viernes, 9 de diciembre de 2011

BENEDICTO XVI: Ángelus (Dic.8 Y 4), Homenaje Inmaculada (Dic.8)

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA
 
ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Jueves 8 de Diciembre de 2011 
Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Iglesia celebra solemnemente la Inmaculada Concepción de María. Como declaró el beato Pío IX en la carta apostólica Ineffabilis Deus de 1854, ella «fue preservada, por particular gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en previsión de los méritos de Jesucristo Salvador del género humano, inmune de toda mancha de pecado original». Esta verdad de fe está contenida en las palabras de saludo que le dirigió el arcángel Gabriel: «Alégrate, llena de gracia: el Señor está contigo» (Lc 1, 28). La expresión «llena de gracia» indica la obra maravillosa del amor de Dios, que quiso devolvernos la vida y la libertad, perdidas con el pecado, mediante su Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado. Por esto, desde el siglo II, tanto en Oriente como en Occidente, la Iglesia invoca y celebra a la Virgen que, con su «sí», acercó el cielo a la tierra, convirtiéndose en «madre de Dios y nodriza de nuestra vida», como dice san Romano el Melode en un antiguo cántico (Canticum XXV in Nativitatem B. Mariae Virginis, en J.B. Pitra, Analecta Sacra t. I, París 1876, p. 198). En el siglo VII, san Sofronio de Jerusalén elogia la grandeza de María porque en ella el Espíritu Santo estableció su morada, y dice: «Tú superas todos los dones que la magnificencia de Dios ha derramado sobre cualquier persona humana. Más que todos, eres rica por la posesión de Dios que ha puesto su morada en ti» (Oratio II, 25 in SS. Deiparæ Annuntiationem: pg 87, 3, 3248 AB). Y san Beda el Venerable explica: «María es bendita entre las mujeres, porque con el adorno de la virginidad ha gozado de la gracia de ser madre de un hijo que es Dios» (Hom I, 3: CCL 122, 16).
También a nosotros se nos ha otorgado la «plenitud de la gracia» que debemos hacer resplandecer en nuestra vida, porque «el Padre de nuestro Señor Jesucristo —escribe san Pablo— nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales (...), nos eligió antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables (...), y nos ha destinado por medio de Jesucristo (...) a ser sus hijos» (Ef 1, 3-5). Esta filiación la recibimos por medio de la Iglesia, en el día del Bautismo. A este respecto, santa Hildegarda de Bingen escribe: «La Iglesia es, por tanto, la virgen madre de todos los cristianos. Con la fuerza secreta del Espíritu Santo los concibe y los da a luz, ofreciéndolos a Dios para que también sean llamados hijos de Dios» (Scivias, visio III, 12: CCL Continuatio Mediævalis XLIII, 1978, p. 142). Y, por último, entre los numerosísimos cantores de la belleza espiritual de la Madre de Dios destaca san Bernardo de Claraval, el cual afirma que la invocación «Dios te salve, María, llena de gracia» es «grata a Dios, a los ángeles y a los hombres. A los hombres gracias a la maternidad, a los ángeles gracias a la virginidad, a Dios gracias a la humildad» (Sermo XLVII, De Annuntiatione Dominica: SBO VI, 1, Roma 1970, p. 266). Queridos amigos, en espera de realizar esta tarde, como es tradición, el homenaje a María Inmaculada en la plaza de España, dirijamos nuestra ferviente oración a Aquella que intercede ante Dios, para que nos ayude a celebrar con fe la Navidad del Señor, ya cercana.

Después del Ángelus

Dirijo un saludo especial a la Academia pontificia de la Inmaculada, recordando con afecto al cardenal Andrzej Maria Deskur, que la presidió durante muchos años. Que la Virgen os asista siempre, queridos amigos, en todas vuestras actividades. También expreso mi cercanía espiritual a los miembros de la Acción Católica italiana, que en la fiesta de la Inmaculada renuevan su adhesión a la Asociación. La Acción Católica es una escuela de santidad y de evangelización: deseo todo bien a su compromiso formativo y apostólico.

(En francés)

La oración del Ángelus me ofrece la alegría de saludar a los fieles de lengua francesa presentes aquí en la plaza de San Pedro y a los que están unidos a nosotros por radio y televisión. En esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, dirijamos nuestra mirada hacia la esclava del Señor, que resplandece de belleza y pureza. Tomémosla como modelo. Siguiendo su ejemplo estemos atentos a Dios. Vigilantes en la oración, estaremos más dispuestos a decir nuestro «sí» diario a su amor. Con María, tengamos confianza y serenidad, porque el Señor viene a salvar a su pueblo. Con mi bendición apostólica.

(En inglés)

Me complace saludar a los fieles y visitantes de lengua inglesa en este gran día de fiesta, en el que celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen María. En su intachable perfección, María es un gran signo de esperanza para la Iglesia y para el mundo, un signo de las maravillas que la gracia de Dios puede realizar en nosotros, sus criaturas humanas. En estos días de Adviento, en compañía de la santa e inmaculada Madre de Dios, preparémonos para acoger a su Hijo en nuestra vida y en nuestro corazón. Que Dios derrame sus bendiciones de alegría y paz sobre todos vosotros, y sobre vuestras familias y vuestros seres queridos.

(En alemán)

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos y visitantes de los países de lengua alemana. En la fiesta de la Inmaculada Concepción miramos, llenos de alegría, a María, en la cual Dios se preparó una morada maravillosa. La santísima Virgen fue concebida sin pecado original y dio siempre al Señor su amor puro e indiviso. Que ella sea para nosotros un modelo y una intercesora en nuestra vocación a la santidad, y nos ayude a preparar una digna morada para Dios en nuestro corazón. Os deseo una fiesta llena de bendiciones.

(En español)

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. En particular, al grupo de la parroquia San Blas, de Tortosa, y al del Colegio Claret, de Madrid. Celebramos hoy el misterio de la Inmaculada Concepción de santa María Virgen, la «llena de gracia», como la llamó el arcángel Gabriel, la nueva Eva, esposa del nuevo Adán, la Madre de los redimidos, en la que Dios «preparó una digna morada para su Hijo». Confío a ella las intenciones y los santos deseos que inspira en nosotros este tiempo de Adviento, así como las necesidades y angustias de aquellos que están privados de libertad, carecen de trabajo o pasan por momentos de dificultad o dolor. Muchas gracias.

(En polaco)

Dirijo ahora mi pensamiento y mis palabras de saludo a todos los polacos. «Alégrate, llena de gracia: el Señor está contigo» (Lc 1, 28). Estas son las palabras que el ángel, como bien sabéis, dirigió a María, Madre de Dios. Las repetimos de buen grado en nuestra oración diaria, las recordamos hoy, meditando el misterio de su Inmaculada Concepción. Que María nos ayude a evitar el pecado, a ser fieles a la voluntad de Dios y a llevar a los hermanos el amor, la alegría y la bondad. Bendigo de corazón a todos los que desean imitar la santidad de su vida.
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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
II Domingo de Adviento, 4 de Diciembre de 2011
 

Queridos hermanos y hermanas:

Este domingo marca la segunda etapa del Tiempo de Adviento. Este período del año litúrgico pone de relieve las dos figuras que desempeñaron un papel destacado en la preparación de la venida histórica del Señor Jesús: la Virgen María y san Juan Bautista. Precisamente en este último se concentra el texto de hoy del Evangelio de san Marcos. Describe la personalidad y la misión del Precursor de Cristo (cf. Mc 1, 2-8). Comenzando por el aspecto exterior, se presenta a Juan como una figura muy ascética: vestido de piel de camello, se alimenta de saltamontes y miel silvestre, que encuentra en el desierto de Judea (cf. Mc 1, 6). Jesús mismo, una vez, lo contrapone a aquellos que «habitan en los palacios del rey» y que «visten con lujo» (Mt 11, 8). El estilo de Juan Bautista debería impulsar a todos los cristianos a optar por la sobriedad como estilo de vida, especialmente en preparación para la fiesta de Navidad, en la que el Señor —como diría san Pablo— «siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2 Co 8, 9).
Por lo que se refiere a la misión de Juan, fue un llamamiento extraordinario a la conversión: su bautismo «está vinculado a un llamamiento ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios» (Jesús de Nazaret, I, Madrid 2007, p. 36) y de la inminente venida del Mesías, definido como «el que es más fuerte que yo» y «bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1, 7.8). La llamada de Juan va, por tanto, más allá y más en profundidad respecto a la sobriedad del estilo de vida: invita a un cambio interior, a partir del reconocimiento y de la confesión del propio pecado. Mientras nos preparamos a la Navidad, es importante que entremos en nosotros mismos y hagamos un examen sincero de nuestra vida. Dejémonos iluminar por un rayo de la luz que proviene de Belén, la luz de Aquel que es «el más Grande» y se hizo pequeño, «el más Fuerte» y se hizo débil.
Los cuatro evangelistas describen la predicación de Juan Bautista refiriéndose a un pasaje del profeta Isaías: «Una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios"» (Is 40, 3). San Marcos inserta también una cita de otro profeta, Malaquías, que dice: «Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino» (Mc 1, 2; cf. Mal 3, 1). Estas referencias a las Escrituras del Antiguo Testamento «hablan de la intervención salvadora de Dios, que sale de lo inescrutable para juzgar y salvar; a él hay que abrirle la puerta, prepararle el camino» (Jesús de Nazaret, I, p. 37).
A la materna intercesión de María, Virgen de la espera, confiamos nuestro camino al encuentro del Señor que viene, mientras proseguimos nuestro itinerario de Adviento para preparar en nuestro corazón y en nuestra vida la venida del Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Después del Ángelus, antes de dirigir sus saludos en diversas lenguas a los grupos presentes, el Pontífice pidió solidaridad hacia quienes se ven obligados a abandonar su propio país.


Después del Ángelus

En los próximos días en Ginebra y en otras ciudades se celebrará el 60° aniversario de la institución de la Organización mundial para las migraciones, el 60° aniversario de la Convención sobre el estatus de los refugiados y el 50° aniversario de la Convención para reducir los casos de apatridia. Encomiendo al Señor a cuantos, frecuentemente a la fuerza, deben abandonar su país o están privados de nacionalidad. A la vez que aliento la solidaridad respecto a ellos, pido por todos los que se prodigan para proteger y asistir a estos hermanos en situaciones de emergencia, exponiéndose también a graves fatigas y peligros.

(En español)

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de las Parroquias de la Santísima Trinidad, de Castellón de la Plana, y de la Preciosísima Sangre, de Valencia. En este segundo domingo de Adviento, la Palabra de Dios ilumina las actitudes espirituales necesarias para acoger la venida del Señor. Llama a la conversión total que endereza el camino extraviado. Exhorta a creer en el designio de salvación de Dios e invita a comprometerse en la construcción de su Reino. Que la Virgen Madre nos obtenga de su Hijo abundantes gracias en este santo tiempo y nos ayude a ser siempre fieles en estos propósitos de vida cristiana. Feliz domingo.
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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
Jueves 8 de Diciembre de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

La gran fiesta de María Inmaculada nos invita cada año a encontrarnos aquí, en una de las plazas más hermosas de Roma, para rendir homenaje a ella, a la Madre de Cristo y Madre nuestra. Con afecto os saludo a todos vosotros, aquí presentes, así como a cuantos están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión. Y os agradezco vuestra coral participación en este acto de oración.
En la cima de la columna en torno a la cual estamos, María está representada por una estatua que en parte recuerda el pasaje del Apocalipsis que se acaba de proclamar: «Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). ¿Cuál es el significado de esta imagen? Representa al mismo tiempo a la Virgen y a la Iglesia.
Ante todo, la «mujer» del Apocalipsis es María misma. Aparece «vestida de sol», es decir vestida de Dios: la Virgen María, en efecto, está totalmente rodeada de la luz de Dios y vive en Dios. Este símbolo del vestido luminoso expresa claramente una condición que atañe a todo el ser de María: Ella es la «llena de gracia», colmada del amor de Dios. Y «Dios es luz», dice también san Juan (1 Jn 1, 5). He aquí entonces que la «llena de gracia», la «Inmaculada» refleja con toda su persona la luz del «sol» que es Dios.
Esta mujer tiene bajo sus pies la luna, símbolo de la muerte y de la mortalidad. María, de hecho, está plenamente asociada a la victoria de Jesucristo, su Hijo, sobre el pecado y sobre la muerte; está libre de toda sombra de muerte y totalmente llena de vida. Como la muerte ya no tiene ningún poder sobre Jesús resucitado (cf. Rm 6, 9), así, por una gracia y un privilegio singular de Dios omnipotente, María la ha dejado tras de sí, la ha superado. Y esto se manifiesta en los dos grandes misterios de su existencia: al inicio, el haber sido concebida sin pecado original, que es el misterio que celebramos hoy; y, al final, el haber sido elevada en alma y cuerpo al cielo, a la gloria de Dios. Pero también toda su vida terrena fue una victoria sobre la muerte, porque la dedicó totalmente al servicio de Dios, en la oblación plena de sí a él y al prójimo. Por esto María es en sí misma un himno a la vida: es la criatura en la cual se ha realizado ya la palabra de Cristo: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).
En la visión del Apocalipsis, hay otro detalle: sobre la cabeza de la mujer vestida de sol hay «una corona de doce estrellas». Este signo representa a las doce tribus de Israel y significa que la Virgen María está en el centro del Pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos. Y así esta imagen de la corona de doce estrellas nos introduce en la segunda gran interpretación del signo celestial de la «mujer vestida de sol»: además de representar a la Virgen, este signo simboliza a la Iglesia, la comunidad cristiana de todos los tiempos. Está encinta, en el sentido de que lleva en su seno a Cristo y lo debe alumbrar para el mundo: esta es la tribulación de la Iglesia peregrina en la tierra que, en medio de los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo, debe llevar a Jesús a los hombres.
Y precisamente por esto, porque lleva a Jesús, la Iglesia encuentra la oposición de un feroz adversario, representado en la visión apocalíptica de «un gran dragón rojo» (Ap 12, 3). Este dragón trató en vano de devorar a Jesús —el «hijo varón, el que ha de pastorear a todas las naciones» (12, 5)—; en vano, porque Jesús, a través de su muerte y resurrección, subió hasta Dios y se sentó en su trono. Por eso, el dragón, vencido una vez para siempre en el cielo, dirige sus ataques contra la mujer —la Iglesia— en el desierto del mundo. Pero en todas las épocas la Iglesia es sostenida por la luz y la fuerza de Dios, que la alimenta en el desierto con el pan de su Palabra y de la santa Eucaristía. Y así, en toda tribulación, a través de todas las pruebas que encuentra a lo largo de los tiempos y en las diversas partes del mundo, la Iglesia sufre persecución pero resulta vencedora. Y precisamente de este modo la comunidad cristiana es la presencia, la garantía del amor de Dios contra todas las ideologías del odio y del egoísmo.
La única insidia que la Iglesia puede y debe temer es el pecado de sus miembros. En efecto, mientras María es Inmaculada, está libre de toda mancha de pecado, la Iglesia es santa, pero al mismo tiempo, marcada por nuestros pecados. Por esto, el pueblo de Dios, peregrino en el tiempo, se dirige a su Madre celestial y pide su ayuda; la solicita para que ella acompañe el camino de fe, para que aliente el compromiso de vida cristiana y para que sostenga la esperanza. Necesitamos su ayuda, sobre todo en este momento tan difícil para Italia, para Europa, para varias partes del mundo. Que María nos ayude a ver que hay una luz más allá de la capa de niebla que parece envolver la realidad. Por esto también nosotros, especialmente en esta ocasión, no cesamos de pedir su ayuda con confianza filial: «Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti». Ora pro nobis, intercede pro nobis ad Dominum Iesum Christum!. 
 
 
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