sábado, 17 de diciembre de 2011

BENEDICTO XVI: Discursos (Dic. 1 y 2 de 2011)

PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO EN SU HONOR
POR LA TELEVISIÓN BÁVARA BAYERISCHER RUNDFUNK


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 2 de Diciembre de 2011

Eminencias,
excelencias,
amables señoras y señores;
queridos amigos:

Al final de este momento de Adviento aquí, en el palacio apostólico, quiero dirigiros algunas palabras. Ante todo, un cordial agradecimiento a todos los que han hecho posible esta velada. Agradezco al señor Hans Berger, así como a su conjunto y al «Coro Montini» la presentación del «Oratorio navideño de los Alpes», que verdaderamente me ha conmovido en lo más profundo. Gracias de corazón. Asimismo expreso mi agradecimiento a la Radiotelevisión Bávara, representada por el señor Mandlik y por la señora Sigrid Esslinger, por la proyección del filme sobre el Adviento y la Navidad en los Prealpes bávaros. Todos vosotros habéis traído un poco de costumbres y de sentido de la vida típicamente bávaros a la casa del Papa: os digo de corazón «Que el Señor os recompense» por este regalo.
Y espero que también nuestros amigos italianos hayan disfrutado con esta inculturación de la fe en nuestras tierras, especialmente usted, eminencia [dirigiéndose al cardenal Bertone], en el día de su cumpleaños. Entre nosotros, como se ha dicho, el Adviento se suele llamar «tiempo silencioso» (staade Zeit). La naturaleza hace una pausa; la tierra está cubierta de nieve; en el mundo campesino no se puede trabajar en el exterior; todos están necesariamente en casa. El silencio de la casa se convierte, por la fe, en espera del Señor, en alegría por su presencia. Así han surgido todas estas melodías, todas estas tradiciones que, en cierto sentido, —como se ha dicho también hoy— hacen «presente el cielo en la tierra». Tiempo silencioso, tiempo de silencio. Hoy, a menudo, el Adviento es precisamente lo contrario: tiempo de una actividad desenfrenada; se compra, se vende, se hacen preparativos para la Navidad, para las grandes comidas, etcétera. Así sucede también entre nosotros. Pero, como habéis visto, las tradiciones populares de la fe no han desaparecido; más aún, se han renovado, profundizado, actualizado. Y de este modo crean islas para el alma, islas de silencio, islas de fe, islas para el Señor, en nuestro tiempo, y esto me parece muy importante. Y debemos dar gracias a todos los que lo hacen: lo hacen en las familias, en las iglesias, con grupos más o menos profesionales, pero todos hacen lo mismo: hacer presente la realidad de la fe en nuestras casas, en nuestro tiempo. Y esperamos que permanezca también en el futuro esta fuerza de la fe, su visibilidad, y que ayude a caminar, como quiere el Adviento, hacia el Señor.
Una vez más, gracias de todo corazón y que «Dios os recompense» por todo.
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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MUNDIAL DE PASTORAL
PARA LOS ESTUDIANTES INTERNACIONALES


 
Palacio Apostólico Vaticano
 Sala del Consistorio
Viernes 2 de Diciembre de 2011

Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos estudiantes,
queridos hermanos y hermanas:
Me alegra acogeros con ocasión del III Congreso mundial de pastoral para los estudiantes internacionales, organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. Saludo y agradezco al presidente, monseñor Antonio Maria Vegliò, las palabras con las que ha introducido este encuentro. Saludo también a los superiores y a los oficiales del dicasterio y a cada uno de vosotros, que habéis venido de varias partes del mundo, sobre todo de los países con mayor afluencia de estudiantes internacionales. Deseo expresaros mi aprecio por el compromiso asumido para que las jóvenes generaciones encuentren orientación y apoyo para perfeccionar su formación, afrontando los desafíos del mundo gobalizado y secularizado. Dirijo un saludo en particular a los estudiantes universitarios aquí presentes, con el deseo de que, después de ser destinatarios de esta especial atención pastoral, se conviertan a su vez en protagonistas de la misión de la Iglesia.
Observo con gran interés el tema que habéis elegido para el Congreso: «Estudiantes internacionales y encuentro de las culturas». El encuentro de las culturas es una realidad fundamental en nuestra época y para el futuro de la humanidad y de la Iglesia. El hombre y la mujer no pueden alcanzar un nivel de vida verdadera y plenamente humano si no es precisamente mediante la cultura (cf. Gaudium et spes, 53); y la Iglesia está atenta a la centralidad de la persona humana sea como artífice de la actividad cultural sea como su último destinatario. Hoy, más que nunca, la apertura recíproca entre las culturas es terreno privilegiado para el diálogo entre quienes están comprometidos en la búsqueda de un auténtico humanismo. El encuentro de las culturas en el ámbito universitario debe ser, por tanto, animado y apoyado, teniendo como base los principios humanos y cristianos, los valores universales, para que ayude a hacer que crezca una nueva generación capaz de diálogo y discernimiento, comprometida a difundir el respeto y la colaboración con vistas a la paz y el desarrollo. Los estudiantes internacionales, de hecho, pueden convertirse, con su formación intelectual, cultural y espiritual, en artífices y protagonistas de un mundo con un rostro más humano. Deseo vivamente que haya buenos programas a nivel continental y mundial para ofrecer a muchos jóvenes esta oportunidad.
A causa de la carencia de formación cualificada y de estructuras adecuadas en la propia tierra, como también debido a las tensiones sociales y políticas y, gracias a los apoyos económicos para el estudio en el extranjero, los estudiantes internacionales son una realidad en aumento dentro del gran fenómeno migratorio. Es importante, por tanto, ofrecerles una sana y equilibrada preparación intelectual, cultural y espiritual, para que no sean presa de la «fuga de cerebros», sino que formen una categoría social y culturalmente importante con vistas a su regreso como futuros responsables en los países de origen, y contribuyan a construir «puentes» culturales, sociales y espirituales con los países de acogida. Las universidades y las instituciones católicas de educación superior están llamadas a ser «laboratorios de humanidad», ofreciendo programas y cursos que estimulen a los jóvenes estudiantes no sólo en la búsqueda de una cualificación profesional, sino también de la respuesta a la demanda de felicidad, de sentido y de plenitud, que anida en el corazón del hombre.
El mundo universitario es para la Iglesia un campo privilegiado para la evangelización. Como destaqué en el Mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado del año próximo, los ateneos de inspiración cristiana, cuando se mantienen fieles a su identidad, se convierten en lugares de testimonio, donde se puede encontrar y conocer a Jesucristo, donde se puede experimentar su presencia, que reconcilia, tranquiliza e infunde una nueva esperanza. La difusión de ideologías «débiles» en los diversos campos de la sociedad estimula a los cristianos a un nuevo impulso en el ámbito intelectual, con el fin de animar a las generaciones jóvenes a la búsqueda y el descubrimiento de la verdad sobre el hombre y sobre Dios. La vida del beato John Henry Newman, tan vinculada al contexto académico, confirma la importancia y la belleza de promover un ambiente educativo en el que van de la mano la formación intelectual, la dimensión ética y el compromiso religioso. La pastoral universitaria, por tanto, se ofrece a los jóvenes como apoyo para que la comunión con Cristo los lleve a percibir el misterio más profundo del hombre y de la historia. Además, el encuentro entre los universitarios ayuda a descubrir y a valorar el tesoro escondido en cada estudiante internacional, considerando su presencia como un factor de enriquecimiento humano, cultural y espiritual. Los jóvenes cristianos, que provienen de culturas distintas pero pertenecen a la única Iglesia de Cristo, pueden mostrar que el Evangelio es Palabra de esperanza y de salvación para los hombres de todos los pueblos y de todas las culturas, de todas las edades y de todas las épocas, como reafirmé también en mi reciente Exhortación apostólica postsinodal Africae munus (nn. 134.138).
Queridos jóvenes estudiantes, os animo a aprovechar el tiempo de vuestros estudios para crecer en el conocimiento y en el amor a Cristo, mientras recorréis vuestro itinerario de formación intelectual y cultural. Conservando vuestro patrimonio de sabiduría y de fe, en la experiencia de vuestra formación cultural en el extranjero podréis tener una valiosa oportunidad de universalidad, de fraternidad y también de comunicación del Evangelio. Os deseo todo bien en los trabajos de vuestro congreso y os aseguro mi oración. Encomiendo a María, Madre de Jesús, el compromiso y los generosos propósitos de quienes cuidan de los emigrantes, en particular de los estudiantes internacionales, y de corazón os imparto a todos la bendición apostólica.
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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

Palacio Apostólico Vaticano
  Sala de los Papas
Viernes 2 de Diciembre de 2011

Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado,
distinguidos profesores y profesoras,
queridos colaboradores:
Para mí es una gran alegría poder recibiros, al concluir la sesión plenaria anual de la Comisión teológica internacional. Ante todo, quiero agradecer sinceramente las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros el señor cardenal William Levada, en calidad de presidente de la Comisión.
Este año, los trabajos de esta sesión han coincidido con la primera semana de Adviento, ocasión que nos hace recordar que todo teólogo está llamado a ser hombre del adviento, testigo de la vigilante espera, que ilumina los caminos de la inteligencia de la Palabra que se hizo carne. Podemos decir que el conocimiento del verdadero Dios tiende y se alimenta constantemente de aquella «hora», que desconocemos, en la que el Señor volverá. Mantenerse vigilantes y vivificar la esperanza de la espera no son, por tanto, una tarea secundaria para un recto pensamiento teológico, que encuentra su razón en la Persona de Aquel que sale a nuestro encuentro e ilumina nuestro conocimiento de la salvación.
Hoy me complace reflexionar brevemente con vosotros sobre los tres temas que la Comisión teológica internacional está estudiando en los últimos años. El primero, como ya se ha dicho, atañe a la cuestión fundamental para toda reflexión teológica: la cuestión de Dios y en particular la comprensión del monoteísmo. A partir de este amplio horizonte doctrinal habéis profundizado también un tema de índole eclesial: el significado de la doctrina social de la Iglesia, prestando luego atención particular a una temática que hoy es de gran actualidad para el pensamiento teológico sobre Dios: la cuestión del estatus mismo de la teología hoy, en sus perspectivas, sus principios y sus criterios.
Detrás de la profesión de la fe cristiana en el Dios único se encuentra la profesión diaria de fe del pueblo de Israel: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo» (Dt 6, 4). El inaudito cumplimento de la libre disposición del amor de Dios por todos los hombres se realizó en la encarnación del Hijo en Jesucristo. En esa Revelación de la intimidad de Dios y de la profundidad de su vínculo de amor con el hombre, el monoteísmo del Dios único se iluminó con una luz completamente nueva: la luz trinitaria. En el misterio trinitario se ilumina también la fraternidad entre los hombres. La teología cristiana, juntamente con la vida de los creyentes, debe restituir la feliz y cristalina evidencia al impacto de la Revelación trinitaria sobre nuestra comunidad. Aunque los conflictos étnicos y religiosos en el mundo hacen más difícil acoger la singularidad del pensamiento cristiano de Dios y del humanismo inspirado por él, los hombres pueden reconocer en el Nombre de Jesucristo la verdad de Dios Padre hacia la cual el Espíritu Santo suscita todo gemido de la criatura (cf. Rm 8). La teología, en fecundo diálogo con la filosofía, puede ayudar a los creyentes a tomar conciencia y a testimoniar que el monoteísmo trinitario nos muestra el verdadero Rostro de Dios, y este monoteísmo no es fuente de violencia, sino fuerza de paz personal y universal.
El punto de partida de toda teología cristiana es la acogida de esta Revelación divina: la acogida personal del Verbo hecho carne, la escucha de la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Sobre esta base de partida, la teología ayuda a la inteligencia creyente de la fe y a su transmisión. Toda la historia de la Iglesia muestra, sin embargo, que el reconocimiento del punto de partida no basta para llegar a la unidad en la fe. Toda lectura de la Biblia se sitúa necesariamente en un determinado contexto de lectura, y el único contexto en el que el creyente puede estar en plena comunión con Cristo es la Iglesia y su Tradición viva. Debemos vivir siempre de nuevo la experiencia de los primeros discípulos, que «perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 42). Desde esta perspectiva, la Comisión ha estudiado los principios y los criterios según los cuales una teología puede ser católica, y también ha reflexionado sobre la contribución actual de la teología. Es importante recordar que la teología católica, siempre atenta al vínculo entre fe y razón, ha desempeñado un papel histórico en el nacimiento de la Universidad. Una teología verdaderamente católica con los dos movimientos, «intellectus quaerens fidem et fides quaerens intellectum», hoy es más necesaria que nunca, para hacer posible una sinfonía de las ciencias y para evitar las derivas violentas de una religiosidad que se opone a la razón y de una razón que se opone a la religión.
La Comisión teológica estudia también la relación entre la doctrina social de la Iglesia y el conjunto de la doctrina cristiana. El compromiso social de la Iglesia no es sólo algo humano, ni se limita a una teoría social. La transformación de la sociedad llevada a cabo por los cristianos a lo largo de los siglos es una respuesta a la venida del Hijo de Dios al mundo: el esplendor de esa Verdad y Caridad ilumina toda cultura y sociedad. San Juan afirma: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3, 16). Los discípulos de Cristo Redentor saben que sin la atención al otro, sin el perdón, sin el amor incluso a los enemigos, ninguna comunidad humana puede vivir en paz; y esto comienza en la primera y fundamental sociedad que es la familia. En la necesaria colaboración en favor del bien común también con quienes no comparten nuestra fe, debemos hacer presentes los verdaderos y profundos motivos religiosos de nuestro compromiso social, como esperamos de los demás que nos manifiesten sus motivaciones, para que la colaboración se realice en la claridad. Quien haya percibido los fundamentos del obrar social cristiano podrá así encontrar un estímulo para tomar en consideración la misma fe en Jesucristo.
Queridos amigos, nuestro encuentro confirma de modo significativo que la Iglesia necesita de la competente y fiel reflexión de los teólogos sobre el misterio del Dios de Jesucristo y de su Iglesia. Sin una sana y vigorosa reflexión teológica la Iglesia correría el riesgo de no expresar plenamente la armonía entre fe y razón. Al mismo tiempo, sin la vivencia fiel de la comunión con la Iglesia y la adhesión a su Magisterio, como espacio vital de la propia existencia, la teología no lograría dar una adecuada razón del don de la fe.
Expresando, a través de vosotros, el deseo y el aliento a todos los hermanos y hermanas teólogos, diseminados por los diversos ámbitos eclesiales, invoco sobre vosotros la intercesión de María, Mujer del Adviento y Madre del Verbo encarnado, la cual es para nosotros, al custodiar la Palabra en su corazón, el paradigma de la recta actividad teológica, el modelo sublime del verdadero conocimiento del Hijo de Dios. Que ella, la Estrella de la esperanza, guíe y proteja la valiosa labor que realizáis en favor de la Iglesia y en nombre de la Iglesia. Con estos sentimientos de gratitud, os renuevo mi bendición apostólica. Gracias.
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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Jueves 1 de Diciembre de 2011

Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:
Me alegra acogeros con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la familia, al conmemorarse un doble trigésimo aniversario: el de la Exhortación apostólica Familiaris consortio, publicada el 22 de noviembre de 1981 por el beato Juan Pablo II, y el del dicasterio mismo, instituido por él el 9 de mayo precedente con el Motu proprio Familia a Deo instituta, como signo de la importancia que se debe atribuir a la pastoral familiar en el mundo y, al mismo tiempo, instrumento eficaz para ayudar a promoverla en todos los niveles (cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 73). Saludo cordialmente al cardenal Ennio Antonelli, agradeciéndole las palabras con que ha introducido nuestro encuentro, así como al monseñor secretario, a los demás colaboradores y a todos vosotros, aquí reunidos.
La nueva evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica (cf. ib., 65). En nuestro tiempo, como ya sucedió en épocas pasadas, el eclipse de Dios, la difusión de ideologías contrarias a la familia y la degradación de la ética sexual, están vinculados entre sí. Y del mismo modo que están en relación el eclipse de Dios y la crisis de la familia, así la nueva evangelización es inseparable de la familia cristiana. De hecho, la familia es el camino de la Iglesia porque es «espacio humano» del encuentro con Cristo. Los cónyuges, «no sólo reciben el amor de Cristo, convirtiéndose en comunidad salvada, sino que están también llamados a transmitir a los hermanos el mismo amor de Cristo, llegando a ser así comunidad salvadora» (ib., 49). La familia fundada en el sacramento del Matrimonio es actuación particular de la Iglesia, comunidad salvada y salvadora, evangelizada y evangelizadora. Como la Iglesia, está llamada a acoger, irradiar y manifestar en el mundo el amor y la presencia de Cristo. La acogida y la transmisión del amor divino se realizan en la entrega mutua de los cónyuges, en la procreación generosa y responsable, en el cuidado y en la educación de los hijos, en el trabajo y en las relaciones sociales, en la atención a los necesitados, en la participación en las actividades eclesiales y en el compromiso civil. La familia cristiana, en la medida en que, a través de un camino de conversión permanente sostenido por la gracia de Dios, logra vivir el amor como comunión y servicio, como don recíproco y apertura hacia todos, refleja en el mundo el esplendor de Cristo y la belleza de la Trinidad divina. San Agustín tiene una célebre frase: «Immo vero vides Trinitatem, si caritatem vides», «Pues bien, ves la Trinidad, si ves la caridad» (De Trinitate, VIII, 8). Y la familia es uno de los lugares fundamentales en donde se vive y se educa en el amor, en la caridad.
Siguiendo la línea de mis predecesores, también yo he exhortado muchas veces a los esposos cristianos a evangelizar tanto con el testimonio de la vida como con la participación en las actividades pastorales. Lo hice también recientemente, en Ancona, con ocasión de la clausura del Congreso eucarístico nacional italiano. Allí me reuní con los cónyuges juntamente con los sacerdotes. En efecto, los dos sacramentos llamados «del servicio de la comunión» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1211), el Orden sagrado y el Matrimonio, se deben reconducir a la única fuente eucarística. «Los dos estados de vida tienen, en efecto, en el amor de Cristo —que se da a sí mismo para la salvación de la humanidad—, la misma raíz; están llamados a una misión común: la de testimoniar y hacer presente este amor al servicio de la comunidad, para la edificación del pueblo de Dios. Esta perspectiva permite ante todo superar una visión reductiva de la familia, que la considera como mera destinataria de la acción pastoral. (...) La familia es riqueza para los esposos, bien insustituible para los hijos, fundamento indispensable de la sociedad, comunidad vital para el camino de la Iglesia» (Discurso a los sacerdotes y a las familias, 11 de septiembre de 2011: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de septiembre de 2011, p. 8). En virtud de esto «la familia es lugar privilegiado de educación humana y cristiana, y permanece, por esta finalidad, como la mejor aliada del ministerio sacerdotal. (...) Ninguna vocación es una cuestión privada; tampoco aquella al matrimonio, porque su horizonte es la Iglesia entera» (ib.).
Hay ámbitos en los que es particularmente urgente el protagonismo de las familias cristianas en colaboración con los sacerdotes y bajo la guía de los obispos: la educación de niños, adolescentes y jóvenes en el amor, entendido como don de sí y comunión; la preparación de los novios para la vida matrimonial con un itinerario de fe; la formación de los cónyuges, especialmente de las parejas jóvenes; las experiencias asociativas con finalidades caritativas, educativas y de compromiso civil; la pastoral de las familias para las familias, dirigida a todo el arco de la vida, valorizando el tiempo del trabajo y el de la fiesta.
Queridos amigos, nos estamos preparando para el VII Encuentro mundial de las familias, que tendrá lugar en Milán del 30 de mayo al 3 de junio de 2012. Para mí y para todos nosotros será una gran alegría encontrarnos juntos, orar y hacer fiesta con las familias llegadas de todo el mundo, acompañadas por sus pastores. Agradezco a la Iglesia Ambrosiana el gran empeño puesto hasta ahora y el de los próximos meses. Invito a las familias de Milán y de Lombardía a abrir las puertas de sus casas para acoger a los peregrinos que llegarán de todo el mundo. En la hospitalidad experimentarán alegría y entusiasmo: es hermoso conocerse y entablar amistad, narrarse la vivencia de familia y la experiencia de fe vinculada a ella. En mi carta de convocatoria para el Encuentro de Milán pedí «un itinerario adecuado de preparación eclesial y cultural» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de octubre de 2010, p. 5), para que ese acontecimiento dé frutos e implique concretamente a las comunidades cristianas en todo el mundo. Doy las gracias a quienes ya han puesto en marcha iniciativas en ese sentido e invito a quienes no lo han hecho aún a aprovechar los próximos meses. Vuestro dicasterio ya ha redactado un valioso material de apoyo con catequesis sobre el tema: «La familia: el trabajo y la fiesta»; además, ha formulado para las parroquias, las asociaciones y los movimientos una propuesta de «semana de la familia», y es de desear que se promuevan otras iniciativas.
Gracias, una vez más, por vuestra visita y por el trabajo que realizáis en favor de las familias y al servicio del Evangelio. Os aseguro mi recuerdo en la oración, y de corazón os imparto a cada uno y a vuestros seres queridos una bendición apostólica especial.

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