Ciudad Juárez, MÉXICO, 18 febrero 2016 (VIS).- ''En este año de la
misericordia, y en este lugar, quiero con ustedes implorar la
misericordia divina, quiero pedir con ustedes el don de las lágrimas, el
don de la conversión'', exclamó ayer el Papa FRANCISCO durante la misa celebrada
en el recinto ferial de Ciudad Juárez, en la frontera entre México y
Estados Unidos, que recorrió varias veces en papamóvil para
saludar a la multitud de personas que se agolpaban al otro lado del
confín.
La toma de conciencia de la violencia, la injusticia y la
opresión, la necesidad de conversión y misericordia, la ''tragedia
humana'' de la migración forzada de la que esa metrópolis es testigo, la
lacra del narcotráfico y de la trata de personas y al mismo tiempo la
posibilidad de cambiar ese estado de cosas, fueron los puntos
principales de la homilía del Santo Padre en la que resonó desde el
principio la frase
de San Ireneo, que sigue resonando en el corazón de la Iglesia: ''La
gloria de Dios es la vida del hombre''.
''La gloria del Padre es
la vida de sus hijos. No hay gloria más grande para un padre que ver la
realización de los suyos; no hay satisfacción mayor que verlos salir
adelante, verlos crecer y desarrollarse. Así lo atestigua -dijo el Papa-
la primera lectura que escuchamos. Nínive, una gran ciudad que se
estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la
violencia y de la injusticia. La gran capital tenía los días contados,
ya que no era sostenible la violencia generada en sí misma... Ahí aparece
el Padre invitando y enviando a su mensajero, Jonás, convocado para
recibir una misión. Ve, le dice, porque ''dentro de cuarenta días,
Nínive será destruida''. Ve, ayúdalos a comprender que con esa manera de
tratarse, regularse, organizarse, lo único que están generando es
muerte
y destrucción, sufrimiento y opresión. Hazles ver que no hay vida para
nadie, ni para el rey ni para el súbdito, ni para los campos ni para el
ganado. Ve y anuncia que se han acostumbrado de tal manera a la
degradación que han perdido la sensibilidad ante el dolor. Ve y diles
que la injusticia se ha instalado en su mirada. Por eso va Jonás. Dios
lo envía a evidenciar lo que estaba sucediendo, lo envía a despertar a
un pueblo ebrio de sí mismo''.
''Y en este texto nos encontramos
frente al misterio de la misericordia divina. La misericordia rechaza
siempre la maldad, tomando muy en serio al ser humano. Apela siempre a
la bondad de cada persona, aunque esté dormida, anestesiada. Lejos de
aniquilar, como muchas veces pretendemos o queremos hacerlo nosotros la
misericordia, se acerca a toda situación para transformarla desde
adentro. Ese es precisamente el misterio de la misericordia divina. Se
acerca e invita a la conversión, invita al
arrepentimiento; invita a ver el daño que a todos los niveles se esta
causando. La misericordia siempre entra en el mal para transformarlo.
Misterio de nuestro Padre Dios: envía a su Hijo que se metió en el mal,
se hizo pecado para transformar el mal. Esa es su misericordia''.
Así
el rey de Nínive y sus habitantes escucharon al profeta, reaccionaron y
se arrepintieron porque ''la misericordia de Dios entró en el corazón
revelando y manifestando lo que es nuestra certeza y nuestra esperanza:
siempre hay posibilidad de cambio, estamos a tiempo de reaccionar y
transformar, modificar y cambiar, convertir lo que nos está destruyendo
como pueblo, lo que nos está degradando como humanidad. La misericordia
nos alienta a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en
cada corazón. La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra
fortaleza''.
Jonás ayudó a ver, ayudó a tomar conciencia y su
llamada
encuentra hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de llorar.
''Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por la
opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la
transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son
las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el
círculo de pecado en el que muchas veces se está sumergido. Son las
lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y
especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas
las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión.
Así le paso a Pedro, después de haber renegado de Jesús; lloró y las
lágrimas le abrieron el corazón''.
''Que esta palabra suene con
fuerza hoy entre nosotros - exclamó - esta palabra es la voz que grita en
el desierto y nos invita a la conversión. En este año de la
misericordia, y en este lugar, quiero con
ustedes implorar la misericordia divina, quiero pedir con ustedes el don
de las lágrimas, el don de la conversión''.
FRANCISCO recordó que
en Ciudad Juárez, como en otras zonas fronterizas, se concentran miles
de migrantes de Centroamérica y otros países, sin olvidar tantos
mexicanos que también buscan pasar ''al otro lado''. ''Un paso, un
camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados,
extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del negocio del
tráfico humano, de la trata de personas. No podemos negar la crisis
humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles
de personas, ya sea por tren, por carretera e incluso a pie,
atravesando cientos de kilómetros por montañas, desiertos, caminos
inhóspitos. Esta tragedia humana que representa la migración forzada hoy
en día es un fenómeno global. Esta crisis, que se puede medir en
cifras, nosotros queremos medirla por
nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas que salen
expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el
crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que
atrapa y destruye siempre a los más pobres. No sólo sufren la pobreza
sino que además, tienen que sufrir estas formas de violencia. Injusticia
que se radicaliza en los jóvenes, ellos, ''carne de cañón'', son
perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de
violencia y del infierno de las drogas. ¡Y que decir de tantas mujeres a
quienes se les ha arrebatado injustamente la vida!''.
''Pidámosle
a nuestro Dios el don de la conversión, el don de las lágrimas,
pidámosle tener el corazón abierto, como los ninivitas, a su llamado en
el rostro sufriente de tantos hombres y mujeres. ¡No más muerte ni
explotación! -clamó el Pontífice- Siempre hay tiempo de cambiar, siempre
hay una salida y
una oportunidad, siempre hay tiempo de implorar la misericordia del
Padre. Como sucedió en tiempo de Jonás, hoy también apostamos por la
conversión; hay signos que se vuelven luz en el camino y anuncio de
salvación. Sé del trabajo de tantas organizaciones de la sociedad civil a
favor de los derechos de los migrantes. Sé también del trabajo
comprometido de tantas hermanas religiosas, de religiosos y sacerdotes,
de laicos que se la juegan en el acompañamiento y en la defensa de la
vida. Asisten en primera línea arriesgando muchas veces la suya propia.
Con sus vidas son profetas de la misericordia, son el corazón
comprensivo y los pies acompañantes de la Iglesia que abre sus brazos y
sostiene".
''Es tiempo de conversión, es tiempo de salvación, es
tiempo de misericordia -finalizó- Por eso, digamos junto al sufrimiento
de tantos rostros: ''Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor
apiádate de nosotros, purifícanos de
nuestros pecados y crea en nosotros un corazón puro, un espíritu nuevo''.
Antes de acabar su homilía el Papa saludó a las personas que
acompañaban la celebración al otro lado de la frontera, en especial a
los que se habían congregado en el estadio de la Universidad de El Paso,
conocido como el Sun Bowl. ''Gracias a la ayuda de la tecnologia,
podemos orar, cantar y celebrar juntos ese amor misericordioso que el
Señor nos da, y el que ninguna frontera podrá impedirnos de compartir
-reiteró- Gracias, hermanos y hermanas de El Paso, por hacernos sentir
una sola familia y una misma comunidad cristiana".