Estambul, TURQUÍA,
30 noviembre 2014 (VIS).- La última jornada del Papa FRANCISCO en
Turquía se abrió con el encuentro, a primera hora de esta mañana
en la Representación Pontificia de Estambul, con el Gran Rabino de
Turquía Isaak Haleva. La comunidad judía en Turquía, alrededor de
veinticinco mil personas, es la segunda numéricamente en un país
islámico después de Irán. El asentamiento más consistente de los
judíos en Turquía se remonta al período de la Inquisición
española (1492) y al principio del siglo XIX eran cien mil, pero el
número, debido a la emigración sobre todo a América e Israel, ha
disminuido drásticamente. También el Papa Benedicto XVI encontró
al Gran rabino durante su viaje a Turquía en 2006.
Finalizado el
encuentro el Santo Padre se trasladó al Patriarcado Ecuménico para
participar en la Divina Liturgia celebrada en la iglesia de San Jorge
que custodia las reliquias de algunas de las santas más veneradas de
la antigua Constantinopla como Eufemia de Calcedonia y, desde la
fiesta de San Andrés (30 de noviembre) de 2004, las de San Gregorio
el Teólogo y San Juan Crisóstomo entregadas por Juan Pablo II al
Patriarca Bartolomé.
Al final de la
celebración y después de escuchar al Patriarca, Francisco pronunció
un discurso recordando que como Arzobispo de Buenos Aires, había
participado muchas veces en la Divina Liturgia de las comunidades
ortodoxas de aquella ciudad; ''pero encontrarme hoy en esta
Iglesia Patriarcal de San Jorge para la celebración del santo
Apóstol Andrés - afirmó- el primero de los llamados, Patrón
del Patriarcado Ecuménico y hermano de san Pedro, es realmente una
gracia singular que el Señor me concede''.
''Encontrarnos,
mirar el rostro el uno del otro, intercambiar el abrazo de paz, orar
unos por otros -prosiguió- son dimensiones esenciales de ese
camino hacia el restablecimiento de la plena comunión a la que
tendemos. Todo esto precede y acompaña constantemente esa otra
dimensión esencial de dicho camino, que es el diálogo teológico.
Un verdadero diálogo es siempre un encuentro entre personas con un
nombre, un rostro, una historia, y no sólo un intercambio de
ideas''.
''Esto vale sobre
todo para los cristianos -observó el Pontífice- porque para
nosotros la verdad es la persona de Jesucristo. El ejemplo de san
Andrés que, junto con otro discípulo, aceptó la invitación del
Divino Maestro: ''Venid y veréis'', y ''se quedaron con él aquel
día'' nos muestra claramente que la vida cristiana es una
experiencia personal, un encuentro transformador con Aquel que nos
ama y que nos quiere salvar. También el anuncio cristiano se propaga
gracias a personas que, enamoradas de Cristo, no pueden dejar de
transmitir la alegría de ser amadas y salvadas. Una vez más, el
ejemplo del Apóstol Andrés es esclarecedor. Él, después de seguir
a Jesús hasta donde habitaba y haberse quedado con él, ''encontró
primero a su hermano Simón y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”
(que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús''. Por tanto, está
claro que tampoco el diálogo entre cristianos puede sustraerse a
esta lógica del encuentro personal''.
Así pues, ''no
es casualidad que el camino de la reconciliación y de paz entre
católicos y ortodoxos haya sido de alguna manera inaugurado por un
encuentro, por un abrazo entre nuestros venerados predecesores, el
Patriarca Ecuménico Atenágoras y el Papa Pablo VI, hace cincuenta
años en Jerusalén, un acontecimiento que Vuestra Santidad y yo
hemos querido conmemorar encontrándonos de nuevo en la ciudad donde
el Señor Jesucristo murió y resucitó''.
''Por una feliz
coincidencia, esta visita tiene lugar unos días después de la
celebración del quincuagésimo aniversario de la promulgación del
Decreto del Concilio Vaticano II sobre la búsqueda de la unidad de
todos los cristianos, Unitatis redintegratio. Es un documento
fundamental con el que se ha abierto un nuevo camino para el
encuentro entre los católicos y los hermanos de otras Iglesias y
Comunidades eclesiales. Con aquel Decreto, la Iglesia Católica
reconoce en particular que las Iglesias ortodoxas ''tienen verdaderos
sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el
sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún con nosotros
con vínculo estrechísimo''. En consecuencia, se afirma que, para
preservar fielmente la plenitud de la tradición cristiana, y para
llevar a término la reconciliación de los cristianos de Oriente y
de Occidente, es de suma importancia conservar y sostener el
riquísimo patrimonio de las Iglesias de Oriente, no sólo por lo que
se refiere a las tradiciones litúrgicas y espirituales, sino también
a las disciplinas canónicas, sancionadas por los Santos Padres y los
concilios, que regulan la vida de estas Iglesias''.
El Papa insistió en
la necesidad de reiterar el respeto de este principio ''como
condición esencial y recíproca para el restablecimiento de la plena
comunión, que no significa ni sumisión del uno al otro, ni
absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios
ha dado a cada uno, para manifestar a todo el mundo el gran misterio
de la salvación llevada a cabo por Cristo, el Señor, por medio del
Espíritu Santo. Quiero asegurar a cada uno de vosotros -reiteró-
que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la
Iglesia Católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la
profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos, a
la luz de la enseñanza de la Escritura y la experiencia del primer
milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad
de la Iglesia en las actuales circunstancias: lo único que la
Iglesia Católica desea, y que yo busco como Obispo de Roma, ''la
Iglesia que preside en la caridad'', es la comunión con las Iglesias
ortodoxas. Dicha comunión será siempre fruto del amor ''que ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha
dado'' amor fraterno que muestra el lazo trascendente y espiritual
que nos une como discípulos del Señor''.
En el mundo de hoy
se alzan con ímpetu voces ''que no podemos dejar de oír, y que
piden a nuestras Iglesias vivir plenamente el ser discípulos del
Señor Jesucristo. La primera de estas voces es la de los pobres. En
el mundo hay demasiadas mujeres y demasiados hombres que sufren por
grave malnutrición, por el creciente desempleo, por el alto
porcentaje de jóvenes sin trabajo y por el aumento de la exclusión
social, que puede conducir a comportamientos delictivos e incluso al
reclutamiento de terroristas. No podemos permanecer indiferentes ante
las voces de estos hermanos y hermanas. Ellos no sólo nos piden que
les demos ayuda material, necesaria en muchas circunstancias, sino,
sobre todo, que les apoyemos para defender su propia dignidad de
seres humanos, para que puedan encontrar las energías espirituales
para recuperarse y volver a ser protagonistas de su historia. Nos
piden también que luchemos, a la luz del Evangelio, contra las
causas estructurales de la pobreza: la desigualdad, la falta de un
trabajo digno, de tierra y de casa, la negación de los derechos
sociales y laborales. Como cristianos, estamos llamados a vencer
juntos a la globalización de la indiferencia, que hoy parece tener
la supremacía, y a construir una nueva civilización del amor y de
la solidaridad''.
Una segunda voz
''que clama con vehemencia es la de las víctimas de los conflictos
en muchas partes del mundo. Esta voz la oímos resonar muy bien desde
aquí, porque algunos países vecinos están sufriendo una guerra
atroz e inhumana. Pienso con profundo dolor en las tantas víctimas
del inhumano e insensato atentado que en estos días han sufrido los
fieles musulmanes que rezaban en la mezquita de Kano, en Nigeria.
Turbar la paz de un pueblo, cometer o consentir cualquier tipo de
violencia, especialmente sobre los más débiles e indefensos, es un
grave pecado contra Dios, porque significa no respetar la imagen de
Dios que hay en el hombre. La voz de las víctimas de los conflictos
nos impulsa a avanzar diligentemente por el camino de reconciliación
y comunión entre católicos y ortodoxos. Por lo demás, ¿cómo
podemos anunciar de modo creíble el evangelio de paz que viene de
Cristo, si entre nosotros continúa habiendo rivalidades y
contiendas?''.
Una tercera voz que
nos interpela es la de los jóvenes. ''Hoy, por desgracia, hay
muchos jóvenes que viven sin esperanza, vencidos por la desconfianza
y la resignación. Muchos jóvenes, además, influenciados por la
cultura dominante, buscan la felicidad sólo en poseer bienes
materiales y en la satisfacción de las emociones del momento. Las
nuevas generaciones nunca podrán alcanzar la verdadera sabiduría y
mantener viva la esperanza, si nosotros no somos capaces de valorar y
transmitir el auténtico humanismo, que brota del Evangelio y la
experiencia milenaria de la Iglesia. Son precisamente los jóvenes –
pienso por ejemplo en la multitud de jóvenes ortodoxos, católicos y
protestantes que se reúnen en los encuentros internacionales
organizados por la Comunidad de Taizé –son ellos los que hoy nos
instan a avanzar hacia la plena comunión. Y esto, no porque ignoren
el significado de las diferencias que aún nos separan, sino porque
saben ver más allá, son capaces de percibir lo esencial que ya nos
une''.
FRANCISCO finalizó
dirigiéndose a Bartolomé I, llamándole ''mi muy querido
hermano''. ''Estamos ya en el camino hacia la plena comunión y
podemos vivir ya signos elocuentes de una unidad real -aseveró-
aunque todavía parcial. Esto nos reconforta y nos impulsa a
proseguir por esta senda. Estamos seguros de que a lo largo de este
camino contaremos con el apoyo de la intercesión del Apóstol Andrés
y de su hermano Pedro, considerados por la tradición como fundadores
de las Iglesias de Constantinopla y de Roma. Pidamos a Dios el gran
don de la plena unidad y la capacidad de acogerlo en nuestras vidas.
Y nunca olvidemos de rezar unos por otros''.