sábado, 30 de mayo de 2015

FRANCISCO: Mensajes de mayo (24, 23, 14, 10, 4 y 1°)

                          MENSAJES DEL PAPA FRANCISCO
                                                            MAYO 2015



                 MENSAJE PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2015



Queridos hermanos y hermanas:


La Jornada Mundial de las Misiones 2015 tiene lugar en el contexto del Año de la Vida Consagrada, y recibe de ello un estímulo para la oración y la reflexión. De hecho, si todo bautizado está llamado a dar testimonio del Señor Jesús proclamando la fe que ha recibido como un don, esto es particularmente válido para la persona consagrada, porque entre la vida consagrada y la misiónsubsiste un fuerte vínculo. El seguimiento de Jesús, que ha dado lugar a la aparición de la vida consagrada en la Iglesia, responde a la llamada a tomar la cruz e ir tras él, a imitar su dedicación al Padre y sus gestos de servicio y de amor, a perder la vida para encontrarla. Y dado que toda la existencia de Cristo tiene un carácter misionero, los hombres y las mujeres que le siguen más de cerca asumen plenamente este mismo carácter.


La dimensión misionera, al pertenecer a la naturaleza misma de la Iglesia, es también intrínseca a toda forma de vida consagrada, y no puede ser descuidada sin que deje un vacío que desfigure el carisma. La misión no es proselitismo o mera estrategia; la misión es parte de la “gramática” de la fe, es algo imprescindible para aquellos que escuchan la voz del Espíritu que susurra “ven” y “ve”. Quién sigue a Cristo se convierte necesariamente en misionero, y sabe que Jesús «camina con él, habla con él, respira con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 266).


La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, es una pasión por su pueblo. Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene; y en ese mismo momento percibimos que ese amor, que nace de su corazón traspasado, se extiende a todo el pueblo de Dios y a la humanidad entera; Así redescubrimos que él nos quiere tomar como instrumentos para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado (cf. ibid., 268) y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero. En el mandato de Jesús: “id” están presentes los escenarios y los desafíos siempre nuevos de la misión evangelizadora de la Iglesia. En ella todos están llamados a anunciar el Evangelio a través del testimonio de la vida; y de forma  especial se pide a los consagrados que escuchen la voz del Espíritu, que los llama a ir a las grandes periferias de la misión, entre las personas a las que aún no ha llegado todavía el Evangelio.


El quincuagésimo aniversario del Decreto conciliar Ad gentes nos invita a releer y meditar este documento que suscitó un fuerte impulso misionero en los Institutos de Vida Consagrada. En las comunidades contemplativas retomó luz y elocuencia la figura de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, como inspiradora del vínculo íntimo de la vida contemplativa con la misión. Para muchas congregaciones religiosas de vida activa el anhelo misionero que surgió del Concilio Vaticano II se puso en marcha con una apertura extraordinaria a la misión ad gentes, a menudo acompañada por la acogida de hermanos y hermanas provenientes de tierras y culturas encontradas durante la evangelización, por lo que hoy en día se puede hablar de una interculturalidad generalizada en la vida consagrada. Precisamente por esta razón, es urgente volver a proponer el ideal de la misión en su centro: Jesucristo, y en su exigencia: la donación total de sí mismo a la proclamación del Evangelio. No puede haber ninguna concesión sobre esto: quién, por la gracia de Dios, recibe la misión, está llamado a vivir la misión. Para estas personas, el anuncio de Cristo, en las diversas periferias del mundo, se convierte en la manera de vivir el seguimiento de él y recompensa los muchos esfuerzos  y privaciones. Cualquier tendencia a desviarse de esta vocación, aunque sea acompañada por nobles motivos relacionados con la muchas necesidades pastorales, eclesiales o humanitarias, no está en consonancia con el llamamiento personal del Señor al servicio del Evangelio. En los Institutos misioneros los formadores están llamados tanto a indicar clara y honestamente esta perspectiva de vida y de acción como a actuar con autoridad en el discernimiento de las vocaciones misioneras auténticas. Me dirijo especialmente a los jóvenes, que siguen siendo capaces de dar testimonios valientes y de realizar hazañas generosas a veces contra corriente: no dejéis que os roben el sueño de una misión auténtica, de un seguimiento de Jesús que implique la donación total de sí mismo. En el secreto de vuestra conciencia, preguntaos cuál es la razón por la que habéis elegido la vida religiosa misionera y medid la disposición a aceptarla por lo que es: un don de amor al servicio del anuncio del Evangelio, recordando que, antes de ser una necesidad para aquellos que no lo conocen, el anuncio del Evangelio es una necesidad para los que aman al Maestro.


Hoy, la misión se enfrenta al reto de respetar la necesidad de todos los pueblos de partir de sus propias raíces y de salvaguardar los valores de las respectivas culturas. Se trata de conocer y respetar otras tradiciones y sistemas filosóficos, y reconocer a cada pueblo y cultura el derecho de hacerse ayudar por su propia tradición en la inteligencia del misterio de Dios y en la acogida del Evangelio de Jesús, que es luz para las culturas y fuerza transformadora de las mismas.


Dentro de esta compleja dinámica, nos preguntamos: “¿Quiénes son los destinatarios privilegiados del anuncio evangélico?” La respuesta es clara y la encontramos en el mismo Evangelio:  los pobres, los pequeños, los enfermos, aquellos que a menudo son despreciados y olvidados, aquellos que no tienen como pagarte (cf. Lc 14,13-14). La evangelización, dirigida preferentemente a ellos, es signo del Reino que Jesús ha venido a traer: «Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 48). Esto debe estar claro especialmente para las personas que abrazan la vida consagrada misionera: con el voto de pobreza se escoge seguir a Cristo en esta preferencia suya, no ideológicamente, sino comoél, identificándose con los pobres, viviendo como ellos en la precariedad de la vida cotidiana y en la renuncia de todo poder para convertirse en hermanos y hermanas de los últimos, llevándoles el testimonio de la alegría del Evangelio y la expresión de la caridad de Dios.


Para vivir el testimonio cristiano y los signos del amor del Padre entre los pequeños y los pobres, las personas consagradas están llamadas a promover, en el servicio de la misión, la presencia de los fieles laicos. Ya  el Concilio Ecuménico Vaticano II afirmaba: «Los laicos cooperan a la obra de evangelización de la Iglesia y participan de su misión salvífica a la vez como testigos y como instrumentos vivos» (Ad gentes, 41). Es necesario que los misioneros consagrados se abran cada vez con mayor valentía a aquellos que están dispuestos a colaborar con ellos, aunque sea por un tiempo limitado, para una experiencia sobre el terreno. Son hermanos y hermanas que quieren compartir la vocación misionera inherente al Bautismo. Las casas y las estructuras de las misiones son lugares naturales para su acogida y su apoyo humano, espiritual y apostólico.


Las Instituciones y Obras misioneras de la Iglesia están totalmente al servicio de los que no conocen el Evangelio de Jesús. Para lograr eficazmente este objetivo, estas necesitan los carismas y el compromiso misionero de los consagrados, pero también, los consagrados, necesitan una estructura de servicio, expresión de la preocupación del Obispo de Roma para asegurar la koinonía, de forma que la colaboración y la sinergia sean una parte integral del testimonio misionero. Jesús ha puesto la unidad de los discípulos, como condición para que el mundo crea (cf. Jn 17,21). Esta convergencia no equivale a una sumisión jurídico-organizativa a organizaciones institucionales, o a una mortificación de la fantasía del Espíritu que suscita la diversidad, sino que significa dar más eficacia al mensaje del Evangelio y promover aquella unidad de propósito que es también  fruto del Espíritu.


La Obra Misionera del Sucesor de Pedro tiene un horizonte apostólico universal. Por ello también necesita de los múltiples carismas de la vida consagrada, para abordar al vasto horizonte de la evangelización y para poder garantizar una adecuada presencia en las fronteras y territorios alcanzados.


Queridos hermanos y hermanas, la pasión del misionero es el Evangelio. San Pablo podía afirmar: «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9,16). El Evangelio es fuente de alegría, de liberación y de salvación para todos los hombres. La Iglesia es consciente de este don, por lo tanto, no se cansa de proclamar sin cesar a todos «lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos» (1 Jn 1,1). La misión de los servidores de la Palabra -obispos, sacerdotes, religiosos y laico- es la de poner a todos, sin excepción, en una relación personal con Cristo. En el inmenso campo de la acción misionera de la Iglesia, todo bautizado está llamado a vivir lo mejor posible su compromiso, según su situación personal. Una respuesta generosa a esta vocación universal la pueden ofrecer los consagrados y las consagradas, a través de una intensa vida de oración y de unión con el Señor y con su sacrificio redentor.


Mientras encomiendo a María, Madre de la Iglesia y modelo misionero, a todos aquellos que, ad gentes o en su propio territorio, en todos los estados de vida cooperan al  anuncio del Evangelio, os envío de todo corazón mi Bendición Apostólica.


Vaticano, 24 de mayo de 2015
Solemnidad de Pentecostés


FRANCISCO


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                                  VIDEOMENSAJE CON OCASIÓN DE LA 
                                     JORNADA DE UNIDAD CRISTIANA                                                                                         [PHOENIX, 23 DE MAYO DE 2015]



[Palabras introductorias en inglés:]


Brothers and sisters, may the peace of Christ be with you.
Forgive me if I speak in Spanish, but my English isn’t good enough for me to express myself properly. I speak in Spanish but, above all, I speak in the language of the heart.


[Hermanos y hermanas, que la paz de Cristo esté con ustedes.
Discúlpenme por hablar en español, pero mi inglés no es suficientemente bueno para explicarme. Hablo español pero, sobre todo, hablo la lengua del corazón.]


Tengo en mis manos esta celebración de Unidad Cristiana que ustedes me han enviado, esta jornada de la reconciliación. Y desde aquí me quiero asociar a ustedes. “Padre, que sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado”: es el eslogan, el lema de este encuentro; la oración de Cristo para que el Padre conceda la gracia de la unidad.


Este sábado 23 de mayo, desde la 9 de la mañana hasta la 5 de la tarde voy a estar con ustedes, espiritualmente, con todo mi corazón. Buscando juntos, pidiendo juntos la gracia de la unidad. La unidad que está germinando en nosotros, la unidad que comienza sellada por un solo Bautismo y que todos tenemos. La unidad que vamos buscando juntos en el camino. La unidad espiritual de la oración, los unos por los otros. La unidad del trabajo conjunto en la ayuda de los hermanos, de los que creen en la soberanía de Cristo.
Queridos hermanos, la desunión es una herida en el cuerpo de la Iglesia de Cristo. Y nosotros no queremos que esa herida permanezca. La desunión es obra del padre de la mentira, del padre de la discordia, que siempre busca que los hermanos estén divididos.


Hoy reunidos, yo desde Roma y ustedes allí, pediremos para que el Padre envíe el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, y nos de la gracia de que todos sean uno, “para que el mundo crea”. Y me viene a la mente decir algo que puede ser una insensatez, o quizás una herejía, no sé. Pero hay alguien que ‘sabe’ que, pese a las diferencias, somos uno. Y es el que nos persigue. El que persigue hoy día a los cristianos, el que nos unge con el martirio, sabe que los cristianos son discípulos de Cristo: ¡que son uno, que son hermanos! No le interesa si son evangélicos, ortodoxos, luteranos, católicos, apostólicos…¡no le interesa! 
Son cristianos. Y esa sangre se junta. Hoy estamos viviendo, queridos hermanos, el “ecumenismo de la sangre”. Esto nos tiene que animar a hacer lo que estamos haciendo hoy: orar, hablar entre nosotros, acortar distancias, hermanarnos cada vez más.


Yo estoy convencido de que la unidad entre nosotros no la van a hacer los teólogos. Los teólogos nos ayudan, la ciencia de los teólogos nos va a ayudar, pero si esperamos que los teólogos se pongan de acuerdo, la unidad recién se va a lograr al día siguiente del día del Juicio Final. La unidad la hace el Espíritu Santo, los teólogos nos ayudan, ¡pero nos ayudan las buenas voluntades de todos nosotros en el camino y el corazón abierto al Espíritu Santo!


Con toda humildad, me uno a ustedes como uno más en esta jornada de oración, de amistad, de cercanía, de reflexión. Con la certeza de que tenemos un solo Señor: Jesús es el Señor. Con la certeza de que este Señor está vivo: Jesús vive, vive el Señor en cada uno de nosotros. Con la certeza de que nos ha enviado el Espíritu que prometió para que realizara esa “armonía” entre todos sus discípulos.


Queridos hermanos, les mando un saludo muy grande, un abrazo. Rezo por ustedes, rezo junto a ustedes.


Y por favor, les pido que recen por mí. Porque lo necesito, para ser fiel a lo que el Señor quiere de mi Ministerio.


[Bendición en inglés:]


God bless you. May God bless us all.
[Dios los bendiga. Que Dios nos bendiga a todos nosotros.]


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                                      MENSAJE AL CARDENAL STANISLAW RYLKO

                                     EN OCASIÓN DEL SEMINARIO INTERNACIONAL 

                                                 DE ESTUDIO SOBRE EL TEMA:

           “ENTRENADORES: EDUCADORES DE PERSONAS”



Al Venerado Hermano
Señor Cardenal Stanisław Ryłko
Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos


Dirijo mi cordial saludo a Usted ya todos los participantes en el Seminario Internacional de estudio sobre el tema: "Entrenadores: Educadores de personas", organizado por la oficina Iglesia y Deporte del Pontificio Consejo para los Laicos. Prosiguiendo en vuesstro camino de reflexión y de promoción de los valores humanos y cristianos de la actividad deportiva, en este cuarto Seminario han tenido debidamente en consideración la figura del entrenador, poniendo énfasis en su papel de educador, tanto en el ámbito profesional y amateur.


Todos nosotros en la vida, hemos necesitado de educadores, personas maduras, sabias y equilibradas que nos ayuden a crecer en la familia, en el estudio, en el trabajo, en la fe. Educadores que nos animan a dar los primeros pasos en una nueva actividad sin tener miedo a los obstáculos y desafíos por afrontar; que nos instan a superar los momentos de dificultad; que nos exhorten a confiar en nosotros mismos y en nuestros compañeros; que están a nuestro lado tanto en los momentos de desilusión y pérdida como en los de alegría y éxito. Bueno, incluso el entrenador deportivo, sobre todo en los círculos católicos del deporte amateur, puede llegar a ser para muchos niños y jóvenes uno de estos buenos educadores, tan importantes para el desarrollo de una personalidad madura, armónica y completa.


La presencia de un buen entrenador-educador resulta providencial sobre todo en los años de adolescencia y de la primera juventud, cuando la personalidad se encuentra en pleno desarrollo y en búsqueda de modelos de conducta y de identificación; cuando se siente vivamente la necesidad de aprecio y respeto no sólo de sus coetáneos, sino también de los adultos; cuando es más real el peligro de perderse detrás de los malos ejemplos y en la búsqueda de la falsa felicidad. En esta delicada etapa de la vida, es una gran responsabilidad de un entrenador, que a menudo tienen el privilegio de pasar muchas horas a la semana con los jóvenes y tener una gran influencia sobre ellos con su comportamiento y su personalidad. La influencia de un educador, sobre todo para los jóvenes, depende más de lo que es como persona y de como vive de lo que dice. ¡Qué importante es ahora que un entrenador sea un ejemplo de integridad, de coherencia, de juicio justo, de imparcialidad, y también de alegría de vivir, de paciencia, de capacidad de estima y de benevolencia hacia todos, especialmente a los más desfavorecidos! ¡Y es importante que sea un ejemplo de fe! La fe, de hecho, siempre nos ayuda a mirar hacia Dios, para no absolutizar alguna de nuestras actividades, incluyendo la deportiva, ya sea amateur o profesional, y así mantener la distancia justa y la sabiduría para relativizar tanto las derrotas que las victorias. La fe nos da esa mirada de bondad sobre los demás que nos hace superar la tentación de la rivalidad y de la agresividad excesiva, nos hace entender la dignidad de toda persona, incluso los menos dotados y desfavorecidos. El entrenador, en este sentido, puede hacer una contribución muy valiosa para crear un clima de solidaridad y de inclusión para los jóvenes marginados y a la deriva en situación de riesgo social, incapaz de encontrar vías y medios adecuados para llevarlos a la práctica deportiva y de experiencias de socialización. Si tiene equilibrio humano y espiritual también sabrá preservar los valores auténticos del deporte ya su naturaleza fundamental del juego y de actividad socializante, impidiendo que se desnaturalice bajo la presión de tantos intereses, sobre todo económicos, hoy siempre más invasivos.


El entrenador puede ser, por lo tanto, un válido formador de los jóvenes, junto a los padres, a los maestros, sacerdotes y catequistas. Pero cada buen entrenador debe recibir una formación sólida. Es necesario formar a los formadores. Es oportuno para esto que vuestro seminario pida a todas las organizaciones que trabajan en el campo de los deportes,  las federaciones internacionales y nacionales, a las asociaciones deportivas laicas y eclesiásticas, a prestar la debida atención y a invertir los recursos necesarios para la formación profesional, humana y espiritual de los entrenadores. ¡Que bueno sería si en todos los deportes, en todos los niveles, desde las grandes competiciones internacionales hasta los torneos de oratorios parroquiales, los jóvenes encontrasen en sus entrenadores auténticos testimonios de vida y de fe vivida!


Pido al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, para que vuestro trabajo de estos días sea rico de frutos para la pastoral del deporte, y para que se continuen promoviendo la santidad cristiana en este ambiente, en el que muchos jóvenes viven y pueden llegar y transformarse en gozosos testigos del Evangelio. Les pido que por favor recen por mí y con afecto los bendigo.



Desde el Vaticano, 14 mayo 2015


Fiesta de San Matias Apóstol


FRANCISCO



(Traducción del original italiano: )


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 A SU SANTIDAD TAWADROS II

Mensaje al patriarca copto ortodoxo Tawadros ii

Unidos por el ecumenismo de la sangre


A Su Santidad Tawadros II
Papa de Alejandría y patriarca de la sede de San Marcos


Al acercarse el segundo aniversario de nuestro encuentro fraterno en Roma, deseo expresar a usted, Santidad, mis mejores deseos de oraciones por su buena salud, así como mi aprecio por los vínculos espirituales que unen la Sede de Pedro y la Sede de Marcos.
Hoy más que nunca estamos unidos por el ecumenismo de la sangre, que nos alienta ulteriormente en el camino hacia la paz y la reconciliación. Le aseguro a usted y a la comunidad cristiana en Egipto y en todo Oriente Medio mi oración incesante, y de manera especial recuerdo a los fieles coptos recientemente martirizados por su fe cristiana. Que el Señor los acoja en su Reino.


Al dar gracias al Señor, recuerdo nuestros progresos en el camino de la amistad, unidos como estamos por un solo bautismo. Si bien nuestra comunión es aún imperfecta, lo que tenemos en común es más grande de lo que nos divide. Podemos perseverar en nuestro camino hacia la plena comunión y crecer en el amor y en la comprensión.


Es especialmente alentador que la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales haya concluido recientemente el documento The Exercise of Communion in the Life of the Early Church and its Implications for our Search for Communion Today (El ejercicio de la comunión en la vida de la Iglesia primitiva y sus implicaciones para nuestra búsqueda de la comunión hoy). Estoy seguro que usted, Santidad, comparte mi esperanza de que este diálogo vital continúe y dé abundantes frutos. Estoy especialmente agradecido por la disponibilidad del Patriarcado de la Sede de San Marcos para tener el próximo encuentro de la Comisión en El Cairo.


Los cristianos en todo el mundo se encuentran ante desafíos semejantes, que exigen que trabajemos juntos para afrontar dichas cuestiones. Agradezco que usted, el año pasado, haya nombrado un delegado para que participara en el Sínodo extraordinario de los obispos dedicado a la familia. Es mi deseo que nuestra cooperación en este ámbito pueda continuar, especialmente al afrontar las cuestiones relativas a los matrimonios mixtos.
Con estos sentimientos, y recordando lo que justamente ya se conoce como el día de la amistad entre la Iglesia copta ortodoxa y la Iglesia católica, intercambio con usted, Santidad, un abrazo fraternal en Cristo Señor.


Vaticano, 10 de mayo de 2015


FRANCISCO


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AL PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA
CON MOTIVO DE LA SOLEMNE CELEBRACIÓN DEL 750 ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DEL GRAN POETA DANTE ALIGHIERI


Al venerado hermano
Cardenal Gianfranco Ravasi
Presidente del Consejo pontificio para la cultura


Con ocasión de la solemne celebración del 750° aniversario del nacimiento del gran Poeta Dante Alighieri, que tiene lugar en el Senado de la República italiana, deseo dirigir a usted y a quienes participarán en la conmemoración dantesca mi cordial y amistoso saludo. En especial lo hago llegar al presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, al presidente del Senado, Pietro Grasso, a quien dirijo mi sentida felicitación por esta significativa iniciativa, al ministro Dario Franceschini; y lo hago extensivo a todas las autoridades, a los parlamentarios, a la Sociedad Dante Alighieri, a los estudiosos de Dante, a los artistas y a quienes con su presencia quieren honrar a una de las figuras más ilustres no sólo del pueblo italiano sino de toda la humanidad.


Con este mensaje quiero unirme también yo al coro de quienes consideran a Dante Alighieri un artista de altísimo valor universal, que tiene aún mucho que decir y dar, a través de sus obras inmortales, a quienes están deseosos por recorrer la senda del conocimiento, del auténtico descubrimiento de sí, del mundo, del sentido profundo y trascendente de la existencia.


Muchos de mis Predecesores quisieron solemnizar las celebraciones dantescas con documentos de gran importancia, donde la figura de Dante Alighieri se proponía precisamente por su actualidad y por su grandeza no sólo artística sino también teológica y cultural.


Benedicto XV dedicó al gran poeta, con ocasión del VI centenario de la muerte, la encíclica In praeclara summorum, con fecha del 30 de abril de 1921. Con la misma el Papa quería afirmar y poner de relieve «la íntima unión de Dante con la Cátedra de Pedro». Al admirar «la prodigiosa vastedad y agudeza de su ingenio», el Pontífice invitaba a «reconocer que el poderoso impulso de inspiración él lo tomó de la fe divina» y a considerar la importancia de una correcta y no reductiva lectura de la obra de Dante sobre todo en la formación escolástica y universitaria.


El beato Pablo VI, además, se interesó de manera especial por la figura y la obra de Dante, a quien dedicó, como conclusión del Concilio ecuménico Vaticano II, hace exactamente cincuenta años, la bellísima carta apostólica Altissimi cantus, donde indicaba, con gran sensibilidad y profundidad, las líneas fundamentales y siempre vivas de la obra dantesca. Pablo VI con fuerza e intensidad afirmaba que «Dante es nuestro. Nuestro, queremos decir, de la religión católica» (n. 9). En cuanto al fin de la obra dantesca, Pablo VI afirmaba con claridad: «El fin de la Comedia es primariamente práctico y transformador. No se propone sólo por ser poéticamente bella y moralmente buena, sino en alto grado de cambiar radicalmente al hombre y llevarlo del desorden a la sabiduría, del pecado a la santidad, de la miseria a la felicidad, de la contemplación aterradora del infierno a la beatificante del paraíso» (n. 17). Citaba, además, el significativo pasaje de la carta del poeta a Can Grande de la Scala: «La finalidad de todo y de la parte es sacar del estado de miseria a los vivientes en esta vida y conducirlos al estado de felicidad» (n. 17).


También san Juan Pablo II y Benedicto XVI se refirieron a menudo a las obras del gran poeta y lo citaron numerosas veces. Y en mi primera encíclica, Lumen fidei, elegí también yo recurrir a ese inmenso patrimonio de imágenes, símbolos y valores constituido por la obra dantesca. Para describir la luz de la fe, luz que se debe redescubrir y recuperar a fin de que ilumine toda la existencia humana, partí precisamente de las sugestivas palabras del poeta, que la representa como «chispa, / que se convierte en una llama cada vez más ardiente / y centellea, cual estrella en el cielo» (n. 4; cfr. Par. XXIV, 145-147).


En vísperas del Jubileo extraordinario de la misericordia, que iniciará el 8 de diciembre próximo, a los cincuenta años de la conclusión del Concilio Vaticano II, deseo vivamente que las celebraciones del 750° aniversario del nacimiento de Dante, como las de la preparación del VII centenario de su muerte en 2021, hagan que la figura de Alighieri y su obra sean nuevamente comprendidas y valoradas, también para acompañarnos en nuestro camino personal y comunitario. La Comedia se puede leer, en efecto, como un gran itinerario, es más, como una auténtica peregrinación, tanto personal e interior como comunitaria, eclesial, social e histórica. Ella representa el paradigma de todo auténtico viaje en el que la humanidad está llamada a abandonar lo que Dante define «la era que nos hace tan feroces» (Par. XXII, 151) para alcanzar una nueva condición, marcada por la armonía, la paz, la felicidad. Es este el horizonte de todo auténtico humanismo.


Dante es, por lo tanto, profeta de esperanza, anunciador de la posibilidad del rescate, de la liberación, del cambio profundo de cada hombre y mujer, de toda la humanidad. Él nos invita una vez más a volver a encontrar el sentido perdido y confuso de nuestro itinerario humano y saber mirar de nuevo el horizonte luminoso en el que brilla en plenitud la dignidad de la persona humana. Al honrar a Dante Alighieri, como ya nos invitaba Pablo VI, podemos enriquecernos con su experiencia para atravesar las numerosas selvas oscuras aún dispersas en nuestra tierra y realizar felizmente nuestra peregrinación en la historia, para alcanzar la meta soñada y deseada por todo hombre: «el amor que mueve el sol y las demás estrellas» (Par. XXXIII, 145).


Vaticano, 4 de mayo de 2015


FRANCISCO


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                          VIDEOMENSAJE CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DE 
                                                            EXPO MILÁN 2015

                                                       Viernes 1° de mayo de 2015




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Me complace la posibilidad de unir mi voz a las de quienes se han reunido para esta inauguración. Es la voz del obispo de Roma, que habla en nombre del pueblo de Dios peregrino en todo el mundo; es la voz de tantos pobres que forman parte de este pueblo y con dignidad buscan ganarse el pan con el sudor de la frente. Quisiera hacerme portavoz de todos estos hermanos y hermanas nuestros, cristianos y también no cristianos, que Dios ama como hijos y por quienes dio la vida y partió el pan que es la carne de su Hijo hecho hombre. Él nos enseñó a pedir a Dios Padre: «Danos hoy nuestro pan de cada día». La Expo es una ocasión propicia para globalizar la solidaridad. Busquemos no desperdiciarla sino valorarla plenamente.


En especial, nos reúne el tema: «Nutrir el planeta, energía para la vida». También de esto tenemos que dar gracias al Señor: por la elección de un tema tan importante, tan esencial... con tal que no quede sólo un «tema», siempre que sea acompañado por laconsciencia de los «rostros»: los rostros de millones de personas que hoy tienen hambre, que hoy no comerán de un modo digno de un ser humano. Quisiera que cada persona —a partir de hoy—, cada persona que pasará a visitar la Expo de Milán, al atravesar esos maravillosos pabellones, pueda percibir la presencia de esos rostros. Una presencia oculta, pero que en realidad debe ser la verdadera protagonista del evento: los rostros de los hombres y mujeres que tienen hambre, y que se enferman, e incluso mueren por una alimentación demasiado carente o nociva.


La «paradoja de la abundancia» —expresión que usó san Juan Pablo II al hablar precisamente a la FAO (Discurso a la IConferencia sobre la Nutrición, 1992)— persiste aún, a pesar de los esfuerzos realizados y algunos buenos resultados. También la Expo, en ciertos aspectos, forma parte de esta «paradoja de la abundancia», si obedece a la cultura del desperdicio, del descarte, y no contribuye a un modelo de desarrollo justo y sostenible. Por lo tanto, hagamos de tal modo que esta Expo sea ocasión de cambio de mentalidad, para dejar de pensar que nuestras acciones cotidianas —en cualquier grado de responsabilidad— no tienen un impacto en la vida de quien, cercano o lejano, sufre hambre. Pienso en muchos hombres y mujeres que padecen hambre, y especialmente en la multitud de niños que mueren de hambre en el mundo.


Y están otros rostros que tendrán un papel importante en la Exposición universal: los de tantos agentes e investigadores del sector alimentario. Que el Señor conceda a cada uno de ell0s sabiduría y valentía, porque es grande su responsabilidad. Mi deseo es que esta experiencia permita a los empresarios, a los comerciantes, a los estudiosos, sentirse implicados en un gran proyecto de solidaridad: nutrir el planeta respetando a todo hombre y mujer que lo habita y respetando el ambiente natural. Este es un gran desafío al que Dios llama a la humanidad del siglo veintiuno: dejar finalmente de abusar del jardín que Dios nos confió, para que todos puedan comer de los frutos de este jardín. Asumir este gran proyecto da plena dignidad al trabajo de quien produce y quien investiga en el campo alimentario.


Pero todo parte de ahí: de la percepción de los rostros. Y también no quiero olvidar los rostros de todos los trabajadores que se empeñaron por la Expo de Milán, especialmente de los más anónimos, los más escondidos, que también gracias a la Expo, han ganado el pan que llevan a casa. ¡Que a nadie se le prive de esta dignidad! Y que ningún pan sea fruto de un trabajo indigno del hombre.


Que el Señor nos ayude a acoger con responsabilidad esta gran ocasión. Él, que es Amor, nos dé la auténtica «energía para la vida»: el amor para compartir el pan, «nuestro pan de cada día», en paz y fraternidad. Y que no falte el pan y la dignidad del trabajo a ningún hombre y mujer.


Gracias.


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