viernes, 16 de agosto de 2013

FRANCISCO: Mensajes (Julio 19 y Junio 21), Ángelus (Junio 30 y 29) y Discurso (Junio 28)

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL CARDENAL VICARIO AGOSTINO VALLINI,
POR EL 70º ANIVERSARIO DEL BOMBARDEO DE ROMA
 


[San Lorenzo, 19 de Julio de 1943]






Al señor Cardenal Agostino Vallini
Vicario General para la diócesis de Roma


Estoy espiritualmente unido a usted, a la comunidad de los frailes capuchinos y a cuantos están reunidos en la basílica de San Lorenzo Extra muros para hacer memoria del violento bombardeo del 19 de julio de 1943, que infligió daños gravísimos al lugar sacro y a todo el barrio, así como a otras áreas de la Ciudad, sembrando muerte y destrucción. A la distancia de setenta años, la conmemoración de aquel evento particularmente dramático quiere ser ocasión de oración por cuantos desaparecieron y de renovada meditación en torno al tremendo flagelo de la guerra, así como expresión de gratitud hacia quien fue padre solícito y providente.


Me refiero al venerable Pío XII, quien, en aquellas horas terribles, se hizo cercano a sus conciudadanos tan duramente golpeados. El Papa Pacellli no dudó en correr, inmediatamente y sin escolta, entre las ruinas aún humeantes del barrio de San Lorenzo, a fin de socorrer y consolar a la población consternada. También en aquella ocasión se mostró Pastor con premura, que está en medio de su propio rebaño, especialmente en la hora de la prueba, pronto a compartir los sufrimientos de su gente. Con él, desearía recordar a todos cuantos, en un momento tan dramático, colaboraron al ofrecer ayuda moral y material, al aliviar las heridas del cuerpo y del alma y al prestar asistencia a los privados de casa. Entre otros, deseo hacer mención de monseñor Giovanni Battista Montini, futuro Pablo VI, entonces sustituto de la Secretaría de Estado, quien acompañó a Pío XII en la visita al barrio apenas devastado por las bombas.


El gesto del Papa Pacelli es el signo de la obra incesante de la Santa Sede y de la Iglesia en sus diversas articulaciones, parroquias, institutos religiosos, residencias, para dar alivio a la población. Muchos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas en Roma y en toda Italia fueron como el Buen Samaritano de la parábola evangélica, inclinado hacia el hermano en el dolor, para ayudarle y darle consuelo y esperanza. Fue aquella una carrera de caridad que se extendía a cada ser humano en peligro y necesitado de acogida y apoyo.


Que la memoria del bombardeo de aquella jornada dramática haga que resuene una vez más en cada uno las palabras del Papa Pío XII: «Nada se pierde con la paz, todo se puede perder con la guerra» (Radiomensaje, 24 de agosto de 1939). La paz es un don de Dios, que debe hallar también hoy corazones disponibles a acogerlo y a actuar para ser constructores de reconciliación y de paz.


Encomiendo a todos los habitantes del barrio de San Lorenzo, especialmente a los ancianos, los enfermos, las personas solas y en dificultades, a la materna intercesión de María Salus Populi Romani. Que Ella, la Virgen de la ternura y de la consolación, refuerce la fe, la esperanza y la caridad para irradiar en el mundo el amor y la misericordia de Dios.


Con estos sentimientos aseguro mi oración y de corazón imparto la bendición apostólica.


Vaticano, 19 de Julio de 2013


FRANCISCO


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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DE LA SEXTA JORNADA DE LOS JÓVENES 
DE LITUANIA CELEBRADA EN KAUNAS
[28-30 DE JUNIO DE 2013]
 


"Os he llamado amigos" (Jn 15,15)




Queridos jóvenes lituanos:



Me complace en verdad hacerme presente espiritualmente entre vosotros y dirigiros mi afectuoso saludo con ocasión de la «Sexta Jornada de los jóvenes», que os ve reunidos tan numerosos en Kaunas. Dirijo un pensamiento particular a quienes entre vosotros están recorriendo el camino de la entrega plena a Dios en el sacerdocio y en la vida consagrada, como también a todos aquellos que están comprometidos en el servicio a los últimos a través de las múltiples formas de voluntariado. Saludo y agradezco a vuestros pastores, quienes han programado estas jornadas especiales de oración y reflexión, centradas en el tema «Os he llamado amigos» (Jn 15, 15). Precisamente partiendo de esta palabra del Señor, quisiera ofreceros algunas breves reflexiones para vuestro crecimiento espiritual y vuestra misión en el seno de la Iglesia y en el mundo. Jesús quiere ser vuestro amigo, vuestro hermano, maestro de verdad y de vida que os revela el camino a recorrer para llegar a la felicidad, a la realización de vosotros mismos según el plan de Dios para cada uno de vosotros. Y esta amistad que os ofrece Jesús, que nos trae la misericordia, el amor de Dios, es «gratuidad», puro don. Él no os pide nada a cambio, os pide sólo acogerla. Jesús quiere amaros por lo que sois, también en vuestra fragilidad y debilidad, para que, tocados por su amor, podáis ser renovados.



El encuentro con el amor de Dios en la amistad de Cristo es posible sobre todo en los sacramentos, en particular la Eucaristía y la Reconciliación. En la santa misa nosotros celebramos el memorial del sacrificio del Señor, su entrega total por nuestra salvación: también hoy Él dona realmente su cuerpo por nosotros y derrama su sangre para redimir los pecados de la humanidad y hacernos entrar en comunión con Él. En la Penitencia, Jesús nos acoge con todas nuestras limitaciones, nos trae la misericordia del Padre que nos perdona, y transforma nuestro corazón, convirtiéndolo en un corazón nuevo, capaz de amar como Él, que amó a los suyos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1). Y este amor se manifiesta en su misericordia. Jesús siempre nos perdona.



Otro camino privilegiado para crecer en la amistad con Cristo es la escucha de su Palabra. El Señor nos habla en la intimidad de nuestra conciencia, nos habla a través de la Sagrada Escritura, nos habla en la oración. Aprended a permanecer en silencio ante Él, a leer y meditar la Biblia, especialmente los Evangelios, a dialogar con Él cada día para sentir su presencia de amistad y de amor. Y aquí quisiera subrayar la belleza de una oración contemplativa sencilla, accesible a todos, grandes y pequeños, cultos o poco instruidos; es la oración del santo rosario. En el rosario nosotros nos dirigimos a la Virgen María para que nos guíe hacia una unión cada vez más estrecha con su Hijo Jesús para identificarnos con Él, tener sus sentimientos, actuar como Él. En el rosario, de hecho, repitiendo el Ave, María, nosotros meditamos los misterios, los hechos de la vida de Cristo para conocerle y amarle cada vez más. El rosario es un instrumento eficaz para abrirnos a Dios, para que nos ayude a vencer el egoísmo y llevar paz a los corazones, a las familias, a la sociedad y al mundo.

Queridos jóvenes, el amor de Cristo y su amistad no son un espejismo —Jesús en la Cruz muestra cuán concretos son— ni están reservados a pocos. Vosotros encontraréis esta amistad y experimentaréis toda la fecundidad y la belleza si le buscáis con sinceridad, os abrís con confianza a Él y cultiváis con empeño vuestra vida espiritual acercándoos a los sacramentos, meditando la Sagrada Escritura, orando con constancia y viviendo intensamente en la comunidad cristiana. Sentíos parte viva de la Iglesia, comprometidos en la evangelización, en unión con los hermanos en la fe y en comunión con vuestros pastores. ¡No tengáis miedo de vivir la fe! Sed testigos de Cristo en vuestros ambientes cotidianos, con sencillez y valentía. A quienes encontréis, a vuestros coetáneos, sabed mostrar sobre todo el Rostro de la misericordia y del amor de Dios, que siempre perdona, alienta, dona esperanza. Estad siempre atentos a los demás, especialmente a las personas más pobres y más débiles, viviendo y testimoniando el amor fraterno, contra todo egoísmo y cerrazón. Que vuestro patrono san Casimiro os ayude a buscar y a llevar a Cristo sin cansaros jamás. Que os sostenga en ese camino la presencia maternal de María y os acompañe mi bendición, que de corazón os imparto a todos vosotros, extendiéndola a toda Lituania.



Ciudad del Vaticano, 21 de Junio de 2013




FRANCISCO


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PAPA FRANCISCO


ÁNGELUS


Plaza de San Pedro  
Domingo 30 de Junio de 2013

  


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!



El Evangelio de este domingo (Lc 9, 51-62) muestra un paso muy importante en la vida de Cristo: el momento en el que —como escribe san Lucas— «Jesús tomó la firme decisión de caminar a Jerusalén» (9, 51). Jerusalén es la meta final, donde Jesús, en su última Pascua, debe morir y resucitar, y así llevar a cumplimiento su misión de salvación. Desde ese momento, después de esa «firme decisión», Jesús se dirige a la meta, y también a las personas que encuentra y que le piden seguirle les dice claramente cuáles son las condiciones: no tener una morada estable; saberse desprender de los afectos humanos; no ceder a la nostalgia del pasado.


Pero Jesús dice también a sus discípulos, encargados de precederle en el camino hacia Jerusalén para anunciar su paso, que no impongan nada: si no hallan disponibilidad para acogerle, que se prosiga, que se vaya adelante. Jesús no impone nunca, Jesús es humilde, Jesús invita. Si quieres, ven. La humildad de Jesús es así. Él invita siempre, no impone.
 
Todo esto nos hace pensar. Nos dice, por ejemplo, la importancia que, también para Jesús, tuvo la conciencia: escuchar en su corazón la voz del Padre y seguirla. Jesús, en su existencia terrena, no estaba, por así decirlo, «telemandado»: era el Verbo encarnado, el Hijo de Dios hecho hombre, y en cierto momento tomó la firme decisión de subir a Jerusalén por última vez; una decisión tomada en su conciencia, pero no solo: ¡junto al Padre, en plena unión con Él! Decidió en obediencia al Padre, en escucha profunda, íntima, de su voluntad. Y por esto la decisión era firme, porque estaba tomada junto al Padre. Y en el Padre Jesús encontraba la fuerza y la luz para su camino. Y Jesús era libre; en aquella decisión era libre. Jesús nos quiere a los cristianos libres como Él, con esa libertad que viene de este diálogo con el Padre, de este diálogo con Dios. Jesús no quiere ni cristianos egoístas —que siguen el propio yo, no hablan con Dios— ni cristianos débiles —cristianos que no tienen voluntad, cristianos «telemandados», incapaces de creatividad, que buscan siempre conectarse a la voluntad de otro y no son libres—. Jesús nos quiere libres, ¿y esta libertad dónde se hace? Se hace en el diálogo con Dios en la propia conciencia. Si un cristiano no sabe hablar con Dios, no sabe oír a Dios en la propia conciencia, no es libre, no es libre.


Por ello debemos aprender a oír más nuestra conciencia. Pero ¡cuidado! Esto no significa seguir al propio yo, hacer lo que me interesa, lo que me conviene, lo que me apetece... ¡No es esto! La conciencia es el espacio interior de la escucha de la verdad, del bien, de la escucha de Dios; es el lugar interior de mi relación con Él, que habla a mi corazón y me ayuda a discernir, a comprender el camino que debo recorrer, y una vez tomada la decisión, a seguir adelante, a permanecer fiel.


Hemos tenido un ejemplo maravilloso de cómo es esta relación con Dios en la propia conciencia; un ejemplo reciente maravilloso. El Papa Benedicto XVI nos dio este gran ejemplo cuando el Señor le hizo entender, en la oración, cuál era el paso que debía dar. Con gran sentido de discernimiento y valor, siguió su conciencia, esto es, la voluntad de Dios que hablaba a su corazón. Y este ejemplo de nuestro padre nos hizo mucho bien a todos nosotros, como un ejemplo a seguir.


La Virgen, con gran sencillez, escuchaba y meditaba en lo íntimo de sí misma la Palabra de Dios y lo que sucedía a Jesús. Siguió a su Hijo con íntima convicción, con firme esperanza. 

Que María nos ayude a ser cada vez más hombres y mujeres de conciencia, libres en la conciencia, porque es en la conciencia donde se da el diálogo con Dios; hombres y mujeres capaces de escuchar la voz de Dios y de seguirla con decisión.


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SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO



PAPA FRANCISCO

 
ÁNGELUS



Plaza de San Pedro
 Sábado 29 de Junio de 2013




¡Queridos hermanos y hermanas!


Hoy, 29 de junio, es la fiesta solemne de los santos Pedro y Pablo. Es de manera especial la fiesta de la Iglesia de Roma, fundada sobre el martirio de estos dos Apóstoles. Pero es también una gran fiesta para la Iglesia universal, porque todo el Pueblo de Dios es deudor respecto a ellos por el don de la fe. Pedro fue el primero en confesar que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Pablo difundió este anuncio en el mundo greco-romano. Y la Providencia quiso que los dos llegaran aquí, a Roma, y que aquí derramaran su sangre por la fe. Por esto la Iglesia de Roma se convirtió, inmediatamente, espontáneamente, en el punto de referencia para todas las Iglesias extendidas en el mundo. No por el poder del Imperio, ¡sino por la fuerza del martirio, del testimonio de Cristo! En el fondo, es siempre y sólo el amor a Cristo lo que genera la fe y saca adelante a la Iglesia.


Pensemos en Pedro. Cuando confesó su fe en Jesús, no lo hizo por sus capacidades humanas, sino porque había sido conquistado por la gracia que Jesús irradiaba, por el amor que sentía en sus palabras y veía en sus gestos: ¡Jesús era el amor de Dios en persona!
Y lo mismo sucedió a Pablo, si bien en modo distinto. Pablo desde joven era enemigo de los cristianos, y cuando Cristo Resucitado le llamó en el camino de Damasco su vida se transformó: entendió que Jesús no estaba muerto, sino vivo, y que le amaba también a él, que era su enemigo. He aquí la experiencia de la misericordia, del perdón de Dios en Jesucristo: ésta es la Buena Noticia, el Evangelio que Pedro y Pablo experimentaron en ellos mismos y por el cual dieron la vida. ¡Misericordia, perdón! El Señor siempre nos perdona, el Señor tiene misericordia, es misericordioso, tiene un corazón misericordioso y nos espera siempre.


Queridos hermanos, ¡qué alegría creer en un Dios que es todo amor, todo gracia! Esta es la fe que Pedro y Pablo recibieron de Cristo y transmitieron a la Iglesia. Alabemos al Señor por estos dos gloriosos testimonios, y como ellos dejémonos conquistar por Cristo, por la misericordia de Cristo. Recordemos también que Simón Pedro tenía un hermano, Andrés, quien compartió con él la experiencia de la fe en Jesús. Es más, Andrés encontró a Jesús antes que Simón e inmediatamente habló de ello a su hermano y le llevó donde Jesús. Me agrada recordarlo también porque hoy, según la bella tradición, está presente en Roma la Delegación del Patriarcado de Constantinopla, que tiene como patrono precisamente al Apóstol Andrés. Todos juntos enviamos nuestro cordial saludo al Patriarca Bartolomé i y oramos por él y por esa Iglesia. Os invito a rezar todos juntos un Ave Maria por el Patriarca Bartolomé i; todos juntos: Dios te salve, María...


Oremos también por los arzobispos metropolitanos de diversas Iglesias del mundo a quienes hace poco he entregado el Palio, símbolo de comunión y de unidad.


Que nos acompañe y sostenga a todos nuestra Madre amada, María Santísima. 



 

Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Con alegría saludo a los peregrinos llegados de distintos países para festejar a los arzobispos metropolitanos. Oro por todas sus comunidades; en particular aliento al pueblo centroafricano, duramente probado, a caminar con fe y esperanza.


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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA



Viernes 28 de Junio de 2013





Querido hermano, queridos hermanos en Cristo:


Me complace de manera especial recibiros con una calurosa bienvenida en la Iglesia de Roma, que está de fiesta por sus santos patronos Pedro y Pablo. Vuestra presencia en esta circunstancia es el signo del profundo vínculo que une, en la fe, en la esperanza y en la caridad la Iglesia de Constantinopla y la Iglesia de Roma. La hermosa tradición de un intercambio de delegaciones entre nuestras Iglesias por las respectivas fiestas patronales, que inició en 1969, es para mí motivo de gran alegría: el encuentro fraterno es parte esencial del camino hacia la unidad. Desearía expresar mi más sentida gratitud a Su Santidad Bartolomé i y al Santo Sínodo del patriarcado ecuménico, que han querido también enviar este año altos representantes. De Su Santidad Bartolomé I recuerdo también con fraternal afecto el gesto de exquisita atención hacia mí, cuando quiso honrarme con su presencia en la celebración de inicio de mi ministerio como Obispo de Roma. Agradezco vivamente también a Vuestra eminencia la participación en aquel evento y me alegro de verle de nuevo en esta circunstancia.


La búsqueda de la unidad entre los cristianos es una urgencia —usted ha dicho «it is not a luxury, but an imperative» [no es un lujo, sino un imperativo]—, una urgencia de la que, hoy más que nunca, no podemos sustraernos. En nuestro mundo hambriento y sediento de verdad, amor, esperanza, paz y unidad, es importante para nuestro testimonio mismo poder anunciar finalmente a una sola voz la alegre noticia del Evangelio y celebrar juntos los Divinos Misterios de la nueva vida en Cristo. Nosotros sabemos bien que la unidad es primariamente un don de Dios por el que debemos orar incesantemente, pero concierne a todos nosotros la tarea de preparar las condiciones, cultivar el terreno del corazón, para que esta gracia extraordinaria sea acogida.


La Comisión mixta internacional para el diálogo teológico, co-presidida por Vuestra Eminencia, el metropolita Ioannis, y por el Venerado hermano el cardenal Kurt Koch, ha ofrecido una contribución fundamental en la búsqueda de la comunión plena entre católicos y ortodoxos. Os agradezco sinceramente vuestro valioso e incansable empeño. Esta comisión ha producido ya muchos textos comunes y ahora estudia el delicado tema de la relación teológica y eclesiológica entre primado y sinodalidad en la vida de la Iglesia. Es significativo que hoy se consiga reflexionar juntos, en la verdad y en la caridad, sobre estas temáticas empezando por aquello que nos une, sin ocultar, sin embargo, aquello que todavía nos separa. No se trata de un mero ejercicio teórico, sino de conocer a fondo las recíprocas tradiciones para comprenderlas y, algunas veces, también para aprender de ellas. Me refiero por ejemplo a la reflexión de la Iglesia católica sobre el sentido de la colegialidad episcopal, y a la tradición de la sinodalidad, tan característica de las Iglesias ortodoxas. Confío en que el esfuerzo de reflexión común, tan complejo y laborioso, dé frutos a su tiempo. Me consuela saber que católicos y ortodoxos comparten la misma concepción de diálogo que no busca un minimalismo teológico sobre el cual alcanzar un compromiso, sino que se basa más bien en la profundización de la única verdad que Cristo donó a su Iglesia y que no cesamos nunca de comprender mejor, movidos por el Espíritu Santo. Por ello, no debemos tener miedo del encuentro y del diálogo auténtico. Ello no nos aleja de la verdad, más bien, a través de un intercambio de dones, nos conduce, bajo la guía del Espíritu de la verdad, a toda la verdad (cf. Jn 16, 13).


Venerados hermanos, os doy las gracias de nuevo por estar aquí, con nosotros, con ocasión de la fiesta de los santos Pedro y Pablo. Invoquemos confiados su intercesión y la del santo apóstol Andrés, hermano de Pedro, por nuestros fieles y por las necesidades de todo el mundo, sobre todo de los pobres, los que sufren y cuantos son perseguidos injustamente a causa de su fe. Os pido finalmente que recéis por mí y que se rece por mí —lo necesito mucho—, para que el Señor me asista en mi ministerio de Obispo de Roma y de sucesor de Pedro.


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