Después
de la bendición de los palios, colocados antes del rito bajo el altar
de la Confesión del apóstol Pedro, el Papa presidió la concelebración
eucarística con los nuevos Arzobispos Metropolitanos. Como es habitual,
en la solemnidad de los santos patronos de Roma, estaba presente en la
santa misa una delegación enviada por el Patriarca Ecuménico de
Constantinopla Bartolomé I, guiada por el metropolitano de Pérgamo,
Ioannis (Zizioulas) a quien acompañaban el metropolitano de Silyvria,
Maximo, y el padre Heikki Huttunen, de la Iglesia Ortodoxa de Finlandia.
En
la homilía, que reproducimos a continuación, el Santo Padre, habló de
la valentía de los apóstoles cuando la primera comunidad cristiana
estaba acosada por la persecución y recordó que también en nuestros días
sigue habiendo persecuciones, ''atroces, inhumanas e inexplicables''
... a menudo bajo la mirada y el silencio de todos y exhortó a los Arzobispos Metropolitanos a ''enseñar a rezar rezando, a anunciar la fe
creyendo y a dar testimonio con la vida''.
''La
lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la primera
comunidad cristiana acosada por la persecución. Una comunidad duramente
perseguida por Herodes que ''hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano
de Juan'' y ''decidió detener a Pedro… Mandó prenderlo y meterlo en la
cárcel''.
Sin
embargo, no quisiera detenerme en las atroces, inhumanas e
inexplicables persecuciones, que desgraciadamente perduran todavía hoy
en muchas partes del mundo, a menudo bajo la mirada y el silencio de
todos. En cambio, hoy quisiera venerar la valentía de los Apóstoles y de
la primera comunidad cristiana, la valentía para llevar adelante la
obra de la evangelización, sin miedo a la muerte y al martirio, en el
contexto social del imperio pagano; venerar su vida cristiana que para
nosotros creyentes de hoy constituye una fuerte llamada a la oración, a
la fe y al testimonio.
Una
llamada a la oración. La comunidad era una Iglesia en oración:
''Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba
insistentemente a Dios por él'' . Y si pensamos en Roma, las catacumbas
no eran lugares donde huir de las persecuciones sino, sobre todo,
lugares de oración, donde santificar el domingo y elevar, desde el seno
de la tierra, una adoración a Dios que no olvida nunca a sus hijos.
La
comunidad de Pedro y de Pablo nos enseña que una Iglesia en oración es
una iglesia en pie, sólida, en camino. Un cristiano que reza es un
cristiano protegido, custodiado y sostenido, pero sobre todo no está
solo.
Y
sigue la primera lectura: ''Estaba Pedro durmiendo… Los centinelas
hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el
ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro… Las
cadenas se le cayeron de las manos''.
¿Pensamos
en cuántas veces ha escuchado el Señor nuestra oración enviándonos un
Ángel? Ese Ángel que inesperadamente nos sale al encuentro para sacarnos
de situaciones complicadas, para arrancarnos del poder de la muerte y
del maligno, para indicarnos el camino cuando nos extraviamos, para
volver a encender en nosotros la llama de la esperanza, para hacernos
una caricia, para consolar nuestro corazón destrozado, para despertarnos
del sueño existencial, o simplemente para decirnos: ''No estás solo''.
¡Cuántos
ángeles pone el Señor en nuestro camino! Pero nosotros, por miedo,
incredulidad o incluso por euforia, los dejamos fuera, como le sucedió a
Pedro cuando llamó a la puerta de una casa y una sirvienta llamada
Rosa, al reconocer su voz, se alegró tanto, que no le abrió la puerta .
Ninguna
comunidad cristiana puede ir adelante sin el apoyo de la oración
perseverante, la oración que es el encuentro con Dios, con Dios que
nunca falla, con Dios fiel a su palabra, con Dios que no abandona a sus
hijos. Jesús se preguntaba: ''Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que
le gritan día y noche?''. En la oración, el creyente expresa su fe, su
confianza, y Dios expresa su cercanía, también mediante el don de los
Ángeles, sus mensajeros.
Una
llamada a la fe. En la segunda lectura, San Pablo escribe a Timoteo:
''Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el
mensaje… Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de
todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo'' . Dios no saca
a sus hijos del mundo o del mal, sino que les da fuerza para vencerlos.
Solamente quien cree puede decir de verdad: ''El Señor es mi pastor,
nada me falta'' .
Cuántas
fuerzas, a lo largo de la historia, ha intentado –y siguen intentando–
acabar con la Iglesia, desde fuera y desde dentro, pero todas ellas
pasan y la Iglesia sigue viva y fecunda, inexplicablemente a salvo para
que, como dice san Pablo, pueda aclamar: ''A Él la gloria por los siglos
de los siglos''.
Todo
pasa, solo Dios permanece. Han pasado reinos, pueblos, culturas,
naciones, ideologías, potencias, pero la Iglesia, fundada sobre Cristo, a
través de tantas tempestades y a pesar de nuestros muchos pecados,
permanece fiel al depósito de la fe en el servicio, porque la Iglesia no
es de los Papas, de los obispos, de los sacerdotes y tampoco de los
fieles, es única y exclusivamente de Cristo. Solo quien vive en Cristo
promueve y defiende a la Iglesia con la santidad de vida, a ejemplo de
Pedro y Pablo.
Los
creyentes en el nombre de Cristo han resucitado a muertos, han curado
enfermos, han amado a sus perseguidores, han demostrado que no existe
fuerza capaz de derrotar a quien tiene la fuerza de la fe.
Una
llamada al testimonio. Pedro y Pablo, como todos los Apóstoles de
Cristo que en su vida terrena han hecho fecunda a la Iglesia con su
sangre, han bebido el cáliz del Señor, y se han hecho amigos de Dios.
Pablo,
con un tono conmovedor, escribe a Timoteo: '' Yo estoy a punto de ser
sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien
mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me
aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará
en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su
venida''.
Una
Iglesia o un cristiano sin testimonio es estéril, un muerto que cree
estar vivo, un árbol seco que no da fruto, un pozo seco que no tiene
agua. La Iglesia ha vencido al mal gracias al testimonio valiente,
concreto y humilde de sus hijos. Ha vencido al mal gracias a la
proclamación convencida de Pedro: ''Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
vivo'', y a la promesa eterna de Jesús .
Queridos
arzobispos, el palio que hoy recibís es un signo que representa la
oveja que el pastor lleva sobre sus hombros como Cristo, Buen Pastor, y
por tanto es un símbolo de vuestra tarea pastoral, es un ''signo
litúrgico de la comunión que une a la Sede de Pedro y su Sucesor con los
metropolitanos y, a través de ellos, con los demás obispos del mundo''.
Hoy, junto con el palio, quisiera confiaros esta llamada a la oración, a la fe y al testimonio.
La
Iglesia os quiere hombres de oración, maestros de oración, que enseñéis
al pueblo que os ha sido confiado por el Señor que la liberación de
toda cautividad es solamente obra de Dios y fruto de la oración, que
Dios, en el momento oportuno, envía a su ángel para salvarnos de las
muchas esclavitudes y de las innumerables cadenas mundanas. También
vosotros sed ángeles y mensajeros de caridad para los más necesitados.
La
Iglesia os quiere hombres de fe, maestros de fe, que enseñéis a los
fieles a no tener miedo de los muchos Herodes que los afligen con
persecuciones, con cruces de todo tipo. Ningún Herodes es capaz de
apagar la luz de la esperanza, de la fe y de la caridad de quien cree en
Cristo.
La
Iglesia os quiere hombres de testimonio. Decía san Francisco a sus
hermanos: Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también
con las palabras. No hay testimonio sin una vida coherente. Hoy no se
necesita tanto maestros, sino testigos valientes, convencidos y
convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de
su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo, a
ejemplo de Pedro y Pablo y de tantos otros testigos a lo largo de toda
la historia de la Iglesia, testigos que, aun perteneciendo a diversas
confesiones cristianas, han contribuido a manifestar y a hacer crecer el
único Cuerpo de Cristo. Me complace subrayarlo en la presencia –que
siempre acogemos con mucho agrado– de la Delegación del Patriarcado
Ecuménico de Constantinopla, enviada por el querido hermano Bartolomé I.
Es
muy sencillo: porque el testimonio más eficaz y más auténtico consiste
en no contradecir con el comportamiento y con la vida lo que se predica
con la palabra y lo que se enseña a los otros.
Enseñad a rezar rezando, anunciad la fe creyendo, dad testimonio con la vida''.