domingo, 1 de marzo de 2015

FRANCISCO: Discursos de febrero (27, 21, 20, 12, 7 [2], 5 [2] y 2)

DISCURSOS DEL PAPA FRANCISCO
FEBRERO 2015



CONCLUSIÓN DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
DEL SANTO PADRE Y DE LA CURIA ROMANA

Casa del Divino Maestro, Ariccia
Viernes 27 de febrero de 2015


En nombre de todos, y también en mi nombre, quiero agradecer al padre su trabajo entre nosotros para nuestros ejercicios. No es fácil dar ejercicios a los sacerdotes. Somos un poco complicados todos, pero usted logró sembrar. Que el Señor haga crecer estas semillas que usted nos dio. Deseo también, y lo deseo para todos, que podamos salir de aquí con un trozo del manto de Elías, en la mano y en el corazón. ¡Gracias, padre!


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A LOS PARTICIPANTES EN LA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS 
DE CASSANO ALLO JONIO

Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 21 de febrero de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Os saludo ante todo a vosotros, fieles de la diócesis de Cassano all’Jonio, acompañados por vuestro pastor monseñor Nunzio Galantino, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido. Y os doy las gracias a vosotros por haberlo dejado a disposición de la Conferencia episcopal el año pasado. ¡Muchas gracias! Muchas gracias, de corazón. Pero pobre hombre, durante ese año iba y venía, iba y venía... Creo que llegó el momento de pensar en daros otro pastor... [los peregrinos responden: «¡No!»]... Tal vez vosotros le haréis una estatua grande, lo recordaréis... Saludo igualmente a los demás obispos presentes, entre quienes está también el obispo eparquial de Lungro: en efecto, la Iglesia en Calabria acoge tradiciones y ritos diversos, que expresan la variedad de los dones que enriquecen a la Iglesia de Cristo.


Saludo a los representantes de la Comunidad Emmanuel, nacida del deseo de «poner vida con vida» entre quienes llaman a su puerta. Y agradezco las palabras que usted [padre Mario Marafioti] me ha dirigido, y aliento vuestro compromiso en la acogida del «Cristo que sufre». Esta acogida es fruto de un estilo de apostolado fundado en la oración fervorosa y en una vida comunitaria intensa. De aquí surgieron los centros de acogida y de escucha, las casas-familia, en Italia y en el extranjero, y las asociaciones, entre las cuales saludo a los voluntarios Emmanuel de Cerignola.


El recuerdo de la visita a vuestra Comunidad diocesana sigue estando vivo en mi corazón: los encuentros con los presos, los enfermos, los sacerdotes, los religiosos, los seminaristas... ¿cuántos son ahora los seminaristas? [«Ocho»] ¿Ocho? Esto no está bien. Debemos rezar más por las vocaciones. ¿De acuerdo? ¡De acuerdo! El Señor nos dijo que recemos para que Él mande sacerdotes. Confío en vuestra oración: llamar al corazón de Jesús, para que mande sacerdotes. Recuerdo también el encuentro con los ancianos, la visita a la catedral y al seminario, y luego la extraordinaria presencia de la gente en la explanada de Sibari: ¡estaba toda Calabria! Toqué con la mano vuestra fe y vuestra caridad. Que el Señor os ayude a caminar siempre unidos, en las parroquias y en las asociaciones, guiados por el obispo y los sacerdotes; que os ayude a ser comunidad acogedora, para acompañar hacia Cristo a quienes les cuesta reconocer su presencia que salva.


Quisiera reafirmar una idea que os sugerí durante mi visita: quien ama a Jesús, quien escucha y acoge su Palabra y quien vive de modo sincero la respuesta a la llamada del Señor no puede de ninguna manera dedicarse a las obras del mal. ¡O Jesús o el mal! Jesús no invitaba a comer a los demonios: los expulsaba, porque eran el mal. ¡O Jesús o el mal! Uno no puede llamarse cristiano y violar la dignidad de las personas; quienes pertenecen a la comunidad cristiana no pueden programar y realizar gestos de violencia contra los demás y contra el medio ambiente. Los gestos exteriores de religiosidad que no van acompañados por una auténtica y pública conversión no son suficientes para considerarse en comunión con Cristo y con su Iglesia. Los gestos exteriores de religiosidad que no van acompañados por una auténtica y pública conversión no son suficientes para considerarse en comunión con Cristo y con su Iglesia. Los gestos exteriores no son suficientes para acreditar como creyentes a quienes, con la maldad y la arrogancia típica de los criminales, hacen de la ilegalidad su estilo de vida. A quienes eligieron el camino del mal y están afiliados a organizaciones criminales renuevo la apremiante invitación a la conversión. ¡Abrid vuestro corazón al Señor! ¡Abrid vuestro corazón al Señor! El Señor os espera y la Iglesia os acoge si, como pública ha sido vuestra opción de servir al mal, clara y pública es también vuestra voluntad de servir al bien.


Queridos hermanos y hermanas de Cassano, la belleza de vuestra tierra es un don de Dios y un patrimonio que hay que conservar y trasmitir en todo su esplendor a las futuras generaciones. Por lo tanto, es necesario el compromiso valiente de todos, comenzando por las instituciones, a fin de que vuestra tierra no sea destrozada de modo irreparable por intereses mezquinos. Entre las «bellezas» de vuestra tierra está la Comunidad Emmanuel, ejemplo de acogida y de fraternidad con los más débiles. Jóvenes destrozados por la droga han encontrado en vosotros y en vuestras estructuras al «buen samaritano» que supo inclinarse sobre sus heridas y ungirlo con el bálsamo de la cercanía y el afecto. ¡Cuántas familias han encontrado en vosotros la ayuda necesaria para volver a esperar en el destino de los propios hijos! La Iglesia os agradece este servicio. Estando cerca de los jóvenes y adultos oprimidos por las dependencias, vosotros habéis abrazado a Jesús que sufre y habéis sembrado la esperanza.


Nuestro tiempo tiene gran necesidad de esperanza. A los jóvenes no se les puede impedir esperar. Los jóvenes necesitan esperar. A quienes viven la experiencia del dolor y del sufrimiento hay que ofrecer signos concretos de esperanza. Las realidades sociales y asociativas, así como cada persona que se dedica a la acogida y al compartir, son generadores de esperanza. Por lo tanto, exhorto a vuestras comunidades cristianas a ser protagonistas de solidaridad, a no detenerse ante quien, por mero interés personal, siembra egoísmo, violencia e injusticia. Oponeos a la cultura de la muerte y sed testigos del Evangelio de la vida. Que la luz de la Palabra de Dios y el apoyo del Espíritu Santo os ayuden a contemplar con ojos nuevos y disponibles a las numerosas formas nuevas de pobreza que arrojan en la desesperación a muchos jóvenes y muchas familias.


Sobre todos vosotros aquí presentes y sobre toda la diócesis de Cassano all’Jonio invoco la protección de María santísima, que vosotros veneráis con los títulos de Virgen de la Cadena y Virgen del Castillo. Que os acompañe también mi bendición. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


Y ahora, todos juntos, nos dirigimos a la Virgen, diciéndole: Ave María...
Muchas gracias por vuestra visita. ¡Os bendigo!


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A LOS OBISPOS DE UCRANIA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 20 de febrero de 2015


Beatitud,
señor Arzobispo,
queridos hermanos Obispos
:


Os doy la bienvenida a esta casa, que también es vuestra casa. Y vosotros lo sabéis bien, porque el Sucesor de Pedro siempre ha acogido con amistad fraterna a los hermanos de Ucrania, país que, con razón, se considera tierra de confín entre los herederos de Vladimir y de Olga y los de Adalberto y de las grandes misiones carolingias, así como de las que se remiten a los santos apóstoles de los eslavos, Cirilo y Metodio. Y aun antes se registran tradiciones en el lugar, en parte documentadas, que mencionan al apóstol Andrés y a los dos Papas mártires, san Clemente y san Martín. Sed bienvenidos, queridos hermanos.


Me he informado con atención sobre vuestros problemas, que no son pocos, así como sobre vuestros programas pastorales. Encomendémoslos con confianza a la Madre de Dios y Madre nuestra, que con amor tierno vela sobre todos.


Os encontráis, como país, en una situación de grave conflicto, que se está prolongando desde hace varios meses y sigue provocando numerosas víctimas inocentes y causando grandes sufrimientos a toda la población. En este período, como os he asegurado en muchas ocasiones, directamente o a través de los cardenales enviados, estoy particularmente cercano a vosotros con mi oración por los difuntos y por todos los que son golpeados por la violencia, con la súplica al Señor para que conceda pronto la paz, y con la exhortación a todas las partes interesadas para que se apliquen las resoluciones adoptadas de común acuerdo y se respete el principio de legalidad internacional; en particular, que se observe la tregua recientemente firmada y se actúen todos los demás compromisos, que son condiciones para evitar la reanudación de las hostilidades.


Conozco las vicisitudes históricas que han marcado vuestra tierra y que todavía están presentes en la memoria colectiva. Se trata de cuestiones que en parte tienen una base política y a las que no estáis llamados a dar una respuesta directa; pero también hay realidades socioculturales y dramas humanos que esperan vuestra aportación directa y positiva.


En tales circunstancias, es importante escuchar atentamente las voces que vienen del territorio donde vive la gente encomendada a vuestro cuidado pastoral. Escuchando a vuestro pueblo, os hacéis solícitos con los valores que lo caracterizan: el encuentro, la colaboración, la capacidad de componer las controversias. En pocas palabras: la búsqueda de la paz posible. Fecundáis este patrimonio con la caridad, el amor divino que brota del corazón de Cristo. Sé bien que, a nivel local, tenéis acuerdos específicos y prácticos entre vosotros, herederos de dos legítimas tradiciones espirituales —la oriental y la latina—, así como con los demás cristianos presentes entre vosotros. Además de un deber, este es también un honor que se os debe reconocer.


A nivel nacional, sois plenamente ciudadanos de vuestro país, y por eso tenéis el derecho de exponer, incluso de manera común, vuestro pensamiento acerca de su destino. No en el sentido de promover una acción política concreta, sino en el de indicar y reafirmar los valores que constituyen el elemento unificador de la sociedad ucraniana, perseverando en la búsqueda incansable de la concordia y del bien común, incluso frente a las graves y complejas dificultades.


La Santa Sede está a vuestro lado, incluso en las instancias internacionales, para que se comprendan vuestros derechos, vuestras preocupaciones y los justos valores evangélicos que os animan. Además, está buscando el modo de ir al encuentro de las necesidades pastorales de las estructuras eclesiásticas que también deben afrontar nuevas cuestiones jurídicas.


La crisis desencadenada en vuestro país ha tenido, como es comprensible, graves repercusiones en la vida de las familias. A ello se añaden las consecuencias del erróneo sentido de libertad económica que ha permitido la formación de un reducido grupo de personas que se han enriquecido enormemente, en detrimento de la gran mayoría de los ciudadanos. Por desgracia, la presencia de tal fenómeno también ha contagiado en diversa medida a las instituciones públicas. Esto ha generado una pobreza inicua en una tierra generosa y rica.


No os canséis nunca de hacer presentes a vuestros compatriotas las consideraciones que la fe y la responsabilidad pastoral os sugieren. El sentido de justicia y verdad, antes que político, es moral, y tal incumbencia también se confía a vuestra responsabilidad como pastores. Cuanto más seáis ministros libres de la Iglesia de Cristo, tanto más, aun en vuestra pobreza, os convertiréis en defensores de las familias, de los pobres, los desempleados, los débiles, los enfermos, los ancianos pensionados, los inválidos y los desplazados.


Os animo a renovar, con la gracia de Dios, vuestro celo por el anuncio del Evangelio en la sociedad ucraniana, y a apoyaros en esto unos con otros mediante una colaboración concreta. Tened siempre la mirada de Cristo, que veía la abundancia de la mies y pedía rogar al Señor para que enviara obreros a ella (cf. Mt 9, 37-38). Esto significa rezar y trabajar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y, al mismo tiempo, significa cuidar atentamente la formación del clero, de los religiosos y las religiosas, al servicio de un conocimiento más profundo y orgánico de la fe en el seno del pueblo de Dios.


Quiero dedicaros, además, una ulterior reflexión acerca de las relaciones entre vosotros, hermanos en el episcopado. Conozco las complejas vicisitudes históricas que pesan en las relaciones mutuas, así como algunos aspectos de carácter personal.


Pero es indiscutible el hecho de que ambos episcopados son católicos y son ucranianos, aun en la diversidad de ritos y tradiciones. A mí personalmente me hace mal oír que existan incomprensiones y heridas. Hay necesidad de un médico, y este es Jesucristo, al que ambos servís con generosidad y de todo corazón. Sois un cuerpo único y, como os dijeron en el pasado san Juan Pablo II y Benedicto XVI, os exhorto también yo a encontrar entre vosotros la manera de acogeros unos a otros y sosteneros generosamente en vuestros esfuerzos apostólicos.


La unidad del episcopado, además de dar un buen testimonio al pueblo de Dios, presta un inestimable servicio a la nación, tanto en el plano cultural y social como, sobre todo, en el espiritual. Estáis unidos en los valores fundamentales y tenéis en común los tesoros más preciosos: la fe y el pueblo de Dios. Por eso, considero de suma importancia las reuniones comunes de los obispos de todas las Iglesias sui iuris presentes en Ucrania. Sed siempre generosos al hablaros entre hermanos.


Sea como greco-católicos, sea como latinos, sois hijos de la Iglesia católica, que también en vuestra tierra sufrió el martirio durante un largo período. Que la sangre de vuestros testigos, que interceden por vosotros desde el cielo, sea un ulterior motivo que os impulse a la comunión verdadera de los corazones. Unid vuestras fuerzas y sosteneos recíprocamente, haciendo de las vicisitudes históricas un motivo de participación y de unidad. Bien arraigados en la comunión católica, también podréis llevar adelante con fe y paciencia el compromiso ecuménico, para que aumenten la unidad y la cooperación entre todos los cristianos.


Estoy seguro de que vuestras decisiones, de acuerdo con el Sucesor de Pedro, responderán a las expectativas de todo vuestro pueblo. Os invito a todos a apacentar las comunidades confiadas a vosotros, asegurando lo más posible vuestra presencia y vuestra cercanía a los sacerdotes y a los fieles.


Deseo que tengáis relaciones respetuosas y proficuas con las autoridades públicas.
Os exhorto a ser atentos y solícitos con los pobres: son vuestra riqueza. Sois pastores de un rebaño que os ha confiado Cristo; sed siempre muy conscientes de ello, incluso en vuestros organismos internos de autogobierno. Se han de considerar siempre instrumentos de comunión y profecía. En este sentido, deseo que vuestras intenciones y vuestras acciones se orienten siempre al bien general de las Iglesias que se os han confiado. Que os guíe en esto, como ha sido siempre, el amor a vuestras comunidades, con el mismo espíritu que sostuvo a los Apóstoles, de quienes sois sucesores legítimos.


Que os sostenga en vuestra obra el recuerdo y la intercesión de los numerosos mártires y santos que la gracia del Señor Jesús suscitó entre vosotros. Que la protección maternal de la bienaventurada Virgen os fortalezca en vuestro camino al encuentro de Cristo que viene, reforzando vuestros propósitos de comunión y colaboración. Y, mientras os pido que recéis por mí, con afecto os imparto una especial bendición apostólica a vosotros, a vuestras comunidades y a la querida población de Ucrania.


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SALUDO A LOS CARDENALES REUNIDOS PARA EL CONSISTORIO


Palacio Apostólico Vaticano
Aula del Sínodo
Jueves 12 de febrero de 2015


Queridos hermanos:


«Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 133, 1).


Con las palabras del Salmo alabamos al Señor que nos ha convocado y nos da la gracia de acoger en esta asamblea a los 20 nuevos cardenales. A ellos y a todos dirijo mi cordial saludo. Bienvenidos a esta comunión, que se expresa en la colegialidad.


Gracias a todos los que han preparado este evento, en especial al cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio cardenalicio. Agradezco a la Comisión de los nueve cardenales y a su eminencia Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, coordinador. Doy las gracias también a su excelencia Marcello Semeraro, secretario de la Comisión de los nueve cardenales: es él quien hoy nos presenta la síntesis del trabajo realizado en estos últimos meses para elaborar la nueva constitución apostólica para la reforma de la Curia. Como sabemos, esta síntesis se dispuso a partir de muchas sugerencias, también de parte de los jefes y responsables de dicasterios, así como de expertos en la materia.


La meta a alcanzar es siempre la de favorecer mayor armonía en el trabajo de los diversos dicasterios y oficinas, con el fin de realizar una colaboración más eficaz en la absoluta transparencia que edifica la auténtica sinodalidad y la colegialidad.


La reforma no es un fin en sí misma, sino un medio para dar un fuerte testimonio cristiano, para favorecer una evangelización más eficaz, para promover un espíritu ecuménico más fecundo y para alentar un diálogo más constructivo con todos. La reforma, deseada vivamente por la mayoría de los cardenales en el ámbito de las congregaciones generales antes del cónclave, tendrá que perfeccionar aún más la identidad de la Curia romana misma, o sea la de ayudar al sucesor de Pedro en el ejercicio de su suprema función pastoral, para el bien y el servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares. Ejercicio con el cual se refuerzan la unidad de fe y la comunión del pueblo de Dios y se promueve la misión propia de la Iglesia en el mundo.


Ciertamente, alcanzar una meta así no es fácil: requiere tiempo, determinación y, sobre todo, la colaboración de todos. Pero para realizar esto debemos ante todo encomendarnos al Espíritu Santo, que es el verdadero guía de la Iglesia, implorando en la oración el don del auténtico discernimiento.


Con este espíritu de colaboración inicia nuestro encuentro, que será fecundo gracias a la aportación que cada uno de nosotros podrá expresar con parresía, fidelidad al Magisterio y consciencia de que todo se oriente a la ley suprema, o sea a la salus animarum. Gracias.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 7 de febrero de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Con alegría acojo al Consejo pontificio para los laicos reunido en asamblea plenaria, y agradezco al cardenal presidente las palabras que me ha dirigido.


El tiempo transcurrido desde vuestra última plenaria ha sido para vosotros un período de actividad y realización de iniciativas apostólicas. En ellas habéis adoptado la exhortación apostólica Evangelii gaudium como texto programático y brújula para orientar vuestra reflexión y vuestra acción. El año que acaba de comenzar se caracterizará por una importante celebración: el 50º aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II. Al respecto, sé que estáis preparando oportunamente un acto conmemorativo de la publicación del decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem. Aliento esta iniciativa, que no sólo mira al pasado sino también al presente y al futuro de la Iglesia.
El tema que habéis elegido para esta asamblea plenaria, Encontrar a Dios en el corazón de la ciudad, se sitúa en la línea de la invitación de la Evangelii gaudium a entrar en los «desafíos de las culturas urbanas» (nn. 71-75). El fenómeno del urbanismo ya ha asumido dimensiones globales: más de la mitad de los hombres del planeta vive en las ciudades. Y el contexto urbano tiene un fuerte impacto en la mentalidad, la cultura, los estilos de vida, las relaciones interpersonales y la religiosidad de las personas. En tal contexto, tan variado y complejo, la Iglesia ya no es la única «promotora de sentido», y los cristianos absorben «lenguajes, símbolos, mensajes y paradigmas que ofrecen nuevas orientaciones de vida, frecuentemente en contraste con el Evangelio» (ibídem, n. 73). Las ciudades presentan grandes oportunidades y grandes riesgos: pueden ser magníficos espacios de libertad y realización humana, pero también terribles espacios de deshumanización e infelicidad. 


Parece precisamente que cada ciudad, incluso la que se muestra más floreciente y ordenada, tenga la capacidad de generar dentro de sí una oscura «anti-ciudad». Parece que junto a los ciudadanos también existen los no-ciudadanos: personas invisibles, pobres de recursos y calor humano, que habitan en «no-lugares», que viven de las «no-relaciones». Se trata de personas a las que nadie les dirige una mirada, una atención, un interés. No sólo son los «anónimos», son los «anti-hombres». Y esto es terrible.


Pero ante estos tristes escenarios, debemos recordar siempre que Dios no ha abandonado la ciudad; Él vive en la ciudad. El título de vuestra plenaria quiere destacar precisamente que es posible encontrar a Dios en el corazón de la ciudad. Esto es muy hermoso. Sí, Dios sigue estando presente también en nuestras ciudades, tan frenéticas y distraídas. Por eso es necesario no abandonarse jamás al pesimismo y al derrotismo, sino tener una mirada de fe sobre la ciudad, una mirada contemplativa «que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas» (ibídem, n. 71). Y Dios nunca está ausente de la ciudad, porque nunca está ausente del corazón del hombre. En efecto, «la presencia de Dios acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas» (ibídem). La Iglesia quiere estar al servicio de esta búsqueda sincera que existe en muchos corazones y los abre a Dios. Los fieles laicos, sobre todo, están llamados a salir sin temor para ir al encuentro de los hombres de las ciudades: en las actividades diarias, en el trabajo, como particulares o como familias, junto con la parroquia o en los movimientos eclesiales de los que forman parte, pueden derribar el muro de anonimato e indiferencia que a menudo reina indiscutiblemente en las ciudades. Se trata de encontrar la valentía de dar el primer paso de acercamiento a los demás, para ser apóstoles en el barrio.


Al convertirse en anunciadores felices del Evangelio a sus conciudadanos, los fieles laicos descubren que hay muchos corazones que el Espíritu Santo ya ha preparado para acoger su testimonio, su cercanía, su atención. En la ciudad existe a menudo un terreno de apostolado mucho más fértil de lo que muchos se imaginan. Por consiguiente, es importante cuidar la formación de los laicos: educarlos para que tengan esa mirada de fe, llena de esperanza, que sepa ver la ciudad con los ojos de Dios. Ver la ciudad con los ojos de Dios. Animarlos a vivir el Evangelio, sabiendo que toda vida cristianamente vivida tiene siempre un fuerte impacto social. Al mismo tiempo, es necesario alimentar su deseo de testimonio, para que puedan dar con amor a los demás el don de la fe que han recibido, acompañando con afecto a sus hermanos que dan los primeros pasos en la vida de fe. En una palabra, los laicos están llamados a vivir un protagonismo humilde en la Iglesia y convertirse en fermento de vida cristiana para toda la ciudad.


Es importante, además, que en este renovado impulso misionero hacia la ciudad los fieles laicos, en comunión con sus pastores, propongan el corazón del Evangelio, no sus «apéndices». También el entonces obispo Montini, a los participantes en la gran misión ciudadana de Milán, les hablaba de la «búsqueda de lo esencial», e invitaba a ser, ante todo nosotros mismos, «esenciales», es decir, auténticos, genuinos, y a vivir lo que cuenta verdaderamente (cf. Discorsi e scritti milanesi 1954-1963, Instituto Pablo VI, Brescia-Roma, 1997-1998, p. 1483). Sólo así se puede proponer con su fuerza, su belleza y su sencillez, el anuncio liberador del amor de Dios y de la salvación que Cristo nos ofrece. Sólo así se va con actitud de respeto hacia las personas; se ofrece lo esencial del Evangelio.


Encomiendo vuestro trabajo y vuestros proyectos a la protección maternal de la Virgen María, peregrina junto a su Hijo en el anuncio del Evangelio de aldea en aldea, de ciudad en ciudad, y os imparto de corazón mi bendición a todos vosotros y a vuestros seres queridos. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Sábado 7 de febrero de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Os acojo con agrado al final de vuestra asamblea plenaria en la que os dedicasteis a la reflexión y a la investigación sobre el temaLas culturas femeninas: igualdad y diferencia. Agradezco al cardenal Ravasi las palabras que me ha dirigido también en nombre de todos vosotros. Deseo expresar mi agradecimiento, en particular, a las mujeres presentes, pero también a todas las que —y sé que son muchas— contribuyeron de diferentes modos a la preparación y a la realización de este trabajo.


El argumento que elegisteis me interesa mucho, y ya en diversas ocasiones tuve la posibilidad de abordarlo e invitar a profundizarlo. Se trata de estudiar criterios y modalidades nuevos para que las mujeres no se sientan huéspedes, sino plenamente partícipes en los varios ámbitos de la vida social y eclesial. La Iglesia es mujer, es la Iglesia, no el Iglesia. Este es un desafío que ya no se puede postergar. Lo digo a los pastores de las comunidades cristianas que están aquí en representación de la Iglesia universal, pero también a las laicas y laicos comprometidos de diversas maneras en la cultura, en la educación, en la economía, en la política, en el mundo del trabajo, en las familias, en las instituciones religiosas.


El orden de las temáticas que programasteis para el desarrollo del trabajo de estos días —trabajo que, ciertamente, también proseguirá en el futuro— me permite indicaros un itinerario, ofreceros algunas líneas directrices para realizar dicho compromiso en cualquier parte de la tierra, en el corazón de todas las culturas, en diálogo con las diferentes confesiones religiosas.


El primer tema es: Entre igualdad y diferencia: en busca de un equilibrio. Pero un equilibrio que sea armonioso, no sólo balanceado. No hay que afrontar ideológicamente este aspecto, porque la «lente» de la ideología impide ver bien la realidad. La igualdad y la diferencia de las mujeres —como, por lo demás, de los hombres— se perciben mejor en la perspectiva del con, de la relación, que en la del contra. Desde hace tiempo hemos dejado atrás, al menos en las sociedades occidentales, el modelo de subordinación social de la mujer al hombre, modelo secular que, sin embargo, jamás ha agotado del todo sus efectos negativos. También hemos superado un segundo modelo, el miedo a la pura y simple paridad, aplicada mecánicamente, y a la igualdad absoluta. Así, se ha configurado un nuevo paradigma, el de la reciprocidad en la equivalencia y en la diferencia. La relación hombre-mujer, pues, debería reconocer que ambos son necesarios porque poseen, sí, una naturaleza idéntica, pero con modalidades propias. Una es necesaria para el otro, y viceversa, para que se realice verdaderamente la plenitud de la persona.


El segundo tema, La «generatividad» como código simbólico, dirige una mirada intensa a todas las madres, y ensancha el horizonte a la transmisión y protección de la vida, no limitada a la esfera biológica, que podríamos sintetizar con cuatro verbos: desear, dar a luz, cuidar y dejar ir.


En este ámbito tengo presente, y aliento, la contribución de tantas mujeres que trabajan en la familia, en el campo de la educación en la fe, en la actividad pastoral, en la formación escolar, pero también en las estructuras sociales, culturales y económicas. Vosotras, mujeres, sabéis encarnar el rostro tierno de Dios, su misericordia, que se traduce en disponibilidad a dar tiempo más que a ocupar espacios, a acoger en lugar de excluir. En este sentido, me complace describir la dimensión femenina de la Iglesia como seno acogedor que regenera la vida.


El tercer tema, El cuerpo femenino entre cultura y biología, nos recuerda la belleza y la armonía del cuerpo que Dios ha dado a la mujer, pero también las dolorosas heridas que se les han causado, a veces con cruel violencia, por ser mujeres. Símbolo de la vida, el cuerpo femenino a menudo es agredido y desfigurado incluso por quienes deberían ser sus custodios y compañeros de vida.


Por lo tanto, las numerosas formas de esclavitud, de mercantilización, de mutilación del cuerpo de las mujeres, nos comprometen a trabajar para vencer esta forma de degradación que lo reduce a simple objeto para malvender en los distintos mercados. En este contexto, deseo atraer la atención sobre la dolorosa situación de tantas mujeres pobres, obligadas a vivir en condiciones de peligro, de explotación, relegadas al margen de las sociedades y convertidas en víctimas de una cultura del descarte.


Cuarto tema: Las mujeres y la religión: ¿fuga o búsqueda de participación en la vida de la Iglesia? Aquí los creyentes son interpelados de modo particular. Estoy convencido de la urgencia de ofrecer espacios a las mujeres en la vida de la Iglesia y de acogerlas, teniendo en cuenta las específicas y cambiadas sensibilidades culturales y sociales. Por lo tanto, es de desear una presencia femenina más amplia e influyente en las comunidades, para que podamos ver a muchas mujeres partícipes en las responsabilidades pastorales, en el acompañamiento de personas, familias y grupos, así como en la reflexión teológica.


No se puede olvidar el papel insustituible de la mujer en la familia. Las dotes de delicadeza, peculiar sensibilidad y ternura, de la que es rica el alma femenina, no sólo representan una fuerza genuina para la vida de las familias, para la irradiación de un clima de serenidad y armonía, sino también una realidad sin la cual la vocación humana sería irrealizable.
Además, se trata de alentar y promover la presencia eficaz de las mujeres en numerosos ámbitos de la esfera pública, en el mundo del trabajo y en los lugares donde se adoptan las decisiones más importantes y, al mismo tiempo, mantener su presencia y atención preferencial y del todo especial en y para la familia. No hay que dejar solas a las mujeres mientras llevan este peso y toman decisiones, sino que todas las instituciones, incluida la comunidad eclesial, están llamadas a garantizar la libertad de elección a las mujeres para que tengan la posibilidad de asumir responsabilidades sociales y eclesiales de un modo armónico con la vida familiar.


Queridos amigos y amigas: Os aliento a llevar adelante este compromiso, que encomiendo a la intercesión de la bienaventurada Virgen María, ejemplo concreto y sublime de mujer y madre. Os pido, por favor, que recéis por mí, y os bendigo de corazón. Gracias.


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CLAUSURA DEL CONGRESO MUNDIAL EDUCATIVO
DE "SCHOLAS OCCURRENTES"


Aula del Sínodo
Jueves 5 de febrero de 2015




Todos ustedes tienen un cofre, una caja, y adentro hay un tesoro. Y el trabajo de ustedes es abrir la caja, sacar el tesoro, hacerlo crecer y darlo a los demás, y recibir de los demás el tesoro de los demás. Cada uno de nosotros tiene un tesoro adentro. Si lo guardamos encerrado, queda ahí encerrado; si lo compartimos con los demás, el tesoro se multiplica con los tesoros que vienen de los demás.


Lo que les quiero decir es que no escondan el tesoro que cada uno tiene. A veces se encuentra enseguida; a veces hay que hacer como el juego de la búsqueda del tesoro: no se encuentra enseguida, pero, una vez que lo encontraste, compartilo, porque al compartirlo recibís del otro y se multiplica. Eso es lo que les quiero decir a ustedes, chicos. ¡Adelante! Lo que ustedes hacen desde el sitio en que están nos ayuda también a todos nosotros a comprender que la vida es un lindo tesoro, pero solamente tiene sentido si la damos. ¡Muchas gracias!





En primer lugar, les agradezco el esfuerzo que han hecho ustedes para participar de este IV Congreso. Les agradezco los aportes, que nacen de la experiencia.


Una cosa que me preocupa a mí mucho es lograr armonías, que no es simplemente lograr compromisos, lograr arreglos, lograr entendimientos parciales. Armonía es, de alguna manera, crear entendimiento de diferencias, aceptar las diferencias, valorar las diferencias y dejar que se armonicen, que no se fragmenten.


El mensaje que escuchamos de parte de la Lumsa recordaba una frase mía: No vamos a cambiar el mundo si no cambiamos la educación. Y hay algo que está totalmente desarmonizado. Yo pensaba que era solamente en América Latina, o en algunos países de América Latina, que era lo que más conocía. En el mundo. Es el pacto educativo, pacto educativo que se da entre la familia, la escuela, la patria, la cultura. Está roto y muy roto, y no se puede pegar. El pacto educativo roto significa que sea la sociedad, sea la familia, sean las instituciones diversas delegan la educación en los agentes educativos, en los docentes, que –generalmente mal pagados– tienen que llevar sobre sus espaldas esta responsabilidad y, si no logran un éxito, se les recrimina, pero nadie recrimina a las diversas instituciones que han claudicado del pacto educativo, lo han delegado a la profesionalidad de un docente. Quiero rendir homenaje a los docentes, porque se han encontrado con esta papa caliente en la mano y se han animado a seguir adelante.


Scholas quiere, de alguna manera, reintegrar el esfuerzo de todos por la educación, quiere rehacer armónicamente el pacto educativo, porque solamente así, si todos los responsables de la educación de nuestros chicos y jóvenes nos armonizamos, podrá cambiar la educación. Y, para eso, Scholas busca la cultura, el deporte, la ciencia; para eso, Scholas busca los puentes, sale del “chiquitaje” y va a buscarlos más allá. Y hoy día está manejando, en todos los continentes, esta interacción, este entendimiento.


Pero además lo que busca Scholas es armonizar la misma educación de la persona del chico, del muchacho, del educando. No es solamente buscar información, el lenguaje de la cabeza. No basta. Scholas quiere armonizar el lenguaje de la cabeza con el lenguaje del corazón y el lenguaje de las manos, que una persona, que un chico, que un muchacho piense lo que siente y lo que hace, sienta lo que piensa y lo que hace, haga lo que siente y lo que piensa.


Esa armonía en la misma persona, en el educando, y esa armonía universal, de tal manera que el pacto educativo lo asumimos todos y, de esa manera, salimos de esta crisis de la civilización que nos toca vivir, y damos el paso que la misma civilización nos exige.


Cada uno de los pueblos que integran Scholas tiene que buscar en su tradición –su tradición histórica, su tradición popular– las cosas fundacionales, cuáles son las cosas que culturalmente son fundacionales a la patria. Y, desde eso que le dio sentido a esa patria, a esa nación, sacar la universalidad que armoniza. La cultura italiana, por ejemplo, no puede renegar de Dante como fundacional; la cultura Argentina, que es la que conozco, no puede renegar del Martín Fierro, nuestro poema fundacional. Me vienen las ganas de preguntar –pero no lo voy a hacer– cuántos argentinos aquí presentes han estudiado, leído, meditado a Martín Fierro. Volver a las cosas culturales que nos dieron sentido, que nos dieron la primera unidad de la cultura nacional de los pueblos, recuperar lo que es más nuestro cada uno de los pueblos para compartirlo con los demás y armonizar lo más grande: eso es educar para la cultura.


Además, hay que ir a buscar lo fundacional de la persona, la sanidad fundacional, la capacidad lúdica, la capacidad creativa del juego. El libro de la Sabiduría dice que Dios jugaba, la sabiduría de Dios jugaba. Redescubrir el juego como camino educativo, como expresión educativa. Entonces, ya la educación no es meramente información; es creatividad en el juego, esa dimensión lúdica que nos hace crecer en la creatividad y en el trabajo en conjunto.


Finalmente, buscar en cada uno de nosotros y en nuestros pueblos la belleza, la belleza que nos funda con nuestro arte, con nuestra música, con nuestra pintura, con nuestra escultura, con nuestras literaturas. Lo bello. Educar en la belleza porque armonía dice a belleza y no podemos lograr la armonía del sistema educativo si no tenemos esa percepción de la belleza.


Yo les agradezco todo lo que ustedes hacen y cómo colaboran en este desafío que es creativo: creativo del pacto educativo –recrearlo porque así recreamos la educación–; creativo de la armonía de la persona entre los tres lenguajes, el de las manos, el del corazón y el de la mente; creativo en la dimensión lúdica de una persona, ese sano perder el tiempo en el trabajo conjunto del juego; creativo en la belleza, que ya encontramos en los fundamentos de las identidades nacionales, que estamos todos juntos. Éste es el desafío. 


¿Quién inventó esto? No se sabe, pero se dio. ¿Hay problemas? Muchos, muchos todavía que solucionar en la organización de esto. ¿Que somos tentados? Sí. Toda obra que empieza es tentada; es tentada de frenarse, de corromperse, de desviarse. Por eso es necesario el trabajo conjunto y la vigilancia de todos, para que esta chispa que nació siga extendiéndose en un fuego que ayude a reconstruir, a armonizar el pacto educativo. Los que ganan en todo esto son los chicos. Así que les agradezco por lo que hacen por el futuro, porque decir chicos es decir futuro. Muchas gracias.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GRECIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 5 de febrero de 2015

Queridos hermanos obispos:


Os saludo a todos con afecto con ocasión de vuestra visita ad limina. Esta peregrinación vuestra a las tumbas de los Apóstoles es siempre ocasión privilegiada para reforzar los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y con todo el Colegio episcopal disperso por todo el mundo. Esta unidad favorece entre vosotros la comunión fraterna: ella es indispensable también para el crecimiento de la Iglesia en Grecia, así como para el progreso de toda la sociedad. Esto es aún más verdadero en vuestro país, que en este momento tiene más necesidad que nunca de diálogo entre sus diversas componentes políticas y culturales, para la salvaguardia y la promoción del bien común. Por lo tanto, no dejéis de estimular a las personas confiadas a vuestra atención episcopal a dar por doquier un valiente testimonio de fraternidad.


Esa diaconía de la fraternidad, por una parte, pide la custodia y el refuerzo de las tradiciones culturales y de las raíces cristianas de la sociedad helénica y, por otra, pide apertura hacia los valores culturales y espirituales de los que son portadores los numerosos inmigrantes, con espíritu de sincera acogida hacia estos hermanos y hermanas, sin distinción de raza, lengua o credo religioso. Vuestras comunidades cristianas, mostrándose verdaderamente unidas entre sí y al mismo tiempo abiertas al encuentro y a la acogida, especialmente hacia los más desfavorecidos, pueden contribuir realmente a transformar la sociedad, con el fin de hacerla más conforme al ideal evangélico. Me alegra saber que estáis comprometidos en esta acción pastoral y caritativa, sobre todo en favor de los inmigrantes, incluso irregulares, muchos de los cuales son católicos. Os aliento de todo corazón a continuar con un renovado impulso evangelizador, implicando en esta obra especialmente a los jóvenes, ellos son el futuro de la nación.


Ante la persistencia de la crisis económico-financiera, que afectó de modo particularmente duro también a vuestro país, no os canséis de exhortar a todos a la confianza en el futuro, contrastando la así llamada cultura del pesimismo. El espíritu de solidaridad, que cada cristiano está llamado a testimoniar en la vida cotidiana concreta, constituye una levadura de esperanza. Es importante que mantengáis relaciones constructivas con los diversos componentes de la sociedad, para difundir esta perspectiva de solidaridad, con una actitud de diálogo y de colaboración también con los demás países europeos.
Con este mismo espíritu, os aliento a continuar el diálogo interpersonal con los hermanos ortodoxos, con el fin de alimentar el necesario camino ecuménico, imprescindible perspectiva para un futuro de serenidad y de fecundidad espiritual para toda vuestra nación.


Para llevar adelante la misión de evangelización y de promoción humana a la que está llamada la Iglesia en Grecia, es irrenunciable la presencia de un clero generoso y motivado. Por lo tanto, os exhorto a aumentar, con adecuados instrumentos, la pastoral vocacional para hacer frente a la insuficiencia numérica del clero. Al respecto, os pido que transmitáis a los sacerdotes de vuestras diócesis, muchos de los cuales son ancianos, todo mi afecto y mi aprecio por su celo apostólico, a pesar de la escasez de medios.


Una aportación necesaria y valiosa para el anuncio del Evangelio lo ofrecen los institutos de vida consagrada, a los cuales os invito a dedicar la justa atención, para que continúen, a pesar de las numerosas dificultades, la propia misión en el país. Pienso sobre todo en el ámbito de la formación escolar, en la cual ellos realizan un trabajo notable. Con el fin de revitalizar las comunidades cristianas, estáis llamados a valorizar el papel de los fieles laicos. Su cooperación en el ministerio de los obispos y de los presbíteros es indispensable para afrontar los desafíos actuales y los del futuro. Se trata de cuidar adecuadamente su formación, incluso incrementando la presencia de los movimientos y de las asociaciones eclesiales. Estos, allí donde están bien guiados por los Pastores, suscitan por doquier aprecio por su compromiso misionero y por la alegría cristiana que difunden, trabajando siempre en sintonía con las líneas pastorales de las Iglesias particulares y bien incorporados en las diócesis y en las parroquias.


El debilitamiento de la familia, causado también por el proceso de secularización, requiere el compromiso de la Iglesia en perseverar en los programas de formación al matrimonio, sin olvidar el trabajo indispensable con las nuevas generaciones en su formación cristiana. Que las personas ancianas no estén ausentes de vuestras preocupaciones; muchas de ellas están solas o abandonadas, porque la cultura del descarte lamentablemente se está difundiendo un poco por todas partes. No os canséis de poner de relieve con la palabra y con las acciones que la presencia y la participación de los mayores en la vida social es indispensable para el buen camino de un pueblo.


Queridos hermanos obispos, deseo expresaros mi aprecio por el trabajo de evangelización que, a pesar de la múltiples dificultades, lleváis adelante en Grecia. El reconocimiento jurídico de la Iglesia católica por parte de las autoridades competentes es un hecho de gran relieve, que os ayuda a mirar con mayor serenidad al futuro, comprometiéndoos en el hoy con un confiado dinamismo y con el entusiasmo de quienes son testigos del Señor muerto y resucitado. Os aliento a perseverar con alegría evangélica en vuestra misión. Os encomiendo a vosotros, a los sacerdotes, las personas consagradas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis a la intercesión de la Virgen santa y, mientras os pido que recéis por mí y por mi ministerio, de corazón os imparto la bendición apostólica.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LITUANIA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Fiesta de la Presentación del Señor
Lunes 2 de febrero de 2015


Queridos hermanos en el episcopado:


Os acojo con alegría, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum; os saludo cordialmente a cada uno de vosotros y a las Iglesias particulares que el Señor ha confiado a vuestra guía paternal.


Habéis venido a Roma con vuestra juventud, pero también con vuestra heroicidad. En efecto, entre vosotros hay algunos hermanos jóvenes, pero, sobre todo, prelados que vivieron el triste período de la persecución. Gracias por vuestro testimonio de Jesucristo y por vuestro servicio al pueblo santo de Dios.


Lituania ha tenido desde siempre pastores cercanos a su propia grey y solidarios con ella. A lo largo de la historia de la nación, han acompañado con solicitud a su propia gente, no sólo en el camino de fe y al afrontar las dificultades materiales, sino también en la construcción civil y cultural de la sociedad, cuyo sustrato histórico e identitario está en la fuerza del Evangelio y en el amor a la santísima Madre de Dios. Sois herederos de esta historia, de este patrimonio de caridad pastoral, y lo demostráis con la energía de vuestra acción, la comunión que os anima y la perseverancia con que perseguís las metas que os indica el Espíritu.


Queridos hermanos: Conozco vuestros afanes apostólicos. Si durante un largo período la Iglesia en vuestro país fue oprimida por regímenes fundados en ideologías contrarias a la dignidad y a la libertad humana, hoy debéis afrontar otras insidias, como por ejemplo, el secularismo y el relativismo. Por eso, además de un anuncio incansable del Evangelio y de los valores cristianos, no hay que olvidar un diálogo constructivo con todos, incluso con quienes no pertenecen a la Iglesia o están alejados de la experiencia religiosa. Cuidad de que las comunidades cristianas sean siempre lugares de acogida, de debate abierto y constructivo, de estímulo para toda la sociedad por perseguir el bien común.


Conozco también vuestro incesante compromiso y vuestra solicitud hacia el clero que Dios os ha confiado. No olvidéis que es necesario, sobre todo, rezar para que Dios os conceda sacerdotes generosos y capaces de sacrificio y entrega. El Señor también os concederá laicos convencidos, que asuman responsabilidades dentro de la comunidad eclesial y den una valiosa contribución cristiana a la sociedad civil, si rezáis por esto y si los animáis a estar presentes, con la fuerza de una fe adulta, en el ámbito civil, cultural, político y social.
Como sabéis, en este período toda la Iglesia está comprometida en un camino de reflexión sobre la familia, sobre su belleza, sobre su valor y sobre los desafíos que está llamada a afrontar en nuestro tiempo. También os aliento, como pastores, a dar vuestra contribución a esta gran obra de discernimiento y, sobre todo, a cuidar la pastoral familiar, de manera que los esposos sientan la cercanía de la comunidad cristiana, y se los ayude a «no acomodarse a la mentalidad de este mundo, sino a renovarse continuamente según el espíritu del Evangelio» (cf. Rm 12, 2). En efecto, también vuestro país, que ya ha entrado plenamente en la Unión europea, está expuesto a la influencia de ideologías que quieren introducir elementos de desestabilización de las familias, fruto de un sentido de la libertad personal mal entendido. Al respecto, las seculares tradiciones lituanas os ayudarán a responder, según la razón y la fe, a dichos desafíos.


Quiero recomendaros, además, una atención especial a las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. ¡Que la Iglesia en Lituania jamás se canse de seguir rezando por las vocaciones! Os exhorto, además, a preocuparos por una adecuada formación, inicial y permanente, de los sacerdotes, de las personas consagradas y de los seminaristas, prestando particular atención a su vida espiritual y moral, así como a la educación en la pobreza evangélica y en la gestión de los bienes materiales conforme a los principios de la doctrina social de la Iglesia. Amad a vuestros presbíteros, tratad de estar bien dispuestos cuando os busquen, y no esperéis siempre que sean ellos quienes os busquen, no los dejéis solos en las dificultades. Asimismo, preocupaos de modo particular por los catequistas, transmitiéndoles con vuestro testimonio la alegría de evangelizar.


Por último, os exhorto a la solicitud con los pobres. También en Lituania, a pesar del actual desarrollo económico, hay muchos necesitados, desempleados, enfermos, abandonados. Estad cerca de ellos. Y no olvidéis a cuantos, sobre todo entre los jóvenes, dejan el país por diferentes motivos y tratan de encontrar un nuevo camino en el extranjero. Su número creciente y sus exigencias requieren la atención y el cuidado pastoral por parte de la Conferencia episcopal, para que puedan conservar la fe y las tradiciones religiosas lituanas.
Queridos hermanos: Os agradezco vuestra visita. Llevad mi saludo cordial a vuestras Iglesias particulares y a todos vuestros compatriotas. Que la Virgen María, venerada especialmente en vuestra nación como «Puerta de la Aurora» en Vilna, así como en Šiluva y en muchas otras partes, interceda por la Iglesia en Lituania: proteja con su manto a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles, y obtenga para cada comunidad la plenitud de las gracias del Señor. Os aseguro mi recuerdo en la oración y confío en el vuestro, mientras os imparto de corazón la bendición apostólica.


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