viernes, 14 de octubre de 2011

BENEDICTO XVI: Audiencia (Oct.12), Motu Proprio (Ag.30), Disc. Obispos Indonesia (Oct.7)

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA BENEDICTO XVI
Plaza de San Pedro
 Miércoles 12 de Octubre de 2011
 
Salmo 126

Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis anteriores hemos meditado sobre algunos Salmos de lamentación y de confianza. Hoy quiero reflexionar con vosotros sobre un Salmo con tonalidad festiva, una oración que, en la alegría, canta las maravillas de Dios. Es el Salmo 126 —según la numeración greco-latina, 125—, que celebra las maravillas que el Señor ha obrado con su pueblo y que continuamente obra con cada creyente.

 El salmista, en nombre de todo Israel, comienza su oración recordando la experiencia exaltadora de la salvación:

«Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares» (vv. 1-2a).

El Salmo habla de una «situación restablecida», es decir restituida al estado originario, en toda su positividad precedente. O sea, se parte de una situación de sufrimiento y de necesidad a la cual Dios responde obrando la salvación y conduciendo nuevamente al orante a la condición de antes, más aún, enriquecida y mejorada. Es lo que sucede a Job, cuando el Señor le devuelve todo lo que había perdido, duplicándolo y dispensando una bendición aún mayor (cf. Jb 42, 10-13), y es cuanto experimenta el pueblo de Israel al regresar a su patria tras el exilio en Babilonia. Este Salmo se ha de interpretar precisamente en relación a la deportación en tierra extranjera: la tradición lee y comprende la expresión «restablecer la situación de Sión» como «hacer volver a los cautivos de Sión». En efecto, el regreso del exilio es paradigma de toda intervención divina de salvación porque la caída de Jerusalén y la deportación a Babilonia fueron experiencias devastadoras para el pueblo elegido, no sólo en el plano político y social, sino también y sobre todo en el ámbito religioso y espiritual. La pérdida de la tierra, el fin de la monarquía davídica y la destrucción del Templo aparecen como una negación de las promesas divinas, y el pueblo de la Alianza, disperso entre los paganos, se interroga dolorosamente sobre un Dios que parece haberlo abandonado. Por ello, el fin de la deportación y el regreso a la patria se experimentan como un maravilloso regreso a la fe, a la confianza, a la comunión con el Señor; es un «restablecimiento de la situación anterior» que implica también conversión del corazón, perdón, amistad con Dios recuperada, conciencia de su misericordia y posibilidad renovada de alabarlo (cf. Jr 29, 12-14; 30, 18-20; 33, 6-11; Ez 39, 25-29). Se trata de una experiencia de alegría desbordante, de sonrisas y gritos de júbilo, tan hermosa que «parecía soñar». Las intervenciones divinas con frecuencia tienen formas inesperadas, que van más allá de cuanto el hombre pueda imaginar. He aquí entonces la maravilla y la alegría que se expresa en la alabanza: «El Señor ha hecho maravillas». Es lo que dicen las naciones, y es lo que proclama Israel:

«Hasta los gentiles decían: “El Señor ha estado grande con ellos”. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (vv. 2b-3).

Dios hace maravillas en la historia de los hombres. Actuando la salvación, se revela a todos como Señor potente y misericordioso, refugio del oprimido, que no olvida el grito de los pobres (cf. Sal 9, 10.13), que ama la justicia y el derecho, y de cuyo amor está llena la tierra (cf. Sal 33, 5). Por ello, ante la liberación del pueblo de Israel, todas las naciones reconocen las cosas grandes y estupendas que Dios realiza por su pueblo y celebran al Señor en su realidad de Salvador. E Israel hace eco a la proclamación de las naciones, y la retoma repitiéndola, pero como protagonista, como destinatario directo de la acción divina: «El Señor ha estado grande con nosotros»; «para nosotros», o más precisamente, «con nosotros», en hebreo ‘immanû, afirmando de este modo la relación privilegiada que el Señor mantiene con sus elegidos y que en el nombre Emmanuel, «Dios con nosotros», con el que se llama a Jesús, encontrará su culmen y su manifestación plena (cf. Mt 1, 23).

Queridos hermanos y hermanas, en nuestra oración deberíamos mirar con más frecuencia el modo como el Señor nos ha protegido, guiado, ayudado en los sucesos de nuestra vida, y alabarlo por cuanto ha hecho y hace por nosotros. Debemos estar más atentos a las cosas buenas que el Señor nos da. Siempre estamos atentos a los problemas, a las dificultades, y casi no queremos percibir que hay cosas hermosas que vienen del Señor. Esta atención, que se convierte en gratitud, es muy importante para nosotros y nos crea una memoria del bien que nos ayuda incluso en las horas oscuras. Dios realiza cosas grandes, y quien tiene experiencia de ello —atento a la bondad del Señor con la atención del corazón— rebosa de alegría. Con esta tonalidad festiva concluye la primera parte del Salmo. Ser salvados y regresar a la patria desde el exilio es como haber vuelto a la vida: la liberación abre a la sonrisa, pero también a la espera de una realización plena que se ha de desear y pedir. Esta es la segunda parte de nuestro Salmo, que dice así:

«Recoge, Señor, a nuestros cautivos como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas» (vv. 4-6).

Si al comienzo de su oración el salmista celebraba la alegría de una situación ya restablecida por el Señor, ahora en cambio la pide como algo que todavía debe realizarse. Si se aplica este Salmo al regreso del exilio, esta aparente contradicción se explicaría con la experiencia histórica, vivida por Israel, de un difícil regreso a la patria, sólo parcial, que induce al orante a solicitar una ulterior intervención divina para llevar a plenitud la restauración del pueblo.

Pero el Salmo va más allá del dato puramente histórico para abrirse a dimensiones más amplias, de tipo teológico. De todos modos, la experiencia consoladora de la liberación de Babilonia todavía está incompleta, «ya» se ha realizado, pero «aún no» está marcada por la plenitud definitiva. De este modo, mientras celebra en la alegría la salvación recibida, la oración se abre a la espera de la realización plena. Por ello el Salmo utiliza imágenes especiales, que, con su complejidad, remiten a la realidad misteriosa de la redención, en la cual se entrelazan el don recibido y que aún se debe esperar, vida y muerte, alegría soñada y lágrimas de pena. La primera imagen hace referencia a los torrentes secos del desierto del Negueb, que con las lluvias se llenan de agua impetuosa que vuelve a dar vida al terreno árido y lo hace reflorecer. La petición del salmista es, por lo tanto, que el restablecimiento de la suerte del pueblo y el regreso del exilio sean como aquella agua, arrolladora e imparable, y capaz de transformar el desierto en una inmensa superficie de hierba verde y de flores.

La segunda imagen se traslada desde las colinas áridas y rocosas del Negueb hasta los campos que los agricultores cultivan para obtener de él el alimento. Para hablar de la salvación, se evoca aquí la experiencia que cada año se renueva en el mundo agrícola: el momento difícil y fatigoso de la siembra y luego la alegría desbordante de la cosecha. Una siembra que va acompañada de lágrimas, porque se tira aquello que todavía podría convertirse en pan, exponiéndose a una espera llena de incertidumbres: el campesino trabaja, prepara el terreno, arroja la semilla, pero, como ilustra bien la parábola del sembrador, no sabe dónde caerá esta semilla, si los pájaros se la comerán, si arraigará, si echará raíces, si llegará a ser espiga (cf. Mt 13, 3-9; Mc 4, 2-9; Lc 8, 4-8). Arrojar la semilla es un gesto de confianza y de esperanza; es necesaria la laboriosidad del hombre, pero luego se debe entrar en una espera impotente, sabiendo bien que muchos factores determinarán el éxito de la cosecha y que siempre se corre el riesgo de un fracaso. No obstante eso, año tras año, el campesino repite su gesto y arroja su semilla. Y cuando esta semilla se convierte en espiga, y los campos abundan en la cosecha, llega la alegría de quien se encuentra ante un prodigio extraordinario. Jesús conocía bien esta experiencia y hablaba de ella a los suyos: «Decía: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa la semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”» (Mc 4, 26-27). Es el misterio escondido de la vida, son las extraordinarias «maravillas» de la salvación que el Señor obra en la historia de los hombres y de las que los hombres ignoran el secreto. La intervención divina, cuando se manifiesta en plenitud, muestra una dimensión desbordante, como los torrentes del Negueb y como el trigo en los campos, este último evocador también de una desproporción típica de las cosas de Dios: desproporción entre la fatiga de la siembra y la inmensa alegría de la cosecha, entre el ansia de la espera y la tranquilizadora visión de los graneros llenos, entre las pequeñas semillas arrojadas en la tierra y los grandes cúmulos de gavillas doradas por el sol. En el momento de la cosecha, todo se ha transformado, el llanto ha cesado, ha dado paso a los gritos de júbilo.

A todo esto hace referencia el salmista para hablar de la salvación, de la liberación, del restablecimiento de la situación anterior, del regreso del exilio. La deportación a Babilonia, como toda otra situación de sufrimientos y de crisis, con su oscuridad dolorosa compuesta de dudas y de una aparente lejanía de Dios, en realidad, dice nuestro Salmo, es como una siembra. En el Misterio de Cristo, a la luz del Nuevo Testamento, el mensaje resulta todavía más explícito y claro: el creyente que atraviesa esa oscuridad es como el grano de trigo que muere tras caer en la tierra, pero para dar mucho fruto (cf. Jn 12, 24); o bien, retomando otra imagen utilizada por Jesús, es como la mujer que sufre por los dolores del parto para poder llegar a la alegría de haber dado a luz una nueva vida (cf. Jn 16, 21).

Queridos hermanos y hermanas, este Salmo nos enseña que, en nuestra oración, debemos permanecer siempre abiertos a la esperanza y firmes en la fe en Dios. Nuestra historia, aunque con frecuencia está marcada por el dolor, por las incertidumbres, a veces por las crisis, es una historia de salvación y de «restablecimiento de la situación anterior». En Jesús acaban todos nuestros exilios, y toda lágrima se enjuga en el misterio de su cruz, de la muerte transformada en vida, como el grano de trigo que se parte en la tierra y se convierte en espiga. También para nosotros este descubrimiento de Jesucristo es la gran alegría del «sí» de Dios, del restablecimiento de nuestra situación. Pero como aquellos que, al regresar de Babilonia llenos de alegría, encontraron una tierra empobrecida, devastada, con la dificultad de la siembra, y sufrieron llorando sin saber si realmente al final tendría lugar la cosecha, así también nosotros, después del gran descubrimiento de Jesucristo —nuestro camino, verdad y vida—, al entrar en el terreno de la fe, en la «tierra de la fe», encontramos también con frecuencia una vida oscura, dura, difícil, una siembra con lágrimas, pero seguros de que la luz de Cristo nos dará, al final, realmente, la gran cosecha. Y tenemos que aprender esto incluso en las noches oscuras; no olvidar que la luz existe, que Dios ya está en medio de nuestra vida y que podemos sembrar con la gran confianza de que el «sí» de Dios es más fuerte que todos nosotros. Es importante no perder este recuerdo de la presencia de Dios en nuestra vida, esta alegría profunda porque Dios ha entrado en nuestra vida, liberándonos: es la gratitud por el descubrimiento de Jesucristo, que ha venido a nosotros. Y esta gratitud se transforma en esperanza, es estrella de la esperanza que nos da confianza; es la luz, porque precisamente los dolores de la siembra son el comienzo de la nueva vida, de la grande y definitiva alegría de Dios.
 
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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell, que celebran con gozo la reciente beatificación de su Fundadora, la Madre Anna María Janer, así como a los demás grupos provenientes de España, Argentina, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, México y otros países latinoamericanos. Que Dios os acompañe y llene siempre vuestra vida de alegría y paz. Muchas gracias.

                                                                    
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                                                                   LLAMAMIENTO
 
 Estoy profundamente entristecido por los episodios de violencia que se cometieron en El Cairo el domingo pasado. Me uno al dolor de las familias de las víctimas y de todo el pueblo egipcio, desgarrado por los intentos de minar la coexistencia pacífica entre sus comunidades que, por el contrario, es esencial salvaguardar, sobre todo en este momento de transición. Exhorto a los fieles a rezar a fin de que la sociedad goce de una auténtica paz, basada en la justicia, en el respeto de la libertad y de la dignidad de todo ciudadano. Además, apoyo los esfuerzos de las autoridades egipcias, civiles y religiosas, en favor de una sociedad donde se respeten los derechos humanos de todos y, especialmente, de las minorías, en beneficio de la unidad nacional.

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CARTA APOSTÓLICA
 EN FORMA DE MOTU PROPRIO
QUAERIT SEMPER
DEL SUMO PONTÍFICE
 BENEDICTO XVI

con la que se modifica la Constitución apostólica Pastor bonus y se trasladan algunas competencias de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos al nuevo Departamento para los procedimientos de dispensa del matrimonio rato y no consumado y las causas de nulidad de la sagrada Ordenación constituido en el Tribunal de la Rota Romana.

La Santa Sede ha procurado siempre adecuar su propia estructura de gobierno a las necesidades pastorales que en cada período histórico surgían en la vida de la Iglesia, modificando por ello la organización y la competencia de los Dicasterios de la Curia Romana.

 Además, el Concilio Vaticano II confirmó dicho criterio subrayando la necesidad de adecuar los Dicasterios a las necesidades de los tiempos, de las regiones y de los ritos, sobre todo en lo relativo a su número, denominación, competencia, modos de proceder y coordinación recíproca (cfr. Decr. Christus Dominus, 9).

Siguiendo dichos principios, mi Predecesor, el beato Juan Pablo II, procedió a una reordenación global de la Curia Romana mediante la Constitución apostólica Pastor bonus, promulgada el 28 de junio de 1988 (AAS 80 [1988] 841-930), concretando las competencias de los diversos Dicasterios según el Código de Derecho Canónico promulgado cinco años antes y las normas que ya se preveían para las Iglesias orientales. Más adelante, con sucesivas medidas, tanto mi Predecesor como yo mismo, hemos intervenido modificando la estructura y la competencia de algunos Dicasterios para responder mejor a la nuevas exigencias.

En las circunstancias actuales, ha parecido conveniente que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se dedique principalmente a dar nuevo impulso a la promoción de la Sagrada Liturgia en la Iglesia, según la renovación querida por el Concilio Vaticano II a partir de la Constitución Sacrosanctum Concilium.

Por lo tanto, he considerado oportuno transferir a un nuevo Departamento constituido en el Tribunal de la Rota Romana la competencia de tratar los procedimientos para la concesión de la dispensa del matrimonio rato y no consumado y las causas de nulidad de la sagrada Ordenación.

En consecuencia, a propuesta del Eminentísimo Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y con el parecer favorable del Excelentísimo Decano del Tribunal de la Rota Romana, oído el parecer del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica y del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, establezco y decreto lo siguiente:

Art. 1.

Quedan derogados los artículos 67 y 68 de la citada Constitución apostólica Pastor bonus.

 Art. 2.

El artículo 126 de la Constitución apostólica Pastor bonus queda modificado de acuerdo con el texto siguiente:

 “Art. 126 § 1. Este Tribunal actúa ordinariamente como instancia superior en grado de apelación ante la Sede Apostólica con el fin de tutelar los derechos en la Iglesia, provee a la unidad de la jurisprudencia y, a través de sus sentencias, sirve de ayuda a los Tribunales de grado inferior.

 § 2. Se constituye en este Tribunal un Departamento al que compete examinar el hecho de la no consumación del matrimonio y la existencia de causa justa para conceder la dispensa. A tal fin, recibe todas las actas junto con el parecer del Obispo y las observaciones del Defensor del Vínculo, pondera atentamente, según un procedimiento especial, la solicitud para obtener la dispensa y, si se da el caso, la somete al Sumo Pontífice.

 § 3. Dicho Departamento es competente también para tratar las causas de nulidad de la sagrada Ordenación, a tenor del derecho universal y propio, congrua congruis referendo.

Art. 3.

El Departamento para los procedimientos de dispensa del matrimonio rato y no consumado y las causas de nulidad de la sagrada Ordenación está dirigido por el Decano de la Rota Romana, asistido por Oficiales, Comisarios delegados y Consultores.

 Art. 4.

El día de la entrada en vigor de las presentes normas, los procedimientos de dispensa del matrimonio rato y no consumado y las causas de nulidad de la sagrada Ordenación pendientes ante la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se trasladarán al nuevo Departamento en el Tribunal de la Rota Romana, que las resolverá.

 Cuanto he decidido en esta Carta apostólica en forma de Motu Proprio, ordeno que se observe en todas sus partes, sin que obste nada en contrario, aunque sea digno de especial mención, y establezco que se promulgue mediante la publicación en el diario “L'Osservatore Romano”, entrando en vigor el día 1 de Octubre de 2011.

 Dado en Castelgandolfo, el día 30 de Agosto del año 2011, séptimo de Nuestro Pontificado.


                                                           BENEDICTUS PP. XVI
 
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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
 A LOS OBISPOS DE INDONESIA
 EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM» 
 
Viernes 7 de Octubre de 2011
 
Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra daros mi cordial y fraterna bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, una oportunidad privilegiada para dar gracias a Dios por el don de la comunión que existe en la única Iglesia de Cristo, y un momento para profundizar nuestros vínculos de unidad en la fe apostólica. Quiero dar las gracias a monseñor Situmorang por las amables palabras pronunciadas en vuestro nombre y en el de los fieles confiados a vuestra solicitud pastoral. Saludo cordialmente también a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos encomendados a vuestro cuidado pastoral. Os ruego que les aseguréis mis oraciones por su santificación y por su bienestar.

El mensaje de salvación, perdón y amor de Cristo ha sido predicado en vuestro país desde hace siglos. De hecho, el impulso misionero sigue siendo esencial para la vida de la Iglesia, y encuentra expresión no sólo en la predicación del Evangelio, sino también en el testimonio de la caridad cristiana (cf. Ad gentes, 2). En este sentido, aprecio los intensos esfuerzos realizados por numerosas personas y organismos en nombre de la Iglesia para llevar la tierna compasión de Dios a los numerosos miembros de la sociedad indonesia.

 Este es el sello de todo movimiento, acción y expresión de la Iglesia, en todos sus esfuerzos sacramentales, caritativos, educativos y sociales, de forma que, en todo, sus miembros promuevan que el Dios uno y trino sea conocido y amado a través de Jesucristo. Esto no sólo contribuirá a la vitalidad espiritual de la Iglesia, mientras crece en confianza a través de un testimonio humilde pero valiente, sino también reforzará a la sociedad indonesia promoviendo los valores apreciados por vuestros compatriotas: tolerancia, unidad y justicia para todos los ciudadanos. Oportunamente, la Constitución de Indonesia garantiza el derecho humano fundamental a la libertad de practicar la propia religión. La libertad de vivir y de predicar el Evangelio nunca debe darse por descontada, sino que siempre se debe defender de modo correcto y paciente. Y la libertad religiosa no es sólo un derecho a verse libres de constricciones externas. También es un derecho a ser católicos de forma auténtica y plena, a practicar la fe, a edificar la Iglesia y a contribuir al bien común, proclamando el Evangelio como Buena Nueva para todos e invitando a todos a la intimidad con el Dios de la misericordia y la compasión manifestado en Jesucristo.

Una parte significativa de la labor caritativa y educativa en vuestras diócesis se realiza bajo la dirección de los religiosos y las religiosas. Su consagración a Cristo y su vida de oración profunda y sacrificio genuino siguen enriqueciendo a la Iglesia y haciendo la presencia de Dios visible y activa en vuestra nación. Deseo expresar mi gratitud a los numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas que dan gloria al Señor a través de incontables buenas obras que benefician a sus hermanos y hermanas indonesios. Sus esfuerzos son una expresión indispensable del compromiso de la Iglesia en favor de la humanidad y especialmente de los más necesitados. Por esta razón, os pido, queridos hermanos en el episcopado, que sigáis asegurando que la formación y la educación que reciben los seminaristas, los religiosos y las religiosas, sean siempre adecuadas a la misión que se les confía. Ante las crecientes complejidades de nuestro mundo y la rápida transformación de la sociedad indonesia, es muy urgente la necesidad de religiosos y religiosas bien preparados. De acuerdo con sus superiores locales, aseguraos que hayan recibido lo necesario para vivir una vida llena de sabiduría y conocimiento espiritual, y que fructifiquen en toda obra buena (cf. Col 1, 9, 10).

Sólo quiero alentaros en vuestros continuos esfuerzos para promover y sostener el diálogo interreligioso en vuestra nación. En vuestro país, tan rico en su diversidad cultural y con una población tan grande, vive un número significativo de seguidores de diversas tradiciones religiosas. Así, el pueblo de Indonesia tiene grandes posibilidades de dar una importante contribución a la búsqueda de paz y de comprensión entre los pueblos del mundo. Vuestra participación en esta gran empresa es decisiva; por ello, queridos hermanos, os exhorto a asegurar que quienes han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral sepan que, como cristianos, deben ser agentes de paz, de perseverancia y de caridad. La Iglesia está llamada a seguir a su divino Maestro, que recapitula todas las cosas en sí mismo, y a dar testimonio de la paz que sólo él puede dar. Este es el fruto precioso de la caridad en él, que, sufriendo injustamente, nos dio su vida y nos enseñó a responder en todas las situaciones con el perdón, la misericordia y el amor en la verdad. Los creyentes en Cristo, arraigados en la caridad, deben comprometerse en el diálogo con las demás religiones, respetando sus recíprocas diferencias. Los esfuerzos comunes para la construcción de la sociedad serán de gran valor si refuerzan amistades y superan malentendidos o desconfianzas. Confío en que vosotros y los sacerdotes, los religiosos y los laicos de vuestras diócesis sigáis dando testimonio de la imagen y la semejanza de Dios en cada hombre, mujer y niño, sin tener en cuenta su fe, animando a todos a estar abiertos al diálogo al servicio de la paz y de la armonía. Haciendo todo lo posible para asegurar que los derechos de las minorías en vuestro país sean respetados, favorecéis la causa de la tolerancia y la armonía mutuas en vuestro país y más allá de él.

Con estos pensamientos, queridos hermanos en el episcopado, os renuevo mis sentimientos de afecto y estima. Vuestro país está compuesto por miles de islas; así también la Iglesia en Indonesia está formada por miles de comunidades cristianas, «islas de presencia de Cristo». Estad siempre unidos en la fe, en la esperanza y en el amor entre vosotros y con el Sucesor de Pedro. Os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia. Asegurándoos mis oraciones por vosotros y por quienes están confiados a vuestro cuidado pastoral, os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de gracia y de paz en el Señor.
 
 



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