VIAJE APOSTÓLICO DEL PAPA FRANCISCO EN MÉXICO
CON ESCALA EN LA HABANA PARA EL ENCUENTRO CON S.S. KIRIL,
PATRIARCA DE MOSCÚ Y TODA RUSIA
CON ESCALA EN LA HABANA PARA EL ENCUENTRO CON S.S. KIRIL,
PATRIARCA DE MOSCÚ Y TODA RUSIA
(12-18 DE FEBRERO DE 2016)
Viernes 12 de febrero de 2016
SALUDO DEL SANTO PADRE A LOS PERIODISTAS
DURANTE EL VUELO ROMA-LA HABANA (CUBA)
DURANTE EL VUELO ROMA-LA HABANA (CUBA)
Vuelo Papal,
Viernes 12 de febrero de 2016
Viernes 12 de febrero de 2016
Padre Lombardi:
Santo Padre, bienvenido entre nosotros, como siempre, al inicio de
estos bellísimos viajes intercontinentales. Este viaje nos emociona
mucho. Sabemos que es un viaje que usted ha deseado mucho, tanto por el
encuentro con el Patriarca como también por el encuentro con el pueblo
mexicano. Nos preparamos para vivir grandes emociones y momentos
históricos. Le expresamos nuestros mejores deseos para estos días y
estamos con usted para hacer bien nuestro servicio de difundir la
Palabra del Señor y sus palabras.
Como puede observar, somos un grupo numeroso, aproximadamente 76, el
grupo internacional. Hemos dado un espacio grande a los mexicanos. Son
alrededor de diez los mexicanos presentes, pero representan un poco a
todas las naciones y a todos los países. Ahora le cedemos la palabra a
usted, para que nos diga lo que desee al comienzo de este viaje. Muchas
gracias por estar aquí.
Papa FRANCISCO
Buenos días. Agradezco su presencia y el trabajo que realizarán. Es
un viaje exigente, muy intenso, pero muy deseado: muy deseado por mi
hermano Kiril, por mí y también por los mexicanos. El otro día, al
comienzo de la Audiencia del miércoles,
su decana mexicana me esperaba, como para hacerme entrar en el túnel
del tiempo, con todas las películas de Cantinflas. Y así, he entrado en
México por la puerta de Cantinflas, que hace reír mucho. Mi deseo más
profundo es detenerme ante la Virgen de Guadalupe, ese misterio que se
estudia, se estudia, se estudia y no hay explicaciones humanas. También
el estudio más científico dice: «Pero esta es una cosa de Dios». Y esto
es lo que hace decir a los mexicanos: «Yo soy ateo, pero soy
guadalupano». Algunos mexicanos: todos no son ateos.
Quisiera decirles además otra cosa: que este es el último viaje en el
cual nos acompaña el Dr. Gasbarri. Desde hace 47 años trabaja en el
Vaticano. Es desde hace 37 años que se ocupa de los viajes. Lo digo
porque podemos, durante estos días, manifestarle nuestra gratitud y
pensar también a una pequeña fiesta aquí, al regreso… Y después Mons.
Mauricio Rueda será el encargado de los viajes. Bienvenido.
Y ahora, si me permiten, quisiera saludarlos personalmente.
Padre Lombardi
Antes de que el Papa salude a cada uno, invitamos a nuestra decana
que, además de haberle dado las películas al Papa, ahora le da algo que
lo proteja del sol de México. Este es el tercer Papa a quien Valentina
ofrece un sombrero.
Valentina Alazraki
Para que se sienta mexicano. El primero se lo regalé a Juan Pablo II,
hace 37 años. Después él se hizo una colección porque viajó cinco
veces. Papa Benedicto se lo puso en Guanajuato y dijo que se sentía
mexicano. Por tanto, ahora es su turno. Además, este sombrero ha venido
de Cuba. Una familia mexicana se lo llevó a Cuba, pero no logró dárselo a
usted y me lo dejó. Prometí dárselo en el caso de que usted hubiese
mantenido la promesa de ir a México. Lo que no imaginaba es que el
sombrero volviese a Cuba. Esta ha sido la sorpresa. Gracias y buen
viaje.
Papa FRANCISCO
Se lo agradezco. Gracias Valentina, a usted y a todos los mexicanos, y a todos los periodistas.
Muchas gracias.
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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON SU SANTIDAD KIRIL, PATRIARCA DE MOSCÚ Y TODA RUSIA
CON SU SANTIDAD KIRIL, PATRIARCA DE MOSCÚ Y TODA RUSIA
FIRMA DE LA DECLARACIÓN CONJUNTA
Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana - Cuba
Viernes 12 de febrero de 2016
Viernes 12 de febrero de 2016
Declaración conjunta
del Papa FRANCISCO
y del Patriarca Kiril de Moscú y Toda Rusia
del Papa FRANCISCO
y del Patriarca Kiril de Moscú y Toda Rusia
“Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la participación del Espíritu Santo estén con todos vosotros” (2 Corintios 13,13).
1. Por la voluntad de Dios Padre, de quien procede todo don, en el
nombre de Nuestro Señor Jesucristo, con la ayuda del Espíritu Santo
Consolador, nosotros, Francisco, Papa y Obispo de Roma, y Kiril,
Patriarca de Moscú y Toda Rusia, reunimos hoy en La Habana. Damos
gracias a Dios, glorificado en la Santísima Trinidad, por este
encuentro, el primero en la historia.
Con alegría, nos reunimos como hermanos en la fe cristiana que se encontraron para “hablar… personalmente”
(2 Juan, 12), de corazón a corazón, y discutir las relaciones mutuas
entre las Iglesias, los problemas palpitantes de nuestro rebaño y las
perspectivas del desarrollo de la civilización humana.
2. Nuestro encuentro fraterno se llevó a cabo en Cuba, en la
encrucijada entre el Norte y el Sur, el Este y el Oeste. Desde esta
isla, un símbolo de esperanza del Nuevo Mundo y de los dramáticos
acontecimientos de la historia del siglo XX, dirigimos nuestras palabras
a todas las naciones de América Latina y de otros continentes.
Nos alegra el hecho de que hoy en día aquí la fe cristiana evoluciona
dinámicamente. El potencial religioso de gran alcance en América
Latina, sus tradiciones cristianas multiseculares, manifestadas en la
experiencia personal de millones de personas, son clave para un gran
futuro de esta región.
3. Al reunirnos a distancia de las antiguas disputas del Viejo Mundo,
sentimos muy fuertemente la necesidad de colaboración entre los
católicos y los ortodoxos, que deben estar siempre preparados para responder a cualquiera que les pida razón de la esperanza (1 Pedro 3, 15).
4. Damos gracias a Dios por los dones que hemos recibido a través de
la venida al mundo de su Hijo Unigénito. Compartimos la Tradición
espiritual común del primer milenio del cristianismo. Los testigos de
esta Tradición son la Santísima Madre de Dios, la Virgen María, y los
santos a quienes veneramos. Entre ellos están innumerables mártires que
mostraron su fidelidad a Cristo y se convirtieron en “la semilla de
cristianos”.
5. A pesar de tener la Tradición común de diez primeros siglos, los
católicos y los ortodoxos, durante casi mil años, están privados de
comunicación en la Eucaristía. Permanecimos divididos dado a las heridas
causadas por los conflictos del pasado lejano y reciente, por las
diferencias heredadas de nuestros antepasados, en la comprensión y la
explicación de nuestra fe en Dios, un ser único que existe como tres
personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Lamentamos la pérdida de la
unidad, que era una consecuencia de la debilidad y la pecaminosidad
humana, que se produjo a despecho de la oración del Primer Sacerdote,
Cristo Salvador: “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú,
Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que
el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17, 21).
6. Conscientes de muchos obstáculos que hay que superar, esperamos
que nuestro encuentro contribuya a la obtención de la unidad mandada por
Dios, por la que Cristo había rezado. Que nuestro encuentro inspire a
los cristianos de todo el mundo para invocar con el nuevo fervor al
Señor, orando sobre la plena unidad de todos sus discípulos. Que ésta,
en el mundo que espera de nosotros no sólo palabras, sino acciones, sea
un signo de esperanza para todas las personas de buena voluntad.
7. Teniendo firmeza en hacer todo lo necesario para superar las
diferencias históricas heredadas por nosotros, queremos reunir nuestros
esfuerzos a fin de dar testimonio del Evangelio de Cristo y del
patrimonio común de la Iglesia del primer milenio, respondiendo
conjuntamente a los desafíos del mundo moderno. Los ortodoxos y los
católicos deben aprender a llevar el testimonio común de la verdad en
aquellas áreas, en las que es posible y necesario. La civilización
humana ha entrado en un período de cambios epocales. La conciencia
cristiana y la responsabilidad pastoral no nos permiten que
permanezcamos indiferentes ante los desafíos que requieren una respuesta
conjunta.
8. Nuestra atención está dirigida principalmente hacia aquellas
regiones del mundo donde los cristianos están sometidos a persecución.
En muchos países de Oriente Medio y África del Norte, se exterminan
familias completas de nuestros hermanos y hermanas en Cristo, pueblos y
ciudades enteros habitados por ellos. Sus templos están sometidos a la
destrucción bárbara y a los saqueos, los santuarios a la profanación,
los monumentos a la demolición. En Siria, Irak y otros países de Oriente
Medio observamos con dolor el éxodo masivo de cristianos de la tierra
donde nuestra fe comenzó a extenderse, y donde ellos vivían a partir de
los tiempos apostólicos, junto con otras comunidades religiosas.
9. Hacemos un llamamiento a la comunidad internacional a tomar
medidas inmediatas para evitar un mayor desplazamiento de los cristianos
de Oriente Medio. Levantando nuestras voces en defensa de los
cristianos perseguidos, también solidarizamos con sufrimientos de
seguidores de otras tradiciones religiosas, que se han convertido en
víctimas de la guerra civil, el caos y la violencia terrorista.
10. En Siria e Irak esta violencia ha cobrado miles de vidas, dejando
sin hogares y medios de vida a unos millones de personas. Hacemos un
llamamiento a la comunidad internacional a unirse para poner fin a la
violencia y al terrorismo y al mismo tiempo, a través del diálogo, a
contribuir a la pronta obtención de la paz civil. Se requiere una ayuda
humanitaria de gran escala para el pueblo que sufre, y para muchos
refugiados en los países vecinos.
Solicitamos a todos los que pueden, influir en el destinode todos los
secuestrados, incluyendo a los Metropolitas de Alepo, Pablo y Juan
Ibrahim, capturados en abril de 2013, para hacer todo lo necesario a fin
de su pronta liberación.
11. Enviamos oraciones a Cristo, Salvador del mundo, sobre el
establecimiento en suelo de Oriente Medio de la paz, que es producto de la justicia
(Isaías 32, 17), sobre el fortalecimiento de la convivencia fraterna
entre diversos pueblos, Iglesias y religiones situados en esta tierra,
sobre el regreso de los refugiados a sus casas, sobre la curación de los
heridos y el reposo de almas de las víctimas inocentes.
Dirigimos a todas las partes que puedan estar involucradas en los
conflictos, un ferviente llamamiento para manifestar buena voluntad y
llegar a la mesa de negociación. Al mismo tiempo, es necesario que la
comunidad internacional haga todos los esfuerzos posibles para poner fin
al terrorismo mediante acciones comunes, conjuntas y sincronizadas.
Hacemos un llamamiento a todos los países involucrados en la lucha
contra el terrorismo, a las acciones responsables y prudentes. Hacemos
un llamado a todos los cristianos y a todos los creyentes en Dios para
rezar al Señor Creador y Providente que cuida el mundo, que guarde su
creación de la destrucción y no permita una nueva guerra mundial. Para
que la paz sea duradera y fiable, se requieren esfuerzos especiales
destinadas al regreso a los valores comunes, que nos unen, basados en el
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
12. Admiramos la valentía de aquellos que entregan sus vidas por
haber dado testimonio de la verdad del Evangelio, prefiriendo la muerte
ante la abjuración de Cristo. Creemos que los mártires de nuestros
tiempos, procedentes de diferentes Iglesias, pero unidos por un
sufrimiento común, son la clave para la unidad de los cristianos. A
vosotros, los que sufren por Cristo, dirige su palabra el Apóstol del
Señor: “Queridos hermanos,… alegraos de tener parte en los
sufrimientos de Cristo, para que también os llenéis de alegría cuando su
gloria se manifieste” (1 Pedro 4, 12-13).
13. En esta época turbadora se necesita el diálogo interreligioso.
Las diferencias en comprensión de las verdades religiosas no deben
impedir que las personas de diversas religiones vivan en paz y armonía.
En las circunstancias actuales, los líderes religiosos tienen una
responsabilidad especial por la educación de su rebaño en el espíritu de
respeto por las creencias de aquellos que pertenecen a otras
tradiciones religiosas. Los intentos de justificar actos criminales por
consignas religiosas son absolutamente inaceptables. Ningún crimen puede
ser cometido en el nombre de Dios, “porque Dios es Dios de paz y no de confusión” (1 Corintios 14, 33).
14. Atestiguando el alto valor de la libertad religiosa, damos
gracias a Dios por el renacimiento sin precedentes de la fe cristiana
que ahora se lleva a cabo en Rusia y muchos países de Europa del Este,
donde por décadas han gobernado regímenes ateos. Hoy en día, las cadenas
del ateísmo militante cayeron, y en muchos lugares los cristianos son
libres de profesar su fe. Durante un cuarto de siglo, aquí se erigieron
decenas de miles de nuevos templos, se abrieron cientos de monasterios y
escuelas teológicas. Las comunidades cristianas realizan amplias
actividades caritativas y sociales, prestando diversa asistencia a los
necesitados. Los ortodoxos y los católicos a menudo trabajan hombro con
hombro. Ellos defienden la base espiritual común de la sociedad humana,
dando testimonio de los valores evangélicos.
15. Al mismo tiempo, nos preocupa la situación que tiene lugar en
tantos países, donde los cristianos enfrentan cada vez más la
restricción de la libertad religiosa y del derecho a dar testimonio
sobre sus creencias y a vivir de acuerdo con ellas. En particular, vemos
que la transformación de algunos países en las sociedades
secularizadas, ajenas de cualquier memoria de Dios y su verdad, implica
una grave amenaza para la libertad religiosa. Estamos preocupados por la
limitación de los derechos de los cristianos, por no hablar de la
discriminación contra ellos, cuando algunas fuerzas políticas, guiadas
por la ideología del secularismo que en numerosos casos se vuelve
agresivo, tienden a empujarles a los márgenes de la vida pública.
16. El proceso de la integración europea, que comenzó después de
siglos de conflictos sangrientos, fue acogido por muchas personas con
esperanza, como prenda de paz y seguridad. Al mismo tiempo, advertimos
en contra de aquella clase de integración que no respeta la identidad
religiosa. Respetamos la contribución de otras religiones a nuestra
civilización, pero estamos convencidos de que Europa debe mantener la
fidelidad a sus raíces cristianos. Hacemos un llamamiento a los
cristianos en Europa Occidental y Europa Oriental a unirse a fin de dar
testimonio conjunto sobre Cristo y el Evangelio, para que Europa
mantenga su alma formada por dos mil años de la tradición cristiana.
17. Nuestra atención está destinada a las personas que se encuentran
en una situación desesperada, viven en la pobreza extrema en el momento
en que la riqueza de la humanidad está creciendo. No podemos permanecer
indiferentes al destino de millones de migrantes y refugiados que tocan a
las puertas de los países ricos. El consumo incontrolado, típico para
algunos estados más desarrollados, agota rápidamente los recursos de
nuestro planeta. La creciente desigualdad en la distribución de bienes
terrenales, aumenta el sentido de la injusticia del sistema de las
relaciones internacionales que se está implantando.
18. Las Iglesias cristianas están llamadas a defender exigencias de
la justicia, del respeto a las tradiciones nacionales y de la
solidaridad efectiva con todos los que sufren. Nosotros, los cristianos,
no debemos olvidar que “para avergonzar a los sabios, Dios ha
escogido a los que el mundo tiene por tontos; y para avergonzar a los
fuertes ha escogido a los que el mundo tiene por débiles. Dios ha
escogido a la gente despreciada y sin importancia de este mundo, es
decir, a los que no son nada, para anular a los que son algo. Así nadie
podrá presumir delante de Dios” (1 Corintios 1, 27-29).
19. La familia es el centro natural de la vida de un ser humano y de
la sociedad. Estamos preocupados por la crisis de la familia en muchos
países. Los ortodoxos y los católicos, compartiendo la misma visión de
la familia, están llamados a testificar acerca de la familia como de un
camino hacia la santidad, que se manifiesta en la fidelidad mutua de los
cónyuges, su disponibilidad para dar a luz a los niños y formarles, en
la solidaridad entre las generaciones y el respeto hacia los enfermizos.
20. La familia es fundada sobre el matrimonio que es un acto libre y
fiel de amor entre un hombre y una mujer. El amor fortalece su unión,
les enseña a aceptar uno a otros como a un don. El matrimonio es la
escuela del amor y de la fidelidad. Lamentamos que otras formas de
convivencia se equiparan ahora con esta unión, y la visión de la
paternidad y la maternidad como de especial vocación del hombre y de la
mujer en el matrimonio, santificada por la tradición bíblica, se expulsa
de la conciencia pública.
21. Hacemos un llamamiento a todos para respetar el derecho
inalienable a la vida. Unos millones de bebés están privados de la
propia posibilidad de aparecer a la luz. La sangre de los niños no nacidos pide a gritos a Dios que haga justicia. (Génesis 4, 10).
La divulgación de la así llamada eutanasia conduce al hecho de que
los ancianos y enfermos comienzan a sentirse carga excesiva para su
familia y la sociedad en conjunto.
Expresamos nuestra preocupación por el uso cada vez más extendido de
las tecnologías biomédicas de reproducción, porque la manipulación de la
vida humana es un ataque contra los fundamentos del ser de la persona
creada a imagen de Dios. Consideramos que nuestro deber es hacer
acordarse sobre la inmutabilidad de los principios morales cristianos,
basados en el respeto por la dignidad de la persona que está destinada a
la vida de acuerdo con el plan de su Creador.
22. Queremos hoy dirigir unas palabras especiales a la juventud cristiana. Vosotros, los jóvenes, no debéis esconder dinero en la tierra
(Mateo 25, 25), sino usar todas las dotes dadas por Dios, para afirmar
la verdad de Cristo en el mundo, realizar los mandamientos evangélicos
del amor a Dios y al prójimo. No tengáis miedo de ir contra la
corriente, defendiendo la verdad de Dios, con la que no siempre se
ajustan las normas seculares modernas.
23. Dios os ama y espera de cada uno de vosotros que seáis sus discípulos y apóstoles. Sed la luz de este mundo, para que otros, viendo el bien que hacéis, alaben todos a vuestro Padre que está en el cielo
(Mateo 5, 14-16). Educad a los niños en la fe cristiana para
entregarles la perla preciosa de la fe (Mateo 13, 46) que recibisteis de
vuestros padres y antepasados. No olvidéis que “Dios os ha comprado por un precio” (1 Corintios 6, 20), el precio de la muerte en la cruz de Dios Hombre, Jesucristo.
24. Los ortodoxos y los católicos están unidos no sólo por la
Tradición común de la Iglesia del primer milenio, sino también por la
misión de predicar el Evangelio de Cristo en el mundo contemporáneo.
Esta misión requiere respeto mutuo entre los miembros de las comunidades
cristianas, excluye cualquier forma del proselitismo.
No somos competidores, sino hermanos: debemos arrancar de este
concepto ejecutando todas actividades relacionadas con nuestros lazos y
contactos con el mundo exterior. Instamos a los católicos y a los
ortodoxos de todo el mundo para aprender a vivir juntos en paz, amor y armonía unos con otros
(Romanos 15, 5). Es inaceptable el uso de medios incorrectos para
obligar a los fieles a pasar de una Iglesia a otra, dejando de lado su
libertad religiosa y sus propias tradiciones. Estamos llamados a poner
en práctica el mandamiento de San Pablo Apóstol y “anunciar el evangelio donde nunca antes se había oído hablar de Cristo, para no construir sobre cimientos puestos por otros” (Romanos 15, 20).
25. Esperamos que nuestro encuentro contribuya a la reconciliación
donde hay tensiones entre los greco-católicos y los ortodoxos. Hoy en
día es obvio que el método de “la unión” de los siglos pasados que
implica la unidad de una comunidad con la otra a costa de la separación
de su Iglesia, no es la manera de restaurar la unidad. Al mismo tiempo,
las comunidades eclesiásticas que han aparecido como resultado de
circunstancias históricas tienen derecho a existir y hacer todo lo
necesario para satisfacer menesteres espirituales de sus fieles,
buscando la paz con sus vecinos. Los ortodoxos y los greco-católicos
necesitan la reconciliación y la búsqueda de formas de convivencia
mutuamente aceptables.
26. Lamentamos el enfrentamiento en Ucrania que ya cobró muchas
vidas, causó sufrimientos innumerables a los civiles, hundió la sociedad
en una profunda crisis económica y humanitaria. Hacemos un llamamiento a
todas las partes del conflicto a tener prudencia, mostrar la
solidaridad social y trabajar activamente para el establecimiento de la
paz. Instamos a nuestras Iglesias en Ucrania a trabajar para lograr la
armonía social, abstenerse de participar en la confrontación y de apoyar
el desarrollo del conflicto.
27. Esperamos que la división entre los creyentes ortodoxos en
Ucrania sea vencida sobre la base de las normas canónicas existentes,
que todos los cristianos ortodoxos de Ucrania vivan en paz y armonía, y
que las comunidades católicas del país contribuyan a ello, para que
nuestra hermandad cristiana sea aún más evidente.
28. En el mundo de hoy, multifacético y al mismo tiempo unido por el
destino común, los católicos y los ortodoxos están llamados a colaborar
fraternamente para anunciar el Evangelio de la salvación, dar testimonio
común de la dignidad moral y la auténtica libertad humana, “para que el mundo crea”
(Juan 17, 21). Este mundo, en el que se están socavando rápidamente los
fundamentos morales de la existencia humana, espera de nosotros el
fuerte testimonio cristiano en todos los ámbitos de la vida personal y
social. ¿Podremos en la época crucial dar testimonio conjunto del
Espíritu de la verdad? De esto depende, en gran medida, el futuro de la
humanidad.
29. Que Jesucristo, Dios Hombre, Nuestro Señor y Salvador, nos ayude
en el anuncio valiente de la verdad de Dios y de la Buena Noticia de
salvación. El Señor nos fortalece espiritualmente con su promesa
infalible: “No tengáis miedo, pequeño rebaño, que el Padre, en su bondad, ha decidido daros el reino” (Lucas 12, 32).
Cristo es una fuente de alegría y de esperanza. La fe en él
transfigura la vida del ser humano, la llena de significado. Lo han
vivido por su propia experiencia todos aquellos de los que se puede
decir con las palabras de San Pedro Apóstol: “Antes, ni siquiera
erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios; antes Dios no os tenía
compasión, pero ahora tiene compasión de vosotros” (1 Pedro 2, 10).
30. Llenos de gratitud por el don de comprensión mutua que se
manifestó en nuestra reunión, nos dirigimos con esperanza a la Santísima
Madre de Dios, haciendo solicitud con las palabras de la antigua
oración: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”. Que la
Santísima Virgen María con su amparo fortalezca la hermandad de todos
que la veneran, para que ellos, en un momento determinado por Dios, se
junten, en paz y concordia, en el único pueblo de Dios, ¡sea glorificado
el nombre de la Trinidad Consustancial e Inseparable!
FRANCISCO Obispo de Roma, Papa de la Iglesia Católica |
Kiril Patriarca de Moscú y Toda Rusia |
12 de febrero de 2016, La Habana (Cuba)
Su Santidad,
Sus Excelencias,
Queridos hermanos y hermanas,
Señoras y señores,
Sus Excelencias,
Queridos hermanos y hermanas,
Señoras y señores,
Nosotros durante dos horas hemos tenido una discusión abierta, con
pleno entendimiento de la responsabilidad para nuestras Iglesias, para
nuestro pueblo creyente, para futuro del cristianismo y para futuro de
la civilización humana. Fue una conversación con mucho contenido, que
nos dio la oportunidad de entender y sentir las posiciones de uno y
otro. Y los resultados de la conversación me permiten asegurar que
actualmente, las dos Iglesias pueden cooperar conjuntamente defendiendo a
los cristianos en todo el mundo; y con plena responsabilidad, trabajar
conjuntamente, para que no sea guerra, para que la vida humana se
respete en todo el mundo, para que se fortalezcan las bases de la moral
personal, familiar y social, y que a través de la participación de la
Iglesia en la vida de la sociedad humana moderna se purifique en nombre
de nuestro Señor Jesucristo y del Espíritu Santo.
Santidad,
Eminencias,
Reverencias,
Eminencias,
Reverencias,
Hablamos como hermanos, tenemos el mismo Bautismo, somos obispos.
Hablamos de nuestras Iglesias, y coincidimos en que la unidad se hace
caminando. Hablamos claramente, sin medias palabras, y yo les confieso
que he sentido la consolación del Espíritu en este diálogo. Agradezco la
humildad de Su Santidad, humildad fraterna, y sus buenos deseos de
unidad.
Hemos salido con una serie de iniciativas que creo que son viables y
se podrán realizar. Por eso quiero agradecer, una vez más, a Su Santidad
su benévola acogida, como asimismo a los colaboradores -y nombro a
dos-: Su Eminencia el Metropolita Hilarión y Su Eminencia el Cardenal
Koch, con todos sus equipos que han trabajado para esto.
No quiero irme sin dar un sentido agradecimiento a Cuba, al gran
pueblo cubano y a su Presidente aquí presente. Le agradezco su
disponibilidad activa. Si sigue así, Cuba será la capital de la unidad. Y
que todo esto sea para gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y
para el bien del santo Pueblo fiel de Dios, bajo el manto de la Santa
Madre de Dios.
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PALABRAS DEL SANTO PADRE A LOS PERIODISTAS
DURANTE EL VUELO LA HABANA-MÉXICO
DURANTE EL VUELO LA HABANA-MÉXICO
Viernes 12 de febrero de 2016
Padre Lombardi
Hemos intentado decirle al Papa que estuviera tranquilo, que
descansara durante el vuelo de Cuba a México; pero él está tan lleno de
entusiasmo y de alegría por este encuentro que ha querido tener un nuevo
encuentro con nosotros para expresarnos sus sentimientos y lo que desea decirnos. Santidad, muchas gracias.
Papa FRANCISCO
Buenas noches. Creo que con la Declaración que les han dado [la
Declaración conjunta con el Patriarca Kiril], tienen trabajo para toda
la noche, y también para mañana. Por eso no hacemos preguntas y
respuestas. Pero quisiera expresarles mis sentimientos.
En primer lugar, el sentimiento de acogida y disponibilidad del
Presidente Castro. Yo había hablado con él de este encuentro, la otra
vez, y estaba dispuesto a hacer todo y hemos visto que ha preparado todo
para esto. Y es necesario dar las gracias por esto.
Segundo, con el Patriarca Kiril. Ha sido una conversación entre
hermanos. Hemos hablado de puntos claros, que nos preocupan a los dos.
Con toda franqueza. Yo me he sentido en la presencia de un hermano, y él
también me ha dicho lo mismo. Dos obispos que, en primer lugar, hablan
de la situación de sus Iglesias; y en segundo lugar, de la situación del
mundo, de las guerras, guerras que ahora amenazan con ser no sólo “por
partes”, sino que afectan a todos; y de la situación de la Ortodoxia,
del próximo Sínodo panortodoxo… Pero yo les digo, de verdad, que sentía
una alegría interior que era precisamente del Señor. Él hablaba
libremente y también yo hablaba libremente. Se sentía la alegría. Los
traductores eran buenos, los dos. Ha sido un coloquio “a seis ojos”: el
Patriarca Kiril, yo, Su Eminencia el Metropolita Hilarión y Su Eminencia
el Cardenal Koch, y los dos traductores. Pero con toda libertad.
Hablábamos nosotros dos, y los demás si se les hacía alguna pregunta.
Tercero, si ha hecho un programa de posibles actividades en común,
porque la unidad se hace caminando. Una vez he dicho que si la unidad se
hace con el estudio, estudiando la teología y lo demás, tal vez vendrá
el Señor y nosotros todavía estaremos haciendo la unidad. La unidad se
hace caminando, caminando: que al menos el Señor, cuando venga, nos
encuentre caminando.
Después, hemos firmado esta Declaración que ustedes tienen en la
mano: habrá muchas interpretaciones, muchas. Pero si hay alguna duda,
padre Lombardi podrá decir cuál es el verdadero significado. No es una
Declaración política, no es una Declaración sociológica, es una
Declaración pastoral, incluso cuando habla del secularismo y de cosas
explícitas, de la manipulación biogenética y de todas estas cosas. Pero
es pastoral: de dos obispos que se han encontrado con inquietud
pastoral. Yo he quedado muy feliz. Ahora me esperan 23 km. de papamóvil
descubierto…
Les agradezco mucho su trabajo: hagan lo que puedan. Muchas gracias, gracias.
Padre Lombardi
Muchas gracias a usted, Santidad, y feliz viaje.
Sábado 13 de febrero de 2016
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Palacio Nacional, Ciudad de México
Sábado 13 de febrero de 2016
Sábado 13 de febrero de 2016
Señor Presidente,
Miembros del Gobierno de la República,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Hermanos en el Episcopado,
Señoras y señores.
Miembros del Gobierno de la República,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Hermanos en el Episcopado,
Señoras y señores.
Le agradezco, señor Presidente, las palabras de bienvenida que me ha
dirigido. Es motivo de alegría poder pisar esta tierra mexicana, que
ocupa un lugar especial en el corazón de las Américas. Hoy vengo como
misionero de misericordia y paz pero también como hijo que quiere rendir
homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella.
Buscando ser buen hijo, siguiendo las huellas de la madre, quiero, a
su vez, rendirle homenaje a este pueblo y a esta tierra tan rica en
culturas, historia y diversidad. En su persona, Señor Presidente, quiero
saludar y abrazar al pueblo mexicano en sus múltiples expresiones y en
las más diversas situaciones que le toca vivir. Gracias por recibirme
hoy en su tierra.
México es un gran País. Bendecido con abundantes recursos naturales y
una enorme biodiversidad que se extiende a lo largo de todo su vasto
territorio. Su privilegiada ubicación geográfica lo convierte en un
referente de América; y sus culturas indígenas, mestizas y criollas, le
dan una identidad propia, que le posibilita una riqueza cultural no
siempre fácil de encontrar y especialmente valorar. La sabiduría
ancestral que porta su multiculturalidad es, por lejos, uno de sus
mayores recursos biográficos. Una identidad que fue aprendiendo a
gestarse en la diversidad y, sin lugar a dudas, constituye un patrimonio
rico a valorar, estimular y cuidar.
Pienso, y me animo a decir, que la principal riqueza de México hoy
tiene rostro joven; sí, son sus jóvenes. Un poco más de la mitad de la
población está en edad juvenil. Esto permite pensar y proyectar un
futuro, un mañana, de esperanza y proyección. Un pueblo con juventud es
un pueblo capaz de renovarse, transformarse; es una invitación a alzar
con ilusión la mirada hacia el futuro y, a su vez, nos desafía
positivamente en el presente. Esta realidad nos lleva inevitablemente a
reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el
México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones
venideras. También, a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se
forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de
empeñarse en el bien común, este «bien común» que en este siglo XXI no
goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que, cada vez que
buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en
detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se
vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la
exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico
de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando
el desarrollo.
El pueblo mexicano afianza su esperanza en la identidad que ha sido
forjada en duros y difíciles momentos de su historia por grandes
testimonios de ciudadanos que han comprendido que, para poder superar
las situaciones nacidas de la cerrazón del individualismo, era necesario
el acuerdo de las Instituciones políticas, sociales y de mercado, y de
todos los hombres y mujeres que se comprometen en la búsqueda del bien
común y en la promoción de la dignidad de la persona.
Una cultura ancestral y un capital humano esperanzador, como el
vuestro, tiene que ser la fuente de estímulo para que encontremos nuevas
formas de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por
la senda del compromiso solidario. Un compromiso en el que todos,
comenzando por los que nos llamamos cristianos, nos entreguemos a la
construcción de «una política auténticamente humana» (Gaudium et spes, 73) y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte.
A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les
corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los
ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en
su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la
sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes
materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo
digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y
de paz.
Esto no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y
mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la
responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro, como
corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional. Es
una tarea que involucra a todo el pueblo mexicano en las distintas
instancias, tanto públicas como privadas, tanto colectivas como
individuales.
Le aseguro señor Presidente que, en este esfuerzo, el Gobierno
mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha
acompañado la vida de esta Nación y que renueva su compromiso y
voluntad de servicio a la gran causa del hombre: la edificación de la
civilización del amor.
Me dispongo a recorrer este hermoso y gran País como misionero y
peregrino que quiere renovar con ustedes la experiencia de la
misericordia, como un nuevo horizonte de posibilidad que es
inevitablemente portador de justicia y de paz.
Y me pongo bajo la mirada de María, la Virgen de Guadalupe –le pido
que me mire– para que, por su intercesión, el Padre misericordioso nos
conceda que estas jornadas y el futuro de esta tierra sean una
oportunidad de encuentro, de comunión y de paz.
Muchas gracias.
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ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE MÉXICO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Catedral Metropolitana, Ciudad de México
Sábado 13 de febrero de 2016
Sábado 13 de febrero de 2016
Queridos hermanos:
Estoy contento de poder encontrarlos al día siguiente de mi llegada a
este País al cual, siguiendo los pasos de mis Predecesores, también he
venido a visitar.
No podía dejar de venir ¿Podría el Sucesor de Pedro, llamado del
lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada
sobre la «Virgen Morenita»?.
Les agradezco que me reciban en esta Catedral, «casita», «casita»
prolongada pero siempre «sagrada», que pidió la Virgen de Guadalupe, y
por las amables palabras de acogida que me han dirigido.
Porque sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano,
entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el alma
de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la puerta.
Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de vuestra gente
que, en Ella, ha aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra voz puede
hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me puede hablar
la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos sus más recónditas
esperanzas; Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus
numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus
propios hijos.
Estoy contento de estar con ustedes aquí, en las cercanías del «Cerro
del Tepeyac», como en los albores de la evangelización de este
Continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les
diga pueda hacerlo partiendo desde la Guadalupana. Cuánto quisiera que
fuese Ella misma quien les lleve, hasta lo profundo de sus almas de
Pastores y, por medio de ustedes, a cada una de sus Iglesias
particulares presentes en este vasto México, todo lo que fluye
intensamente del corazón del Papa.
Como hizo San Juan Diego, y lo hicieron las sucesivas generaciones de
los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace
tiempo el deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por
su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta
mirada y les ruego acojan cuanto brota de mi corazón de Pastor en este
momento.
Una mirada de ternura
Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz
de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello
que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y
desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley,
sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza
irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.
Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe
ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la
tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre
huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un
hogar.
Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de la
evangelización del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha olvidado, la
necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha
confiado a ustedes?
Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin
derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones,
no sin violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo
Predecesor, que en México estaba como en su casa, ha querido recordar
que «como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que
unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias
complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica
sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y
Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos siguen llamando
padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la
moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la
independencia y la libertad» (Juan Pablo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida en México, 22 enero 1999).
Y en esta historia, el regazo materno que continuamente ha generado a
México, aunque a veces pareciera una «red que recogía ciento cincuenta y
tres peces» (Jn 21,11), no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas se recompusieron siempre.
Por eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo
que promana del alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es
capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad,
el aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a
un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se puede, sin renunciar
a la propia identidad, «descubrir la profunda verdad de la nueva
humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios» (Id., Homilía en la Canonización de san Juan Diego).
Reclínense pues, hermanos, con delicadeza y respeto, sobre el alma
profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso
rostro. El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta,
¿acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y pleno presente?
¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y
caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y
solamente para redimir, ¿no es antídoto a la autosuficiencia prepotente
de cuantos creen poder prescindir de Dios?
Naturalmente, por todo esto se necesita una mirada capaz de reflejar
la ternura de Dios.
Sean por lo tanto Obispos de mirada limpia, de alma
trasparente, de rostro luminoso. No le tengan miedo a la transparencia.
La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar. Vigilen para que
sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad;
no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones
seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en
los «carros y caballos» de los faraones actuales, porque nuestra fuerza
es la «columna de fuego» que rompe dividiendo en dos las marejadas del
mar, sin hacer grande rumor (cf. Ex 14,24-25).
El mundo en el cual el Señor nos llama a desarrollar nuestra misión se ha vuelto muy complejo. Y aunque la prepotente idea del «cogito»,
que no negaba que hubiese al menos una roca sobre la arena del ser, hoy
está dominada por una concepción de la vida, considerada por muchos,
más que nunca, vacilante, errabunda y anómica, porque carece de sustrato
sólido. Las fronteras, tan intensamente invocadas y sostenidas, se han
vuelto permeables a la novedad de un mundo en el cual la fuerza de
algunos ya no puede sobrevivir sin la vulnerabilidad de otros. La
irreversible hibridación de la tecnología hace cercano lo que está
lejano pero, lamentablemente, hace distante lo que debería estar cerca.
Y, precisamente en este mundo así, Dios les pide tener una mirada
capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra
gente, la única que posee en el propio calendario una «fiesta del
grito». A ese grito es necesario responder que Dios existe y está cerca a
través de Jesús. Que sólo Dios es la realidad sobre la cual se puede
construir, porque «Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado
o hipotético, sino el Dios de rostro humano» (Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia General del CELAM, 13 mayo 2007).
En las miradas de ustedes, el Pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huellas de quienes «han visto al Señor» (cf. Jn
20,25), de quienes han estado con Dios. Esto es lo esencial. No
pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las
habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos
planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de
consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las
maledicencias. Introduzcan a sus sacerdotes en esa
comprensión del sagrado ministerio. A nosotros, ministros de Dios, basta
la gracia de «beber el cáliz del Señor», el don de custodiar la parte
de su heredad que se nos ha confiado, aunque seamos inexpertos
administradores. Dejemos al Padre asignarnos el puesto que nos tiene
preparado (cf. Mt 20,20-28). ¿Acaso podemos estar de verdad ocupados en otras cosas si no en las del Padre? Fuera de las «cosas del Padre» (Lc 2,48-49) perdemos nuestra identidad y, culpablemente, hacemos vana su gracia.
Si nuestra mirada no testimonia haber visto a Jesús, entonces las
palabras que recordamos de Él resultan solamente figuras retóricas
vacías. Quizás expresen la nostalgia de aquellos que no pueden olvidar
al Señor, pero de todos modos son sólo el balbucear de huérfanos junto
al sepulcro. Palabras finalmente incapaces de impedir que el mundo quede
abandonado y reducido a la propia potencia desesperada.
Pienso en la necesidad de ofrecer un regazo materno a los jóvenes.
Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de ellos,
de amarlos y de captar lo que ellos buscan, con aquella fuerza con la
que muchos como ellos han dejado barcas y redes sobre la otra orilla del
mar (cf. Mc 1,17-18), han abandonado bancos de extorsiones con tal de seguir al Señor de la verdadera riqueza (cf. Mt 9,9).
Me preocupan tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo,
exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para
comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y
el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y
roban» (Mt 6,20). Les ruego no minusvalorar el desafío ético y
anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la
entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.
La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la
inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de
la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos
consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas
genéricas –formas de nominalismo– sino que exigen un coraje profético y
un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a
entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos
desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando
por las familias; acercándonos y abrazando a la periferia humana y
existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades;
involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las
instituciones comunitarias, la comunidades políticas, las estructuras de
seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las
cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien
muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las
manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero
sórdido y la conciencia anestesiada.
Volviendo la mirada a María de Guadalupe diré una segunda cosa:
Una mirada capaz de tejer
En el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las
huellas mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la
«Morenita». Dios no necesita de colores apagados para diseñar su rostro.
Los diseños de Dios no están condicionados por los colores y por los
hilos, sino que están determinados por la irreversibilidad de su amor
que quiere persistentemente imprimirse en nosotros.
Sean, por tanto, Obispos capaces de imitar esta libertad de Dios
eligiendo cuanto es humilde para hacer visible la majestad de su rostro y
de copiar esta paciencia divina en tejer, con el hilo fino de la
humanidad que encuentren, aquel hombre nuevo que su país espera. No se
dejen llevar por la vana búsqueda de cambiar de pueblo, como si el amor
de Dios no tuviese bastante fuerza para cambiarlo.
Redescubran pues la sabia y humilde constancia con que los Padres de
la fe de esta Patria han sabido introducir a las generaciones sucesivas
en la semántica del misterio divino. Primero aprendiendo y, luego,
enseñando la gramática necesaria para dialogar con aquel Dios, escondido
en los siglos de su búsqueda y hecho cercano en la persona de su Hijo
Jesús, que hoy tantos reconocen en la imagen ensangrentada y humillada,
como figura del propio destino. Imiten su condescendencia y su capacidad
de reclinarse. No comprenderemos jamás bastante el hecho de que con los
hilos mestizos de nuestra gente Dios entretejió el rostro con el cual
se da a conocer. Nunca seremos suficientemente agradecidos a este
inclinarse, a esta “sincatábasis”.
Una mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos
indígenas, para ellos y sus fascinantes, y no pocas veces, masacradas
culturas. México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no
quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan
que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la
fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les
convierte en una Nación única y no solamente una entre otras.
Se ha hablado muchas veces del presunto destino incumplido de esta
Nación, del «laberinto de la soledad» en el cual estaría aprisionada, de
la geografía como destino que la entrampa. Para algunos, todo esto
sería obstáculo para el diseño de un rostro unitario, de una identidad
adulta, de una posición singular en el concierto de las naciones y de
una misión compartida.
Para otros, también la Iglesia en México estaría condenada a escoger
entre sufrir la inferioridad en la cual fue relegada en algunos períodos
de su historia, como cuando su voz fue silenciada y se buscó amputar su
presencia, o aventurarse en los fundamentalismos para volver a tener
certezas provisorias –como aquel «cogito» famoso– olvidándose de
tener anidada en su corazón la sed de Absoluto y ser llamada en Cristo a
reunir a todos y no sólo una parte (cf. Lumen gentium, 1, 1).
No se cansen en cambio de recordarle a su Pueblo cuánto son potentes
las raíces antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de
comunión humana, cultural y espiritual que se forjó aquí. Recuerden que
las alas de su Pueblo ya se han desplegado varias veces por encima de no
pocas vicisitudes. Custodien la memoria del largo camino hasta ahora
recorrido –sean deuteronómicos– y sepan suscitar la esperanza de
nuevas metas, porque el mañana será una tierra «rica de frutos» aunque
nos plantee desafíos no indiferentes (cf. Nm 13,27-28).
Que las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo,
sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la
reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades;
de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la
medida alta, que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí
mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y
sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no
contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar
el mundo.
Una tercera reflexión:
Una mirada atenta y cercana, no adormecida
Les ruego no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las
nuevas demandas. Vuestro pasado es un pozo de riquezas donde excavar,
que puede inspirar el presente e iluminar el futuro. ¡Ay de ustedes si
se duermen en sus laureles! Es necesario no desperdiciar la herencia
recibida, custodiándola con un trabajo constante. Están asentados sobre
espaldas de gigantes: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y
laicos, fieles «hasta el final», que han ofrecido la vida para que la
Iglesia pudiese cumplir la propia misión. Desde lo alto de ese podio
están llamados a lanzar una mirada amplia sobre el campo del Señor para
planificar la siembra y esperar la cosecha.
Los invito a cansarse, a cansarse sin miedo en la tarea de
evangelizar y de profundizar la fe mediante una catequesis mistagógica
que sepa atesorar la religiosidad popular de su gente. Nuestro tiempo
requiere atención pastoral a las personas y a los grupos, que esperan
poder salir al encuentro del Cristo vivo. Solamente una valerosa
conversión pastoral –y subrayo conversión pastoral– de nuestras
comunidades puede buscar, generar y nutrir a los actuales discípulos de
Jesús (cf. Documento de Aparecida, 226, 368, 370).
Por tanto, es necesario para nosotros, pastores, superar la tentación
de la distancia –y dejo a cada uno de ustedes que haga el catálogo de
las distancias que pueden existir en esta Conferencia Episcopal; no las
conozco, pero superar la tentación de la distancia– y del clericalismo,
de la frialdad y de la indiferencia, del comportamiento triunfal y de la
autoreferencialidad. Guadalupe nos enseña que Dios es familiar,
cercano, en su rostro, que la proximidad y la condescendencia, ese
agacharse y acercarse, pueden más que la fuerza, que cualquier tipo de
fuerza.
Como enseña la bella tradición guadalupana, la «Morenita» custodia
las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos
que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en
cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a
nosotros no volvernos impermeables a tales miradas. Custodiar en
nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el corazón, resguardarlos.
Sólo una Iglesia que sepa resguardar el rostro de los hombres que van
a tocar a su puerta es capaz de hablarles de Dios. Si no desciframos
sus sufrimientos, si no nos damos cuenta de sus necesidades, nada
podremos ofrecerles. La riqueza que tenemos fluye solamente cuando
encontramos la poquedad de aquellos que mendigan y, precisamente, este
encuentro se realiza en nuestro corazón de Pastores.
Y el primer rostro que les suplico custodien en su corazón es el de
sus sacerdotes. No los dejen expuestos a la soledad y al abandono, presa
de la mundanidad que devora el corazón. Estén atentos y aprendan a leer
sus miradas para alegrarse con ellos cuando sientan el gozo de contar
cuanto «han hecho y enseñado» (Mc 6,30), y también para no
echarse atrás cuando se sienten un poco rebajados y no puedan hacer otra
cosa que llorar porque «han negado al Señor» (cf. Lc 22,61-62), y
también, por qué no, para sostener, en comunión con Cristo, cuando
alguno, ya abatido, saldrá con Judas «en la noche» (Jn 13,30). En
estas situaciones, que nunca falte la paternidad de ustedes, Obispos,
para con sus sacerdotes. Animen la comunión entre ellos; hagan
perfeccionar sus dones; intégrenlos en las grandes causas, porque el
corazón del apóstol no fue hecho para cosas pequeñas.
La necesidad de familiaridad habita en el corazón de Dios. Nuestra
Señora de Guadalupe pide, pues, únicamente una «casita sagrada».
Nuestros pueblos latinoamericanos entienden bien el lenguaje diminutivo
–una casita sagrada– y de muy buen grado lo usan. Quizá tienen necesidad
del diminutivo porque de otra forma se sentirían perdidos. Se adaptaron
a sentirse disminuidos y se acostumbraron a vivir en la modestia.
La Iglesia, cuando se congrega en una majestuosa Catedral, no podrá
hacer menos que comprenderse como una «casita» en la cual sus hijos
pueden sentirse a su propio gusto. Delante de Dios sólo se permanece si
se es pequeño, si se es huérfano, si se es mendicante. El protagonista
de la historia de salvación es el mendigo.
«Casita» familiar y al mismo tiempo «sagrada», porque la proximidad
se llena de la grandeza omnipotente. Somos guardianes de este misterio.
Tal vez hemos perdido este sentido de la humilde medida divina, y nos
cansamos de ofrecer a los nuestros la «casita» en la cual se sienten
íntimos con Dios. Puede darse también que, habiendo descuidado un poco
el sentido de su grandeza, se haya perdido parte del temor reverente
hacia un tal amor. Donde Dios habita, el hombre no puede acceder sin ser
admitido y entra solamente «quitándose las sandalias» (cf. Ex 3, 5) para confesar la propia insuficiencia.
Y este habernos olvidado de este «quitarse las sandalias» para
entrar, ¿no está posiblemente en la raíz de la pérdida del sentido de la
sacralidad de la vida humana, de la persona, de los valores esenciales,
de la sabiduría acumulada a lo largo de los siglos, del respeto a la
naturaleza? Sin rescatar, en la conciencia de los hombres y de la
sociedad, estas raíces profundas, incluso al trabajo generoso en favor
de los legítimos derechos humanos le faltará la savia vital que puede
provenir sólo de un manantial que la humanidad no podrá darse jamás a sí
misma.
Y, siempre mirando a la Madre, para terminar:
Una mirada de conjunto y de unidad
Sólo mirando a la «Morenita», México se comprende por completo. Por
tanto, les invito a comprender que la misión que la Iglesia hoy les
confía, y siempre les confió, requiere esta mirada que abarque la
totalidad. Y esto no puede realizarse aisladamente, sino sólo en
comunión.
La Guadalupana está ceñida de una cintura que anuncia su fecundidad.
Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado por los
hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo mundo naciente.
Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de la Iglesia de
Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la
fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta cinta puede ser despreciado.
El episcopado mexicano ha cumplido notables pasos en estos años
conciliares; ha aumentado sus miembros; se ha promovido una permanente
formación, continua y cualificada; el ambiente fraterno no faltó; el
espíritu de colegialidad ha crecido; las intervenciones pastorales han
influido sobre sus Iglesias y sobre la conciencia nacional; los trabajos
pastorales compartidos han sido fructuosos en los campos esenciales de
la misión
eclesial como la familia, las vocaciones y la presencia
social.
Mientras nos alegramos por el camino de estos años, les pido que no
se dejen desanimar por las dificultades y de no ahorrar todo esfuerzo
posible por promover, entre ustedes y en sus diócesis, el celo
misionero, sobre todo hacia las partes más necesitadas del único cuerpo
de la Iglesia mexicana. Redescubrir que la Iglesia es misión es
fundamental para su futuro, porque sólo el «entusiasmo, el estupor
convencido» de los evangelizadores tiene la fuerza de arrastre. Les
ruego especialmente cuidar la formación y la preparación de los laicos,
superando toda forma de clericalismo e involucrándolos activamente en la
misión de la Iglesia, sobre todo en el hacer presente, con el
testimonio de la propia vida, el evangelio de Cristo en el mundo.
A este Pueblo mexicano, le ayudará mucho un testimonio unificador de
la síntesis cristiana y una visión compartida de la identidad y del
destino de su gente. En este sentido, sería muy importante que la
Pontificia Universidad de México esté cada vez más en el corazón de los
esfuerzos eclesiales para asegurar aquella mirada de universalidad sin
la cual la razón, resignada a módulos parciales, renuncia a su más alta
aspiración de búsqueda de la verdad.
La misión es vasta y llevarla adelante requiere múltiples caminos. Y,
con más viva insistencia, los exhorto a conservar la comunión y la
unidad entre ustedes. Esto es esencial, hermanos. Esto no está en el
texto pero me sale ahora. Si tienen que pelearse, peléense; si tienen
que decirse cosas, se las digan; pero como hombres, en la cara, y como
hombres de Dios que después van a rezar juntos, a discernir juntos. Y si
se pasaron de la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad del
cuerpo episcopal. Comunión y unidad entre ustedes. La comunión es la
forma vital de la Iglesia y la unidad de sus Pastores da prueba de su
veracidad. México, y su vasta y multiforme Iglesia, tienen necesidad de
Obispos servidores y custodios de la unidad edificada sobre la Palabra
del Señor, alimentada con su Cuerpo y guiada por su Espíritu, que es el
aliento vital de la Iglesia.
No se necesitan «príncipes», sino una comunidad de testigos del
Señor. Cristo es la única luz; es el manantial de agua viva; de su
respiro sale el Espíritu, que despliega las velas de la barca eclesial.
En Cristo glorificado, que la gente de este pueblo ama honrar como Rey,
enciendan juntos la luz, cólmense de su presencia que no se extingue;
respiren a pleno pulmón el aire bueno de su Espíritu. Toca a ustedes
sembrar a Cristo sobre el territorio, tener encendida su luz humilde que
clarifica sin ofuscar, asegurar que en sus aguas se colme la sed de su
gente; extender las velas para que sea el soplo del Espíritu quien las
despliegue y no encalle la barca de la Iglesia en México.
Recuerden que la Esposa, la Esposa de cada uno de ustedes, la Madre Iglesia, sabe bien que el Pastor amado (cf. Ct
1,7) será encontrado sólo donde los pastos son herbosos y los
riachuelos cristalinos. La Esposa desconfía de los compañeros del Esposo
que, alguna vez por desidia o incapacidad, conducen la grey por lugares
áridos y llenos de peñascos. ¡Ay de nosotros pastores, compañeros del
Supremo Pastor, si dejamos vagar a su Esposa porque en la tienda que nos hicimos el Esposo no se encuentra!
Permítanme una última palabra para expresar el aprecio del Papa por
todo cuanto están haciendo para afrontar el desafío de nuestra época
representada en las migraciones. Son millones los hijos de la Iglesia
que hoy viven en la diáspora o en tránsito, peregrinando hacia el norte
en búsqueda de nuevas oportunidades. Muchos de ellos dejan atrás las
propias raíces para aventurarse, aun en la clandestinidad que implica
todo tipo de riesgos, en búsqueda de la «luz verde» que juzgan como su
esperanza. Tantas familias se dividen; y no siempre la integración en la
presunta «tierra prometida» es tan fácil como se piensa.
Hermanos, que sus corazones sean capaces de seguirlos y alcanzarlos
más allá de las fronteras. Refuercen la comunión con sus hermanos del
episcopado estadounidense, para que la presencia materna de la Iglesia
mantenga viva las raíces de su fe, de la fe de ese pueblo, las razones
de sus esperanzas y la fuerza de su caridad. Que no les suceda a ellos
que, colgando sus cítaras, se enmudezcan sus alegrías, olvidándose de Jerusalén y convirtiéndose en «exilados de sí mismos» (Sal
136). Testimonien juntos que la Iglesia es custodia de una visión
unitaria del hombre y no puede compartir que sea reducido a un mero
«recurso» humano.
No será vana la premura de sus diócesis en el echar el poco bálsamo
que tienen en los pies heridos de quien atraviesa sus territorios y de
gastar por ellos el dinero duramente colectado; el Samaritano divino, al
final, enriquecerá a quien no pasó indiferente ante Él cuando estaba
caído sobre el camino (cf. Lc 10,25-37).
Queridos hermanos, el Papa está seguro de que México y su Iglesia
llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios.
Tal vez alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del
trayecto exigirá alguna parada, pero no será jamás bastante para hacer
perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo
espera? ¿Quien continuamente puede sentir resonar en el propio corazón
«no estoy aquí, Yo, que soy tu Madre»? Gracias.
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SANTA MISA EN LA BASÍLICA DE GUADALUPE
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Ciudad de México
Sábado 13 de febrero de 2016
Sábado 13 de febrero de 2016
Escuchamos cómo María fue al encuentro de su prima Isabel. Sin
demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba
en los últimos meses de embarazo.
El encuentro con el ángel a María no la detuvo, porque no se sintió
privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al
contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y
será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega
a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el
sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino
al encuentro con los demás.
Escuchar este pasaje evangélico en esta casa tiene un sabor especial.
María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas
tierras de América en la persona del indio san Juan Diego. Así como se
movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al
Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran
Nación. Y, así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y
acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo
presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo
presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten
«que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55). Esta elección
particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor
de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba a sí mismo como
«mecapal, cacaxtle, cola, ala, sometido a cargo ajeno» (cf. ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza».
En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro
que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia.
En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo
Juan, la esperanza de un pueblo. En ese amanecer, Dios despertó y
despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los
desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen
un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se
acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres,
abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles
criminalmente a sus hijos.
En ese amanecer, Juancito experimenta en su propia vida lo que
es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para
supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este
Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la
persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía
que elegir a otros, ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente
al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el
empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice:
no, que él sería su embajador.
Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera
bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario,
el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie
puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que
normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias»
o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las
mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en
todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos
a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos
sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios
son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder
construirse y levantarse. El santuario de Dios es el rostro de tantos
que salen a nuestros caminos…
Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan
Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos,
desesperaciones, tristezas, y decirle: «Madre, ¿qué puedo aportar yo si
no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas
las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay
espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.
Por eso creo que hoy nos va a hacer bien un poco de
silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente, y decirle como
lo hizo aquel otro hijo que la quería mucho:
«Mirarte simplemente, Madre,
dejar abierta sólo la mirada;
mirarte toda sin decirte nada,
decirte todo, mudo y reverente.
dejar abierta sólo la mirada;
mirarte toda sin decirte nada,
decirte todo, mudo y reverente.
No perturbar el viento de tu frente;
sólo acunar mi soledad violada,
en tus ojos de Madre enamorada
y en tu nido de tierra trasparente.
sólo acunar mi soledad violada,
en tus ojos de Madre enamorada
y en tu nido de tierra trasparente.
Las horas se desploman; sacudidos,
muerden los hombres necios la basura
de la vida y de la muerte, con sus ruidos.
muerden los hombres necios la basura
de la vida y de la muerte, con sus ruidos.
Mirarte, Madre; contemplarte apenas,
el corazón callado en tu ternura,
en tu casto silencio de azucenas».
el corazón callado en tu ternura,
en tu casto silencio de azucenas».
(Himno litúrgico)
Y en silencio, y en este estar mirándola, escuchar una vez más que
nos vuelve a decir: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece
tu corazón?» (cf. Nican Mopohua, 107.118). «¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (ibíd., 119).
Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da
la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son
una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra
siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y
compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar
aplastados por nuestros dolores.
¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus
dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar, como a
Juanito; hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi
enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas,
consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu
vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi
embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no
estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice,
dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al
necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está
preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al
que esta triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y
ruega a nuestro Dios. Y, en silencio, le decimos lo que nos venga al
corazón.
¿Acaso no soy yo tu madre? ¿Acaso no estoy yo aquí?, nos
vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar
la vida de mis hijos, que son tus hermanos.
Domingo 14 de febrero de 2016
SANTA MISA EN EL ÁREA DEL CENTRO DE ESTUDIOS DE ECATEPEC
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Domingo 14 de febrero de 2016
Domingo 14 de febrero de 2016
El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo litúrgico de la
cuaresma, en el que la Iglesia nos invita a prepararnos para celebrar la
gran fiesta de la Pascua. Tiempo especial para recordar el regalo de
nuestro bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios. La Iglesia nos
invita a reavivar el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo
dormido como algo del pasado o en un «cajón de los recuerdos». Este
tiempo de cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la
esperanza que hace sentirnos hijos amados del Padre. Este Padre que nos
espera para sacarnos las ropas del cansancio, de la apatía, de la
desconfianza y así vestirnos con la dignidad que solo un verdadero padre
o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que nacen de la ternura
y del amor.
Nuestro Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe
tener un amor único, pero no sabe generar y criar «hijos únicos». Es un
Dios que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es
el Dios del Padre nuestro, no del «padre mío» y «padrastro vuestro».
En cada uno de nosotros anida, vive, ese sueño de Dios que en cada
Pascua, en cada eucaristía lo volvemos a celebrar, somos hijos de Dios.
Sueño con el que han vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho
de la historia. Sueño testimoniado por la sangre de tantos mártires de
ayer y de hoy.
Cuaresma, tiempo de conversión, porque a diario hacemos experiencia
en nuestra vida de cómo ese sueño se vuelve continuamente amenazado por
el padre de la mentira —escuchamos en el Evangelio lo que hacía con
Jesús—, por aquel que busca separarnos, generando una familia dividida y
enfrentada. Una sociedad dividida y enfrentada. Una sociedad de pocos y
para pocos. Cuántas veces experimentamos en nuestra propia carne, o en
la de nuestra familia, en la de nuestros amigos o vecinos, el dolor que
nace de no sentir reconocida esa dignidad que todos llevamos dentro.
Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por darnos cuenta
de que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces —y con
dolor lo digo— somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento
de la dignidad propia y ajena.
Cuaresma, tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a
tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el
proyecto de Dios. Tiempo para desenmascarar esas tres grandes formas de
tentaciones que rompen, dividen la imagen que Dios ha querido plasmar.
Las tres tentaciones de Cristo.
Tres tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido llamados.
Tres tentaciones que buscan degradar y degradarnos.
Primera, la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para
todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el
«pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza
que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia
o en una sociedad corrupta, ese es el pan que se le da de comer a los
propios hijos. Segunda tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio
en base a la descalificación continua y constante de los que «no son
como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no
perdona la «fama» de los demás, y, «haciendo leña del árbol caído», va
dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del orgullo, o sea,
ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no
se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días:
«Gracias te doy, Señor, porque no me has hecho como ellos».
Tres tentaciones de Cristo.
Tres tentaciones a las que el cristiano se enfrenta diariamente.
Tres tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y
la frescura del Evangelio. Que nos encierran en un círculo de
destrucción y de pecado.
Vale la pena que nos preguntemos:
¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos?
¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que
en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo está la fuente y la fuerza
de la vida?
¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y
ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuente de
alegría y esperanza?
Hemos optado por Jesús y no por el demonio. Si nos acordamos lo que
escuchamos en el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna
palabra propia, sino que le contesta con las palabras de Dios, con las
palabras de la Escritura. Porque, hermanas y hermanos, metámoslo en la
cabeza, con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar, porque nos
va a ganar siempre. Solamente la fuerza de la Palabra de Dios lo puede
derrotar. Hemos optado por Jesús y no por el demonio; queremos seguir
sus huellas pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser
seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos
regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él
nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que
degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un
nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra
fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a
decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío». ¿Se animan a
repetirlo juntos? Tres veces: «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú eres
mi Dios y en ti confío». «Tú eres mi Dios y en ti confío».
Que en esta Eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la
certeza de que su nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada
día que «el Evangelio llena el corazón y la vida de los que se
encuentran con Jesús», sabiendo que con Él y en Él «siempre nace y
renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1).
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ÁNGELUS
Área del Centro de Estudios de Ecatepec
Domingo 14 de febrero 2016
Queridos hermanos:
En la primera lectura de este domingo, Moisés le da una recomendación
al pueblo. En el momento de la cosecha, en el momento de la abundancia,
en el momento de las primicias no te olvides de tus orígenes, no te
olvides de dónde venís. La acción de gracias nace y crece en una persona
y en un pueblo que sea capaz de hacer memoria. Tiene sus raíces en el
pasado, que entre luces y sombras fue gestando el presente. En el
momento que podemos dar gracias a Dios porque la tierra ha dado su
fruto, y así poder producir el pan, Moisés invita a su pueblo a ser
memorioso enumerando las situaciones difíciles por las cuales ha tenido
que atravesar (cf. Dt 26,5-11).
En este día de fiesta, en este día podemos celebrar lo bueno que el
Señor ha sido con nosotros. Damos gracias por la oportunidad de estar
reunidos presentándole al Buen Padre las primicias de nuestros hijos,
nietos, de nuestros sueños y proyectos. Las primicias de nuestras
culturas, de nuestras lenguas y de nuestras tradiciones. Las primicias
de nuestros desvelos…
Cuánto ha tenido que pasar cada uno de ustedes para llegar hasta acá,
cuánto han tenido que «caminar» para hacer de este día una fiesta, una
acción de gracias. Cuánto han caminado otros que no han podido llegar
pero gracias a ellos nosotros hemos podido seguir andando.
Hoy, siguiendo la invitación de Moisés, queremos como pueblo hacer
memoria, queremos ser el pueblo de la memoria viva del paso de Dios por
su Pueblo, en su Pueblo. Queremos mirar a nuestros hijos sabiendo que
heredarán no sólo una tierra, una lengua, una cultura y una tradición,
sino que heredarán también el fruto vivo de la fe que recuerda el paso
seguro de Dios por esta tierra. La certeza de su cercanía y de su
solidaridad. Una certeza que nos ayuda a levantar la cabeza y esperar
con ganas la aurora.
Con ustedes, también me uno a esta memoria agradecida. A este
recuerdo vivo del paso de Dios por sus vidas. Mirando a sus hijos no
puedo no dejar de hacer mías las palabras que un día les dirigió el
beato Pablo VI al pueblo mexicano: «Un cristiano no puede menos que
demostrar su solidaridad [...] para solucionar la situación de aquellos a
quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un
trabajo honorable, […] no puede quedar insensible mientras las nuevas
generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas
aspiraciones». Y luego prosigue el beato Pablo VI con una invitación a
«estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos [...] para
mejorar la situación de los que sufren necesidad», a ver «en cada hombre
un hermano y, en cada hermano, a Cristo» (Radiomensaje en el 75 aniversario de la Coronación de Ntra. Sra. de Guadalupe 12 octubre 1970).
Quiero invitarlos hoy a estar en primera línea, a primerear en todas
las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una
tierra de oportunidad. Donde no haya necesidad de emigrar para soñar;
donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya
necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el
oportunismo de unos pocos.
Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y
niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la
muerte.
Esta tierra tiene sabor a Guadalupana, la que siempre es Madre se nos adelantó en el amor, y digámosle desde el corazón:
Virgen Santa, «ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la
comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y
el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los
confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz» (Evangelii gaudium, 288).
El ángel del Señor anunció a María…
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VISITA AL HOSPITAL PEDIÁTRICO “FEDERICO GÓMEZ”
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Ciudad de México
Domingo 14 de febrero de 2016
Domingo 14 de febrero de 2016
Señora Primera Dama.
Señora Secretaria de Salud.
Señor Director.
Miembros del Patronato.
Familias aquí presentes.
Amigas y amigos. Queridos niños.
Buenas tardes.
Señora Secretaria de Salud.
Señor Director.
Miembros del Patronato.
Familias aquí presentes.
Amigas y amigos. Queridos niños.
Buenas tardes.
Agradezco a Dios la oportunidad que me regala de poder venir a
visitarlos, de reunirme con ustedes y sus familias en este Hospital.
Poder compartir un ratito de sus vidas, la de todas las personas que
trabajan como médicos, enfermeras, miembros del personal y voluntarios
que los atienden, tanta gente que está trabajando para ustedes.
Hay un pedacito en el Evangelio que nos cuenta la vida de Jesús
cuando era niño. Era bien chiquito, como algunos de ustedes. Un día los
papás, José y María, lo llevaron al Templo para presentárselo a Dios. Y
ahí se encuentran con un anciano que se llamaba Simeón, el
cual cuando lo ve –muy decidido, el viejito, y con mucha alegría y
gratitud–, lo toma en brazos y comienza a bendecir a Dios. Ver al niño
Jesús provocó en él dos cosas: un sentimiento de agradecimiento y las
ganas de bendecir. O sea, da gracias a Dios y le vinieron ganas de
bendecir, al viejo.
Simeón es el «abuelo» que nos enseña esas dos actitudes fundamentales de la vida: agradecer y, a su vez, bendecir.
Acá, yo los bendigo a ustedes, los médicos los bendicen a ustedes,
cada vez que los curan las enfermeras, todo el personal, todos los que
trabajan, los bendicen a ustedes, los chicos; pero ustedes también
tienen que aprender a bendecirlos a ellos y a pedirle a Jesús que los
cuide porque ellos los cuidan a ustedes. Yo aquí –y no sólo por
la edad– me siento muy cercano a estas dos enseñanzas de Simeón. Por un
lado, al cruzar esa puerta y ver sus ojos, sus sonrisas –algunos
pillos-, sus rostros, me generó ganas de dar gracias. Gracias por el
cariño que tienen en recibirme; gracias por ver el cariño con que se los
cuida aquí, con el cariño con que se los acompaña. Gracias por el
esfuerzo de tantos que están haciendo lo mejor para que puedan
recuperarse rápido.
Es tan importante sentirse cuidados y acompañados, sentirse queridos
y saber que están buscando la mejor manera de cuidarnos, por todas esas
personas digo: «¡Gracias!». «¡Gracias!».
Y, a su vez, quiero bendecirlos. Quiero pedirle a Dios que los
bendiga, los acompañe a ustedes y a sus familias, a todas las personas
que trabajan en esta casa y buscan que esas sonrisas sigan creciendo
cada día. A todas las personas que no sólo con medicamentos sino con «la
cariñoterapia» ayudan a que este tiempo sea vivido con mayor alegría.
Tan importante «la cariñoterapia». ¡Tan importante! A veces una caricia
ayuda tanto a recuperarse.
¿Conocen al indio Juan Diego, ustedes, o no? [Responden: «Sí»] A ver,
levante la mano quien lo conoce… Cuando el tío de Juanito estaba
enfermo, él estaba muy preocupado y angustiado. En ese momento, se
aparece la Virgencita de Guadalupe y le dice: «No se turbe tu corazón ni
te inquiete cosa alguna ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?». Tenemos a
nuestra Madre, pidámosle para que ella nos regale a su Hijo Jesús.
Y ahora, a los chicos les voy a pedir una cosa: cerremos los ojos, cerremos los ojos y pidamos lo
que nuestro corazón hoy quiera. Un ratito de silencio con los ojos
cerrados y adentro pidiendo lo que queremos. Y ahora juntos digamos a
nuestra Madre: «Dios te salve María…».
Que el Señor y la Virgen de Guadalupe los acompañen siempre. Muchas
gracias. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡No se olviden!
Que Dios los bendiga.
Lunes 15 de febrero de 2016
SANTA MISA CON LAS COMUNIDADES INDÍGENAS DE CHIAPAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Centro deportivo municipal, San Cristóbal de Las Casas
Lunes 15 de febrero de 2016
Lunes 15 de febrero de 2016
Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma,
así comenzaba el salmo que hemos escuchado. La ley del Señor es
perfecta; y el salmista se encarga de enumerar todo lo que esa ley
genera al que la escucha y la sigue: reconforta el alma, hace sabio al sencillo, alegra el corazón, es luz para alumbrar el camino.
Esa es la ley que el Pueblo de Israel había recibido de mano de
Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a
la que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y
acompañar el peregrinar de su Pueblo. Un Pueblo que había experimentado
la esclavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el
sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice basta, hasta que Dios
dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex
3,9). Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del
Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de
sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo
de alegría, de sabiduría y de luz. Experiencia, realidad que encuentra
eco en esa expresión que nace de la sabiduría acunada en estas tierras
desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre todas las tribus juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol (33). El alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las distintas tinieblas de la historia.
En esta expresión, hay un anhelo de vivir en libertad, hay un anhelo
que tiene sabor a tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la
degradación no sean moneda corriente. En el corazón del hombre y en la
memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una
tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la
fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia
sea callada por la paz.
Nuestro Padre no sólo comparte ese anhelo, Él mismo lo ha estimulado y
lo estimula al regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él encontramos la
solidaridad del Padre caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo esa ley
perfecta toma carne, toma rostro, toma la historia para acompañar y
sostener a su Pueblo; se hace Camino, se hace Verdad, se hace Vida, para
que las tinieblas no tengan la última palabra y el alba no deje de
venir sobre la vida de sus hijos.
De muchas maneras y de muchas formas se ha querido silenciar y callar
este anhelo, de muchas maneras han intentado anestesiarnos el alma, de
muchas formas han pretendido aletargar y adormecer la vida de nuestros
niños y jóvenes con la insinuación de que nada puede cambiar o de que
son sueños imposibles. Frente a estas formas, la creación también sabe
levantar su voz; «esta hermana clama por el daño que le provocamos a
causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto
en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el
corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los
síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el
aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados
y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y
sufre dolores de parto” (Rm 8,22)» (Laudato si’ 2).
El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos (cf. Laudato si’,14) y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia.
En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la
humanidad. Sus pueblos, como han reconocido los obispos de América
Latina, saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que
respetan como «fuente de alimento, casa común y altar del compartir
humano» (Aparecida, 472).
Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus
pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han
considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones.
Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han
despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban.
¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia
y aprender a decir: ¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy,
despojado por la cultura del descarte, los necesita.
Los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir
todas las riquezas y características culturales en pos de un mundo
homogéneo, necesitan, estos jóvenes, que no se pierda la sabiduría de
sus ancianos.
El mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender el valor de la gratuidad.
Estamos celebrando la certeza de que «el Creador no nos abandona,
nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, (que) no se arrepiente
de habernos creado» (Laudato si’,
13).
Celebramos que Jesucristo sigue muriendo y resucitando en cada
gesto que tengamos con el más pequeño de nuestros hermanos. Animémonos a
seguir siendo testigos de su Pasión, de su Resurrección haciendo carne
Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor que es perfecta del todo y reconforta el alma.
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ENCUENTRO CON LAS FAMILIAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Estadio “Víctor Manuel Reyna”, Tuxtla Gutiérrez
Lunes 15 de febrero de 2016
Lunes 15 de febrero de 2016
Queridos Hermanos y Hermanas:
Doy gracias a Dios por estar en esta tierra chiapaneca. Es bueno
estar en este suelo, es bueno estar en esta tierra, es bueno estar en
este lugar que con ustedes tiene sabor a familia, a hogar. Le doy
gracias por sus rostros y por su presencia, le doy gracias a Dios por el
palpitar de su presencia en las familias de ustedes. Y también gracias a
ustedes, familias y amigos, que nos han regalado sus testimonios, que
nos han abierto las puertas de sus casas, las puertas de sus vidas; nos
han permitido estar en sus «mesas» compartiendo el pan que los alimenta y
el sudor frente a las dificultades cotidianas. El pan de las alegrías,
de la esperanza, de los sueños y el sudor frente a las amarguras, la
desilusión y las caídas. Gracias por permitirnos entrar en sus familias,
en su mesa, en su hogar.
Manuel, antes de darte gracias a vos por tu testimonio, quiero dar
gracias a tus padres, los dos de rodillas delante tuyo teniéndote el
papel. ¿Vieron qué imagen es esa? Los padres de rodillas ante el hijo
que está enfermo. No nos olvidemos de esa imagen. Por ahí, de vez en
cuando ellos se pelean, por ahí. ¿Qué marido y qué mujer no se pelea? Y
más cuando se mete la suegra, pero no importa. ¡Pero se aman!, y nos han
demostrado que se aman y son capaces, por el amor que se tienen, de
ponerse de rodillas delante de su hijo enfermo. Gracias amigos por ese
testimonio que han dado y sigan adelante. ¡Gracias! Y a vos, Manuel,
gracias por tu testimonio y especialmente por tu ejemplo. Me gustó esa
expresión que usaste: «Echarle ganas», como la actitud que tomaste
después de hablar con tus padres. Comenzaste a echarle ganas a la vida,
echarle ganas a tu familia, echar ganas entre tus amigos; y nos has
echado ganas a nosotros aquí reunidos. Gracias. Creo que es lo que el
Espíritu Santo siempre quiere hacer en medio nuestro: echarnos ganas,
regalarnos motivos para seguir apostando a la familia, soñando,
construyendo una vida que tenga sabor a hogar y a familia. ¿Le echamos
ganas? [Responden: «Sí»]. Gracias.
Y es lo que el Padre Dios siempre ha soñado y por lo que, desde los
tiempos lejanos, el Padre Dios ha peleado. Cuando parecía todo perdido,
esa tarde en el jardín del Edén, el Padre Dios le echó ganas a esa joven
pareja y le dijo que no todo estaba perdido. Y cuando el Pueblo de
Israel sentía que no daba más en el camino por el desierto, el Padre
Dios le echó ganas con el maná. Y cuando llegó la plenitud de los
tiempos, el Padre Dios le echó ganas a la humanidad para siempre y nos
mandó a su Hijo.
De la misma manera, todos los que estamos acá hemos hecho
experiencia de eso, en muchos momentos y de diferentes formas: el Padre
Dios le ha echado ganas a nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿Por qué?
Porque no sabe hacer otra cosa. Nuestro Padre Dios no sabe hacer
otra cosa que querernos y echarnos ganas, y empujarnos, y llevarnos
adelante, no sabe hacer otra cosa, porque su nombre es amor, su nombre
es donación, su nombre es entrega, su nombre es misericordia. Eso nos lo
ha manifestado con toda fuerza y claridad en Jesús, su Hijo, que se la
jugó hasta el extremo para volver a hacer posible el Reino de Dios. Un
Reino que nos invita a participar de esa nueva lógica, que pone en
movimiento una dinámica capaz de abrir los cielos, capaz de abrir
nuestros corazones, nuestras mentes, nuestras manos y desafiarnos con
nuevos horizontes. Un reino que sabe de familia, que sabe de vida
compartida. En Jesús y con Jesús ese reino es posible. Él es capaz de
transformar nuestras miradas, nuestras actitudes, nuestros sentimientos,
muchas veces aguados, en vino de fiesta. Él es capaz de sanar nuestros
corazones e invitarnos una y otra vez, setenta veces siete, a volver a
empezar. Él es capaz de hacer siempre todas las cosas nuevas.
Manuel, vos me pediste que rezara por muchos adolescentes que están
desanimados y andan por malos pasos. Lo sabemos, ¿no? Muchos
adolescentes sin ánimo, sin fuerza, sin ganas. Y, como bien dijiste,
Manuel, muchas veces esa actitud nace porque se sienten solos, porque no
tienen con quien hablar. Piensen los padres, piensen las madres:
¿hablan con sus hijos y sus hijas o están siempre ocupados, apurados?;
¿juegan con sus hijos y sus hijas? Y eso me recordó el testimonio que
nos regaló Beatriz. Beatriz, vos dijiste: «La lucha siempre ha sido
difícil por la precariedad y la soledad». ¿Cuántas veces te sentiste
señalada, juzgada: «esa». Pensemos en toda la gente, todas las mujeres
que pasan por lo que pasó Beatriz. La precariedad, la escasez, el no
tener muchas veces lo mínimo nos puede desesperar, nos puede hacer
sentir una angustia fuerte, ya que no sabemos cómo hacer para seguir
adelante y más cuando tenemos hijos a cargo. La precariedad no sólo
amenaza el estómago (y eso ya es decir mucho), sino que puede amenazar
el alma, nos puede desmotivar, sacar fuerza y tentar con caminos o
alternativas de aparente solución, pero que al final no solucionan nada.
Y vos fuiste valiente, Beatriz, gracias. Existe una precariedad que
puede ser muy peligrosa y que se nos puede ir colando sin darnos cuenta,
es la precariedad que nace de la soledad y el aislamiento. Y el
aislamiento siempre es un mal consejero.
Manuel y Beatriz usaron sin darse cuenta la misma expresión, ambos
nos muestran cómo muchas veces la mayor tentación a la que nos
enfrentamos es «cortarnos solos» y lejos de «echarle ganas»; esa actitud
es como una polilla que nos va corroyendo el alma, nos va secando el
alma.
La forma de combatir esta precariedad y aislamiento, que nos deja
vulnerables a tantas aparentes soluciones –como la que Beatriz
mencionaba–, se tiene que dar a diversos niveles. Una es por medio de
legislaciones que protejan y garanticen los mínimos necesarios para que
cada hogar y para que cada persona pueda desarrollarse por medio del
estudio y un trabajo digno. Por otro lado, como bien lo resaltaba el
testimonio de Humberto y Claudia, cuando nos decían que buscaban la
manera de transmitir el amor de Dios que habían experimentado en el
servicio y en la entrega a los demás. Leyes y compromiso personal son un
buen binomio para romper la espiral de la precariedad. Y ustedes se
animaron, y ustedes rezan, y ustedes están con Jesús, y ustedes están
integrados en la vida de la Iglesia. Usaron una linda expresión:
«Comulgamos con el hermano débil, el enfermo, el necesitado, el preso».
Gracias, gracias.
Hoy en día vemos, y vivimos por distintos frentes, cómo la familia
está siendo debilitada, cómo está siendo cuestionada. Cómo se cree que
es un modelo que ya pasó y que no tiene espacio en nuestras sociedades y
que, bajo la pretensión de modernidad, propician cada vez más un modelo
basado en el aislamiento. Y se van inoculando en nuestras sociedades
–se dicen sociedades libres, democráticas, soberanas–, se van inoculando
colonizaciones ideológicas que la destruyen y terminamos siendo
colonias de ideologías destructoras de la familia, del núcleo de la
familia, que es la basa de toda sana sociedad.
Es cierto, vivir en familia no siempre es fácil, muchas veces es
doloroso y fatigoso, pero creo que se puede aplicar a la familia lo que
más de una vez he referido a la Iglesia: prefiero una familia herida,
que intenta todos los días conjugar el amor, a una familia y sociedad
enferma por el encierro o la comodidad del miedo a amar. Prefiero una
familia que una y otra vez intenta volver a empezar a una familia y
sociedad narcisista y obsesionada por el lujo y el confort. ¿Cuántos
chicos tenés? «No, no tenemos, porque, claro, nos gusta salir de
vacaciones, ir a turismo, quiero comprarme una quinta». El lujo y el
confort, y los hijos quedan y, cuando quisiste tener uno, ya se te pasó
la hora. ¿Qué daño que hace eso, eh? Prefiero una familia con rostro
cansado por la entrega a una familia con rostros maquillados, que no han
sabido de ternura y compasión. Prefiero un hombre y una mujer, don
Aniceto y señora, con el rostro arrugado por las luchas de todos los
días, que después de más de 50 años se siguen queriendo, y ahí los
tenemos; y el hijo aprendió la lección, ya lleva 25 de casado. Esas son
las familias. Cuando les pregunté recién a don Aniceto y señora quién
tuvo más paciencia en estos más de 50 años: «Los dos, padre». Porque en
la familia para llegar a lo que ellos llegaron hay que tener paciencia,
amor, hay que saber perdonarse.
«Padre, una familia perfecta nunca
discute». Mentira, es conveniente que de vez en cuando discutan y que
vuele algún plato, está bien, no le tengan miedo. El único consejo es
que no terminen el día sin hacer la paz, porque si terminan el día en
guerra van a amanecer ya en guerra fría, y la guerra fría es muy
peligrosa en la familia porque va socavando desde abajo las arrugas de
la fidelidad conyugal. Gracias por el testimonio de quererse por más de
50 años. Muchas gracias.
Y, hablando de arrugas –para cambiar un poco el tema– recuerdo el
testimonio de una gran actriz –actriz de cine latinoamericana–, cuando
ya casi sesentona comenzaba a mostrarse las arrugas de la cara y le
aconsejaron un «arreglo», un «arreglito» para poder seguir trabajando
bien, su respuesta fue muy clara: «Estas arrugas me costaron mucho
trabajo, mucho esfuerzo, mucho dolor y una vida plena, ni soñando las
quiero tocar, son las huellas de mi historia». Y siguió siendo una gran
actriz. En el matrimonio pasa lo mismo. La vida matrimonial tiene que
renovarse todos los días. Y como dije antes, prefiero familias
arrugadas, con heridas, con cicatrices pero que sigan andando, porque
esas heridas, esas cicatrices, esas arrugas son fruto de la fidelidad de
un amor que no siempre les fue fácil. El amor no es fácil; no es fácil,
no, pero es lo más lindo que un hombre y una mujer se pueden dar entre
sí, el verdadero amor, para toda la vida.
Me han pedido que rezara por ustedes y quiero empezar a hacerlo
ahora mismo. Ustedes, queridos mexicanos, tienen un plus, corren con
ventaja. Tienen a la madre: la Guadalupana. La Guadalupana quiso visitar
estas tierras y esto nos da la certeza de tener su intercesión para que
este sueño llamado familia no se pierda por la precariedad y la
soledad. Ella es madre y está siempre dispuesta a defender nuestras
familias, a defender nuestro futuro; está siempre dispuesta a «echarle
ganas», dándonos a su Hijo. Por eso, los invito –como están, sin moverse
mucho–, a tomarse de las manos y decirle juntos a Ella: Dios te salve
María….
Y no nos olvidemos de San José, calladito, trabajador, pero siempre
al frente, siempre cuidando la familia. Gracias, que Dios los bendiga, y
recen por mí.
Y ahora los quiero invitar, en este marco de fiesta familiar, a que
los matrimonios aquí presentes, en silencio, renueven sus promesas
matrimoniales. Y los que están de novios, pidan la gracia de una familia
fiel y llena de amor. En silencio, renovar las promesas matrimoniales y
los novios pedir la gracia de una familia fiel y llena de amor.
Martes 16 de febrero de 2016
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Miércoles 17 de febrero de 2016
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© Copyright - Libreria Editrice Vaticana
SANTA MISA CON SACERDOTES, RELIGIOSAS, RELIGIOSOS,
CONSAGRADOS Y SEMINARISTAS
CONSAGRADOS Y SEMINARISTAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Morelia
Martes 16 de febrero de 2016
Martes 16 de febrero de 2016
Hay un dicho entre nosotros que dice así: «Dime cómo rezas y te diré
cómo vives, dime cómo vives y te diré cómo rezas», porque mostrándome
cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo
vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas»; porque nuestra vida
habla de la oración y la oración habla de nuestra vida. A rezar se
aprende, como aprendemos a caminar, a hablar, a escuchar. La escuela de
la oración es la escuela de la vida y en la escuela de la vida es donde
vamos haciendo la escuela de la oración.
Y Pablo, a su discípulo predilecto Timoteo, cuando le enseñaba o lo
exhortaba a vivir la fe le decía: «Acordáte de tu madre y de tu abuela».
Y a los seminaristas, cuando entraban al seminario, muchas veces me
preguntaban: «Padre, pero yo quisiera tener una oración más profunda,
más mental». «Mirá, seguí rezando como te enseñaron en tu casa y
después, poco a poco, tu oración irá creciendo, como tu vida fue
creciendo». A rezar se aprende, como en la vida.
Jesús quiso introducir a los suyos en el misterio de la Vida, en el
misterio de su vida. Les mostró –comiendo, durmiendo, curando,
predicando, rezando– qué significa ser Hijo de Dios. Los invitó a
compartir su vida, su intimidad y estando con Él, los hizo tocar en su
carne la vida del Padre. Los hace experimentar en su mirada, en su andar
la fuerza, la novedad de decir: «Padre nuestro». En Jesús, esta
expresión, «Padre Nuestro», no tiene el «gustillo» de la rutina o de la
repetición, al contrario, tiene sabor a vida, a experiencia, a
autenticidad. Él supo vivir rezando y rezar viviendo, diciendo: «Padre
nuestro».
Y nos ha invitado a nosotros a lo mismo. Nuestra primera llamada es a
hacer experiencia de ese amor misericordioso del Padre en nuestra vida,
en nuestra historia. Su primera llamada es a introducirnos en esa nueva
dinámica de amor, de filiación. Nuestra primera llamada es aprender a
decir «Padre nuestro», como Pablo insiste: «Abba».
¡Ay de mí sino evangelizara!, dice Pablo. ¡Ay de mí!, porque
evangelizar —prosigue— no es motivo de gloria sino de necesidad (cf. 1 Co 9,16).
Nos ha invitado a participar de su vida, de la vida divina. Ay de
nosotros –consagrados, consagradas, seminaristas, sacerdotes, obispos–,
ay de nosotros si no la compartimos, ay de nosotros si no somos testigos
de lo que hemos visto y oído, ay de nosotros… No queremos ser
funcionarios de lo divino, no somos ni queremos ser nunca empleados de
la empresa de Dios, porque somos invitados a participar de su vida,
somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y
vive diciendo: «Padre nuestro». ¿Y qué es la misión sino decir con
nuestra vida –desde el principio hasta el final, como nuestro hermano
Obispo que murió anoche–, qué es la misión sino decir con nuestra vida
«Padre nuestro»?
A este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los
días. Y, ¿qué le decimos en una de esas invocaciones? No nos dejes caer
en la tentación. El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos
—de ayer y de hoy— no cayéramos en la tentación. ¿Cuál puede ser una de
las tentaciones que nos pueden asediar? ¿Cuál puede ser una de las
tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de
caminarla? ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces
dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el
desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el
sufrimiento y la precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros, una
y otra vez, –nosotros llamados a la vida consagrada, al presbiterado al
episcopado–, qué tentación podemos tener frente a todo esto, frente a
esta realidad que parece haberse convertido en un sistema inamovible?
Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y
Frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del
demonio, la resignación. «¿Y qué le vas a hacer? La vida es así». Una
resignación que nos paraliza, una resignación que nos impide no sólo
caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos
atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes
seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que
nos impide alabar, nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una
resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para
arriesgar y transformar.
Por eso, Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación.
Qué bien nos hace apelar en los momentos de tentación a nuestra
memoria. Cuánto nos ayuda el mirar la «madera» de la que fuimos hechos.
No todo ha comenzado con nosotros, y tampoco todo terminará con
nosotros, por eso, cuánto bien nos hace recuperar la historia que nos ha
traído hasta aquí.
Y, en este hacer memoria, no podemos saltearnos a alguien que amó
tanto este lugar que se hizo hijo de esta tierra. A alguien que supo
decir de sí mismo: «Me arrancaron de la magistratura y me pusieron en el
timón del sacerdocio, por mérito de mis pecados. A mí, inútil y
enteramente inhábil para la ejecución de tan grande empresa; a mí, que
no sabía manejar el remo, me eligieron primer Obispo de Michoacán»
(Vasco Vázquez de Quiroga, Carta pastoral, 1554).
Agradezco –paréntesis– al Señor Cardenal Arzobispo que haya querido
que se celebrase esta Eucaristía con el báculo de este hombre y el cáliz
de él.
Con ustedes quiero hacer memoria de este evangelizador, conocido también como Tata Vasco,
como «el español que se hizo indio». La realidad que vivían los indios
Purhépechas descritos por él como «vendidos, vejados y vagabundos por
los mercados, recogiendo las arrebañaduras tiradas por los suelos»,
lejos de llevarlo a la tentación y de la acedia de la resignación, movió
su fe, movió su vida, movió su compasión y lo impulsó a realizar
diversas propuestas que fuesen de «respiro» ante esta realidad tan
paralizante e injusta. El dolor del sufrimiento de sus hermanos se hizo
oración y la oración se hizo respuesta. Y eso le ganó el nombre entre
los indios del «Tata Vasco», que en lengua purhépecha significa: Papá.
Padre, papá, Tata, abba.
Esa es la oración, esa es la expresión a la que Jesús nos invitó.
Padre, papá, abba, no nos dejes caer en la tentación de la
resignación, no nos dejes caer en la tentación de la acedia, no nos
dejes caer en la tentación de la pérdida de la memoria, no nos dejes
caer en la tentación de olvidarnos de nuestros mayores, que nos
enseñaron con su vida a decir: Padre Nuestro.
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VISITA A LA CATEDRAL DE MORELIA
PALABRAS DEL SANTO PADRE
A LOS NIÑOS DE CATECISMO
A LOS NIÑOS DE CATECISMO
Martes 16 de febrero 2016
¡Tomen asiento! ¡Buenas tardes! Sé que vienen de todas las parroquias
de la ciudad y de las diócesis sufragáneas y de algunos colegios.
Muchas gracias por la visita.
Le voy a pedir a Jesús que los haga crecer con mucho amor, con mucho
amor, como tenía Él. Con mucho amor para ser cristianos en serio, para
cumplir el mandamiento que Jesús nos dio: Amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como Jesús los amó, como a nosotros mismos o más,
como Él nos amó.
Y le vamos a pedir a la Virgen también que nos cuide, que nos
bendiga. Sobre todo, cada uno de ustedes, ahora, piense en su corazón en
la familia que tiene y en los amigos, y si están peleados con alguno,
también piensen en él, y también le vamos a pedir para que la Virgen lo
cuide: es una manera de ir haciéndonos amigos y no tantos enemigos,
porque la vida no es linda con enemigos, y El que hace los verdaderos
amigos es Dios en nuestro corazón.
Entonces, en silencio, pensamos en la familia, en nuestros amigos, en
aquellos con quienes estamos peleados, para que Dios los bendiga y por
todas las personas que nos ayudan —las monjas, los curas los profesores,
los maestros en la escuela— todos los que nos están ayudando a crecer. Y
una bendición especial también para papá, mamá y los abuelos. Silencio,
cerramos los ojos y pedimos todo esto.
(Dios te salve, María…)
Y les pido por favor que recen por mi. Lo van a hacer? (Responden: “¡Sí!”). ¡Así me gusta!
Saludo al coro que le ha dedicado una canción
Los felicito, los felicito en serio. El arte, el deporte ensanchan el
alma y hacen crecer bien, con aire fresco y no aplastan la vida. Sigan
siendo creativos, sigan así, buscando la belleza, las cosas lindas, las
cosas que duran siempre, y nunca se dejen pisotear por nadie. ¿Está
claro? ¿Les doy la bendición? (Responden: “¡Sí!”)
(Bendición apostólica)
Y por favor les pido que recen por
mí, y que de vez en cuando también me canten una canción aunque esté
lejos. ¡Ciao! Hasta luego. Que Dios los bendiga.
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ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Estadio “José María Morelos y Pavón”, Morelia
Martes 16 de febrero de 2016
Martes 16 de febrero de 2016
Buenas tardes, a ustedes, jóvenes de México que están aquí, que están
mirando por televisión, que están escuchando, y quiero enviar un saludo
y una bendición a los miles de jóvenes que, en la Arquidiócesis de
Guadalajara, están reunidos en la Plaza San Juan Pablo II siguiendo lo
que está pasando aquí y, como ellos, tantos otros; pero, me mandaron a
avisar que eran miles y miles allí, ya reunidos, escuchando. Así que
somos dos estadios, la Plaza Juan Pablo de Guadalajara y nosotros aquí, y
después, tantos otros por todos lados.
Yo conocía las inquietudes de ustedes, porque me habían hecho llegar
el borrador de lo que más o menos iban a decir; es verdad, ¡para qué les
voy a mentir! Pero a medida que hablaban también iba tomando nota de
cosas que me parecían importantes para que no quedaran en el aire....
Les cuento que cuando llegué a esta tierra fui recibido con una
calurosa bienvenida, y pude constatar ahí mismo algo que sabía desde
hace tiempo: la vitalidad, la alegría, el espíritu festivo del Pueblo
mexicano. «Ahorita»..., después de escucharlos, pero especialmente
después de verlos, constato nuevamente otra certeza, algo que le dije al
Presidente de la Nación en mi primer saludo. Uno de los mayores tesoros
de esta tierra mexicana tiene rostro joven, son sus jóvenes. Sí, son
ustedes la riqueza de esta tierra. ¡Cuidado! no dije la esperanza de
esta tierra, dije: «Su riqueza».
La montaña puede tener minerales ricos que van a servir para el
progreso de la humanidad, es su riqueza, pero esa riqueza hay que
transformarla en esperanza con el trabajo, como hacen los mineros cuando
van sacando esos minerales. Ustedes son la riqueza, hay que
transformarla en esperanza. Y Daniela, al final, echó un desafío y,
además, también nos dio la pista sobre la esperanza. Pero todos los que
hablaron, cuando marcaban las dificultades, las cosas que pasaban,
afirmaban una verdad muy grande: que «todos podemos vivir, pero no
podemos vivir sin esperanza». Sentir el mañana, no podemos sentir el
mañana si uno primero no logra valorarse, no logra sentir que su vida,
sus manos, su historia, vale la pena. Sentir eso que Alberto decía, que
«con mis manos, con mi corazón y con mi mente puedo construir
esperanza». Si yo no siento eso la esperanza no podrá entrar en mi
corazón. La esperanza nace cuando se puede experimentar que no todo está
perdido, y para eso es necesario el ejercicio de empezar «por casa»,
empezar por sí mismo. No todo está perdido. No estoy perdido, yo valgo,
yo valgo mucho. Les pido silencio ahora, cada uno se contesta en su
corazón: ¿Es verdad que no todo está perdido? ¿Yo estoy perdido o estoy
perdida? ¿Yo valgo? ¿Valgo poco, valgo mucho? La principal amenaza a la
esperanza son los discursos que te desvalorizan, te van como chupando el
valor y terminás como caído, ¿no es cierto?, como arrugado, con el
corazón triste. Discursos que te hacen sentir de segunda, si no de
cuarta. La principal amenaza a la esperanza es cuando sentís que no le
importás a nadie o que estás dejado de lado. Esa es la gran dificultad
para la esperanza: cuando en una familia o en una sociedad o en una
escuela o en un grupo de amigos te hacen sentir que no les importás. Y
eso es duro es doloroso, pero eso sucede, ¿o no sucede? ¿Sí o no?
[Responden: «Sí»] ¡Sí, sucede! Eso mata, eso nos aniquila y esa es la
puerta de ingreso para tanto dolor. Pero también hay otra principal
amenaza a la esperanza –a la esperanza de que esa riqueza, que son
ustedes, crezca y dé su fruto– y es hacerte creer que empezás a ser
valioso cuando te disfrazás de ropas, marcas del último grito de la
moda, o cuando te volvés prestigio, importante por tener dinero pero, en
el fondo, tu corazón no cree que seas digno de cariño, digno de amor y
eso tu corazón lo intuye. La esperanza está amordazada por lo que te
hacen creer, no te la dejan surgir. La principal amenaza es cuando uno
siente que tiene que tener plata para comprar todo, incluso el cariño de
los demás. La principal amenaza es creer que por tener un gran «carro»
sos feliz. ¿Es verdad esto, que por tener un gran carro sos feliz?
[Responden: «No»].
Ustedes son la riqueza de México, ustedes son la riqueza de la
Iglesia. Permítanme que les diga una frase de mi tierra: «No les estoy
sobando el lomo». No los estoy adulando. Y entiendo que muchas veces se
vuelve difícil sentirse la riqueza cuando nos vemos continuamente
expuestos a la pérdida de amigos o de familiares en manos del
narcotráfico, de las drogas, de organizaciones criminales que siembran
el terror. Es difícil sentirse la riqueza de una nación cuando no se
tienen oportunidades de trabajo digno –Alberto, lo expresaste
claramente–, posibilidades de estudio y capacitación, cuando no se
sienten reconocidos los derechos que después terminan impulsándolos a
situaciones límites. Es difícil sentirse la riqueza de un lugar cuando,
por ser jóvenes, se los usa para fines mezquinos, seduciéndolos con
promesas que al final no son reales, son pompas de jabón. Y es difícil
sentirse ricos así. La riqueza la llevan adentro y la esperanza la
llevan adentro; pero no es fácil, por todo esto que les estoy diciendo,
que es lo que dijeron ustedes: faltan oportunidades de trabajo y de
estudio –dijo Roberto y Alberto–.
Pero, pese a todo esto, no me voy a cansar de decirlo: ustedes son la riqueza de México.
Roberto, vos dijiste una frase que, o se me escapó cuando leí tu
apunte o…, pero que quiero detenerme. Vos hablaste que perdiste algo, y
no dijiste: «Perdí el celular, perdí la billetera con plata, perdí el
tren porque llegué tarde». Dijiste: «Perdimos el encanto de disfrutar
del encuentro». Perdimos el encanto de caminar juntos, perdimos el
encanto de soñar juntos y para que esta riqueza, movida por la
esperanza, vaya adelante, hay que caminar juntos, hay que encontrarse,
hay que soñar. ¡No pierdan el encanto de soñar! ¡Atrévanse a soñar!
Soñar, que no es lo mismo que ser dormilones, eso no, ¿eh?
Y no crean que les digo esto –de que ustedes son la riqueza de México
y que esa riqueza con la esperanza va adelante– porque soy bueno, o
porque la tengo clara, no queridos amigos, no es así. Les digo esto y
estoy convencido; y, ¿saben por qué? Porque, como ustedes, creo en
Jesucristo. Y creo que Daniela fue muy fuerte cuando nos habló de esto.
Yo creo en Jesucristo, y por eso les digo esto. Él es quien renueva
continuamente en mí la esperanza, es Él quien renueva continuamente mi
mirada. Es Él quien despierta en mí, o sea, en cada uno de nosotros, el
encanto de disfrutar, el encanto de soñar, el encanto de trabajar
juntos. Es Él quien continuamente me invita a convertir el corazón. Sí,
amigos míos, les digo esto porque en Jesús yo encontré a Aquel que es
capaz de encender lo mejor de mí mismo. Y es de su mano que podamos
hacer camino, es de su mano que una y otra vez podamos volver a empezar,
es de su mano que podamos decir: Es mentira que la única forma de
vivir, de poder ser joven, es dejando la vida en manos del narcotráfico o
de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar
destrucción y muerte. Eso es mentira y lo decimos de la mano de Jesús.
Es también de la mano de Jesús, de Jesucristo, el Señor, que podemos
decir que es mentira que la única forma que tienen de vivir los jóvenes
aquí es la pobreza, la marginación; en la marginación de oportunidades,
en la marginación de espacios, en la marginación de la capacitación y
educación, en la marginación de la esperanza. Es Jesucristo el que
desmiente todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios
de ambiciones ajenas. Son las ambiciones ajenas las que a ustedes los
marginan, para usarlos en todas estas cosas que yo dije –que saben– y
que terminan en la destrucción. Y el único que me puede tener bien
fuerte de la mano es Jesucristo; Él hace que ésta riqueza se transforme
en esperanza.
Me han pedido una palabra de esperanza, la que tengo para decirles,
la que está en la base de todo, se llama Jesucristo. Cuando todo parezca
pesado, cuando parezca que se nos viene el mundo encima, abracen su
cruz, abrácenlo a Él y, por favor, nunca se suelten de su mano, aunque
los esté llevando adelante arrastrando; y, si se caen una vez, déjense
levantar por Él. Los alpinistas tienen una canción muy linda, que a mí
me gusta repetírsela a los jóvenes – mientras suben van cantando–: «En
el arte de ascender el triunfo no está en no caer sino en no permanecer
caído». Ese es el arte, y, ¿quién es el único que te puede agarrar de la
mano para que no permanezcas caído?: Jesucristo, el único. Jesucristo
que, a veces, te manda un hermano para que te hable y te ayude. No
escondas tu mano cuando estás caído, no le digas: «No me mires que estoy
embarrado o embarrada. No me mires que ya no tengo remedio». Solamente,
dejáte agarrar la mano y agarráte a esa mano, y la riqueza que tenés
adentro, sucia, embarrada, dada por perdida, va a empezar, a través de
la esperanza, a dar su fruto. Pero siempre agarrado de la mano de
Jesucristo. Ese es el camino, no se olviden: «En el arte de ascender el
triunfo no está en no caer sino en no permanecer caído». No se permitan
permanecer caídos ¡Nunca! ¿De acuerdo! Y si ven un amigo o una amiga que
se pegó un resbalón en la vida y se cayó, andá y ofrecéle la mano, pero
ofrecésela con dignidad. Ponéte al lado de él, al lado de ella,
escuchálo, no le digas: «Te traigo la receta». No, como amigo,
despacito, dale fuerza con tus palabras, dale fuerza con la escucha, esa
medicina que se va olvidando: la «escuchoterapia». Dejálo hablar,
dejálo que te cuente, y entonces, poquito a poco, te va a ir extendiendo
la mano, y vos lo vas a ayudar en nombre de Jesucristo. Pero si vas de
golpe y le empezás a predicar, y a darle y a darle, pues, pobrecito, lo
vas a dejar peor que como estaba. ¿Está claro? [Responden: «Sí»]. Nunca
se suelten de la mano de Jesucristo, nunca se aparten de Él; y, si se
apartan, se levantan y sigan adelante, Él comprende lo que son éstas
cosas. Porque de la mano de Jesucristo es posible vivir a fondo, de su
mano es posible creer que la vida vale la pena, que vale la pena dar lo
mejor de sí, ser fermento, ser sal y luz en medio de los amigos, en
medio del barrio, en medio de la comunidad, en medio de la familia
–después, Rosario, voy a hablar un poquito de esto que vos dijiste de la
familia–. En medio de la familia. Por esto, queridos amigos, de la mano
de Jesús les pido que no se dejen excluir, no se dejen desvalorizar, no
se dejen tratar como mercancía. Jesús nos dio un consejo para esto,
para no dejarnos excluir, para no dejarnos desvalorizar, para no
dejarnos tratar como una mercancía: «Sean astutos como serpientes y
humildes como palomas». Las dos virtudes juntas. A los jóvenes viveza no
les falta, a veces, les falta la astucia para que no sean ingenuos. Las
dos cosas: astutos pero sencillos, bondadosos. Es cierto que por este
camino quizás que no tendrán el último carro en la puerta, no tendrán
los bolsillos llenos de plata, pero tendrán algo que nadie nunca podrá
sacarles, que es la experiencia de sentirse amados, abrazados,
acompañados. Es el encanto de disfrutar del encuentro, el encanto de
soñar en el encuentro de todos. Es la experiencia de sentirse familia,
de sentirse comunidad. Y es la experiencia de poder mirar al mundo a la
cara, con la frente alta, sin el carro, sin la plata, pero con la frente
alta: la dignidad. Tres palabras que las vamos a repetir: Riqueza,
porque se la dieron; Esperanza, porque queremos abrirnos a la esperanza;
Dignidad. Repetimos: Riqueza, esperanza y dignidad. La riqueza que Dios
les dio a ustedes. Ustedes son la riqueza de México. La esperanza que
les da Jesucristo y la dignidad que les da el no dejarse «sobar el lomo»
y ser mercadería para los bolsillos de otros.
Hoy el Señor los sigue llamando, los sigue convocando, al igual que
lo hizo con el indio Juan Diego. Los invita a construir un santuario. Un
santuario que no es un lugar físico, sino una comunidad, un santuario
llamado parroquia, un santuario llamado Nación. La comunidad, la
familia, el sentirnos ciudadanos, es uno de los principales antídotos
contra todo lo que nos amenaza, porque nos hace sentir parte de esta
gran familia de Dios. No para refugiarnos, para encerrarnos, para
escaparnos de las amenazas de la vida o de los desafíos, al contrario,
para salir a invitar a otros; para salir a anunciar a otros que ser
joven en México es la mayor riqueza y, por lo tanto, no puede ser
sacrificada. Y porque la riqueza es capaz de tener esperanza y nos da
dignidad. Otra vez las tres palabras: riqueza, esperanza y dignidad.
Pero riqueza, esa que Dios nos dio y que tenemos que hacer crecer.
Jesús, el que nos da la esperanza, nunca nos invitaría a ser
sicarios, sino que nos llama discípulos, nos llama amigos. Jesús nunca
nos mandaría al muere, sino que todo en Él es invitación a la vida. Una
vida en familia, una vida en comunidad; una familia y una comunidad a
favor de la sociedad. Y aquí, Rosario, retomo lo que vos dijiste, una
cosa tan linda: «En la familia se aprende cercanía». Se aprende
solidaridad, se aprende a compartir, a discernir, a llevar adelante los
problemas unos de otros, a pelearse y a arreglarse, a discutir y a
abrazarse, y a besarse. La familia es la primera escuela de la Nación, y
en la familia está esa riqueza que tienen ustedes. La familia es como
quien custodia esa riqueza, en la familia van a encontrar esperanza,
porque está Jesús, y en la familia van a tener dignidad. Nunca, nunca
dejen de lado la familia; la familia es la piedra de base de la
construcción de una gran Nación. Ustedes son riqueza, tienen esperanza y
sueñan –también Rosario habló de soñar–. ¿Ustedes sueñan con tener una
familia? [Responden: «Sí»]
Queridos hermanos, ustedes son la riqueza de este País y, cuando
duden de eso, miren a Jesucristo, que es la esperanza, el que desmiente
todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios de
ambiciones ajenas.
Les agradezco este encuentro y les pido que recen por mi. Gracias.
Invitación del Papa a rezar a la Virgen al final del encuentro con los jóvenes
Los invito a rezar juntos a Nuestra Madre de Guadalupe y a pedirle
que nos haga conscientes de la riqueza que Dios nos dio, que nos haga
crecer en nosotros, en nuestro corazón, la esperanza en Jesucristo y que
andemos por la vida con dignidad de cristianos.
[Rezo del Ave María y Bendición Apostólica]
Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
VISITA AL CENTRO DE READAPTACIÓN SOCIAL (CERESO 3)
DE CIUDAD JUÁREZ
Miércoles 17 de febrero de 2016
Palabras improvisadas en la Capilla de la cárcel
¡Buenos días!
Les agradezco su presencia aquí, les agradezco todo el bien que hacen aquí. Mil maneras de hacer bien que no se ve.
Y ustedes se van a encontrar con mucha fragilidad. Por eso quise
traer esta imagen de lo más frágil. El cristal es lo más frágil, se
rompe enseguida. Y Cristo en la Cruz es la fragilidad más grande de la
humanidad, y sin embargo con esa fragilidad nos salva, nos ayuda, nos
hace andar adelante, nos abre las puertas de la esperanza.
Deseo que cada uno de ustedes, con la bendición de la Virgen y
contemplando la fragilidad en Cristo que se hizo pecado, se hizo muerte
para salvarnos, sepan sembrar semillas de esperanza y de resurrección.
(Rezo del Ave María y Bendición Apostólica)
Nuestra Señora de Guadalupe (R: Ruega por nosotros)
San Maximiliano Kolbe (R: Ruega por nosotros)
Y no se olviden de rezar por mí
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Queridos hermanos y hermanas:
Estoy concluyendo mi visita a México no quería irme sin venir a
saludarlos, sin celebrar el Jubileo de la Misericordia con ustedes.
Agradezco de corazón las palabras de saludo que me han dirigido, en
las que manifiestan tantas esperanzas y aspiraciones, como también
tantos dolores, temores e interrogantes.
En el viaje a África, en la ciudad de Bangui, pude abrir la primera puerta de la misericordia para el mundo entero - de este
Jubileo, porque la primera puerta de la Misericordia la abrió nuestro
Padre Dios con su Hijo Jesús. Hoy, junto a ustedes y con ustedes, quiero
reafirmar una vez más la confianza a la que Jesús nos impulsa: la
misericordia que abraza a todos y en todos los rincones de la tierra. No
hay espacio donde su misericordia no pueda llegar, no hay espacio ni
persona a la que no pueda tocar.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es recordar el
camino urgente que debemos tomar para romper los círculos de la
violencia y de la delincuencia. Ya tenemos varias décadas perdidas
pensando y creyendo que todo se resuelve aislando, apartando,
encarcelando, sacándonos los problemas de encima, creyendo que esas
medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos hemos olvidado de
concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra verdadera
preocupación: la vida de las personas; sus vidas, las de sus familias,
la de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de
violencia.
La misericordia divina nos recuerda que las cárceles son un síntoma
de cómo estamos en sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios
y de omisiones que han provocado una cultura del descarte. Son un
síntoma de una cultura que ha dejado de apostar por la vida; de una
sociedad que poco a poco ha ido abandonando a sus hijos.
La misericordia nos recuerda que la reinserción no comienza acá en
estas paredes; sino que comienza antes, comienza «afuera», en las calles
de la ciudad. La reinserción o rehabilitación, comienza creando un
sistema que podríamos llamarlo de salud social, es decir, una sociedad
que busque no enfermar contaminando las relaciones en el barrio, en las
escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo el
espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una
cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos
caminos que terminan lastimando y deteriorando el tejido social.
A veces pareciera que las cárceles se proponen incapacitar a las
personas a seguir cometiendo delitos más que promover los procesos de
reinserción que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y
familiares que llevaron a una persona a determinada actitud. El problema
de la seguridad no se agota solamente encarcelando, sino que es un
llamado a intervenir afrontando las causas estructurales y culturales de
la inseguridad, que afectan a todo el entramado social.
La preocupación de Jesús por atender a los hambrientos, a los sedientos, a los sin techo o a los presos (Mt
25,34-40) era para expresar las entrañas de la misericordia del Padre,
que se vuelve un imperativo moral para toda sociedad que desea tener las
condiciones necesarias para una mejor convivencia. En la capacidad que
tenga una sociedad de incluir a sus pobres, sus enfermos o sus presos
está la posibilidad de que ellos puedan sanar sus heridas y ser
constructores de una buena convivencia. La reinserción social comienza
insertando a todos nuestros hijos en las escuelas, y a sus familias en
trabajos dignos, generando espacios públicos de esparcimiento y
recreación, habilitando instancias de participación ciudadana, servicios
sanitarios, acceso a los servicios básicos, por nombrar sólo algunas
medidas. Ahí empieza todo proceso de reinserción.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es aprender a no
quedar presos del pasado, del ayer. Es aprender a abrir la puerta al
futuro, al mañana; es creer que las cosas pueden ser diferentes.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes es invitarlos a
levantar la cabeza y a trabajar para ganar ese espacio de libertad
anhelado. Celebrar el Jubileo de la Misericordia con ustedes es repetir
esa frase que escuchamos recién, tan bien dicha y con tanta fuerza:
“Cuando me dieron mi sentencia, alguien me dijo: No te preguntés porqué estás aquí sino para qué”,
y que este “para qué” nos lleve adelante, que este “para qué” nos haga
ir saltando las vallas de ese engaño social que cree que la seguridad y
el orden solamente se logra encarcelando.
Sabemos que no se puede volver atrás, sabemos que lo realizado,
realizado está; pero he querido celebrar con ustedes el Jubileo de la
misericordia, para que quede claro que eso no quiere decir que no haya
posibilidad de escribir una nueva historia, una nueva historia hacia
delante: “para qué”. Ustedes sufren el dolor de la caída - y ojalá que
todos nosotros suframos el dolor de las caídas escondidas y tapadas -,
sienten el arrepentimiento de sus actos y sé que, en tantos casos, entre
grandes limitaciones, buscan rehacer esa vida desde la soledad. Han
conocido la fuerza del dolor y del pecado, no se olviden que también
tienen a su alcance la fuerza de la resurrección, la fuerza de la
misericordia divina que hace nuevas todas las cosas. Ahora les puede
tocar la parte más dura, más difícil, pero que posiblemente sea la que
más fruto genere, luchen desde acá dentro por revertir las situaciones
que generan más exclusión. Hablen con los suyos, cuenten su experiencia,
ayuden a frenar el círculo de la violencia y la exclusión. Quien ha
sufrido el dolor al máximo, y que podríamos decir «experimentó el
infierno», puede volverse un profeta en la sociedad.
Trabajen para que
esta sociedad que usa y tira a la gente, no siga cobrándose víctimas.
Y al decirles estas cosas, recuerdo aquellas palabras de Jesús: “el
que esté sin pecado que tire la primera piedra”, y yo me tendría que ir.
Al decirles estas cosas no lo hago como quien da cátedra, con el dedo
en alto, lo hago desde la experiencia de mis propias heridas, de errores
y pecados que el Señor quiso perdonar y reeducar. Lo hago desde la
conciencia de que sin su gracia y mi vigilancia podría volver a
repetirlos. Hermanos, siempre me pregunto al entrar a una cárcel: Por
qué ellos y no yo? Y es un misterio de la misericordia divina; pero esa
misericordia divina hoy la estamos celebrando todos mirando hacia
delante en esperanza.
Quisiera también alentar al personal que trabaja en este Centro u
otros similares: a los dirigentes, a los agentes de la Policía
penitenciaria, a todos los que realizan cualquier tipo de asistencia en
este Centro. Y agradezco el esfuerzo de los capellanes, las personas
consagradas, los laicos que se dedican a mantener viva la esperanza del
Evangelio de la Misericordia en el reclusorio, los pastores, todos
aquellos que se acercan a darles la Palabra de Dios. Todos ustedes, no
se olviden, pueden ser signos de la entrañas del Padre. Nos necesitamos
uno a otro, nos decía nuestra hermana recién recordando la carta a los
Hebreos: Siéntase encarcelados con ellos.
Antes de darles la bendición me gustaría que oráramos en silencio,
todos juntos; cada uno sabe lo que le va a decir al Señor, cada uno sabe
de qué pedir perdón. Pero también le pido a ustedes que en esta oración
de silencio agrandemos el corazón para poder perdonar a la sociedad que
no supo ayudarnos y que tantas veces nos empujó a los errores. Que cada
uno pida a Dios, desde la intimidad del corazón, que nos ayude a creer
en su misericordia. Oramos en silencio.
Y abrimos nuestro corazón para recibir la bendición del Señor.
Que el Señor los bendiga y los proteja, haga brillar su rostro sobre
ustedes y les muestre su gracia, les descubra su rostro y les conceda la
Paz. Amén.
Y les pido que no se olviden de rezar por mí. Gracias.
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ENCUENTRO CON EL MUNDO DEL TRABAJO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Colegio de Bachilleres del Estado de Chihuahua, Ciudad Juárez
Miércoles 17 de febrero de 2016
Miércoles 17 de febrero de 2016
Queridos hermanos y hermanas
Quise encontrarme con ustedes aquí en esta tierra de Juárez, por la
especial relación que esta ciudad tiene con el mundo del trabajo. No
sólo les agradezco el saludo de bienvenida y sus testimonios, que han
puesto de manifiesto los desvelos, las alegrías y las esperanzas que
experimentan en sus vidas, sino que quisiera agradecerles también esta
oportunidad de intercambio y de reflexión. Todo lo que podamos hacer
para dialogar, encontrarnos, para buscar mejores alternativas y
oportunidades es ya un logro a valorar y resaltar. Y hay dos palabras
que quiero subrayar: diálogo y encuentro. No cansarse de dialogar. Las
guerras se van gestando de a poquito por la mudez y por los
desencuentros. Obviamente que no alcanza dialogar y encontrarse pero hoy
en día no podemos darnos el lujo de cortar toda instancia de encuentro,
toda instancia de debate, de confrontación, de búsqueda. Es la única
manera que tendremos de poder ir construyendo el mañana, ir tejiendo
relaciones sostenibles capaces de generar el andamiaje necesario que,
poco a poco, irá reconstruyendo los vínculos sociales tan dañados por la
falta de comunicación, tan dañados por la falta de respeto a lo mínimo
necesario para una convivencia saludable. Gracias, y que esta instancia
sirva para construir futuro y sea una buena oportunidad de forjar el
México que su pueblo y que sus hijos se merecen.
Me gustaría detenerme en este último aspecto. Hoy están aquí diversas
organizaciones de trabajadores y representantes de cámaras y gremios
empresariales. A primera vista podrían considerarse como antagonistas,
pero los une la misma responsabilidad: buscar generar espacios de
trabajo digno y verdaderamente útil para la sociedad y especialmente
para los jóvenes de esta tierra. Uno de los flagelos más grandes a los
que se ven expuestos los jóvenes es la falta de oportunidades de estudio
y de trabajo sostenible y redituable que les permita proyectarse, y
esto genera en tantos casos, tantos casos, situaciones de pobreza y
marginación. Y esta pobreza y marginación es el mejor caldo de cultivo
para que caigan en el círculo del narcotráfico y de la violencia. Es un
lujo que hoy no nos podemos dar; no se puede dejar solo y abandonado el
presente y el futuro de México, y para eso, diálogo, confrontación,
fuentes de trabajo que vayan creando este sendero constructivo.
Desgraciadamente, el tiempo que vivimos ha impuesto el paradigma de
la utilidad económica como principio de las relaciones personales. La
mentalidad reinante, en todas partes, propugna la mayor cantidad de
ganancias posibles, a cualquier tipo de costo y de manera inmediata. No
sólo provoca la pérdida de la dimensión ética de las empresas sino que
olvida que la mejor inversión que se puede realizar es invertir en la
gente, en las personas, en las familias. La mejor inversión es crear
oportunidades. La mentalidad reinante pone el flujo de las personas al
servicio del flujo de capitales provocando en muchos casos la
explotación de los empleados como si fueran objetos para usar y tirar, y
descartar (cf. Laudato si’,
123). Dios pedirá cuenta a los esclavistas de nuestros días, y nosotros
hemos de hacer todo lo posible para que estas situaciones no se
produzcan más. El flujo del capital no puede determinar el flujo y la
vida de las personas. Por eso me gustó ese anhelo que se expresó de
diálogo, de confrontación.
No son pocas las veces que, frente a los planteos de la Doctrina
Social de la Iglesia, se salga a cuestionarla diciendo: «Estos pretenden
que seamos organizaciones de beneficencia o que transformemos nuestras
empresas en instituciones de filantropía». La hemos escuchado esa
crítica. La única pretensión que tiene la Doctrina Social de la Iglesia
es velar por la integridad de las personas y de las estructuras
sociales. Cada vez que, por diversas razones, ésta se vea amenazada, o
reducida a un bien de consumo, la Doctrina Social de la Iglesia será voz
profética que nos ayudará a todos a no perdernos en el mar seductor de
la ambición. Cada vez que la integridad de una persona es violada, toda
la sociedad es la que, en cierta manera, empieza a deteriorarse. Y esto
que dice la Doctrina Social de la Iglesia no es en contra de nadie, sino
a favor de todos. Cada sector tiene la obligación de velar por el bien
del todo; todos estamos en el mismo barco. Todos tenemos que luchar para
que el trabajo sea una instancia de humanización y de futuro; que sea
un espacio para construir sociedad y ciudadanía. Esta actitud no sólo
genera una mejora inmediata, sino que a la larga va transformándose en
una cultura capaz de promover espacios dignos para todos. Esta cultura,
nacida muchas veces de tensiones, va gestando un nuevo estilo de
relaciones, un nuevo estilo de Nación.
¿Qué mundo queremos dejarles a nuestros hijos? Creo que en esto la
gran mayoría podemos coincidir. Este es precisamente nuestro horizonte,
esa es nuestra meta y, por ello, hoy tenemos que unirnos y trabajar.
Siempre es bueno pensar qué me gustaría dejarles a mis hijos; y también
es una buena medida para pensar en los hijos de los demás. ¿Qué quiere
dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación,
de salarios insuficientes, de acoso laboral o de tráfico de trabajo
esclavo? ¿O quiere dejarles la cultura de la memoria de trabajo digno,
de techo decoroso y de la tierra para trabajar? Las tres “T”: Trabajo,
Techo y Tierra. ¿En qué cultura queremos ver nacer a los que nos
seguirán? ¿Qué atmósfera van a respirar? ¿Un aire viciado por la
corrupción, la violencia, la inseguridad y desconfianza o, por el
contrario, un aire capaz de generar –la palabra es clave-, generar
alternativas, generar renovación o cambio? Generar es ser co-creadores
con Dios. Claro, eso cuesta, cuesta.
Sé que lo planteado no es fácil, pero sé también que es peor dejar el
futuro en manos de la corrupción, del salvajismo y de la falta de
equidad. Sé que no es fácil muchas veces armonizar todas las partes en
una negociación, pero sé también que es peor, y nos termina haciendo más
daño, la carencia de negociación y la falta de valoración. Una vez me
decía un viejo dirigente obrero, honesto como él solo, murió con lo que
ganaba, nunca se aprovechó: “Cada vez que teníamos que sentarnos a una
mesa de negociación, yo sabía que tenía que perder algo para que
ganáramos todos”. Linda la filosofía de ese hombre de trabajo. Cuando se
va a negociar siempre se pierde algo pero ganan todos. Sé que no es
fácil poder congeniar en un mundo cada más competitivo, pero es peor
dejar que el mundo competitivo termine determinando el destino de los
pueblos. Esclavos. El lucro y el capital no son un bien por encima del
hombre, están al servicio del bien común. Y, cuando el bien común es
forzado para estar al servicio del lucro, y el capital la única ganancia
posible, eso tiene un nombre, se llama exclusión, y así se va
consolidando la cultura del descarte. ¡Descartado! ¡Excluido!.
Comenzaba agradeciéndoles la oportunidad de estar juntos. Ayer, uno
de los jóvenes en el Estadio de Morelia que dio testimonio dijo que este
mundo quita la capacidad de soñar, y es verdad. A veces nos quita la
capacidad de soñar, la capacidad de la gratuidad. Cuando un chico o una
chica ve al papá y/o a la mamá solamente el fin de semana porque se va a
trabajar antes de que se despierte y vuelve cuando ya está durmiendo,
esa es la cultura del descarte. Quiero invitarlos a soñar, a soñar en un
México donde el papá pueda tener tiempo para jugar con su hijo, donde
la mamá pueda tener tiempo para jugar con sus hijos. Y eso lo van a
lograr dialogando, confrontando, negociando, perdiendo para que ganen
todos. Los invito a soñar el México que sus hijos se merecen; el México
donde no haya personas de primera segunda o de cuarta, sino el México
que sabe reconocer en el otro la dignidad del hijo de Dios. Y que la
Guadalupana, que se manifestó a San Juan Diego, y reveló cómo los
aparentemente dejados de lado eran sus testigos privilegiados, los ayude
a todos, tengan la profesión que tengan, tengan el trabajo que tengan, a
todos en esta tarea de diálogo, confrontación y encuentro. Gracias.
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SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Área de la feria de Ciudad Juárez
Miércoles 17 de febrero de 2016
Miércoles 17 de febrero de 2016
La gloria de Dios es la vida del hombre, así lo decía San Ireneo en
el siglo II, expresión que sigue resonando en el corazón de la Iglesia.
La gloria del Padre es la vida de sus hijos. No hay gloria más grande
para un padre que ver la realización de los suyos; no hay satisfacción
mayor que verlos salir adelante, verlos crecer y desarrollarse. Así lo
atestigua la primera lectura que escuchamos. Nínive, una gran ciudad que
se estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la
violencia y de la injusticia. La gran capital tenía los días contados,
ya que no era sostenible la violencia generada en sí misma. Ahí aparece
el Señor moviendo el corazón de Jonás, ahí aparece el Padre invitando y
enviando a su mensajero. Jonás es convocado para recibir una misión. Ve,
le dice, porque «dentro de cuarenta días, Nínive será destruida» (Jon
3,4). Ve, ayúdalos a comprender que con esa manera de tratarse,
regularse, organizarse, lo único que están generando es muerte y
destrucción, sufrimiento y opresión. Hazles ver que no hay vida para
nadie, ni para el rey ni para el súbdito, ni para los campos ni para el
ganado. Ve y anuncia que se han acostumbrado de tal manera a la
degradación que han perdido la sensibilidad ante el dolor. Ve y diles
que la injusticia se ha instalado en su mirada. Por eso va Jonás. Dios
lo envía a evidenciar lo que estaba sucediendo, lo envía a despertar a
un pueblo ebrio de sí mismo.
Y en este texto nos encontramos frente al misterio de la
misericordia divina. La misericordia rechaza siempre la maldad, tomando
muy en serio al ser humano. Apela siempre a la bondad de cada persona,
aunque esté dormida, anestesiada. Lejos de aniquilar, como muchas veces
pretendemos o queremos hacerlo nosotros, la misericordia se acerca a
toda situación para transformarla desde adentro. Ese es precisamente el
misterio de la misericordia divina. Se acerca, invita a la conversión,
invita al arrepentimiento; invita a ver el daño que a todos los niveles
se esta causando. La misericordia siempre entra en el mal para
transformarlo. Misterio de nuestro Padre Dios: envía a su Hijo que se
metió en el mal, se hizo pecado para transformar el mal. Esa es su
misericordia.
El rey escuchó, los habitantes de la ciudad reaccionaron y se
decretó el arrepentimiento. La misericordia de Dios entró en el corazón
revelando y manifestando lo que es nuestra certeza y nuestra esperanza:
siempre hay posibilidad de cambio, estamos a tiempo de reaccionar y
transformar, modificar y cambiar, convertir lo que nos está destruyendo
como pueblo, lo que nos está degradando como humanidad. La misericordia
nos alienta a mirar el presente y confiar en lo sano y bueno que late en
cada corazón. La misericordia de Dios es nuestro escudo y nuestra
fortaleza.
Jonás ayudó a ver, ayudó a tomar conciencia. Acto seguido, su
llamada encuentra hombres y mujeres capaces de arrepentirse, capaces de
llorar. Llorar por la injusticia, llorar por la degradación, llorar por
la opresión. Son las lágrimas las que pueden darle paso a la
transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, son
las lágrimas las que pueden purificar la mirada y ayudar a ver el
círculo de pecado en que muchas veces se está sumergido. Son las
lágrimas las que logran sensibilizar la mirada y la actitud endurecida y
especialmente adormecida ante el sufrimiento ajeno. Son las lágrimas
las que pueden generar una ruptura capaz de abrirnos a la conversión.
Así le pasó a Pedro, después de haber renegado de Jesús; lloró y las
lágrimas le abrieron el corazón.
Que esta palabra suene con fuerza hoy entre nosotros, esta palabra
es la voz que grita en el desierto y nos invita a la conversión. En este
año de la misericordia, y en este lugar, quiero con ustedes implorar la
misericordia divina, quiero pedir con ustedes el don de las lágrimas,
el don de la conversión.
Aquí en Ciudad Juárez, como en otras zonas fronterizas, se
concentran miles de migrantes de Centroamérica y otros países, sin
olvidar tantos mexicanos que también buscan pasar «al otro lado». Un
paso, un camino, cargado de terribles injusticias: esclavizados,
secuestrados, extorsionados, muchos hermanos nuestros son fruto del
negocio del tráfico humano, de la trata de personas.
No podemos negar la crisis humanitaria que en los últimos años ha
significado la migración de miles de personas, ya sea por tren, por
carretera e incluso a pie, atravesando cientos de kilómetros por
montañas, desiertos, caminos inhóspitos. Esta tragedia humana que
representa la migración forzada hoy en día es un fenómeno global. Esta
crisis, que se puede medir en cifras, nosotros queremos medirla por
nombres, por historias, por familias. Son hermanos y hermanas que salen
expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el
crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que
atrapa y destruye siempre a los más pobres. ¡No sólo sufren la pobreza
sino que además tienen que sufrir todas estas formas de violencia.
Injusticia que se radicaliza en los jóvenes, ellos, «carne de cañón»,
son perseguidos y amenazados cuando tratan de salir de la espiral de
violencia y del infierno de las drogas. Y, qué decir de tantas mujeres a
quienes les han arrebatado injustamente la vida.
Pidámosle a nuestro Dios el don de la conversión, el don de las
lágrimas, pidámosle tener el corazón abierto, como los ninivitas, a su
llamado en el rostro sufriente de tantos hombres y mujeres. ¡No más
muerte ni explotación! Siempre hay tiempo de cambiar, siempre hay una
salida y siempre hay una oportunidad, siempre hay tiempo de implorar la
misericordia del Padre.
Como sucedió en tiempo de Jonás, hoy también apostamos por la
conversión; hay signos que se vuelven luz en el camino y anuncio de
salvación. Sé del trabajo de tantas organizaciones de la sociedad civil a
favor de los derechos de los migrantes. Sé también del trabajo
comprometido de tantas hermanas religiosas, de religiosos y sacerdotes,
de laicos que se la juegan en el acompañamiento y en la defensa de la
vida. Asisten en primera línea arriesgando muchas veces la suya propia.
Con sus vidas son profetas de misericordia, son el corazón comprensivo y
los pies acompañantes de la Iglesia que abre sus brazos y sostiene.
Es tiempo de conversión, es tiempo de salvación, es tiempo de
misericordia. Por eso, digamos junto al sufrimiento de tantos rostros:
«Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor apiádate de nosotros…
purifícanos de nuestros pecados y crea en nosotros un corazón puro, un
espíritu nuevo» (cf. Sal 50/51,3.4.12).
Y también deseo en este momento saludar desde aquí a nuestros
queridos hermanos y hermanas que nos acompañan simultáneamente al otro
lado de la frontera, en especial a aquellos que se han congregado en el
estadio de la Universidad de El Paso, conocido como el Sun Bowl, bajo la
guía de su Obispo, Mons. Mark Seitz. Gracias a la ayuda de la
tecnología, podemos orar, cantar y celebrar juntos ese amor
misericordioso que el Señor nos da, y en el que ninguna frontera podrá
impedirnos compartir. Gracias, hermanos y hermanas de El Paso, por
hacernos sentir una sola familia y una misma comunidad cristiana.
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SALUDO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL FINAL DE LA MISA EN CIUDAD JUÁREZ
AL FINAL DE LA MISA EN CIUDAD JUÁREZ
Área de la feria de Ciudad Juárez
Miércoles 17 de febrero de 2016
Miércoles 17 de febrero de 2016
Señor Obispo de Ciudad Juárez, José Guadalupe Torres Campos,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos
Muchas gracias, Señor Obispo, por sus sentidas palabras. Es el
momento de dar gracias a Nuestro Señor por haberme permitido esta visita
a México, que siempre sorprende, ¡México es una sorpresa!
No quisiera irme sin agradecer el esfuerzo de quienes han hecho
posible esta peregrinación. Agradezco a todas las autoridades federales y
locales, el interés y la solícita ayuda con la que han contribuido al
buen desarrollo de este propósito. A su vez, quisiera agradecer de
corazón a los que han colaborado de distintos modos en esta visita
pastoral. A tantos servidores anónimos que desde el silencio han dado lo
mejor de sí para que estos días fueran una fiesta de familia, gracias.
Me he sentido acogido, recibido por el cariño, la fiesta, la esperanza
de esta gran familia mexicana, gracias por haberme abierto las puertas
de sus vidas, de su Nación.
El escritor mexicano Octavio Paz dice en su poema Hermandad:
«Soy hombre: duro poco y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben.
Sin entender comprendo: también soy escritura
y en este mismo instante alguien me deletrea».[1]
Tomando estas bellas palabras, me atrevo a sugerir que aquello que
nos deletrea y nos marca el camino es la presencia misteriosa pero real
de Dios en la carne concreta de todas las personas, especialmente de las
más pobres y necesitadas de México. La noche nos puede parecer enorme y
muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo
existen muchas luces que anuncian esperanza; he podido ver en muchos de
sus testimonios, en sus rostros, la presencia de Dios que sigue
caminando en esta tierra, guiándolos y sosteniendo la esperanza; muchos
hombres y mujeres, con su esfuerzo de cada día, hacen posible que esta
sociedad mexicana no se quede a oscuras. Muchos hombres y mujeres a lo
largo de las calles, cuando pasaba, levantaban a sus hijos, me los
mostraban: son el futuro de México, cuidémoslos, amémoslos. Esos chicos
son profetas del mañana, son signo de un nuevo amanecer. Y les aseguro
que por ahí, en algún momento, sentía como ganas de llorar al ver tanta
esperanza en un pueblo tan sufrido.
Que María, la Madre de Guadalupe, siga visitándolos, siga caminando
por estas tierras –México no se entiende sin Ella–, siga ayudándolos a
ser misioneros y testigos de misericordia y reconciliación.
Nuevamente, muchas gracias por ésta, tan cálida, hospitalidad mexicana.
[1] Un sol más vivo. Antología poética, México 2014, p. 268.
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