DISCURSOS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
MARZO 2017
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO PROMOVIDO POR EL
PONTIFICIO COMITÉ DE CIENCIAS HISTÓRICAS SOBRE EL TEMA
"LUTERO 500 AÑOS DESPUÉS. UNA RELECTURA DE LA REFORMA
LUTERANA EN SU CONTEXTO HISTÓRICO Y ECLESIAL"
 
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A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA ORDEN DE LOS CLÉRIGOS REGULARES DE LA SOMASCA
 
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AL COMITÉ PERMANENTE PARA EL DIÁLOGO ENTRE EL PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO Y
LAS SUPERINTENDENCIAS IRAQUÍES:
CHÍITAS, SUNITAS, CRISTIANI, YAZIDÍS, SABEOS/MANDEOS
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A LA CONFERENCIA DE LA ONU PARA LA NEGOCIACIÓN
DE UN INSTRUMENTO JURÍDICAMENTE VINCULANTE
SOBRE LA PROHIBICIÓN LAS ARMAS NUCLEARES
QUE CONDUZCA A SU TOTAL ELIMINACIÓN
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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A LOS JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DE LA UNIÓN EUROPEA
PRESENTES EN ITALIA PARA LA CELEBRACIÓN
DEL 60 ANIVERSARIO DEL TRATADO DE ROMA
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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A LOS PARTICIPANTES EN EL XXVIII CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO
ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA
 
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MARZO 2017
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO PROMOVIDO POR EL
PONTIFICIO COMITÉ DE CIENCIAS HISTÓRICAS SOBRE EL TEMA
"LUTERO 500 AÑOS DESPUÉS. UNA RELECTURA DE LA REFORMA
LUTERANA EN SU CONTEXTO HISTÓRICO Y ECLESIAL"
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 31 de marzo de 2017
Viernes 31 de marzo de 2017
Queridos hermanos:
Gentiles Señores y Señoras:
Os recibo con placer y os saludo cordialmente. Agradezco al Padre 
Bernard Ardura  las palabras, con  las cuales ha  resumido el 
significado de este congreso sobre Lutero y su reforma.
Confieso que el primer sentimiento que experimento frente a  esta loable
 iniciativa del Comité Pontificio de Ciencias Históricas es un 
sentimiento de gratitud a Dios, acompañado de un cierto asombro
 ante la idea de que no hace mucho tiempo un congreso  de este tipo 
habría sido del todo impensable. Hablar de Lutero, protestantes y 
católicos juntos, por iniciativa de un organismo de la Santa Sede: 
realmente sentimos, de primera mano, los frutos del Espíritu Santo, que 
supera todas las barreras y transforma los conflictos en oportunidades 
para el crecimiento en la comunión. Del conflicto a la comunión 
es, efectivamente,  el título del documento de la Comisión 
Luterana-Católica romana, en vista de la conmemoración común del quinto 
centenario de la Reforma de Lutero.
 
Me alegré al saber que esta conmemoración ha ofrecido a los estudiosos de diversas instituciones la oportunidad de observar juntos 
 aquellos hechos.  Los análisis serios sobre  la figura de Lutero y su 
crítica contra la Iglesia de su tiempo y del papado contribuyen 
indudablemente a superar ese clima de desconfianza mutua y de rivalidad 
que durante demasiado tiempo caracterizó en el pasado las relaciones 
entre católicos y protestantes. El estudio cuidadoso y riguroso, libre 
de prejuicios y polémicas ideológicas, permite a las  Iglesias, hoy en 
diálogo, discernir y asumir  aquello que de positivo y legítimo había en
 la Reforma, y distanciarse de los errores, las exageraciones y los 
fracasos, reconociendo la pecados que llevaron a la división.
 
Todos somos conscientes de que el pasado no se puede cambiar. Sin 
embargo, hoy, después de cincuenta años de diálogo ecuménico entre 
católicos y protestantes, es posible hacer una purificación de la 
memoria, que no consiste en realizar una corrección inactuable  de lo 
que ocurrió hace quinientos años, sino en "contar esta historia de una 
manera diferente" (COMISIÓN LUTERANA-CATÓLICA ROMANA PARA LA UNIDAD, Del conflicto a la comunión,
 17 de junio, 2013, 16), sin rastro alguno de aquel rencor por las 
heridas ocasionadas que distorsiona la visión que tenemos los unos de 
los otros. Hoy, como cristianos, todos estamos llamados a liberarnos de 
los prejuicios hacia  la fe que otros  profesan con un acento y un 
lenguaje diferente, a intercambiarnos  mutuamente el perdón por los 
pecados cometidos por nuestros padres y a invocar juntos  de Dios  el 
don de la reconciliación y de la unidad.
 
Mientras acompaño con la oración vuestro valioso trabajo de 
investigación histórica, invoco sobre todos vosotros la bendición de 
Dios Todopoderoso y Misericordioso. Y os pido , por favor, que recéis  
por mí. ¡Que Dios nos bendiga a todos!. Gracias.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA ORDEN DE LOS CLÉRIGOS REGULARES DE LA SOMASCA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Concistoro
Jueves 30 de marzo de 2017
Jueves 30 de marzo de 2017
Queridos hermanos,
 
 
Me complace daos la bienvenida y os saludo cordialmente, empezando por 
el Superior General, a quien agradezco sus palabras. El tema que habéis 
elegido para vuestro Capítulo General: "Pasemos a la otra orilla junto con nuestros hermanos con los que queremos vivir y morir” , está inspirado en las palabras de Jesús (cf. Lc
 8,22) y se refiere a un pasaje crucial de la historia de vuestra 
institución  para comprender su valor profético. Efectivamente, a partir
 de 1921, un pequeño grupo de Somascos dejó las costas europeas para 
desembarcar en las riberas  lejanas del continente americano. Fue una 
apertura misionera decisiva, que dio  un nuevo impulso y amplias 
perspectivas apostólicas a vuestra familia religiosa.
 
 
Ahora os proponéis  redescubrir las motivaciones ideales de aquel 
empuje  evangelizador para actuarlas en el  hoy en la Iglesia y en la 
sociedad, fieles al carisma de vuestro fundador y teniendo en cuenta los
 cambios de las condiciones sociales y culturales. En este 
discernimiento os sostienen los frutos espirituales del Jubileo  somasco
 2011-2012 que han hecho y todavía hacen tanto bien a vuestras 
comunidades. En aquella circunstancia significativa, en la que  
conmemorasteis con gratitud el quinto centenario de la fundación de 
vuestra Orden, mi predecesor Benedicto XVI os envío un mensaje en el que
 os instaba a seguir el ejemplo luminoso de San Girolamo Emiliani, 
preocupándoos por  “cada una de las  pobrezas de nuestra juventud, 
morales, físicas, existenciales, y sobre todo la pobreza de amor,  raíz 
de todos los problemas humanos "(20 de julio de 2011).
El ideal que movió a  Girolamo Emiliani fue la reforma de la Iglesia a 
través de las obras de caridad. Su proyecto era el  de reformarse 
primero  a sí mismo en la fidelidad al Evangelio, después a  la 
comunidad cristiana y a la sociedad civil, que no pueden ignorar  a los 
pequeños y a los marginados, sino socorrerlos y  promover su desarrollo 
humano integral. También yo os animo a  permanecer fieles a la 
inspiración original y a que os pongáis “en  salida" para ir  hacia la 
humanidad herida y descartada,  con opciones evangélicamente eficaces 
que surgen de la capacidad de ver el mundo y la humanidad con los ojos 
de Cristo. El rasgo característico de vuestra vocación es ,ante todo, el
 cuidado de los últimos, especialmente los huérfanos y jóvenes 
abandonados,  según el método educativo de vuestros fundador, 
fuertemente centrado en la persona,  en su dignidad, en el desarrollo de
 sus capacidades intelectuales y manuales . Y hablando de huérfanos, hay
 nuevos “medio huérfanos”: esos emigrantes, chicos, niños, que vienen 
solos a nuestras tierras y necesitan encontrar paternidad y maternidad. 
Me gustaría hacer hincapié en esto: en los barcos muchos vienen solos y 
eso es lo que necesitan. Esto y otras cosas son tarea vuestra.
 
 
Para que vuestro servicio al Evangelio se adhiera más  a las 
situaciones  concretas de la  vida de las personas, estáis elaborando 
nuevos métodos de cumplir vuestra misión. En particular, a partir de la 
realidad actual de vuestra Orden, os enfrentáis  a la cuestión de su 
fisonomía internacional e intercultural en relación con el servicio a 
los pobres y a los últimos. Os animo a prestar atención a las diferentes
 formas de marginalidad en las periferias geográficas y existenciales. 
No tengáis miedo de "dejar los odres viejos", afrontando  la 
transformación de las estructuras cuando sea  útil para un servicio más 
evangélico y en consonancia con el carisma original. Las estructuras, en
 algunos casos, dan una falsa protección  y obstaculizan el dinamismo de
 la caridad y del servicio al  Reino de Dios.Quisiera reiterarlo: Las 
estructuras, en algunos casos, dan una falsa protección  y obstaculizan 
el dinamismo de la caridad y del servicio al Reino de Dios. Pero 
detrás de estos procesos siempre está la experiencia de un encuentro 
gozoso con Cristo y de  la consagración a su persona,  está  la 
exigencia gozosa de  la primacía de Dios y de no anteponerle nada así 
como a  las "cosas" del Espíritu, está el don de manifestar su 
misericordia y su ternura en la vida fraternal  y en la misión .
 
 
Para ofrecer un servicio adecuado en el campo del malestar infantil y 
juvenil,  tenéis la oportunidad de involucrar a los laicos somascos, de 
cara a un compromiso más consistente en el ámbito  social del carisma. 
Los derechos humanos, la protección de los menores, los derechos de la 
infancia y de la adolescencia, la protección del trabajo infantil, la 
prevención de la explotación y de la trata de personas,  son temas que 
deben ser abordados a través de la fuerza liberadora del Evangelio y, al
 mismo tiempo, con adecuadas herramientas operativas y competencias 
profesionales.
 
 
San Girolamo Emiliani, un contemporáneo de Lutero, vivió con  
sufrimiento la laceración de la unidad católica; cultivó  y promovió en 
Italia la reforma de la Iglesia, "sua ardentissima sete", con las
 obras de caridad, la obediencia a los pastores, la contemplación del 
Crucificado y de su misericordia, la enseñanza del catecismo, la 
fidelidad a los sacramentos, el culto de la Eucaristía, el amor a la 
Virgen María.  ¡Que su ejemplo y su intercesión os empujen  a consagrar 
vuestras fuerzas al anuncio  de la salvación en Cristo, para que pueda 
llegar a las personas y a las comunidades de las naciones donde estáis 
presentes y a sus tradiciones!; así  progresa  la inculturación, 
condición necesaria para el enraizamiento de la Iglesia en el mundo. En 
particular, os animo a continuar vuestra labor de formación de 
catequistas, de animadores laicos y del clero. Uno de los peligros más 
graves, más fuertes hoy en la Iglesia es el clericalismo. Trabajad con 
los laicos, que sean ellos los que lleven adelante, que tengan el valor 
de ir adelante, y vosotros sostenedlos y ayudadlos como sacerdotes, como
 religiosos. Este es un servicio muy valioso para las Iglesias locales, 
en comunión con los Pastores y en unión con toda la Iglesia y su 
tradición viviente.
También el diálogo ecuménico merece vuestra contribución. El camino 
hacia la unidad plena es largo, requiere la escucha paciente de lo que 
el Espíritu dice a las Iglesias, y  hoy en particular, a las comunidades
 eclesiales de África y Asia, en las que se trabajáis con ardor 
apostólico. La colaboración posible  entre todos los bautizados y la 
búsqueda de una mayor fidelidad al único Señor son directamente parte de
 la misión. El Señor apoyará vuestros esfuerzos en este sentido.
Queridos hermanos, ante vosotros está la tarea de continuar y 
desarrollar la obra inspirada por Dios a San Girolamo Emiliani, 
declarado por el  Papa Pio XI  Patrón universal de los huérfanos y de la juventud abandonada.
 Un renovado ardor misionero os empuje  a dedicaros al servicio del 
Reino de Dios a través de la educación de los jóvenes, para que crezcan 
fuertes en la fe, libres y responsables, valientes en el testimonio y 
generosos en el servicio. Os animo a proseguir con vuestro camino de 
secuela y celo apostólico, rico en numerosas obras y siempre abierto a 
nuevas expresiones, de acuerdo con las necesidades más urgentes de la 
Iglesia y de la sociedad en diferentes momentos y lugares. Fieles al 
carisma del Instituto y  unidos a los pastores, continuaréis  dando una 
contribución fecunda a la misión evangelizadora de la Iglesia. Pido al 
Espíritu Santo, con la intercesión maternal de la Virgen María,  que os 
ilumine en vuestros trabajos capitulares, y os imparto de corazòn la 
bendición apostólica.
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AL COMITÉ PERMANENTE PARA EL DIÁLOGO ENTRE EL PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO Y
LAS SUPERINTENDENCIAS IRAQUÍES:
CHÍITAS, SUNITAS, CRISTIANI, YAZIDÍS, SABEOS/MANDEOS
Salón Adyacende del Aula Pablo VI
Miércoles 29 de marzo de 2017
Miércoles 29 de marzo de 2017
¡Buenos días! Os saludo cordialmente y os doy las gracias  por 
vuestra visita y por vuestra presencia. Para mí es un verdadero placer 
este encuentro de diálogo y de fraternidad. Todos somos hermanos, y 
donde  hay hermandad  hay paz. Somos hijos de Dios, todos . Y nosotros, 
como ha dicho  Su Eminencia [el cardenal Jean-Louis Tauran] tenemos un 
Padre común en la tierra, Abraham.  Y a partir de aquella primera 
"salida" de Abraham  hemos llegamos, hasta hoy, todos juntos. Somos 
hermanos y, como hermanos, todos diferentes y todos iguales, como los 
dedos de una mano:  cinco son los  dedos, todos  dedos, pero todos 
diferentes. Doy gracias a Dios, el Señor, que nos ha ayudado a estar 
reunidos  aquí. 
El  diálogo entre vosotros,  vuestra visita es una verdadera riqueza 
de hermandad, y, por eso,  es un camino hacia la paz, de todos . La paz 
del corazón, la paz de las familias, la paz de los países, la paz en el 
mundo. Le pido a Dios Todopoderoso  que os bendiga a todos, y a vosotros
 os pido que, por favor, recéis por mí. Muchas gracias.
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A LA CONFERENCIA DE LA ONU PARA LA NEGOCIACIÓN
DE UN INSTRUMENTO JURÍDICAMENTE VINCULANTE
SOBRE LA PROHIBICIÓN LAS ARMAS NUCLEARES
QUE CONDUZCA A SU TOTAL ELIMINACIÓN
[Nueva York, 27-31 de marzo de 2017]
A la Excelentísima Señora Elayne Whyte Gómez 
Presidenta de la Conferencia de las Naciones Unidas
para la negociación de un instrumento jurídicamente vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares
que conduzca a su total eliminación
Presidenta de la Conferencia de las Naciones Unidas
para la negociación de un instrumento jurídicamente vinculante sobre la prohibición de las armas nucleares
que conduzca a su total eliminación
La saludo cordialmente, señora Presidenta, así como a todos los 
representantes de las diferentes naciones, organizaciones 
internacionales y de la sociedad civil que participan en esta 
Conferencia. Deseo animarles a trabajar con determinación para promover 
las condiciones necesarias para un mundo sin armas nucleares.
El 25 de septiembre de 2015, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas,
 señalé que el Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las 
Naciones Unidas indican como fundamentos de la construcción jurídica 
internacional: la paz, la solución pacífica de las controversias y el 
desarrollo de las relaciones amistosas entre las naciones. Una ética y 
un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y potencialmente 
de toda la humanidad– son contradictorios con el espíritu de las 
Naciones Unidas. Por lo tanto, hay que comprometerse por un mundo sin 
armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en
 la letra y en el espíritu, (cf.  Discurso a los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 25 de septiembre de 2015).
Pero ¿por qué fijarse este objetivo difícil a largo plazo en el 
escenario internacional actual que se caracteriza por un clima inestable
 de conflicto, que es a la vez causa e indicación de las dificultades 
que encuentran para promover y fortalecer el proceso de desarme y de no 
proliferación nuclear?
Si se tienen en cuenta las principales amenazas a la paz y a la 
seguridad con sus múltiples dimensiones en este mundo multipolar del 
siglo xxi, tales como, por ejemplo, el terrorismo, los conflictos 
asimétricos, la seguridad informática, los problemas ambientales, la 
pobreza, surgen no pocas dudas acerca de la inadecuación de la disuasión
 nuclear para responder eficazmente a estos retos. Estas preocupaciones 
son aún más consistentes si tenemos en cuenta las catastróficas 
consecuencias humanitarias y ambientales derivadas de cualquier uso de 
las armas nucleares con devastadores efectos indiscriminados e 
incontrolables en el tiempo y el espacio. Un motivo similar de 
preocupación surge frente al derroche de recursos para la energía 
nuclear con fines militares que, en cambio, podrían ser utilizados para 
prioridades más significativas, tales como la promoción de la paz y el 
desarrollo humano integral, así como la lucha contra la pobreza y la 
aplicación de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible.
También debemos preguntarnos cuánto sea sostenible un equilibrio 
basado en el miedo, cuando en realidad tiende a aumentarlo y a socavar 
las relaciones de confianza entre los pueblos. La paz y la estabilidad 
internacional no pueden basarse en una falsa sensación de seguridad, en 
la amenaza de la destrucción recíproca o de aniquilación total, en el 
simple mantenimiento de un equilibrio de poder. La paz debe construirse 
sobre la justicia, sobre el desarrollo humano integral, sobre el respeto
 de los derechos humanos fundamentales, sobre la custodia de la 
creación, sobre la participación de todos en la vida pública, sobre la 
confianza entre los pueblos, sobre la promoción de instituciones 
pacíficas, sobre el acceso a la educación y a la salud, sobre el diálogo
 y la solidaridad. En esta perspectiva, necesitamos ir más allá de la 
disuasión nuclear: la comunidad internacional está llamada a adoptar 
estrategias a largo plazo para promover el objetivo de la paz y de la 
estabilidad y evitar los enfoques miopes de problemas de seguridad 
nacional e internacional.
En este contexto, el objetivo último de la eliminación total de las 
armas nucleares se convierte tanto en un desafío como en un imperativo 
moral y humanitario. Un enfoque concreto debería promover una reflexión 
sobre una ética de la paz y de la seguridad cooperativa multilateral que
 vaya más allá del “miedo” y del “aislamiento” que prevalecen hoy en 
muchos debates. El logro de un mundo sin armas nucleares requiere un 
proceso a largo plazo, basado en el conocimiento de que “todo está 
conectado”, en una óptica de ecología integral (cf Laudato si’ 117, 138).
 El destino común de la humanidad requiere que se refuerce, con 
realismo, el diálogo y se construyan y consoliden mecanismos de 
confianza y cooperación, capaces de crear las condiciones para un mundo 
sin armas nucleares.
La creciente interdependencia y la globalización comporta que 
cualquier respuesta que demos a la amenaza de las armas nucleares, deba 
ser colectiva y concertada, basada en la confianza mutua. Este última se
 puede construir sólo a través de un diálogo que esté sinceramente 
orientado hacia el bien común y no hacia la protección de intereses 
encubiertos o particulares; este diálogo debe ser lo más inclusivo 
posible de todos: Estados nucleares, países que no poseen armas 
nucleares, sector militar y sector privado, comunidades religiosas, 
sociedad civil, organismos internacionales. En este esfuerzo, tenemos 
que evitar aquellas formas de recriminación mutua y de polarización que 
obstaculizan el diálogo en lugar de alentarlo. 
La humanidad tiene la capacidad de trabajar junta para construir 
nuestra casa común; tenemos la libertad, la inteligencia y la capacidad 
de guiar y dirigir la tecnología, así como de limitar nuestro poder, y 
de ponerlos al servicio de otro tipo de progreso: más humano, más social
 y más integral, (cf Ibíd., 13, 78, 112; Mensaje a la XXII sesión de la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el cambio climático (cop-22), 10 de noviembre, 2016).
Esta conferencia quiere negociar un tratado inspirado en argumentos 
éticos y morales. Es un ejercicio de esperanza y deseo que pueda 
representar también un paso decisivo en el camino hacia un mundo sin 
armas nucleares. Aunque se trate de un objetivo a largo plazo 
extremadamente complejo, no está fuera de nuestro alcance. Señora 
presidenta, le expreso mis mejores deseos para que los trabajos de esta 
Conferencia sean provechosos y aporten una contribución eficaz en el 
avance de esa ética de la paz y la seguridad cooperativa multilateral 
que hoy la humanidad necesita tanto. Sobre todos los participantes en 
esta importante reunión y todos los ciudadanos de los países que 
representan, invoco la bendición del Omnipotente.
Vaticano 23 de marzo 2017. 
FRANCISCO
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A LOS JEFES DE ESTADO Y DE GOBIERNO DE LA UNIÓN EUROPEA
PRESENTES EN ITALIA PARA LA CELEBRACIÓN
DEL 60 ANIVERSARIO DEL TRATADO DE ROMA
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Regia
Viernes 24 de marzo de 2017
Viernes 24 de marzo de 2017
Distinguidos invitados
Les doy las gracias por su presencia aquí esta tarde, en la víspera 
del 60 aniversario de la firma de los Tratados constitutivos de la 
Comunidad Económica Europea y la Comunidad Europea de la Energía 
Atómica. Quiero manifestarles el afecto de la Santa Sede hacia sus 
respectivos países y al conjunto de Europa, y a cuyos destinos, por 
disposición de la Providencia, se siente inseparablemente unida. Dirijo 
un especial agradecimiento al Honorable Paolo Gentiloni, Presidente del 
Consejo de Ministros de la República Italiana, por las deferentes 
palabras que ha pronunciado en nombre de todos y por el trabajo que 
Italia ha realizado para organizar este encuentro; así como al Honorable
 Antonio Tajani, Presidente del Parlamento Europeo, que ha dado voz a 
las esperanzas de los pueblos de la Unión en este aniversario.
Volver a Roma sesenta años más tarde no puede ser sólo un viaje al 
pasado, sino más bien el deseo de redescubrir la memoria viva de ese 
evento para comprender su importancia en el presente. Es necesario 
conocer bien los desafíos de entonces para hacer frente a los de hoy y a
 los del futuro. Con sus narraciones, llenas de evocaciones, la Biblia 
nos ofrece un método pedagógico fundamental: la época en que vivimos no 
se puede entender sin el pasado, el cual no hay que considerarlo como un
 conjunto de sucesos lejanos, sino como la savia vital que irriga el 
presente. Sin esa conciencia la realidad pierde su unidad, la historia 
su hilo lógico y la humanidad pierde el sentido de sus actos y la 
dirección de su futuro.
El 25 de marzo de 1957 fue un día cargado de expectación y 
esperanzas, entusiasmos y emociones, y sólo un acontecimiento 
excepcional, por su alcance y sus consecuencias históricas, pudo hacer 
que fuera una fecha única en la historia. El recuerdo de ese día está 
unido a las esperanzas actuales y a las expectativas de los pueblos 
europeos que piden discernir el presente para continuar con renovado 
vigor y confianza el camino comenzado.
Eran muy conscientes de ello los Padres fundadores y los líderes que,
 poniendo su firma en los dos Tratados, dieron vida a aquella realidad 
política, económica, cultural, pero sobre todo humana, que hoy llamamos 
la Unión Europea. Por otro lado, como dijo el Ministro de Asuntos 
Exteriores belga Spaak, se trataba, «es cierto, del bienestar material 
de nuestros pueblos, de la expansión de nuestras economías, del progreso
 social, de posibilidades comerciales e industriales totalmente nuevas, 
pero sobre todo (...) [de] una concepción de la vida a medida del 
hombre, fraterna y justa»[1].
Después de los años oscuros y sangrientos de la Segunda Guerra 
Mundial, los líderes de la época tuvieron fe en las posibilidades de un 
futuro mejor, «no pecaron de falta de audacia y no actuaron demasiado 
tarde. El recuerdo de las desgracias del pasado y de sus propias culpas 
parece que les ha inspirado y les ha dado el valor para olvidar viejos 
enfrentamientos y pensar y actuar de una manera totalmente nueva para 
lograr la más importante transformación [...] de Europa»[2].
Los Padres fundadores nos recuerdan que Europa no es un conjunto de 
normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que 
seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su 
dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de 
derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar. El origen 
de la idea de Europa es «la figura y la responsabilidad de la persona 
humana con su fermento de fraternidad evangélica, [...] con su deseo de 
verdad y de justicia que se ha aquilatado a través de una experiencia 
milenaria»[3]. Roma, con su vocación de universalidad[4],
 es el símbolo de esa experiencia y por eso fue elegida como el lugar de
 la firma de los Tratados, porque aquí –recordó el Ministro holandés de 
Asuntos Exteriores Luns– «se sentaron las bases políticas, jurídicas y 
sociales de nuestra civilización»[5].
Si estaba claro desde el principio que el corazón palpitante del 
proyecto político europeo sólo podía ser el hombre, también era evidente
 el peligro de que los Tratados quedaran en letra muerta. Había que 
llenarlos de espíritu que les diese vida. Y el primer elemento de la 
vitalidad europea es la solidaridad. «La Comunidad Económica Europea 
–declaró el Primer Ministro de Luxemburgo Bech– sólo vivirá y tendrá 
éxito si, durante su existencia, se mantendrá fiel al espíritu de 
solidaridad europea que la creó y si la voluntad común de la Europa en 
gestación es más fuerte que las voluntades nacionales»[6].
 Ese espíritu es especialmente necesario ahora, para hacer frente a las 
fuerzas centrífugas, así como a la tentación de reducir los ideales 
fundacionales de la Unión a las exigencias productivas, económicas y 
financieras.
De la solidaridad nace la capacidad de abrirse a los demás. «Nuestros planes no son de tipo egoísta»[7],
 dijo el Canciller alemán Adenauer. «Sin duda, los países que se van a 
unir (...) no tienen intención de aislarse del resto del mundo y erigir a
 su alrededor barreras infranqueables»,[8]
 se hizo eco el Ministro de Asuntos Exteriores francés Pineau. En un 
mundo que conocía bien el drama de los muros y de las divisiones, se 
tenía muy clara la importancia de trabajar por una Europa unida y 
abierta, y de esforzarse todos juntos por eliminar esa barrera 
artificial que, desde el Mar Báltico hasta el Adriático, dividía el 
Continente. ¡Cuánto se ha luchado para derribar ese muro! Sin embargo, 
hoy se ha perdido la memoria de ese esfuerzo. Se ha perdido también la 
conciencia del drama de las familias separadas, de la pobreza y la 
miseria que provocó aquella división. Allí donde desde generaciones se 
aspiraba a ver caer los signos de una enemistad forzada, ahora se 
discute sobre cómo dejar fuera los «peligros» de nuestro tiempo: 
comenzando por la larga columna de mujeres, hombres y niños que huyen de
 la guerra y la pobreza, que sólo piden tener la posibilidad de un 
futuro para ellos y sus seres queridos.
En el vacío de memoria que caracteriza a nuestros días, a menudo se 
olvida también otra gran conquista fruto de la solidaridad sancionada el
 25 de marzo de 1957: el tiempo de paz más largo de los últimos siglos. 
«Pueblos que a lo largo de los años se han encontrado con frecuencia en 
frentes opuestos, combatiendo unos contra otros, (...) ahora, sin 
embargo, están unidos por la riqueza de sus peculiaridades nacionales»[9].
 La paz se construye siempre con la aportación libre y consciente de 
cada uno. Sin embargo, «para muchos la paz es de alguna manera un bien 
que se da por descontado»[10]
 y así no es difícil que se acabe por considerarla superflua. Por el 
contrario, la paz es un bien valioso y esencial, ya que sin ella no es 
posible construir un futuro para nadie, y se termine por «vivir al día».
La unidad de Europa es fruto, en efecto, de un proyecto claro, bien 
definido, debidamente ponderado, si bien al principio todavía muy 
incipiente. Todo buen proyecto mira hacia el futuro y el futuro son los 
jóvenes, llamados a hacer realidad las promesas del mañana[11].
 Los Padres fundadores, por tanto, tenían clara la conciencia de formar 
parte de una empresa colectiva, que no sólo traspasaba las fronteras de 
los Estados, sino también las del tiempo, a fin de unir a las 
generaciones entre sí, todas igualmente partícipes en la construcción de
 la casa común.
Distinguidos invitados:
A los Padres de Europa he dedicado esta primera parte de mi 
intervención, para que nos dejemos interpelar por sus palabras, por la 
actualidad de su pensamiento, por el apasionado compromiso en favor del 
bien común que los ha caracterizado, por la convicción de formar parte 
de una obra más grande que sus propias personas y por la amplitud del 
ideal que los animaba. Su denominador común era el espíritu de servicio,
 unido a la pasión política, y a la conciencia de que «en el origen de 
la civilización europea se encuentra el cristianismo»[12],
 sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y 
justicia resultan incomprensibles. «Y todavía en nuestros días ―afirmaba
 san Juan Pablo II― el alma de Europa permanece unida porque, además de 
su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, como son 
los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de 
justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor
 a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de 
cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan»[13].
 En nuestro mundo multicultural tales valores seguirán teniendo plena 
ciudadanía si saben mantener su nexo vital con la raíz que los engendró.
 En la fecundidad de tal nexo está la posibilidad de edificar sociedades
 auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que 
encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y 
el no creyente. En los últimos sesenta años el mundo ha cambiado mucho. 
Si los Padres fundadores, que habían sobrevivido a un conflicto 
devastador, estaban animados por la esperanza de un futuro mejor y con 
una voluntad firme lo perseguían, para evitar que surgieran nuevos 
conflictos, nuestra época está más dominada por el concepto de crisis. 
Está la crisis económica, que ha marcado el último decenio, la crisis de
 la familia y de los modelos sociales consolidados, está la difundida 
«crisis de las instituciones» y la crisis de los emigrantes: tantas 
crisis, que esconden el miedo y la profunda desorientación del hombre 
contemporáneo, que exigen una nueva hermenéutica para el futuro. A pesar
 de todo, el término «crisis» no tiene por sí mismo una connotación 
negativa. No se refiere solamente a un mal momento que hay que superar. 
La palabra crisis tiene su origen en el verbo griego crino (κρίνω), que significa investigar, valorar, juzgar.
 Por esto, nuestro tiempo es un tiempo de discernimiento, que nos invita
 a valorar lo esencial y a construir sobre ello; es, por lo tanto, un 
tiempo de desafíos y de oportunidades.
Entonces, ¿cuál es la hermenéutica, la clave interpretativa con la 
que podemos leer las dificultades del momento presente y encontrar 
respuestas para el futuro? Evocar las ideas de los Padres sería en 
efecto estéril si no sirviera para indicarnos un camino, si no se 
convirtiera en estímulo para el futuro y en fuente de esperanza. Cada 
organismo que pierde el sentido de su camino, que pierde este mirar 
hacia delante, sufre primero una involución y al final corre el riesgo 
de morir. ¿Cuál es la herencia de los Padres fundadores? ¿Qué 
prospectivas nos indican para afrontar los desafíos que nos aguardan? 
¿Qué esperanza para la Europa de hoy y de mañana?
La respuesta la encontramos precisamente en los pilares sobre los que
 ellos han querido edificar la Comunidad económica europea y que ya he 
mencionado: la centralidad del hombre, una solidaridad eficaz, la 
apertura al mundo, la búsqueda de la paz y el desarrollo, la apertura al
 futuro. A quien gobierna le corresponde discernir los caminos de la esperanza –este
 es su cometido: discernir los caminos de la esperanza–, identificar los
 procesos concretos para hacer que los pasos realizados hasta ahora no 
se dispersen, sino que aseguren un camino largo y fecundo.
Europa encuentra de nuevo esperanza cada vez que pone 
al hombre en el centro y en el corazón de las instituciones. Considero 
que esto implica la escucha atenta y confiada de las instancias que 
provienen tanto de los individuos como de la sociedad y de los pueblos 
que componen la Unión. Desgraciadamente, a menudo se tiene la sensación 
de que se está produciendo una «separación afectiva» entre los 
ciudadanos y las Instituciones europeas, con frecuencia percibidas como 
lejanas y no atentas a las distintas sensibilidades que constituyen la 
Unión. Afirmar la centralidad del hombre significa también encontrar el espíritu de familia,
 con el que cada uno contribuye libremente, según las propias 
capacidades y dones, a la casa común. Es oportuno tener presente que 
Europa es una familia de pueblos[14]
 y, como en toda buena familia, existen susceptibilidades diferentes, 
pero todos podrán crecer en la medida en que estén unidos. La Unión 
Europea nace como  unidad de las diferencias y unidad en las 
diferencias. Por eso las peculiaridades no deben asustar, ni se puede 
pensar que la unidad se preserva con la uniformidad. Esa unidad es más 
bien la armonía de una comunidad. Los padres fundadores escogieron 
precisamente este término como punto central de las entidades que nacían
 de los Tratados, acentuando el hecho de que se ponían en común 
los recursos y los talentos de cada uno. Hoy la Unión Europea tiene 
necesidad de redescubrir el sentido de ser ante todo «comunidad» de 
personas y de pueblos, consciente de que «el todo es más que la parte, y
 también es más que la mera suma de ellas»[15], y por lo tanto «hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos»[16].
 Los Padres fundadores buscaban aquella armonía en la que el todo está 
en cada una de las partes, y las partes están ―cada una con su 
originalidad― en el todo.
Europa vuelve a encontrar esperanza en la solidaridad, que es 
también el antídoto más eficaz contra los modernos populismos. La 
solidaridad comporta la conciencia de formar parte de un solo cuerpo, y 
al mismo tiempo implica la capacidad que cada uno de los miembros tiene 
para «simpatizar» con el otro y con el todo. Si uno sufre, todos sufren 
(cf. 1 Co 12,26). Por eso, hoy también nosotros lloramos 
con el Reino Unido por las víctimas del atentado que ha golpeado en 
Londres hace dos días.  La solidaridad no es sólo un buen propósito: 
está compuesta de hechos y gestos concretos que acercan al prójimo, sea 
cual sea la condición en la que se encuentre. Los populismos, al 
contrario, florecen precisamente por el egoísmo, que nos encierra en un 
círculo estrecho y asfixiante y no nos permite superar la estrechez de 
los propios pensamientos ni «mirar más allá». Es necesario volver a 
pensar en modo europeo, para conjurar el peligro de una gris uniformidad
 o, lo que es lo mismo, el triunfo de los particularismos. A la política le corresponde esa leadership
 ideal, que evite usar las emociones para ganar el consenso, para 
elaborar en cambio, con espíritu de solidaridad y subsidiaridad, 
políticas que hagan crecer a toda la Unión en un desarrollo armónico, de
 modo que el que corre más deprisa tienda la mano al que va más 
despacio, y el que tiene dificultad se esfuerce para alcanzar al que 
está en cabeza. 
Europa vuelve a encontrar esperanza cuando no se encierra en 
el miedo de las falsas seguridades. Por el contrario, su historia está 
fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos y culturas, y su 
identidad «es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y 
multicultural»[17].
 En el mundo hay interés por el proyecto europeo. Así ha sido desde el 
primer momento, como demuestra la multitud que abarrotaba la plaza del 
Campidoglio y los mensajes de felicitación que llegaban de otros 
Estados. Aún más interés hay hoy, empezando por los Países que piden 
entrar a formar parte de la Unión, como también de los Estados que 
reciben las ayudas que, con gran generosidad, se les ofrecen para 
afrontar las consecuencias de la pobreza, de las enfermedades y las 
guerras. La apertura al mundo implica la capacidad de «diálogo como 
forma de encuentro»[18]
 a todos los niveles, comenzando por el que existe entre los Estados 
miembros y entre las Instituciones y los ciudadanos, hasta el que se 
tiene con los muchos inmigrantes que llegan a las costas de la Unión.  
No se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos años
 como si fuera sólo un problema numérico, económico o de seguridad. La 
cuestión migratoria plantea una pregunta más profunda, que es sobre todo
 cultural. ¿Qué cultura propone la Europa de hoy? El miedo que se 
advierte encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de 
ideales. Sin una verdadera perspectiva de ideales, se acaba siendo 
dominado por el temor de que el otro nos cambie nuestras costumbres 
arraigadas, nos prive de las comodidades adquiridas, ponga de alguna 
manera en discusión un estilo de vida basado sólo con frecuencia en el 
bienestar material.  Por el contrario, la riqueza de Europa ha sido 
siempre su apertura espiritual y la capacidad de platearse cuestiones 
fundamentales sobre el sentido de la existencia. La apertura hacia el 
sentido de lo eterno va unida también a una apertura positiva, aunque no
 exenta de tensiones y de errores, hacia el mundo. En cambio, parece 
como si el bienestar conseguido le hubiera recortado las alas, y le 
hubiera hecho bajar la mirada. Europa tiene un patrimonio moral y 
espiritual único en el mundo, que merece ser propuesto una vez más con 
pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra la falta 
de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de 
extremismo. Estos son los ideales que han hecho a Europa, la «península de Asia» que de los Urales llega hasta el Atlántico.
Europa vuelve a encontrar esperanza cuando invierte en el 
desarrollo y en la paz. El desarrollo no es el resultado de un conjunto 
de técnicas productivas, sino que abarca a todo el ser humano: la 
dignidad de su trabajo, condiciones de vida adecuadas, la posibilidad de
 acceder a la enseñanza y a los necesarios cuidados médicos. «El 
desarrollo es el nuevo nombre de la paz»[19],
 afirmaba Pablo VI, puesto que no existe verdadera paz cuando hay 
personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí 
donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno. No hay paz 
en las periferias de nuestras ciudades, donde abunda la droga y la 
violencia. 
Europa vuelve a encontrar esperanza cuando se abre al futuro. 
Cuando se abre a los jóvenes, ofreciéndoles perspectivas serias de 
educación, posibilidades reales de inserción en el mundo del trabajo. 
Cuando invierte en la familia, que es la primera y fundamental célula de
 la sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de sus 
ciudadanos. Cuando garantiza la posibilidad de tener hijos, con la 
seguridad de poderlos mantener. Cuando defiende la vida con toda su 
sacralidad.
Distinguidos invitados:
Con el aumento general de la esperanza de vida, los sesenta años se 
consideran hoy como el tiempo de la plena madurez. Una edad crucial en 
la que estamos llamados de nuevo a revisarnos. También hoy, La Unión 
Europea está llamada a un replanteamiento, a curar los inevitables 
achaques que vienen con los años y a encontrar nuevas vías para 
continuar su propio camino. Sin embargo, a diferencia de un ser humano 
de sesenta años, la Unión Europea no tiene ante ella una inevitable 
vejez, sino la posibilidad de una nueva juventud. Su éxito dependerá de 
la voluntad de trabajar una vez más juntos y del deseo de apostar por el
 futuro. A vosotros, como líderes, os corresponde discernir el camino 
para un «nuevo humanismo europeo»[20],
 hecho de ideales y de concreción. Esto significa no tener miedo a tomar
 decisiones eficaces, para responder a los problemas reales de las 
personas y para resistir al paso del tiempo. 
Por mi parte, renuevo la cercanía de la Santa Sede y de la Iglesia a 
Europa entera, a cuya edificación ha contribuido desde siempre y 
contribuirá siempre, invocando sobre ella la bendición del Señor, para 
que la proteja y le dé paz y progreso. Hago mías las palabras que Joseph
 Bech pronunció en el Campidoglio:  Ceterum censeo Europam esse ædificandam, por lo demás, pienso que Europa merezca ser construida. 
Gracias.
[1] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).
[2] Ibíd.
[3] A. De Gasperi, Nuestra patria Europa. Discurso a la Conferencia Parlamentaria Europea (21 abril 1954), en: Alcide De Gasperi e la politica internazionale, Cinque Lune, Roma 1990, vol. III, 437-440.
[4] Cf. P.H. Spaak, Discurso, cit.
[5] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).
[6] Ibíd.
[7] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).
[8] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).
[9] P.H. Spaak, Discurso, cit.
[11] Cf. P.H. Spaak, Discurso, cit.
[12] A. de Gasperi, La nostra patria Europa, cit.
[13] Acto Europeo en Santiago de Compostela (9 noviembre 1982): AAS 75/I (1983), 329.
[14] Cf.  Discurso en el Parlamento Europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 1000.
[15] Exhort. Apost. Evangelii Gaudium, 235.
[17] Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno (6 mayo 2016): L’Osservatore Romano, 6-7 de mayo de 2016, p. 4.
[18] Exhort. ap.  Evangelii gaudium, 239.
[19] Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 87: AAS 59 (1967), 299.
[20] Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno (6 mayo 2016): L’Osservatore Romano, 6-7 de mayo de 2016, p. 5.
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A LOS PARTICIPANTES EN EL XXVIII CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO
ORGANIZADO POR LA PENITENCIARÍA APOSTÓLICA
Aula Pablo VI
Viernes 17 de marzo de 2017
Viernes 17 de marzo de 2017
Me alegra encontraros en  esta primera audiencia con vosotros después
 del Jubileo de la Misericordia con motivo  del curso anual sobre el 
Fuero Interno. Dirijo un cordial saludo al cardenal Penitenciario Mayor,
 y  agradezco sus amables palabras. Saludo al Regente, a los prelados, a
 los funcionarios y al personal de la Penitenciaría, a los Colegios de 
los  penitenciarios ordinarios y extraordinarios de las basílicas 
papales en Urbe, y  a todos los que participáis en este curso.
 
Os confieso, en realidad, que  éste de la Penitenciaría, es el tipo 
de Tribunal que  realmente me gusta.  Porque es  un "tribunal de la 
misericordia", al que uno se dirige para obtener esa  medicina 
indispensable para nuestra alma, que es la Misericordia divina.
Vuestro  curso sobre el fuero interno, que contribuye a la formación de buenos confesores,
 es absolutamente útil y yo diría incluso necesario en nuestros días. 
Por supuesto, no se hacen buenos confesores siguiendo un curso,no : la 
del confesionario es una "larga escuela ", que dura toda la vida. Pero, 
¿quién es el "buen confesor"? ¿ Cómo se convierte uno  en  buen 
confesor?
Quisiera indicar a este propósito, tres aspectos.
 
Quisiera indicar a este propósito, tres aspectos.
1. El "buen confesor" es, ante todo, un verdadero amigo de Jesús, el Buen Pastor.
 Sin esta amistad, será muy difícil que madure esa  paternidad,  tan 
necesaria en el ministerio de la Reconciliación. Ser amigos de Jesús 
significa, sobre todo, cultivar la oración. Que sea  una oración 
personal con el Señor, pidiendo sin cesar el don de la caridad pastoral;
 que sea  una oración específica para el ejercicio de la tarea de 
confesores y por   los fieles hermanos y hermanas que se acercan a 
nosotros en busca de la misericordia de Dios.
 
Un ministerio de la Reconciliación "envuelto en oración" será un 
reflejo creíble de la misericordia de Dios y evitará esas asperezas e 
incomprensiones que, a veces,  se podrían generar también en el 
 encuentro sacramental.Un confesor que reza  sabe muy bien  que él mismo
 es el primer pecador y el primer perdonado.  No se puede perdonar en el
 Sacramento sin ser consciente de haber sido perdonado antes.Por lo 
tanto,  la oración es la primera garantía para evitar cualquier actitud 
de dureza, que juzga inútilmente al pecador y no al pecado.
En la oración es necesario implorar el don de un corazón herido, capaz de entender las heridas de los otros y de curarlas con el aceite de la misericordia, aquel que el Buen Samaritano derramó sobre las heridas de aquel desgraciado, de quien nadie tuvo piedad (cf. Lc 10,34).
 
En la oración es necesario implorar el don de un corazón herido, capaz de entender las heridas de los otros y de curarlas con el aceite de la misericordia, aquel que el Buen Samaritano derramó sobre las heridas de aquel desgraciado, de quien nadie tuvo piedad (cf. Lc 10,34).
En la oración debemos pedir el precioso don de la humildad, para que 
quede siempre claro que el perdón es un don gratuito y sobrenatural de 
Dios,  del que nosotros somos simples, aunque necesarios,  
administradores  por  la  misma voluntad de Jesús; y Él se complacerá 
ciertamente si hacemos un uso extensivo de su misericordia.
 
En la oración, además, invoquemos siempre al Espíritu Santo,  que es 
Espíritu de discernimiento y compasión. El Espíritu nos permite 
identificarnos con el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas que se
 acercan al confesionario y acompañarlos con discernimiento prudente y 
maduro y con verdadera compasión en sus sufrimientos, causados por la 
pobreza del pecado.
 
 
2. El buen confesor es, en segundo lugar, un hombre del Espíritu, un hombre del  discernimiento.
 ¡Cuánto hace daño hace a la Iglesia la  falta de discernimiento! 
¡Cuánto daño causa en las almas un actuar que no hunda sus raíces en la 
escucha  humilde del Espíritu Santo y de la voluntad de Dios!. El 
confesor no hace su propia voluntad y no enseña su propia doctrina. Está
 llamado a hacer siempre y sólo la voluntad de Dios, en plena comunión 
con la Iglesia, de la que es ministro, es decir servidor.
 
El discernimiento  permite distinguir siempre, para no confundirse, y 
para no meter nunca “todo en el mismo saco”. El discernimiento educa la 
mirada y el corazón,  y hace posible la delicadeza de ánimo tan 
necesaria frente al que nos abre el sagrario de su  propia conciencia 
para recibir  luz, paz y  misericordia.
 
El discernimiento también es necesario porque, quien se acerca al 
confesionario, puede venir de las situaciones más disparatadas; podría 
 tener también trastornos espirituales cuya naturaleza debe ser sometida
 a un cuidadoso discernimiento, teniendo en cuenta todas las 
circunstancias existenciales,  eclesiales, naturales y sobrenaturales. 
Cuando el confesor se dé cuenta  de la presencia de verdaderos 
trastornos espirituales - que también pueden ser en gran parte 
psicológicos, y esto debe apurarse mediante una sana colaboración con 
las ciencias humanas -, no dudará en referirse a aquellos que, en la 
diócesis están encargados de  este delicado y necesario ministerio, a 
saber los exorcistas. Pero éstos tienen que elegirse con sumo cuidado y 
mucha prudencia.
Por último, el confesionario es también un verdadero y propio lugar de evangelización.
 No hay, efectivamente, evangelización más auténtica  que el encuentro 
con el Dios de la misericordia, con el Dios que es Misericordia. 
Encontrar la misericordia significa encontrar  el verdadero rostro de 
Dios, así como el Señor Jesús nos lo ha revelado.
El confesionario es, pues,  lugar de evangelización y, por lo tanto, 
de formación. En el breve diálogo que teje con el penitente, aunque sea 
breve, el confesor está llamada a discernir lo que es más útil y lo que
 es incluso necesario para el camino espiritual de ese hermano o 
hermana.  A veces será necesario volver a anunciar las verdades más 
elementales de la fe, el núcleo incandescente, el kerygma, sin el
 cual la misma experiencia del amor de Dios y de su misericordia 
permanecería como  muda; a veces se tratará  de indicar los fundamentos 
de la vida moral, siempre en relación con la verdad, el bien y la 
voluntad del Señor. Se trata de una obra de discernimiento rápido e 
inteligente, que  puede hacer muy bien a los fieles.
El confesor, efectivamente, está llamado a ir todos los días  a las 
"periferias del mal y del pecado", --¡es una fea periferia¡- y su obra 
es una verdadera prioridad pastoral. Confesar es prioridad pastoral.Por 
favor, nada de carteles con: “Se confiesa solamente los lunes y 
miércoles de tal a tal hora”. Se confiesa cada vez que te lo piden. Y si
 tu estás ahí (en el confesionario) rezando, estás con el confesionario 
abierto, que es el corazón de Dios abierto.
Queridos hermanos, os bendigo y os deseo que seaís buenos confesores:
 inmersos en la relación con Cristo, capaces de discernimiento en el 
Espíritu Santo y dispuestos a aprovechar la oportunidad para 
evangelizar. Rezad siempre  por  los hermanos y hermanas que se acercan 
al sacramento del perdón. Y, por favor, rezad también por mí.
Y no quisiera acabar sin algo de lo que me he acordado cuando hablaba
 el Cardenal Prefecto. El ha hablado de las llaves y de la Virgen, y me 
ha gustado, y diré una cosa…dos cosas. A mí, cuando era joven, me hizo 
mucho  bien leer el libro de san Alfonso María de Ligorio sobre la 
Virgen: Las glorias de María. Al final de cada capítulo hay 
siempre un milagro de la Virgen a través del cual entraba en medio de la
 vida y arreglaba las cosas. Y lo segundo.Me han contado que en el Sur 
de Italia hay una leyenda, una tradición sobre la Virgen: la Virgen de 
las mandarinas. Es una tierra donde hay tantas mandarinas ¿verdad? Y 
dicen que sea la patrona de los ladrones (risas). Dicen que los ladrones
 van a rezar allí. Y la leyenda –así cuentan- es que cuando los ladrones
 que rezan a la Virgen de las mandarinas se mueren, forman una fila 
delante de Pedro, que tiene las llaves y abre y deja pasar a uno, 
después abre y deja pasar a otro. Y la Virgen cuando ve a uno de éstos, 
le hace una señal para que se esconda; y después cuando  han pasado 
todos, Pedro cierra y se hace de noche y la Virgen desde la ventana lo 
llama y lo hace entrar por la ventana. Es un relato popular, pero es muy
 bonito: perdonar con la Madre al lado. Porque esta mujer, este hombre 
que viene al confesionario, tiene una Madre en el cielo que le abrirá la
 puerta y lo ayudará en el momento de entrar en el cielo. Siempre la 
Virgen, porque la Virgen nos ayuda también a nosotros en el ejercicio de
 la misericordia. Doy las gracias al cardenal por estos dos signos: las 
llaves y la Virgen. Muchas gracias.
Os invito –es la hora- a rezar el ángelus juntos “Angelus Domini…”
(Bendición)
¡No digáis que los ladrones van al cielo! ¡No lo digáis! (risas)
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A LOS VOLUNTARIOS DE "TELÉFONO AMIGO ITALIA"
 
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 11 de marzo de 2017
Sábado 11 de marzo de 2017
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra recibiros con motivo de los 50 años de actividad del Teléfono Amigo Italia y agradezco al Presidente sus palabras de saludo.
Vuestra asociación se dedica a sostener a los que atraviesan por situaciones de soledad, de desamparo y necesitan escucha, comprensión y ayuda moral. Se trata de un servicio importante, especialmente en el contexto social actual, caracterizado por malestares de vario tipo originados ,a menudo, por el aislamiento y la falta de diálogo. Las grandes ciudades, no obstante estén abarrotadas, son el emblema de un tipo de vida poco humano al que los individuos se están acostumbrando: la indiferencia generalizada, la comunicación cada vez más virtual y menos personal, la carencia de valores sólidos en los que basar la existencia, la cultura del tener y del aparentar. En este contexto, es indispensable fomentar el diálogo y la escucha.
El diálogo permite conocerse y entender las necesidades recíprocas. En primer lugar, es muestra de gran respeto, ya que pone a las personas en actitud de apertura mutua, para percibir los aspectos mejores del interlocutor. Además, el diálogo es expresión de caridad porque, sin ignorar las diferencias, puede contribuir a individuar y a compartir caminos que apunten al bien común. A través del diálogo podemos aprender a ver al otro no como una amenaza, sino como un don de Dios, que nos interpela y nos pide que lo reconozcamos. Dialogar ayuda a las personas a humanizar las relaciones y a superar las incomprensiones. Si hubiera más diálogo -¡ pero diálogo verdadero! - en las familias, en el lugar de trabajo, en la política, se resolverían más fácilmente tantas cuestiones. Cuando no hay dialógo, crecen los problemas, crecen los malentendidos y las divisiones.
Requisito del diálogo es la capacidad de escuchar, que por desgracia no es muy común. Escuchar al otro requiere paciencia y atención. Sólo quien sabe callar, sabe escuchar. No se puede escuchar hablando: boca cerrada. Escuchar a Dios, escuchar al hermano y a las hermanas que necesitan ayuda, escuchar a un amigo, a un pariente. Dios mismo es el mejor ejemplo de escucha: cada vez que rezamos Él nos escucha, sin pedir nada e incluso se adelanta y toma la iniciativa (. Cf. ibid, N. Evangelii gaudium, 24) para satisfacer nuestras peticiones de ayuda. La actitud de escucha, de la cual Dios es modelo, nos insta a derribar los muros de la incomprensión, a crear puentes de comunicación, superando el aislamiento y el cierre en el pequeño propio mundo. Alguien decía: Para hacer paz, en el mundo, faltan orejas, falta gente que separa escuchar, y luego, de allí viene el diálogo.
Estimados amigos, a través del diálogo y de la escucha podemos contribuir a construir un mundo mejor, convirtiéndolo en un lugar de acogida y respeto, contrarrestando así las divisiones y los conflictos. Os animo a continuar con entusiasmo renovado vuestro valioso servicio a la sociedad para que nadie permanezca aislado, para que no se rompan los lazos de diálogo y nunca falte la escucha, que es la manifestación más simple de caridad hacia los hermanos.
Cuento con vuestras oraciones y os encomiendo, al mismo tiempo, a la protección de la Virgen María, mujer del silencio y de la escucha, y de todo corazón os bendigo: a vosotros, a vuestros colaboradores y a todos con los que os “encontráis” –por teléfono- en vuestro trabajo diario. Gracias.
(Bendición)
¡Y rezad por mí!.
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AL PREDICADOR DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
 
  
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CONCLUSIÓN DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES 
DEL SANTO PADRE Y DE LA CURIA ROMANA
 
DEL SANTO PADRE Y DE LA CURIA ROMANA
AL PREDICADOR DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
Casa Divino Maestro, Ariccia
Viernes 10 de marzo de 2017
Viernes 10 de marzo de 2017
Quiero darte las gracias por el bien que nos ha querido hacer  y por el bien que nos  has hecho.
 
 
En primer lugar, por presentarte como eres, natural sin "cara de 
estampita”. Natural. Sin artificios. Con todo el bagaje de tu vida: los 
estudios, las publicaciones, los amigos, los padres, los frailes jóvenes
 que tu debes custodiar ... Todo, todo. Gracias por ser "normal".
 
 
Luego, en segundo lugar, quiero darte las gracias por el trabajo que 
has  hecho, por como te has preparado. Esto significa responsabilidad, 
tomarse las cosas en serio. Y gracias por todo lo que nos has dado. Es 
cierto: hay una montaña de cosas para meditar, pero san  Ignacio dice 
que cuando uno encuentra  en los Ejercicios algo que da consuelo o 
desconsuelo, debe detenerse allí y no seguir adelante. Seguramente cada 
uno de nosotros ha encontrado una o dos, entre todo esto. Y el resto no 
se desperdicia, permanece, servirá para otra vez. Y quizás las cosas más
 importantes, las  más fuertes, a algunos no le dicen nada, y tal vez 
una palabrita, una cosa [pequeña] les dice más ...  Como esa anécdota 
del gran predicador español,  al que, después de un gran sermón bien 
preparado,  se acercó un hombre -  gran pecador público - llorando, 
pidiendo la confesión; se confesó, una catarata de pecados y lágrimas, 
pecados y lágrimas. El confesor, sorprendido - porque conocía  la vida 
de este hombre - le preguntó: "Pero, dígame ¿en qué momento ha sentido 
que Dios le tocaba el corazón? ¿Con qué  palabra? ... "-" Cuando  usted 
dijo: Pasemos a otro tema ". [Se ríe, se rien] A veces, las palabras más
 simples son las que nos ayudan, o las más complicadas: a cada uno, el 
Señor le da la palabra [justa].
 
 
Te doy las gracias  por esto y te deseo que sigas trabajando para la 
Iglesia, en la Iglesia, en la exégesis, en tantas cosas que la Iglesia 
te confía. Pero, sobre todo, te deseo que seas un buen fraile. 
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A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE MÚSICA SACRA 
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Sábado 4 de marzo de 2017
Sábado 4 de marzo de 2017
Tengo el placer de encontrarles a todos vosotros, reunidos en Roma procedentes de distintos países para participar en el Congreso sobre “Música e Iglesia: culto y cultura 50 años después de la Musicam sacram”, organizado por el Pontificio Consejo de la Cultura y de la Congregación para la Educación Católica, en colaboración con el Pontificio Instituto de Música Sacra y el Pontificio Instituto Litúrgico del Ateneo San Anselmo. Os saludo a todos cordialmente, empezando por el cardenal Gianfranco Ravasi, al que doy las gracias por su introducción. Deseo que la experiencia de encuentro y de diálogo vivida en estos días, en la reflexión común de la música sacra y particularmente sobre sus aspectos culturales y artísticos, resulte fructífera para las comunidades eclesiales.
Medio siglo después de la Instrucción Musicam sacram, el congreso ha querido profundizar, en una óptica interdisciplinar y ecuménica, la relación actual entre la música sacra y la cultura contemporánea, entre el repertorio musical adoptado y usado por la comunidad cristiana y las tendencias musicales prevalentes. De gran importancia ha sido también la reflexión sobre la formación estética y musical tanto del clero y de los religiosos como de los laicos comprometidos en la vida pastoral, y más directamente en las scholae cantorum.
El primer documento emanado del Concilio Vaticano II fue precisamente la Constitución sobre la liturgia Sacrosanctum Concilium. Los Padres Conciliares advertían bien la dificultad de los fieles para participar en la liturgia de la que ya no comprendían plenamente el lenguaje, las palabras y los signos. Para concretar las líneas fundamentales trazadas por la Constitución, fueron emanadas las Instrucciones, entre las cuales, precisamente, la de la música sacra. Desde entonces, aunque no se han producido nuevos documentos del Magisterio sobre el argumento, ha habido varias y significativas intervenciones pontificias que han orientado la reflexión y el compromiso pastoral. Todavía es de gran actualidad la premisa de la mencionada Instrucción: «La acción litúrgica adquiere una forma más noble cuando se realiza con canto: cada uno de los ministros desempeña su función propia y el pueblo participa en ella. De esta manera, la oración adopta una expresión más penetrante; el misterio de la sagrada liturgia y su carácter jerárquico y comunitario se manifiestan más claramente; mediante la unión de las voces, se llega a una más profunda unión de corazones; desde la belleza de lo sagrado, el espíritu se eleva más fácilmente a lo invisible; en fin, toda la celebración prefigura con más claridad la liturgia santa de la nueva Jerusalén» (n. 5).
El Documento, siguiendo las indicaciones conciliares, evidencia más veces la importancia de la participación de toda la asamblea de los fieles, definitiva «activa, consciente, plena», y subraya también muy claramente que la «la verdadera solemnidad de la acción litúrgica no depende tanto de una forma rebuscada de canto o de un desarrollo magnífico de ceremonias, cuanto de aquella celebración digna y religiosa» (n. 11). Se trata, por eso en primer lugar, de participar intensamente en el Misterio de Dios, en la “teofanía” que se cumple en cada celebración eucarística, en la que el Señor se hace presente en medio de su pueblo, llamado a participar realmente en la salvación realizada por Cristo muerto y resucitado. La participación activa y consciente consiste, por tanto, en el saber entrar profundamente en tal misterio, en el saberlo contemplar, adorar y acoger, en el percibir el sentido, gracias en particular al religioso silencio y a la «musicalidad del lenguaje con la que el Señor nos habla» (Homilía en Santa Marta, 12 de diciembre 2013). En esta perspectiva se mueve la reflexión sobre la renovación de la música sacra y sobre su preciosa aportación.
Al respecto, emerge una doble misión que la Iglesia está llamada a perseguir, especialmente a través de los que de distinta forma trabajan en este sector. Se trata, por una parte, de proteger y valorar el rico y variado patrimonio heredado del pasado, utilizándolo con equilibrio en el presente y evitando el riesgo de una visión nostálgico o “arqueológica”. Por otro lado, es necesario hacer que la música sacra y el canto litúrgico sean plenamente “inculturados” en los lenguajes artísticos y musicales de la actualidad; sepan encarnar y traducir la Palabra de Dios en cantos, sonidos, armonías que hagan vibrar el corazón de nuestros contemporáneos, creando también un oportuno clima emotivo, que disponga a la fe y suscite la acogida a la plena participación al misterio que se celebra.
Ciertamente el encuentro con la modernidad y la introducción de las lenguas habladas en la Liturgia ha provocado muchos problemas: de lenguaje, de formas y de géneros musicales. A veces ha prevalecido una cierta mediocridad, superficialidad y banalidad, a expensas de la belleza e intensidad de las celebraciones litúrgicas. Por esto los varios protagonistas de este ámbito, músicos y compositores, directores y coristas de scholae cantorum, animadores de la liturgia, pueden dar una preciosa contribución a la renovación, sobre todo cualitativa, de la música sacra y del canto litúrgico. Para favorecer este recorrido, es necesario promover una formación musical adecuada, también en los que se preparan para convertirse en sacerdotes, en el diálogo con las corrientes musicales de nuestro tiempo, con las instancias de las diferentes áreas culturales, y en actitud ecuménica.
Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias una vez más por vuestro compromiso en el ámbito de la música sacra. Os acompañe la Virgen María, que en el Magnificat cantó la santidad misericordiosa de Dios. Os animo a no perder de vista este objetivo importante: ayudar a la asamblea litúrgica y el Pueblo de Dios a percibir y participar, con todos los sentidos, físicos y espirituales, al misterio de Dios. La música sacra y el canto litúrgico tienen la tarea de donarse en el sentido de la gloria de Dios, de su belleza, de su santidad que nos envuelve como una “nube luminosa”.
Os pido por favor que recéis por mí y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
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