miércoles, 25 de julio de 2012

BENEDICTO XVI: Mensaje (Julio 16), Homilía (Julio 15), Discursos (Julio 11 y 9), Carta (Julio 2) y Palabras (Junio 26)


 MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 
AL OBISPO DE ÁVILA (ESPAÑA) 

CON OCASIÓN DEL 450° ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN 
DEL MONASTERIO DE SAN JOSÉ EN ÁVILA 
Y DEL INICIO DE LA REFORMA DEL CARMELO



Al venerado Hermano
Monseñor Jesús GARCÍA BURILLO,
Obispo de Ávila
1. Resplendens stella. «Una estrella que diese de sí gran resplandor» (Libro de la Vida 32,11). Con estas palabras, el Señor animó a Santa Teresa de Jesús para la fundación en Ávila del monasterio de San José, inicio de la reforma del Carmelo, de la cual, el próximo 24 de agosto, se cumplen cuatrocientos cincuenta años. Con ocasión de esa feliz circunstancia, quiero unirme a la alegría de la querida Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo, del Pueblo de Dios que peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia universal, han encontrado en la espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir que por Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida. Enamorada del Señor, esta preclara mujer no ansió sino agradarlo en todo. En efecto, un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a través de su persona, sea Él el verdadero protagonista de todas sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio.
2. Dejarse conducir de este modo por Cristo solamente es posible para quien tiene una intensa vida de oración. Ésta consiste, en palabras de la Santa abulense, en «tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la Vida 8,5). La reforma del Carmelo, cuyo aniversario nos colma de gozo interior, nace de la oración y tiende a la oración. Al promover un retorno radical a la Regla primitiva, alejándose de la Regla mitigada, santa Teresa de Jesús quería propiciar una forma de vida que favoreciera el encuentro personal con el Señor, para lo cual es necesario «ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped» (Camino de perfección 28,2). El monasterio de San José nace precisamente con el fin de que sus hijas tengan las mejores condiciones para hallar a Dios y entablar una relación profunda e íntima con Él.
3. Santa Teresa propuso un nuevo estilo de ser carmelita en un mundo también nuevo. Aquellos fueron «tiempos recios» (Libro de la Vida 33,5). Y en ellos, al decir de esta Maestra del espíritu, «son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (ibíd. 15,5). E insistía con elocuencia: «Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia» (Camino de perfección 1,5). ¿No nos resulta familiar, en la coyuntura que vivimos, una reflexión tan luminosa e interpelante, hecha hace más de cuatro siglos por la Santa mística?
El fin último de la Reforma teresiana y de la creación de nuevos monasterios, en medio de un mundo escaso de valores espirituales, era abrigar con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo de vida evangélica que fuera modelo para quien buscaba un camino de perfección, desde la convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por reproducir cada vez mejor en nosotros la «forma» de Cristo (cf. Gal 4,19). No fue otro el empeño de la Santa ni el de sus hijas. Tampoco fue otro el de sus hijos carmelitas, que no trataban sino de «ir muy adelante en todas las virtudes» (Libro de la Vida 31,18). En este sentido, Teresa escribe: «Precia más [nuestro Señor] un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer» (Libro de las Fundaciones 1,7). Ante el olvido de Dios, la Santa Doctora alienta comunidades orantes, que arropen con su fervor a los que proclaman por doquier el Nombre de Cristo, que supliquen por las necesidades de la Iglesia, que lleven al corazón del Salvador el clamor de todos los pueblos.
4. También hoy, como en el siglo XVI, y entre rápidas transformaciones, es preciso que la plegaria confiada sea el alma del apostolado, para que resuene con meridiana claridad y pujante dinamismo el mensaje redentor de Jesucristo. Es apremiante que la Palabra de vida vibre en las almas de forma armoniosa, con notas sonoras y atrayentes.
En esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Ávila nos es de gran ayuda. Podemos afirmar que, en su momento, la Santa evangelizó sin tibiezas, con ardor nunca apagado, con métodos alejados de la inercia, con expresiones nimbadas de luz. Esto conserva toda su frescura en la encrucijada actual, que siente la urgencia de que los bautizados renueven su corazón a través de la oración personal, centrada también, siguiendo el dictado de la Mística abulense, en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de Cristo como único camino para hallar la gloria de Dios (cf. Libro de la Vida 22,1; Las Moradas 6,7). Así se podrán formar familias auténticas, que descubran en el Evangelio el fuego de su hogar; comunidades cristianas vivas y unidas, cimentadas en Cristo como en su piedra angular y que tengan sed de una vida de servicio fraterno y generoso. También es de desear que la plegaria incesante promueva el cultivo prioritario de la pastoral vocacional, subrayando peculiarmente la belleza de la vida consagrada, que hay que acompañar debidamente como tesoro que es de la Iglesia, como torrente de gracias, tanto en su dimensión activa como contemplativa.
La fuerza de Cristo conducirá igualmente a redoblar las iniciativas para que el pueblo de Dios recobre su vigor de la única forma posible: dando espacio en nuestro interior a los sentimientos del Señor Jesús (cf. Flp 2,5), buscando en toda circunstancia una vivencia radical de su Evangelio. Lo cual significa, ante todo, consentir que el Espíritu Santo nos haga amigos del Maestro y nos configure con Él. También significa acoger en todo sus mandatos y adoptar en nosotros criterios tales como la humildad en la conducta, la renuncia a lo superfluo, el no hacer agravio a los demás o proceder con sencillez y mansedumbre de corazón. Así, quienes nos rodean, percibirán la alegría que nace de nuestra adhesión al Señor, y que no anteponemos nada a su amor, estando siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y viviendo, como Teresa de Jesús, en filial obediencia a nuestra Santa Madre la Iglesia.
5. A esa radicalidad y fidelidad nos invita hoy esta hija tan ilustre de la Diócesis de Ávila. Acogiendo su hermoso legado, en esta hora de la historia, el Papa convoca a todos los miembros de esa Iglesia particular, pero de manera entrañable a los jóvenes, a tomar en serio la común vocación a la santidad. Siguiendo las huellas de Teresa de Jesús, permitidme que diga a quienes tienen el futuro por delante: Aspirad también vosotros a ser totalmente de Jesús, sólo de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella: «Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poesía 2). Y a Él le pido que sepáis también responder a sus llamadas iluminados por la gracia divina, con «determinada determinación», para ofrecer «lo poquito» que haya en vosotros, confiando en que Dios nunca abandona a quienes lo dejan todo por su gloria (cf.Camino de perfección 21,2; 1,2).
6. Santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen, a quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Bajo su amparo materno pongo los afanes apostólicos de la Iglesia en Ávila, para que, rejuvenecida por el Espíritu Santo, halle los caminos oportunos para proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía. Que María, Estrella de la evangelización, y su casto esposo San José intercedan para que aquella «estrella» que el Señor encendió en el universo de la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres. Con este anhelo, Venerado Hermano en el Episcopado, te envío este mensaje, que ruego hagas conocer a la grey encomendada a tus desvelos pastorales, y muy especialmente a las queridas Carmelitas Descalzas del convento de San José, de Ávila, que perpetúan en el tiempo el espíritu de su Fundadora, y de cuya ferviente oración por el Sucesor de Pedro tengo constancia agradecida. A ellas, a ti y a todos los fieles de Ávila, imparto con afecto la Bendición Apostólica, prenda de copiosos favores celestiales.

Vaticano, 16 de Julio de 2012
  
                                                                      BENEDICTUS PP. XVI                      

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                                                                     VISITA PASTORAL A FRASCATI

SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro, Frascati
Domingo 15 de Julio de 2012


Queridos hermanos y hermanas:
Estoy muy contento de hallarme entre vosotros hoy para celebrar esta Eucaristía y para compartir gozos y esperanzas, fatigas y empeños, ideales y aspiraciones de esta comunidad diocesana. Saludo al señor cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado y titular de esta diócesis. Saludo a vuestro pastor, monseñor Raffaello Martinelli, y al alcalde de Frascati, agradeciéndoles las corteses palabras de bienvenida con las que me han acogido en nombre de todos vosotros. Me alegra saludar al señor ministro, a los presidentes de la Región y de la Provincia, al alcalde de Roma, a los demás alcaldes presentes y a todas las distinguidas autoridades. Y estoy muy feliz por celebrar hoy con vuestro obispo esta misa. Como él ha dicho, durante más de veinte años fue para mí un fidelísimo y muy capaz colaborador en la Congregación para la doctrina de la fe, donde trabajó sobre todo en el sector del catecismo y de la catequesis; con gran silencio y discreción contribuyó al Catecismo de la Iglesia Católica y al Compendio del Catecismo. En esta gran sinfonía de la fe también su voz está muy presente.
En el Evangelio de este domingo, Jesús toma la iniciativa de enviar a los doce apóstoles en misión (cf. Mc 6, 7-13). En efecto, el término «apóstoles» significa precisamente «enviados, mandados». Su vocación se realizará plenamente después de la resurrección de Cristo, con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Sin embargo, es muy importante que desde el principio Jesús quiere involucrar a los Doce en su acción: es una especie de «aprendizaje» en vista de la gran responsabilidad que les espera. El hecho de que Jesús llame a algunos discípulos a colaborar directamente en su misión, manifiesta un aspecto de su amor: esto es, Él no desdeña la ayuda que otros hombres pueden dar a su obra; conoce sus límites, sus debilidades, pero no los desprecia; es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados. Jesús los manda de dos en dos y les da instrucciones, que el evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere al espíritu de desprendimiento: los apóstoles no deben estar apegados al dinero ni a la comodidad. Jesús además advierte a los discípulos de que no recibirán siempre una acogida favorable: a veces serán rechazados; incluso puede que hasta sean perseguidos. Pero esto no les tiene que impresionar: deben hablar en nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios, sin preocuparse de tener éxito. El éxito se lo dejan a Dios.
La primera lectura proclamada nos presenta la misma perspectiva, mostrándonos que los enviados de Dios a menudo no son bien recibidos. Este es el caso del profeta Amós, enviado por Dios a profetizar en el santuario de Betel, un santuario del reino de Israel (cf. Am 7, 12-15). Amós predica con gran energía contra las injusticias, denunciando sobre todo los abusos del rey y de los notables, abusos que ofenden al Señor y hacen vanos los actos de culto. Por ello Amasías, sacerdote de Betel, ordena a Amós que se marche. Él responde que no ha sido él quien ha elegido esta misión, sino que el Señor ha hecho de él un profeta y le ha enviado precisamente allí, al reino de Israel. Por lo tanto, ya se le acepte o rechace, seguirá profetizando, predicando lo que Dios dice y no lo que los hombres quieren oír decir. Y esto sigue siendo el mandato de la Iglesia: no predica lo que quieren oír decir los poderosos. Y su criterio es la verdad y la justicia aunque esté contra los aplausos y contra el poder humano.
Igualmente, en el Evangelio Jesús advierte a los Doce que podrá ocurrir que en alguna localidad sean rechazados. En tal caso deberán irse a otro lugar, tras haber realizado ante la gente el gesto de sacudir el polvo de los pies, signo que expresa el desprendimiento en dos sentidos: desprendimiento moral —como decir: el anuncio os ha sido hecho, vosotros sois quienes lo rechazáis— y desprendimiento material —no hemos querido y nada queremos para nosotros (cf. Mc 6, 11). La otra indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden conformarse con predicar la conversión: a la predicación se debe acompañar, según las instrucciones y el ejemplo de Jesús, la curación de los enfermos; curación corporal y espiritual. Habla de las sanaciones concretas de las enfermedades, habla también de expulsar los demonios, o sea, purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma que están oscurecidos por las ideologías y por ello no pueden ver a Dios, no pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble curación corporal y espiritual es siempre el mandato de los discípulos de Cristo. Por lo tanto la misión apostólica debe siempre comprender los dos aspectos de predicación de la Palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de entrega.
Queridos hermanos y hermanas: doy gracias a Dios que me ha enviado hoy a re-anunciaros esta Palabra de salvación. Una Palabra que está en la base de la vida y de la acción de la Iglesia, también de esta Iglesia que está en Frascati. Vuestro obispo me ha informado del empeño pastoral que más le importa, que en esencia es un empeño formativo, dirigido ante todo a los formadores: formar a los formadores. Es precisamente lo que hizo Jesús con sus discípulos: les instruyó, les preparó, les formó también mediante el «aprendizaje» misionero, para que fueran capaces de asumir la responsabilidad apostólica en la Iglesia. En la comunidad cristiana éste es siempre el primer servicio que ofrecen los responsables: a partir de los padres, que en la familia cumplen la misión educativa con los hijos; pensemos en los párrocos, que son responsables de la formación en la comunidad; en todos los sacerdotes, en los distintos ámbitos de trabajo: todos viven una dimensión educativa prioritaria; y los fieles laicos, además del ya recordado papel de padres, están involucrados en el servicio formativo con los jóvenes o los adultos, como responsables en Acción Católica y en otros movimientos eclesiales, o comprometidos en ambientes civiles y sociales, siempre con una fuerte atención en la formación de las personas. El Señor llama a todos, distribuyendo diversos dones para diversas tareas en la Iglesia. Llama al sacerdocio y a la vida consagrada, y llama al matrimonio y al compromiso como laicos en la Iglesia misma y en la sociedad. Importante es que la riqueza de los dones encuentre plena acogida, especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de responder a Dios con uno mismo por entero, donando esa alegría en el camino del sacerdocio y de la vida consagrada o en el camino del matrimonio, dos caminos complementarios que se iluminan entre sí, se enriquecen recíprocamente y juntos enriquecen a la comunidad. La virginidad por el Reino de Dios y el matrimonio son en ambos casos vocaciones, llamadas de Dios a las que responder con y para toda la vida. Dios llama: es necesario escuchar, acoger, responder. Como María: «Heme aquí, que se cumpla en mí según tu palabra» (cf. Lc 1, 38).
Aquí también, en la comunidad diocesana de Frascati, el Señor siembra con largueza sus dones, llama a seguirle y a extender en el hoy su misión. También aquí hay necesidad de una nueva evangelización, y por ello os propongo que viváis intensamente el Año de la fe que empezará en octubre, a los 50 años de la apertura del concilio Vaticano II. Los documentos del Concilio contienen una riqueza enorme para la formación de las nuevas generaciones cristianas, para la formación de nuestra conciencia. Así que leedlos, leed el Catecismo de la Iglesia católica y así redescubrid la belleza de ser cristianos, de ser Iglesia, de vivir el gran «nosotros» que Jesús ha formado en torno a sí, para evangelizar el mundo: el «nosotros» de la Iglesia, jamás cerrado, sino siempre abierto y orientado al anuncio del Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas de Frascati: estad unidos entre vosotros y al mismo tiempo abiertos, misioneros. Permaneced firmes en la fe, arraigados en Cristo mediante la Palabra y la Eucaristía; sed gente que ora para estar siempre unidos a Cristo, como sarmientos a la vid, y al mismo tiempo id, llevad su mensaje a todos, especialmente a los pequeños, a los pobres, a los que sufren. En cada comunidad quereos entre vosotros; no estéis divididos, sino vivid como hermanos, para que el mundo crea que Jesús está vivo en su Iglesia y el Reino de Dios está cerca. Los patronos de la diócesis de Frascati son dos apóstoles: Felipe y Santiago, dos de los Doce. A su intercesión encomiendo el camino de vuestra comunidad, para que se renueve en la fe y dé de ella claro testimonio con las obras de la caridad. Amén.                  

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                                               CONCIERTO DE LA WEST-EASTERN DIVAN ORCHESTRA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Patio del Palacio Apostólico de Castelgandolfo
Miércoles 11 de Julio de 2012


Señor presidente,
venerados hermanos,
amables señores y señoras:

Hemos vivido un momento de escucha realmente intenso y enriquecedor para nuestro espíritu, y por esto damos gracias al Señor. Deseo expresar viva gratitud al maestro Daniel Barenboim y a todos los músicos de la West-Eastern Divan Orchestra que durante su gira estival han querido ofrecerme este concierto, en el día de la fiesta de san Benito. De este modo, me han permitido no sólo gozar personalmente de su óptima ejecución, sino también participar más directamente en su recorrido, iniciado hace trece años precisamente por usted, maestro, junto con el señor Edward Said, ya fallecido. Saludo cordialmente al presidente de la República italiana, Giorgio Napolitano, a quien doy las gracias por su presencia y por haber impulsado esta iniciativa. Y mi agradecimiento se dirige también al cardenal Ravasi, que ha introducido el concierto con tres hermosas y significativas citas. Extiendo mi saludo a las demás autoridades y a todos vosotros, queridos amigos.
Podéis imaginar la alegría que me produce acoger a una orquesta como esta, que surgió de la convicción, más aún, de la experiencia de que la música une a las personas, más allá de cualquier división; porque la música es armonía de las diferencias, como acontece cada vez que se inicia un concierto, con el «rito» de afinar las cuerdas. Con los múltiples timbres de los distintos instrumentos se puede formar una sin-fonía. Pero esto no sucede de forma mágica, ni automática. Se realiza sólo gracias al empeño del director y de cada uno de los músicos. Un empeño paciente, fatigoso, que requiere tiempo y sacrificios, con el esfuerzo de escucharse mutuamente, evitando excesivos protagonismos y privilegiando el mejor éxito del conjunto.
A la vez que expreso estos pensamientos, mi mente se dirige a la gran sinfonía de la paz entre los pueblos, que nunca se realiza plenamente. Mi generación, así como la de los padres del maestro Barenboim, vivieron las tragedias de la segunda guerra mundial y del Holocausto. Y es muy significativo que usted, maestro, después de lograr las metas más altas para un músico, haya querido poner en marcha un proyecto como el de la West-Eastern Divan Orchestra: un grupo en el que tocan juntos músicos israelíes, palestinos y de otros países árabes; personas de religión judía, musulmana y cristiana. Los numerosos reconocimientos que han recibido usted y esta orquesta demuestran, al mismo tiempo, su excelencia profesional y su compromiso ético y espiritual. Lo hemos percibido también esta tarde, escuchando las Sinfonías Quinta y Sexta de Ludwig van Beethoven.
También en esta elección, en esta unión de las dos Sinfonías, podemos ver un significado interesante para nosotros. Estas dos celebérrimas Sinfonías expresan dos aspectos de la vida: el drama y la paz, la lucha del hombre contra el destino adverso y la inmersión tranquilizadora en el ambiente bucólico. Beethoven trabajó en estas dos obras, en particular en su conclusión, casi simultáneamente. De hecho, fueron ejecutadas por primera vez juntas —como esta tarde— en el memorable concierto del 22 de diciembre de 1808, en Viena. El mensaje que quiero sacar hoy es este: para llegar a la paz es necesario comprometerse, dejando de lado la violencia y las armas; comprometerse con la conversión personal y comunitaria, con el diálogo, con la búsqueda paciente de posibles acuerdos.
Así pues, damos las gracias de corazón al maestro Barenboim y a la West-Eastern Divan Orchestra por habernos dado testimonio de este camino. A cada uno de ellos les expreso mi deseo y mi oración para que sigan sembrando en el mundo la esperanza de la paz a través del lenguaje universal de la música.
¡Gracias y feliz velada a todos!.

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VISITA  AL CENTRO «AD GENTES» DE LOS VERBITAS EN NEMI
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Lunes 9 de Julio de 2012


Agradezco de verdad la posibilidad de volver a ver esta casa en Nemi después de 47 años. Conservaba de ella un recuerdo muy grato, tal vez el mejor recuerdo de todo el Concilio. Yo vivía en el centro de Roma, en el Colegio de Santa María dell’Anima, en medio de gran ruido: ¡todo esto es también hermoso! Pero estar aquí, en el verde, tener este respiro de la naturaleza y también este aire fresco, ya era en sí algo hermoso. Y además estaba la compañía de muchos grandes teólogos, con un encargo tan importante y hermoso como el de preparar un decreto sobre la misión.
Recuerdo ante todo al superior general de aquel tiempo, padre Schütte, que había sufrido en China, había sido condenado y luego expulsado. Estaba lleno de dinamismo misionero, de la necesidad de dar nuevo impulso al espíritu misionero. Y me tenía a mí, que era un teólogo sin gran importancia, muy joven, enviado no sé por qué. Pero era un gran regalo para mí.
Luego estaba Fulton Sheen, que nos fascinaba por la tarde con sus discursos; y el padre Congar y los grandes misionólogos de Lovaina. Para mí fue un enriquecimiento espiritual, un gran regalo. Era un decreto sin grandes controversias. Había una controversia, que yo nunca he comprendido realmente, entre la escuela de Lovaina y la de Münster: ¿la finalidad principal de la misión es laimplantatio Ecclesiae o el anuncio del Evangelio? Pero todo desembocaba en un único dinamismo de la necesidad de llevar la luz de la Palabra de Dios, la luz del amor de Dios al mundo y de dar una nueva alegría por este anuncio.
Así nació en aquellos días un decreto bello y bueno, casi aceptado unánimemente por todos los padres conciliares, y para mí también es un complemento muy bueno de la Lumen gentium,porque en él encontramos una eclesiología trinitaria, que parte sobre todo de la idea clásica delbonum diffusivum sui, el bien que tiene en sí la necesidad de comunicarse, de darse: no puede quedarse en sí mismo; lo bueno, la bondad misma es esencialmente communicatio. Y esto ya se aprecia en el misterio trinitario, en el seno de Dios, y se difunde en la historia de la salvación y en nuestra necesidad de dar a otros el bien que hemos recibido.
Así, con estos recuerdos he pensado a menudo en aquellos días de Nemi que para mí, como he dicho, son parte esencial de la experiencia del Concilio. Y me siento feliz de ver que vuestra Sociedad florece —el padre general ha hablado de seis mil miembros, de muchas naciones, en numerosos países—. Claramente el dinamismo misionero vive, y vive sólo si se tiene la alegría del Evangelio, si estamos en la experiencia del bien que viene de Dios y que debe y quiere comunicarse. Gracias por este dinamismo vuestro. Para este capítulo os deseo toda bendición del Señor, mucha inspiración: que las mismas fuerzas de inspiración del Espíritu Santo que nos acompañaron en aquellos días casi visiblemente estén de nuevo presentes entre vosotros y os ayuden a encontrar el camino para vuestra Compañía, y para la misión del Evangelio ad gentes en los próximos años. Gracias a todos vosotros. Que el Señor os bendiga. Rezad por mí, como yo rezo por vosotros. ¡Gracias!.


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CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CARD. TARCISIO BERTONE, SECRETARIO DE ESTADO

Al venerado y querido hermano
el Señor Cardenal Tarcisio Bertone



En la víspera de mi partida para la estancia veraniega en Castelgandolfo, deseo expresarle mi profunda gratitud por su discreta cercanía y por su iluminado consejo, que me ha servido de gran ayuda en estos últimos meses.
Habiendo notado con tristeza las injustas críticas que se han lanzado contra su persona, quiero renovarle la seguridad de mi confianza personal, que ya le manifesté con la carta del 15 de Enero de 2010, cuyo contenido para mí no ha cambiado.
Al encomendar su ministerio a la intercesión maternal de la santísima Virgen María, Auxilio de los cristianos, y de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, me complace enviarle, además de mi saludo fraterno, la bendición apostólica, como prenda de todo bien anhelado.


Vaticano, 2 de Julio de 2012.

BENEDICTUS PP. XVI


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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

San Marino di Carpi - Modena
Martes 26 de Junio de 2012


Queridos hermanos y hermanas:
¡Gracias por vuestra acogida!
Desde los primeros días del terremoto que os golpeó, he estado siempre cerca de vosotros con la oración y el interés. Pero cuando vi que la prueba se hacía más dura, sentí de modo más fuerte la necesidad de venir en persona en medio de vosotros. Y doy gracias al Señor que me lo ha concedido.
Así, estoy con gran afecto con vosotros, aquí reunidos, y abrazo con la mente y con el corazón a todos los pueblos, a todas las poblaciones que han sufrido daños a causa del seísmo, especialmente a las familias y a las comunidades que lloran a sus difuntos: que el Señor los acoja en su paz. Hubiera querido visitar a todas las comunidades para hacerme presente de modo personal y concreto, pero vosotros sabéis bien que sería muy difícil. En este momento, sin embargo, quisiera que todos, en cada pueblo, sintierais que el corazón del Papa está cerca de vuestro corazón para consolaros, pero sobre todo para animaros y para sosteneros. Saludo al señor ministro representante del Gobierno, al jefe del departamento de la Protección civil, y al honorable Vasco Errani, presidente de la región Emilia Romaña, al que agradezco de corazón las palabras que me ha dirigido en nombre de las instituciones y de la comunidad civil. Deseo expresar mi gratitud también al cardenal Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia, por las afectuosas palabras que me ha dirigido, en las que se aprecia la fuerza de vuestros corazones, que no tienen grietas, sino que están profundamente unidos en la fe y en la esperanza. Saludo y manifiesto mi agradecimiento a mis hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, a los representantes de las diferentes realidades religiosas y sociales, a las fuerzas del orden y a los voluntarios: es importante dar un testimonio concreto de solidaridad y de unidad. Agradezco este gran testimonio, sobre todo de los voluntarios.
Como os decía, he sentido la necesidad de venir, aunque sea sólo por un breve momento, en medio de vosotros. Ya cuando estaba en Milán, a inicios de este mes, para el Encuentro mundial de las familias, habría querido pasar a visitaros, y a menudo pensaba en vosotros. De hecho, sabía que, además de sufrir las consecuencias materiales, estabais atravesando una prueba en vuestro espíritu, por la prolongación de las sacudidas, algunas incluso fuertes; así como por la pérdida de algunos edificios simbólicos de vuestros pueblos y, entre ellos de modo particular, de muchas iglesias. Aquí, en Rovereto di Novi, al derrumbarse la iglesia —que acabo de ver— perdió la vida don Ivan Martini. Rindiendo homenaje a su memoria, dirijo un saludo particular a vosotros, queridos sacerdotes, y a todos vuestros compañeros, que estáis demostrando, como ya sucedió en otras horas difíciles de la historia de estas tierras, vuestro amor generoso al pueblo de Dios.
Como sabéis, nosotros los sacerdotes —aunque también los religiosos y no pocos laicos— rezamos cada día con el «Breviario», que contiene la Liturgia de las Horas, la oración de la Iglesia que marca la jornada. Oramos con los Salmos, según un orden que es el mismo para toda la Iglesia católica, en todo el mundo. ¿Por qué os digo esto? Porque en estos días, al rezar el Salmo 46, he encontrado esta expresión que me ha conmovido: «Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar» (Sal 46, 2-3). ¿Cuántas veces he leído estas palabras? Innumerables veces. Soy sacerdote desde hace sesenta y un años. Y sin embargo, en ciertos momentos, como este, esas palabras me conmueven profundamente, porque tocan el corazón, dan voz a una experiencia que ahora vosotros estáis viviendo, y que comparten todos los que rezan. Pero, como veis, estas palabras del Salmo no sólo me impresionan porque usan la imagen del terremoto, sino sobre todo por lo que afirman respecto de nuestra actitud interior ante la devastación de la naturaleza: una actitud de gran seguridad, basada en la roca estable, inquebrantable, que es Dios. Nosotros «no tememos aunque tiemble la tierra» —dice el salmista— porque «Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza», es «poderoso defensor en el peligro».
Queridos hermanos y hermanas, estas palabras parecen contrastar con el miedo que inevitablemente se siente después de una experiencia como la que habéis vivido. Una reacción inmediata, que puede imprimirse más profundamente si el fenómeno se prolonga. Pero, en realidad, el Salmo no se refiere a este tipo de miedo, que es natural, y la seguridad que afirma no es la de superhombres que no albergan sentimientos normales. La seguridad de la que habla es la de la fe, por la que, ciertamente, podemos tener miedo, angustia —la experimentó también Jesús, como sabemos—, pero en medio de todo miedo y angustia tenemos, sobre todo, la certeza de que Dios está con nosotros; como el niño que sabe que siempre puede contar con su mamá y su papá, porque se siente amado, querido, ocurra lo que ocurra. Así, con respecto a Dios, somos pequeños, frágiles, pero seguros en sus manos, es decir, abandonados a su Amor, que es sólido como una roca. Este Amor lo vemos en Cristo crucificado, que es el signo del dolor, del sufrimiento y, a la vez, del amor. Es la revelación de Dios Amor, solidario con nosotros hasta la extrema humillación.
Sobre esta roca, con esta firme esperanza, se puede construir, se puede reconstruir. Sobre los escombros de la segunda guerra mundial —no sólo los materiales— Italia ciertamente fue reconstruida también gracias a las ayudas recibidas, pero sobre todo gracias a la fe de mucha gente animada por un espíritu de verdadera solidaridad, por la voluntad de dar un futuro a las familias, un futuro de libertad y de paz. Vosotros sois gente a la que todos los italianos estiman por vuestra humanidad y sociabilidad, por la laboriosidad unida a la jovialidad. Todo esto ahora ha sido puesto a dura prueba por esta situación, pero no debe y no puede afectar a lo que vosotros sois como pueblo, a vuestra historia y a vuestra cultura. Permaneced fieles a vuestra vocación de gente fraterna y solidaria, y afrontaréis cualquier cosa con paciencia y determinación, rechazando las tentaciones que por desgracia están vinculadas a estos momentos de debilidad y necesidad.
La situación que estáis viviendo ha puesto de manifiesto un aspecto que quisiera que estuviera muy presente en vuestro corazón: ¡no estáis y no estaréis solos! En estos días, en medio de tanta destrucción y de tanto dolor, habéis visto y sentido cómo tanta gente se ha movido para expresaros su cercanía, su solidaridad, su afecto; y esto a través de muchos signos y ayudas concretas. Mi presencia entre vosotros quiere ser uno de estos signos de amor y de esperanza. Al mirar vuestras tierras he experimentado una profunda conmoción ante tantas heridas, pero he visto también muchas manos que las quieren curar juntamente con vosotros; he visto que la vida vuelve a comenzar, quiere volver a comenzar con fuerza y valentía, y este es el signo más hermoso y luminoso.
Desde este lugar quiero lanzar un fuerte llamamiento a las instituciones, a todos los ciudadanos, a ser, a pesar de las dificultades del momento, como el buen samaritano del Evangelio, que no pasa indiferente ante quien padece necesidad, sino que, con amor, se inclina, socorre, permanece al lado, haciéndose cargo hasta el fondo de las necesidades del otro (cf. Lc 10, 29-37). La Iglesia está cerca de vosotros y lo seguirá estando con su oración y con la ayuda concreta de sus organizaciones, especialmente de la Cáritas, que se comprometerá también en la reconstrucción del tejido comunitario de las parroquias.
Queridos amigos, os bendigo a todos y cada uno, y os llevo con gran afecto en mi corazón.

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