“A
veces - ha proseguido- a una determinada edad, sucede que se piensa en
el pasado, añorando la juventud, la energía y los proyectos para el
futuro. Y así, la mirada, se empaña de tristeza, considerando esta fase
de la vida como el tiempo del crepúsculo. Esta mañana, dirigiéndome
idealmente a todos los ancianos, si bien consciente de las dificultades
que nuestra edad comporta, quisiera deciros con una convicción profunda:
¡Es bello ser ancianos! En cada edad hay que descubrir la presencia y
la bendición del Señor y las riquezas que contiene. ¡Nunca hay que
dejarse aprisionar por la tristeza!. Hemos recibido el don de una larga
vida. Vivir es hermoso, también a nuestra edad, a pesar de algún que
otro achaque y limitación. ¡Que en vuestro rostro se lea siempre la
alegría de sentirse amados por Dios, y no la tristeza!”.
El
Santo Padre ha recalcado que en la Biblia “la longevidad se considera
una bendición de Dios; hoy esta bendición se ha difundido y tiene que
verse como un don que hay que apreciar y valorar. Sin embargo, a menudo,
la sociedad, dominada por la lógica de la eficiencia y del beneficio,
no lo considera como tal; al contrario, lo rechaza, considerando a los
ancianos como improductivos, inútiles”. Pero, observó el Pontífice “la
sabiduría de vida de la que somos portadores es una gran riqueza. La
calidad de una sociedad, me atrevería a decir, de una civilización, se
juzga también por como trata a los ancianos y por el lugar que ocupan en
el vivir común. ¡Quien da espacio a los ancianos da espacio a la
vida!”.
La
visita de S.S. Benedicto XVI se inserta en el Año europeo del envejecimiento
activo y de la solidaridad entre las generaciones y en este contexto ha
reafirmado que los ancianos “son un valor para la sociedad, sobre todo
para los jóvenes. No puede haber un crecimiento humano verdadero, ni una
verdadera educación sin un contacto fecundo con los ancianos, porque su
existencia misma es como un libro abierto en el que las jóvenes
generaciones pueden encontrar indicaciones preciosas para su camino de
vida”.
“A
nuestra edad -ha observado- a menudo experimentamos la necesidad de la
ayuda de los demás; también la experimenta el Papa (...) Quisiera
invitaros a considerarlo como un don del Señor, porque es una gracia ser
sostenidos y acompañados, sentir el afecto de los demás: nadie puede
vivir solo y sin ayuda; el ser humano es relacional. (...) No os
descorazonéis nunca; sois una riqueza para la sociedad, también cuando
sufrís y estáis enfermos. Y esta fase de la vida es un don para
profundizar la relación con Dios. El ejemplo del beato Juan Pablo II ha
sido y es iluminador para todos. No olvidéis que entre los recursos
inapreciables que tenéis a esta edad, está uno esencial: la oración”.
“La
oración de los ancianos -ha finalizado- puede proteger al mundo
ayudándolo quizás, de forma más incisiva que el afanarse de tantos. Hoy
quiero confiar a vuestra oración el bien de la Iglesia y la paz del
mundo. El Papa os ama y cuenta con todos vosotros. Sentíos amados por
Dios y sabed llevad a nuestra sociedad, a menudo tan individualista y
partidaria de la eficiencia, un rayo del amor de Dios”.