lunes, 3 de febrero de 2014

FRANCISCO: Ángelus de Enero 2014 (19, 12, 6, 5 y 1°)

  ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
ENERO 2014



  Imagen: EPA


Plaza de San Pedro
Domingo 26 de enero de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo relata los inicios de la vida pública de Jesús en las ciudades y en los poblados de Galilea. Su misión no parte de Jerusalén, es decir, del centro religioso, centro incluso social y político, sino que parte de una zona periférica, una zona despreciada por los judíos más observantes, con motivo de la presencia en esa región de diversas poblaciones extranjeras; por ello el profeta Isaías la indica como «Galilea de los gentiles» (Is 8, 23).


Es una tierra de frontera, una zona de tránsito donde se encuentran personas diversas por raza, cultura y religión. La Galilea se convierte así en el lugar simbólico para la apertura del Evangelio a todos los pueblos. Desde este punto de vista, Galilea se asemeja al mundo de hoy: presencia simultánea de diversas culturas, necesidad de confrontación y necesidad de encuentro. También nosotros estamos inmersos cada día en una «Galilea de los gentiles», y en este tipo de contexto podemos asustarnos y ceder a la tentación de construir recintos para estar más seguros, más protegidos. Pero Jesús nos enseña que la Buena Noticia, que Él trae, no está reservada a una parte de la humanidad, sino que se ha de comunicar a todos. Es un feliz anuncio destinado a quienes lo esperan, pero también a quienes tal vez ya no esperan nada y no tienen ni siquiera la fuerza de buscar y pedir.


Partiendo de Galilea, Jesús nos enseña que nadie está excluído de la salvación de Dios, es más, que Dios prefiere partir de la periferia, de los últimos, para alcanzar a todos. Nos enseña un método, su método, que expresa el contenido, es decir, la misericordia del Padre. «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 20).


Jesús comienza su misión no sólo desde un sitio descentrado, sino también con hombres que se catalogarían, así se puede decir, «de bajo perfil». Para elegir a sus primeros discípulos y futuros apóstoles, no se dirige a las escuelas de los escribas y doctores de la Ley, sino a las personas humildes y a las personas sencillas, que se preparan con diligencia para la venida del reino de Dios. Jesús va a llamarles allí donde trabajan, a orillas del lago: son pescadores. Les llama, y ellos le siguen, inmediatamente. Dejan las redes y van con Él: su vida se convertirá en una aventura extraordinaria y fascinante.


Queridos amigos y amigas, el Señor llama también hoy. El Señor pasa por los caminos de nuestra vida cotidiana. Incluso hoy, en este momento, aquí, el Señor pasa por la plaza. Nos llama a ir con Él, a trabajar con Él por el reino de Dios, en las «Galileas» de nuestros tiempos. Cada uno de vosotros piense: el Señor pasa hoy, el Señor me mira, me está mirando. ¿Qué me dice el Señor? Y si alguno de vosotros percibe que el Señor le dice «sígueme» sea valiente, vaya con el Señor. El Señor jamás decepciona. Escuchad en vuestro corazón si el Señor os llama a seguirle. Dejémonos alcanzar por su mirada, por su voz, y sigámosle. «Para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz» (ibid., 288).


 
Después del Ángelus


Ahora veis que no estoy solo: estoy acompañado por dos de vosotros, que subieron aquí. ¡Son buenos estos dos!


Se celebra hoy la jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, incluso estando en retroceso, lamentablemente afecta todavía a muchas personas en condiciones de grave miseria. Es importante mantener viva la solidaridad con estos hermanos y hermanas. A ellos les aseguramos nuestra oración; y rezamos también por todos aquellos que les asisten y, de diferentes formas, se empeñan por desafiar este morbo.


Soy cercano con la oración a Ucrania, en particular a cuantos perdieron la vida en estos días y a sus familias. Deseo que se desarrolle un diálogo constructivo entre las instituciones y la sociedad civil y, evitando todo recurso a la violencia, prevalezca en el corazón de cada uno el espíritu de paz y la búsqueda del bien común.


Hoy hay muchos niños en la plaza. ¡Muchos! También con ellos deseo dirigir un recuerdo a 
Cocò Campolongo, que a los tres años fue quemado en un coche en Cassano all’ Jonio. Este ensañamiento sobre un niño tan pequeño parece no tener precedentes en la historia de la criminalidad. Recemos con Cocò, que seguramente está con Jesús en el cielo, por las personas que cometieron este crimen, para que se arrepientan y se conviertan al Señor.


En los próximos días, millones de personas que viven en el Lejano Oriente o diseminadas en varias partes del mundo, entre ellos chinos, coreanos y vietnamitas, celebran el inicio del año nuevo lunar. A todos ellos deseo una existencia llena de alegría y esperanza. Que el anhelo irreprimible de fraternidad, que albergan en su corazón, encuentre en la intimidad de la familia el lugar privilegiado donde ser descubierto, educado y realizado. Será ésta una preciosa aportación a la construcción de un mundo más humano, donde reine la paz.


Ayer, en Nápoles, fue proclamada beata María Cristina de Saboya, que vivió en la primera mitad del siglo diecinueve, reina de las dos Sicilias. Mujer de profunda espiritualidad y de gran humildad, supo hacerse cargo de los sufrimientos de su pueblo, convirtiéndose en auténtica madre de los pobres. Su ejemplo extraordinario de caridad testimonia que la vida buena del Evangelio es posible en todo ambiente y condición social.


Me dirijo ahora a los muchachos y a las muchachas de la Acción Católica de la diócesis de Roma. Queridos chavales, también este año, acompañados por el cardenal vicario, habéis venido numerosos al término de vuestra «Caravana de la paz». Os agradezco. Os agradezco mucho. Escuchemos ahora el mensaje que vuestros amigos, aquí junto a mí, nos leerán.


[Lectura del mensaje]


Y ahora estos dos buenos muchachos lanzarán las palomas, símbolo de paz.


A todos deseo un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo 19 de enero de 2014

 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!



Con la fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el domingo pasado, hemos entrado en el tiempo litúrgico llamado «ordinario». En este segundo domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista, a orillas del río Jordán. Quien lo relata es el testigo ocular, Juan evangelista, quien antes de ser discípulo de Jesús era discípulo del Bautista, junto a su hermano Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos pescadores. El Bautista, por lo tanto, ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado desde lo alto, reconoce en Él al enviado de Dios, por ello lo indica con estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).



El verbo que se traduce con «quita» significa literalmente «aliviar», «tomar sobre sí». Jesús vino al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre sí las culpas de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene los rasgos del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53, 4), hasta morir en la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el río de nuestro pecado, para purificarnos.



El Bautista ve ante sí a un hombre que hace la fila con los pecadores para hacerse bautizar, incluso sin tener necesidad. Un hombre que Dios mandó al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento el término «cordero» se le encuentra en más de una ocasión, y siempre en relación a Jesús. Esta imagen del cordero podría asombrar. En efecto, un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez si carga en sus propios hombros un peso tan inaguantable. La masa enorme del mal es quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí mismo. El cordero no es un dominador, sino que es dócil; no es agresivo, sino pacífico; no muestra las garras o los dientes ante cualquier ataque, sino que soporta y es dócil. Y así es Jesús. Así es Jesús, como un cordero.



¿Qué significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el sitio de la malicia, la inocencia; en el lugar de la fuerza, el amor; en el lugar de la soberbia, la humildad; en el lugar del prestigio, el servicio. Es un buen trabajo. Nosotros, cristianos, debemos hacer esto: poner en el lugar de la malicia, la inocencia, en el lugar de la fuerza, el amor, en el lugar de la soberbia, la humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Ser discípulos del Cordero no significa vivir como una «ciudadela asediada», sino como una ciudad ubicada en el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres.





Después del Ángelus



Queridos hermanos y hermanas:



Hoy se celebra la Jornada mundial del emigrante y el refugiado, con el tema «Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor», que desarrollé en el Mensaje publicado hace ya un tiempo. Dirijo un saludo especial a las representaciones de diversas comunidades étnicas aquí reunidas, en especial a las comunidades católicas de Roma. Queridos amigos, vosotros estáis cerca del corazón de la Iglesia, porque la Iglesia es un pueblo en camino hacia el Reino de Dios, que Jesucristo trajo en medio de nosotros. No perdáis la esperanza de un mundo mejor. Deseo que viváis en paz en los países que os acogen, custodiando los valores de vuestras culturas de origen. Quisiera agradecer a quienes trabajan con los inmigrantes para acogerles y acompañarles en sus momentos difíciles, para defenderles de aquello que el beato Scalabrini definía como «los mercaderes de carne humana», que quieren esclavizar a los inmigrantes. De modo particular, quiero dar las gracias a la congregación de los Misioneros de San Carlos, los padres y las hermanas scalabrinianos que tanto bien hacen a la Iglesia, y se hacen inmigrantes con los inmigrantes.
En este momento pensamos en los numerosos inmigrantes y refugiados, en sus sufrimientos, en su vida, muchas veces sin trabajo, sin documentos, en mucho dolor; y podemos todos dirigir una oración por los inmigrantes y los refugiados que viven situaciones más graves y más difíciles: Ave María.


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FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

Plaza de San Pedro
Domingo 12 de enero de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy es la fiesta del Bautismo del Señor. Esta mañana he bautizado a treinta y dos recién nacidos. Doy gracias con vosotros al Señor por estas criaturas y por cada nueva vida. A mí me gusta bautizar a los niños. ¡Me gusta mucho! Cada niño que nace es un don de alegría y de esperanza, y cada niño que es bautizado es un prodigio de la fe y una fiesta para la familia de Dios.


La página del Evangelio de hoy subraya que, cuando Jesús recibió el bautismo de Juan en el río Jordán, «se abrieron los cielos» (Mt 3, 16). Esto realiza las profecías. En efecto, hay una invocación que la liturgia nos hace repetir en el tiempo de Adviento: «Ojalá rasgases el cielo y descendieses!» (Is 63, 19). Si el cielo permanece cerrado, nuestro horizonte en esta vida terrena es sombrío, sin esperanza. En cambio, celebrando la Navidad, la fe una vez más nos ha dado la certeza de que el cielo se rasgó con la venida de Jesús. Y en el día del bautismo de Cristo contemplamos aún el cielo abierto. La manifestación del Hijo de Dios en la tierra marca el inicio del gran tiempo de la misericordia, después de que el pecado había cerrado el cielo, elevando como una barrera entre el ser humano y su Creador. Con el nacimiento de Jesús, el cielo se abre. Dios nos da en Cristo la garantía de un amor indestructible. Desde que el Verbo se hizo carne es, por lo tanto, posible ver el cielo abierto. Fue posible para los pastores de Belén, para los Magos de Oriente, para el Bautista, para los Apóstoles de Jesús, para san Esteban, el primer mártir, que exclamó: «Veo los cielos abiertos» (Hch 7, 56). Y es posible también para cada uno de nosotros, si nos dejamos invadir por el amor de Dios, que nos es donado por primera vez en el Bautismo. ¡Dejémonos invadir por el amor de Dios! ¡Éste es el gran tiempo de la misericordia! No lo olvidéis: ¡éste es el gran tiempo de la misericordia!


Cuando Jesús recibió el Bautismo de penitencia de Juan el Bautista, solidarizándose con el pueblo penitente —Él sin pecado y sin necesidad de conversión—, Dios Padre hizo oír su voz desde el cielo: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco» (v. 17). Jesús recibió la aprobación del Padre celestial, que lo envió precisamente para que aceptara compartir nuestra condición, nuestra pobreza. Compartir es el auténtico modo de amar. Jesús no se disocia de nosotros, nos considera hermanos y comparte con nosotros. Así, nos hace hijos, juntamente con Él, de Dios Padre. Ésta es la revelación y la fuente del amor auténtico. Y, ¡este es el gran tiempo de la misericordia!


¿No os parece que en nuestro tiempo se necesita un suplemento de fraternidad y de amor? ¿No os parece que todos necesitamos un suplemento de caridad? No esa caridad que se conforma con la ayuda improvisada que no nos involucra, no nos pone en juego, sino la caridad que comparte, que se hace cargo del malestar y del sufrimiento del hermano. ¡Qué buen sabor adquiere la vida cuando dejamos que la inunde el amor de Dios!


Pidamos a la Virgen Santa que nos sostenga con su intercesión en nuestro compromiso de seguir a Cristo por el camino de la fe y de la caridad, la senda trazada por nuestro Bautismo. 



Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Dirijo a todos vosotros mi saludo cordial, en especial a las familias y a los fieles llegados de diversas parroquias de Italia y de otros países, así como a las asociaciones y a los diversos grupos.


Hoy deseo dirigir un pensamiento especial a los padres que han traído a sus hijos al Bautismo y a quienes están preparando el Bautismo de un hijo. Me uno a la alegría de estas familias, doy gracias con ellos al Señor, y rezo para que el Bautismo de los niños ayude a los padres mismos a redescubrir la belleza de la fe y a volver de modo nuevo a los Sacramentos y a la comunidad.


Como ya fue anunciado el próximo 22 de febrero, fiesta de la Cátedra de San Pedro, tendré la alegría de tener un Consistorio, durante el cual nombraré a 16 nuevos cardenales, que —pertenecientes a 12 naciones de todas las partes del mundo— representan la profunda relación eclesial entre la Iglesia de Roma y las demás Iglesias diseminadas por el mundo.
Al día siguiente presidiré una solemne concelebración con los nuevos cardenales, mientras que el 20 y el 21 de febrero tendré un Consistorio con todos los cardenales para reflexionar sobre el tema de la familia.


He aquí los nombres de los nuevos cardenales:


1. Monseñor Pietro Parolin, arzobispo titular de Acquapendente, secretario de Estado.

2. Monseñor Lorenzo Baldisseri, arzobispo titular de Diocleziana, secretario general del Sínodo de los obispos.

3. Monseñor Gerhard Ludwig Müller, arzobispo-obispo emérito de Ratisbona, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe.

4. Monseñor Beniamino Stella, arzobispo titular de Midila, prefecto de la Congregación para el clero.

5. Monseñor Vincent Gerard Nichols, arzobispo de Westminster (Gran Bretaña).

6. Monseñor Leopoldo José Brenes Solórzano, arzobispo de Managua (Nicaragua).

7. Monseñor Gérald Cyprien Lacroix, arzobispo de Quebec (Canadá).

8. Monseñor Jean-Pierre Kutwa, arzobispo de Abiyán (Costa de Marfil).

9. Monseñor Orani João Tempesta, o.cist., arzobispo de Río de Janeiro (Brasil).

10. Monseñor Gualtiero Bassetti, arzobispo de Perugia-Città della Pieve (Italia).

11. Monseñor Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires (Argentina).

12. Monseñor Andrew Yeom Soo jung, arzobispo de Seúl (Corea).

13. Monseñor Ricardo Ezzati Andrello, s.d.b., arzobispo de Santiago de Chile (Chile).

14. Monseñor Philippe Nakellentuba Ouédraogo, arzobispo de Uagadugu (Burkina Faso).

15. Monseñor Orlando B. Quevedo, o.m.i., arzobispo de Cotabato (Filipinas).

16. Monseñor Chibly Langlois, obispo de Les Cayes (Haití).


Junto a ellos, uniré a los miembros del Colegio cardenalicio a tres arzobispos eméritos que se han distinguido por su servicio a la Santa Sede y a la Iglesia:

Monseñor Loris Francesco Capovilla, arzobispo titular de Mesembria;

Monseñor Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito de Pamplona;

Monseñor Kelvin Edward Felix, arzobispo emérito de Castries, Antillas.


Recemos por los nuevos cardenales, a fin de que revestidos de las virtudes y los sentimientos del Señor Jesús, Buen Pastor, puedan ayudar más eficazmente al Obispo de Roma en su servicio a la Iglesia universal.
Deseo a todos un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!



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SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


Plaza de San Pedro
Lunes 6 de enero de 2014






Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy celebramos la Epifanía, es decir la «manifestación» del Señor. Esta solemnidad está vinculada al relato bíblico de la llegada de los magos de Oriente a Belén para rendir homenaje al Rey de los judíos: un episodio que el Papa Benedicto comentó magníficamente en su libro sobre la infancia de Jesús. Esa fue precisamente la primera «manifestación» de Cristo a las gentes. Por ello la Epifanía destaca la apertura universal de la salvación traída por Jesús. La Liturgia de este día aclama: «Te adorarán, Señor, todos los pueblos de la tierra», porque Jesús vino por todos nosotros, por todos los pueblos, por todos.


En efecto, esta fiesta nos hace ver un doble movimiento: por una parte el movimiento de Dios hacia el mundo, hacia la humanidad —toda la historia de la salvación, que culmina en Jesús—; y por otra parte el movimiento de los hombres hacia Dios —pensemos en las religiones, en la búsqueda de la verdad, en el camino de los pueblos hacia la paz, la paz interior, la justicia, la libertad—. Y a este doble movimiento lo mueve una recíproca atracción. Por parte de Dios, ¿qué es lo que lo atrae? Es el amor por nosotros: somos sus hijos, nos ama, y quiere liberarnos del mal, de las enfermedades, de la muerte, y llevarnos a su casa, a su Reino. «Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 112). Y también por parte nuestra hay un amor, un deseo: el bien siempre nos atrae, la verdad nos atrae, la vida, la felicidad, la belleza nos atrae... Jesús es es el punto de encuentro de esta atracción mutua, y de este doble movimiento. Es Dios y hombre: Jesús. Dios y hombre. ¿Pero quien toma la iniciativa? ¡Siempre Dios! El amor de Dios viene siempre antes del nuestro. Él siempre toma la iniciativa. Él nos espera, Él nos invita, la iniciativa es siempre suya. Jesús es Dios que se hizo hombre, se encarnó, nació por nosotros. La nueva estrella que apareció a los magos era el signo del nacimiento de Cristo. Si no hubiesen visto la estrella, esos hombres no se hubiesen puesto en camino. La luz nos precede, la verdad nos precede, la belleza nos precede. Dios nos precede. El profeta Isaías decía que Dios es como la flor del almendro. ¿Por qué? Porque en esa tierra el almendro es primero en florecer. Y Dios siempre precede, siempre nos busca Él primero, Él da el primer paso. Dios nos precede siempre. Su gracia nos precede; y esta gracia apareció en Jesús. Él es la epifanía. Él, Jesucristo, es la manifestación del amor de Dios. Está con nosotros.


La Iglesia está toda dentro de este movimiento de Dios hacia el mundo: su alegría es el Evangelio, es reflejar la luz de Cristo. La Iglesia es el pueblo de aquellos que experimentaron esta atracción y la llevaron dentro, en el corazón y en la vida. «Me gustaría —sinceramente—, me gustaría decir a aquellos que se sienten alejados de Dios y de la Iglesia —decirlo respetuosamente—, decir a aquellos son temerosos e indiferentes: el Señor te llama también a ti, te llama a formar parte de su pueblo y lo hace con gran respeto y amor» (ibid., 113). El Señor te llama. El Señor te busca. El Señor te espera. El Señor no hace proselitismo, da amor, y este amor te busca, te espera, a ti que en este momento no crees o estás alejado. Esto es el amor de Dios.


Pidamos a Dios, para toda la Iglesia, pidamos la alegría de evangelizar, porque ha sido «enviada por Cristo para manifestar y comunicar a todos los hombres y a todos los pueblos el amor de Dios» (Ad gentes, 10). Que la Virgen María nos ayude a ser todos discípulos-misioneros, pequeñas estrellas que reflejen su luz. Y oremos para que los corazones se abran para acoger el anuncio, y todos los hombres lleguen a ser «partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio» (Ef 3, 6).


Después del Ángelus


Hermanos y hermanas:


Dirijo mi cordial felicitación a los hermanos y hermanas de las Iglesias orientales que mañana celebrarán la Santa Navidad. Que la paz que Dios donó a la humanidad con el nacimiento de Jesús, Verbo encarnado, refuerce en todos la fe, la esperanza y la caridad, y done consuelo a las comunidades cristianas y a las Iglesias que atraviesan momentos de prueba.


La Epifanía es la Jornada de la infancia misionera, propuesta por la Pontificia Obra de la Santa Infancia. Muchos niños, en las parroquias, son protagonistas de gestos de solidaridad hacia sus coetáneos, y así amplían los horizontes de su fraternidad. Queridos niños y muchachos, con vuestra oración y vuestro compromiso colaboráis en la misión de la Iglesia. Os doy las gracias por esto y os bendigo.


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Plaza de San Pedro
Domingo 5 de enero de 2014

 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

 
La liturgia de este domingo nos vuelve a proponer, en el Prólogo del Evangelio de san Juan, el significado más profundo del Nacimiento de Jesús. Él es la Palabra de Dios que se hizo hombre y puso su «tienda», su morada entre los hombres. Escribe el evangelista: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). En estas palabras, que no dejan de asombrarnos, está todo el cristianismo. Dios se hizo mortal, frágil como nosotros, compartió nuestra condición humana, excepto en el pecado, pero cargó sobre sí mismo los nuestros, como si fuesen propios. Entró en nuestra historia, llegó a ser plenamente Dios-con-nosotros. El nacimiento de Jesús, entonces, nos muestra que Dios quiso unirse a cada hombre y a cada mujer, a cada uno de nosotros, para comunicarnos su vida y su alegría.


Así Dios es Dios con nosotros, Dios que nos ama, Dios que camina con nosotros. Éste es el mensaje de Navidad: el Verbo se hizo carne. De este modo la Navidad nos revela el amor inmenso de Dios por la humanidad. De aquí se deriva también el entusiasmo, nuestra esperanza de cristianos, que en nuestra pobreza sabemos que somos amados, visitados y acompañados por Dios; y miramos al mundo y a la historia como el lugar donde caminar juntos con Él y entre nosotros, hacia los cielos nuevos y la tierra nueva. Con el nacimiento de Jesús nació una promesa nueva, nació un mundo nuevo, pero también un mundo que puede ser siempre renovado. Dios siempre está presente para suscitar hombres nuevos, para purificar el mundo del pecado que lo envejece, del pecado que lo corrompe. En lo que la historia humana y la historia personal de cada uno de nosotros pueda estar marcada por dificultades y debilidades, la fe en la Encarnación nos dice que Dios es solidario con el hombre y con su historia. Esta proximidad de Dios al hombre, a cada hombre, a cada uno de nosotros, es un don que no se acaba jamás. ¡Él está con nosotros! ¡Él es Dios con nosotros! Y esta cercanía no termina jamás. He aquí el gozoso anuncio de la Navidad: la luz divina, que inundó el corazón de la Virgen María y de san José, y guio los pasos de los pastores y de los magos, brilla también hoy para nosotros.


En el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios hay también un aspecto vinculado con la libertad humana, con la libertad de cada uno de nosotros. En efecto, el Verbo de Dios pone su tienda entre nosotros, pecadores y necesitados de misericordia. Y todos nosotros deberíamos apresurarnos a recibir la gracia que Él nos ofrece. En cambio, continúa el Evangelio de san Juan, «los suyos no lo recibieron» (v. 11). Incluso nosotros muchas veces lo rechazamos, preferimos permanecer en la cerrazón de nuestros errores y en la angustia de nuestros pecados. Pero Jesús no desiste y no deja de ofrecerse a sí mismo y ofrecer su gracia que nos salva. Jesús es paciente, Jesús sabe esperar, nos espera siempre. Ésto es un mensaje de esperanza, un mensaje de salvación, antiguo y siempre nuevo. Y nosotros estamos llamados a testimoniar con alegría este mensaje del Evangelio de la vida, del Evangelio de la luz, de la esperanza y del amor. Porque el mensaje de Jesús es éste: vida, luz, esperanza y amor.


Que María, Madre de Dios y nuestra Madre de ternura, nos sostenga siempre, para que permanezcamos fieles a la vocación cristiana y podamos realizar los deseos de justicia y de paz que llevamos en nosotros al incio de este nuevo año.



Después del Ángelus


Hermanos y hermanas:


Las semanas pasadas me han llegado de todas las partes del mundo muchos mensajes de felicitación por la Santa Navidad y por el Año Nuevo. Me gustaría, pero lamentablemente es imposible, responder a todos. Por ello deseo dar las gracias de corazón a los niños, por sus hermosos dibujos. Son hermosos de verdad. Los niños hacen hermosos dibujos. Hermosos, hermosos, hermosos. Agradezco a los niños en primer lugar. Doy las gracias a los jóvenes, a los ancianos, a las familias, a las comunidades parroquiales y religiosas, a las asociaciones, movimientos y a los diversos grupos que han querido manifestar afecto y cercanía. Os pido a todos que sigáis rezando por mí, lo necesito, y por este servicio a la Iglesia.


Y ahora os saludo con afecto a vosotros, queridos peregrinos presentes hoy, en especial a la Asociación italiana de maestros católicos: os aliento en vuestro trabajo educativo, es muy importante. Saludo a los fieles de Arco di Trento y Bellona, a los jóvenes de Induno Olona y a los grupos de Crema y de Mantova que trabajan con personas discapacitadas. Saludo también al numeroso grupo de marineros brasileños.


A todos vosotros os deseo un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!


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SOLEMNIDAD DE MARÍA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS
XLVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ


Plaza de San Pedro
Miércoles, 1° de enero de 2014



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos día y feliz año!


Al inicio del nuevo año dirijo a todos vosotros los más cordiales deseos de paz y de todo bien. Mi deseo es el de la Iglesia, el deseo cristiano. No está relacionado con el sentido un poco mágico y un poco fatalista de un nuevo ciclo que inicia. Sabemos que la historia tiene un centro: Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado, que vive entre nosotros; tiene un fin: el Reino de Dios, Reino de paz, de justicia, de libertad en el amor; y tiene una fuerza que la mueve hacia ese fin: la fuerza es el Espíritu Santo. Todos nosotros tenemos el Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo, y Él nos impulsa a seguir adelante por el camino de la vida cristiana, por la senda de la historia, hacia el Reino de Dios.


Este Espíritu es la potencia de amor que fecundó el seno de la Virgen María; y es el mismo que anima los proyectos y las obras de todos los constructores de paz. Donde hay un hombre o una mujer constructor de paz, es precisamente el Espíritu Santo quien le ayuda, le impulsa a construir la paz. Dos caminos que se cruzan hoy: fiesta de María santísima Madre de Dios y Jornada mundial de la paz. Hace ocho días resonaba el anuncio angelical: «Gloria a Dios y paz a los hombres»; hoy lo acogemos nuevamente de la Madre de Jesús, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19), para hacer de ello nuestro compromiso a lo largo del año que comienza.


El tema de esta Jornada mundial de la paz es «La fraternidad, fundamento y camino para la paz». Fraternidad: siguiendo la estela de mis Predecesores, a partir de Pablo VI, he desarrollado el tema en un Mensaje, ya difundido y hoy idealmente entrego a todos. En la base está la convicción de que todos somos hijos del único Padre celestial, formamos parte de la misma familia humana y compartimos un destino común. De aquí se deriva para cada uno la responsabilidad de obrar a fin de que el mundo llegue a ser una comunidad de hermanos que se respetan, se aceptan en su diversidad y se cuidan unos a otros. Estamos llamados también a darnos cuenta de las violencias e injusticias presentes en tantas partes del mundo y que no pueden dejarnos indiferentes e inmóviles: se necesita del compromiso de todos para construir una sociedad verdaderamente más justa y solidaria. Ayer recibí una carta de un señor, tal vez uno de vosotros, quien informándome sobre una tragedia familiar, a continuación enumeraba muchas tragedias y guerras de hoy en el mundo, y me preguntaba: ¿qué sucede en el corazón del hombre, que le lleva a hacer todo esto? Y decía, al final: «Es hora de detenerse». También yo creo que nos hará bien detenernos en este camino de violencia, y buscar la paz. Hermanos y hermanas, hago mías las palabras de este hombre: ¿qué sucede en el corazón del hombre? ¿Qué sucede en el corazón de la humanidad? ¡Es hora de detenerse!


Desde todos los rincones de la tierra, los creyentes elevan hoy la oración para pedir al Señor el don de la paz y la capacidad de llevarla a cada ambiente. En este primer día del año, que el Señor nos ayude a encaminarnos todos con más firmeza por las sendas de la justicia y de la paz. Y comencemos en casa. Justicia y paz en casa, entre nosotros. Se comienza en casa y luego se sigue adelante, a toda la humanidad. Pero debemos comenzar en casa. Que el Espíritu Santo actúe en nuestro corazón, rompa las cerrazones y las durezas y nos conceda enternecernos ante la debilidad del Niño Jesús. La paz, en efecto, requiere la fuerza de la mansedumbre, la fuerza no violenta de la verdad y del amor.
En las manos de María, Madre del Redentor, ponemos con confianza filial nuestras esperanzas. A ella, que extiende su maternidad a todos los hombres, confiamos el grito de paz de las poblaciones oprimidas por la guerra y la violencia, para que la valentía del diálogo y de la reconciliación predomine sobre las tentaciones de venganza, de prepotencia y corrupción. A ella le pedimos que el Evangelio de la fraternidad, anunciado y testimoniado por la Iglesia, pueda hablar a cada conciencia y derribar los muros que impiden a los enemigos reconocerse hermanos.


Después del Ángelus


Hermanos y hermanas:


Deseo agradecer al presidente de la República Italiana las expresiones de felicitación que me dirigió ayer por la tarde, durante su Mensaje a la Nación. Correspondo de corazón, invocando la bendición del Señor sobre el pueblo italiano, a fin de que, con la aportación responsable y solidaria de todos, pueda mirar al futuro con confianza y esperanza.


Saludo con gratitud a las numerosas iniciativas de oración y compromiso por la paz que se desarrollan en todas las partes del mundo con ocasión de la Jornada mundial de la paz. Recuerdo, en especial, la Marcha nacional que tuvo lugar ayer por la tarde en Campobasso, organizada por la cei, Caritas y Pax Christi. Saludo a los participantes en la manifestación «Paz en todas las tierras», promovida en Roma y en muchos otros países por la Comunidad de San Egidio. Así como a las familias del Movimiento del Amor Familiar, que han pasado la noche en la plaza de San Pedro. ¡Gracias! Gracias por esta oración.


Dirijo un saludo cordial a todos los peregrinos presentes, a las familias, a los grupos de jóvenes. Un pensamiento especial a los «Cantori della Stella» – Sternsinger –, es decir, a los niños y muchachos que en Alemania y en Austria llevan a las casas la bendición de Jesús y recogen donativos para los niños que no tienen lo necesario. ¡Gracias por vuestro compromiso! Y saludo también a los amigos y a los voluntarios de la Fraterna Domus.


A todos deseo un año de paz en la gracia del Señor y con la protección maternal de María, a quien hoy invocamos con el título de «Madre de Dios». ¿Qué os parece si todos juntos la saludamos, ahora, diciendo tres veces «Santa Madre de Dios»? Todos juntos: ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Feliz inicio de año, buen almuerzo y hasta la vista!


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