ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
MARZO 2017
Plaza de San Pedro
IV Domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2017
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Plaza de San Pedro
III Domingo de Cuaresma, 19 de marzo de 2017
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Plaza de San Pedro
IV Domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2017
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el centro del Evangelio de este cuarto domingo de Cuaresma se encuentran Jesús y un hombre ciego desde el nacimiento (cf Juan
9, 1-41). Cristo le devuelve la vista y obra este milagro con una
especie de rito simbólico: primero mezcla la tierra con la saliva y la
unta en los ojos del ciego; luego le ordena ir a lavarse en la piscina
de Siloé. Ese hombre va, se lava, y se aclara la vista. Era ciego desde
el nacimiento. Con este milagro Jesús se manifiesta y se manifiesta a
nosotros como luz del mundo; y el ciego de nacimiento nos representa a
cada uno de nosotros, que hemos sido creados para conocer a Dios, pero a
causa del pecado somos como ciegos, necesitamos una luz nueva; todos
necesitamos una luz nueva: la de la fe, que Jesús nos ha donado.
Efectivamente ese ciego del Evangelio aclarando la vista se abre al
misterio de Cristo. Jesús le pregunta: «¿Tú crees en el Hijo del
hombre?» (v. 35). «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?», responde
el ciego sanado (v. 36): «Creo, Señor» y se postró ante Jesús (v. 37).
Este episodio nos lleva a reflexionar sobre nuestra fe, nuestra fe en
Cristo, el Hijo de Dios, y al mismo tiempo se refiere también al
Bautismo, que es el primer sacramento de la fe: el sacramento que nos
hace “venir a la luz”, mediante el renacimiento del agua y del Espíritu
Santo; así como le sucede al ciego de nacimiento, al cual se le abren
los ojos después de haberse lavado en el agua de la piscina de Siloé. El
ciego de nacimiento sanado nos representa cuando no nos damos cuenta de
que Jesús es la luz, es «la luz del mundo», cuando miramos a otro lado,
cuando preferimos confiar en pequeñas luces, cuando nos tambaleamos en
la oscuridad. El hecho de que ese ciego no tenga un nombre nos ayuda a
reflejarnos con nuestro rostro y nuestro nombre en su historia. También
nosotros hemos sido “iluminados” por Cristo en el Bautismo, y por ello
estamos llamados a comportarnos como hijos de la luz. Y comportarse como
hijos de la luz exige un cambio radical de mentalidad, una capacidad de
juzgar hombres y cosas según otra escala de valores, que viene de Dios.
El sacramento del Bautismo, efectivamente, exige la elección de vivir
como hijos de la luz y caminar en la luz. Si ahora os preguntase:
“¿Creéis que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Creéis que puede cambiaros el
corazón? ¿Creéis que puede hacer ver la realidad como la ve Él, no como
la vemos nosotros? ¿Creéis que Él es la luz, nos da la verdadera luz?”
¿Qué responderíais? Que cada uno responda en su corazón.
¿Qué significa tener la verdadera luz, caminar en la luz? Significa
ante todo abandonar las luces falsas: la luz fría y fatua del prejuicio
contra los demás, porque el prejuicio distorsiona la realidad y nos
carga de rechazo contra quienes juzgamos sin misericordia y condenamos
sin apelo. ¡Este es el pan de todos los días! Cuando se chismorrea sobre
los demás, no se camina en la luz, se camina en las sombras. Otra falsa
luz, porque es seductora y ambigua, es la del interés personal: si
valoramos hombres y cosas en base al criterio de nuestra utilidad, de
nuestro placer, de nuestro prestigio, no somos fieles la verdad en las
relaciones y en las situaciones. Si vamos por este camino del buscar
solo el interés personal, caminamos en las sombras.
La Virgen Santa, que en primer lugar acogió a Jesús, luz del mundo,
nos obtenga la gracia de acoger nuevamente en esta Cuaresma la luz de la
fe, redescubriendo el don inestimable del Bautismo, que todos nosotros
hemos recibido. Y que esta nueva iluminación nos transforme en las
actitudes y en las acciones, para ser también nosotros, a partir de
nuestra pobreza, de nuestras pequeñeces, portadores de un rayo de la luz
de Cristo.
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas.
Ayer en Almería (España) fueron proclamados beatos José
Álvarez-Benavides y de la Torre y ciento catorce compañeros mártires.
Estos sacerdotes, religiosos y laicos fueron testigos heroicos de Cristo
y de su Evangelio de paz y de reconciliación fraternal. Que su ejemplo y
su intercesión nos sostengan en el compromiso de la Iglesia para
edificar la civilización del amor.
Os saludo a todos vosotros, provenientes de Roma, de Italia y de
diversos países, en particular a los peregrinos de Córdoba (España), a
los jóvenes del colegio Saint-Jean de Passy de París, a los fieles de
Loreto, a los fieles de Quartu Sant’Elena, Rende, Maiori, Poggiomarino y
a los adolescentes del decanato “Romana-Vittoria” de Milán. Y a
propósito de Milán querría dar las gracias al cardenal arzobispo y a
todo el pueblo milanés por la calurosa acogida de ayer. Me he sentido
verdaderamente en casa, y esto con todos, creyentes y no creyentes. Os
lo agradezco mucho, queridos milaneses, y os diré una cosa: he
constatado que es verdad lo que se dice: “¡En Milán se recibe con el
corazón en la mano!”.
A todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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Plaza de San Pedro
III Domingo de Cuaresma, 19 de marzo de 2017
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este
domingo, tercero de Cuaresma, nos presenta el diálogo de Jesús con la
Samaritana (cfr. Jn 4,5-42). El encuentro sucedió mientras Jesús
atravesaba Samaria, región entre Judea y Galilea, habitada por gente que
los judíos despreciaban, considerándola cismática y herética. Pero
precisamente esta población será una de las primeras en adherirse a la
predicación cristiana de los apóstoles. Mientras los discípulos van a la
aldea a buscar algo de comer, Jesús se queda al lado de un pozo y pide
a una mujer, que había ido allí a sacar agua, que le dé de beber. Y
con esta petición comienza un diálogo. “¿Cómo tú, siendo judío, me
pides de beber a mí que soy una mujer samaritana?” Jesús responde: “Si
conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú
le habría pedido a él y él te habría dado agua viva”. Un agua que
sacia toda sed y se transforma en fuente inagotable en el corazón de
quien la bebe. (v. 10-14)
Ir al pozo a sacar agua es fatigoso y aburrido; ¡Estaría muy bien
tener a disposición una fuente caudalosa! Pero Jesús habla de un agua
diversa. Cuando la mujer se da cuenta que el hombre con el que está
hablando es un profeta, le confía la propia vida y le plantea cuestiones
religiosas. Su sed de afecto y de vida plena no ha sido saciada por los
cinco maridos que ha tenido; es más, ha experimentado desilusiones y
engaños. Por eso la mujer queda impresionada por el gran respeto que
Jesús tiene por ella y cuando Él le habla incluso de la verdadera fe,
como relación con Dios Padre “en espíritu y en verdad”, entonces intuye
que ese hombre podría ser el Mesías y Jesús – algo rarísimo – lo
confirma: “Soy yo, el que te está hablando” (v. 26). Él dice que es el
Mesías a una mujer que llevaba una vida tan desordenada.
Queridos hermanos, el agua que da la vida eterna empezó a fluir en
nuestros corazones el día de nuestro Bautismo; entonces, Dios nos
transformó y nos llenó de su gracia. Pero puede darse que este gran don
lo hayamos olvidado, o reducido a un mero dato civil; y quizás estemos
buscando “pozos” cuyas aguas no quitan la sed. Cuando nos olvidamos del
agua verdadera, vamos a buscar pozos cuyas aguas no son limpias. Si es
así, ¡este Evangelio es precisamente para nosotros! No sólo para la
Samaritana, ¡ para nosotros!
Jesús nos habla como a la Samaritana.
Ciertamente, nosotros ya lo conocemos, pero quizás todavía no lo hemos
encontrado personalmente. Sabemos quién es Jesús, pero quizás no lo
hemos encontrado personalmente, hablando con Él, y todavía no lo hemos
reconocido como nuestro Salvador. Este tiempo de Cuaresma es la ocasión
buena para acercarnos a Él, encontrarlo en la oración, en un diálogo a
corazón abierto, hablar con El, escucharle; es una buena ocasión para
ver también su rostro en el rostro de un hermano o de una hermana que
sufren. De este modo podemos renovar en nosotros la gracia del Bautismo,
quitarnos la sed en la fuente de la Palabra de Dios y de su Santo
Espíritu; y así descubrir también la alegría de volvernos artífices de
reconciliación e instrumentos de paz en la vida cotidiana.
¡Que la Virgen María nos ayude a beber constantemente de la gracia ,
de esa agua que brota de la roca que es Cristo Salvador, para que
podamos profesar con convicción nuestra fe y anunciar con alegría las
maravillas del amor de Dios, misericordioso y fuente de todo bien!.
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas,
Quiero asegurar mi cercanía a la querida población de Perú, duramente
golpeada por inundaciones devastadoras. Rezo por las víctimas y por los
que participan en las operaciones de socorro.
Ayer, en Bolzano, fue proclamado beato Josef Mayr-Nusser, padre de
familia y miembro de la Acción Católica, martirizado por su negación a
adherirse al nazismo por fidelidad al Evangelio. Por su gran estatura
moral y espiritual, es un modelo para los fieles laicos, especialmente
para los padres, que hoy recordamos con gran afecto, aunque la fiesta
litúrgica de San José, se celebrará mañana porque hoy es domingo.
¡Saludemos a todos los papás con un gran aplauso! (la gente aplaude)
A todos vosotros, peregrinos de Roma, de Italia y de diversos países
dirijo un cordial saludo. Saludo a las comunidades neocatecumenales
venidas de Angola y de Lituania, así como a los responsables de la
Comunidad de Sant’ Egidio de África y de América Latina. Saludo a los
fieles italianos de Viterbo, Bolgare, San Benedetto Po, y a los
estudiantes de Torchiarolo.
A todos os deseo un buen domingo. No os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo! y ¡Hasta la vista!
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Plaza de San Pedro
II Domingo de Cuaresma, 12 de marzo de 2017
II Domingo de Cuaresma, 12 de marzo de 2017
El Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos presenta el relato de la Transfiguración de Jesús (Cfr. Mt 17, 1-9). Llevados aparte a tres de los apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, subió con ellos a un monte alto, y allí tuvo lugar este fenómeno singular : el rostro de Jesús “resplandeció como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz” (v. 2). De ese modo el Señor hizo resplandecer en su misma persona esa gloria divina que se podía entender con la fe en su predicación y en sus gestos milagrosos. Y a la transfiguración se acompaña, en el monte, la aparición de Moisés y Elías, “que hablaban con Él” (v. 3).
La “luminosidad” que caracteriza este evento extraordinario simboliza su finalidad: iluminar las mentes y los corazones de los discípulos, para que entiendan claramente quién es su Maestro. Es un destello de luz que se abre de improviso sobre el misterio de Jesús e ilumina toda su persona y toda su vicisitud.
Ya decididamente encaminado hacia Jerusalén, donde deberá padecer la condena a muerte por crucifixión, Jesús quiere preparar a los suyos a este escándalo – el escándalo de la cruz – a este escándalo demasiado fuerte para su fe y, al mismo tiempo, anunciar su resurrección, manifestándose como el Mesías, el Hijo de Dios.Y Jesús los prepara para aquel momento triste y de tanto dolor. En efecto, Jesús se estaba demostrando un Mesías diverso al de las expectativas, a lo que ellos se imaginaban sobre el Mesías, a cómo sería el Mesías: no un rey potente y glorioso, sino un siervo humilde y desarmado; no un señor de gran riqueza, signo de bendición, sino un hombre pobre que no tiene donde posar la cabeza; no un patriarca con descendencia numerosa, sino un célibe sin casa y sin nido. Es verdaderamente una revelación de Dios invertida, y el signo más desconcertante de esta inversión escandalosa es la cruz. Pero precisamente a través de la cruz Jesús llegará a la gloriosa resurrección, que será definitiva, no como esta transfiguración que duró un momento, un instante.
Jesús transfigurado en el monte Tabor quiso mostrar a sus discípulos su gloria, no para evitarles que pasasen a través de la cruz, sino para indicarles dónde lleva la cruz. El que muere con Cristo, con Cristo resucitará. Y la cruz es la puerta de la resurrección. El que lucha junto a Él, con Él triunfará. Éste es el mensaje de esperanza contenido en la cruz de Jesús, exhortando a la fortaleza en nuestra existencia. La cruz cristiana no es un adorno de la casa o un ornamento que ponerse; la cruz cristiana es una llamada al amor con el que Jesús se sacrificó para salvar a la humanidad del mal y del pecado.En este tiempo de Cuaresma, contemplamos con devoción la imagen del crucificado, Jesús en la cruz: es el símbolo de la fe cristiana, es el emblema de Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Hagamos de modo que la Cruz marque las etapas de nuestro itinerario cuaresmal para comprender cada vez más la gravedad del pecado y el valor del sacrificio con el cual el Redentor nos ha salvado a todos nosotros.
La Virgen Santa supo contemplar la gloria de Jesús escondida en su humanidad. Que Ella nos ayude a estar con Él en la oración silenciosa, a dejarnos iluminar por su presencia, para llevar en el corazón, a través de las noches más oscuras, un reflejo de su gloria.
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas,
Expreso mi cercanía al pueblo de Guatemala que está de luto por el grave y triste incendio desencadenado en la Casa Refugio Virgen de la Asunción, causando víctimas y heridas entre las chicas que vivían allí. Que el Señor reciba sus almas, cure a los heridos, consuele a sus familias apesadumbradas y a toda la nación. También rezo, y os pido que recéis conmigo, por todas las chicas y chicos víctimas de violencia, de malos tratos, de explotación y de las guerras. Esta es una plaga, este es un grito escondido que debe ser escuchado por todos nosotros y que no podemos continuar fingiendo que no vemos y no escuchamos.
Dirijo un cordial saludo a todos vosotros aquí presentes, fieles de Roma y de tantas partes del mundo.
Saludo a los peregrinos de Friburgo y Mannheim, en Alemania, así como a los del Líbano y a los maratonistas de Portugal.
Saludo a los grupos parroquiales provenientes de Gioiosa Ionica y Pachino, y a los chicos de Lodi que se preparan para la “Profesión de Fe”, a los estudiantes de Dalmine y Busto Arsizio. Es verdad eso que decís: No a la cultura del descarte, ¡bien!...(lee la pancarta) y el coro juvenil “Gota a gota” de Bérgamo.
Os deseo a todos un buen domingo. Por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo! y ¡Hasta la vista!
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Plaza de San Pedro
I Domingo de Cuaresma, 5 de marzo de 2017
I Domingo de Cuaresma, 5 de marzo de 2017
En este primer domingo de Cuaresma, el Evangelio nos introduce en el camino hacia la Pascua, mostrando a Jesús que permanece durante cuarenta días en el desierto, sometido a las tentaciones del diablo (cf Mateo 4, 1-11). Este episodio se coloca en un momento preciso de la vida de Jesús: justo después del bautismo en el río Jordán y antes del ministerio público. Él acaba de recibir la investidura solemne: el Espíritu de Dios ha descendido sobre Él, el Padre del Cielo lo ha declarado: «Este es mi Hijo amado» (Mateo 3, 17). Jesús ya está preparado para empezar su misión; y ya que esta tiene un enemigo declarado, es decir Satanás, Él lo afronta enseguida, “cuerpo a cuerpo”. El diablo hace presión precisamente en el título de “Hijo de Dios” para alejar a Jesús del cumplimiento de su misión: «Si eres Hijo de Dios...», lo repite (vv. 3.6), y le propone hacer gestos milagrosos —hacer el “mago”— como trasformar las piedras en pan para saciar su hambre, y tirarse abajo desde el muro del templo y hacerse salvar por los ángeles. A estas dos tentaciones, sigue la tercera: adorarle a él, el diablo, para tener el dominio sobre el mundo (cf v. 9).
Mediante esta triple tentación, Satanás quiere desviar a Jesús del camino de la obediencia y de la humillación –porque sabe que así, por este camino, el mal será derrotado— y llevarlo por el falso atajo del éxito y de la gloria. Pero las flechas venenosas del diablo son todas “paradas” por Jesús con el escudo de la Palabra de Dios (vv. 4.7.10) que expresa la voluntad del Padre. Jesús no dice ninguna palabra propia: responde solamente con la Palabra de Dios.
Y así el Hijo, lleno de la fuerza del Espíritu Santo, sale victorioso del desierto.
Durante los cuarenta días de la Cuaresma, como cristianos estamos invitados a seguir las huellas de Jesús y afrontar el combate espiritual contra el maligno con la fuerza de la Palabra de Dios. No con nuestra palabra, no sirve. La Palabra de Dios: esa tiene la fuerza para derrotar a satanás. Por esto es necesario familiarizarse con la Biblia: leerla a menudo, meditarla, asimilarla. La Biblia contiene la Palabra de Dios, que es siempre actual y eficaz. Alguno ha dicho: ¿qué sucedería si usáramos la Biblia como tratamos nuestro móvil? ¿Si la llevásemos siempre con nosotros, o al menos el pequeño Evangelio de bolsillo, qué sucedería?; si volviésemos atrás cuando la olvidamos: tú te olvidas el móvil —¡oh!—, no lo tengo, vuelvo atrás a buscarlo; si la abriéramos varias veces al día; si leyéramos los mensajes de Dios contenidos en la Biblia como leemos los mensajes del teléfono, ¿qué sucedería? Claramente la comparación es paradójica, pero hace reflexionar. De hecho, si tuviéramos la Palabra de Dios siempre en el corazón, ninguna tentación podría alejarnos de Dios y ningún obstáculo podría hacer que nos desviáramos del camino del bien; sabríamos vencer las sugestiones diarias del mal que está en nosotros y fuera de nosotros; nos encontraríamos más capaces de vivir una vida resucitada según el Espíritu, acogiendo y amando a nuestros hermanos, especialmente a los más débiles y necesitados, y también a nuestros enemigos.
La Virgen María, icono perfecto de la obediencia a Dios y de la confianza incondicional a su voluntad, nos sostenga en el camino cuaresmal, para que nos pongamos en dócil escucha de la Palabra de Dios para realizar una verdadera conversión del corazón.
Después del Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas:
Dirijo un cordial saludo a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a todos los peregrinos venidos de Italia y distintos países.
Saludo a los fieles procedentes de Madrid, Córdoba y Varsovia; y a los de Belluno y Mestre. Saludo a los jóvenes del decanato de Baggio (Milán) y a los participantes del encuentro promovido por las Maestras Pías Filipinas.
Hace pocos días que hemos iniciado la Cuaresma, que es el camino del Pueblo de Dios hacia la Pascua, un camino de conversión, de lucha contra el mal con las armas de la oración, del ayuno y de las obras de caridad. Deseo a todos que el camino cuaresmal sea rico de frutos; y os pido un recuerdo en la oración por mí y por mis colaboradores de la Curia romana, que este tarde empezaremos la semana de Ejercicios Espirituales. Gracias de corazón por esta oración que vais a hacer.
Y por favor, no olvidéis —¡no olvidéis!— qué sucedería si usáramos la Biblia como usamos nuestro móvil. Pensad en esto. La Biblia siempre con nosotros, ¡cerca de nosotros! ¡Os deseo buen domingo! ¡Buen almuerzo! ¡Hasta pronto!
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