sábado, 30 de mayo de 2015

FRANCISCO: Regina Coeli de Mayo (24, 17, 10 y 3)

REGINA COELI DEL PAPA FRANCISCO
MAYO 2015


SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Plaza de San Pedro
Domingo 24 de mayo de 2015




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


La fiesta de Pentecostés nos hace revivir los inicios de la Iglesia. El libro de los Hechos de los Apóstoles narra que, cincuenta días después de la Pascua, en la casa donde se encontraban los discípulos de Jesús, «de repente se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente... y se llenaron todos de Espíritu Santo» (2, 1-2). Esta efusión transformó completamente a los discípulos: el miedo es remplazado por la valentía, la cerrazón cede el lugar al anuncio y toda duda es expulsada por la fe llena de amor. Es el «bautismo» de la Iglesia, que así comenzaba su camino en la historia, guiada por la fuerza del Espíritu Santo.


Ese evento, que cambia el corazón y la vida de los Apóstoles y de los demás discípulos, repercute inmediatamente fuera del Cenáculo. En efecto, aquella puerta mantenida cerrada durante cincuenta días, finalmente se abre de par en par, y la primera comunidad cristiana no permanece más replegada sobre sí misma, sino que comienza a hablar a la muchedumbre de diversa procedencia de las grandes cosas que Dios ha hecho (cf. v. 11), es decir, de la Resurrección de Jesús, que había sido crucificado. Y cada uno de los presentes escucha hablar a los discípulos en su propia lengua. El don del Espíritu restablece la armonía de las lenguas que se había perdido en Babel y prefigura la dimensión universal de la misión de los Apóstoles. La Iglesia no nace aislada, nace universal, una, católica, con una identidad precisa, abierta a todos, no cerrada, una identidad que abraza al mundo entero, sin excluir a nadie. A nadie la madre Iglesia cierra la puerta en la cara, ¡a nadie! Ni siquiera al más pecador, ¡a nadie! Y esto por la fuerza, por la gracia del Espíritu Santo. La madre Iglesia abre, abre de par en par sus puertas a todos porque es madre.


El Espíritu Santo, infundido en Pentecostés en el corazón de los discípulos, es el inicio de una nueva época: la época del testimonio y la fraternidad. Es un tiempo que viene de lo alto, viene de Dios, como las llamas de fuego que se posaron sobre la cabeza de cada discípulo. Era la llama del amor que quema toda aspereza; era la lengua del Evangelio que traspasa los límites puestos por los hombres y toca los corazones de la muchedumbre, sin distinción de lengua, raza o nacionalidad. Como ese día de Pentecostés, el Espíritu Santo es derramado continuamente también hoy sobre la Iglesia y sobre cada uno de nosotros para que salgamos de nuestras mediocridades y de nuestras cerrazones y comuniquemos a todo el mundo el amor misericordioso del Señor. Comunicar el amor misericordioso del Señor: ¡esta es nuestra misión! También a nosotros se nos da como don la «lengua» del Evangelio y el «fuego» del Espíritu Santo, para que mientras anunciamos a Jesús resucitado, vivo y presente entre nosotros, enardezcamos nuestro corazón y también el corazón de los pueblos acercándolos a Él, camino, verdad y vida.


Nos encomendamos a la maternal intercesión de María santísima, que estaba presente como Madre en medio de los discípulos en el Cenáculo: es la madre de la Iglesia, la madre de Jesús convertida en madre de la Iglesia. Nos encomendamos a Ella a fin de que el Espíritu Santo descienda abundantemente sobre la Iglesia de nuestro tiempo, colme los corazones de todos los fieles y encienda en ellos el fuego de su amor.


Después del Regina Coeli:


Queridos hermanos y hermanas:


Estoy siguiendo con viva preocupación y dolor en el corazón los acontecimientos de los numerosos refugiados en el Golfo de Bengala y en el mar de Andamán. Expreso mi reconocimiento por los esfuerzos realizados por los países que han dado su disponibilidad para recibir a estas personas que están afrontando graves sufrimientos y peligros. Animo a la comunidad internacional a proveerles de asistencia humanitaria.


Hace cien años, un día como hoy, Italia entró en la Gran guerra, esa «masacre inútil»: recemos por las víctimas, pidiendo al Espíritu Santo el don de la paz.


Ayer, en El Salvador y en Kenia, fueron proclamados beatos un obispo y una religiosa. El primero es monseñor Oscar Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado por odio a la fe mientras estaba celebrando la Eucaristía. Este diligente pastor, siguiendo el ejemplo de Jesús, eligió estar en medio de su pueblo, especialmente de los pobres y los oprimidos, incluso a costa de su vida. La religiosa es la hermana Irene Stefani, italiana, de las Misioneras de la Consolata, que sirvió a la población keniana con alegría, misericordia y tierna compasión. Que el ejemplo heroico de estos beatos suscite en cada uno de nosotros el vivo deseo de testimoniar el Evangelio con valentía y abnegación.


Os saludo a todos vosotros, queridos romanos y peregrinos: a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones.


Hoy, en la fiesta de María Auxiliadora, saludo a la comunidad salesiana: que el Señor les de la fuerza para continuar el espíritu de san Juan Bosco.


Y a todos vosotros os deseo un feliz domingo de Pentecostés. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo 17 de mayo de 2015




Al término de esta celebración, deseo saludaros a todos vosotros que habéis venido a rendir homenaje a las nuevas santas, de manera especial a las delegaciones oficiales de Palestina, Francia, Italia, Israel y Jordania. Saludo con afecto a los cardenales, obispos y sacerdotes, así como a las hijas espirituales de las cuatro santas. Que el Señor conceda por su intercesión un nuevo impulso misionero a los respectivos países de origen. Que al inspirarse en su ejemplo de misericordia, caridad y reconciliación, los cristianos de estas tierras miren al futuro con esperanza, continuando por el camino de la solidaridad y la convivencia fraterna.


Hago extensivo mi saludo a las familias, grupos parroquiales, asociaciones y escuelas presentes, en especial a los confirmandos de la archidiócesis de Génova. Dirijo un recuerdo especial a los fieles de la República Checa, reunidos en el santuario de Svaty Kopećek, en la inmediaciones de Olomouc, que hoy conmemoran los veinte años de la visita de san Juan Pablo II.


Ayer, en Venecia fue proclamado beato el sacerdote Luis Caburlotto, párroco, educador y fundador de las Hijas de San José. Damos gracias a Dios por este Pastor ejemplar, que condujo una intensa vida espiritual y apostólica, dedicada por completo al bien de las almas.


Quisiera también invitar a rezar por el querido pueblo de Burundi, que está viviendo un momento delicado: que el Señor ayude a todos a huir de la violencia y obrar responsablemente por el bien del país.


Nos dirigimos ahora con amor filial a la Virgen María, Madre de la Iglesia, Reina de los santos y modelo de todos los cristianos.


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Plaza de San Pedro
Domingo 10 de mayo de 2015




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de hoy —san Juan, capítulo 15— nos vuelve a llevar al Cenáculo, donde escuchamos el mandamiento nuevo de Jesús. Dice así: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado» (v. 12). Y, pensando en el sacrificio de la cruz ya inminente, añade: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (vv. 13-14). Estas palabras, pronunciadas durante la última Cena, resumen todo el mensaje de Jesús; es más, resumen todo lo que Él hizo: Jesús dio la vida por sus amigos. Amigos que no lo habían comprendido, que en el momento crucial lo abandonaron, traicionaron y renegaron. Esto nos dice que Él nos ama aun sin ser merecedores de su amor: ¡así nos ama Jesús!


De este modo, Jesús nos muestra el camino para seguirlo, el camino del amor. Su mandamiento no es un simple precepto, que permanece siempre como algo abstracto o exterior a la vida. El mandamiento de Cristo es nuevo, porque Él, en primer lugar, lo realizó, le dio carne, y así la ley del amor se escribe una vez para siempre en el corazón del hombre (cf. Jer 31, 33). Y ¿cómo está escrita? Está escrita con el fuego del Espíritu Santo. Y con este mismo Espíritu, que Jesús nos da, podemos caminar también nosotros por este camino.


Es un camino concreto, un camino que nos conduce a salir de nosotros mismos para ir hacia los demás. Jesús nos mostró que el amor de Dios se realiza en el amor al prójimo. Ambos van juntos. Las páginas del Evangelio están llenas de este amor: adultos y niños, cultos e ignorantes, ricos y pobres, justos y pecadores han tenido acogida en el corazón de Cristo.


Por lo tanto, esta Palabra del Señor nos llama a amarnos unos a otros, incluso si no siempre nos entendemos y no siempre estamos de acuerdo… pero es precisamente allí donde se ve el amor cristiano. Un amor que también se manifiesta si existen diferencias de opinión o de carácter, ¡pero el amor es más grande que estas diferencias! Este es el amor que nos ha enseñado Jesús. Es un amor nuevo porque lo renueva Jesús y su Espíritu. Es un amor redimido, liberado del egoísmo. Un amor que da alegría a nuestro corazón, como dice Jesús mismo: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (v. 11).


Es precisamente el amor de Cristo, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones, el que realiza cada día prodigios en la Iglesia y en el mundo. Son muchos los pequeños y grandes gestos que obedecen al mandamiento del Señor: «Que os améis unos a otros, como yo os he amado» (cf. Jn15, 12). Gestos pequeños, de todos los días, gestos de cercanía a un anciano, a un niño, a un enfermo, a una persona sola y con dificultades, sin casa, sin trabajo, inmigrante, refugiada… Gracias a la fuerza de esta Palabra de Cristo, cada uno de nosotros puede hacerse prójimo del hermano y la hermana que encuentra. Gestos de cercanía, de proximidad. En estos gestos se manifiesta el amor que Cristo nos enseñó.


Que en esto nos ayude nuestra Madre Santísima, para que en la vida cotidiana de cada uno de nosotros el amor de Dios y el amor del prójimo estén siempre unidos.


Después del Regina Coeli:


Queridos hermanos y hermanas:


Os saludo a todos vosotros, familias, grupos parroquiales, asociaciones y peregrinos provenientes de Italia y de muchas partes del mundo, en particular de Madrid, de Puerto Rico y Croacia.


Saludo a la delegación de mujeres de la «Komen Italia», una asociación para la lucha contra el cáncer de mama; y a cuantos han participado en la iniciativa que tuvo lugar esta mañana en Roma: es importante trabajar juntos para defender y promover la vida.


Y, hablando de vida, hoy en muchos países se celebra el día de la madre: recordamos con gratitud y afecto a todas las mamás. Ahora me dirijo a las mamás que están aquí en la plaza: ¿están? ¿Sí? ¿Hay mamás? ¡Un aplauso para ellas, para las mamás que están en la plaza! Y que este aplauso abrace a todas las mamás, a todas nuestras queridas mamás: las que viven con nosotros físicamente, y también las que viven con nosotros 
espiritualmente. Que el Señor las bendiga a todas, y que la Virgen, a quien se dedica este mes, las custodie.


Os deseo a todos un feliz domingo —un poco caluroso. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo 3 de mayo de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús durante la última Cena, en el momento en el que sabe que la muerte está ya cercana. Ha llegado su «hora». Por última vez Él está con sus discípulos, y entonces quiere imprimir bien en sus mentes una verdad fundamental: también cuando Él ya no estará físicamente en medio a ellos, podrán permanecer aún unidos a Él de un modo nuevo, y así dar mucho fruto. Todos podemos estar unidos a Jesús de un modo nuevo. Si por el contrario uno perdiese esta comunión con Él, esta comunión con Él se volvería estéril, es más, dañina para la comunidad. Y para expresar esta realidad, este nuevo modo de estar unidos a Él, Jesús usa la imagen de la vid y los sarmientos, y dice así: «Así como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» (Jn15, 4-5). Con esta figura nos enseña cómo quedarnos en Él, estar unidos a Él, aunque no esté físicamente presente.


Jesús es la vid y a través de Él —como la savia en el árbol— pasa a los sarmientos el amor mismo de Dios, el Espíritu Santo. Es así: nosotros somos los sarmientos, y a través de esta parábola, Jesús quiere hacernos entender la importancia de permanecer unidos a Él. Los sarmientos no son autosuficientes, sino que dependen totalmente de la vid, en donde se encuentra la fuente de su vida. Así es para nosotros cristianos. Insertados con el Bautismo en Cristo, hemos recibido gratuitamente de Él el don de la vida nueva; y podemos permanecer en comunión vital con Cristo. Es necesario mantenerse fieles al Bautismo, y crecer en la amistad con el Señor mediante la oración, la oración de todos los días, la escucha y la docilidad a su Palabra —leer el Evangelio—, la participación en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía y Reconciliación.


Si uno está íntimamente unido a Jesús, goza de los dones del Espíritu Santo, que —como nos dice san Pablo— son «amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gal 5, 22). Estos son los dones que recibimos si permanecemos unidos a Jesús; y como consecuencia, una persona que está así unida a Él hace mucho bien al prójimo y a la sociedad, es una persona cristiana. De estas actitudes, de hecho, se reconoce si uno es un auténtico cristiano, como por los frutos se reconoce al árbol. Los frutos de esta unión profunda con Jesús son maravillosos: toda nuestra persona es transformada por la gracia del Espíritu: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y también el cuerpo, porque somos unidad de espíritu y cuerpo. Recibimos un nuevo modo de ser, la vida de Cristo se convierte también en la nuestra: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. Como consecuencia, podemos amar a nuestros hermanos, comenzando por los más pobres y los que sufren, como hizo Él, y amarlos con su corazón y llevar así al mundo frutos de bondad, de caridad y de paz.


Cada uno de nosotros es un sarmiento de la única vid; y todos juntos estamos llamados a llevar los frutos de esta pertenencia común a Cristo y a la Iglesia. Encomendémonos a la intercesión de la Virgen María, para que podamos ser sarmientos vivos en la Iglesia y testimoniar de manera coherente nuestra fe —coherencia de vida y pensamiento, de vida y fe—, conscientes de que todos, de acuerdo a nuestra vocación particular, participamos de la única misión salvífica de Cristo.


Después del Regina Coeli:


Queridos hermanos y hermanas:


Provenientes de Italia y de muchas partes del mundo, ¡a todos y cada uno os dirijo un cordial saludo!


Ayer en Turín fue proclamado beato Luigi Bordino, laico consagrado de la congregación de los Hermanos de San José Benito Cottolengo. Él dedicó su vida a las personas enfermas y a los que sufren, y se entregó sin descanso a favor de los más pobres, medicando y lavando sus llagas. Demos gracias al Señor por este humilde y generoso discípulo.
Un saludo especial dirijo hoy a la Asociación Méter, en la Jornada de los niños víctimas de la violencia. Os agradezco el empeño con el que buscáis prevenir estos crímenes. Todos debemos comprometernos para que toda persona, y especialmente los niños, sea siempre defendida y protegida.


Saludo con efecto a todos los peregrinos hoy presentes, ¡de verdad sois muchos como para nombrar a cada grupo! Pero al menos espero que el coro San Bagio cante un poco. Saludo a los llegados de Ámsterdam, Zagreb, Litija (en Eslovenia), Madrid y Lugo, también en España. Acojo con alegría a los muchos italianos: parroquias, asociaciones y escuelas. Un recuerdo particular para los chicos y chicas que han recibido la Confirmación.
A todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!


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