AUDIENCIAS GENERALES DEL PAPA FRANCISCO
ENERO 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
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Plaza de San Pedro
Miércoles 15 de enero de 2014
ENERO 2014
Plaza de San Pedro
Miércoles 29 de enero de 2014
Miércoles 29 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta tercera catequesis sobre los sacramentos nos detenemos en la
Confirmación, que se entiende en continuidad con el Bautismo, al cual está
vinculado de modo inseparable. Estos dos sacramentos, juntamente con la
Eucaristía, forman un único evento salvífico, que se llama —«iniciación
cristiana»—, en el que somos introducidos en Jesucristo muerto y resucitado, y
nos convertimos en nuevas creaturas y miembros de la Iglesia. He aquí por qué en
los orígenes estos tres sacramentos se celebraban en un único momento, al
término del camino catecumenal, normalmente en la Vigilia pascual. Así se
sellaba el itinerario de formación y de inserción gradual en la comunidad
cristiana que podía durar incluso algunos años. Se hacía paso a paso para llegar
al Bautismo, luego a la Confirmación y a la Eucaristía.
Comúnmente [en italiano] se habla de sacramento de la «Cresima», palabra que
significa «unción». Y, en efecto, a través del óleo llamado «sagrado Crisma»
somos conformados, con el poder del Espíritu, a Jesucristo, quien es el único
auténtico «ungido», el «Mesías», el Santo de Dios. El término «Confirmación» nos
recuerda luego que este sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal:
nos une más firmemente a Cristo; conduce a su realización nuestro vínculo con la
Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y
defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca
de su cruz (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1303).
Por esto es importante estar atentos para que nuestros niños, nuestros
muchachos, reciban este sacramento. Todos nosotros estamos atentos de que sean
bautizados y esto es bueno, pero tal vez no estamos muy atentos a que reciban la
Confirmación. De este modo quedarán a mitad de camino y no recibirán el Espíritu
Santo, que es tan importante en la vida cristiana, porque nos da la fuerza para
seguir adelante. Pensemos un poco, cada uno de nosotros: ¿tenemos de verdad la
preocupación de que nuestros niños, nuestros chavales reciban la Confirmación?
Esto es importante, es importante. Y si vosotros, en vuestra casa, tenéis niños,
muchachos, que aún no la han recibido y tienen la edad para recibirla, haced
todo lo posible para que lleven a término su iniciación cristiana y reciban la
fuerza del Espíritu Santo. ¡Es importante!
Naturalmente es importante ofrecer a los confirmandos una buena preparación, que
debe estar orientada a conducirlos hacia una adhesión personal a la fe en Cristo
y a despertar en ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia.
La Confirmación, como cada sacramento, no es obra de los hombres, sino de Dios,
quien se ocupa de nuestra vida para modelarnos a imagen de su Hijo, para
hacernos capaces de amar como Él. Lo hace infundiendo en nosotros su Espíritu
Santo, cuya acción impregna a toda la persona y toda la vida, como se trasluce
de los siete dones que la Tradición, a la luz de la Sagrada Escritura, siempre
ha evidenciado. Estos siete dones: no quiero preguntaros si os recordáis de los
siete dones. Tal vez todos los sabéis... Pero los digo en vuestro nombre.
¿Cuáles son estos dones? Sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Y estos dones nos han sido dados precisamente con el
Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación. A estos dones quiero dedicar
las catequesis que seguirán luego de los sacramentos.
Cuando acogemos el Espíritu Santo en nuestro corazón y lo dejamos obrar, Cristo
mismo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida; a través de
nosotros, será Él, Cristo mismo, quien reza, perdona, infunde esperanza y
consuelo, sirve a los hermanos, se hace cercano a los necesitados y a los
últimos, crea comunión, siembra paz. Pensad cuán importante es esto: por medio
del Espíritu Santo, Cristo mismo viene a hacer todo esto entre nosotros y por
nosotros. Por ello es importante que los niños y los muchachos reciban el
sacramento de la Confirmación.
Queridos hermanos y hermanas, recordemos que hemos recibido la Confirmación.
¡Todos nosotros! Recordémoslo ante todo para dar gracias al Señor por este don,
y, luego, para pedirle que nos ayude a vivir como cristianos auténticos, a
caminar siempre con alegría conforme al Espíritu Santo que se nos ha dado.
Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, venidos de España,
Chile, Argentina, México y otros países latinoamericanos.
Invito a todos a recordar que hemos recibido la Confirmación, a dar gracias a
Dios por él y a pedirle que nos ayude a vivir como verdaderos cristianos y a
caminar siempre con alegría, según el Espíritu Santo que hemos recibido.
Muchas gracias.
(A los obreros y las víctimas de la usura)
Saludo a las familias de los obreros de la Shelbox de Castelfiorentino con el
cardenal Giuseppe Betori y, mientras expreso mi cercanía, formulo votos de que
se haga todo esfuerzo posible por parte de las instancias competentes, para que
el trabajo, que es fuente de dignidad, sea preocupación central de todos. Que no
falte el trabajo. ¡Es fuente de dignidad! Saludo a las Fundaciones asociadas a
la «Consulta nazionale antiusura» con el arzobispo de Bari, monseñor Francesco
Cacucci, y deseo que las instituciones puedan intensificar su compromiso
tendiendo una mano a las víctimas de la usura, dramática plaga social. Cuando
una familia no tiene qué comer, porque debe pagar la cuota a los usureros, esto
no es cristiano, no es humano. Y esta dramática plaga social hiere la dignidad
inviolable de la persona humana.
(A los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados)
Un pensamiento especial dirijo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién
casados. El viernes próximo celebraremos la memoria de san Juan Bosco. Queridos
jóvenes, que su figura de padre y maestro os acompañe en los años de estudio y
formación. Queridos enfermos, no perdáis la esperanza incluso en los momentos
más duros del sufrimiento. Y vosotros, queridos recién casados, inspiraos en el
modelo salesiano del amor preventivo en la educación integral de vuestros hijos.
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Plaza de San Pedro
Miércoles 22 de enero de 2014
Miércoles 22 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El sábado pasado empezó la Semana de oración por la unidad de
los cristianos, que concluirá el sábado próximo, fiesta de la
Conversión de san Pablo apóstol. Esta iniciativa espiritual, como
nunca valiosa, implica a las comunidades cristianas desde hace más
de cien años. Se trata de un tiempo dedicado a la oración por la
unidad de todos los bautizados, según la voluntad de Cristo: «Que
todos sean uno» (Jn 17, 21). Cada año, un grupo ecuménico de
una región del mundo, bajo la guía del Consejo mundial de Iglesias y
del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los
cristianos, sugiere el tema y prepara materiales para la Semana
de oración. Este año, tales materiales provienen de las Iglesias
y comunidades eclesiales de Canadá, y hacen referencia a la pregunta
dirigida por san Pablo a los cristianos de Corinto: «¿Es que Cristo
está dividido?» (1 Cor 1, 13).
Ciertamente Cristo no estuvo dividido. Pero debemos reconocer
sinceramente y con dolor que nuestras comunidades siguen viviendo
divisiones que son un escándalo. Las divisiones entre nosotros
cristianos son un escándalo. No hay otra palabra: un escándalo.
«Cada uno de vosotros —escribía el Apóstol— dice: “Yo soy de Pablo”,
“yo soy de Apolo”, “yo soy de Cefas”, “yo soy de Cristo”» (1, 12).
Incluso quienes profesaban a Cristo como su líder no son aplaudidos
por Pablo, porque usaban el nombre de Cristo para separarse de los
demás dentro de la comunidad cristiana. El nombre de Cristo crea
comunión y unidad, no división. Él vino para crear comunión entre
nosotros, no para dividirnos. El Bautismo y la Cruz son elementos
centrales del discipulado cristiano que tenemos en común. Las
divisiones, en cambio, debilitan la credibilidad y la eficacia de
nuestro compromiso de evangelización y amenazan con vaciar la Cruz
de su poder (cf. 1, 17).
Pablo reprende a los corintios por sus discusiones, pero también
da gracias al Señor «por la gracia de Dios que se os ha dado en
Cristo Jesús, pues en Él habéis sido enriquecidos en todo: en toda
palabra y en toda ciencia» (1, 4-5). Estas palabras de Pablo no son
una simple formalidad, sino el signo de que él ve ante todo —y de
esto se alegra sinceramente— los dones de Dios en la comunidad. Esta
actitud del Apóstol es un aliento, para nosotros y para cada
comunidad cristiana, a reconocer con alegría los dones de Dios
presentes en otras comunidades. A pesar del sufrimiento de las
divisiones, que lamentablemente aún permanecen, acogemos las
palabras de Pablo como una invitación a alegrarnos sinceramente por
las gracias que Dios concede a otros cristianos. Tenemos el mismo
Bautismo, el mismo Espíritu Santo que nos dio la Gracia:
reconozcámoslo y alegrémonos.
Es hermoso reconocer la gracia con la que Dios nos bendice y, aún
más, encontrar en otros cristianos algo de lo que necesitamos, algo
que podemos recibir como un don de nuestros hermanos y de nuestras
hermanas. El grupo canadiense que ha preparado los materiales de
esta Semana de oración no ha invitado a las comunidades a
pensar en lo que podrían dar a sus vecinos cristianos, sino que les
ha exhortado a encontrarse para comprender lo que todas
pueden recibir a su vez de las demás. Esto requiere algo más.
Requiere mucha oración, requiere humildad, requiere reflexión y
continua conversión. Sigamos adelante por este camino, rezando por
la unidad de los cristianos, para que este escándalo disminuya y ya
no tenga lugar entre nosotros.
Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los
grupos venidos de España, Argentina, México y otros países latinoamericanos.
Invito a todos a que llenos de gozo por el don de la filiación divina que hemos
recibido en el bautismo, sepamos reconocer con alegría y humildad los dones que
Dios concede a otros cristianos. Que Dios los bendiga.
LLAMAMIENTO
Hoy se abre en Montreux, Suiza, una Conferencia internacional de apoyo a la paz
en Siria, a la que seguirán las negociaciones que tendrán en Ginebra a partir
del 24 de enero próximo. Imploro al Señor para que toque el corazón de todos a
fin de que, buscando únicamente el mayor bien del pueblo sirio, tan probado, no
ahorremos esfuerzo alguno para llegar con urgencia al cese de la violencia y al
fin del conflicto, que ya causó demasiados sufrimientos. Deseo a la querida
nación siria un camino firme de reconciliación, concordia y reconstrucción con
la participación de todos los ciudadanos, donde cada uno pueda encontrar en el
otro no un enemigo, no un competidor, sino un hermano que se ha de acoger y
abrazar.
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Plaza de San Pedro
Miércoles 15 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado hemos comenzado un breve ciclo de
catequesis sobre los Sacramentos, comenzando por el
Bautismo. Y en el Bautismo quisiera centrarme también
hoy, para destacar un fruto muy importante de este
Sacramento: el mismo nos convierte en miembros del
Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios. Santo Tomás de
Aquino afirma que quien recibe el Bautismo es
incorporado a Cristo casi como su mismo miembro y es
agregado a la comunidad de los fieles (cf. Summa
Theologiae, III, q. 69, a. 5; q. 70, a. 1), es decir,
al Pueblo de Dios. En la escuela del Concilio Vaticano
II, decimos hoy que el Bautismo nos hace entrar en el
Pueblo de Dios, nos convierte en miembros de un
Pueblo en camino, un Pueblo que peregrina en la
historia.
En efecto, como de generación en generación se
transmite la vida, así también de generación en
generación, a través del renacimiento en la fuente
bautismal, se transmite la gracia, y con esta gracia el
Pueblo cristiano camina en el tiempo, como un río que
irriga la tierra y difunde en el mundo la bendición de
Dios. Desde el momento en que Jesús dijo lo que hemos
escuchado en el Evangelio, los discípulos fueron a
bautizar; y desde ese tiempo hasta hoy existe una cadena
en la transmisión de la fe mediante el Bautismo. Y cada
uno de nosotros es un eslabón de esa cadena: un paso
adelante, siempre; como un río que irriga. Así es la
gracia de Dios y así es nuestra fe, que debemos
transmitir a nuestros hijos, transmitir a los niños,
para que ellos, cuando sean adultos, puedan transmitirla
a sus hijos. Así es el Bautismo. ¿Por qué? Porque el
Bautismo nos hace entrar en este Pueblo de Dios que
transmite la fe. Esto es muy importante. Un Pueblo de
Dios que camina y transmite la fe.
En virtud del Bautismo nos convertimos en
discípulos misioneros, llamados a llevar el
Evangelio al mundo (cf. Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 120). «Cada uno de los
bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia
y el grado de ilustración de su fe, es un agente
evangelizador... La nueva evangelización debe implicar
un nuevo protagonismo» (ibid.) de todos, de todo
el pueblo de Dios, un nuevo protagonismo de cada uno de
los bautizados. El Pueblo de Dios es un Pueblo
discípulo —porque recibe la fe— y misionero —porque
transmite la fe—. Y esto hace el Bautismo en nosotros:
nos dona la Gracia y transmite la fe. Todos en la
Iglesia somos discípulos, y lo somos siempre, para toda
la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el sitio
que el Señor le ha asignado. Todos: el más pequeño es
también misionero; y quien parece más grande es
discípulo. Pero alguno de vosotros dirá: «Los obispos no
son discípulos, los obispos lo saben todo; el Papa lo
sabe todo, no es discípulo». No, incluso los obispos y
el Papa deben ser discípulos, porque si no son
discípulos no hacen el bien, no pueden ser misioneros,
no pueden transmitir la fe. Todos nosotros somos
discípulos y misioneros.
Existe un vínculo indisoluble entre la dimensión
mística y la dimensión misionera de la
vocación cristiana, ambas radicadas en el Bautismo. «Al
recibir la fe y el bautismo, los cristianos acogemos la
acción del Espíritu Santo que lleva a confesar a Jesús
como Hijo de Dios y a llamar a Dios “Abba”, Padre. Todos
los bautizados y bautizadas... estamos llamados a vivir
y transmitir la comunión con la Trinidad, pues la
evangelización es un llamado a la participación de la
comunión trinitaria» (Documento conclusivo de
Aparecida, n. 157).
Nadie se salva solo. Somos comunidad de
creyentes, somos Pueblo de Dios y en esta comunidad
experimentamos la belleza de compartir la experiencia de
un amor que nos precede a todos, pero que al mismo
tiempo nos pide ser «canales» de la gracia los unos para
los otros, a pesar de nuestros límites y nuestros
pecados. La dimensión comunitaria no es sólo un «marco»,
un «contorno», sino que es parte integrante de la vida
cristiana, del testimonio y de la evangelización. La fe
cristiana nace y vive en la Iglesia, y en el Bautismo
las familias y las parroquias celebran la incorporación
de un nuevo miembro a Cristo y a su Cuerpo que es la
Iglesia (cf. ibid., n. 175 b).
A propósito de la importancia del Bautismo para el
Pueblo de Dios, es ejemplar la historia de la
comunidad cristiana en Japón. Ésta sufrió una dura
persecución a inicios del siglo XVII. Hubo numerosos
mártires, los miembros del clero fueron expulsados y
miles de fieles fueron asesinados. No quedó ningún
sacerdote en Japón, todos fueron expulsados. Entonces la
comunidad se retiró a la clandestinidad, conservando la
fe y la oración en el ocultamiento. Y cuando nacía un
niño, el papá o la mamá, lo bautizaban, porque todos los
fieles pueden bautizar en circunstancias especiales.
Cuando, después de casi dos siglos y medio, 250 años más
tarde, los misioneros regresaron a Japón, miles de
cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo
reflorecer. Habían sobrevivido con la gracia de su
Bautismo. Esto es grande: el Pueblo de Dios transmite la
fe, bautiza a sus hijos y sigue adelante. Y conservaron,
incluso en lo secreto, un fuerte espíritu comunitario,
porque el Bautismo los había convertido en un solo
cuerpo en Cristo: estaban aislados y ocultos, pero eran
siempre miembros del Pueblo de Dios, miembros de la
Iglesia. Mucho podemos aprender de esta historia.
Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los Padres Agustinos
Recoletos y a las Religiosas de María Inmaculada, así como a los demás grupos
venidos de España, Uruguay, Argentina, México y otros países
latinoamericanos. Invito a todos a tomar en serio su bautismo, siendo discípulos
y misioneros del Evangelio, con la palabra y con el propio ejemplo. Que
Jesús os bendiga y la Virgen Santa os cuide. Muchas gracias.
(A los fieles de lengua árabe)
Queridos hermanos y hermanas de lengua árabe
procedentes de Jordania y de Tierra Santa: aprended de
la Iglesia japonesa, que a causa de las persecuciones
del siglo XVII se retiró en lo oculto por casi dos
siglos y medio, transmitiendo de una generación a la
otra la llama de la fe siempre encendida. Las
dificultades y las persecuciones, cuando se viven con
entrega, confianza y esperanza, purifican la fe y la
fortalecen. Sed verdaderos testigos de Cristo y de su
Evangelio, auténticos hijos de la Iglesia, dispuestos
siempre a dar razón de vuestra esperanza, con amor y
respeto. Que el Señor custodie vuestra vida y os bendiga.
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Plaza de San Pedro
Miércoles 8 de enero de 2014
Miércoles 8 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos una serie de catequesis sobre los Sacramentos, y la primera se refiere al Bautismo. Por una feliz coincidencia, el próximo domingo se celebra precisamente la fiesta del Bautismo del Señor.
El Bautismo es el sacramento en el cual se funda nuestra fe misma, que nos injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y la Confirmación forma la así llamada «Iniciación cristiana», la cual constituye como un único y gran acontecimiento sacramental que nos configura al Señor y hace de nosotros un signo vivo de su presencia y de su amor.
Puede surgir en nosotros una pregunta: ¿es verdaderamente necesario el Bautismo para vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No es en el fondo un simple rito, un acto formal de la Iglesia para dar el nombre al niño o a la niña? Es una pregunta que puede surgir. Y a este punto, es iluminador lo que escribe el apóstol Pablo: «¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el Bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 3-4). Por lo tanto, no es una formalidad. Es un acto que toca en profundidad nuestra existencia. Un niño bautizado o un niño no bautizado no es lo mismo. No es lo mismo una persona bautizada o una persona no bautizada. Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos.
Muchos de nosotros no tienen el mínimo recuerdo de la celebración de este Sacramento, y es obvio, si hemos sido bautizados poco después del nacimiento. He hecho esta pregunta dos o tres veces, aquí, en la plaza: quien de vosotros sepa la fecha del propio Bautismo, que levante la mano. Es importante saber el día que fui inmerso precisamente en esa corriente de salvación de Jesús. Y me permito daros un consejo. Pero más que un consejo, una tarea para hoy. Hoy, en casa, buscad, preguntad la fecha del Bautismo y así sabréis bien el día tan hermoso del Bautismo. Conocer la fecha de nuestro Bautismo es conocer una fecha feliz. El riesgo de no conocerla es perder la memoria de lo que el Señor ha hecho con nosotros; la memoria del don que hemos recibido. Entonces acabamos por considerarlo sólo como un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado —y ni siquiera por voluntad nuestra, sino de nuestros padres—, por lo cual no tiene ya ninguna incidencia en el presente. Debemos despertar la memoria de nuestro Bautismo. Estamos llamados a vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en nuestra existencia. Si logramos seguir a Jesús y permanecer en la Iglesia, incluso con nuestros límites, con nuestras fragilidades y nuestros pecados, es precisamente por el Sacramento en el cual hemos sido convertidos en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo. Es en virtud del Bautismo, en efecto, que, liberados del pecado original, hemos sido injertados en la relación de Jesús con Dios Padre; que somos portadores de una esperanza nueva, porque el Bautismo nos da esta esperanza nueva: la esperanza de ir por el camino de la salvación, toda la vida. Esta esperanza que nada ni nadie puede apagar, porque, la esperanza no defrauda. Recordad: la esperanza en el Señor no decepciona. Gracias al Bautismo somos capaces de perdonar y amar incluso a quien nos ofende y nos causa el mal; logramos reconocer en los últimos y en los pobres el rostro del Señor que nos visita y se hace cercano. El Bautismo nos ayuda a reconocer en el rostro de las personas necesitadas, en los que sufren, incluso de nuestro prójimo, el rostro de Jesús. Todo esto es posible gracias a la fuerza del Bautismo.
Un último elemento, que es importante. Y hago una pregunta: ¿puede una persona bautizarse por sí sola? Nadie puede bautizarse por sí mismo. Nadie. Podemos pedirlo, desearlo, pero siempre necesitamos a alguien que nos confiera en el nombre del Señor este Sacramento. Porque el Bautismo es un don que viene dado en un contexto de solicitud y de compartir fraterno. En la historia, siempre uno bautiza a otro y el otro al otro... es una cadena. Una cadena de gracia. Pero yo no puedo bautizarme a mí mismo: debo pedir a otro el Bautismo. Es un acto de fraternidad, un acto de filiación en la Iglesia. En la celebración del Bautismo podemos reconocer las líneas más genuinas de la Iglesia, la cual como una madre sigue generando nuevos hijos en Cristo, en la fecundidad del Espíritu Santo.
Pidamos entonces de corazón al Señor poder experimentar cada vez más, en la vida de cada día, esta gracia que hemos recibido con el Bautismo. Que al encontrarnos, nuestros hermanos puedan hallar auténticos hijos de Dios, auténticos hermanos y hermanas de Jesucristo, auténticos miembros de la Iglesia. Y no olvidéis la tarea de hoy: buscar, preguntar la fecha del propio Bautismo. Como conozco la fecha de mi nacimiento, debo conocer también la fecha de mi Bautismo, porque es un día de fiesta.
Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España —veo la Diócesis de Cuenca, allí— de Argentina, de Bolivia, Venezuela, México y los demás países latinoamericanos. Invito a todos a experimentar en la vida de cada día la gracia que recibimos en el Bautismo, siendo verdaderos hermanos, verdaderos miembros de la Iglesia. Feliz año a todos.
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