En
el primer pasaje, Jesús llamado por el padre de la niña muerta, le
dice: ''No tengas miedo; ten fe" y cuando llega a casa del alto
personaje ordena a la muchacha que se levante. La niña despierta y
empieza a andar''. Aquí -dijo FRANCISCO- vemos el poder absoluto de
Jesús sobre la muerte física, que para Él es como un sueño del que uno
puede despertar''.
En
el segundo relato Jesús cura a una mujer que desde hacía doce años
padecía flujo de sangre, una enfermedad que, según la cultura de la
época, la hacía "impura" y debía evitar todo contacto humano. ''Como si
estuviera condenada una muerte civil'', explicó el Pontífice. Pero esta
mujer anónima entre la multitud que sigue a Jesús, se dice: "Si consigo
tocar aunque sea su túnica, me salvaré". ''Y así fue. La necesidad de
ser liberada la lleva a atreverse y la fe "arranca", por así decir la
curación del Señor. El que cree, "toca'' a Jesús y consigue de él la
gracia que salva. La fe es esto: tocar Jesús y conseguir de él la gracia
que salva. La vida espiritual nos salva, la vida espiritual nos salva
de tantos problemas''.
''Estos
dos episodios - una curación y resurrección - tienen un centro único:
la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una pregunta:
''¿Creemos que Jesús nos puede curar y nos puede despertar de la
muerte?''. Todo el Evangelio está escrito a la luz de esta fe: Jesús ha
resucitado, ha vencido a la muerte, y debido a esta victoria nosotros
también resurgiremos. La resurrección de Cristo actúa en la historia
como principio de renovación y esperanza. Cualquier persona que está
desesperada y cansada hasta la muerte, si confía en Jesús y en su amor
puede empezar a vivir de nuevo. También comenzar una nueva vida, cambiar
de vida es una forma de resurgir, de resucitar. La fe es una fuerza que
da vida, da plenitud a nuestra humanidad y los que creen en Cristo,
deben reconocerse, porque promueven la vida en cada situación, para que
todos, especialmente los más débiles, sientan el amor de Dios que libera
y salva''.
''Pidamos
al Señor, por intercesión de la Virgen María -acabó el Obispo de Roma-
el don de una fe fuerte y valiente, que nos empuje a difundir esperanza y
vida entre nuestros hermanos''.