vuestro compromiso! Y saludo también
a los amigos y a los voluntarios de
la Fraterna Domus.
A todos deseo un año de paz en la
gracia del Señor y con la protección
maternal de María, a quien hoy
invocamos con el título de «Madre de
Dios». ¿Qué os parece si todos
juntos la saludamos, ahora, diciendo
tres veces «Santa Madre de Dios»?
Todos juntos: ¡Santa Madre de Dios!
¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre
de Dios! ¡Feliz inicio de año, buen
almuerzo y hasta la vista!
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