lunes, 12 de agosto de 2013

El Papa Francisco en el barrio industrial de la Ciudad del Vaticano

El Papa Francisco en el barrio industrial de la Ciudad del Vaticano

El visitante inesperado




















La visita que nadie imaginaba, en una mañana cualquiera de agosto, cuando la ciudad parece vaciarse y está comenzando el trabajo cotidiano: en la carpintería, en una central térmica, en un taller de hidráulica, en un depósito o en un periódico, sin diferencias. El Papa se presenta de improviso y desea con sencillez los buenos días. Luego comienza a preguntar por el trabajo entre cuantos lo realizan, cómo se hace. Al final estrecha la mano a cada uno, entre personas incrédulas felizmente sorprendidas, y se despide con un sonriente «¡Buen trabajo!».



Esto sucedió el viernes 9 de agosto, por la mañana, a quienes estaban trabajando en el minúsculo barrio industrial de la Ciudad del Vaticano, donde está también, desde 1929, la sede de L'Osservatore Romano: poco después de las 9 se vio llegar al Papa Francisco en un coche pequeño con matrícula italiana, acompañado por monseñor Fabián Pedacchio Leainiz.



El Pontífice entró primero en la carpintería, se entretuvo entorno a los bancos de trabajo con los empleados que le miraban con los ojos muy abiertos. Luego se dirigió al cercano taller de los herreros y a la central térmica, donde escuchó con interés las explicaciones de un obrero del turno matutino, estrechó la mano a los otros tres que aparecieron, maravillados, detrás de las grandes turbinas de la central; y salió de nuevo para ir unos pasos más allá, al taller de hidráulica.



Inmediatamente rodeado por los obreros, el Papa Francisco estrechó la mano a todos, respondiendo a alguna palabra de agradecimiento y dirigiéndose a todos con su amplia sonrisa. También a periodistas y a empleados de L'Osservatore Romano, que se asomaron asombrados a la ventana para aplaudirle, mientras el Pontífice correspondía saludando con la mano.



Luego volvió a subir al coche de su ayudante de cámara, Sandro Mariotti, y regresó a Santa Marta. En total, poco menos de veinte minutos. Un tiempo breve pero suficiente para conocer personalmente un rincón poco visible e importante del mundo vaticano, cuyas estructuras se remontan a los primeros años del pontificado de Pío XII. Una hermosa sorpresa para todos. Y es verosímil que no será la última.


FUENTE: L'OSSERVATORE ROMANO