viernes, 14 de octubre de 2011

BENEDICTO XVI: Visita Pastoral a Lamezia Terme y Serra San Bruno (Oct.9)

                            VISITA PASTORAL A LAMEZIA TERME Y SIERRA SAN BRUNO

SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Zona ex-Sir, periferia industrial de Lamezia Terme
Domingo 9 de Octubre de 2011

Queridos hermanos y hermanas:
Es grande mi alegría al poder partir con vosotros el pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Estoy contento de estar por primera vez aquí en Calabria y de encontrarme en esta ciudad de Lamezia Terme. Os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros que habéis venido en tan gran número, y os doy las gracias por vuestra calurosa acogida. Saludo en particular a vuestro pastor, monseñor Luigi Antonio Cantafora, y le agradezco las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo también a los arzobispos y a los obispos presentes, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los representantes de las asociaciones y de los movimientos eclesiales. Dirijo un saludo deferente al alcalde, profesor Gianni Speranza, a quien agradezco sus corteses palabras de saludo, al representante del Gobierno y a las autoridades civiles y militares, que con su presencia han querido honrar este encuentro. Un agradecimiento especial a cuantos han colaborado generosamente a la realización de mi visita pastoral.
La liturgia de este domingo nos propone una parábola que habla de un banquete de bodas al que muchos son invitados. La primera lectura, tomada del libro de Isaías, prepara este tema, porque habla del banquete de Dios. La imagen del banquete aparece a menudo en las Escrituras para indicar la alegría en la comunión y en la abundancia de los dones del Señor, y deja intuir algo de la fiesta de Dios con la humanidad, como describe Isaías: «Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos..., de vinos de solera; manjares exquisito, vinos refinados» (Is 25, 6). El profeta añade que la intención de Dios es poner fin a la tristeza y a la vergüenza; quiere que todos los hombres vivan felices en el amor hacia él y en la comunión recíproca; su proyecto entonces es eliminar la muerte para siempre, enjugar las lágrimas de todos los rostros, hacer desaparecer la situación deshonrosa de su pueblo, como hemos escuchado (cf. vv. 7-8). Todo esto suscita profunda gratitud y esperanza: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor, en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación» (v. 9).
Jesús en el Evangelio nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios —representado por un rey— a participar en su banquete (cf. Mt 22, 1-14). Los invitados son muchos, pero sucede algo inesperado: rehúsan participar en la fiesta, tienen otras cosas que hacer; más aún, algunos muestran despreciar la invitación. Dios es generoso con nosotros, nos ofrece su amistad, sus dones, su alegría, pero a menudo nosotros no acogemos sus palabras, mostramos más interés por otras cosas, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses. La invitación del rey encuentra incluso reacciones hostiles, agresivas. Pero eso no frena su generosidad. Él no se desanima, y manda a sus siervos a invitar a muchas otras personas. El rechazo de los primeros invitados tiene como efecto la extensión de la invitación a todos, también a los más pobres, abandonados y desheredados. Los siervos reúnen a todos los que encuentran, y la sala se llena: la bondad del rey no tiene límites, y a todos se les da la posibilidad de responder a su llamada. Pero hay una condición para quedarse en este banquete de bodas: llevar el vestido nupcial. Y al entrar en la sala, el rey advierte que uno no ha querido ponérselo y, por esta razón, es excluido de la fiesta. Quiero detenerme un momento en este punto con una pregunta: ¿cómo es posible que este comensal haya aceptado la invitación del rey y, al entrar en la sala del banquete, se le haya abierto la puerta, pero no se haya puesto el vestido nupcial? ¿Qué es este vestido nupcial? En la misa in Coena Domini de este año hice referencia a un bello comentario de san Gregorio Magno a esta parábola. Explica que ese comensal responde a la invitación de Dios a participar en su banquete; tiene, en cierto modo, la fe que le ha abierto la puerta de la sala, pero le falta algo esencial: el vestido nupcial, que es la caridad, el amor. Y san Gregorio añade: «Cada uno de vosotros, por tanto, que en la Iglesia tiene fe en Dios ya ha tomado parte en el banquete de bodas, pero no puede decir que lleva el vestido nupcial si no custodia la gracia de la caridad» (Homilía 38, 9: pl 76,1287). Y este vestido está tejido simbólicamente con dos elementos, uno arriba y otro abajo: el amor a Dios y el amor al prójimo (cf. ib., 10: pl 76, 1288). Todos estamos invitados a ser comensales del Señor, a entrar con la fe en su banquete, pero debemos llevar y custodiar el vestido nupcial, la caridad, vivir un profundo amor a Dios y al prójimo.
Queridos hermanos y hermanas, he venido para compartir con vosotros alegrías y esperanzas, fatigas y compromisos, ideales y aspiraciones de esta comunidad diocesana. Sé que os habéis preparado para esta visita con un intenso camino espiritual, adoptando como lema un versículo de los Hechos de los Apóstoles: «En nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda» (3, 6). Sé que en Lamezia Terme, como en toda Calabria, no faltan dificultades, problemas y preocupaciones. Si observamos esta bella región, reconocemos en ella una tierra sísmica no sólo desde el punto de vista geológico, sino también desde un punto de vista estructural, comportamental y social; es decir, una tierra donde los problemas se presentan de forma aguda y desestabilizadora; una tierra donde el desempleo es preocupante, donde una criminalidad a menudo feroz hiere el tejido social, una tierra en la que se tiene la continua sensación de estar en emergencia. Vosotros, los calabreses, habéis sabido responder a la emergencia con una prontitud y una disponibilidad sorprendentes, con una extraordinaria capacidad de adaptación a los problemas. Estoy seguro de que sabréis superar las dificultades de hoy para preparar un futuro mejor. No cedáis nunca a la tentación del pesimismo y de encerraros en vosotros mismos. Aprovechad los recursos de vuestra fe y vuestras capacidades humanas; esforzaos por crecer en la capacidad de colaborar, de cuidar de los demás y de todo bien público, custodiad el vestido nupcial del amor; perseverad en el testimonio de los valores humanos y cristianos tan profundamente arraigados en la fe y en la historia de este territorio y de su población.
Queridos amigos, mi visita se sitúa casi al final del camino emprendido por esta Iglesia local con la redacción del proyecto pastoral quinquenal. Deseo dar gracias con vosotros al Señor por el provechoso camino recorrido y por la siembra de numerosas semillas de bien, que permiten esperar un buen futuro. Para afrontar la nueva realidad social y religiosa, distinta del pasado, quizás con más dificultades, pero también más rica en potencialidades, es necesario un trabajo pastoral moderno y orgánico que comprometa en torno al obispo a todas las fuerzas cristianas: sacerdotes, religiosos y laicos, animados por el compromiso común de evangelización. Al respecto, me ha complacido saber el esfuerzo que estáis haciendo para poneros a la escucha atenta y perseverante de la Palabra de Dios, a través de la promoción de encuentros mensuales en diversos centros de la diócesis y la difusión de la práctica de la Lectio divina. También es oportuna la Escuela de doctrina social de la Iglesia, tanto por la calidad articulada de la propuesta como por su divulgación capilar. Anhelo vivamente que de estas iniciativas brote una nueva generación de hombres y mujeres capaces de promover no tanto intereses partidistas, sino el bien común. Quiero también alentar y bendecir los esfuerzos de cuantos, sacerdotes y laicos, están comprometidos en la formación de las parejas cristianas para el matrimonio y la familia, con el fin de dar una respuesta evangélica y competente a los numerosos desafíos contemporáneos en el campo de la familia y de la vida.
Conozco, además, el celo y la dedicación con que los sacerdotes desempeñan su servicio pastoral, así como el trabajo de formación sistemático e incisivo dirigido a ellos, en particular a los más jóvenes. Queridos sacerdotes, os exhorto a arraigar cada vez más vuestra vida espiritual en el Evangelio, cultivando la vida interior, una intensa relación con Dios, y alejándoos con decisión de cierta mentalidad consumista y mundana, que es una tentación constante en la realidad en que vivimos. Aprended a crecer en la comunión entre vosotros y con el obispo, entre vosotros y los fieles laicos, favoreciendo la estima y la colaboración recíprocas: de ello derivarán sin duda múltiples beneficios tanto para la vida de las parroquias como para la misma sociedad civil. Sabed valorar, con discernimiento, según los conocidos criterios de eclesialidad, los grupos y movimientos: deben integrarse bien dentro de la pastoral ordinaria de la diócesis y de las parroquias, con un profundo espíritu de comunión.
A vosotros, fieles laicos, jóvenes y familias, os digo: ¡no tengáis miedo de vivir y dar testimonio de la fe en los distintos ámbitos de la sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana! Tenéis todos los motivos para mostraros fuertes, confiados y valientes, y esto gracias a la luz de la fe y a la fuerza de la caridad. Y cuando encontréis la oposición del mundo, haced vuestras las palabras del Apóstol: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4, 13). Así se comportaron los santos y las santas que florecieron, en el transcurso de los siglos, en toda Calabria. Que ellos os custodien siempre unidos y alimenten en cada uno el deseo de proclamar, con las palabras y las obras, la presencia y el amor de Cristo. Que la Madre de Dios, tan venerada por vosotros, os asista y os conduzca al profundo conocimiento de su Hijo. Amén.

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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI
Zona ex-Sir, periferia industrial de Lamezia Terme
Domingo 9 de Octubre de 2011

Queridos hermanos y hermanas:
Al acercarnos al término de nuestra celebración, nos dirigimos con filial devoción a la Virgen María, a la que en este mes de octubre veneramos en particular con el título de Reina del Santo Rosario. Sé que en vuestra tierra hay muchos santuarios marianos, y me alegra saber que aquí en Calabria está viva la piedad popular. Os aliento a practicarla constantemente a la luz de las enseñanzas del concilio Vaticano II, de la Sede apostólica y de vuestros pastores. Confío a María con afecto vuestra comunidad diocesana, para que camine unida en la fe, en la esperanza y en la caridad. Que la Madre de la Iglesia os ayude a amar siempre la comunión eclesial y el compromiso misionero. Que sostenga a los sacerdotes en su ministerio, ayude a los padres y a los maestros en su tarea educativa, conforte a los enfermos y a los que sufren y conserve en los jóvenes un alma pura y generosa. Invoquemos la intercesión de María también para los problemas sociales más graves de este territorio y de toda Calabria, especialmente los del trabajo, de la juventud y del cuidado de las personas discapacitadas, que requieren creciente atención por parte de todos, especialmente de las instituciones. En comunión con vuestros obispos, os exhorto en particular a vosotros, fieles laicos, a no dejar de contribuir con vuestra competencia y responsabilidad en la construcción del bien común.
Como sabéis, hoy por la tarde iré a Serra San Bruno para visitar la cartuja. San Bruno vino a esta tierra hace nueve siglos, y dejó un signo profundo, con la fuerza de su fe. ¡La fe de los santos renueva el mundo! Con la misma fe, también vosotros, ¡renovad hoy a vuestra —nuestra— amada Calabria!


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ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN DE SERRA SAN BRUNO
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza de San Esteban, Cartuja de Serra San Bruno
Domingo 9 de Octubre de 2011

Señor alcalde,
venerado hermano en el episcopado,
distinguidas autoridades,
queridos amigos de Serra San Bruno:
Me alegra poder encontrarme con vosotros, antes de entrar en la cartuja, donde realizaré la segunda parte de esta visita pastoral a Calabria. Os saludo a todos con afecto y os doy las gracias por vuestra cordial acogida; en particular doy las gracias al arzobispo de Catanzaro-Squillace, monseñor Vincenzo Bertolone, y al alcalde, Bruno Rosi, también por las amables palabras que me ha dirigido. Es verdad, dos visitas cercanas del Sucesor de Pedro son un privilegio para vuestra comunidad civil. Pero sobre todo, como justamente ha dicho también el alcalde, es un gran privilegio tener en vuestro territorio esta «ciudadela» del espíritu que es la cartuja. La presencia misma de la comunidad monástica, con su larga historia que se remonta a san Bruno, constituye una constante llamada a Dios, una apertura hacia el cielo y una invitación a recordar que somos hermanos en Cristo.
Los monasterios tienen una función muy importante en el mundo, diría indispensable. Si en el medioevo fueron centros de saneamiento de los territorios pantanosos, hoy sirven para «sanear» el ambiente en otro sentido: a veces, de hecho, el clima que se respira en nuestras sociedades no es salubre, está contaminado por una mentalidad que no es cristiana, y ni siquiera humana, porque está dominada por los intereses económicos, preocupada sólo por las cosas terrenas y carente de una dimensión espiritual. En este clima no sólo se margina a Dios, sino también al prójimo, y las personas no se comprometen por el bien común. El monasterio, en cambio, es modelo de una sociedad que pone en el centro a Dios y la relación fraterna. Tenemos mucha necesidad de los monasterios también en nuestro tiempo.
Queridos amigos de Serra San Bruno, el privilegio de tener cerca la cartuja es para vosotros también una responsabilidad: considerad un tesoro la gran tradición espiritual de este lugar y tratad de ponerla en práctica en la vida cotidiana. Que la Virgen María y san Bruno os protejan siempre. De corazón os bendigo a todos vosotros y a vuestras familias.

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CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Iglesia de la Cartuja de Serra San Bruno
Domingo 9 de Octubre de 2011

Venerados hermanos en el episcopado,
queridos hermanos cartujos,
hermanos y hermanas:
Doy gracias al Señor que me ha traído a este lugar de fe y de oración, la cartuja de Serra San Bruno. A la vez que renuevo mi saludo y mi agradecimiento a monseñor Vincenzo Bertolone, arzobispo de Catanzaro-Squillace, me dirijo con gran afecto a esta comunidad cartuja, a cada uno de sus miembros, comenzando por el prior, padre Jacques Dupont, a quien doy las gracias de corazón por sus palabras, pidiéndole que haga llegar mi agradecimiento y mi bendición al ministro general y a las monjas de la Orden.
Quiero ante todo subrayar que esta visita se pone en continuidad con algunos signos de fuerte comunión entre la Sede apostólica y la Orden cartuja, que tuvieron lugar durante el siglo pasado. En 1924 el Papa Pío XI promulgó una constitución apostólica con la que aprobó los Estatutos de la Orden, revisados a la luz del Código de derecho canónico. En mayo de 1984, el beato Juan Pablo II dirigió al ministro general una carta especial, con ocasión del noveno centenario de la fundación por obra de san Bruno de la primera comunidad en la Chartreuse, cerca de Grenoble. El 5 de octubre de ese mismo año, mi amado predecesor vino aquí, y está vivo aún el recuerdo de su paso entre estas paredes. En la estela de estos acontecimiento pasados, pero siempre actuales, vengo hoy a vosotros, y quiero que nuestro encuentro ponga de relieve un vínculo profundo que existe entre Pedro y Bruno, entre el servicio pastoral a la unidad de la Iglesia y la vocación contemplativa en la Iglesia. De hecho, la comunión eclesial necesita una fuerza interior, esa fuerza que hace un momento el padre prior recordaba citando la expresión «captus ab Uno», referida a san Bruno: «aferrado por el Uno», por Dios, «Unus potens per omnia», como hemos cantado en el himno de las Vísperas. El ministerio de los pastores toma de las comunidades contemplativas una savia espiritual que viene de Dios.
«Fugitiva relinquere et aeterna captare»: abandonar las realidades fugaces e intentar aferrar lo eterno. En esta expresión de la carta que vuestro fundador dirigió al preboste de Reims, Rodolfo, se encierra el núcleo de vuestra espiritualidad (cf. Carta a Rodolfo, 13): el fuerte deseo de entrar en unión de vida con Dios, abandonando todo lo demás, todo aquello que impide esta comunión, y dejándose aferrar por el inmenso amor de Dios para vivir sólo de este amor. Queridos hermanos, vosotros habéis encontrado el tesoro escondido, la perla de gran valor (cf. Mt 13, 44-46); habéis respondido con radicalidad a la invitación de Jesús: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme» (Mt 19, 21). Todo monasterio —masculino o femenino— es un oasis en el que, con la oración y la meditación, se excava incesantemente el pozo profundo del que podemos tomar el «agua viva» para nuestra sed más profunda. Pero la cartuja es un oasis singular, donde el silencio y la soledad son custodiados de modo muy especial, según la forma de vida iniciada por san Bruno y que ha permanecido sin cambios en el curso de los siglos. «Habito en el desierto con los hermanos», es la frase sintética que escribía vuestro fundador (Carta a Rodolfo, 4). La visita del Sucesor de Pedro a esta histórica cartuja no sólo quiere confirmaros a vosotros, que vivís aquí, sino a toda la Orden en su misión, muy actual y significativa en el mundo de hoy.
El progreso técnico, especialmente en el campo de los transportes y de las comunicaciones, ha hecho la vida del hombre más confortable, pero también más agitada, a veces convulsa. Las ciudades son casi siempre ruidosas: raramente hay silencio en ellas, porque siempre persiste un ruido de fondo, en algunas zonas también de noche. En las últimas décadas, además, el desarrollo de los medios de comunicación ha difundido y amplificado un fenómeno que ya se perfilaba en los años sesenta: la virtualidad, que corre el peligro de dominar sobre la realidad. Cada vez más, incluso sin darse cuenta, las personas están inmersas en una dimensión virtual a causa de mensajes audiovisuales que acompañan su vida desde la mañana hasta la noche. Los más jóvenes, que han nacido ya en esta situación, parecen querer llenar de música y de imágenes cada momento vacío, casi por el miedo de sentir, precisamente, este vacío. Se trata de una tendencia que siempre ha existido, especialmente entre los jóvenes y en los contextos urbanos más desarrollados, pero hoy ha alcanzado tal nivel que se habla de mutación antropológica. Algunas personas ya no son capaces de permanecer por mucho tiempo en silencio y en soledad.
He querido aludir a esta condición sociocultural, porque pone de relieve el carisma específico de la cartuja, como un don precioso para la Iglesia y para el mundo, un don que contiene un mensaje profundo para nuestra vida y para toda la humanidad. Lo resumiría de este modo: retirándose al silencio y la soledad, el hombre, por así decirlo, se «expone» a la realidad de su desnudez, se expone a ese aparente «vacío» al que aludí antes, para experimentar en cambio la Plenitud, la presencia de Dios, de la Realidad más real que existe, y que está más allá de la dimensión sensible. Es una presencia perceptible en toda criatura: en el aire que respiramos, en la luz que vemos y que nos calienta, en la hierba, en las piedras... Dios, Creator omnium, lo penetra todo, pero está más allá, y precisamente por esto es el fundamento de todo. El monje, dejándolo todo, por así decirlo «se arriesga»: se expone a la soledad y al silencio para vivir sólo de lo esencial, y precisamente viviendo de lo esencial encuentra también una profunda comunión con los hermanos, con cada hombre.
Alguien podría pensar que es suficiente venir aquí para dar este «salto». Pero no es así. Esta vocación, como toda vocación, encuentra respuesta en un camino, en la búsqueda de toda una vida. De hecho, no basta con retirarse a un lugar como este para aprender a estar en la presencia de Dios. Del mismo modo que en el matrimonio no basta con celebrar el Sacramento para llegar efectivamente a ser una sola cosa, sino que es necesario dejar que la gracia de Dios actúe y recorrer juntos la cotidianidad de la vida conyugal, así el llegar a ser monjes requiere tiempo, ejercicio, paciencia, «en una perseverante vigilancia divina —como afirmaba san Bruno— esperando el regreso del Señor para abrirle inmediatamente la puerta» (Carta a Rodolfo, 4); y precisamente en esto consiste la belleza de toda vocación en la Iglesia: dar tiempo a Dios de actuar con su Espíritu y a la propia humanidad de formarse, de crecer según la medida de la madurez de Cristo, en ese particular estado de vida. En Cristo está el todo, la plenitud; necesitamos tiempo para hacer nuestra una de las dimensiones de su misterio. Podríamos decir que este es un camino de transformación en el que se realiza y se manifiesta el misterio de la resurrección de Cristo en nosotros, misterio al que nos ha remitido esta tarde la Palabra de Dios en la lectura bíblica, tomada de la Carta a los Romanos: el Espíritu Santo, que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que dará la vida también a nuestros cuerpos mortales (cf. Rm 8, 11), es Aquel que realiza también nuestra configuración a Cristo según la vocación de cada uno, un camino que discurre desde la pila bautismal hasta la muerte, paso hacia la casa del Padre. A veces, a los ojos del mundo parece imposible permanecer durante toda la vida en un monasterio, pero en realidad toda una vida apenas es suficiente para entrar en esta unión con Dios, en esa Realidad esencial y profunda que es Jesucristo.
Por esto he venido aquí, queridos hermanos que formáis la comunidad cartuja de Serra San Bruno. Para deciros que la Iglesia os necesita, y que vosotros necesitáis a la Iglesia. Vuestro puesto no es marginal: ninguna vocación es marginal en el pueblo de Dios: somos un único cuerpo, en el que cada miembro es importante y tiene la misma dignidad, y es inseparable del todo. También vosotros, que vivís en un aislamiento voluntario, estáis en realidad en el corazón de la Iglesia, y hacéis correr por sus venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios.
Stat crux dum volvitur orbis, así reza vuestro lema. La cruz de Cristo es el punto firme, en medio de los cambios y de las vicisitudes del mundo. La vida en una cartuja participa de la estabilidad de la cruz, que es la de Dios, de su amor fiel. Permaneciendo firmemente unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, también vosotros, hermanos cartujos, estáis asociados a su misterio de salvación, como la Virgen María, que junto a la cruz stabat, unida al Hijo en la misma oblación de amor. Así, como María y junto con ella, también vosotros estáis insertados profundamente en el misterio de la Iglesia, sacramento de unión de los hombres con Dios y entre sí. En esto vosotros estáis también singularmente cercanos a mi ministerio. Así pues, que vele sobre nosotros la Madre santísima de la Iglesia, y que el santo padre Bruno bendiga siempre desde el cielo a vuestra comunidad. Amén.

 
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