PAPA FRANCISCO
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Después del Ángelus
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VISITA A LAMPEDUSA
ÁNGELUS
Plaza
de San Pedro
Domingo
21
de Julio de 2013
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
También este domingo
continúa la lectura del
décimo capítulo del
evangelista Lucas. El pasaje
de hoy es el de Marta y
María. ¿Quiénes son estas
dos mujeres? Marta y María,
hermanas de Lázaro, son
parientes y fieles
discípulas del Señor, que
vivían en Betania. San Lucas
las describe de este modo:
María, a los pies de Jesús,
«escuchaba su palabra»,
mientras que Marta estaba
ocupada en muchos servicios
(cf. Lc 10, 39-40).
Ambas ofrecen acogida al
Señor que está de paso, pero
lo hacen de modo diverso.
María se pone a los pies de
Jesús, en escucha, Marta en
cambio se deja absorber por
las cosas que hay que
preparar, y está tan ocupada
que se dirige a Jesús
diciendo: «Señor, ¿no te
importa que mi hermana me
haya dejado sola para
servir? Dile que me eche una
mano» (v. 40). Y Jesús le
responde reprendiéndola con
dulzura: «Marta, Marta,
andas inquieta y preocupada
con muchas cosas; sólo una
es necesaria» (v. 41).
¿Qué quiere decir Jesús?
¿Cuál es esa cosa sola que
necesitamos? Ante todo es
importante comprender que no
se trata de la
contraposición entre dos
actitudes: la escucha de la
Palabra del Señor, la
contemplación, y el servicio
concreto al prójimo. No son
dos actitudes contrapuestas,
sino, al contrario, son dos
aspectos, ambos esenciales
para nuestra vida cristiana;
aspectos que nunca se han de
separar, sino vivir en
profunda unidad y armonía.
Pero entonces, ¿por qué
Marta recibe la reprensión,
si bien hecha con dulzura?
Porque consideró esencial
sólo lo que estaba haciendo,
es decir, estaba demasiado
absorbida y preocupada por
las cosas que había que
«hacer». En un cristiano,
las obras de servicio y de
caridad nunca están
separadas de la fuente
principal de cada acción
nuestra: es decir, la
escucha de la Palabra del
Señor, el estar —como María—
a los pies de Jesús, con la
actitud del discípulo. Y por
esto es que se reprende a
Marta.
Que también en nuestra
vida cristiana oración y
acción estén siempre
profundamente unidas. Una
oración que no conduce a la
acción concreta hacia el
hermano pobre, enfermo,
necesitado de ayuda, el
hermano en dificultad, es
una oración estéril e
incompleta. Pero, del mismo
modo, cuando en el servicio
eclesial se está atento sólo
al hacer, se da más peso a
las cosas, a las funciones,
a las estructuras, y se
olvida la centralidad de
Cristo, no se reserva tiempo
para el diálogo con Él en la
oración, se corre el riesgo
de servirse a sí mismo y no
a Dios presente en el
hermano necesitado. San
Benito resumía el estilo de
vida que indicaba a sus
monjes en dos palabras: «ora
et labora», reza y
trabaja. Es de la
contemplación, de una fuerte
relación de amistad con el
Señor donde nace en nosotros
la capacidad de vivir y
llevar el amor de Dios, su
misericordia, su ternura
hacia los demás. Y también
nuestro trabajo con el
hermano necesitado, nuestro
trabajo de caridad en las
obras de misericordia, nos
lleva al Señor, porque
nosotros vemos precisamente
al Señor en el hermano y en
la hermana necesitados.
Pidamos a la Virgen
María, Madre de la escucha y
del servicio, que nos enseñe
a meditar en nuestro corazón
la Palabra de su Hijo, a
rezar con fidelidad, para
estar, cada vez más atentos,
concretamente, a las
necesidades de los hermanos.
Después del Ángelus
Veo escrito, allí en
fondo: «¡Buen viaje!».
¡Gracias! ¡Gracias! Os pido
que me acompañéis
espiritualmente con la
oración en el viaje que
realizaré a partir de
mañana. Como sabéis, iré a
Río de Janeiro, Brasil, con
ocasión de la 28ª Jornada
mundial de la juventud.
Habrá muchos jóvenes allí,
de todas las partes del
mundo. Y pienso que se puede
llamar Semana de la
juventud: esto, precisamente
la ¡Semana de la juventud!
Los protagonistas en esta
semana serán los jóvenes.
Todos aquellos que vengan a
Río quieren escuchar la voz
de Jesús, escuchar a Jesús:
«Señor, ¿qué debo hacer con
mi vida? ¿Cuál es el camino
para mí?». También vosotros
—no sé si hay jóvenes, hoy,
aquí, en la plaza. ¿Hay
jóvenes? Aquí están: también
vosotros, jóvenes que estáis
en la plaza, hacedle la
misma pregunta al Señor:
«Señor Jesús, ¿qué debo
hacer con mi vida? ¿Cuál es
el camino para mí?».
Confiemos a la intercesión
de bienaventurada Virgen
María, tan querida y
venerada en Brasil, estas
preguntas: la que harán los
jóvenes en aquél país, y
esta que haréis vosotros,
hoy. Que la Virgen nos ayude
en esta nueva etapa de la
peregrinación.
A todos vosotros os deseo
un feliz domingo. ¡Buen
almuerzo! ¡Hasta pronto!
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PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Castelgandolfo
Domingo 14 de Julio de 2013
Domingo 14 de Julio de 2013
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Nuestra cita dominical
para el Ángelus hoy la
vivimos aquí, en
Castelgandolfo. Saludo a los
habitantes de esta bonita
ciudad. Quiero agradecer
sobre todo vuestras
oraciones, y lo mismo hago
con todos vosotros,
peregrinos que habéis venido
aquí numerosos.
El Evangelio de hoy
—estamos en el capítulo 10
de Lucas— es la famosa
parábola del buen
samaritano. ¿Quién era este
hombre? Era una persona
cualquiera, que bajaba de
Jerusalén hacia Jericó por
el camino que atravesaba el
desierto de Judea. Poco
antes, por ese camino, un
hombre había sido asaltado
por bandidos, le robaron,
golpearon y abandonaron
medio muerto. Antes del
samaritano pasó un sacerdote
y un levita, es decir, dos
personas relacionadas con el
culto del Templo del Señor.
Vieron al pobrecillo, pero
siguieron su camino sin
detenerse. En cambio el
samaritano, cuando vio a ese
hombre, «sintió compasión» (Lc
10, 33) dice el Evangelio.
Se acercó, le vendó las
heridas, poniendo sobre
ellas un poco de aceite y de
vino; luego lo cargó sobre
su cabalgadura, lo llevó a
un albergue y pagó el
hospedaje por él... En
definitiva, se hizo cargo de
él: es el ejemplo del amor
al prójimo. Pero, ¿por qué
Jesús elige a un samaritano
como protagonista de la
parábola? Porque los
samaritanos eran
despreciados por los judíos,
por las diversas tradiciones
religiosas. Sin embargo,
Jesús muestra que el corazón
de ese samaritano es bueno y
generoso y que —a diferencia
del sacerdote y del levita—
él pone en práctica la
voluntad de Dios, que quiere
la misericordia más que los
sacrificios (cf. Mc
12, 33). Dios siempre quiere
la misericordia y no la
condena hacia todos. Quiere
la misericordia del corazón,
porque Él es misericordioso
y sabe comprender bien
nuestras miserias, nuestras
dificultades y también
nuestros pecados. A todos
nos da este corazón
misericordioso. El
Samaritano hace precisamente
esto: imita la misericordia
de Dios, la misericordia
hacia quien está necesitado.
Un hombre que vivió
plenamente este Evangelio
del buen samaritano es el
santo que recordamos hoy:
san Camilo de Lellis,
fundador de los Ministros de
los enfermos, patrono de los
enfermos y de los agentes
sanitarios. San Camilo murió
el 14 de julio de 1614:
precisamente hoy se abre su iv
centenario, que culminará
dentro de un año. Saludo con
gran afecto a todos los
hijos y las hijas
espirituales de san Camilo,
que viven su carisma de
caridad en contacto
cotidiano con los enfermos.
¡Sed como él buenos
samaritanos! Y también a los
médicos, enfermeros y a
todos aquellos que trabajan
en los hospitales y en las
residencias, deseo que les
anime ese mismo espíritu.
Confiamos esta intención a
la intercesión de María
santísima.
Otra intención desearía
confiar a la Virgen, junto a
vosotros. Está ya muy cerca
la Jornada mundial de la
juventud de Río de Janeiro.
Se ve que hay muchos jóvenes
en edad, pero todos sois
jóvenes en el corazón. Yo
partiré dentro de ocho días,
pero muchos jóvenes partirán
hacia Brasil incluso antes.
Recemos entonces por esta
gran peregrinación que
comienza, para que Nuestra
Señora de Aparecida, patrona
de Brasil, guíe los pasos de
los participantes, y abra su
corazón para acoger la
misión que Cristo les dará.
Después del Ángelus
Queridos hermanos y
hermanas:
Me uno en la oración a
los obispos y a los fieles
de la Iglesia en Ucrania
reunidos en la catedral de
Lutsk para la santa misa de
sufragio, con ocasión del
70° aniversario de las
matanzas de Volinia. Tales
hechos, provocados por la
ideología nacionalista en el
trágico contexto de la
segunda Guerra mundial,
causaron decenas de miles de
víctimas e hirieron la
fraternidad de dos pueblos:
el polaco y el ucraniano.
Confío a la misericordia de
Dios las almas de las
víctimas y, para sus
pueblos, pido la gracia de
una profunda reconciliación
y de un futuro sereno en la
esperanza y en la sincera
colaboración para la
edificación común del Reino
de Dios.
Saludo con afecto a los
fieles de la diócesis de
Albano. Invoco sobre ellos
la protección de san
Buenaventura, su patrono, de
quien mañana la Iglesia
celebra la fiesta. ¡Que sea
una hermosa fiesta y muchas
felicidades! Quisiera
enviaros un pastel, pero no
sé si lo podrán hacer tan
grande. Saludo a todos los
peregrinos aquí presentes: a
los grupos parroquiales, las
familias y los jóvenes,
especialmente los que han
venido de Irlanda; a los
jóvenes sordos que están
viviendo en Roma un
encuentro internacional.
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PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza
de San Pedro
Domingo 7 de Julio de 2013
Domingo 7 de Julio de 2013
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Ante todo deseo compartir con
vosotros la alegría de haber estado,
ayer y hoy, con una peregrinación
especial del
Año de la fe: la
peregrinación de los seminaristas,
novicios y novicias. Os pido que
recéis por ellos, para que el amor
por Cristo madure cada vez más en su
vida y lleguen a ser auténticos
misioneros del Reino de Dios.
El Evangelio de este domingo (Lc
10, 1-12.17-20) nos habla
precisamente de esto: del hecho de
que Jesús no es un misionero
aislado, no quiere realizar solo su
misión, sino que implica a sus
discípulos. Y hoy vemos que, además
de los Doce apóstoles, llama a otros
setenta y dos, y les manda a las
aldeas, de dos en dos, a anunciar
que el Reino de Dios está cerca.
¡Esto es muy hermoso! Jesús no
quiere obrar solo, vino a traer al
mundo el amor de Dios y quiere
difundirlo con el estilo de la
comunión, con el estilo de la
fraternidad. Por ello forma
inmediatamente una comunidad de
discípulos, que es una comunidad
misionera. Inmediatamente los
entrena para la misión, para ir.
Pero atención: el fin no es
socializar, pasar el tiempo juntos,
no, la finalidad es anunciar el
Reino de Dios, ¡y esto es urgente!
También hoy es urgente. No hay
tiempo que perder en habladurías, no
es necesario esperar el consenso de
todos, hay que ir y anunciar. La paz
de Cristo se lleva a todos, y si no
la acogen, se sigue igualmente
adelante. A los enfermos se lleva la
curación, porque Dios quiere curar
al hombre de todo mal. ¡Cuántos
misioneros hacen esto! Siembran
vida, salud, consuelo en la
periferias del mundo. ¡Qué bello es
esto! No vivir para sí mismo, no
vivir para sí misma, sino vivir para
ir a hacer el bien. Hay tantos
jóvenes hoy en la Plaza: pensad en
esto, preguntaos: ¿Jesús me llama a
ir, a salir de mí para hacer el
bien? A vosotros, jóvenes, a
vosotros muchachos y muchachas os
pregunto: vosotros, ¿sois valientes
para esto, tenéis la valentía de
escuchar la voz de Jesús? ¡Es
hermoso ser misioneros! Ah, ¡lo
hacéis bien! ¡Me gusta esto!
Estos setenta y dos discípulos,
que Jesús envía delante de Él,
¿quiénes son? ¿A quién representan?
Si los Doce son los Apóstoles, y por
lo tanto representan también a los
obispos, sus sucesores, estos
setenta y dos pueden representar a
los demás ministros ordenados,
presbíteros y diáconos; pero en
sentido más amplio podemos pensar en
los demás ministerios en la Iglesia,
en los catequistas, los fieles
laicos que se comprometen en las
misiones parroquiales, en quien
trabaja con los enfermos, con las
diversas formas de necesidad y de
marginación; pero siempre como
misioneros del Evangelio, con la
urgencia del Reino que está cerca.
Todos deben ser misioneros, todos
pueden escuchar la llamada de Jesús
y seguir adelante y anunciar el
Reino.
Dice el Evangelio que estos
setenta y dos regresaron de su
misión llenos de alegría, porque
habían experimentado el poder del
Nombre de Cristo contra el mal.
Jesús lo confirma: a estos
discípulos Él les da la fuerza para
vencer al maligno. Pero agrega: «No
estéis alegres porque se os someten
los espíritus; estad alegres porque
vuestros nombres están escritos en
el cielo» (Lc 10, 20). No
debemos gloriarnos como si fuésemos
nosotros los protagonistas: el
protagonista es uno solo, ¡es el
Señor! Protagonista es la gracia del
Señor. Él es el único protagonista.
Nuestra alegría es sólo esta: ser
sus discípulos, sus amigos. Que la
Virgen nos ayude a ser buenos
obreros del Evangelio.
Queridos amigos, ¡la alegría! No
tengáis miedo de ser alegres. No
tengáis miedo a la alegría. La
alegría que nos da el Señor cuando
lo dejamos entrar en nuestra vida,
dejemos que Él entre en nuestra vida
y nos invite a salir de nosotros a
las periferias de la vida y anunciar
el Evangelio. No tengáis miedo a la
alegría. ¡Alegría y valentía!
Después del Ángelus
Queridos hermanos y
hermanas:
Como sabéis, hace dos
días se publicó la carta
encíclica sobre el tema de
la fe, titulada
Lumen
fidei, «la luz de la
fe». Para el
Año de la fe,
el Papa Benedicto
XVI había
iniciado esta
encíclica,
continuación de las
encíclicas sobre la
caridad
y sobre la
esperanza. He
recogido el buen
trabajo y
lo conduje a
término. Lo
ofrezco con alegría a
todo
el pueblo de Dios:
todos,
especialmente hoy,
tenemos
necesidad de ir a lo
esencial de la fe
cristiana,
de profundizarla y
de
confrontarla con las
problemáticas
actuales. Pero
pienso que esta
encíclica,
al menos en algunas
partes,
puede ser útil
también a
quien está en
búsqueda de
Dios y del sentido
de la
vida. La pongo en
manos de María, icono perfecto de la fe, para que dé los frutos que
el Señor quiere.
Dirijo mi cordial saludo
a todos vosotros, queridos
fieles de Roma y peregrinos.
Saludo en particular a los
jóvenes de la diócesis de
Roma que se preparan para
partir hacia Río de Janeiro
para la Jornada mundial de
la juventud. Queridos
jóvenes, también yo me estoy
preparando. Caminemos juntos
hacia esta gran fiesta de la
fe. Que la Virgen nos
acompañe, y nos
encontraremos allí.
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VISITA A LAMPEDUSA
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
Campo de deportes "Arena"
Lunes, 8 de Julio de 2013
Campo de deportes "Arena"
Lunes, 8 de Julio de 2013
Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte. Así decía el titular del periódico. Desde que, hace algunas semanas, supe esta noticia, desgraciadamente tantas veces repetida, mi pensamiento ha vuelto sobre ella continuamente, como a una espina en el corazón que causa dolor. Y entonces sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor. Antes que nada quisiera tener una palabra de sincera gratitud y de ánimo para con ustedes, habitantes de Lampedusa y Linosa, para con las asociaciones, los voluntarios y las fuerzas de seguridad, que han prestado y prestan atención a personas en su viaje hacia algo mejor. ¡Ustedes son una pequeña realidad, pero dan un ejemplo de solidaridad! ¡Gracias! Gracias también al Arzobispo Mons. Francisco Montenegro por su ayuda, su trabajo y su acompañamiento pastoral. Saludo cordialmente a la alcaldesa, la señora Giusi Nicolini: muchas gracias por lo que ha hecho y sigue haciendo. Quiero tener un recuerdo para los queridos inmigrantes musulmanes que esta tarde comienzan el ayuno del Ramadán, con el deseo de abundantes frutos espirituales. La Iglesia está a su lado en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y para sus familias. A ustedes: (oshiá)!
Esta mañana, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, quisiera proponer algunas palabras que más que nada remuevan la conciencia de todos, nos hagan reflexionar y cambiar concretamente algunas actitudes.
“Adán, ¿dónde estás?”: es la primera pregunta que Dios dirige al hombre después del pecado. “¿Dónde estás, Adán?”. Y Adán es un hombre desorientado que ha perdido su puesto en la creación porque piensa que será poderoso, que podrá dominar todo, que será Dios. Y la armonía se rompe, el hombre se equivoca, y esto se repite también en la relación con el otro, que no es ya un hermano al que amar, sino simplemente alguien que molesta en mi vida, en mi bienestar. Y Dios hace la segunda pregunta: “Caín, ¿dónde está tu hermano?”. El sueño de ser poderoso, de ser grande como Dios, en definitiva de ser Dios, lleva a una cadena de errores que es cadena de muerte, ¡lleva a derramar la sangre del hermano!
Estas dos preguntas de Dios resuenan también hoy, con toda su fuerza. Tantos de nosotros, me incluyo también yo, estamos desorientados, no estamos ya atentos al mundo en que vivimos, no nos preocupamos, no protegemos lo que Dios ha creado para todos y no somos capaces siquiera de cuidarnos los unos a los otros. Y cuando esta desorientación alcanza dimensiones mundiales, se llega a tragedias como ésta a la que hemos asistido.
“¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios! Y una vez más les doy las gracias a ustedes, habitantes de Lampedusa, por su solidaridad. He escuchado, recientemente, a uno de estos hermanos. Antes de llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes, aquellos que se aprovechan de la pobreza de los otros, esas personas para las que la pobreza de los otros es una fuente de lucro. ¡Cuánto han sufrido! Y algunos no han conseguido llegar.
“¿Dónde está tu hermano?”. ¿Quién es el responsable de esta sangre? En la literatura española hay una comedia de Lope de Vega que narra cómo los habitantes de la ciudad de Fuente Ovejuna matan al Gobernador porque es un tirano, y lo hacen de tal manera que no se sepa quién ha realizado la ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: “¿Quién ha matado al Gobernador?”, todos responden: “Fuente Ovejuna, Señor”. ¡Todos y ninguno! También hoy esta pregunta se impone con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Ninguno! Todos respondemos igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente yo no. Pero Dios nos pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde está la sangre de tu hermano cuyo grito llega hasta mí?”. Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!
Vuelve la figura del “Innominado” de Manzoni. La globalización de la indiferencia nos hace “innominados”, responsables anónimos y sin rostro.
“Adán, ¿dónde estás?”, “¿Dónde está tu hermano?”, son las preguntas que Dios hace al principio de la humanidad y que dirige también a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros. Pero me gustaría que nos hiciésemos una tercera pregunta: “¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?”. ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de “sufrir con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar! En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: “Es Raquel que llora por sus hijos… porque ya no viven”. Herodes sembró muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto se sigue repitiendo… Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste. “¿Quién ha llorado?”. ¿Quién ha llorado hoy en el mundo?
Señor, en esta liturgia, que es una liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas. ¡Perdón, Señor!
Señor, que escuchemos también tus preguntas: “Adán, ¿dónde estás?”. “¿Dónde está la sangre de tu hermano?”.
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HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo 7 de Julio de 2013
Domingo 7 de Julio de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
Ya ayer tuve la alegría de encontrarme con ustedes, y hoy nuestra fiesta es todavía mayor porque nos reunimos de nuevo para celebrar la Eucaristía, en el día del Señor. Ustedes son seminaristas, novicios y novicias, jóvenes en el camino vocacional, provenientes de todas las partes del mundo: ¡representan a la juventud de la Iglesia! Si la Iglesia es la Esposa de Cristo, en cierto sentido ustedes constituyen el momento del noviazgo, la primavera de la vocación, la estación del descubrimiento, de la prueba, de la formación. Y es una etapa muy bonita, en la que se ponen las bases para el futuro. ¡Gracias por haber venido!
Hoy la palabra de Dios nos habla de la misión. ¿De dónde nace la misión? La respuesta es sencilla: nace de una llamada que nos hace el Señor, y quien es llamado por Él lo es para ser enviado. ¿Cuál debe ser el estilo del enviado? ¿Cuáles son los puntos de referencia de la misión cristiana? Las lecturas que hemos escuchado nos sugieren tres: la alegría de la consolación, la cruz y la oración.
1. El primer elemento: la alegría de la consolación. El profeta Isaías se dirige a un pueblo que ha atravesado el periodo oscuro del exilio, ha sufrido una prueba muy dura; pero ahora, para Jerusalén, ha llegado el tiempo de la consolación; la tristeza y el miedo deben dejar paso a la alegría: “Festejad… gozad… alegraos”, dice el Profeta (66,10). Es una gran invitación a la alegría. ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo de esta invitación a la alegría? Porque el Señor hará derivar hacia la santa Ciudad y sus habitantes un “torrente” de consolación, un torrente de consolación –así llenos de consolación-, un torrente de ternura materna: “Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán” (v. 12). Como la mamá pone al niño sobre sus rodillas y lo acaricia, así el Señor hará con nosotros y hace con nosotros. Éste es el torrente de ternura que nos da tanta consolación. “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” (v. 13). Todo cristiano, y sobre todo nosotros, estamos llamados a ser portadores de este mensaje de esperanza que da serenidad y alegría: la consolación de Dios, su ternura para con todos. Pero sólo podremos ser portadores si nosotros experimentamos antes la alegría de ser consolados por Él, de ser amados por Él. Esto es importante para que nuestra misión sea fecunda: sentir la consolación de Dios y transmitirla. A veces me he encontrado con personas consagradas que tienen miedo a la consolación de Dios, y… pobres, se atormentan, porque tienen miedo a esta ternura de Dios. Pero no tengan miedo. No tengan miedo, el Señor es el Señor de la consolación, el Señor de la ternura. El Señor es padre y Él dice que nos tratará como una mamá a su niño, con su ternura. No tengan miedo de la consolación del Señor. La invitación de Isaías ha de resonar en nuestro corazón: “Consolad, consolad a mi pueblo” (40,1), y esto convertirse en misión. Encontrar al Señor que nos consuela e ir a consolar al pueblo de Dios, ésta es la misión. La gente de hoy tiene necesidad ciertamente de palabras, pero sobre todo tiene necesidad de que demos testimonio de la misericordia, la ternura del Señor, que enardece el corazón, despierta la esperanza, atrae hacia el bien. ¡La alegría de llevar la consolación de Dios!
2. El segundo punto de referencia de la misión es la cruz de Cristo. San Pablo, escribiendo a los Gálatas, dice: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (6,14). Y habla de las “marcas”, es decir, de las llagas de Cristo Crucificado, como el cuño, la señal distintiva de su existencia de Apóstol del Evangelio. En su ministerio, Pablo ha experimentado el sufrimiento, la debilidad y la derrota, pero también la alegría y la consolación. He aquí el misterio pascual de Jesús: misterio de muerte y resurrección. Y precisamente haberse dejado conformar con la muerte de Jesús ha hecho a San Pablo participar en su resurrección, en su victoria. En la hora de la oscuridad, en la hora de la prueba está ya presente y activa el alba de la luz y de la salvación. ¡El misterio pascual es el corazón palpitante de la misión de la Iglesia! Y si permanecemos dentro de este misterio, estamos a salvo tanto de una visión mundana y triunfalista de la misión, como del desánimo que puede nacer ante las pruebas y los fracasos. La fecundidad pastoral, la fecundidad del anuncio del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso según los criterios de valoración humana, sino de conformarse con la lógica de la Cruz de Jesús, que es la lógica del salir de sí mismos y darse, la lógica del amor. Es la Cruz –siempre la Cruz con Cristo, porque a veces nos ofrecen la cruz sin Cristo: ésa no sirve–. Es la Cruz, siempre la Cruz con Cristo, la que garantiza la fecundidad de nuestra misión. Y desde la Cruz, acto supremo de misericordia y de amor, renacemos como “criatura nueva” (Ga 6,15).
3. Finalmente, el tercer elemento: la oración. En el Evangelio hemos escuchado: “Rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Lc 10,2). Los obreros para la mies no son elegidos mediante campañas publicitarias o llamadas al servicio de la generosidad, sino que son “elegidos” y “mandados” por Dios. Él es quien elige, Él es quien manda, Él es quien manda, Él es quien encomienda la misión. Por eso es importante la oración. La Iglesia, nos ha repetido Benedicto XVI, no es nuestra, sino de Dios; ¡y cuántas veces nosotros, los consagrados, pensamos que es nuestra! La convertimos… en lo que se nos ocurre. Pero no es nuestra, es de Dios. El campo a cultivar es suyo. Así pues, la misión es sobre todo gracia. La misión es gracia. Y si el apóstol es fruto de la oración, encontrará en ella la luz y la fuerza de su acción. En efecto, nuestra misión pierde su fecundidad, e incluso se apaga, en el mismo momento en que se interrumpe la conexión con la fuente, con el Señor.
Queridos seminaristas, queridas novicias y queridos novicios, queridos jóvenes en el camino vocacional. Uno de ustedes, uno de sus formadores, me decía el otro día: évangéliser on le fait à genoux, la evangelización se hace de rodillas. Óiganlo bien: “la evangelización se hace de rodillas”. ¡Sean siempre hombres y mujeres de oración! Sin la relación constante con Dios la misión se convierte en función. Pero, ¿en qué trabajas tú? ¿Eres sastre, cocinera, sacerdote, trabajas como sacerdote, trabajas como religiosa? No. No es un oficio, es otra cosa. El riesgo del activismo, de confiar demasiado en las estructuras, está siempre al acecho. Si miramos a Jesús, vemos que la víspera de cada decisión y acontecimiento importante, se recogía en oración intensa y prolongada. Cultivemos la dimensión contemplativa, incluso en la vorágine de los compromisos más urgentes y duros. Cuanto más les llame la misión a ir a las periferias existenciales, más unido ha de estar su corazón a Cristo, lleno de misericordia y de amor. ¡Aquí reside el secreto de la fecundidad pastoral, de la fecundidad de un discípulo del Señor!
Jesús manda a los suyos sin “talega, ni alforja, ni sandalias” (Lc 10,4). La difusión del Evangelio no está asegurada ni por el número de personas, ni por el prestigio de la institución, ni por la cantidad de recursos disponibles. Lo que cuenta es estar imbuidos del amor de Cristo, dejarse conducir por el Espíritu Santo, e injertar la propia vida en el árbol de la vida, que es la Cruz del Señor.
Queridos amigos y amigas, con gran confianza les pongo bajo la intercesión de María Santísima. Ella es la Madre que nos ayuda a tomar las decisiones definitivas con libertad, sin miedo. Que Ella les ayude a dar testimonio de la alegría de la consolación de Dios, sin tener miedo a la alegría; que Ella les ayude a conformarse con la lógica de amor de la Cruz, a crecer en una unión cada vez más intensa con el Señor en la oración. ¡Así su vida será rica y fecunda! Amén.
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