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Estambul, TURQUÍA, 30 de noviembre 2014(VIS).- A primera hora de la tarde de ayer el Papa FRANCISCO se desplazó a la Catedral latina del Espíritu Santo, abierta al culto en 1846 y en cuyo patio se encuentra una estatua de Benedicto XV, erigida por los turcos en 1919, todavía en vida del Papa, para agradecerle su compromiso en favor de la víctimas turcas de la Primera Guerra Mundial, que lleva la frase: ''Al gran Pontífice de la tragedia mundial, Benedicto XV, benefactor de los pueblos sin distinción de nacionalidad o religión, en señal de agradecimiento, el Oriente''. Durante su Pontificado tuvieron lugar en el Imperio Otomano las masacres de cristianos armenios y Benedicto XV utilizó todos los medios de que disponía: la palabra, la ayuda humanitaria y la actividad diplomática.
El Papa celebró
allí una misa de carácter inter-ritual con oraciones en armenio,
turco, arameo (rito caldeo), sirio-turco, italiano, francés, inglés
y español, en la que estuvieron presentes el Patriarca Ecuménico
Bartolomé I; el Patriarca Siro Católico Ignacio III Youna, el
Vicario Patriarcal Armenio Apostólico de Estambul, Arzobispo Aram
Ateshian, el Metropolitano siro-ortodoxo de Estambul Filuksinos Yusf
Cetin y otros representantes de varias confesiones evangélicas.
''En el Evangelio
-explicó el Santo Padre en la homilía- Jesús se presenta al
hombre sediento de salvación como la fuente a la que acudir, la roca
de la que el Padre hace surgir ríos de agua viva para todos los que
creen en él Con esta profecía, proclamada públicamente en
Jerusalén, Jesús anuncia el don del Espíritu Santo que recibirán
sus discípulos después de su glorificación, es decir, su muerte y
resurrección El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Él da la
vida, suscita los diferentes carismas que enriquecen al Pueblo de
Dios y, sobre todo, crea la unidad entre los creyentes: de muchos,
hace un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. Toda la vida y la misión
de la Iglesia dependen del Espíritu Santo; él realiza todas las
cosas''.
La misma profesión
de fe, como nos recuerda San Pablo en la primera Lectura de hoy,
''sólo es posible porque es sugerida por el Espíritu Santo:
''Nadie puede decir: “¡Jesús es el Señor!”, sino por el
Espíritu Santo'' Cuando rezamos, es porque el Espíritu Santo
inspira en nosotros la oración en el corazón. Cuando rompemos el
cerco de nuestro egoísmo, salimos de nosotros mismos y nos acercamos
a los demás para encontrarlos, escucharlos, ayudarlos, es el
Espíritu de Dios que nos ha impulsado. Cuando descubrimos en
nosotros una extraña capacidad de perdonar, de amar a quien no nos
quiere, es el Espíritu el que nos ha impregnado. Cuando vamos más
allá de las palabras de conveniencia y nos dirigimos a los hermanos
con esa ternura que hace arder el corazón, hemos sido sin duda
tocados por el Espíritu Santo''.
''Es verdad
-aseveró el Pontífice- el Espíritu Santo suscita los
diferentes carismas en la Iglesia; en apariencia, esto parece crear
desorden, pero en realidad, bajo su guía, es una inmensa riqueza,
porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa
uniformidad. Sólo el Espíritu Santo puede suscitar la diversidad,
la multiplicidad y, al mismo tiempo, producir la unidad. Cuando somos
nosotros quienes deseamos crear la diversidad, y nos encerramos en
nuestros particularismos y exclusivismos, provocamos la división; y
cuando queremos hacer la unidad según nuestros planes humanos,
terminamos implantando la uniformidad y la homogeneidad. Por el
contrario, si nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la
variedad, la diversidad nunca crean conflicto, porque él nos impulsa
a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia''.
Los diversos
miembros y carismas ''tienen su principio armonizador en el
Espíritu de Cristo, que el Padre ha enviado y sigue enviando, para
edificar la unidad entre los creyentes. El Espíritu Santo hace la
unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad
en la cohesión interior. La Iglesia y las Iglesias están llamadas a
dejarse guiar por el Espíritu Santo, adoptando una actitud de
apertura, docilidad y obediencia.Es él el que armoniza la Iglesia.
Me viene a la mente aquella bella palabra de san Basilio, el Grande:
''Ipse harmonia est'', él mismo es la armonía''.
''Es una visión
de esperanza, pero al mismo tiempo fatigosa -constató FRANCISCO-
pues siempre tenemos la tentación de poner resistencia al
Espíritu Santo, porque trastorna, porque remueve, hace caminar,
impulsa a la Iglesia a seguir adelante. Y siempre es más fácil y
cómodo instalarse en las propias posiciones estáticas e
inamovibles. En realidad, la Iglesia se muestra fiel al Espíritu
Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo. Y
también la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo cuando deja de
lado la tentación de mirarse a sí misma.Y nosotros, los cristianos,
nos convertimos en auténticos discípulos misioneros, capaces de
interpelar las conciencias, si abandonamos un estilo defensivo para
dejarnos conducir por el Espíritu. Él es frescura, fantasía,
novedad''.
Así, nuestras
defensas pueden manifestarse ''en una confianza excesiva en
nuestras ideas, nuestras fuerzas – pero así se deriva hacia el
pelagianismo –, o en una actitud de ambición y vanidad. Estos
mecanismos de defensa nos impiden comprender verdaderamente a los
demás y estar abiertos a un diálogo sincero con ellos. Pero la
Iglesia que surge en Pentecostés recibe en custodia el fuego del
Espíritu Santo, que no llena tanto la mente de ideas, sino que hace
arder el corazón; es investida por el viento del Espíritu que no
transmite un poder, sino que dispone para un servicio de amor, un
lenguaje que todos pueden entender. En nuestro camino de fe y de vida
fraterna, cuanto más nos dejemos guiar con humildad por el Espíritu
del Señor, tanto mejor superaremos las incomprensiones, las
divisiones y las controversias, y seremos signo creíble de unidad y
de paz. Signo creíble de que Nuestro Señor ha resucitado, está
vivo''.
El Papa abrazó
''con esta gozosa certeza'' a todos los participantes en la misa
y expresó su reconocimiento por el ''gesto fraterno'' de los
representantes protestantes que rezaron con los fieles católicos.
También saludó al Patriarca Armenio Apostólico, Mesrob II, que no
pudo asistir a la celebración.
''Hermanos y
hermanas -finalizó-
dirijámonos a la Virgen María, la Santa Madre de Dios. Junto a
ella, que oraba en el cenáculo con los Apóstoles en espera de
Pentecostés, roguemos al Señor para que envíe su Santo Espíritu a
nuestros corazones y nos haga testigos de su Evangelio en todo el
mundo''.