martes, 5 de mayo de 2015

FRANCISCO: Discursos de abril (25, 20 [2], 18 [2], 17, 16, 11 y 9)

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO 
ABRIL 2015




A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN JUAN PABLO II


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 25 de abril de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Os doy mi bienvenida a vosotros, miembros y amigos de la Fundación Juan Pablo II. Doy las gracias al cardenal Ryłko por haber introducido nuestro encuentro y agradezco a todos el compromiso que realizáis por llevar adelante las iniciativas de la Fundación y custodiar su espíritu. Y gracias también de corazón por el regalo de este cuadro de Jesús misericordioso.


La canonización del Papa Juan Pablo II dio un nuevo impulso a vuestro trabajo, al servicio de la Iglesia y de la evangelización. Lo hizo, posiblemente, incluso más universal, como ya es universal el culto que le rinde el pueblo de Dios. Y vosotros ofrecéis una contribución valiosa a fin de que la herencia espiritual de este santo Pontífice continúe fecundando el gran campo de la Iglesia y sosteniendo su camino en la historia.


Os agradezco especialmente las iniciativas de carácter educativo que lleváis adelante en favor de los jóvenes. En efecto, san Juan Pablo II tuvo siempre un gran amor hacia los jóvenes y un cuidado pastoral especial hacia ellos. Y vosotros contribuís a hacer que su carisma y su paternidad continúen dando frutos.


También ofrecéis a los sacerdotes y laicos oportunidades valiosas de enriquecer su formación, para estar más preparados al acompañar a las comunidades haciendo frente a los desafíos culturales y pastorales de nuestros días. Para lograr este objetivo os podéis también valer del rico magisterio de doctrina social que san Juan Pablo II nos dejó, y que se demuestra más que nunca actual. Basta pensar en una de las palabras clave de su magisterio que es «solidaridad». Una palabra que alguien quizás pensó que debería decaer, pero que en realidad conserva hoy toda su fuerza profética.


Por eso es importante que vosotros los primeros, en vuestra «red» de círculos de amigos de la Fundación, viváis esta solidaridad entre vosotros, alimentándola continuamente con la fraternidad cristiana, a su vez animada por la oración y la docilidad a la Palabra de Dios. Que la Virgen María os conceda esto, a la que san Juan Pablo II consagró toda su vida y su pontificado.


Os doy las gracias, queridísimos, por esta visita. Os bendigo a todos vosotros y vuestro servicio, y os pido, por favor, que recéis por mí.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GABÓN
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Lunes 20 de abril de 2015


Queridos hermanos en el episcopado:


Me alegra acogeros con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. En peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, venís a sacar de su martirio, fundado en la fidelidad a Cristo muerto y resucitado, nuevas energías para continuar cada vez con mayor ardor vuestra misión de pastores y para consolidar vuestros vínculos de comunión con la Sede apostólica, reforzando también la colegialidad entre vosotros y con los obispos de todo el mundo.


En su discurso en vuestro nombre, monseñor Mathieu Madega Lebouakehan, presidente de vuestra Conferencia episcopal, recordó algunos aspectos importantes de la vida de la Iglesia en Gabón. Le doy cordialmente las gracias, y también agradezco a cada uno de vosotros los sentimientos de devoción fiel al Sucesor de Pedro y el celo pastoral. En este año jubilar conmemorativo de diversos acontecimientos que han marcado la vida de la Iglesia en Gabón, en particular el 170º aniversario de su fundación, a través de vosotros deseo saludar y animar a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los demás agentes de pastoral que colaboran con vosotros, así como a todos los fieles laicos de vuestras diócesis, a quienes me uno en la oración y en la acción de gracias.


Queridos hermanos en el episcopado: Los valientes misioneros que anunciaron el Evangelio en vuestra tierra, en condiciones heroicas, así como los primeros cristianos gaboneses, que acogieron la buena nueva de la salvación con corazón generoso y la testimoniaron a menudo en medio de numerosas adversidades, son los pioneros de vuestra Iglesia local. Su recuerdo, su celo y su testimonio evangélicos no deben dejar de inspiraros en vuestra acción pastoral y constituir para toda la Iglesia en Gabón la fuente de un compromiso renovado para el anuncio del Evangelio como mensaje de paz, alegría y salvación, que libera al hombre de las fuerzas del mal para conducirlo al reino de Dios.


El desarrollo del ministerio que se os ha encomendado en cada una de vuestras diócesis exige que se viva una auténtica fraternidad en el seno de vuestra Conferencia episcopal: «Para que todos sean uno…, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). Esta exigencia de unidad y comunión nos la dejó Jesús mismo como herencia, como necesidad para que su Palabra se escuche y acoja y, por tanto, para el crecimiento de la Iglesia. La colaboración fraterna debe permitir responder de la mejor manera a las necesidades y a los desafíos de la Iglesia y velar con espíritu de colegialidad por el bien común de toda la sociedad. Desde esta perspectiva, habéis tomado recientemente la iniciativa de una jornada de oración por vuestro país. Así, la Iglesia testimonia que comparte las preocupaciones de todos los gaboneses y que el mensaje cristiano, lejos de apartar a los hombres de la construcción de un mundo cada vez más justo y fraterno, «al contrario, les impone como deber el hacerlo» (Gaudium et spes, 34). El Centre d’ètudes pour la doctrine sociale e le dialogue interreligieux, inaugurado en Libreville en 2011, también muestra vuestra preocupación por evangelizar las costumbres y las realidades sociopolíticas de vuestro país.


Queridos hermanos en el episcopado: La unidad del presbiterio en torno a su obispo es ejemplar para ofrecer a los fieles el sentido de la Iglesia como familia de Dios. Se debe traducir, en particular, en una real preocupación por inmunizarse contra el riesgo dañoso de las consideraciones tribales y étnicas discriminatorias que son la negación misma del Evangelio. Este espíritu de comunión se expresa de modo particular a través de la atención fraterna que dirigís a la vida y a la misión de vuestros sacerdotes, en un diálogo constante, pero sin dudar en sancionar las situaciones que lo exigen, con justicia y caridad. Quiero destacar aquí cuán importante es la vida de oración para el sacerdote, puesto que el camino sacerdotal se unifica en Cristo. Así, el sacerdote estará plenamente disponible para Cristo y sus hermanos, y se pondrá generosamente al servicio de la transmisión de la Palabra y de la celebración digna de los sacramentos. Una sólida formación permanente contribuirá a reavivar el dinamismo apostólico para encontrar a los hombres y mujeres en su cultura y su lenguaje. Por eso debe dirigirse una atención particular a la preparación de la homilía y la catequesis. «La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo» (Evangelii gaudium, 135).


Los candidatos al sacerdocio merecen, a su vez, un lugar de relieve en vuestro corazón de pastores: estos jóvenes que, con un entusiasmo a veces lleno de dudas, desean consagrar su vida al Señor en el sacerdocio, tienen necesidad de sentir por parte de sus obispos solicitud y aliento, sinónimos de un acompañamiento efectivo en el indispensable y complejo proceso de discernimiento de las vocaciones. Tal discernimiento y la formación de los seminaristas se deben radicar ante todo en el Evangelio, y luego en los verdaderos valores culturales de su país, en el sentido de la honestidad, la responsabilidad y la fidelidad a la palabra dada (cf.Ecclesia in Africa, 95).


Los religiosos y religiosas, que desde la fundación de la Iglesia en Gabón han mostrado un celo apostólico extraordinario al servicio del Evangelio, también tienen derecho a una atención privilegiada llena de afecto por vuestra parte. En este Año de la vida consagrada, os confirmo personalmente aquí la invitación que dirigí en tal sentido a todos mis hermanos en el episcopado: «Que este Año sea una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como un capital espiritual para el bien de todo el Cuerpo de Cristo (…) y no sólo de las familias religiosas» (Carta apostólica a todos los consagrados con ocasión del Año de la vida consagrada, 5). Esta acogida se manifiesta a través de un diálogo constructivo y una colaboración constante con ellos en todos los niveles, así como con una cercanía espiritual y la promoción de los diversos carismas en vuestras diócesis.


También os animo a seguir preocupándoos por despertar en los laicos el sentido de su vocación cristiana, exhortándolos a desarrollar sus carismas para ponerlos al servicio de la Iglesia y de la sociedad. La Iglesia es totalmente misionera por su misma naturaleza. Es necesario reconocer que una importante contribución a la vitalidad de vuestras Iglesias proviene del celo de tantos fieles laicos que se comprometen en diversos niveles en la vida de las comunidades. Así pues, cada comunidad cristiana, cada cristiano está llamado a tener la valentía de dirigirse a los hombres y mujeres que tienen necesidad de la luz del Evangelio en su ámbito de vida. Por eso, la formación humana y cristiana de los laicos es un instrumento importante para contribuir a la obra de evangelización y desarrollo de las personas, preocupándose además por estar siempre «en salida» hacia las periferias de la sociedad (cf. Evangelii gaudium, 20). También habrá que preocuparse por presentar a los jóvenes el verdadero rostro de Cristo, su amigo y guía, a fin de que encuentren en Él un sólido anclaje para resistir a las ideologías y las sectas, así como a las ilusiones de una falsa modernidad y al espejismo de las riquezas materiales.


Con este fin, hay que preservar el prestigio del que gozan las instituciones educativas católicas en vuestro país, gracias a una formación cada vez más inspirada por el espíritu del Evangelio. El Acuerdo entre la Santa Sede y la República gabonesa sobre el estatuto de la enseñanza católica, de 2001, ofrece a la Iglesia local un valioso apoyo en ese sentido, favoreciendo la promoción a todos los hombres y a todo el hombre (cf. Populorum progressio, 14), con una opción preferencial por los más pobres. Os animo, pues, a no dudar en en alzar la voz para defender a la persona humana, así como la sacralidad de su vida. En este período de preparación para el próximo Sínodo de los obispos sobre la familia, os invito a rezar y hacer rezar por su buen desarrollo, por un servicio mejor a todas las familias.


Queridos hermanos en el episcopado: Al final de este encuentro, quiero aseguraros mi oración, encomendándome una vez más a las vuestras y a las de vuestras comunidades diocesanas. Con mi afectuoso aliento, que extiendo en particular a los sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y a todos vuestros colaboradores, por intercesión de 
Nuestra Señora de Gabón, os imparto la bendición apostólica, implorando sobre vosotros y sobre toda la Iglesia en vuestro país abundantes gracias divinas.


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A UNA DELEGACIÓN DE LA CONFERENCIA DE RABINOS EUROPEOS


Lunes 20 de abril de 2015


Queridos amigos:


Os doy mi bienvenida al Vaticano como miembros de la Conferencia de los rabinos europeos. Me siento particularmente feliz y agradecido porque esta es la primera visita realizada por vuestra organización a Roma para encontrar al Sucesor de Pedro. Saludo al presidente, el rabino Pinchas Goldschmidt, agradeciéndole sus amables palabras.


Os expreso mis más profundas condolencias por el fallecimiento, ayer por la noche, del rabino Elio Toaff, rabino jefe emérito de Roma. Acompaño con mi oración al rabino jefe Riccardo di Segni —que tendría que haber estado aquí con nosotros— y a toda la comunidad judía de Roma, en el recuerdo agradecido de este hombre de paz y de diálogo, que acogió al Papa Juan Pablo ii en la visita histórica al Templo mayor.


El diálogo entre la Iglesia católica y las Comunidades judías avanza sistemáticamente desde hace casi medio siglo. El próximo 28 de octubre celebraremos el quincuagésimo aniversario de la declaración conciliar Nostra aetate, que sigue siendo hasta hoy el punto de referencia de todo esfuerzo en esa dirección. Con gratitud al Señor, pensamos en estos años alegrándonos por los progresos conseguidos y por la amistad que, mientras tanto, ha ido creciendo entre nosotros


Hoy en Europa es cada vez más importante resaltar la dimensión espiritual y religiosa de la vida humana. En una sociedad cada vez más marcada por el secularismo y amenazada por el ateísmo, se corre el riesgo de vivir como si Dios no existiera. El hombre siente a menudo la tentación de tomar el lugar de Dios, de considerarse el criterio de todo, de pensar que puede controlar todo, de sentirse autorizado a usar todo lo que le rodea según su arbitrio. En cambio es muy importante recordar que nuestra vida es un don de Dios, y que a Él debemos encomendarnos, confiar en Él, dirigirnos a Él siempre. Los judíos y los cristianos tienen el don y la responsabilidad de contribuir a mantener vivo el sentido religioso de los hombres de hoy y de nuestra sociedad, dando testimonio de la santidad de Dios y de la vida humana: Dios es santo, y santa e inviolable es la vida por Él donada.


Preocupan actualmente en Europa las tendencias antisemitas y algunos actos de odio y violencia. Todo cristiano debe deplorar firmemente cualquier forma de antisemitismo, manifestando al pueblo judío su solidaridad (cf. Nostra aetate, 4). Recientemente se conmemoró el 70º aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, donde se consumó la gran tragedia de laShoah. La memoria de lo sucedido, en el corazón de Europa, debe servir de advertencia a las generaciones presentes y futuras. Igualmente hay que condenar por todas partes las manifestaciones de odio y violencia contra los cristianos y los fieles de otras religiones.


Queridos amigos, os agradezco de corazón esta visita tan significativa. Os deseo hoy lo mejor para vuestras comunidades, asegurando mi cercanía y mi oración. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


¡Shalom alechem!


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AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA, SERGIO MATTARELLA


Sábado, 18 de abril de 2015


Señor presidente:


Le agradezco su visita, que realiza a sólo dos meses desde que los representantes del pueblo italiano lo eligieron a la más elevada magistratura del Estado. Este gesto manifiesta las excelentes relaciones entre la Santa Sede e Italia y se sitúa en continuidad con las visitas realizadas por su inmediato Predecesor y con una ya larga tradición, que en particular desde el período conciliar ve más frecuentes las ocasiones de encuentro entre las supremas autoridades civiles italianas y las de la Iglesia universal.


El Tratado de Letrán, recogido por la Carta constitucional de la República, y el Acuerdo de revisión del mismo ofrecieron un sólido marco de referencia, dentro del cual pacíficamente se desarrollaron y reforzaron las relaciones entre Italia y la Santa Sede, garantizando la recíproca soberanía e independencia y, al mismo tiempo, la mutua orientación en la colaboración eficaz, sobre la base de valores compartidos y con vistas al bien común.


Es fundamental, de hecho, que con la distinción de funciones y competencias y en el pleno respeto de las recíprocas funciones, se escuche siempre la necesidad de una colaboración renovada, destinada a unir las fuerzas por el bien de todos los ciudadanos que tienen el derecho a tal concordia, de la cual derivan beneficios innumerables.


La Iglesia ofrece a todos la belleza del Evangelio y de su mensaje de salvación, y necesita, para desempeñar su misión espiritual, contar con condiciones de paz y tranquilidad, que sólo los poderes públicos pueden promover.


Por otro lado, estos últimos, a quienes principalmente corresponde establecer las 
condiciones de un desarrollo equitativo y sostenible, a fin de que la sociedad civil despliegue todas sus potencialidades, encuentran en el compromiso y en la leal colaboración de la Iglesia un válido y útil apoyo para su acción. La recíproca autonomía, en efecto, no disminuye sino que eleva la común responsabilidad por el ser humano concreto y por las exigencias espirituales y materiales de la comunidad, que todos tenemos la responsabilidad de servir con humildad y entrega.


De ello se deriva que un sano pluralismo no se cerrará en la específica aportación ofrecida por los diversos componentes ideales y religiosos que forman la sociedad, siempre que naturalmente ellos acojan los principios fundamentales que presiden la vida civil y no instrumentalicen o desvíen sus creencias con fines de violencia y abuso. En otras palabras, el desarrollo ordenado de una sociedad civil pluralista pide que no se pretenda recluir el auténtico espíritu religioso en la sola intimidad de la conciencia, sino que se reconozca también su papel significativo en la construcción de la sociedad, legitimando la válida aportación que este puede ofrecer.


La historia de Italia muestra claramente la magnitud de la aportación del cristianismo a su cultura y al carácter de su población, cómo la fe cristiana impregnó el arte, la arquitectura y las costumbres del país. La fe se transformó en obras y estas en instituciones, hasta dar un rostro a una historia peculiar y a modelar casi todos los aspectos de la vida, empezando desde la familia, primer e indispensable baluarte de solidaridad y escuela de valores, que debe ser ayudada a desempeñar su insustituible función social como lugar fundamental de crecimiento de la persona.


Señor presidente, entre los diversos bienes necesarios para el desarrollo de toda colectividad, el trabajo se distingue por su vínculo con la dignidad misma de las personas, con la posibilidad de construir una vida digna y libre. De modo especial, la carencia de trabajo para los jóvenes se convierte en un grito de dolor que interpela a los poderes públicos, las organizaciones intermedias, los empresarios privados y las comunidades eclesiales, para que se realice todo esfuerzo con el fin de encontrar un remedio para ello, dando a la solución de este problema la justa prioridad. En la disponibilidad del trabajo está, en efecto, la disponibilidad misma de dignidad y de futuro.


Para un ordenado crecimiento de la sociedad es indispensable que las jóvenes generaciones, a través del trabajo, tengan la posibilidad de proyectar con serenidad su futuro, emancipándose de la precariedad y del riesgo de ceder a engañosas y peligrosas tentaciones. Todos los que ocupan cargos de especial responsabilidad tienen por ello la tarea primaria de afrontar con valentía, creatividad y generosidad este problema.


Otro ámbito que requiere hoy especial atención por parte de todos es el cuidado del medio ambiente. Para tratar de aliviar los crecientes desequilibrios y contaminaciones, que a veces provocan auténticos desastres ambientales, hay que adquirir plena conciencia de los efectos de nuestros comportamientos sobre la creación, que están estrechamente relacionados con el modo que el hombre se considera y se trata a sí mismo (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate, 51).


Dentro de pocos días se abrirá en Milán la Exposición universal, que tiene como tema: «Nutrir el planeta. Energías para la vida». El acontecimiento de la Expo será una importante ocasión en la que se presentarán las más modernas tecnologías necesarias para garantizar alimento sano, seguro y suficiente para todos los pueblos respetando el medio ambiente. Que el evento pueda también contribuir en la profundización de la reflexión sobre las causas de la degradación ambiental, de modo que presente a las autoridades competentes un marco de conocimientos y experiencias indispensables para adoptar decisiones eficaces y preservar la salud del planeta que Dios confió al cuidado del género humano.


Deseo, por último, expresar mi gratitud por el compromiso que Italia está prodigando para acoger a los numerosos inmigrantes que, arriesgando la vida, piden acogida. Es evidente que las proporciones del fenómeno requieren una participación mucho más amplia. No tenemos que cansarnos de solicitar un compromiso más extendido a nivel europeo e internacional.


Señor presidente, al formularle mi más cordial deseo para el cumplimiento de su elevada responsabilidad, deseo que Italia, teniendo en cuenta sus nobles tradiciones y su cultura ampliamente inspirada en la fe cristiana, pueda progresar y prosperar en la concordia, ofreciendo su valiosa aportación a la paz y la justicia en el mundo.


Que Dios proteja a Italia y cada uno de sus habitantes.


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A LOS PARTICIPANTES EN LA SESIÓN PLENARIA
DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS SOCIAL
ES


Sábado 18 de abril de 2015


Queridos hermanos y hermanas:


Os doy la bienvenida a vosotros, miembros de la Academia pontificia de ciencias sociales y participantes en esta sesión plenaria dedicada a la trata de personas. Agradezco las amables palabras de la presidenta, la señora Margaret Archer. Saludo a todos cordialmente y os garantizo que estoy muy agradecido por lo que esta Academia realiza para profundizar el conocimiento de las nuevas formas de esclavitud y erradicar la trata de seres humanos, con el único propósito de servir al hombre, especialmente a las personas marginadas y excluidas.


Como cristianos, vosotros os sentís interpelados por el sermón de la montaña del Señor Jesús y también por el «protocolo» con el que seremos juzgados al final de nuestra vida, según el Evangelio de san Mateo, capítulo 25. «Bienaventurados los pobres, bienaventurados los afligidos, bienaventurados los mansos, bienaventurados los puros de corazón, bienaventurados los misericordiosos, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, bienaventurados los perseguidos a causa de la justicia: estos poseerán la tierra, estos serán hijos de Dios, estos verán a Dios» (cf. Mt 5, 3-10). Los «benditos del Padre», sus hijos que lo verán son los que se preocupan por los últimos y aman a los más pequeños entre sus hermanos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis», dice el Señor (cf. Mt 25, 40).


Y hoy, entre estos hermanos más necesitados están los que sufren la tragedia de las formas modernas de esclavitud, del trabajo forzado, del trabajo esclavo, de la prostitución, del tráfico de órganos, de la droga.


San Pedro Claver, en un momento histórico en el que la esclavitud estaba muy difundida y socialmente aceptada, lamentablemente —y escandalosamente— también en el mundo cristiano, porque era un gran negocio, sintiéndose interpelado por estas palabras del Señor, se consagró para ser «esclavo de los esclavos». Muchos otros santos y santas, como por ejemplo, san Juan de Mata, combatieron la esclavitud, siguiendo el mandato de Pablo: «Ya no como esclavo ni esclava, sino como hermano y hermana en Cristo» (cf. Flm 1, 16).
Sabemos que la abolición histórica de la esclavitud como estructura social es la consecuencia directa del mensaje de libertad que Cristo trajo al mundo con su plenitud de gracia, verdad y amor, con su programa de las Bienaventuranzas. La conciencia progresiva de este mensaje en el curso de la historia es obra del Espíritu de Cristo y de sus dones comunicados a sus santos y a numerosos hombres y mujeres de buena voluntad, que no se identifican con una fe religiosa, pero que se comprometen por mejorar las condiciones humanas.


Lamentablemente, en un sistema económico global dominado por el beneficio, se han desarrollado nuevas formas de esclavitud en cierto modo peores y más inhumanas que las del pasado. Más aún hoy, por lo tanto, siguiendo el mensaje de redención del Señor, estamos llamados a denunciarlas y combatirlas. En primer lugar, debemos tomar más conciencia de este nuevo mal que, en el mundo global, se quiere ocultar por ser escandaloso y «políticamente incorrecto». A nadie le gusta reconocer que en su ciudad, en su barrio también, en su región o nación existen nuevas formas de esclavitud, mientras sabemos que esta plaga concierne a casi todos los países. Tenemos que denunciar este terrible flagelo con su gravedad. Ya el Papa Benedicto XVI condenó sin medios términos toda violación de la igualdad de la dignidad de los seres humanos (cf. Discurso al nuevo embajador la República de Alemania ante la Santa Sede, 7 de noviembre de 2011). Por mi parte, he declarado más veces que estas nuevas formas de esclavitud —tráfico de seres humanos, trabajo forzado, prostitución, comercio de órganos— son crímenes gravísimos, «una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea» (Discurso a la II Conferencia internacional sobre la trata de personas, 10 de abril de 2014). Toda la sociedad está llamada a crecer en esta toma de conciencia, especialmente en lo que respecta a la legislación nacional e internacional, de modo que se pueda aplicar la justicia a los traficantes y emplear sus ganancias injustas para la rehabilitación de las víctimas. Se deberían buscar las modalidades más idóneas para penalizar a quienes se hacen cómplices de este mercado inhumano. Estamos llamados a mejorar las modalidades de rescate e inclusión social de las víctimas, actualizando incluso las normativas sobre el derecho de asilo. Debe aumentar la conciencia de las autoridades civiles acerca de la gravedad de esta tragedia, que constituye un retroceso de la humanidad. Y muchas veces —¡muchas veces!— estas nuevas formas de esclavitud son protegidas por instituciones que deben defender a la población de estos crímenes.


Queridos amigos, os aliento a proseguir con este trabajo, con el que contribuís a hacer el mundo más consciente de tal desafío. La luz del Evangelio es guía para quien se pone al servicio de la civilización del amor, donde las Bienaventuranzas tienen una resonancia social, donde existe una real inclusión de los últimos. Es necesario construir la ciudad terrena a la luz de las Bienaventuranzas, y así, caminar hacia el cielo en compañía de los pequeños y de los últimos.


Os bendigo a todos vosotros, bendigo vuestro trabajo y vuestras iniciativas. Os agradezco mucho por lo que hacéis. Os acompaño con mi oración y también vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.


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A LOS MIEMBROS DE LA "PAPAL FOUNDATION"


Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Viernes 17 de abril de 2015


Formación y desarrollo


Señor cardenal, queridos amigos:


Dirijo mi caluroso saludo a vosotros, miembros, administradores y colaboradores de la Fundación papal llegados a Roma con motivo de vuestra peregrinación anual. La visita a la tumba de los apóstoles es una fervorosa muestra de comunión con la Sede de Pedro, que desde el inicio fue el elemento sobresaliente de la Fundación. Rezo para que esta experiencia profundice vuestra fe y os anime a dar una expresión renovada a vuestra vida, transmitiendo esta fe, una, santa, católica y apostólica que viene de los apóstoles.


La amplia variedad de los proyectos que sostiene la Fundación testimonia los esfuerzos incesantes de la Iglesia para promover el desarrollo integral de la familia humana, consciente como es de las enormes necesidades diarias de tantos hermanos y hermanas nuestros. Sabiamente, la Fundación papal destina una parte notable de sus recursos a la educación y formación de los jóvenes sacerdotes, religiosos y laicos, tanto hombres como mujeres, adelantando el día en que sus Iglesias locales puedan sostenerse por sí mismas y, aún más, transmitir los frutos de tal generosidad a los demás. Deseo confirmar mi gratitud por el duro trabajo y el sacrificio que comporta vuestra entrega, y también aseguraos mis fervientes oraciones por vosotros, vuestros seres queridos y las personas que ayudáis.


Mientras la Iglesia se prepara para el próximo Jubileo de la misericordia, pido al Señor Jesús, «rostro de la misericordia del Padre» (Misericordiae Vultus, I), que os fortalezca y os renueve a cada uno de vosotros, mediante su compasión, el más grande de sus muchos dones. Que cada uno de vosotros experimente la sanación y la libertad que proceden del encuentro con el perdón y el amor gratuito que ofrecen los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía.


Encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestras familias a la amorososa intercesión de la Virgen María y de san Pedro, mientras os imparto cordialmente mi bendición apostólica, como prenda de paz en Cristo Jesús, el Salvador resucitado.


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A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE KENYA
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Jueves 16 de abril de 2015


Queridos hermanos obispos:


Os doy mi bienvenida fraterna con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, mientras realizáis vuestra peregrinación a las tumbas de los santos Pedro y Pablo. Vuestra estancia en la ciudad eterna y vuestras visitas a los diversos dicasterios de la Curia romana ofrecen numerosas oportunidades para profundizar en la comunión entre la Iglesia en Kenia y la Sede de Pedro. Agradezco al cardenal Njue sus cordiales palabras en vuestro nombre y en el de los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como de todos los fieles laicos de Kenia. Os pido que les aseguréis mis oraciones y mi cercanía espiritual.


A algunos de vosotros esta visita a Roma les traerá a la memoria el tiempo pasado aquí para la preparación de la ordenación sacerdotal. Los numerosos seminaristas que estudian en esta ciudad, así como el gran número de seminaristas en vuestro país, son un signo elocuente de la bondad de Dios con la Iglesia universal y con vuestras diócesis. Nos recuerdan el gran recurso que tenéis en los muchos jóvenes de vuestras Iglesias locales, así como vuestra solicitud paterna al ayudar a los jóvenes hombres a responder a la llamada al sacerdocio. Pienso, de modo particular, en el celo, la esperanza y la dedicación de los seminaristas que desean entregar todo a Cristo a través del servicio a la Iglesia. 


Aunque las semillas de una vocación sacerdotal se siembran mucho antes de que un hombre llegue al seminario, en primer lugar en el corazón de la familia, les corresponde a los formadores en el seminario alimentar el crecimiento de tales vocaciones. Por eso es fundamental que a la buena voluntad de los seminaristas y a sus deseos sinceros se responda con una formación humanamente sólida, espiritualmente profunda, intelectualmente rica y pastoralmente variada (cf. Pastores dabo vobis, 43-59). Soy consciente de los desafíos que esto comporta, y os animo a intensificar los esfuerzos, individualmente en vuestras diócesis y colectivamente en vuestra Conferencia episcopal, para que se perfeccione el buen trabajo que el Señor está realizando en vuestros candidatos al orden sacerdotal (cf. Flp 1, 6).


En el ejercicio de vuestro ministerio episcopal cada uno de vosotros está llamado a ser cuidador de almas (cf. Christus Dominus, 2), padre y pastor (ibídem, n. 16). Esto se realiza principalmente con vuestros colaboradores más cercanos, vuestros sacerdotes. Ellos necesitan que los guiéis con claridad y firmeza, pero también, y sobre todo, con compasión y ternura. Como obispos debemos considerar siempre el ejemplo de Jesús, que cuidaba personalmente a los Apóstoles, pasaba el tiempo con ellos y disfrutaba de su compañía. También vosotros debéis tratar de estar con vuestros sacerdotes, conocerlos y escucharlos. Vuestro apoyo los ayudará a ser fieles a las promesas hechas y fortalecerá vuestro compromiso común para edificar el reino de Dios en Kenia.


En este Año de la vida consagrada, mi corazón también está cerca de los religiosos y las religiosas que han renunciado al mundo por el Reino, llevando de este modo muchas bendiciones para la Iglesia y la sociedad en Kenia. Queridos hermanos obispos, os pido que les transmitáis mi gratitud, mi afecto y mi cercanía orante y les expreséis también mi esperanza de que, en este año dedicado a la vida consagrada, sean gozosos y audaces mientras muestran a Cristo con su vida. Os animo a profundizar en los vínculos de caridad y comunión eclesial que mantenéis con los institutos religiosos en Kenia. La misión de la Iglesia, aunque polifacética, es una sola: será posible realizar mucho más para alabanza y gloria del nombre de Dios, si nuestras acciones están en armonía.


Los esfuerzos unidos y generosos de tantos católicos en Kenia son un hermoso testimonio y un ejemplo para el país. De muchos modos, la Iglesia está llamada a dar esperanza a la cultura en general, esperanza basada en el munificente testimonio de la novedad de vida prometida por Cristo en el Evangelio. Al respecto, sin querer interferir en las cuestiones temporales, la Iglesia debe insistir, especialmente con quienes ocupan una posición de liderazgo y poder, en los principios morales que promueven el bien común y la edificación de la sociedad en su conjunto. Al cumplir su misión apostólica, la Iglesia debe asumir un papel profético en defensa de los pobres y contra toda corrupción y abuso de poder. Debe hacerlo, en primer lugar, con el ejemplo. ¡No tengáis miedo de ser una voz profética! ¡No tengáis miedo de predicar con convicción! Haced que la sabiduría de la Iglesia, contenida en particular en su doctrina social, incida en la sociedad keniana.


De modo particular, deseo dirigir una palabra de aprecio a los numerosos trabajadores, humildes y piadosos, de las instituciones gestionadas por la Iglesia en todo vuestro país, cuya actividad diaria produce beneficios espirituales y materiales para innumerables personas. La Iglesia ha dado su contribución, y sigue haciéndolo, a todo Kenia, a través de una vasta serie de escuelas, institutos, universidades, clínicas, hospitales, casas para enfermos y moribundos, orfanatos y centros sociales. A través de estas estructuras, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos dan una contribución vital al bienestar de toda la nación. Estas loables obras son sostenidas constantemente por la vida de oración y culto vivida en tantas parroquias, conventos, monasterios y movimientos laicos. ¡Que este himno de alabanza y los frutos de vuestro trabajo apostólico sigan creciendo!


Queridos hermanos: La Iglesia en Kenia debe ser siempre fiel a su misión de instrumento de reconciliación, justicia y paz. Con fidelidad a todo el patrimonio de la fe y a la enseñanza moral de la Iglesia fortaleced vuestro compromiso de trabajar con los líderes, tanto cristianos como no cristianos, en la promoción de la paz y la justicia en vuestro país a través del diálogo, la fraternidad y la amistad. De este modo podréis presentar una denuncia más concorde y valiente contra toda violencia, especialmente de la cometida en nombre de Dios. Esto dará una certeza más profunda y consuelo a todos vuestros conciudadanos. Con vosotros rezo por todos los que fueron asesinados mediante actos de terror u hostilidad étnica o tribal en Kenia, así como en otras partes del continente. Pienso, en particular, en los hombres y mujeres asesinados el Viernes santo en el Garissa University College. Que sus almas descansen en paz y sus seres queridos encuentren consuelo, y quienes perpetran tales brutalidades se arrepientan y busquen la misericordia.


Deseo ofreceros una palabra de aliento en vuestra solicitud pastoral por la familia. Mientras la Iglesia se prepara para el Sínodo ordinario dedicado «a los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización», confío en que sigáis asistiendo y fortaleciendo a todas las familias que están luchando a causa de matrimonios rotos, infidelidad, dependencia o violencia. También os pido que intensifiquéis el ministerio de la Iglesia en favor de los jóvenes, formándolos para que sean discípulos capaces de asumir compromisos permanentes y que donen vida, tanto con el cónyuge en el matrimonio como con el Señor en el sacerdocio o en la vida consagrada. Enseñad a todos la verdad salvífica del Evangelio de la vida. Que la belleza, la verdad y la luz del Evangelio resplandezcan de modo cada vez más luminoso en el rostro joven y alegre de la Iglesia en Kenia.


En fin, rezo con vosotros para que el inminente Jubileo de la misericordia sea un tiempo de gran perdón, sanación, conversión y gracia para toda la Iglesia en Kenia. Que tocados por la misericordia infinita de Cristo todos los fieles sean signo de la reconciliación, la justicia y la paz que Dios quiere para vuestro país y, de hecho, para toda África.


Con estos pensamientos, queridos hermanos obispos, os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y con gran afecto os imparto mi bendición apostólica, que extiendo de buen grado a todos los amados sacerdotes, religiosos y fieles laicos de Kenia.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO DE FORMADORES DE LA VIDA CONSAGRADA,
ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA
Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA


Sábado 11 de abril de 2015


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Me dijo [el cardenal prefecto] vuestro número, cuántos sois, y yo dije: «Pero, con la escasez de vocaciones que hay, tenemos más formadores que formandos». Esto es un problema. Hay que pedir al Señor y hacer todo lo posible para que lleguen las vocaciones.


Agradezco al cardenal Braz de Aviz las palabras que me dirigió en nombre de todos los presentes. Doy las gracias también al secretario y a los demás colaboradores que prepararon el Congreso, el primero de este nivel que se celebra en la Iglesia, precisamente en el Año dedicado a la vida consagrada, con formadores y formadoras de muchos institutos de diversas partes del mundo.


Deseaba tener este encuentro con vosotros, por lo que sois y representáis como educadores y formadores, y porque detrás de cada uno de vosotros veo a vuestros y nuestros jóvenes, protagonistas de un presente vivido con pasión, y promotores de un futuro animado por la esperanza; jóvenes que, impulsados por el amor de Dios, buscan en la Iglesia los caminos para asumirlo en su vida. Yo los siento aquí presentes y a ellos dirijo un recuerdo afectuoso.


Al veros tan numerosos no se diría que existe una crisis vocacional. Pero en realidad hay una indudable disminución cuantitativa, y esto hace aún más urgente la tarea de la formación, una formación que plasme de verdad en el corazón de los jóvenes el corazón de Jesús, para que tengan sus mismos sentimientos (cf. Flp 2, 5; Vita consecrata, 65). Estoy convencido también de que no hay crisis vocacional allí donde hay consagrados capaces de trasmitir, con su testimonio, la belleza de la consagración. Si no hay testimonio, si no hay coherencia, no habrá vocaciones. Y a este testimonio estáis llamados. Este es vuestro ministerio, vuestra misión. No sois sólo «maestros»; sois sobre todo testigos del seguimiento de Cristo en vuestro propio carisma. Y esto se puede hacer si cada día se redescubre con alegría el hecho de ser discípulos de Jesús. De ello deriva también la exigencia de cuidar siempre vuestra formación personal, a partir de la amistad sólida con el único Maestro. En estos días de la Resurrección, la palabra que en la oración me resonaba con frecuencia era «Galilea», «allí donde comenzó todo», dice Pedro en su primer discurso. 

Los hechos que tuvieron lugar en Jerusalén pero que comenzaron en Galilea. También vuestra vida comenzó en una «Galilea»: cada uno de nosotros tuvo la experiencia de Galilea, del encuentro con el Señor, ese encuentro que no se olvida, pero que muchas veces acaba cubierto por las cosas, el trabajo, las inquietudes y también por pecados y mundanidad. Para dar testimonio es necesario realizar con frecuencia la peregrinación a la propia Galilea, retomar la memoria de ese encuentro, de ese estupor, y desde allí comenzar a caminar de nuevo. Pero si no se sigue esta senda de la memoria existe el peligro de permanecer allí donde uno se encuentra y, también, existe el peligro de no saber por qué uno se encuentra allí. Esta es una disciplina de aquellos y de aquellas que quieren dar testimonio: ir detrás de la propia Galilea, donde encontré al Señor; de ese primer estupor.


Es hermosa la vida consagrada, es uno de los tesoros más preciosos de la Iglesia, que tiene sus raíces en la vocación bautismal. Y, por lo tanto, es hermoso ser formadores, porque es un privilegio participar en la obra del Padre que forma el corazón del Hijo en los que el Espíritu ha llamado. A veces se puede sentir este servicio como un peso, como si nos quitara algo más importante. Pero esto es un engaño, es una tentación. Es importante la misión, pero es también importante formar para la misión, formar en la pasión del anuncio, formar en esa pasión de ir a dónde sea, a cualquier periferia, para anunciar a todos el amor de Jesucristo, especialmente a los alejados, relatarlo a los pequeños y a los pobres, y dejarse también evangelizar por ellos. Todo esto requiere bases sólidas, una estructura cristiana de la personalidad que hoy las familias mismas raramente saben dar. Y esto aumenta vuestra responsabilidad.


Una de las cualidades del formador es la de tener un corazón grande para los jóvenes, para formar en ellos corazones grandes, capaces de acoger a todos, corazones ricos de misericordia, llenos de ternura. Vosotros no sois sólo amigos y compañeros de vida consagrada de quienes se os ha encomendado, sino auténticos padres, auténticas madres, capaces de pedirles y darles el máximo. Engendrar una vida, dar a luz una vida religiosa. Y esto sólo es posible por medio del amor, el amor de padres y de madres. Y no es verdad que los jóvenes de hoy son mediocres y no generosos; pero tienen necesidad de experimentar que «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20, 35), que hay gran libertad en una vida obediente, gran fecundidad en un corazón virgen, gran riqueza en no poseer nada. De aquí la necesidad de estar amorosamente atentos al camino de cada uno y ser evangélicamente exigentes en cada etapa del camino formativo, comenzando por el discernimiento vocacional, para que la eventual crisis de cantidad no determine una mucho más grave crisis de calidad. Y este es el peligro. El discernimiento vocacional es importante: todos, todas las personas que conocen la personalidad humana —tanto psicólogos, padres espirituales, madres espirituales— nos dicen que los jóvenes que inconscientemente perciben tener algo desequilibrado o algún problema de desequilibrio o de desviación, inconscientemente buscan estructuras fuertes que los protejan, para protegerse. Y allí está el discernimiento: saber decir no. Pero no expulsar: no, no. Yo te acompaño, sigue, sigue, sigue... Y como se acompaña en el ingreso, acompañar también en la salida, para que él o ella encuentre el camino en la vida, con la ayuda necesaria. No con actitud de defensa que es pan para hoy y hambre para mañana.


La crisis de calidad... No sé si está escrito, pero ahora se me ocurre decir: mirar las cualidades de tantos, tantos consagrados... Ayer en la comida había un grupito de sacerdotes que celebraba el 60° aniversario de ordenación sacerdotal: esa sabiduría de los mayores... Algunos son un poco..., pero la mayoría de los ancianos tiene sabiduría. Las religiosas que todos los días se levantan para trabajar, las religiosas del hospital, que son «doctoras en humanidad»: ¡cuánto tenemos que aprender de esta consagración de años y años!... Y luego mueren. Y las hermanas misioneras, los consagrados misioneros, que van allí y mueren allí... ¡Mirar a los mayores! Y no sólo mirarlos: ir a visitarlos, porque el cuarto mandamiento cuenta también en la vida religiosa, con los ancianos nuestros. También ellos, para una institución religiosa, son una «Galilea», porque en ellos encontramos al Señor que nos habla hoy. Y cuánto bien hace a los jóvenes mandarlos hacia ellos, que se acerquen a estos ancianos y ancianas consagrados, sabios: ¡cuánto bien hace! Porque los jóvenes tienen el olfato para descubrir la autenticidad: esto hace bien.


La formación inicial, este discernimiento, es el primer paso de un proceso destinado a durar toda la vida, y el joven se debe formar en la libertad humilde e inteligente de dejarse educar por Dios Padre cada día de la vida, en cada edad, en la misión como en la fraternidad, en la acción como en la contemplación.


Gracias, queridos formadores y formadoras, por vuestro servicio humilde y discreto, el tiempo donado a la escucha —al apostolado «del oído», escuchar—, el tiempo dedicado al acompañamiento y a la atención de cada uno de vuestros jóvenes. Dios tiene una virtud —si se puede hablar de la virtud de Dios—, una cualidad, de la cual no se habla mucho: es la paciencia. Él tiene paciencia. Dios sabe esperar. También vosotros aprended esto, esta actitud de la paciencia, que muchas veces es un poco un martirio: esperar... Y cuando te viene una tentación de impaciencia, deténte; o de curiosidad... Pienso en santa Teresa del Niño Jesús, cuando una novicia comenzaba a contar una historia y a ella le gustaba saber como acabaría, y luego la novicia iba a otra parte, santa Teresa no decía nada, esperaba. 


La paciencia es una de las virtudes de los formadores. Acompañar: en esta misión no se ahorra ni tiempo ni energías. Y no hay que desalentarse cuando los resultados no corresponden a las expectativas. Es doloroso cuando viene un joven, una joven, después de tres, cuatro años y dice: «Ah, yo no me veo capaz; encontré otro amor que no va contra Dios, pero no puedo, me marcho». Es duro esto. Pero es también vuestro martirio. Y los fracasos, estos fracasos desde el punto de vista del formador pueden favorecer el camino de formación continua del formador. Y si algunas veces tenéis la sensación de que vuestro trabajo no es lo suficientemente apreciado, sabed que Jesús os sigue con amor y toda la Iglesia os agradece. Y siempre en esta belleza de la vida consagrada: algunos —yo lo escribí aquí, pero se ve que también el Papa es censurado— dicen que la vida consagrada es el paraíso en la tierra. No. En todo caso el purgatorio. Seguir adelante con alegría, seguir adelante con alegría.


Os deseo que viváis con alegría y gratitud este ministerio, con la certeza de que no hay nada más bello en la vida que pertenecer para siempre y con todo el corazón a Dios, y dar la vida al servicio de los hermanos.


Os pido, por favor, que recéis por mí, para que Dios me dé también un poco de esa virtud que Él tiene: la paciencia.


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AL SÍNODO PATRIARCAL DE LA IGLESIA ARMENIO-CATÓLICA


Jueves 9 de abril de 2015


Beatitud, excelencias:


Os saludo fraternalmente y os doy las gracias por este encuentro, que se sitúa en la inminencia de la celebración del domingo próximo en la basílica vaticana. Elevaremos la oración cristiana en sufragio por los hijos e hijas de vuestro amado pueblo, que fueron víctimas hace cien años. Invocaremos a la Divina Misericordia para que nos ayude a todos, en el amor a la verdad y la justicia, a curar toda herida y apresurar gestos concretos de reconciliación y de paz entre las naciones que aún no logran llegar a un acuerdo razonable sobre la interpretación de estos tristes acontecimientos.


En vosotros y a través de vosotros saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y fieles laicos de la Iglesia armenio-católica: sé que muchos os han acompañado en estos días aquí en Roma, y que muchos más se unirán espiritualmente a nosotros desde los países de la diáspora, como Estados Unidos, América Latina, Europa, Rusia, Ucrania, hasta la madre patria. Pienso con tristeza especialmente en esas zonas, como Aleppo —el obispo me dijo «la ciudad mártir»— que hace cien años fueron lugar seguro para los pocos supervivientes. Tales regiones, en este último período, han visto en peligro la permanencia de los cristianos, no sólo armenios.


Vuestro pueblo, que la tradición reconoce como el primero en convertirse al cristianismo en el año 301, tiene una historia bimilenaria y custodia un admirable patrimonio de espiritualidad y cultura, unido a una capacidad de levantarse de nuevo después de las numerosas persecuciones y pruebas a las que ha sido sometido. Os invito a cultivar siempre un sentimiento de gratitud al Señor, por haber sido capaces de manteneros fieles a Él incluso en los tiempos más difíciles. Es importante, además, pedir a Dios el don de la sabiduría del corazón: la conmemoración de las víctimas de hace cien años nos sitúa ante la oscuridad del mysterium iniquitatis. No se comprende si no es con esta actitud.


Como dice el Evangelio, desde lo íntimo del corazón del hombre pueden desencadenarse las fuerzas más oscuras, capaces de llegar a programar sistemáticamente la eliminación del hermano, a considerarlo un enemigo, un adversario, o incluso un individuo carente de la misma dignidad humana. Pero para los creyentes la pregunta sobre el mal realizado por el hombre introduce también en el misterio de la participación en la Pasión redentora: no pocos hijos e hijas de la nación armenia fueron capaces de pronunciar el nombre de Cristo hasta el derramamiento de la sangre o la muerte por inedia en el éxodo interminable al que fueron obligados.


Las páginas dolorosas de la historia de vuestro pueblo continúan, en cierto sentido, la pasión de Jesús, pero en cada una de ellas está presente la semilla de su Resurrección. Que no disminuya en vosotros pastores el compromiso de educar a los fieles laicos a saber leer la realidad con ojos nuevos, para llegar a decir todos los días: mi pueblo no es solamente el de los que sufren por Cristo, sino, sobre todo, el de los resucitados en Él. Por eso es importante recordar el pasado, para sacar de él la savia nueva para alimentar el presente con el anuncio gozoso del Evangelio y con el testimonio de la caridad. Os animo a sostener el camino de formación permanente de los sacerdotes y de las personas consagradas. Ellos son vuestros primeros colaboradores: la comunión entre ellos y vosotros se reforzará por la fraternidad ejemplar que ellos podrán percibir en el Sínodo y con el Patriarca.


Nuestro recuerdo agradecido se dirige en este momento a quienes se preocupan por llevar algún alivio al drama de vuestros antepasados. Pienso especialmente en el Papa Benedicto XV, quien intervino ante el sultán Mehmet V para hacer cesar la masacre de los armenios. Este Pontífice fue un gran amigo del Oriente cristiano: él instituyó la Congregación para las Iglesias orientales y el Pontificio Instituto Oriental, y en 1920 inscribió a san Efrén el sirio entre los doctores de la Iglesia universal. Me complace que este encuentro nuestro tenga lugar en vísperas del análogo gesto que el domingo tendré la alegría de realizar con la gran figura de san Gregorio de Narek.


A su intercesión confío especialmente el diálogo ecuménico entre la Iglesia armenio-católica y la Iglesia armenio-apostólica, quienes recuerdan el hecho de que hace cien años como hoy, el martirio y la persecución ya realizaron «el ecumenismo de la sangre». Sobre vosotros y sobre vuestros fieles invoco ahora la bendición del Señor, mientras os pido que no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!


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