sábado, 1 de abril de 2017

FRANCISCO: Discursos de marzo 2017 [31, 30, 29, 27, 24, 17, 11, 10 y 4]

DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
MARZO 2017



A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO PROMOVIDO POR EL
PONTIFICIO COMITÉ DE CIENCIAS HISTÓRICAS SOBRE EL TEMA
"LUTERO 500 AÑOS DESPUÉS. UNA RELECTURA DE LA REFORMA
LUTERANA EN SU CONTEXTO HISTÓRICO Y ECLESIAL"


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 31 de marzo de 2017


Queridos hermanos:
Gentiles Señores y Señoras:


Os recibo con placer y os saludo cordialmente. Agradezco al Padre Bernard Ardura  las palabras, con  las cuales ha  resumido el significado de este congreso sobre Lutero y su reforma.

 
Confieso que el primer sentimiento que experimento frente a  esta loable iniciativa del Comité Pontificio de Ciencias Históricas es un sentimiento de gratitud a Dios, acompañado de un cierto asombro ante la idea de que no hace mucho tiempo un congreso  de este tipo habría sido del todo impensable. Hablar de Lutero, protestantes y católicos juntos, por iniciativa de un organismo de la Santa Sede: realmente sentimos, de primera mano, los frutos del Espíritu Santo, que supera todas las barreras y transforma los conflictos en oportunidades para el crecimiento en la comunión. Del conflicto a la comunión es, efectivamente,  el título del documento de la Comisión Luterana-Católica romana, en vista de la conmemoración común del quinto centenario de la Reforma de Lutero.
 
Me alegré al saber que esta conmemoración ha ofrecido a los estudiosos de diversas instituciones la oportunidad de observar juntos  aquellos hechos.  Los análisis serios sobre  la figura de Lutero y su crítica contra la Iglesia de su tiempo y del papado contribuyen indudablemente a superar ese clima de desconfianza mutua y de rivalidad que durante demasiado tiempo caracterizó en el pasado las relaciones entre católicos y protestantes. El estudio cuidadoso y riguroso, libre de prejuicios y polémicas ideológicas, permite a las  Iglesias, hoy en diálogo, discernir y asumir  aquello que de positivo y legítimo había en la Reforma, y ​​distanciarse de los errores, las exageraciones y los fracasos, reconociendo la pecados que llevaron a la división.
 
Todos somos conscientes de que el pasado no se puede cambiar. Sin embargo, hoy, después de cincuenta años de diálogo ecuménico entre católicos y protestantes, es posible hacer una purificación de la memoria, que no consiste en realizar una corrección inactuable  de lo que ocurrió hace quinientos años, sino en "contar esta historia de una manera diferente" (COMISIÓN LUTERANA-CATÓLICA ROMANA PARA LA UNIDAD, Del conflicto a la comunión, 17 de junio, 2013, 16), sin rastro alguno de aquel rencor por las heridas ocasionadas que distorsiona la visión que tenemos los unos de los otros. Hoy, como cristianos, todos estamos llamados a liberarnos de los prejuicios hacia  la fe que otros  profesan con un acento y un lenguaje diferente, a intercambiarnos  mutuamente el perdón por los pecados cometidos por nuestros padres y a invocar juntos  de Dios  el don de la reconciliación y de la unidad.
 
Mientras acompaño con la oración vuestro valioso trabajo de investigación histórica, invoco sobre todos vosotros la bendición de Dios Todopoderoso y Misericordioso. Y os pido , por favor, que recéis  por mí. ¡Que Dios nos bendiga a todos!. Gracias.
 

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A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA ORDEN DE LOS CLÉRIGOS REGULARES DE LA SOMASCA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Concistoro
Jueves 30 de marzo de 2017



Queridos hermanos,
 
Me complace daos la bienvenida y os saludo cordialmente, empezando por el Superior General, a quien agradezco sus palabras. El tema que habéis elegido para vuestro Capítulo General: "Pasemos a la otra orilla junto con nuestros hermanos con los que queremos vivir y morir” , está inspirado en las palabras de Jesús (cf. Lc 8,22) y se refiere a un pasaje crucial de la historia de vuestra institución  para comprender su valor profético. Efectivamente, a partir de 1921, un pequeño grupo de Somascos dejó las costas europeas para desembarcar en las riberas  lejanas del continente americano. Fue una apertura misionera decisiva, que dio  un nuevo impulso y amplias perspectivas apostólicas a vuestra familia religiosa.
 
Ahora os proponéis  redescubrir las motivaciones ideales de aquel empuje  evangelizador para actuarlas en el  hoy en la Iglesia y en la sociedad, fieles al carisma de vuestro fundador y teniendo en cuenta los cambios de las condiciones sociales y culturales. En este discernimiento os sostienen los frutos espirituales del Jubileo  somasco 2011-2012 que han hecho y todavía hacen tanto bien a vuestras comunidades. En aquella circunstancia significativa, en la que  conmemorasteis con gratitud el quinto centenario de la fundación de vuestra Orden, mi predecesor Benedicto XVI os envío un mensaje en el que os instaba a seguir el ejemplo luminoso de San Girolamo Emiliani, preocupándoos por  “cada una de las  pobrezas de nuestra juventud, morales, físicas, existenciales, y sobre todo la pobreza de amor,  raíz de todos los problemas humanos "(20 de julio de 2011).

 
El ideal que movió a  Girolamo Emiliani fue la reforma de la Iglesia a través de las obras de caridad. Su proyecto era el  de reformarse primero  a sí mismo en la fidelidad al Evangelio, después a  la comunidad cristiana y a la sociedad civil, que no pueden ignorar  a los pequeños y a los marginados, sino socorrerlos y  promover su desarrollo humano integral. También yo os animo a  permanecer fieles a la inspiración original y a que os pongáis “en  salida" para ir  hacia la humanidad herida y descartada,  con opciones evangélicamente eficaces que surgen de la capacidad de ver el mundo y la humanidad con los ojos de Cristo. El rasgo característico de vuestra vocación es ,ante todo, el cuidado de los últimos, especialmente los huérfanos y jóvenes abandonados,  según el método educativo de vuestros fundador, fuertemente centrado en la persona,  en su dignidad, en el desarrollo de sus capacidades intelectuales y manuales . Y hablando de huérfanos, hay nuevos “medio huérfanos”: esos emigrantes, chicos, niños, que vienen solos a nuestras tierras y necesitan encontrar paternidad y maternidad. Me gustaría hacer hincapié en esto: en los barcos muchos vienen solos y eso es lo que necesitan. Esto y otras cosas son tarea vuestra.
 
Para que vuestro servicio al Evangelio se adhiera más  a las situaciones  concretas de la  vida de las personas, estáis elaborando nuevos métodos de cumplir vuestra misión. En particular, a partir de la realidad actual de vuestra Orden, os enfrentáis  a la cuestión de su fisonomía internacional e intercultural en relación con el servicio a los pobres y a los últimos. Os animo a prestar atención a las diferentes formas de marginalidad en las periferias geográficas y existenciales. No tengáis miedo de "dejar los odres viejos", afrontando  la transformación de las estructuras cuando sea  útil para un servicio más evangélico y en consonancia con el carisma original. Las estructuras, en algunos casos, dan una falsa protección  y obstaculizan el dinamismo de la caridad y del servicio al  Reino de Dios.Quisiera reiterarlo: Las estructuras, en algunos casos, dan una falsa protección  y obstaculizan el dinamismo de la caridad y del servicio al Reino de Dios. Pero detrás de estos procesos siempre está la experiencia de un encuentro gozoso con Cristo y de  la consagración a su persona,  está  la exigencia gozosa de  la primacía de Dios y de no anteponerle nada así como a  las "cosas" del Espíritu, está el don de manifestar su misericordia y su ternura en la vida fraternal  y en la misión .
 
Para ofrecer un servicio adecuado en el campo del malestar infantil y juvenil,  tenéis la oportunidad de involucrar a los laicos somascos, de cara a un compromiso más consistente en el ámbito  social del carisma. Los derechos humanos, la protección de los menores, los derechos de la infancia y de la adolescencia, la protección del trabajo infantil, la prevención de la explotación y de la trata de personas,  son temas que deben ser abordados a través de la fuerza liberadora del Evangelio y, al mismo tiempo, con adecuadas herramientas operativas y competencias profesionales.
 
San Girolamo Emiliani, un contemporáneo de Lutero, vivió con  sufrimiento la laceración de la unidad católica; cultivó  y promovió en Italia la reforma de la Iglesia, "sua ardentissima sete", con las obras de caridad, la obediencia a los pastores, la contemplación del Crucificado y de su misericordia, la enseñanza del catecismo, la fidelidad a los sacramentos, el culto de la Eucaristía, el amor a la Virgen María.  ¡Que su ejemplo y su intercesión os empujen  a consagrar vuestras fuerzas al anuncio  de la salvación en Cristo, para que pueda llegar a las personas y a las comunidades de las naciones donde estáis presentes y a sus tradiciones!; así  progresa  la inculturación, condición necesaria para el enraizamiento de la Iglesia en el mundo. En particular, os animo a continuar vuestra labor de formación de catequistas, de animadores laicos y del clero. Uno de los peligros más graves, más fuertes hoy en la Iglesia es el clericalismo. Trabajad con los laicos, que sean ellos los que lleven adelante, que tengan el valor de ir adelante, y vosotros sostenedlos y ayudadlos como sacerdotes, como religiosos. Este es un servicio muy valioso para las Iglesias locales, en comunión con los Pastores y en unión con toda la Iglesia y su tradición viviente.


También el diálogo ecuménico merece vuestra contribución. El camino hacia la unidad plena es largo, requiere la escucha paciente de lo que el Espíritu dice a las Iglesias, y  hoy en particular, a las comunidades eclesiales de África y Asia, en las que se trabajáis con ardor apostólico. La colaboración posible  entre todos los bautizados y la búsqueda de una mayor fidelidad al único Señor son directamente parte de la misión. El Señor apoyará vuestros esfuerzos en este sentido.


Queridos hermanos, ante vosotros está la tarea de continuar y desarrollar la obra inspirada por Dios a San Girolamo Emiliani, declarado por el  Papa Pio XI  Patrón universal de los huérfanos y de la juventud abandonada. Un renovado ardor misionero os empuje  a dedicaros al servicio del Reino de Dios a través de la educación de los jóvenes, para que crezcan fuertes en la fe, libres y responsables, valientes en el testimonio y generosos en el servicio. Os animo a proseguir con vuestro camino de secuela y celo apostólico, rico en numerosas obras y siempre abierto a nuevas expresiones, de acuerdo con las necesidades más urgentes de la Iglesia y de la sociedad en diferentes momentos y lugares. Fieles al carisma del Instituto y  unidos a los pastores, continuaréis  dando una contribución fecunda a la misión evangelizadora de la Iglesia. Pido al Espíritu Santo, con la intercesión maternal de la Virgen María,  que os ilumine en vuestros trabajos capitulares, y os imparto de corazòn la bendición apostólica.


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AL COMITÉ PERMANENTE PARA EL DIÁLOGO ENTRE EL PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO Y
LAS SUPERINTENDENCIAS IRAQUÍES:
CHÍITAS, SUNITAS, CRISTIANI, YAZIDÍS, SABEOS/MANDEOS


Salón Adyacende del Aula Pablo VI
Miércoles 29 de marzo de 2017


¡Buenos días! Os saludo cordialmente y os doy las gracias  por vuestra visita y por vuestra presencia. Para mí es un verdadero placer este encuentro de diálogo y de fraternidad. Todos somos hermanos, y donde  hay hermandad  hay paz. Somos hijos de Dios, todos . Y nosotros, como ha dicho  Su Eminencia [el cardenal Jean-Louis Tauran] tenemos un Padre común en la tierra, Abraham.  Y a partir de aquella primera "salida" de Abraham  hemos llegamos, hasta hoy, todos juntos. Somos hermanos y, como hermanos, todos diferentes y todos iguales, como los dedos de una mano:  cinco son los  dedos, todos  dedos, pero todos diferentes. Doy gracias a Dios, el Señor, que nos ha ayudado a estar reunidos  aquí.
El  diálogo entre vosotros,  vuestra visita es una verdadera riqueza de hermandad, y, por eso,  es un camino hacia la paz, de todos . La paz del corazón, la paz de las familias, la paz de los países, la paz en el mundo. Le pido a Dios Todopoderoso  que os bendiga a todos, y a vosotros os pido que, por favor, recéis por mí. Muchas gracias.


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A LA CONFERENCIA DE LA ONU PARA LA NEGOCIACIÓN
DE UN INSTRUMENTO JURÍDICAMENTE VINCULANTE
SOBRE LA PROHIBICIÓN LAS ARMAS NUCLEARES
QUE CONDUZCA A SU TOTAL ELIMINACIÓN


[Nueva York, 27-31 de marzo de 2017]


A la Excelentísima Señora Elayne Whyte Gómez
Presidenta de la Conferencia de las Naciones Unidas
para la negociación de un instrumento jurídicamente vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares
que conduzca a su total eliminación


La saludo cordialmente, señora Presidenta, así como a todos los representantes de las diferentes naciones, organizaciones internacionales y de la sociedad civil que participan en esta Conferencia. Deseo animarles a trabajar con determinación para promover las condiciones necesarias para un mundo sin armas nucleares.


El 25 de septiembre de 2015, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, señalé que el Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas indican como fundamentos de la construcción jurídica internacional: la paz, la solución pacífica de las controversias y el desarrollo de las relaciones amistosas entre las naciones. Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y potencialmente de toda la humanidad– son contradictorios con el espíritu de las Naciones Unidas. Por lo tanto, hay que comprometerse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, (cf. Discurso a los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 25 de septiembre de 2015).


Pero ¿por qué fijarse este objetivo difícil a largo plazo en el escenario internacional actual que se caracteriza por un clima inestable de conflicto, que es a la vez causa e indicación de las dificultades que encuentran para promover y fortalecer el proceso de desarme y de no proliferación nuclear?


Si se tienen en cuenta las principales amenazas a la paz y a la seguridad con sus múltiples dimensiones en este mundo multipolar del siglo xxi, tales como, por ejemplo, el terrorismo, los conflictos asimétricos, la seguridad informática, los problemas ambientales, la pobreza, surgen no pocas dudas acerca de la inadecuación de la disuasión nuclear para responder eficazmente a estos retos. Estas preocupaciones son aún más consistentes si tenemos en cuenta las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales derivadas de cualquier uso de las armas nucleares con devastadores efectos indiscriminados e incontrolables en el tiempo y el espacio. Un motivo similar de preocupación surge frente al derroche de recursos para la energía nuclear con fines militares que, en cambio, podrían ser utilizados para prioridades más significativas, tales como la promoción de la paz y el desarrollo humano integral, así como la lucha contra la pobreza y la aplicación de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.


También debemos preguntarnos cuánto sea sostenible un equilibrio basado en el miedo, cuando en realidad tiende a aumentarlo y a socavar las relaciones de confianza entre los pueblos. La paz y la estabilidad internacional no pueden basarse en una falsa sensación de seguridad, en la amenaza de la destrucción recíproca o de aniquilación total, en el simple mantenimiento de un equilibrio de poder. La paz debe construirse sobre la justicia, sobre el desarrollo humano integral, sobre el respeto de los derechos humanos fundamentales, sobre la custodia de la creación, sobre la participación de todos en la vida pública, sobre la confianza entre los pueblos, sobre la promoción de instituciones pacíficas, sobre el acceso a la educación y a la salud, sobre el diálogo y la solidaridad. En esta perspectiva, necesitamos ir más allá de la disuasión nuclear: la comunidad internacional está llamada a adoptar estrategias a largo plazo para promover el objetivo de la paz y de la estabilidad y evitar los enfoques miopes de problemas de seguridad nacional e internacional.


En este contexto, el objetivo último de la eliminación total de las armas nucleares se convierte tanto en un desafío como en un imperativo moral y humanitario. Un enfoque concreto debería promover una reflexión sobre una ética de la paz y de la seguridad cooperativa multilateral que vaya más allá del “miedo” y del “aislamiento” que prevalecen hoy en muchos debates. El logro de un mundo sin armas nucleares requiere un proceso a largo plazo, basado en el conocimiento de que “todo está conectado”, en una óptica de ecología integral (cf Laudato si’ 117, 138). El destino común de la humanidad requiere que se refuerce, con realismo, el diálogo y se construyan y consoliden mecanismos de confianza y cooperación, capaces de crear las condiciones para un mundo sin armas nucleares.


La creciente interdependencia y la globalización comporta que cualquier respuesta que demos a la amenaza de las armas nucleares, deba ser colectiva y concertada, basada en la confianza mutua. Este última se puede construir sólo a través de un diálogo que esté sinceramente orientado hacia el bien común y no hacia la protección de intereses encubiertos o particulares; este diálogo debe ser lo más inclusivo posible de todos: Estados nucleares, países que no poseen armas nucleares, sector militar y sector privado, comunidades religiosas, sociedad civil, organismos internacionales. En este esfuerzo, tenemos que evitar aquellas formas de recriminación mutua y de polarización que obstaculizan el diálogo en lugar de alentarlo.


La humanidad tiene la capacidad de trabajar junta para construir nuestra casa común; tenemos la libertad, la inteligencia y la capacidad de guiar y dirigir la tecnología, así como de limitar nuestro poder, y de ponerlos al servicio de otro tipo de progreso: más humano, más social y más integral, (cf Ibíd., 13, 78, 112; Mensaje a la XXII sesión de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (cop-22), 10 de noviembre, 2016).


Esta conferencia quiere negociar un tratado inspirado en argumentos éticos y morales. Es un ejercicio de esperanza y deseo que pueda representar también un paso decisivo en el camino hacia un mundo sin armas nucleares. Aunque se trate de un objetivo a largo plazo extremadamente complejo, no está fuera de nuestro alcance. Señora presidenta, le expreso mis mejores deseos para que los trabajos de esta Conferencia sean provechosos y aporten una contribución eficaz en el avance de esa ética de la paz y la seguridad cooperativa multilateral que hoy la humanidad necesita tanto. Sobre todos los participantes en esta importante reunión y todos los ciudadanos de los países que representan, invoco la bendición del Omnipotente.


Vaticano 23 de marzo 2017.


FRANCISCO


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A LOS JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DE LA UNIÓN EUROPEA
PRESENTES EN ITALIA PARA LA CELEBRACIÓN
DEL 60 ANIVERSARIO DEL TRATADO DE ROMA


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Regia
Viernes 24 de marzo de 2017


Distinguidos invitados


Les doy las gracias por su presencia aquí esta tarde, en la víspera del 60 aniversario de la firma de los Tratados constitutivos de la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Europea de la Energía Atómica. Quiero manifestarles el afecto de la Santa Sede hacia sus respectivos países y al conjunto de Europa, y a cuyos destinos, por disposición de la Providencia, se siente inseparablemente unida. Dirijo un especial agradecimiento al Honorable Paolo Gentiloni, Presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana, por las deferentes palabras que ha pronunciado en nombre de todos y por el trabajo que Italia ha realizado para organizar este encuentro; así como al Honorable Antonio Tajani, Presidente del Parlamento Europeo, que ha dado voz a las esperanzas de los pueblos de la Unión en este aniversario.


Volver a Roma sesenta años más tarde no puede ser sólo un viaje al pasado, sino más bien el deseo de redescubrir la memoria viva de ese evento para comprender su importancia en el presente. Es necesario conocer bien los desafíos de entonces para hacer frente a los de hoy y a los del futuro. Con sus narraciones, llenas de evocaciones, la Biblia nos ofrece un método pedagógico fundamental: la época en que vivimos no se puede entender sin el pasado, el cual no hay que considerarlo como un conjunto de sucesos lejanos, sino como la savia vital que irriga el presente. Sin esa conciencia la realidad pierde su unidad, la historia su hilo lógico y la humanidad pierde el sentido de sus actos y la dirección de su futuro.


El 25 de marzo de 1957 fue un día cargado de expectación y esperanzas, entusiasmos y emociones, y sólo un acontecimiento excepcional, por su alcance y sus consecuencias históricas, pudo hacer que fuera una fecha única en la historia. El recuerdo de ese día está unido a las esperanzas actuales y a las expectativas de los pueblos europeos que piden discernir el presente para continuar con renovado vigor y confianza el camino comenzado.


Eran muy conscientes de ello los Padres fundadores y los líderes que, poniendo su firma en los dos Tratados, dieron vida a aquella realidad política, económica, cultural, pero sobre todo humana, que hoy llamamos la Unión Europea. Por otro lado, como dijo el Ministro de Asuntos Exteriores belga Spaak, se trataba, «es cierto, del bienestar material de nuestros pueblos, de la expansión de nuestras economías, del progreso social, de posibilidades comerciales e industriales totalmente nuevas, pero sobre todo (...) [de] una concepción de la vida a medida del hombre, fraterna y justa»[1].


Después de los años oscuros y sangrientos de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de la época tuvieron fe en las posibilidades de un futuro mejor, «no pecaron de falta de audacia y no actuaron demasiado tarde. El recuerdo de las desgracias del pasado y de sus propias culpas parece que les ha inspirado y les ha dado el valor para olvidar viejos enfrentamientos y pensar y actuar de una manera totalmente nueva para lograr la más importante transformación [...] de Europa»[2].


Los Padres fundadores nos recuerdan que Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar. El origen de la idea de Europa es «la figura y la responsabilidad de la persona humana con su fermento de fraternidad evangélica, [...] con su deseo de verdad y de justicia que se ha aquilatado a través de una experiencia milenaria»[3]. Roma, con su vocación de universalidad[4], es el símbolo de esa experiencia y por eso fue elegida como el lugar de la firma de los Tratados, porque aquí –recordó el Ministro holandés de Asuntos Exteriores Luns– «se sentaron las bases políticas, jurídicas y sociales de nuestra civilización»[5].


Si estaba claro desde el principio que el corazón palpitante del proyecto político europeo sólo podía ser el hombre, también era evidente el peligro de que los Tratados quedaran en letra muerta. Había que llenarlos de espíritu que les diese vida. Y el primer elemento de la vitalidad europea es la solidaridad. «La Comunidad Económica Europea –declaró el Primer Ministro de Luxemburgo Bech– sólo vivirá y tendrá éxito si, durante su existencia, se mantendrá fiel al espíritu de solidaridad europea que la creó y si la voluntad común de la Europa en gestación es más fuerte que las voluntades nacionales»[6]. Ese espíritu es especialmente necesario ahora, para hacer frente a las fuerzas centrífugas, así como a la tentación de reducir los ideales fundacionales de la Unión a las exigencias productivas, económicas y financieras.


De la solidaridad nace la capacidad de abrirse a los demás. «Nuestros planes no son de tipo egoísta»[7], dijo el Canciller alemán Adenauer. «Sin duda, los países que se van a unir (...) no tienen intención de aislarse del resto del mundo y erigir a su alrededor barreras infranqueables»,[8] se hizo eco el Ministro de Asuntos Exteriores francés Pineau. En un mundo que conocía bien el drama de los muros y de las divisiones, se tenía muy clara la importancia de trabajar por una Europa unida y abierta, y de esforzarse todos juntos por eliminar esa barrera artificial que, desde el Mar Báltico hasta el Adriático, dividía el Continente. ¡Cuánto se ha luchado para derribar ese muro! Sin embargo, hoy se ha perdido la memoria de ese esfuerzo. Se ha perdido también la conciencia del drama de las familias separadas, de la pobreza y la miseria que provocó aquella división. Allí donde desde generaciones se aspiraba a ver caer los signos de una enemistad forzada, ahora se discute sobre cómo dejar fuera los «peligros» de nuestro tiempo: comenzando por la larga columna de mujeres, hombres y niños que huyen de la guerra y la pobreza, que sólo piden tener la posibilidad de un futuro para ellos y sus seres queridos.


En el vacío de memoria que caracteriza a nuestros días, a menudo se olvida también otra gran conquista fruto de la solidaridad sancionada el 25 de marzo de 1957: el tiempo de paz más largo de los últimos siglos. «Pueblos que a lo largo de los años se han encontrado con frecuencia en frentes opuestos, combatiendo unos contra otros, (...) ahora, sin embargo, están unidos por la riqueza de sus peculiaridades nacionales»[9]. La paz se construye siempre con la aportación libre y consciente de cada uno. Sin embargo, «para muchos la paz es de alguna manera un bien que se da por descontado»[10] y así no es difícil que se acabe por considerarla superflua. Por el contrario, la paz es un bien valioso y esencial, ya que sin ella no es posible construir un futuro para nadie, y se termine por «vivir al día».


La unidad de Europa es fruto, en efecto, de un proyecto claro, bien definido, debidamente ponderado, si bien al principio todavía muy incipiente. Todo buen proyecto mira hacia el futuro y el futuro son los jóvenes, llamados a hacer realidad las promesas del mañana[11]. Los Padres fundadores, por tanto, tenían clara la conciencia de formar parte de una empresa colectiva, que no sólo traspasaba las fronteras de los Estados, sino también las del tiempo, a fin de unir a las generaciones entre sí, todas igualmente partícipes en la construcción de la casa común.


Distinguidos invitados:


A los Padres de Europa he dedicado esta primera parte de mi intervención, para que nos dejemos interpelar por sus palabras, por la actualidad de su pensamiento, por el apasionado compromiso en favor del bien común que los ha caracterizado, por la convicción de formar parte de una obra más grande que sus propias personas y por la amplitud del ideal que los animaba. Su denominador común era el espíritu de servicio, unido a la pasión política, y a la conciencia de que «en el origen de la civilización europea se encuentra el cristianismo»[12], sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y justicia resultan incomprensibles. «Y todavía en nuestros días ―afirmaba san Juan Pablo II― el alma de Europa permanece unida porque, además de su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan»[13]. En nuestro mundo multicultural tales valores seguirán teniendo plena ciudadanía si saben mantener su nexo vital con la raíz que los engendró. En la fecundidad de tal nexo está la posibilidad de edificar sociedades auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y el no creyente. En los últimos sesenta años el mundo ha cambiado mucho. Si los Padres fundadores, que habían sobrevivido a un conflicto devastador, estaban animados por la esperanza de un futuro mejor y con una voluntad firme lo perseguían, para evitar que surgieran nuevos conflictos, nuestra época está más dominada por el concepto de crisis. Está la crisis económica, que ha marcado el último decenio, la crisis de la familia y de los modelos sociales consolidados, está la difundida «crisis de las instituciones» y la crisis de los emigrantes: tantas crisis, que esconden el miedo y la profunda desorientación del hombre contemporáneo, que exigen una nueva hermenéutica para el futuro. A pesar de todo, el término «crisis» no tiene por sí mismo una connotación negativa. No se refiere solamente a un mal momento que hay que superar. La palabra crisis tiene su origen en el verbo griego crino (κρίνω), que significa investigar, valorar, juzgar. Por esto, nuestro tiempo es un tiempo de discernimiento, que nos invita a valorar lo esencial y a construir sobre ello; es, por lo tanto, un tiempo de desafíos y de oportunidades.


Entonces, ¿cuál es la hermenéutica, la clave interpretativa con la que podemos leer las dificultades del momento presente y encontrar respuestas para el futuro? Evocar las ideas de los Padres sería en efecto estéril si no sirviera para indicarnos un camino, si no se convirtiera en estímulo para el futuro y en fuente de esperanza. Cada organismo que pierde el sentido de su camino, que pierde este mirar hacia delante, sufre primero una involución y al final corre el riesgo de morir. ¿Cuál es la herencia de los Padres fundadores? ¿Qué prospectivas nos indican para afrontar los desafíos que nos aguardan? ¿Qué esperanza para la Europa de hoy y de mañana?


La respuesta la encontramos precisamente en los pilares sobre los que ellos han querido edificar la Comunidad económica europea y que ya he mencionado: la centralidad del hombre, una solidaridad eficaz, la apertura al mundo, la búsqueda de la paz y el desarrollo, la apertura al futuro. A quien gobierna le corresponde discernir los caminos de la esperanza –este es su cometido: discernir los caminos de la esperanza–, identificar los procesos concretos para hacer que los pasos realizados hasta ahora no se dispersen, sino que aseguren un camino largo y fecundo.


Europa encuentra de nuevo esperanza cada vez que pone al hombre en el centro y en el corazón de las instituciones. Considero que esto implica la escucha atenta y confiada de las instancias que provienen tanto de los individuos como de la sociedad y de los pueblos que componen la Unión. Desgraciadamente, a menudo se tiene la sensación de que se está produciendo una «separación afectiva» entre los ciudadanos y las Instituciones europeas, con frecuencia percibidas como lejanas y no atentas a las distintas sensibilidades que constituyen la Unión. Afirmar la centralidad del hombre significa también encontrar el espíritu de familia, con el que cada uno contribuye libremente, según las propias capacidades y dones, a la casa común. Es oportuno tener presente que Europa es una familia de pueblos[14] y, como en toda buena familia, existen susceptibilidades diferentes, pero todos podrán crecer en la medida en que estén unidos. La Unión Europea nace como unidad de las diferencias y unidad en las diferencias. Por eso las peculiaridades no deben asustar, ni se puede pensar que la unidad se preserva con la uniformidad. Esa unidad es más bien la armonía de una comunidad. Los padres fundadores escogieron precisamente este término como punto central de las entidades que nacían de los Tratados, acentuando el hecho de que se ponían en común los recursos y los talentos de cada uno. Hoy la Unión Europea tiene necesidad de redescubrir el sentido de ser ante todo «comunidad» de personas y de pueblos, consciente de que «el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas»[15], y por lo tanto «hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos»[16]. Los Padres fundadores buscaban aquella armonía en la que el todo está en cada una de las partes, y las partes están ―cada una con su originalidad― en el todo.


Europa vuelve a encontrar esperanza en la solidaridad, que es también el antídoto más eficaz contra los modernos populismos. La solidaridad comporta la conciencia de formar parte de un solo cuerpo, y al mismo tiempo implica la capacidad que cada uno de los miembros tiene para «simpatizar» con el otro y con el todo. Si uno sufre, todos sufren (cf. 1 Co 12,26). Por eso, hoy también nosotros lloramos con el Reino Unido por las víctimas del atentado que ha golpeado en Londres hace dos días.  La solidaridad no es sólo un buen propósito: está compuesta de hechos y gestos concretos que acercan al prójimo, sea cual sea la condición en la que se encuentre. Los populismos, al contrario, florecen precisamente por el egoísmo, que nos encierra en un círculo estrecho y asfixiante y no nos permite superar la estrechez de los propios pensamientos ni «mirar más allá». Es necesario volver a pensar en modo europeo, para conjurar el peligro de una gris uniformidad o, lo que es lo mismo, el triunfo de los particularismos. A la política le corresponde esa leadership ideal, que evite usar las emociones para ganar el consenso, para elaborar en cambio, con espíritu de solidaridad y subsidiaridad, políticas que hagan crecer a toda la Unión en un desarrollo armónico, de modo que el que corre más deprisa tienda la mano al que va más despacio, y el que tiene dificultad se esfuerce para alcanzar al que está en cabeza.


Europa vuelve a encontrar esperanza cuando no se encierra en el miedo de las falsas seguridades. Por el contrario, su historia está fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos y culturas, y su identidad «es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural»[17]. En el mundo hay interés por el proyecto europeo. Así ha sido desde el primer momento, como demuestra la multitud que abarrotaba la plaza del Campidoglio y los mensajes de felicitación que llegaban de otros Estados. Aún más interés hay hoy, empezando por los Países que piden entrar a formar parte de la Unión, como también de los Estados que reciben las ayudas que, con gran generosidad, se les ofrecen para afrontar las consecuencias de la pobreza, de las enfermedades y las guerras. La apertura al mundo implica la capacidad de «diálogo como forma de encuentro»[18] a todos los niveles, comenzando por el que existe entre los Estados miembros y entre las Instituciones y los ciudadanos, hasta el que se tiene con los muchos inmigrantes que llegan a las costas de la Unión.  No se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos años como si fuera sólo un problema numérico, económico o de seguridad. La cuestión migratoria plantea una pregunta más profunda, que es sobre todo cultural. ¿Qué cultura propone la Europa de hoy? El miedo que se advierte encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de ideales. Sin una verdadera perspectiva de ideales, se acaba siendo dominado por el temor de que el otro nos cambie nuestras costumbres arraigadas, nos prive de las comodidades adquiridas, ponga de alguna manera en discusión un estilo de vida basado sólo con frecuencia en el bienestar material.  Por el contrario, la riqueza de Europa ha sido siempre su apertura espiritual y la capacidad de platearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de la existencia. La apertura hacia el sentido de lo eterno va unida también a una apertura positiva, aunque no exenta de tensiones y de errores, hacia el mundo. En cambio, parece como si el bienestar conseguido le hubiera recortado las alas, y le hubiera hecho bajar la mirada. Europa tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra la falta de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de extremismo. Estos son los ideales que han hecho a Europa, la «península de Asia» que de los Urales llega hasta el Atlántico.


Europa vuelve a encontrar esperanza cuando invierte en el desarrollo y en la paz. El desarrollo no es el resultado de un conjunto de técnicas productivas, sino que abarca a todo el ser humano: la dignidad de su trabajo, condiciones de vida adecuadas, la posibilidad de acceder a la enseñanza y a los necesarios cuidados médicos. «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz»[19], afirmaba Pablo VI, puesto que no existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno. No hay paz en las periferias de nuestras ciudades, donde abunda la droga y la violencia.


Europa vuelve a encontrar esperanza cuando se abre al futuro. Cuando se abre a los jóvenes, ofreciéndoles perspectivas serias de educación, posibilidades reales de inserción en el mundo del trabajo. Cuando invierte en la familia, que es la primera y fundamental célula de la sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de sus ciudadanos. Cuando garantiza la posibilidad de tener hijos, con la seguridad de poderlos mantener. Cuando defiende la vida con toda su sacralidad.


Distinguidos invitados:


Con el aumento general de la esperanza de vida, los sesenta años se consideran hoy como el tiempo de la plena madurez. Una edad crucial en la que estamos llamados de nuevo a revisarnos. También hoy, La Unión Europea está llamada a un replanteamiento, a curar los inevitables achaques que vienen con los años y a encontrar nuevas vías para continuar su propio camino. Sin embargo, a diferencia de un ser humano de sesenta años, la Unión Europea no tiene ante ella una inevitable vejez, sino la posibilidad de una nueva juventud. Su éxito dependerá de la voluntad de trabajar una vez más juntos y del deseo de apostar por el futuro. A vosotros, como líderes, os corresponde discernir el camino para un «nuevo humanismo europeo»[20], hecho de ideales y de concreción. Esto significa no tener miedo a tomar decisiones eficaces, para responder a los problemas reales de las personas y para resistir al paso del tiempo.


Por mi parte, renuevo la cercanía de la Santa Sede y de la Iglesia a Europa entera, a cuya edificación ha contribuido desde siempre y contribuirá siempre, invocando sobre ella la bendición del Señor, para que la proteja y le dé paz y progreso. Hago mías las palabras que Joseph Bech pronunció en el Campidoglio: Ceterum censeo Europam esse ædificandam, por lo demás, pienso que Europa merezca ser construida.


Gracias.


[1] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).


[2] Ibíd.


[3] A. De Gasperi, Nuestra patria Europa. Discurso a la Conferencia Parlamentaria Europea (21 abril 1954), en: Alcide De Gasperi e la politica internazionale, Cinque Lune, Roma 1990, vol. III, 437-440.


[4] Cf. P.H. Spaak, Discurso, cit.


[5] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).


[6] Ibíd.


[7] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).


[8] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).


[9] P.H. Spaak, Discurso, cit.




[11] Cf. P.H. Spaak, Discurso, cit.


[12] A. de Gasperi, La nostra patria Europa, cit.


[13] Acto Europeo en Santiago de Compostela (9 noviembre 1982): AAS 75/I (1983), 329.


[14] Cf. Discurso en el Parlamento Europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 1000.


[15] Exhort. Apost. Evangelii Gaudium, 235.




[17] Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno (6 mayo 2016): L’Osservatore Romano, 6-7 de mayo de 2016, p. 4.


[18] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 239.


[19] Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 87: AAS 59 (1967), 299.


[20] Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno (6 mayo 2016): L’Osservatore Romano, 6-7 de mayo de 2016, p. 5.
 

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A LOS PARTICIPANTES EN EL XXVIII CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO
ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA


Aula Pablo VI
Viernes 17 de marzo de 2017



Me alegra encontraros en  esta primera audiencia con vosotros después del Jubileo de la Misericordia con motivo  del curso anual sobre el Fuero Interno. Dirijo un cordial saludo al cardenal Penitenciario Mayor, y  agradezco sus amables palabras. Saludo al Regente, a los prelados, a los funcionarios y al personal de la Penitenciaría, a los Colegios de los  penitenciarios ordinarios y extraordinarios de las basílicas papales en Urbe, y  a todos los que participáis en este curso.

Os confieso, en realidad, que  éste de la Penitenciaría, es el tipo de Tribunal que  realmente me gusta.  Porque es  un "tribunal de la misericordia", al que uno se dirige para obtener esa  medicina indispensable para nuestra alma, que es la Misericordia divina.

 
Vuestro  curso sobre el fuero interno, que contribuye a la formación de buenos confesores, es absolutamente útil y yo diría incluso necesario en nuestros días. Por supuesto, no se hacen buenos confesores siguiendo un curso,no : la del confesionario es una "larga escuela ", que dura toda la vida. Pero, ¿quién es el "buen confesor"? ¿ Cómo se convierte uno  en  buen confesor?
Quisiera indicar a este propósito, tres aspectos.

 
1. El "buen confesor" es, ante todo, un verdadero amigo de Jesús, el Buen Pastor. Sin esta amistad, será muy difícil que madure esa  paternidad,  tan necesaria en el ministerio de la Reconciliación. Ser amigos de Jesús significa, sobre todo, cultivar la oración. Que sea  una oración personal con el Señor, pidiendo sin cesar el don de la caridad pastoral; que sea  una oración específica para el ejercicio de la tarea de confesores y por   los fieles hermanos y hermanas que se acercan a nosotros en busca de la misericordia de Dios.
 

Un ministerio de la Reconciliación "envuelto en oración" será un reflejo creíble de la misericordia de Dios y evitará esas asperezas e incomprensiones que, a veces,  se podrían generar también en el  encuentro sacramental.Un confesor que reza  sabe muy bien  que él mismo es el primer pecador y el primer perdonado.  No se puede perdonar en el Sacramento sin ser consciente de haber sido perdonado antes.Por lo tanto,  la oración es la primera garantía para evitar cualquier actitud de dureza, que juzga inútilmente al pecador y no al pecado.
En la oración es necesario implorar el don de un corazón herido, capaz de entender las heridas de los otros  y de curarlas con el aceite de la misericordia, aquel que  el Buen Samaritano derramó sobre las heridas de aquel desgraciado, de quien nadie tuvo piedad (cf. Lc 10,34).
 

En la oración debemos pedir el precioso don de la humildad, para que quede siempre claro que el perdón es un don gratuito y sobrenatural de Dios,  del que nosotros somos simples, aunque necesarios,  administradores  por  la  misma voluntad de Jesús; y Él se complacerá ciertamente si hacemos un uso extensivo de su misericordia.
 

En la oración, además, invoquemos siempre al Espíritu Santo,  que es Espíritu de discernimiento y compasión. El Espíritu nos permite identificarnos con el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas que se acercan al confesionario y acompañarlos con discernimiento prudente y maduro y con verdadera compasión en sus sufrimientos, causados por la pobreza del pecado.
 

2. El buen confesor es, en segundo lugar, un hombre del Espíritu, un hombre del  discernimiento. ¡Cuánto hace daño hace a la Iglesia la  falta de discernimiento! ¡Cuánto daño causa en las almas un actuar que no hunda sus raíces en la escucha  humilde del Espíritu Santo y de la voluntad de Dios!. El confesor no hace su propia voluntad y no enseña su propia doctrina. Está llamado a hacer siempre y sólo la voluntad de Dios, en plena comunión con la Iglesia, de la que es ministro, es decir servidor.
 

El discernimiento  permite distinguir siempre, para no confundirse, y para no meter nunca “todo en el mismo saco”. El discernimiento educa la mirada y el corazón,  y hace posible la delicadeza de ánimo tan necesaria frente al que nos abre el sagrario de su  propia conciencia para recibir  luz, paz y  misericordia.
 

El discernimiento también es necesario porque, quien se acerca al confesionario, puede venir de las situaciones más disparatadas; podría  tener también trastornos espirituales cuya naturaleza debe ser sometida a un cuidadoso discernimiento, teniendo en cuenta todas las circunstancias existenciales,  eclesiales, naturales y sobrenaturales. Cuando el confesor se dé cuenta  de la presencia de verdaderos trastornos espirituales - que también pueden ser en gran parte psicológicos, y esto debe apurarse mediante una sana colaboración con las ciencias humanas -, no dudará en referirse a aquellos que, en la diócesis están encargados de  este delicado y necesario ministerio, a saber los exorcistas. Pero éstos tienen que elegirse con sumo cuidado y mucha prudencia.


Por último, el confesionario es también un verdadero y propio lugar de evangelización. No hay, efectivamente, evangelización más auténtica  que el encuentro con el Dios de la misericordia, con el Dios que es Misericordia. Encontrar la misericordia significa encontrar  el verdadero rostro de Dios, así como el Señor Jesús nos lo ha revelado.


El confesionario es, pues,  lugar de evangelización y, por lo tanto, de formación. En el breve diálogo que teje con el penitente, aunque sea breve, el confesor está llamada a discernir lo que es más útil y lo que es incluso necesario para el camino espiritual de ese hermano o hermana.  A veces será necesario volver a anunciar las verdades más elementales de la fe, el núcleo incandescente, el kerygma, sin el cual la misma experiencia del amor de Dios y de su misericordia permanecería como  muda; a veces se tratará  de indicar los fundamentos de la vida moral, siempre en relación con la verdad, el bien y la voluntad del Señor. Se trata de una obra de discernimiento rápido e inteligente, que  puede hacer muy bien a los fieles.


El confesor, efectivamente, está llamado a ir todos los días  a las "periferias del mal y del pecado", --¡es una fea periferia¡- y su obra es una verdadera prioridad pastoral. Confesar es prioridad pastoral.Por favor, nada de carteles con: “Se confiesa solamente los lunes y miércoles de tal a tal hora”. Se confiesa cada vez que te lo piden. Y si tu estás ahí (en el confesionario) rezando, estás con el confesionario abierto, que es el corazón de Dios abierto.


Queridos hermanos, os bendigo y os deseo que seaís buenos confesores: inmersos en la relación con Cristo, capaces de discernimiento en el Espíritu Santo y dispuestos a aprovechar la oportunidad para evangelizar. Rezad siempre  por  los hermanos y hermanas que se acercan al sacramento del perdón. Y, por favor, rezad también por mí.


Y no quisiera acabar sin algo de lo que me he acordado cuando hablaba el Cardenal Prefecto. El ha hablado de las llaves y de la Virgen, y me ha gustado, y diré una cosa…dos cosas. A mí, cuando era joven, me hizo mucho  bien leer el libro de san Alfonso María de Ligorio sobre la Virgen: Las glorias de María. Al final de cada capítulo hay siempre un milagro de la Virgen a través del cual entraba en medio de la vida y arreglaba las cosas. Y lo segundo.Me han contado que en el Sur de Italia hay una leyenda, una tradición sobre la Virgen: la Virgen de las mandarinas. Es una tierra donde hay tantas mandarinas ¿verdad? Y dicen que sea la patrona de los ladrones (risas). Dicen que los ladrones van a rezar allí. Y la leyenda –así cuentan- es que cuando los ladrones que rezan a la Virgen de las mandarinas se mueren, forman una fila delante de Pedro, que tiene las llaves y abre y deja pasar a uno, después abre y deja pasar a otro. Y la Virgen cuando ve a uno de éstos, le hace una señal para que se esconda; y después cuando  han pasado todos, Pedro cierra y se hace de noche y la Virgen desde la ventana lo llama y lo hace entrar por la ventana. Es un relato popular, pero es muy bonito: perdonar con la Madre al lado. Porque esta mujer, este hombre que viene al confesionario, tiene una Madre en el cielo que le abrirá la puerta y lo ayudará en el momento de entrar en el cielo. Siempre la Virgen, porque la Virgen nos ayuda también a nosotros en el ejercicio de la misericordia. Doy las gracias al cardenal por estos dos signos: las llaves y la Virgen. Muchas gracias.


Os invito –es la hora- a rezar el ángelus juntos “Angelus Domini…”


(Bendición)


¡No digáis que los ladrones van al cielo! ¡No lo digáis! (risas)


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A LOS VOLUNTARIOS DE "TELÉFONO AMIGO ITALIA"


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 11 de marzo de 2017


Queridos hermanos y hermanas:
 

Me alegra recibiros con motivo de los 50 años de  actividad del Teléfono Amigo Italia y agradezco al Presidente  sus palabras de saludo.

Vuestra asociación se dedica  a sostener a los que atraviesan por situaciones de soledad, de desamparo y necesitan escucha, comprensión y ayuda  moral. Se trata de un servicio importante, especialmente en el contexto social actual, caracterizado por malestares de vario tipo originados ,a menudo, por el aislamiento y la falta de diálogo. Las grandes ciudades, no obstante estén  abarrotadas, son el emblema de un tipo de vida poco humano al  que  los individuos se están acostumbrando: la indiferencia generalizada, la comunicación cada vez más virtual y menos personal, la carencia de valores sólidos en los que basar la existencia, la cultura del tener y del aparentar. En este contexto, es indispensable fomentar el diálogo y la escucha.
 

El diálogo permite conocerse y entender las necesidades recíprocas. En primer lugar, es  muestra de gran respeto, ya que pone a las personas en actitud de apertura mutua, para percibir los aspectos mejores  del interlocutor. Además, el diálogo es  expresión de  caridad porque, sin ignorar las diferencias, puede contribuir a individuar  y a compartir caminos que apunten al  bien común. A través del diálogo podemos aprender a ver al otro no como una amenaza, sino como un don de Dios, que nos interpela y nos pide que lo reconozcamos. Dialogar ayuda a las personas a humanizar las relaciones y a superar las incomprensiones. Si hubiera más diálogo -¡ pero diálogo verdadero! - en las familias, en el lugar de trabajo, en la política, se resolverían más fácilmente tantas cuestiones. Cuando no hay dialógo, crecen los problemas, crecen los malentendidos y las divisiones.

 

Requisito del diálogo es la capacidad de escuchar, que por desgracia no es muy común. Escuchar al otro requiere paciencia y atención. Sólo quien sabe callar, sabe escuchar. No se puede escuchar hablando: boca cerrada. Escuchar a Dios, escuchar al hermano y a las hermanas que necesitan ayuda, escuchar a un amigo, a un pariente. Dios mismo es el mejor ejemplo de escucha: cada vez que rezamos Él nos escucha, sin pedir nada e incluso se adelanta y toma la iniciativa (. Cf. ibid, N. Evangelii gaudium, 24) para satisfacer nuestras peticiones de ayuda. La actitud de escucha, de la cual Dios es  modelo, nos insta a derribar los muros de la incomprensión, a crear puentes de comunicación, superando el aislamiento y el cierre en el pequeño propio mundo. Alguien decía: Para hacer paz, en el mundo, faltan orejas, falta gente que separa escuchar, y luego, de allí viene el diálogo.
 

Estimados amigos, a través del diálogo y de la escucha podemos contribuir a construir un mundo mejor, convirtiéndolo en un lugar de acogida y respeto, contrarrestando así las divisiones y los conflictos. Os animo a continuar con entusiasmo renovado vuestro valioso servicio a la sociedad para que nadie permanezca aislado, para que no se rompan los lazos de diálogo y nunca falte la escucha, que es la manifestación más simple de caridad hacia los hermanos.
 

Cuento con vuestras oraciones y os encomiendo, al mismo tiempo,  a la protección de la Virgen María, mujer del silencio y de la escucha, y  de todo  corazón os bendigo: a vosotros, a vuestros colaboradores y a todos con los que os “encontráis” –por teléfono- en vuestro trabajo diario. Gracias.


(Bendición)


¡Y rezad por mí!.


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CONCLUSIÓN DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
DEL SANTO PADRE Y DE LA CURIA ROMANA


AL PREDICADOR DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


Casa Divino Maestro, Ariccia
Viernes 10 de marzo de 2017


Quiero darte las gracias por el bien que nos ha querido hacer  y por el bien que nos  has hecho.

 
En primer lugar, por presentarte como eres, natural sin "cara de estampita”. Natural. Sin artificios. Con todo el bagaje de tu vida: los estudios, las publicaciones, los amigos, los padres, los frailes jóvenes que tu debes custodiar ... Todo, todo. Gracias por ser "normal".

 
Luego, en segundo lugar, quiero darte las gracias por el trabajo que has  hecho, por como te has preparado. Esto significa responsabilidad, tomarse las cosas en serio. Y gracias por todo lo que nos has dado. Es cierto: hay una montaña de cosas para meditar, pero san  Ignacio dice que cuando uno encuentra  en los Ejercicios algo que da consuelo o desconsuelo, debe detenerse allí y no seguir adelante. Seguramente cada uno de nosotros ha encontrado una o dos, entre todo esto. Y el resto no se desperdicia, permanece, servirá para otra vez. Y quizás las cosas más importantes, las  más fuertes, a algunos no le dicen nada, y tal vez una palabrita, una cosa [pequeña] les dice más ...  Como esa anécdota del gran predicador español,  al que, después de un gran sermón bien preparado,  se acercó un hombre -  gran pecador público - llorando, pidiendo la confesión; se confesó, una catarata de pecados y lágrimas, pecados y lágrimas. El confesor, sorprendido - porque conocía  la vida de este hombre - le preguntó: "Pero, dígame ¿en qué momento ha sentido que Dios le tocaba el corazón? ¿Con qué  palabra? ... "-" Cuando  usted dijo: Pasemos a otro tema ". [Se ríe, se rien] A veces, las palabras más simples son las que nos ayudan, o las más complicadas: a cada uno, el Señor le da la palabra [justa].

 
Te doy las gracias  por esto y te deseo que sigas trabajando para la Iglesia, en la Iglesia, en la exégesis, en tantas cosas que la Iglesia te confía. Pero, sobre todo, te deseo que seas un buen fraile.

 
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A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE MÚSICA SACRA

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 4 de marzo de 2017


Queridos hermanos y hermanas:


Tengo el placer de encontrarles a todos vosotros, reunidos en Roma procedentes de distintos países para participar en el Congreso sobre “Música e Iglesia: culto y cultura 50 años después de la Musicam sacram”, organizado por el Pontificio Consejo de la Cultura y de la Congregación para la Educación Católica, en colaboración con el Pontificio Instituto de Música Sacra y el Pontificio Instituto Litúrgico del Ateneo San Anselmo. Os saludo a todos cordialmente, empezando por el cardenal Gianfranco Ravasi, al que doy las gracias por su introducción. Deseo que la experiencia de encuentro y de diálogo vivida en estos días, en la reflexión común de la música sacra y particularmente sobre sus aspectos culturales y artísticos, resulte fructífera para las comunidades eclesiales.


Medio siglo después de la Instrucción Musicam sacram, el congreso ha querido profundizar, en una óptica interdisciplinar y ecuménica, la relación actual entre la música sacra y la cultura contemporánea, entre el repertorio musical adoptado y usado por la comunidad cristiana y las tendencias musicales prevalentes. De gran importancia ha sido también la reflexión sobre la formación estética y musical tanto del clero y de los religiosos como de los laicos comprometidos en la vida pastoral, y más directamente en las scholae cantorum.


El primer documento emanado del Concilio Vaticano II fue precisamente la Constitución sobre la liturgia Sacrosanctum Concilium. Los Padres Conciliares advertían bien la dificultad de los fieles para participar en la liturgia de la que ya no comprendían plenamente el lenguaje, las palabras y los signos. Para concretar las líneas fundamentales trazadas por la Constitución, fueron emanadas las Instrucciones, entre las cuales, precisamente, la de la música sacra. Desde entonces, aunque no se han producido nuevos documentos del Magisterio sobre el argumento, ha habido varias y significativas intervenciones pontificias que han orientado la reflexión y el compromiso pastoral. Todavía es de gran actualidad la premisa de la mencionada Instrucción: «La acción litúrgica adquiere una forma más noble cuando se realiza con canto: cada uno de los ministros desempeña su función propia y el pueblo participa en ella. De esta manera, la oración adopta una expresión más penetrante; el misterio de la sagrada liturgia y su carácter jerárquico y comunitario se manifiestan más claramente; mediante la unión de las voces, se llega a una más profunda unión de corazones; desde la belleza de lo sagrado, el espíritu se eleva más fácilmente a lo invisible; en fin, toda la celebración prefigura con más claridad la liturgia santa de la nueva Jerusalén» (n. 5).


El Documento, siguiendo las indicaciones conciliares, evidencia más veces la importancia de la participación de toda la asamblea de los fieles, definitiva «activa, consciente, plena», y subraya también muy claramente que la «la verdadera solemnidad de la acción litúrgica no depende tanto de una forma rebuscada de canto o de un desarrollo magnífico de ceremonias, cuanto de aquella celebración digna y religiosa» (n. 11). Se trata, por eso en primer lugar, de participar intensamente en el Misterio de Dios, en la “teofanía” que se cumple en cada celebración eucarística, en la que el Señor se hace presente en medio de su pueblo, llamado a participar realmente en la salvación realizada por Cristo muerto y resucitado. La participación activa y consciente consiste, por tanto, en el saber entrar profundamente en tal misterio, en el saberlo contemplar, adorar y acoger, en el percibir el sentido, gracias en particular al religioso silencio y a la «musicalidad del lenguaje con la que el Señor nos habla» (Homilía en Santa Marta, 12 de diciembre 2013). En esta perspectiva se mueve la reflexión sobre la renovación de la música sacra y sobre su preciosa aportación.


Al respecto, emerge una doble misión que la Iglesia está llamada a perseguir, especialmente a través de los que de distinta forma trabajan en este sector. Se trata, por una parte, de proteger y valorar el rico y variado patrimonio heredado del pasado, utilizándolo con equilibrio en el presente y evitando el riesgo de una visión nostálgico o “arqueológica”. Por otro lado, es necesario hacer que la música sacra y el canto litúrgico sean plenamente “inculturados” en los lenguajes artísticos y musicales de la actualidad; sepan encarnar y traducir la Palabra de Dios en cantos, sonidos, armonías que hagan vibrar el corazón de nuestros contemporáneos, creando también un oportuno clima emotivo, que disponga a la fe y suscite la acogida a la plena participación al misterio que se celebra.


Ciertamente el encuentro con la modernidad y la introducción de las lenguas habladas en la Liturgia ha provocado muchos problemas: de lenguaje, de formas y de géneros musicales. A veces ha prevalecido una cierta mediocridad, superficialidad y banalidad, a expensas de la belleza e intensidad de las celebraciones litúrgicas. Por esto los varios protagonistas de este ámbito, músicos y compositores, directores y coristas de scholae cantorum, animadores de la liturgia, pueden dar una preciosa contribución a la renovación, sobre todo cualitativa, de la música sacra y del canto litúrgico. Para favorecer este recorrido, es necesario promover una formación musical adecuada, también en los que se preparan para convertirse en sacerdotes, en el diálogo con las corrientes musicales de nuestro tiempo, con las instancias de las diferentes áreas culturales, y en actitud ecuménica.


Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias una vez más por vuestro compromiso en el ámbito de la música sacra. Os acompañe la Virgen María, que en el Magnificat cantó la santidad misericordiosa de Dios. Os animo a no perder de vista este objetivo importante: ayudar a la asamblea litúrgica y el Pueblo de Dios a percibir y participar, con todos los sentidos, físicos y espirituales, al misterio de Dios. La música sacra y el canto litúrgico tienen la tarea de donarse en el sentido de la gloria de Dios, de su belleza, de su santidad que nos envuelve como una “nube luminosa”.


Os pido por favor que recéis por mí y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.


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