MENSAJES DEL SANTO PADRE FRANCISCO
OCTUBRE 2014
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA (CEI)
[24-26 DE OCTUBRE DE 2014, SALERNO]
OCTUBRE 2014
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL
DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA (CEI)
[24-26 DE OCTUBRE DE 2014, SALERNO]
Queridos jóvenes:
Os saludo cordialmente con ocasión del Congreso nacional, organizado
por la Conferencia episcopal italiana en Salerno sobre el tema: «En la precariedad, la esperanza».
La finalidad de estas jornadas de reflexión es ofrecer perspectivas de
esperanza, especialmente a las jóvenes generaciones, en un tiempo
marcado por incertezas, desconcierto y grandes cambios.
En las visitas realizadas en Italia, así como en los encuentros con
las personas, he podido tocar con la mano la situación de muchos jóvenes
desempleados, con subsidios de ayuda o precarios. Pero esto no es sólo
un problema económico, es un problema de dignidad. Donde no hay trabajo,
falta la dignidad, la experiencia de la dignidad de llevar el pan a
casa. Y lamentablemente en Italia son muchísimos los jóvenes sin
trabajo.
Trabajar quiere decir poder proyectar el propio futuro, decidir
formar una familia. Verdaderamente se tiene la sensación de que el
momento que estamos viviendo represente «la pasión de los jóvenes». Es
fuerte la «cultura del descarte»: todo lo que no sirve para producir
ganancia se descarta. Se descartan a los jóvenes porque no tienen
trabajo. Pero así se descarta el futuro de un pueblo, porque los jóvenes
representan el futuro de un pueblo. Y nosotros debemos decir «no» a
esta «cultura del descarte».
Esta es la «precariedad». Pero también existe otra palabra:
esperanza. En la precariedad, la esperanza. ¿Cómo hacer para no dejarse
robar la esperanza en las «arenas movedizas» de la precariedad? Con la
fuerza del Evangelio. El Evangelio es fuente de esperanza, porque viene
de Dios, porque viene de Jesucristo que se hizo solidario con cada una
de nuestras precariedades.
Vosotros sois jóvenes que pertenecéis a la Iglesia, y por ello tenéis
el don y la responsabilidad de poner la fuerza del Evangelio en esta
situación social y cultural.
¿Y qué hace el Evangelio? El Evangelio genera atención hacia el otro,
cultura del encuentro, solidaridad. Así, con la fuerza del Evangelio
seréis testigos de esperanza en la precariedad.
Que el Señor bendiga los trabajos de este Congreso. Os pido que recéis por mí. También yo rezaré por vosotros.
Vaticano, 16 de octubre de 2014
FRANCISCO
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PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN 2014
Al Señor José Graziano da Silva
Director general de la FAO
Director general de la FAO
1. Un año más, la Jornada Mundial de la Alimentación se hace eco del grito de tantos hermanos y hermanas nuestros que en diversas partes del mundo no tienen el pan de cada día. Por
otra parte, nos hace pensar en la enorme cantidad de alimentos que se
desperdician, en los productos que se destruyen, en la especulación con
los precios en nombre del dios beneficio. Es una de las paradojas
más dramáticas de nuestro tiempo, a la que asistimos con impotencia,
pero a menudo también con indiferencia, «incapaces de compadecernos ante
los clamores de los otros, [...] como si todo fuera una responsabilidad
ajena que no nos incumbe» (Evangelii Gaudium, 54).
A pesar de los avances que se están realizando en muchos países, los
últimos datos siguen presentando aún una situación inquietante, a la que
ha contribuido la disminución general de la ayuda pública al
desarrollo. Pero más allá de los datos, hay un aspecto importante del
problema que no ha recibido todavía la debida consideración en las
políticas y planes de acción: quienes sufren la inseguridad alimentaria y
la desnutrición son personas y no números, y precisamente por su
dignidad de personas, están por encima de cualquier cálculo o proyecto
económico.
También el tema propuesto por la FAO para la presente Jornada –Agricultura familiar: Alimentar al mundo, cuidar el planeta– pone
de relieve la necesidad de partir de las personas, como individuos o
como grupos, a la hora de proponer nuevas formas y modos de gestión de
los diferentes aspectos de la alimentación. En concreto, es necesario
reconocer cada vez más el papel de la familia rural y desarrollar todas
sus potencialidades. Este año dedicado a la agricultura familiar, que
ahora concluye, ha servido para constatar de nuevo que la familia rural
puede responder a la falta de alimentos sin destruir los recursos de la
creación. Pero, para ello, hemos de estar atentos a sus necesidades, no
sólo técnicas, sino también humanas, espirituales, sociales y, por otra
parte, tenemos que aprender de su experiencia, de su capacidad de
trabajo y, sobre todo, de ese vínculo de amor, solidaridad y
generosidad, que hay entre sus miembros y que está llamado a convertirse
en un modelo para la vida social.
La familia, de hecho, favorece el diálogo entre diversas generaciones
y pone las bases para una verdadera integración social, además de
representar esa deseada sinergia entre trabajo agrícola y
sostenibilidad: ¿quién se preocupa más que la familia rural por
preservar la naturaleza para las próximas generaciones? ¿y a quién le
interesa más que a ella la cohesión entre las personas y los grupos
sociales? Ciertamente las normas y las iniciativas en favor de la
familia, en el ámbito local, nacional e internacional, distan mucho de
colmar sus exigencias reales y esto es un déficit que hay que atajar.
Está muy bien que se hable de la familia rural y que se celebren años
internacionales para recordar su importancia, pero no es suficiente:
esas reflexiones tienen que dar paso a iniciativas concretas.
2. Defender a las comunidades rurales frente a las graves amenazas de
la acción humana y de los desastres naturales no debería ser sólo una
estrategia, sino una acción permanente que favorezca su participación en
la toma de decisiones, que ponga a su alcance tecnologías apropiadas y
extienda su uso, respetando siempre el medio ambiente. Actuar así puede
modificar la forma de llevar a cabo la cooperación internacional y de
ayudar a los que pasan hambre o sufren desnutrición.
Nunca como en este momento ha necesitado el mundo que las personas y
las naciones se unan para superar las divisiones y los conflictos
existentes, y sobre todo para buscar vías concretas de salida de una
crisis que es global, pero cuyo peso soportan mayormente los pobres. Lo
demuestra precisamente la inseguridad alimentaria: si bien es cierto
que, en diversa medida, afecta a todos los países, la parte más débil de
la población mundial recibe sus efectos antes y con más fuerza.
Pensemos en los hombres y mujeres, de cualquier edad y condición, que
son víctimas de sangrientos conflictos y de sus consecuencias de
destrucción y de miseria, entre ellas, la falta de casa, de atención
médica, de educación. Llegan incluso a perder toda esperanza de una vida
digna. Para con ellos tenemos la obligación, en primer lugar, de ser
solidarios y de compartir. Esta obligación no puede limitarse a la
distribución de alimentos, que puede quedarse sólo en un gesto
"técnico", más o menos eficaz, pero que se termina cuando se acaban los
suministros destinados a tal fin.
Compartir, en cambio, quiere decir hacerse prójimo de todos los
hombres, reconocer la común dignidad, estar atentos a sus necesidades y
ayudarlos a remediarlas, con el mismo espíritu de amor que se vive en
una familia. Ese mismo amor nos lleva a preservar la creación como el
bien común más precioso del que depende, no un abstracto futuro del
planeta, sino la vida de la familia humana, a la que le ha sido
confiada. Este cuidado requiere una educación y una formación capaces de
integrar las diversas visiones culturales, los usos, los modos de
trabajo de cada lugar sin sustituirlos en nombre de una presunta
superioridad cultural o técnica.
3. Para vencer el hambre no basta paliar las carencias de los más
desafortunados o socorrer con ayudas y donativos a aquellos que viven
situaciones de emergencia. Es necesario, además, cambiar el paradigma de
las políticas de ayuda y de desarrollo, modificar las reglas
internacionales en materia de producción y comercialización de los
productos agrarios, garantizando a los países en los que la agricultura
representa la base de su economía y supervivencia la autodeterminación
de su mercado agrícola.
¿Hasta cuándo se seguirán defendiendo sistemas de producción y de
consumo que excluyen a la mayor parte de la población mundial, incluso
de las migajas que caen de las mesas de los ricos? Ha llegado el momento
de pensar y decidir a partir de cada persona y comunidad, y no desde la
situación de los mercados. En consecuencia, debería cambiar también el
modo de entender el trabajo, los objetivos y la actividad económica, la
producción alimentaria y la protección del ambiente. Quizás ésta es la
única posibilidad de construir un auténtico futuro de paz, que hoy se ve
amenazado también por la inseguridad alimentaria.
Este enfoque, que deja ver una nueva idea de cooperación, debería
interesar e implicar a los Estados, a las instituciones y a las
organizaciones de la sociedad civil, así como a las comunidades de
creyentes que, con múltiples iniciativas, viven a menudo con los últimos
y comparten las mismas situaciones y privaciones, frustraciones y
esperanzas.
Por su parte, la Iglesia católica, a la vez que continúa su actividad
caritativa en los diversos continentes, está dispuesta a ofrecer,
iluminar y acompañar tanto la elaboración de políticas como su actuación
concreta, consciente de que la fe se hace visible poniendo en práctica
el proyecto de Dios para la familia humana y para el mundo, mediante una
profunda y real fraternidad, que no es exclusiva de los cristianos,
sino que incluye a todos los pueblos.
Que Dios Omnipotente bendiga a la FAO, a sus Estados miembros y a cuantos dan lo mejor de sí para alimentar al mundo y cuidar el planeta en beneficio de todos.
Vaticano, 16 de octubre de 2014
FRANCISCO
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MENSAJE AL OBISPO DE ÁVILA CON MOTIVO
DE LA APERTURA
DEL AÑO JUBILAR TERESIANO
Vaticano, 15 de octubre de 2014
A Monseñor Jesús García Burillo
Obispo de Ávila
Ávila
Querido Hermano:
El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila una niña que con el tiempo sería conocida como santa Teresa de Jesús. Al acercarse el quinto centenario de su nacimiento, vuelvo la mirada a esa ciudad para dar gracias a Dios por el don de esta gran mujer y animar a los fieles de la querida diócesis abulense y a todos los españoles a conocer la historia de esa insigne fundadora, así como a leer sus libros, que, junto con sus hijas en los numerosos Carmelos esparcidos por el mundo, nos siguen diciendo quién y cómo fue la Madre Teresa y qué puede enseñarnos a los hombres y mujeres de hoy.
En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida y de su obra. Ella entendió su vida como camino de perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta Él y, al mismo tiempo, lo pone en marcha hacia los hombres. ¿Por qué caminos quiere llevarnos el Señor tras las huellas y de la mano de santa Teresa? Quisiera recordar cuatro que me hacen mucho bien: el camino de la alegría, de la oración, de la fraternidad y del propio tiempo.
Teresa de Jesús invita a sus monjas a «andar alegres sirviendo» (Camino 18,5). La verdadera santidad es alegría, porque “un santo triste es un triste santo”. Los santos, antes que héroes esforzados, son fruto de la gracia de Dios a los hombres. Cada santo nos manifiesta un rasgo del multiforme rostro de Dios. En santa Teresa contemplamos al Dios que, siendo «soberana Majestad, eterna Sabiduría» (Poesía 2), se revela cercano y compañero, que tiene sus delicias en conversar con los hombres: Dios se alegra con nosotros. Y, de sentir su amor, le nacía a la Santa una alegría contagiosa que no podía disimular y que transmitía a su alrededor. Esta alegría es un camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial, bullanguera. Hay que procurarla ya «a los principios» (Vida 13,1). Expresa el gozo interior del alma, es humilde y «modesta» (cf. Fundaciones 12,1). No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf. Vida 6,2; 30,8), mirando al Crucificado y buscando al Resucitado (cf. Camino 26,4). De ahí que la alegría de santa Teresa no sea egoísta ni autorreferencial. Como la del cielo, consiste en «alegrarse que se alegren todos» (Camino 30,5), poniéndose al servicio de los demás con amor desinteresado. Al igual que a uno de sus monasterios en dificultades, la Santa nos dice también hoy a nosotros, especialmente a los jóvenes: «¡No dejen de andar alegres!» (Carta 284,4). ¡El Evangelio no es una bolsa de plomo que se arrastra pesadamente, sino una fuente de gozo que llena de Dios el corazón y lo impulsa a servir a los hermanos!
La Santa transitó también el camino de la oración, que definió bellamente como un «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). Cuando los tiempos son “recios”, son necesarios «amigos fuertes de Dios» para sostener a los flojos (Vida 15,5). Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata al Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (Vida 22,6). Para orar «no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho» (Moradas IV,1,7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente y sufrirnos pacientemente (cf. Camino 26,3-4). Por muchos caminos puede Dios conducir las almas hacia sí, pero la oración es el «camino seguro» (Vida 21,5). Dejarla es perderse (cf. Vida 19,6). Estos consejos de la Santa son de perenne actualidad. ¡Vayan adelante, pues, por el camino de la oración, con determinación, sin detenerse, hasta el fin! Esto vale singularmente para todos los miembros de la vida consagrada. En una cultura de lo provisorio, vivan la fidelidad del «para siempre, siempre, siempre» (Vida 1,5); en un mundo sin esperanza, muestren la fecundidad de un «corazón enamorado» (Poesía 5); y en una sociedad con tantos ídolos, sean testigos de que «sólo Dios basta» (Poesía 9).
Este camino no podemos hacerlo solos, sino juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Ésta fue su respuesta providencial, nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas comunidades de mujeres que, a imitación del “colegio apostólico”, siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con una vida hecha plegaria. «Para esto os juntó Él aquí, hermanas» (Camino 2,5) y tal fue la promesa: «que Cristo andaría con nosotras» (Vida 32,11). ¡Qué linda definición de la fraternidad en la Iglesia: andar juntos con Cristo como hermanos! Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad, que «aunque la digo a la postre es la base principal y las abraza todas» (Camino 4,4). ¡Cómo desearía, en estos tiempos, unas comunidades cristianas más fraternas donde se haga este camino: andar en la verdad de la humildad que nos libera de nosotros mismos para amar más y mejor a los demás, especialmente a los más pobres! ¡Nada hay más hermoso que vivir y morir como hijos de esta Iglesia madre!
Precisamente porque es madre de puertas abiertas, la Iglesia siempre está en camino hacia los hombres para llevarles aquel «agua viva» (cf. Jn 4,10) que riega el huerto de su corazón sediento. La santa escritora y maestra de oración fue al mismo tiempo fundadora y misionera por los caminos de España. Su experiencia mística no la separó del mundo ni de las preocupaciones de la gente. Al contrario, le dio nuevo impulso y coraje para la acción y los deberes de cada día, porque también «entre los pucheros anda el Señor» (Fundaciones 5,8). Ella vivió las dificultades de su tiempo –tan complicado– sin ceder a la tentación del lamento amargo, sino más bien aceptándolas en la fe como una oportunidad para dar un paso más en el camino. Y es que, «para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo» (Fundaciones 4,6). Hoy Teresa nos dice: Reza más para comprender bien lo que pasa a tu alrededor y así actuar mejor. La oración vence el pesimismo y genera buenas iniciativas (cf. Moradas VII,4,6). ¡Éste es el realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones, y amor en vez de ensueños, el realismo del amor humilde frente a un ascetismo afanoso! Algunas veces la Santa abrevia sus sabrosas cartas diciendo: «Estamos de camino» (Carta 469,7.9), como expresión de la urgencia por continuar hasta el fin con la tarea comenzada. Cuando arde el mundo, no se puede perder el tiempo en negocios de poca importancia. ¡Ojalá contagie a todos esta santa prisa por salir a recorrer los caminos de nuestro propio tiempo, con el Evangelio en la mano y el Espíritu en el corazón!
«¡Ya es tiempo de caminar!» (Ana de San Bartolomé, Últimas acciones de la vida de santa Teresa). Estas palabras de santa Teresa de Ávila a punto de morir son la síntesis de su vida y se convierten para nosotros, especialmente para la familia carmelitana, sus paisanos abulenses y todos los españoles, en una preciosa herencia a conservar y enriquecer.
Querido Hermano, con mi saludo cordial, a todos les digo: ¡Ya es tiempo de caminar, andando por los caminos de la alegría, de la oración, de la fraternidad, del tiempo vivido como gracia! Recorramos los caminos de la vida de la mano de santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre a Jesús.
Les pido, por favor, que recen por mí, pues lo necesito. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente,
FRANCISCO
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MENSAJE A LA FEDERACIÓN UNIVERSITARIA CATÓLICA ITALIANA
Queridos jóvenes de la FUCI:
He sabido con agrado que vuestra Federación se dispone a celebrar un
congreso nacional extraordinario en Arezzo para redescubrir la figura
profética de mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, que fue vuestro
consiliario central desde 1925 hasta 1933, y al que tendré la alegría de
proclamar beato el 19 de octubre de 2014. Al dirigir a los
participantes y a todos los miembros mi afectuoso saludo, deseo
aseguraros mi cercanía espiritual y acompañar los trabajos que estáis
realizando con tres palabras que pueden ayudaros en vuestro compromiso.
1. La primera palabra que os confío es studium. Lo esencial de
la vida universitaria reside en el estudio, en la fatiga y en la
paciencia del pensar, que revela una tensión del hombre hacia la verdad,
el bien, la belleza. Sed conscientes de que con el estudio se os da una
oportunidad fecunda de reconocer y manifestar los deseos más profundos
guardados en vuestro corazón, la posibilidad de hacerlos madurar.
Estudiar es secundar una vocación precisa. Por eso la vida
universitaria es un dinamismo orientado, caracterizado por la búsqueda y
la comunión fraterna. Aprovechad este tiempo propicio y estudiad
profundamente y con constancia, siempre abiertos a los demás. No os
contentéis con verdades parciales o ilusiones que tranquilizan, sino más
bien procurad con el estudio una comprensión cada vez más plena de la
realidad. Para hacerlo, son necesarias la humildad de la escucha y la
clarividencia de la mirada. Estudiar no significa adueñarse de la
realidad para manipularla, sino dejar que ella nos hable y nos revele
algo, muy a menudo incluso sobre nosotros mismos; y la realidad no se
deja comprender sin una disponibilidad a afinar la perspectiva, a
mirarla con ojos nuevos. Estudiad, pues, con valentía y con esperanza.
Sólo de este modo la universidad podrá llegar a ser un lugar de
discernimiento cuidadoso y atento, un observatorio sobre el mundo y
sobre las cuestiones que el hombre se plantea más profundamente. La
perseverancia en el trabajo y la fidelidad a las cosas pueden dar mucho
fruto. El estudio es la vigilia del centinela. Este es el auténtico
salto de calidad que tiene lugar en la universidad, que nos hace madurar
una personalidad unificada y nos transforma en adultos tanto en la vida
intelectual como espiritual. El estudio se convierte en un
extraordinario trabajo interior y, sobre todo, en una experiencia de
gracia: «Rezar como si todo dependiera de Dios, obrar como si todo
dependiera de nosotros», decía san Ignacio de Loyola. Debemos hacer todo
lo posible para ser acogedores, receptivos de una verdad que no es
nuestra, que se nos da siempre con una medida de gratuidad.
2. La segunda palabra que os confío es investigación. El
método de vuestro estudio ha de ser la investigación, el diálogo y el
debate. Que la FUCI experimente siempre la humildad de la investigación,
la actitud de silenciosa acogida de lo ignoto, de lo desconocido, del
otro, y demuestre su apertura y disponibilidad para caminar con todos
los que están impulsados por una inquieta tensión hacia la Verdad,
creyentes y no creyentes, extranjeros y excluidos. La investigación se
interroga continuamente, se convierte en encuentro con el misterio y se
abre a la fe: la investigación hace posible el encuentro entre fe, razón
y ciencia, permite un diálogo armonioso entre ellas, un intercambio
fecundo que, con la conciencia y la aceptación de los límites de la
comprensión humana, permite efectuar una investigación científica según
la libertad de conciencia. Con este método de investigación es posible
alcanzar un objetivo ambicioso: recomponer la fractura entre Evangelio y
contemporaneidad a través del estilo de la mediación cultural,
mediación itinerante que, sin negar las diferencias culturales, más aún,
valorándolas, se sitúe como horizonte de proyección positiva. Que la
investigación os enseñe a ser capaces de proyección y de inversión,
aunque requiera fatiga y paciencia. Sólo a largo plazo se recogen los
frutos de lo que se siembra con la investigación.
Esta tarea se confía hoy, en particular, a los jóvenes estudiantes
universitarios, porque están llamados a un desafío cultural: la cultura
de nuestro tiempo tiene hambre del anuncio del Evangelio, tiene
necesidad de ser reanimada mediante testimonios fuertes y firmes. Ante
los riesgos de la superficialidad, de la prisa y del relativismo se
puede olvidar el compromiso de pensamiento y de formación, de espíritu
crítico y de presencia que se le encomendó al hombre, sólo al hombre, y
que está inscrito en su dignidad de persona. Recordad las palabras de
Montini: «Es la idea la que guía al hombre, la que genera la fuerza del
hombre. Un hombre sin idea es un hombre sin personalidad». Aprended a
relacionar el primado de la realidad con la fuerza de las ideas que
habréis buscado. Aceptar este desafío con la creatividad de los jóvenes y
la dedicación gratuita y libre del estudio universitario: esta es
vuestra tarea.
3. La tercera palabra es frontera. La Universidad es una
frontera que os espera, una periferia en la que hay que acoger y aliviar
las pobrezas existenciales del hombre. La pobreza en las relaciones, en
el crecimiento humano, tiende a llenar la cabeza sin crear un proyecto
compartido de sociedad, un fin común, una fraternidad sincera.
Preocupaos siempre por encontrar al otro, percibir el «olor» de los
hombres de hoy, hasta quedar impregnados de sus alegrías y esperanzas,
de sus tristezas y angustias. Jamás levantéis barreras que, queriendo
defender la frontera, impidan el encuentro con el Señor. En el estudio y
en las formas de comunicación digital vuestros amigos experimentan a
veces la soledad, la falta de esperanza y de confianza en sus propias
capacidades: llevad esperanza y abrid siempre a los demás vuestro
trabajo, abríos siempre a la participación, al diálogo. En la cultura,
sobre todo hoy, necesitamos estar al lado de todos. Sólo podréis superar
el enfrentamiento entre los pueblos si lográis alimentar una cultura
del encuentro y de la fraternidad. Os exhorto a seguir llevando el
Evangelio a la Universidad y la cultura a la Iglesia.
A vosotros, jóvenes, se os confía especialmente esta tarea: tened
siempre los ojos dirigidos al futuro. Sed terreno fértil en camino con
la humanidad, sed renovación en la cultura, en la sociedad y en la
Iglesia. Se requiere valentía, humildad y escucha para expresar la
renovación. Os encomiendo al beato Pablo VI, que en la comunión de los
santos alienta vuestro camino y, a la vez que os pido que recéis por mí,
de corazón os bendigo juntamente con vuestros consiliarios, familiares y
amigos.
Vaticano, 14 de octubre de 2014
FRANCISCO
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