martes, 6 de noviembre de 2012

BENEDICTO XVI: Audiencia (Oct.31), Ángelus (Oct.28), Discursos (Oct. 27 y 25)

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Miércoles 31 de Octubre de 2012


El Año de la fe. La fe de la Iglesia

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos con nuestro camino de meditación sobre la fe católica. La semana pasada mostré cómo la fe es un don, pues es Dios quien toma la iniciativa y nos sale al encuentro; y así la fe es una respuesta con la que nosotros le acogemos como fundamento estable de nuestra vida. Es un don que transforma la existencia porque nos hace entrar en la misma visión de Jesús, quien actúa en nosotros y nos abre al amor a Dios y a los demás.
Desearía hoy dar un paso más en nuestra reflexión, partiendo otra vez de algunos interrogantes: ¿la fe tiene un carácter sólo personal, individual? ¿Interesa sólo a mi persona? ¿Vivo mi fe solo? Cierto: el acto de fe es un acto eminentemente personal que sucede en lo íntimo más profundo y que marca un cambio de dirección, una conversión personal: es mi existencia la que da un vuelco, la que recibe una orientación nueva. En la liturgia del bautismo, en el momento de las promesas, el celebrante pide la manifestación de la fe católica y formula tres preguntas: ¿Creéis en Dios Padre omnipotente? ¿Creéis en Jesucristo su único Hijo? ¿Creéis en el Espíritu Santo? Antiguamente estas preguntas se dirigían personalmente a quien iba a recibir el bautismo, antes de que se sumergiera tres veces en el agua. Y también hoy la respuesta es en singular: «Creo». Pero este creer mío no es el resultado de una reflexión solitaria propia, no es el producto de un pensamiento mío, sino que es fruto de una relación, de un diálogo, en el que hay un escuchar, un recibir y un responder; comunicar con Jesús es lo que me hace salir de mi «yo» encerrado en mí mismo para abrirme al amor de Dios Padre. Es como un renacimiento en el que me descubro unido no sólo a Jesús, sino también a cuantos han caminado y caminan por la misma senda; y este nuevo nacimiento, que empieza con el bautismo, continúa durante todo el recorrido de la existencia. No puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me es donada por Dios a través de una comunidad creyente que es la Iglesia y me introduce así, en la multitud de los creyentes, en una comunión que no es sólo sociológica, sino enraizada en el eterno amor de Dios que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es Amor trinitario. Nuestra fe es verdaderamente personal sólo si es también comunitaria: puede ser mi fe sólo si se vive y se mueve en el «nosotros» de la Iglesia, sólo si es nuestra fe, la fe común de la única Iglesia.
Los domingos, en la santa misa, recitando el «Credo», nos expresamos en primera persona, pero confesamos comunitariamente la única fe de la Iglesia. Ese «creo» pronunciado singularmente se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, donde cada uno contribuye, por así decirlo, a una concorde polifonía en la fe. El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza de modo claro así: «“Creer” es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes. “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre” [san Cipriano]» (n. 181). Por lo tanto la fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella. Esto es importante recordarlo.
Al principio de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo desciende con poder sobre los discípulos, el día de Pentecostés —como narran los Hechos de los Apóstoles (cf. 2, 1-13)—, la Iglesia naciente recibe la fuerza para llevar a cabo la misión que le ha confiado el Señor resucitado: difundir en todos los rincones de la tierra el Evangelio, la buena nueva del Reino de Dios, y conducir así a cada hombre al encuentro con Él, a la fe que salva. Los Apóstoles superan todo temor al proclamar lo que habían oído, visto y experimentado en persona con Jesús. Por el poder del Espíritu Santo comienzan a hablar lenguas nuevas anunciando abiertamente el misterio del que habían sido testigos. En los Hechos de los Apóstoles se nos refiere además el gran discurso que Pedro pronuncia precisamente el día de Pentecostés. Parte de un pasaje del profeta Joel (3, 1-5), refiriéndolo a Jesús y proclamando el núcleo central de la fe cristiana: Aquél que había beneficiado a todos, que había sido acreditado por Dios con prodigios y grandes signos, fue clavado en la cruz y muerto, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, constituyéndolo Señor y Cristo. Con Él hemos entrado en la salvación definitiva anunciada por los profetas, y quien invoque su nombre será salvo (cf. Hch 2, 17-24). Al oír estas palabras de Pedro, muchos se sienten personalmente interpelados, se arrepienten de sus pecados y se bautizan recibiendo el don del Espíritu Santo (cf.Hch 2, 37-41). Así inicia el camino de la Iglesia, comunidad que lleva este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios fundado sobre la nueva alianza gracias a la sangre de Cristo y cuyos miembros no pertenecen a un grupo social o étnico particular, sino que son hombres y mujeres procedentes de toda nación y cultura. Es un pueblo «católico», que habla lenguas nuevas, universalmente abierto a acoger a todos, más allá de cualquier confín, abatiendo todas las barreras. Dice san Pablo: «No hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos» (Col 3, 11).
La Iglesia, por lo tanto, desde el principio es el lugar de la fe, el lugar de la transmisión de la fe, el lugar donde, por el bautismo, se está inmerso en el Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Cristo, que nos libera de la prisión del pecado, nos da la libertad de hijos y nos introduce en la comunión con el Dios Trinitario. Al mismo tiempo estamos inmersos en la comunión con los demás hermanos y hermanas de fe, con todo el Cuerpo de Cristo, fuera de nuestro aislamiento. El concilio ecuménico Vaticano IIlo recuerda: «Dios quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa» (Const. dogm. Lumen gentium, 9). Siguiendo con la liturgia del bautismo, observamos que, como conclusión de las promesas en las que expresamos la renuncia al mal y repetimos «creo» respecto a las verdades de fe, el celebrante declara: «Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Jesucristo Señor nuestro». La fe es una virtud teologal, donada por Dios, pero transmitida por la Iglesia a lo largo de la historia. El propio san Pablo, escribiendo a los Corintios, afirma que les ha comunicado el Evangelio que a su vez también él había recibido (cf. 1 Co 15,3).
Existe una cadena ininterrumpida de vida de la Iglesia, de anuncio de la Palabra de Dios, de celebración de los sacramentos, que llega hasta nosotros y que llamamos Tradición. Ella nos da la garantía de que aquello en lo que creemos es el mensaje originario de Cristo, predicado por los Apóstoles. El núcleo del anuncio primordial es el acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor, de donde surge todo el patrimonio de la fe. Dice el Concilio: «La predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin del tiempo» (Const. dogm. Dei Verbum, 8). De tal forma, si la Sagrada Escritura contiene la Palabra de Dios, la Tradición de la Iglesia la conserva y la transmite fielmente a fin de que los hombres de toda época puedan acceder a sus inmensos recursos y enriquecerse con sus tesoros de gracia. Así, la Iglesia «con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las generaciones lo que es y lo que cree» (ibíd.).
Finalmente desearía subrayar que es en la comunidad eclesial donde la fe personal crece y madura. Es interesante observar cómo en el Nuevo Testamento la palabra «santos» designa a los cristianos en su conjunto, y ciertamente no todos tenían las cualidades para ser declarados santos por la Iglesia. ¿Entonces qué se quería indicar con este término? El hecho de que quienes tenían y vivían la fe en Cristo resucitado estaban llamados a convertirse en un punto de referencia para todos los demás, poniéndoles así en contacto con la Persona y con el Mensaje de Jesús, que revela el rostro del Dios viviente. Y esto vale también para nosotros: un cristiano que se deja guiar y plasmar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, límites y dificultades, se convierte en una especie de ventana abierta a la luz del Dios vivo que recibe esta luz y la transmite al mundo. El beato Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris missio, afirmaba que «la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!» (n. 2).
La tendencia, hoy difundida, a relegar la fe a la esfera de lo privado contradice por lo tanto su naturaleza misma. Necesitamos la Iglesia para tener confirmación de nuestra fe y para experimentar los dones de Dios: su Palabra, los sacramentos, el apoyo de la gracia y el testimonio del amor. Así nuestro «yo» en el «nosotros» de la Iglesia podrá percibirse, a un tiempo, destinatario y protagonista de un acontecimiento que le supera: la experiencia de la comunión con Dios, que funda la comunión entre los hombres. En un mundo en el que el individualismo parece regular las relaciones entre las personas, haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para todo el género humano (cf. Const. past. Gaudium et spes, 1). Gracias por la atención.


Saludos

(En inglés)

Preocupado por la devastación ocasionada por el huracán que recientemente ha golpeado la costa oriental de los Estados Unidos de América, ofrezco mis oraciones por las víctimas y expreso mi solidaridad hacia cuantos están comprometidos en la labor de reconstrucción.


(En español)
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros de la Asociación “Mensajeros de la Paz”, que están celebrando las bodas de oro de su fundación, invitándolos a que, arraigados cada vez más en Cristo, continúen siendo heraldos de la misericordia de Dios entre las personas más desprotegidas. Saludo también a los demás grupos provenientes de España, Argentina, México y otros países latinoamericanos. En un mundo aparentemente dominado por el individualismo, la fe nos llama a ser Iglesia, portadores del amor de Dios para todo el género humano. Muchas gracias.

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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo 28 de Octubre de 2012


Queridos hermanos y hermanas:

Con la santa misa celebrada esta mañana en la basílica de San Pedro se ha concluido la XIII Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos. Durante tres semanas nos hemos confrontado con la realidad de la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana: toda la Iglesia estaba representada y, por lo tanto, involucrada en este compromiso, que no dejará de dar sus frutos, con la gracia del Señor. Ante todo el Sínodo es siempre un momento de fuerte comunión eclesial, y por esto deseo, junto a vosotros, dar gracias a Dios porque de nuevo nos ha permitido experimentar la belleza de ser Iglesia, y de serlo precisamente hoy, en este mundo tal como es, en medio de esta humanidad con sus fatigas y sus esperanzas.
Muy significativa ha sido la coincidencia de esta Asamblea sinodal con el 50º aniversario de la apertura del concilio Vaticano II, y por lo tanto con el inicio del Año de la fe. Reflexionar sobre el beato Juan XXIII, el siervo de Dios Pablo VI, el tiempo del Concilio, ha sido cuánto más favorable, pues nos ha ayudado a reconocer que la nueva evangelización no es una invención nuestra, sino un dinamismo que se ha desarrollado en la Iglesia en modo particular desde los años 50 del siglo pasado, cuando se vio evidente que también los países de antigua tradición cristiana se habían vuelto, como se suele decir, «tierra de misión». Así ha surgido la exigencia de un anuncio renovado del Evangelio en las sociedades secularizadas, en la doble certeza de que, por un lado, es sólo Él, Jesucristo, la verdadera novedad que responde a las expectativas del hombre de toda época; y por otro, que su mensaje pide que se transmita de manera adecuada en los contextos —sociales y culturales— que se han modificado.
¿Qué podemos decir al término de estas intensas jornadas de trabajo? Por mi parte, he escuchado y recogido muchos puntos de reflexión y muchas propuestas que, con la ayuda de la Secretaría del Sínodo y de mis colaboradores, procuraré ordenar y elaborar para ofrecer a toda la Iglesia una síntesis orgánica e indicaciones coherentes. Desde este momento podemos decir que de este Sínodo sale reforzado el compromiso por la renovación espiritual de la Iglesia misma, a fin de poder renovar espiritualmente el mundo secularizado; y esta renovación vendrá del redescubrimiento de Jesucristo, de su verdad y de su gracia, de su «rostro», tan humano y a la vez tan divino, sobre el cual resplandece el misterio trascendente de Dios.
Encomendamos a la Virgen María los frutos del trabajo de la asamblea sinodal recién concluida. Que Ella, Estrella de la nueva evangelización, nos enseñe y ayude a llevar a Cristo a todos, con valor y alegría.

Después del Ángelus
LLAMAMIENTO

En los últimos días un devastador huracán, que se ha abatido con particular violencia sobre Cuba, Haití, Jamaica y las Bahamas, ha causado varios muertos e ingentes daños, obligando a numerosas personas a dejar sus casas. Deseo asegurar mi cercanía y mi recuerdo a quienes se han visto golpeados por este desastre natural, mientras invito a todos a la oración y a la solidaridad a fin de aliviar el dolor de los familiares de las víctimas y ofrecer ayuda a los miles de damnificados.
(En español)
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular a los miembros de la Hermandad del Señor de los Milagros de Roma. Al concluir la Asamblea General ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicada al tema de la nueva evangelización, invito a todos a intensificar la oración para que este evento eclesial produzca abundantes frutos en la vida de la Iglesia. Encomiendo este deseo a la amorosa intercesión de María Santísima, y reitero mi exhortación a dirigirse a Ella cada día con el rezo del Santo Rosario, confiándole todas nuestras dificultades, retos y alegrías, para que los presente a su Hijo Jesucristo, luz del mundo y esperanza del hombre. Feliz Domingo.

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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE LA ÚLTIMA CONGREGACIÓN GENERAL
DE LA XIII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
Palacio Apostólico Vaticano
Aula del Sínodo
Sábado 27 de Octubre de 2012

Queridos hermanos y hermanas:

Antes de daros las gracias por mi parte, desearía aún dar una comunicación.
En el contexto de las reflexiones del Sínodo de los obispos, «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana», y en la conclusión de un camino de reflexión sobre las temáticas de los seminarios y de la catequesis, me es grato anunciar que he decidido, después de oración y ulterior reflexión, traspasar la competencia respecto a los seminarios —de la Congregación para la educación católica a la Congregación para el clero—, y la competencia sobre la catequesis —de la Congregación para el clero al Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización—.
Llegarán los documentos relativos en forma de Carta apostólica Motu proprio para definir los ámbitos y las respectivas facultades. Oremos al Señor para que acompañe a los tres dicasterios de la Curia romana en su importante misión, con la colaboración de toda la Iglesia.
Ya que tengo la palabra, desearía expresar también mis cordialísimas felicitaciones a los nuevos cardenales. He querido, con este pequeño consistorio, completar el consistorio de febrero, precisamente en el contexto de la nueva evangelización, con un gesto de universalidad de la Iglesia, mostrando que la Iglesia es Iglesia de todos los pueblos, habla todas las lenguas, es siempre Iglesia de Pentecostés; no Iglesia de un continente, sino Iglesia universal. Justamente ésta era mi intención, expresar este contexto, esta universalidad de la Iglesia; es también la bella expresión de este Sínodo. Para mí ha sido verdaderamente edificante, consolador y alentador ver aquí el reflejo de la Iglesia universal con sus sufrimientos, amenazas, peligros y alegrías, experiencias de la presencia del Señor, también en situaciones difíciles.
Hemos oído cómo la Iglesia también hoy crece, vive. Pienso, por ejemplo, en cuanto se nos ha dicho sobre Camboya, donde de nuevo nace la Iglesia, la fe; o sobre Noruega y muchos más. Vemos cómo también hoy, donde no se esperaba, el Señor está presente y es poderoso, y el Señor actúa igualmente a través de nuestro trabajo y nuestras reflexiones.
Aunque la Iglesia siente vientos contrarios, sin embargo siente sobre todo el viento del Espíritu Santo que nos ayuda, nos muestra el camino justo; y así, con nuevo entusiasmo, me parece, estamos en camino y damos gracias al Señor porque nos ha dado este encuentro verdaderamente católico.
Doy las gracias a todos: a los padres del Sínodo; a los oyentes, con los testimonios verdadera y frecuentemente muy conmovedores; a los expertos; a los delegados fraternos que nos han ayudado; y sabemos que todos queremos anunciar a Cristo y su Evangelio, y combatir, en este tiempo difícil, por la presencia de la verdad de Cristo y por su anuncio.
Sobre todo desearía dar las gracias a nuestros presidentes, que nos han guiado dulce y decididamente; a los relatores, que han trabajado día y noche. Pienso siempre que va un poco contra el derecho natural trabajar también de noche, pero si lo hacen voluntariamente se les puede dar las gracias y debemos sentirnos agradecidos; y, naturalmente, a nuestro secretario general, infatigable y rico de ideas.
Ahora estas Propositiones son un testamento, un don, que se me ha dado para nosotros, para elaborar todo en un documento que viene de la vida y debería generar vida. Es lo que esperamos y por lo que oramos; en cualquier caso, seguimos adelante con la ayuda del Señor. Gracias a todos. Muchos nos veremos también en noviembre; pienso en el consistorio. Gracias.

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PROYECCIÓN DEL DOCUMENTAL
«ARTE Y FE - VIA PULCHRITUDINIS»

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Pablo VI
Jueves 25 de Octubre de 2012

Venerados hermanos,
ilustres autoridades,
gentiles señores y señoras:


Al término de esta proyección, me complace dirigir mi cordial saludo a todos vosotros.
Saludo ante todo a la delegación polaca, en particular a las autoridades del gobierno, al embajador ante la Santa Sede y a todos aquellos que han contribuido a la realización de esta película.
Saludo al cardenal Bertone, secretario de Estado, y al cardenal Bertello quien, como presidente de la Gobernación, ha presentado la iniciativa —le doy las gracias y me alegro con él y con la Dirección de los Museos Vaticanos. Saludo con gratitud a los administradores de las Sociedades que han realizado el film y que han sostenido la producción.
Los Museos Vaticanos no son nuevos en iniciativas que ilustran el vínculo entre arte y fe partiendo del patrimonio conservado en las Galerías pontificias. Diversas exposiciones han sido realizadas con este tema, como también algunos audiovisuales. Sin embargo, la película que hemos visto se presenta como una aportación digna de mención especial, sobre todo porque se presenta al inicio del Año de la fe. Ello constituye, en efecto, una contribución específica y cualificada de los Museos Vaticanos al Año de la fe, y esto justifica también el gran esfuerzo realizado en los distintos niveles. Como explícitamente destaca la parte final de la película, para muchas personas la visita a los Museos Vaticanos representa en su viaje a Roma el mayor contacto, a veces único, con la Santa Sede; y por esto es una ocasión privilegiada para conocer el mensaje cristiano. Se podría decir que el patrimonio artístico de la Ciudad del Vaticano constituye una especie de gran «parábola» mediante la cual el Papa habla a los hombres y mujeres de todas partes del mundo, y por lo tanto de múltiples pertenencias culturales y religiosas, personas que tal vez no leerán jamás un discurso u homilía del Papa. Viene a la memoria aquello que Jesús decía a sus discípulos: a vosotros los misterios del reino de Dios se os explican, mientras a aquellos «de fuera» todo es anunciado «en parábolas» (cf. Mc 4, 10-12). El lenguaje del arte es un lenguaje parabólico, dotado de una especial apertura universal: la via pulchritudinis es una vía capaz de guiar la mente y el corazón hacia el Eterno, de elevarlos hacia las alturas de Dios.
He apreciado mucho el hecho de que en la película se insista repetidamente en el compromiso de los Romanos Pontífices por conservar y valorar el patrimonio artístico; también en la época contemporánea, para renovar el diálogo de la Iglesia con los artistas. La Colección de arte religioso moderno de los Museos Vaticanos es la demostración viva de la fecundidad de este diálogo. Pero no sólo ella. Todo el gran conjunto de los Museos Vaticanos —se trata en efecto de una realidad viva— posee también esta dimensión que podremos llamar «evangelizante». Y lo que aparece, es decir, las obras expuestas, presupone todo un trabajo que no se ve, pero que es indispensable para su mejor conservación y disfrute.
Me complace, en particular, rendir homenaje a la gran sensibilidad para el diálogo entre arte y fe de mi amado predecesor el beato Juan Pablo II: el papel que Polonia ocupa en esta producción da fe de sus méritos en este campo.
Arte y fe: un binomio que acompaña a la Iglesia y la Santa Sede desde hace dos mil años, un binomio que también hoy debemos valorar más en el esfuerzo de llevar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el anuncio del Evangelio, del Dios que es Belleza y Amor infinito.
Doy las gracias nuevamente a cuantos, de diversos modos, han cooperado en la realización de esta película-documental, que espero suscite en muchas personas el deseo de conocer mejor esa fe que sabe inspirar tales y tantas obras de arte. Buenas tardes a todos.

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