jueves, 22 de noviembre de 2012

BENEDICTO XVI: Discurso (Nov. 12); Ángelus (Nov. 11) y Motu Proprio (Nov. 10)

VISITA A LA CASA-FAMILIA "VIVA LOS ANCIANOS"
DE LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Roma, lunes 12 de Noviembre de 2012

Queridos hermanos y queridas hermanas:

Estoy verdaderamente contento de encontrarme con vosotros en esta casa-familia de la Comunidad de San Egidio dedicada a los ancianos. Doy las gracias a vuestro presidente, el profesor Marco Impagliazzo, por las calurosas palabras que me ha dirigido. Con él, saludo al profesor Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad. Agradezco por su presencia al obispo auxiliar del centro histórico, monseñor Matteo Zuppi, al presidente del Consejo pontificio para la familia, monseñor Vincenzo Paglia, y a todos los amigos de la Comunidad de San Egidio.
Vengo entre vosotros como obispo de Roma, pero también como anciano de visita a sus coetáneos. Sobra decir que conozco bien las dificultades, los problemas y las limitaciones de esta edad, y sé que estas dificultades, para muchos, se han agravado con la crisis económica. A veces, a una cierta edad, sucede que se mira al pasado, añorando cuando se era joven, se tenían energías lozanas, se hacían planes de futuro. Así que la mirada, a veces, se vela de tristeza, considerando esta fase de la vida como el tiempo del ocaso. Esta mañana, dirigiéndome idealmente a todos los ancianos, consciente de las dificultades que nuestra edad comporta, desearía deciros con profunda convicción: ¡es bello ser anciano! En cada edad es necesario saber descubrir la presencia y la bendición del Señor y las riquezas que aquella contiene. ¡Jamás hay que dejarse atrapar por la tristeza! Hemos recibido el don de una vida larga. Vivir es bello también a nuestra edad, a pesar de algún «achaque» y limitación. Que en nuestro rostro esté siempre la alegría de sentirnos amados por Dios, y no la tristeza.
En la Biblia se considera la longevidad una bendición de Dios; hoy esta bendición se ha difundido y debe verse como un don que hay que apreciar y valorar. Sin embargo a menudo la sociedad, dominada por la lógica de la eficiencia y del beneficio, no lo acoge como tal; es más, frecuentemente lo rechaza, considerando a los ancianos como no productivos, inútiles. Muchas veces se percibe el sufrimiento de quien está marginado, vive lejos de su propia casa o se halla en soledad. Pienso que se debería actuar con mayor empeño, empezando por las familias y las instituciones públicas, para que los ancianos puedan quedarse en sus propias casas. La sabiduría de vida de la que somos portadores es una gran riqueza. La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que se les reserva en la vida en común. Quien da espacio a los ancianos hace espacio a la vida. Quien acoge a los ancianos acoge la vida.
La Comunidad de San Egidio, desde sus comienzos, ha sostenido el camino de muchos ancianos, ayudándoles a permanecer en sus ambientes de vida, abriendo varias casas-familia en Roma y en el mundo. Mediante la solidaridad entre jóvenes y ancianos, ha ayudado a que se comprenda que la Iglesia es efectivamente familia de todas las generaciones, donde cada uno debe sentirse «en casa» y donde no reina la lógica del beneficio y el tener, sino la de la gratuidad y el amor. Cuando la vida se vuelve frágil, en los años de la vejez, jamás pierde su valor y dignidad: cada uno de nosotros, en cualquier etapa de la existencia, es querido, amado por Dios, cada uno es importante y necesario (cf. Homilía en el inicio del Ministerio petrino, 24 de abril de 2005).
La visita de hoy se sitúa en el Año europeo del envejecimiento activo y de la solidaridad entre las generaciones. Y precisamente en este contexto deseo recalcar que los ancianos son un valor para la sociedad, sobre todo para los jóvenes. No puede existir verdadero crecimiento humano y educación sin un contacto fecundo con los ancianos, porque su existencia misma es como un libro abierto en el que las jóvenes generaciones pueden encontrar preciosas indicaciones para el camino de la vida.
Queridos amigos, a nuestra edad experimentamos con frecuencia la necesidad de ayuda de los demás; y esto también ocurre con el Papa. En el Evangelio leemos que Jesús dijo al apóstol Pedro: «Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21, 18). El Señor se refería al modo en que el Apóstol daría testimonio de su fe hasta el martirio; pero con esta frase nos hace reflexionar sobre el hecho de que la necesidad de ayuda es una condición del anciano. Desearía invitaros a ver también en esto un don del Señor, pues es una gracia ser sostenidos y acompañados, sentir el afecto de los demás. Esto es importante en cada fase de la vida: nadie puede vivir solo y sin ayuda; el ser humano es relacional. Y en esta casa veo, con agrado, que cuantos ayudan y cuantos son ayudados forman una única familia, que tiene como linfa vital el amor.
Queridos hermanos y hermanas ancianos, a veces los días parecen largos y vacíos, con dificultades, pocos compromisos y encuentros; no os desaniméis nunca: sois una riqueza para la sociedad, también en el sufrimiento y la enfermedad. Y esta fase de la vida es un don igualmente para profundizar en la relación con Dios. El ejemplo del beato Papa Juan Pablo IIfue y sigue siendo iluminador para todos. No olvidéis que entre los recursos preciosos que tenéis está el recurso esencial de la oración: haceos intercesores ante Dios, rogando con fe y constancia. Orad por la Iglesia, también por mí, por las necesidades del mundo, por los pobres, para que en el mundo no haya más violencia. La oración de los ancianos puede proteger al mundo, ayudándole tal vez de manera más incisiva que la solicitud de muchos. Quisiera encomendar hoy a vuestra oración el bien de la Iglesia y la paz en el mundo. El Papa os quiere y cuenta con todos vosotros. Sentíos amados por Dios y llevad a esta sociedad nuestra, frecuentemente tan individualista y eficientista, un rayo del amor de Dios. Y Dios estará siempre con vosotros y con cuantos os sostienen con su afecto y ayuda.
Os confío a todos a la materna intercesión de la Virgen María, que acompaña siempre nuestro camino con su amor maternal, y con gusto imparto a cada uno mi bendición. Gracias a todos.

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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo 11 de Noviembre de 2012


Queridos hermanos y hermanas:

La Liturgia de la Palabra de este domingo nos ofrece como modelos de fe las figuras de dos viudas. Nos las presenta en paralelo: una en el Primer Libro de los Reyes (17, 10-16), la otra en el Evangelio de San Marcos (12, 41-44). Ambas mujeres son muy pobres, y precisamente en tal condición demuestran una gran fe en Dios. La primera aparece en el ciclo de los relatos sobre el profeta Elías, quien, durante un tiempo de carestía, recibe del Señor la orden de ir a la zona de Sidón, por lo tanto fuera de Israel, en territorio pagano. Allí encuentra a esta viuda y le pide agua para beber y un poco de pan. La mujer objeta que sólo le queda un puñado de harina y unas gotas de aceite, pero, puesto que el profeta insiste y le promete que, si le escucha, no faltarán harina y aceite, accede y se ve recompensada. A la segunda viuda, la del Evangelio, la distingue Jesús en el templo de Jerusalén, precisamente junto al tesoro, donde la gente depositaba las ofrendas. Jesús ve que esta mujer pone dos moneditas en el tesoro; entonces llama a los discípulos y explica que su óbolo es más grande que el de los ricos, porque, mientras que estos dan de lo que les sobra, la viuda dio «todo lo que tenía para vivir» (Mc 12, 44).
De estos dos episodios bíblicos, sabiamente situados en paralelo, se puede sacar una preciosa enseñanza sobre la fe, que se presenta como la actitud interior de quien construye la propia vida en Dios, sobre su Palabra, y confía totalmente en Él. La condición de viuda, en la antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas que Dios cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue siendo su Esposo, su Padre. Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de necesidad, en este caso el hecho de ser viuda, no es suficiente: Dios pide siempre nuestra libre adhesión de fe, que se expresa en el amor a Él y al prójimo. Nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Y, en efecto, nuestras viudas de hoy demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el profeta y la otra dando una limosna. De este modo demuestran la unidad inseparable entre fe y caridad, así como entre el amor a Dios y el amor al prójimo —como nos recordaba el Evangelio el domingo pasado—. El Papa san León Magno, cuya memoria celebramos ayer, afirma: «Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto» (Sermo de jejunio dec. mens., 90, 3).
La Virgen María es ejemplo perfecto de quien se entrega totalmente confiando en Dios. Con esta fe ella dijo su «Heme aquí» al Ángel y acogió la voluntad del Señor. Que María nos ayude también a cada uno de nosotros, en este Año de la fe, a reforzar la confianza en Dios y en su Palabra.


Después del Ángelus

Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en particular a los peregrinos de la Parroquia San José Obrero, de San Boi de Llobregat, y de la Asociación de Padres del Colegio El Prado, de Madrid. En la liturgia de este domingo, el gesto de dos viudas, la del Evangelio, al igual que la del Antiguo Testamento, nos lleva a reconocer el valor fundamental que tiene la entrega completa de la propia vida al Señor y al prójimo. Estas dos mujeres lo dan todo, se dan a sí mismas, y se ponen en las manos de Dios por el bien de los demás. Que estos elocuentes ejemplos de desprendimiento y confianza sin límites en la Providencia divina iluminen cada día nuestro seguimiento de Cristo. Muchas gracias.

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CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE MOTU PROPRIO
LATINA LINGUA
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI
CON LA QUE SE INSTITUYE
LA PONTIFICIA ACADEMIA DE LATINIDAD

1. La lengua latina siempre se ha tenido en altísima consideración por parte de la Iglesia católica y los Romanos Pontífices, quienes han promovido asiduamente su conocimiento y difusión, habiendo hecho de ella la propia lengua, capaz de transmitir universalmente el mensaje del Evangelio, como ya afirmaba autorizadamente la Constitución apostólica Veterum sapientia de mi predecesor, el beato Juan XXIII.
En realidad, desde Pentecostés la Iglesia ha hablado y orado en todas las lenguas de los hombres. Sin embargo, las comunidades cristianas de los primeros siglos utilizaron ampliamente el griego y el latín, lenguas de comunicación universal del mundo en el que vivían, gracias a las cuales la novedad de la Palabra de Cristo encontraba la herencia de la cultura helenístico-romana.
Tras las desaparición del Imperio romano de Occidente, la Iglesia de Roma no sólo continuó valiéndose de la lengua latina, sino que se hizo de ella en cierto modo custodia y promotora, tanto en ámbito teológico y litúrgico como en el de la formación y la transmisión del saber.
2. Asimismo en nuestros días el conocimiento de la lengua y la cultura latina resulta cuanto más necesaria para el estudio de las fuentes a las que acuden, entre otras, numerosas disciplinas eclesiásticas como, por ejemplo, la teología, la liturgia, la patrística y el derecho canónico, como enseña el concilio ecuménico Vaticano II (cfr. decr. Optatam totius, 13).
Además, en tal lengua están redactados, en su forma típica, precisamente para evidenciar la índole universal de la Iglesia, los libros litúrgicos del Rito romano, los documentos más importantes del Magisterio pontificio y las Actas oficiales más solemnes de los Romanos Pontífices.
3. En la cultura contemporánea se percibe sin embargo, en el contexto de un decaimiento generalizado de los estudios humanísticos, el peligro de un conocimiento cada vez más superficial de la lengua latina, verificable también en el ámbito de los estudios filosóficos y teológicos de los futuros sacerdotes. Por otro lado, precisamente en nuestro mundo, en el que tienen tanta parte la ciencia y la tecnología, se constata un renovado interés por la cultura y la lengua latina, no sólo en los continentes cuyas raíces culturales se hallan en la herencia greco-romana. Tal atención se ve aún más significativa dado que no involucra sólo los ambientes académicos e institucionales, sino que se refiere también a los jóvenes y estudiosos procedentes de naciones y tradiciones muy diversas.
4. Por ello se muestra urgente sustituir el empeño por un mayor conocimiento y un uso más competente de la lengua latina, tanto en el ámbito eclesial como en el más amplio mundo de la cultura. Para dar relevancia y resonancia a tal esfuerzo, es oportuna la adopción de métodos didácticos adecuados a las nuevas condiciones y la promoción de una red de relaciones entre instituciones académicas y entre estudios a fin de valorar el rico y multiforme patrimonio de la civilización latina.
Para contribuir a la consecución de estos objetivos, siguiendo las huellas de mis venerados predecesores, con el presente Motu Proprio instituyo hoy la Pontificia Academia de Latinidad, dependiente del Consejo pontificio para la cultura. La guiará un presidente, ayudado por un secretario, por mí nombrados, y por un consejo académico.
La Fundación Latinitas, constituida por el Papa Pablo VI con el Quirógrafo Romani Sermonis, del 30 de junio de 1976, queda extinguida.
La presente Carta Apostólica en forma de Motu Proprio, con la que apruebo ad experimentum, por un quinquenio, el Estatuto anexo, ordeno que se publique en L'Osservatore Romano.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 10 de Noviembre de 2012, memoria de San León Magno, año octavo de Pontificado.
BENEDICTUS PP. XVI



Estatutos de la Pontificia Academia de Latinidad

Artículo 1
Se instituye la Pontificia Academia de Latinidad, con sede en el Estado de la Ciudad del Vaticano, para la promoción y valoración de la lengua y la cultura latina. La Academia está vinculada al Consejo pontificio para la cultura, del cual depende.
Artículo 2
§ 1. Objetivos de la Academia son:
a) favorecer el conocimiento y el estudio de la lengua y la literatura latina, tanto clásica como patrística, medieval y humanística, en particular en las instituciones formativas católicas, en las que tanto los seminaristas como los sacerdotes son formados e instruidos;
b) promover en los diversos ámbitos el uso del latín, ya sea como lengua escrita o hablada.
§ 2. Para alcanzar dichos fines la Academia se propone:
a) ocuparse de publicaciones, encuentros, congresos de estudio y representaciones artísticas;
b) dar vida y sostener cursos, seminarios y otras iniciativas formativas también en conexión con el Pontificio Instituto Superior de Latinidad;
c) educar a las jóvenes generaciones en el conocimiento del latín, también mediante los modernos medios de comunicación;
d) organizar actividades expositivas, muestras y concursos;
e) desarrollar otras actividades e iniciativas necesarias para la consecución de los fines institucionales.
Artículo 3
La Pontificia Academia de Latinidad se compone del presidente, del secretario, del consejo académico y de los miembros, llamados también académicos.
Artículo 4
§ 1. El presidente de la Academia es nombrado por el Sumo Pontífice, por un quinquenio. El presidente puede ser renovado por un segundo quinquenio.
§ 2. Corresponde al presidente:
a) representar legalmente a la Academia, también ante cualquier autoridad judicial y administrativa, tanto canónica como civil;
b) convocar y presidir el consejo académico y la asamblea de los miembros;
c) participar, en cualidad de miembro, en las reuniones del Consejo de coordinación de las academias pontificias y mantener las relaciones con el Consejo pontificio para la cultura;
d) supervisar la actividad de la Academia;
e) proveer en materia de administración ordinaria, con la colaboración del secretario, y en materia de administración extraordinaria, en acuerdo con el consejo académico y con el Consejo pontificio para la cultura.
Artículo 5
§ 1. El secretario es nombrado por el Sumo Pontífice, por un quinquenio. Puede ser renovado por un segundo quinquenio.
§ 2. El presidente, en caso de ausencia o impedimento, delega en el secretario su sustitución.
Artículo 6
§ 1. El consejo académico está compuesto por el presidente, el secretario y cinco consejeros. Los consejeros son elegidos por la asamblea de los académicos por un quinquenio, y pueden ser renovados.
§ 2. El consejo académico, que está presidido por el presidente de la Academia, delibera sobre las cuestiones de mayor importancia que se refieren a la Academia. Aprueba el orden del día en vista de la asamblea de los miembros, que debe celebrarse al menos una vez al año. El consejo es convocado por el presidente al menos una vez al año y, además, cada vez que lo requieran al menos tres consejeros.
Artículo 7
El presidente, con el parecer favorable del consejo, puede nombrar un archivero, con funciones de bibliotecario, y un tesorero.
Artículo 8
§ 1. La Academia consta de miembros ordinarios, en número no superior a cincuenta, llamados académicos, estudiosos y cultores de la lengua y literatura latina. Son nombrados por el secretario de Estado. Llegado el octogésimo año de edad, los miembros ordinarios devienen eméritos.
§ 2. Los académicos ordinarios participan en la asamblea de la Academia convocada por el presidente. Los académicos eméritos pueden participar en la asamblea, sin derecho a voto.
§ 3. Además de los académicos ordinarios, el presidente de la Academia, oído el Consejo, puede nombrar otros miembros, llamados correspondientes.
Artículo 9
El patrimonio de la extinta Fundación Latinitas y sus actividades, incluida la redacción y publicación de la Revista Latinitas, se transfieren a la Pontificia Academia de Latinidad.
Artículo 10
En lo no previsto expresamente, se hace referencia a las normas del vigente Código de derecho canónico y a las leyes del Estado de la Ciudad del Vaticano.

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